26 de diciembre de 2021

Contemplemos a la Sagrada Familia de Nazaret para encontrarnos reflejados en ella y vivir cada día en santidad y ejemplo para los demás.

Ayer la liturgia presentaba este hermoso momento del nacimiento de Jesús. Hoy nos lleva, como de la mano, a contemplar a la Sagrada Familia: a Jesús, María y José, presentada como una familia ejemplar, de la cual hemos de buscar nosotros siempre imitar sus virtudes, todo lo que ella vivía. Por eso vayamos contemplando el contenido de lo que significa la Sagrada Familia y cómo debemos nosotros encontrarnos reflejados en ella para vivir cada día.
Comencemos con el primer texto que la Liturgia nos ofrece hoy, el primer libro de Samuel (1,20-22.24-28). Un levita, Elcaná, que practicaba la poligamia tenía como esposa a Ana, la cual era estéril, y su segunda esposa Penina que sí tenía hijos y humillaba permanentemente a Ana a causa de su esterilidad. Ana entonces pide a Dios el don de la vida, el don de un hijo, y le dice que de concedérsele un hijo, ella se lo entregaría, llevándolo al Templo de Silo para que se forme para su futura función sacerdotal.

Y Ana queda embarazada. Cuando nace el hijo, el padre quiere llevarlo a ofrecerlo a Dios al templo. La madre decide esperar un tiempo hasta que deje de mamar para ser ofrecido. Y así, a su tiempo, fue llevado el niño al templo de Silo, y puesto al servicio del sacerdote Elí, agradeciendo Ana a Dios por el don del hijo. En el capítulo dos se destaca el cántico de Ana, que anticipa el Magníficat cantado por María Santísima
Ahora bien,  ¿qué nos deja como enseñanza este relato del Antiguo Testamento? La importancia que tiene el poder de la oración. Cuando parecía que todo estaba perdido, Ana recurre a Dios, y Dios escucha la humildad y la sencillez de esta mujer. A su vez, otro ejemplo hermoso que nos deja es el  de una madre que entrega a su hijo Samuel a Dios: “Era este niño lo que yo suplicaba al Señor, y él me concedió lo que pedía. Ahora yo, a mi vez, se lo cedo a él: para toda su vida queda cedido al Señor”. Samuel después será juez, en la época que no había monarcas en Israel, será sacerdote y  profeta, y será aquel que ungirá como futuro rey de Israel a David. De modo que vemos cómo la entrega de esta madre tiene sus frutos, se despoja de alguien tan preciado como su hijo y Dios la premia en abundancia,  porque Ana después tendrá tres hijos varones y dos hijas mujeres más.

Pero vayamos al texto del Evangelio (Lc. 2, 41-52). María y José iban a Jerusalén todos los años en la fiesta de Pascua. Jesús tiene doce años y lo llevan con ellos quedándose extraviado en Jerusalén al terminar la fiesta  Lo buscan entre los parientes, no lo encuentran, vuelven a Jerusalén y está allí con los doctores de la ley.
¿Qué enseñanza nos deja este texto? Por un lado Jesús dice: “¿No saben que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?” Cuando un hijo es preparado para entregarse a Dios, Nuestro Señor, para reconocer la paternidad divina en todo momento, sabe que lo más importante es su relación con Dios. ¡Qué hermosa enseñanza! Si  los hijos de cada familia se relacionan con Dios y buscan agradarle en todo, siguiendo el ejemplo de sus padres, ¡qué diferente sería la vida familiar! En definitiva, esto permite que crezcamos como hijos adoptivos de Dios por el bautismo, marcando de modo especial nuestra vida.

