25 de mayo de 2021

Supliquemos al Espíritu que seamos conducidos por su acción, ya que nadie puede decir “Jesús es el Señor” si el Amor divino no lo impulsa.

 
 Los discípulos junto con la Virgen Santísima están en el cenáculo. Dice el texto “con las puertas cerradas por temor a los judíos” (Jn. 20,19-23). Hoy vemos que las iglesias están cerradas por temor al covid, así y todo, son muchos  los que participan de la misa  por las redes sociales, por lo que yo los invito a que en sus casas o en su corazón, hagan un cenáculo, un espacio, un lugar, donde encontrarse con el Espíritu.
El Espíritu viene aunque las puertas estén cerradas, que no les quepa la menor duda. El Espíritu Santo, que es el amor del Padre y del Hijo, es enviado precisamente para hacer maravillas en nuestro corazón y en el mundo entero. Estoy convencido que si en el mundo hubiera más fe en Dios, se confiara más en la acción del Espíritu Santo que es dador de vida, cambiaría todo. Esto es, las actitudes frente a la enfermedad, ante  la pandemia, la actitud por la presencia de la corrupción que reina en el mundo, los intereses políticos, las mezquindades y la desunión, se superarían con la presencia del Espíritu de la verdad, de la justicia y de la caridad.
El Espíritu viene a cambiar el corazón del mundo, el interior  de cada uno, pero como tantas veces lo he dicho desde aquí, Dios para obrar respeta tanto nuestra libertad que necesita de la respuesta del hombre, reclama la decisión  personal de entregarnos a la acción del Espíritu. El Espíritu es tan poderoso en su obrar, que es capaz de cambiar totalmente el corazón humano. Así lo acabamos de escuchar en el canto de este hermoso himno, la secuencia.
En efecto, recordábamos que el Espíritu es consolador lleno de bondad, dulce huésped del alma, descanso en el trabajo, templanza de las pasiones, alegría de nuestro llanto. Pedíamos al Espíritu que penetre en lo más íntimo de nuestro corazón, reconocíamos que sin la ayuda del Espíritu no hay nada en el hombre que sea inocente, examinando nuestras debilidades requeríamos al Espíritu de Dios que lave las manchas del pecado, suplicábamos al Espíritu que venga a nuestro encuentro cuando nos agobia la aridez en la oración o en los distinto momentos de nuestra vida. El  Espíritu suaviza la dureza del corazón, reprime la ira, controla los enojos.  El Espíritu da calor al corazón que está frío ante Dios nuestro Señor, premia nuestra vida virtuosa, ya que al entregarnos sus siete dones facilita la realización operativa de esas mismas virtudes recibidas en el sacramento del Bautismo.
Nosotros quizás no nos damos cuenta de la acción del Espíritu de Dios, pero está con nosotros. El cirio pascual encendido ha indicado durante estos cincuenta días que Cristo resucitado está con nosotros, pero, a su vez, Cristo ha vuelto al Padre llevando nuestra humanidad el día de la Ascensión y hoy nos envía el fuego del Espíritu.
Si pudiéramos captar la presencia del Amor del Padre y del Hijo en la tercera persona de la Santísima Trinidad, sentiríamos lo mismo que los apóstoles y la Virgen en el cenáculo. Como ruido semejante a una fuerte ráfaga de viento, tal la eficacia de su presencia, resonó en toda la casa donde se encontraban; viene a transformarlo todo y así de sopetón, pero requiere que el corazón humano esté preparado, ansioso por recibir la acción de Dios.
Mientras meditaba hoy sobre este don del Espíritu Santo, me preguntaba si el corazón del hombre está ansioso por recibir la acción de Dios. ¿No siguen pesando acaso otros tantos intereses, mundanos todos ellos, que en definitiva no nos conectan directamente con Dios?
Los apóstoles proclaman las maravillas de Dios, nos dice el Libro de los Hechos de los Apóstoles (2, 1-11), los que escuchaban decían también, estos están llenos de mosto (2,13), o sea, están embriagados. Al respecto un escritor anónimo del siglo VI dice que es verdad, porque a odres nuevos corresponde vino nuevo (Mt 9, 17), el vino nuevo del Espíritu necesita odres, vasijas, recipientes nuevos. Sucede con el vino nuevo que al fermentar,  las paredes del odre se dilatan y no se rompe, de manera que si el Espíritu viene a nosotros, a un recipiente, a una vasija idéntica a lo que era ayer ¿Qué puede hacer? No puede permanecer porque no ha habido renovación interior.
Justamente el texto del evangelio del que hablo  dice que si echamos vino nuevo en un recipiente viejo, éste se rompe. También el hombre se rompe si sigue siendo un recipiente viejo y el vino de la gracia del Espíritu Santo no produce efecto alguno.
En Jerusalén hay judíos venidos de todas partes, los judíos llamados de la diáspora, ¿Y que están haciendo ahí? Celebrando la fiesta judía de Pentecostés. Ayer en la misa de la vigilia lo recordábamos  reflexionando acerca de la alianza realizada entre Dios y el pueblo de Israel en el Sinaí (Éx.19, 3-8ª.16-20b).
Hoy, día tan particular para los judíos y María Santísima con los apóstoles, todos escuchan en sus diversas lenguas las maravillas de Dios. Y así, los venidos de Judea, Capadocia, del Ponto, Asia menor, Panfilia o Egipto, entienden las maravillas de Dios, porque todos los que  esperan, buscan y quieren ver algo nuevo, estás dispuestos a recibir el don divino.
De allí, que la iglesia sea católica, universal, estando presente en todas las culturas y en la diversidad de lenguas, porque es el Espíritu el que une a todos. Al respecto, el papa Francisco hoy recordaba en Roma, que muchas veces en la iglesia hay grupos o personas que quieren hacer lo que quieren, yo pensaba en este momento en Alemania, entre otros, y decía el papa “esto no proviene del Espíritu”. Unidad que no es uniformidad, sino que es confesar todos la misma fe, tener el mismo credo, esperar la misma meta que no es la felicidad en este mundo, ya que hemos sido elevados a la vida sobrenatural por el bautismo y la caridad que conduce a vivir a fondo lo que el apóstol San Pablo recuerda  (1 Cor. 13), cuando habla precisamente de las características propias de la caridad y del amor.
Por eso aprovechemos este día para suplicar al Espíritu que venga a nosotros y que nos dejemos conducir por Él, por su acción, recordando que nadie puede decir Jesús es el Señor si no está impulsado por el Espíritu. (1 Cor. 12, 3).
Mientras tanto recordando la enseñanza del apóstol (1 Cor 12, 3b.7.12-13) acerca de la  diversidad de dones y de su común procedencia del Espíritu, descubramos qué don nos ha dado a cada uno, qué misión concreta dentro de la misión universal de la iglesia, y aboquémonos a ella para hacer presente en el mundo la persona de Jesús, el cual  otorga la paz que proviene de Él y concede el Espíritu Santo para la remisión de los pecados.
En definitiva se manifiesta el Espíritu para completar la obra del Señor que triunfó en la resurrección, se convierte en mediador entre Dios y nosotros, enviando el Espíritu para santificarnos, para destruir el pecado, reclamando un corazón bien dispuesto.
Para realizar esto, contamos siempre con la protección de la Madre de Jesús que hoy invocamos como Nuestra Señora del Cenáculo.