De hecho san Juan (I Jn. 3,1-2.21-24) recuerda que somos hijos de Dios, y que hemos de vivir como tales, para algún día contemplar su rostro. Pero esa filiación divina no solamente nos conecta con el Padre del Cielo, sino también permite reconocer a los demás como hermanos, para entregarnos permanentemente.
En el texto del Evangelio, además, María Santísima le dice a Jesús: “tu padre y yo te buscábamos angustiados” El Papa Francisco, en el Ángelus de hoy, tiene una hermosa relación de esto con lo que ha de ser la vida familiar de cada uno de nosotros. Dice el Papa: María dice: “tu padre y yo”, habla del tú, no comienza a hablar de sí misma, y esto nos enseña que en la vida familiar, cada uno, padre, madre e hijo, debe mirar primero al tú, a la presencia del otro, no ser autorreferencial, no estar siempre pensando en uno mismo, pensando en lo que  los demás me deben a mí, o qué es lo que otros deben hacer por mí.

Y el Papa ponía un ejemplo muy común hoy en día: Cuando la familia está reunida en la mesa, es bastante común que cada uno esté con su celular atendiendo sus cosas. Imagen triste de lo que es la primacía del yo por encima del tú, porque mientras cada uno se encierra en su soledad, contemplándose en el celular, en la comunicación, en el WhatsApp, o lo que sea, prescinde de lo más hermoso que debe reinar en una familia, que es la unidad, el compartir, el escuchar al otro, el ver cómo salgo de mi mismo, para yo poder brindarme a la otra persona y así podríamos poner muchos ejemplos.

O sea, que cada uno dentro de la familia, mirando la vocación que tiene, como padre, como madre, como esposo, como esposa, como hijo o hija, vea si realmente está teniendo en primer lugar presente a Dios, Nuestro Señor, si buscamos el bien de los demás o solamente busco el mío y si me doy cuenta que tal como yo viva en este mundo, me estoy preparando para llegar algún día al hogar del Cielo.

La Sagrada Familia, nos enseña cómo superar los obstáculos. No pensemos que estuvo exenta de problemas. La Sagrada Familia tuvo que huir a Egipto, porque Herodes quería matar al niño, y en Egipto José se la tuvo que arreglar para encontrar trabajo, porque era un desconocido, y ver cómo  mantener a María y a Jesús y a él mismo. Vemos cómo la Sagrada Familia ha sufrido también lo que sufre cualquier familia en este mundo, pero nunca perdieron de vista su relación con el Padre del Cielo, que es Padre de todos, y que cuida a cada uno y a cada familia. Pidámosle al Señor que nos muestre realmente la grandeza de la Sagrada Familia para poder imitarla en nuestra vida cotidiana.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco emérito de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret, ciclo “C”. 26  de diciembre de 2021. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-



25 de diciembre de 2021

“Hoy ha nacido el Salvador: el Mesías , el Señor. Recibámoslo en nuestros corazones para que Él renueve con su presencia la vida de cada uno.