 
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Solemnidad de Pentecostés. 23 de mayo de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com






18 de mayo de 2021

Por su Ascensión, el Señor triunfa sobre el pecado y la muerte, y retorna junto al Padre para cuidarnos e interceder por nosotros.

  

Celebramos en este día la Ascensión del Señor. El libro de los Hechos de los Apóstoles (1, 1-11), describe cómo aconteció esto recordando que Jesús después de su resurrección fue confirmando a los discípulos con distintas apariciones, ayudándolos a profundizar todo lo que habían escuchado de Él a lo largo de su vida pública. De esta manera, después de recibir el Espíritu del Padre y del Hijo el día de Pentecostés, podrían, iluminados en su inteligencia y fortalecidos en su voluntad, comenzar con la misión encomendada, que consistía en dirigirse al mundo entonces conocido, proclamando el Evangelio, dando testimonio de Cristo resucitado y vuelto al Padre.  Jesús concluye su misión, por lo menos públicamente, a través de este misterio tan hermoso de la Ascensión del Señor, por el que  triunfando sobre el pecado y la muerte, retorna junto al Padre. 

Pero, ¿acaso desde toda la eternidad la divinidad del Hijo no está presente con el Padre y con el Espíritu? Así es, nunca dejó de estar en la eternidad divina, pero vuelve al Padre con la humanidad, ya no es el mismo Hijo de Dios que ha bajado a nosotros, sino que es Aquél que se hizo hombre en el seno de María y retorna ahora en esa humanidad rescatada del pecado y de la muerte. De esta manera la humanidad ya está presente en Dios, dando así cumplimiento anticipado de una promesa, aquella de la que tenemos certeza, la de que también nosotros estamos llamados a participar algún día en la vida de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es decir, Jesús ya nos asegura que en cuanto hombre está a la derecha del Padre, continuando  con su misión de  mediador entre Dios y los hombres, cumpliendo con la promesa de estar con el creyente hasta el fin de los tiempos. No se ha ido junto al Padre para desentenderse de nosotros, sigue presente en la oración, en la Eucaristía, en  la Iglesia. Fíjense ustedes en estos días que sufrimos la pandemia del covid, ¿Qué es lo que más anhela el creyente? La Eucaristía ¿Por qué? Quizá a lo mejor no se ha reflexionado lo suficiente, porque la Eucaristía no solamente es una realidad que nos une a Jesús en este mundo sino que es una promesa ¿Qué promesa? Que llegaremos algún día a la vida que no tiene fin, al banquete celestial, siempre y cuando hayamos sido fieles al Señor, convertidos del pecado. Es por eso que anhelamos y  buscamos la celebración de la misa, de la Eucaristía. Pero, a su vez, debemos reflexionar acerca de lo que acontece hoy.    