Los textos bíblicos de esta Misa de Nochebuena refieren al cambio de la vida del ser humano que pasa de las tinieblas a la luz, de la tristeza a la alegría, de la existencia en un mundo sin esperanza al encuentro con el Salvador. Precisamente el  profeta Isaías (Is. 9, 1-6) afirma que “el pueblo que caminaba en tinieblas en sombra de muerte, recibió una gran luz”.
El profeta se está refiriendo al pueblo de Israel que se siente sin rumbo, porque los asirios han invadido Galilea en el siglo VIII antes de Cristo, y se aprestan a conquistar la Judea y Jerusalén, por lo que cunde la desesperación en todos, y se sienten abandonados de Dios.
Pero la intervención divina conduce a que los invasores regresen a sus dominios, haciéndose  presente la alegría de la salvación, y así, “el yugo que pesaba sobre él, la barra sobre su espalda y el palo de su carcelero, todo eso lo has destrozado”
Pero Isaías, más allá de ese hecho histórico concreto, mira hacia el futuro y anuncia la venida de un Niño, de un Salvador, porque el pueblo de Israel de alguna manera siempre caminaba en tinieblas, cuando caía en el pecado, cuando no era fiel a su Dios; ese niño lleva sobre sí la soberanía, y se llamará “Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la paz” concediendo una paz sin fin a David y su descendencia, sosteniéndolo por el derecho y la justicia.
También en el mundo de hoy, los hombres caminamos en sombras de muerte, en tinieblas. Cuántos corazones agobiados en estos momentos de la historia humana, no solamente en el mundo, sino también en nuestra Patria: la enfermedad, la angustia, la falta de trabajo, el dinero que no alcanza para sostener a las familias, enfermedades de todo tipo, angustia frente al futuro. Tantos corazones agobiados por la soledad en este día, en esta noche, en este momento.
Cuántas personas que han perdido la fe y por lo tanto caminan en tinieblas. Cuántos toman la fiesta de Navidad para celebrar otra cosa. Cuánta confusión incluso cunde muchas veces dentro de la misma Iglesia, donde el creyente no sabe para dónde ir, a quién escuchar. De manera que hoy también, en nuestros días, podríamos decir que avanzamos en tinieblas o en sombras de muerte, con temor.
Y el anuncio de esta noche es “Les ha nacido un Niño”. Él vino a disipar el temor, viene a confirmar nuestra esperanza, a asegurarnos que quien se entrega a Él, le abre su corazón, lo deja permanecer en su vida, podrá encontrar respuesta a sus grandes interrogantes, ante tantos problemas.
El apóstol San Pablo (Tito 2, 11-14), a su vez, afirma:  “La gracia de Dios, que es fuente de salvación para todos los hombres, se ha manifestado”, la cual “enseña a rechazar la impiedad y las concupiscencias del mundo, para vivir en la vida presente con sobriedad, justicia y piedad” y estar preparados  para la manifestación del Señor y  alcanzar el fin último del hombre.
 En el texto del Evangelio (Lc. 2, 1-14) el Ángel del Señor  se aparece a los pastores envolviéndolos con la luz de la gloria divina  y les exhorta a no temer porque es portador de una buena noticia, de una gran alegría para todo el pueblo porque ha nacido el Salvador prometido. Una noticia muy simple, el nacimiento de un Niño, pero que no es cualquier niño, es el Hijo de Dios hecho hombre, es el regalo hermoso que nos ha traído María Santísima en esta noche Santa. Nos ha entregado al Hijo de Dios, que ha entrado en la historia humana para sanearla interiormente y que quiere unirse al corazón de cada persona  para  transformarla interiormente.
Para recibir a Cristo hecho Niño también  debemos  hacernos nosotros como niños, sencillos, porque Dios es simple, los complicados somos nosotros, los seres humanos, pero Dios es simple, tan simple que viene a nosotros revistiendo la carne de un niño que es todo un signo, es todo un símbolo, la presencia de la vida divina en la vida humana.
En esta noche Santa entonces, escuchemos el anuncio: “les ha nacido un Mesías, un Salvador”. Nosotros los seres humanos ¡cuántas veces esperamos un mesías en este mundo!. Que aparezca alguien que solucione los problemas, que aparezca alguien que nos pueda sacar de tanta angustia. ¡Cuántas veces ponemos nuestra esperanza en el ser humano!, en técnicas, en nuevas maneras religiosas que pretenden encontrarse con Dios, pero que en realidad nos alejan más de Dios. Y Dios se presenta en la carne de un Niño.
 A pesar de que el ser humano se obstina en eliminar la vida del niño, el Niño ha nacido y está presente entre nosotros, porque viene a salvarnos. ¿Creemos realmente que Jesús viene a salvarnos, ya desde el primer momento de su nacimiento? ¿Creemos que nos puede sacar de la chatura espiritual que muchas veces hay en nosotros? ¿Creemos que viene a traernos la paz, la luz, que ilumina nuestro interior, la verdad que nos hace libres?
¿Creemos en que el niño viene a transformar la historia humana, de cada uno de nosotros? Por supuesto que no va hacer esto por arte de magia, sino que es necesario que el ser humano colabore, se entregue al camino nuevo que ofrece el Salvador, para comenzar una existencia nueva.
Detengámonos en estos días en la contemplación del Niño recién nacido y pidámosle que nos dé corazón de niños, de sencillez, de bondad, de asombro para buscar siempre lo que el Salvador viene a traernos. Él es el Emmanuel, el Dios con nosotros, aclamémoslo entonces con todo corazón y todo nuestro espíritu.


Padre Ricardo B. Mazza. Párroco emérito de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el día de Navidad. 24 de diciembre  de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.




21 de diciembre de 2021

En virtud de la voluntad divina quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre.

 Hemos escuchado al profeta Miqueas (5, 1-4ª) anunciando que un pueblo muy pequeño, Belén, ha sido elegido para que sea el lugar del nacimiento del Salvador esperado durante tanto tiempo por el pueblo elegido.

Dios ha elegido la pequeñez de un poblado para que nazca Aquél que siendo grande se hizo pequeño en la humildad de la carne humana, y que reinará en el resto de Israel, o sea, los que han sido fieles, y en todos aquellos que lo reconozcan como Mesías y se entreguen a su salvación.
Y así el profeta Miqueas afirma “Él se mantendrá de pie y los apacentará con la fuerza del Señor, con la majestad del nombre del Señor, su Dios”, dando esperanza a todos los que por su pecado estaban separados de Él.
Más aún, si quedara alguna duda prosigue: “Ellos habitarán tranquilos, porque Él será grande hasta los confines de la tierra. ¡Y Él mismo será la paz!”
El autor de la carta a los Hebreos (10,5-10) por su parte, afirma que al entrar Jesús en este mundo dijo refiriéndose al Padre “Tú no has querido sacrificio ni oblación; en cambio, me has dado un cuerpo”, dejando en claro ya desde el comienzo de su presencia entre nosotros, que por el sacrificio sufrido en la cruz y resurrección posterior, restablecerá la amistad perdida entre Dios y el hombre.
Confirma esto, a su vez, afirmando:”Aquí estoy, yo vengo para hacer tu voluntad”, ya que Dios no ha olvidado al hombre en su estado de postración, sino que manifiesta siempre que busca su grandeza y rescate de sus miserias, por medio de su infinita bondad y misericordia.
Continúa el texto diciendo “Así declara abolido el primer régimen para establecer el segundo .Y en virtud de esta voluntad quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre”.
¿Qué significa la abolición del primer régimen y el establecimiento del segundo?
La respuesta la encontramos en el texto del evangelio (Lc. 1, 39-45) que narra la Visitación de María a su prima Isabel, embarazada de quien sería el precursor.
El encuentro entre ambas mujeres suscita que el niño en el vientre de Isabel salte de alegría ante la presencia de María y su Hijo. Precisamente Isabel y Juan representan el primer régimen o el Antiguo Testamento, mientras que María y Jesús hacen presente el nuevo régimen de salvación por la acción de la gracia.
De hecho, Juan Bautista en su misión de Precursor dirá que es necesario que él disminuya para que crezca el Mesías en medio de su pueblo.
Estamos, pues, ante la presencia de lo antiguo y de lo nuevo, Isabel y María, Juan Bautista el último de los profetas y el Salvador de los hombres que se anuncia para nacer entre nosotros.
A su vez, el texto bíblico señala que Isabel queda santificada de un modo especial, llamada “llena del Espíritu Santo exclamó”, es decir, plena del Espíritu dice de María “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!”,y ciertamente es bendita de modo sumo por ser la Madre del Salvador.
A su vez, Isabel reconoce su pequeñez exclamando “¿Quién soy yo, para que la Madre de mi Señor venga a visitarme?”, dejando ver una vez más la generosidad en el servicio por la que la Virgen Santa visita a su parienta para ayudarla y anunciarle la primera, el cumplimiento de las promesas mesiánicas.
Ciertamente, esta actitud de servicio la observamos también en Jesús, el cual en su vida mortal se acercaba siempre a los que lo necesitaban para brindarles compasión, misericordia, augurando siempre abundantes gracias. Y todo esto porque Dios siempre eleva a quien se humilla y lo busca para presentarle sus necesidades y encontrar así el camino de la salvación, mientras derriba a quien sólo se apoya en su soberbia y autosuficiencia.
Por otra parte, el texto bíblico exalta la fe de María que se había manifestado ya en la Anunciación cuando expresara ser la servidora del Señor ofreciéndose para que se hiciera en Ella la voluntad divina, la de ser Madre del Mesías.
Por medio de la Visitación quiere entregar a cada uno el fruto del designio divino de manera que cada uno pueda saltar de gozo ante el cumplimiento de las profecías que referían al nacimiento del Emanuel, Dios con nosotros.
Hermanos: preparémonos para recibir a Jesús, que Él se haga presente en la vida de cada uno y de cada familia, para recibir con gozo el mensaje de la Vida divina que se nos ofrece y entrega a los corazones bien dispuestos.
El Señor en nuestra Paz que viene a aquietar los corazones, para que nadie se sienta abandonado de la presencia divina.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo IV° de Adviento, ciclo “C”. 19 de diciembre  de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.