A mí me preocupa ver cómo en la gente, también en los creyentes, se ha llegado al pánico ante la posibilidad de la muerte física. Al respecto, me acordaba  de lo que me dijo una vez un profesional de la salud hace años, “mire padre, si la gente supiera lo fácil que es morir, incluso sin estar una persona realmente enferma, viviría aterrorizada” dándome a continuación muchísimos ejemplos. ………Es por eso que quien vive con espíritu de fe, no puede estar aterrorizado, tiene que cuidar su salud, es cierto, no tiene que ser temerario en sus acciones, pero no caer en esa obsesión de temor a la muerte que todos sabemos algún día llega, para unos antes, para otros después, pero nadie sabe ni el día ni la hora en que sucederá. En realidad la preocupación no tiene que ser sobre el hecho de que vamos a morir, sino si en ese momento estará cada uno en gracia de Dios o  si estará en pecado.  Reflexionar sobre esta realidad del fin último del hombre que es vivir en Dios, y que es necesario permanecer en amistad con Él mientras vivimos en este mundo  puede ayudar a que recapacitemos y vivamos siempre convertidos. Hemos de luchar cada día, rechazando las tentaciones para vivir en amistad con Dios, y esto, porque somos ciudadanos del Cielo, caminamos hacia la Vida Eterna, desde el exilio en este mundo…...
En este sentido la Ascensión del Señor conduce a mirar con alegría la meta que nos espera, si somos dignos, de manera que la preocupación no ha de ser la muerte, sino más bien cómo llegar a la vida que no tiene fin en amistad con Dios, a través de las obras buenas, por medio de las relaciones cordiales y de caridad con el prójimo como lo señala San Pablo (Ef. 4,1-13) “los exhorto a comportarse de una manera digna a la vocación que han recibido” ¿Cuál es la vocación que hemos recibido? La de ser hijos adoptivos de Dios, llamados a la Vida Eterna.  Por lo tanto, si somos hijos adoptivos de Dios por el bautismo y caminamos hacia la Vida Eterna, esa debe ser la clave de la vida cotidiana. Es cierto que somos débiles, pecadores y reincidentes haciendo lo malo, pero el Señor que conoce esa fragilidad humana, ha dejado justamente el gran sacramento de la confesión para poder  revivir en nosotros la gracia de lo alto.
Cuando Jesús en el Evangelio enseña que perdonemos a los demás setenta veces siete, es porque Él ya lo vive. Cristo nos perdona setenta veces siete, siempre, por medio del sacramento de la confesión y, si estamos realmente arrepentidos y ponemos lo mejor de nosotros mismos para vivir en esta amistad con el Señor, estamos llamados a formar un solo cuerpo que es la iglesia.  Y en esta iglesia, cada uno tiene una misión para vivir, de modo  que el Cuerpo Místico del Señor que es la iglesia, se edifique cada vez más en la perfección. Cristo mientras vuelve al Padre nos dice “yo no los dejaré solos, estaré siempre con ustedes” y, habitará con nosotros en la misión de evangelizar, cuando llevemos  el mensaje de salvación que recibimos.
Queridos hermanos: vayamos con confianza al encuentro del Señor, busquemos cada vez más la amistad con Él, para que nos muestre no solamente la grandeza de vivir con Él en este mundo, sino lo que implica la meta que nos ha prometido. Esto permitirá que seamos profundamente felices en el Cristo resucitado. Por el contrario, el que no cree en la vida eterna y piensa que después de la muerte sólo está la nada, se transforma en una pasión inútil, pierde el sentido de su existencia en este mundo, piensa que nadie lo ama al no creer en Dios y no posee la esperanza sobrenatural a la vida con Dios.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el  Domingo de la Ascensión del Señor. Ciclo “B”. 16 de mayo de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com





10 de mayo de 2021

“No hay amor más grande que dar la vida por los amigos, yo ya no los llamo servidores sino amigos”

 