14 de diciembre de 2021

Dice Juan Bautista que viene detrás de él uno que es más poderoso y que “Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego”.

 

Estamos ya en el tercer domingo de Adviento, llamado también Gaudete, que significa alégrense, porque precisamente quiere dejar en nuestro corazón la alegría que significa la primera venida de Jesús.
Ya cercanos a la Navidad, la liturgia quiere motivar nuestro corazón para colmarnos de esa alegría propia de los que esperan la salvación.
El profeta Sofonías (3, 14-18ª) exclama “¡Grita de alegría, hija de Sión!....El Rey de Israel, el Señor, está en medio de ti: ya no temerás ningún mal”. Es un anuncio de la verdadera alegría, que no proviene de la frivolidad o del empacho de la sociedad de consumo, sino del encuentro con el Dios vivo que se hace presente en la historia humana para sanearla totalmente, toda vez que se abra el corazón de cada uno  a la salvación que se nos promete y otorga.
A su vez, san Pablo (Fil. 4, 4-7) recuerda: “Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir: alégrense. Que la bondad de ustedes sea conocida por todos los demás” y que produzca la verdadera alegría, porque permite participar de la bondad divina que se comunica.
“El Señor está cerca. No se angustien por nada” recomendación ésta que nos llena de confianza, ya que muchas veces el corazón humano observando lo que acontece a su alrededor se siente abrumado por la angustia ante un futuro incierto que presagia sólo desolación.
De allí la actualidad de la recomendación paulina de recurrir a la oración y a la súplica ante cualquier circunstancia negativa, acompañadas de acción de gracias para presentar a Dios nuestras peticiones más urgentes.
En el texto del evangelio (Lc, 3, 2b-3.10-18) nos encontramos de nuevo con la persona de Juan el Bautista, al cual Dios dirige su palabra ya es el precursor que prepara el camino a la llegada del Mesías.
Y Juan Bautista ha de “recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados”, y anunciando que detrás de él “viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno  de desatar la correa de sus sandalias”, que “Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego”, es decir en el Espíritu de la santificación y el fuego de la purificación.
Ante esta llamada de conversión la gente pregunta qué debemos hacer,   pregunta que también conviene nos hagamos nosotros para conocer el verdadero espíritu que debe animar el encuentro con Él.
Juan responde aconsejando una actitud que involucra a todos, la de saber compartir con los demás aquello que poseemos,  manifestando así nuestra cercanía ante las necesidades de los demás.
Pero seguidamente, por medio de los consejos que da a los publicanos y a los soldados, exhorta a acciones que pongan de manifiesto nuestra conversión, partiendo de nuestra misma realidad como personas.
A los recaudadores de impuestos les dirá que cobren la tasa exigida por el imperio sin buscar ganancias personales que los hacía actuar exigiendo hasta el doble de lo que correspondía, y a los soldados no usar el soborno o el “apriete” a las personas para lucrar y que deben contentarse con su paga.
Y así, hemos de considerar cada uno de nosotros lo que nos pide Dios, obrando siempre el bien de acuerdo a la vocación recibida y asumida.
De ese modo, por ejemplo, a los sacerdotes nos pide el Señor proclamar siempre la verdad y exhortar a todos a la realización del bien, iluminando con la Palabra de Dios y las enseñanzas de la Iglesia, dejando de lado toda pretensión de imponer los criterios personales que no pocas veces no corresponden a la verdad del evangelio.
Al que se dedica a la salud de los demás se les dirá que respete la dignidad de la persona, que no  atente la vida por el aborto o la eutanasia y que en todos se perciba el rostro del Cristo sufriente.
Al que se dedica a las leyes y al mundo de la justicia se le interpela para que siempre esté por encima de todo la misma ley divina.
A quien se dedica al mundo de la economía, entender que debe estar al servicio de la persona y no a utilizarla para el propio bienestar.
Quien se involucra en política, tener bien en claro que la meta ha de ser el bien común, y no utilizar esto para enriquecerse.
Y así, cada uno en su lugar y deber de estado, familia o matrimonio, ha de examinar qué es lo que le pide Dios para ser mejor y ser digno para recibir el regalo del Dios con nosotros.
Aprovechar el tiempo de Adviento para examinar nuestra condición de vida actual, ama de casa, profesional, como hijo o hermano, y caer en la cuenta qué camino debe recorrer el espíritu de conversión.
Si realmente encontramos la senda correcta y comenzamos a vivirla, nos colmará la alegría verdadera que viene de Dios como promesa y cumplimiento de su voluntad, acercándonos así al Salvador que viene.
Queridos hermanos: que la Virgen de Guadalupe, cuya fiesta se recuerda cada doce de diciembre, nos acompañe y proteja de modo que con su protección nos animemos a vivir como hijos del Padre.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el tercer domingo de Adviento, ciclo “C”. 12  de diciembre  de 2021. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-







9 de diciembre de 2021

Al igual que María Santísima seamos dóciles a la Palabra de Dios expresando que queremos ser siempre servidores del Salvador.

 El 8 de diciembre de 1854, el papa Pío IX  nos deja este regalo con la definición dogmática de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. No sólo tiene en cuenta la Tradición de la Iglesia sobre esta verdad de fe, sino que consultando al episcopado de entonces, recibe respuesta favorable a  proceder con esta definición dogmática.

De manera que desde ese día queda firme la verdad ya vivida  por la fe del pueblo, que María Santísima fue engendrada sin la mancha del pecado original.

¿Y por qué esta definición dogmática es tan importante? Vayamos a los textos bíblicos que presenta la liturgia del día para obtener una respuesta que ilumine nuestra inteligencia y fortalezca el corazón sobre lo que ha acontecido en la historia humana.
El apóstol san Pablo escribiendo a los efesios y también a nosotros (1, 3-6.11-12), afirma que el Padre nos ha “bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en Él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia por el amor”.
¡Qué hermosa afirmación ésta de haber sido elegidos los seres humanos de todos los tiempos para ser santos e irreprochables!

Más aún: “Él nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad…..en Él hemos sido constituidos herederos y destinados de antemano para ser alabanza de su gloria, según el previo designio….conforme a su voluntad”

O sea, fuimos elegidos para ser santos y herederos de la gloria del Padre, no por nuestros méritos sino  por pura gracia divina.
Pero he aquí que este designio divino es herido por el pecado del hombre cuando nuestros primeros padres, queriendo ser iguales a Dios, se apartan de la grandeza en la que fuimos creados, para pretender decidir por sí mismos lo que es bueno o malo en la vida.
Actitud ésta que aún subsiste cada vez que el hombre se aparta de su Creador, convirtiéndose en esclavo de sus proyectos efímeros.