Los textos bíblicos de este domingo  realizan una invitación muy especial, y es la de tratar de entrar en el misterio de Dios que es amor. Lo cual no es fácil entenderlo, porque muchas veces tenemos concepciones diferentes acerca de lo que es el amor, confundiendo  amor con egoísmo o con la sola búsqueda de lo pasajero, de lo que hace feliz a cada persona y no aquello que realmente aquieta el espíritu otorgando  el equilibrio interior que solo puede dar Dios. Así como en la Trinidad Santa existe ese orden de comunión entre el Padre y el Hijo por medio del Espíritu Santo, es voluntad divina transmitirnos ese orden interior por medio de  su amor que se derrama en nosotros por medio de su Hijo hecho hombre, Jesucristo.
Precisamente el misterio de la salvación humana consiste en que Dios quiso que su Hijo, haciéndose hombre en el seno de la Virgen, diera a conocer el amor divino para con la humanidad. Y así, el amor del Padre pasando por el Hijo llega hasta nosotros, en el Espíritu Santo, por el cual se nos exhorta a  amar a Dios como Él nos amó  y amarnos los unos a los otros a ejemplo del que entregó su vida por sus amigos.
Este amor con Dios nos dice el libro de los Hechos de los Apóstoles (10, 25-26.34-36.43-48) que acabamos de proclamar, hace que Dios no haga acepción de personas. Fíjense ustedes lo que dice el texto “Pedro agregó, verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas y que en cualquier nación, todo el que lo teme y practica la justicia es agradable a Él”. Dios no hace diferencia con nadie, pero dice el texto que aquel que practica la justicia, el que lo teme, refiriéndose al temor reverencial de hijo adoptivo que teme ofender a Dios, es agradable a Él, y Dios al no hacer acepción de personas nos eligió, o sea, no hemos elegido a Dios sino que Dios nos eligió y amó primero.  Si podemos amar a Dios y entrar en su misterio divino es porque Dios nos amó primero y porque respondimos a ese amor a través de la fe.     No todo el mundo responde al amor de Dios, quizá lo siente, quizá le parece que se da, pero su inteligencia lo vive rechazando, por eso dice el mismo texto que el que no conoce a Dios no puede amar a Dios. Porque el conocimiento de la verdad nos lleva al amor del bien que es Dios. Justamente con nuestra inteligencia y con nuestra voluntad estamos inclinados a conocer la verdad y amar el bien, porque fuimos creados a imagen y semejanza del Creador. De allí que conociéndolo a Dios en el amor con que nos prefiere, podemos a su vez, amarle.                  Y ¿Cómo es ese amor? Nos dice Jesús en el Evangelio (Jn. 15, 9-17), “no hay amor más grande que dar la vida por los amigos, yo ya no los llamo servidores sino amigos” Y ¿Quiénes son los verdaderos amigos del Señor? Ciertamente los santos que respondieron al amor recibido. En efecto, en el decurso del tiempo, siguiendo la historia de la Iglesia, muchísimos varones y mujeres entregaron su vida, por ejemplo a través del martirio, prefiriendo morir antes que traicionar el amor divino. Ellos eran realmente amigos del Señor. Ciertamente en esta muchedumbre de mártires o de santos, está también presente María Santísima, la madre de Jesús y madre nuestra. Ella amó a Jesús con un amor maternal, pero supo comunicarnos a nosotros la necesidad de buscar la amistad con su Hijo, sintiéndonos elegidos por el Padre y por el Hijo. Si queremos entrar en esa alegría también, en ese gozo que nos ofrece Cristo resucitado, hemos de permanecer en el Señor.
Justamente dice Jesús en el Evangelio, “les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes y ese gozo sea perfecto”. Significa esto que Jesús es profundamente feliz y vive con gozo su estado de resucitado porque vive en unión con el Padre y en la medida en que el ser humano vive en unión también con Jesús que nos conduce al Padre es profundamente feliz. Esa felicidad no pasa por lo efímero, por lo pasajero, sino por aquello que es más profundo en el corazón humano. Aunque el ser humano lo negara o no quisiera, no puede dejar de orientarse a Dios, por eso la religión, el culto, viene a ser como el cordón umbilical que nos une a Dios, y así como si un hijo negara a su madre o a su padre no por ello dejaría de ser hijo de ellos, también el creyente aunque niegue a Dios no puede dejar de ser hijo suyo, elegido, y haber recibido la salvación por la muerte en la cruz de Jesucristo.
Hemos sido llamados a dar mucho fruto por la vivencia de los mandamientos. Es importante recordar esta enseñanza, sobre todo hoy que la vivencia de los mandamientos está muy devaluada, donde cada uno hace lo que quiere o pretende tener una libertad tal que lo lleva a dejar de lado los mandamientos. Jesús dice “el que me ama cumple los mandamientos” que no es únicamente exterior, sino que es encarnar en la vida personal y diaria el amor del Padre para con nosotros que llega a través del Hijo hecho hombre.
En estos mandamientos están los que nos relacionan con Dios y con nuestros hermanos, “como yo los he amado ámense los unos a los otros”. Cristo nos sirvió y así manifestó su amor, Cristo se entregó totalmente, si bien nosotros somos limitados, ciertamente, siempre podemos hacer algo para manifestar el amor de Dios a los otros. Pidamos esta gracia a Dios para que nos ayude a vivir santamente. Imploremos a María Santísima, especialmente en este día que celebramos a Nuestra Señora de  los Milagros en el prodigio del sudor milagroso del año 1663 cuando sudó su pintura concediendo numerosas curaciones a no pocos feligreses de la Santa Fe de antaño.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el  Domingo VI  de Pascua. Ciclo “B”. 09 de mayo de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com