Con el pecado original (Gén. 3, 9-15.20)  entra el pecado y la muerte en el hombre y en el mundo, quedando el hombre imposibilitado para alcanzar la grandeza para la que fue creado, se siente desnudo porque ha perdido la gracia, la inocencia original y está en caída progresiva.

Pero Dios, que no es como el hombre, no se arrepiente de su designio sobre nosotros, y quiere remediar esta calamidad causada por el hombre y su pecado de soberbia, por medio de alguien que fue elegida también desde toda la eternidad para ser santa, María Santísima.
Ella, que al pertenecer al linaje humano debiera haber nacido en pecado, es preservada desde su concepción de toda mancha de pecado.

Cuando es concebida en el seno de su madre comienza a estar “llena de gracia”, y esto en previsión de los méritos de Cristo.
Habiendo sido elegida como el Arca de la Alianza, madre del Hijo de Dios hecho hombre, no podía estar contaminada por pecado alguno.
En el relato de la Anunciación (Lc. 1, 26-38) expresamente  se reconoce su Virginidad, y el deseo de ella de permanecer de ese modo, y es llamada “llena de gracia, el Señor está contigo”.
¿Qué persona puede ser llamada llena de gracia? Ninguna, porque nacemos con el pecado original. Sólo María fue plenamente favorecida desde el primer instante en que fue concebida, ya que sería  Madre del Salvador, del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Será Madre del Santo, que a su vez la ha santificado desde toda la eternidad, para ser digna morada de la Encarnación del Verbo Eterno.

El Reino de Jesús no tendrá fin, se le anuncia a María, porque en su segunda Venida todo será puesto a sus pies, sus enemigos y perseguidores de todos los tiempos se verán obligados a reconocer su reinado como enviado del Padre Eterno.
Ahora bien, en esta fiesta se nos invita también a imitar a María Santísima, a saber vencer la tentación que busca rechazar  a Dios como Adán y Eva, y mantenernos siempre firmes en la pureza de vida a la que fuimos llamados por la bondadosa voluntad de Dios.
Al igual que María Santísima seamos dóciles a la Palabra de Dios expresando que queremos ser siempre servidores del Señor.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María Santísima. 08 de diciembre  de 2021. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-








7 de diciembre de 2021

“Es necesario que te conviertas de corazón porque recibirás de Dios para siempre este nombre: Paz en la justicia y Gloria en la piedad”.

 En este segundo domingo de adviento seguimos siendo interpelados por la Palabra de Dios, Palabra siempre viva que busca encontrarse con cada uno de nosotros.  Palabra que como recuerda el profeta Baruc (5, 1-9), se presenta al pueblo de Judá cargada de esperanza para aquellos días en que culminan los días de aflicción y de duelo recibiendo la promesa de que “recibirás de Dios para siempre este nombre: Paz en la justicia y Gloria en la piedad". 

Dios ha dejado atrás la deuda de su pueblo contraída a causa del pecado, de allí que insiste:”Levántate, Jerusalén, sube a lo alto y dirige tu mirada hacia el Oriente” de donde nace el Sol de justicia que es Cristo, “mira a tus hijos reunidos desde el oriente al occidente por la palabra del Santo, llenos de gozo, porque Dios se acordó de ellos”.

La mirada puesta desde el Antiguo Testamento, pues, contempla la venida del Salvador, la del Hijo de Dios hecho historia por la encarnación en el seno de una Virgen, preparada para la Maternidad.
Baruc, a su vez, insiste en la preparación del pueblo al igual que  Isaías, en el sentido de que se “rellenen los valles hasta nivelar la tierra, para que Israel camine seguro bajo la gloria de Dios” ya que Dios “conducirá a Israel en la alegría, a la luz  de su gloria, acompañándolo con su misericordia y su justicia”.