4 de mayo de 2021

“Si damos frutos de verdad, justicia y caridad, el Señor nos poda para que demos en abundancia y crezcamos cada vez más fortalecidos”

 

Hay muchos vocablos que designan el misterio de la Iglesia, el mas común que utilizamos es “Iglesia” o también “pueblo de Dios”, pero también está éste otro término: la “Viña del Señor”. Precisamente en el Antiguo Testamento el pueblo de Israel era denominado también como viña del Señor. En el Nuevo Testamento, Cristo es la cabeza  de la viña del Señor o Iglesia y nosotros miembros de ese cuerpo por el sacramento del bautismo.
Esta realidad  le da sentido a lo que dice Jesús en el texto del Evangelio (Jn. 15, 1-8) cuando refiere a la necesidad de permanecer unidos a Él para tener vida y dar fruto. A su vez Jesús afirma que como nosotros permanecemos en Él, Él permanece en nosotros.
Hoy decía el papa Francisco justamente que es tal la unión entre los sarmientos y el tronco de la vid que mutuamente nos necesitamos, porque el sarmiento separado del tronco ya no tiene vida, se seca y muere. Pero, a su vez, si existiera nada más que el tronco de la vid sin sarmiento, sin ramas, tampoco habría fruto.
Pero obviamente quienes más necesitamos de la presencia de la otra parte somos nosotros, de allí que Jesús afirme “sin mi nada pueden hacer”. Esta declaración es un golpe muy fuerte ante la autosuficiencia del hombre que cree que puede hacer todo sin Cristo. No solamente los que no tienen fe piensan que son omnipotentes, sino que también muchas veces dentro de la misma iglesia, no pocos bautizados piensan que pueden hacer lo que quieren sin estar unidos a Jesús, que es la vid, que es el tronco que alimenta a esas ramas para que den fruto. De hecho, cuánta experiencia tenemos respecto a que la autosuficiencia del hombre es incapaz de vencer tantas dificultades en la vida cotidiana, en todos los ámbitos, no solamente ante una enfermedad, una pandemia, sino también en el orden económico, político, social. Concluimos así en que cuando el ser humano quiere independizarse de Dios, no puede avanzar fructuosamente durante mucho tiempo. Por eso, que partiendo de esta unión necesaria con Cristo nuestro Señor, debemos buscarla.
¿Y quién es el viñador? Es el Padre, que corta o poda según el caso. Corta lo que no sirve, lo que no da fruto, que es lo que hacemos tantas veces nosotros, cortar y tirar lo que no fructifica o porque se trata de plantas que se van en vicio, como decimos nosotros, y entonces no las queremos. En el evangelio tenemos el caso de la higuera estéril que es eliminada. Es decir, si no damos frutos, somos apartados precisamente de la vid. pero si damos frutos somos podados.
Yo me acuerdo una frase muy antigua que se la escuché decir, a Monseñor  Tortolo, que fue arzobispo de Paraná; más de cuarenta años atrás, el cual hablaba de la “poda milagrosa en la iglesia”.         Es decir, que la Iglesia es podada cuando da frutos para que siga dándolos más en abundancia, pero también eran desechados no pocos sarmientos cuando quedaba en evidencia su inutilidad. De hecho, no pocos bautizados  contrarios a la Iglesia institución, decidían alejarse del cuerpo de bautizados, situación que no siempre acontece hoy, ya que muchos enemigos de la Iglesia la siguen atacando desde dentro y no deciden retirarse porque quieren “cambiar” la Iglesia desde dentro haciéndola mundana totalmente.
Si damos frutos de verdad, justicia y caridad  el Señor nos poda para que demos fruto, y al ser podados por la purificación sobre todo, tenemos la oportunidad de crecer, de salir fortificados y comenzar una nueva vida. De allí que es bueno prepararnos pensando de qué lado puede venir la poda en cada uno de nosotros por parte del Padre, no tanto como castigo, como represalia como a veces se piensa que actúa Dios, sino como una manera de purificación para que demos fruto abundante.
En la primera oración de esta misa pedíamos a Dios, “míranos siempre con amor de Padre” aspirando así a ser mirados con esta mirada  cariñosa, cargada de afecto,  por  parte del Creador.
Así como  un buen padre, más de una vez le da un chirlo al chico para enderezarlo, o si una planta crece torcida, le colocamos un tutor para que crezca como corresponde, lo mismo pasa en la vida espiritual con nuestra relación con Dios, por eso hemos de pedirle que nos acompañe y enderece para permanecer unidos a Jesús.  Fíjense lo que nos dice el libro de los Hechos de los Apóstoles (cap 9, 26-31): Saulo llega a Jerusalén, para encontrarse con los discípulos y la gente desconfía de él porque había sido perseguidor de los cristianos.  Se preguntarían quizás ¿No será este un espía que se mete entre nosotros para ver a quién destruir? Y he aquí que Bernabé sale en defensa de él, explicando que Jesús lo ha transformado.
Pues bien, Saulo estaba separado de la vid que es Cristo, pero una vez que Dios lo llamó se entregó totalmente a su causa. Esto nos hace ver cómo nadie está perdido en este mundo, de modo que el que se alejó de la vid verdadera tiene la oportunidad de regresar. El Señor lo llamó y, Saulo  le respondió y se transforma en un evangelizador de primera dentro de los gentiles, es decir los que provenían del paganismo, por eso es importante dar frutos abundantes.   
¿Y qué fruto tenemos que dar? Creer en Jesús que es el Hijo de Dios vivo, pero que no sea una fe así en el aire, sino una fe concreta por la cual nos adherimos a Jesús y realizamos obras de bondad. Justamente San Juan en la segunda lectura (1 Jn. 3, 18-24)  nos dice que el mandamiento de Dios es que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos los unos a los otros como Él nos ordenó, y además que quien cumple sus mandamientos permanece en Dios y Dios permanece en Él. O sea que el que cumple los mandamientos permanece en Cristo y Cristo permanece en esa persona que busca hacer la voluntad del Padre y Él permanece en nosotros por el Espíritu Santo que nos ha dado.
Más aun, el apóstol San Juan en este texto asegura que Dios escucha nuestra oración si vivimos agrandándole a Él, y en el texto del Evangelio Jesús dice: “pidan lo que quieran y lo tendrán si ustedes permanecen en mi”. A veces el ser humano se acuerda de Dios en los momentos de peligro, pero  cuando cesan, vuelve a lo de antes, siendo que lo verdadero es la fidelidad a Jesús que se ha de cuidar.
Y si acaso oramos y pareciera que Dios no nos escucha seguramente nos está respondiendo de otra manera, puede ser por la poda, para que salgamos fortalecidos y demos fruto en abundancia.
Hermanos, busquemos siempre esta unión con Cristo, no hay nada que sea tan importante en la vida como permanecer en el amor del Señor, qué hermoso poder nutrirnos de Jesús por su gracia, ese don divino que nos hace más semejantes a Dios  y, también por  la misma Eucaristía por la que nosotros formamos parte del mismo Señor.
Invoquemos a san José en este año dedicado a él, que siempre permaneció unido al Hijo de Dios, pidámosle  a la Virgen María para que nos enseñen el camino de estar siempre con el Redentor.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 5to  domingo de PASCUA. Ciclo “B”. 02 de mayo de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com