En el evangelio (Lc. 3, 1-6) Juan Bautista que vive austeramente en el desierto, es ungido por la Palabra de Dios como el profeta que enlaza el Antiguo con el Nuevo Testamento, convirtiéndose en el precursor del Mesías que prepara su advenimiento, “anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro del profeta Isaías”, como fundamento  de la regeneración por la gracia que realizará Jesús con el bautismo de la Nueva Alianza.

Esta misión del Precursor está encuadrada en la descripción del contexto político de la historia, para enseñar que Dios como Señor de la historia, actúa según quiere favorecer al hombre, de modo que sea cual sea la sociedad y cultura, la gracia salvadora supera todas las situaciones del momento y manifiesta su voluntad de salvación.
Juan Bautista en el desierto del encuentro con Dios, llevando una vida austera y entregada siempre a la voluntad divina, debe proclamar en el desierto que se avecina la salvación prometida desde antiguo.

También hoy, la Iglesia, es la voz en medio del desierto, porque muchos no escuchan su voz y no se abren al misterio de la redención, pero confortada por el envío de Dios y confiando en el poder de la gracia divina, insiste recordando con el profeta Isaías la necesidad de allanar los caminos para permitir el encuentro con el salvador.
El tiempo de adviento tiene  como finalidad preparar el corazón,  de allí que el texto del evangelio recordando a Isaías, refiere a la importancia de rellenar los valles, abajar las colinas, enderezar los caminos sinuosos, palabras que apuntan no a lo geográfico sino al corazón humano tan necesitado de conversión como clama Juan.
En efecto, el corazón del hombre  tiene caminos sinuosos sin decidirse a transitar la senda del Señor, o nos colocamos en la cima del orgullo y de la vanidad, necesitando abajarnos por la humildad sintiéndonos pequeños, a menudo está vacío  de Dios el interior, y por lo tanto necesitado de ser completado por la gracia, o creemos que nada hemos de cambiar y por eso no avanzamos en la vida de cada día.

Hemos de aprovechar estos días de gracia para preparar el corazón, de manera que esté abierto y dispuesto a recibir la salvación que se nos ofrece tan benignamente.

El lenguaje de Isaías o de Baruc está inspirado en la preparación  que se hacía de las rutas en aquellas lejanas épocas para que pudiera desplazarse el rey o alguna persona poderosa e importante y llegar a destino, y nosotros a su vez, preparamos nuestra casa cuando sabemos de la llegada de alguien que está al arribo y merece agasajo.
Pues bien, para llegar a la meta del encuentro con el Salvador y recibir la salvación que nos trae, también nosotros debemos preparar los caminos y activar los medios de santidad para lograrlo.

Hemos de barrer el interior, despojarnos del hombre viejo, realizar la conversión de la que nos habla Juan Bautista y, así dar paso al recibimiento del Mesías.

Pidamos se hagan realidad los buenos deseos del apóstol san Pablo (Fil. 1, 4-11) “Que el amor de ustedes crezca cada vez más en el conocimiento y en la plena comprensión, a fin de que puedan discernir lo que es mejor. Así serán encontrados puros e irreprochables  en el Día de Cristo, llenos del fruto de justicia que proviene de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios”



Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el segundo domingo de Adviento, ciclo “C”. 05 de Diciembre  de 2021. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-







1 de diciembre de 2021

Prevenidos por la oración y la vigilancia de un corazón no embotado, esperemos con gozo la segunda y definitiva Venida del Señor.

  Hoy comienza un nuevo año litúrgico con el primer domingo de adviento o advenimiento y nos preguntamos ¿qué es lo que esperamos?
Esperamos actualizar la primera venida del Señor en carne humana, al Hijo de Dios hecho carne en el seno de María Virgen, el día de Navidad.
Por eso la Iglesia desea que pongamos nuestra atención en el cumplimiento de las promesas realizadas desde antiguo en el sentido que el enviado del Padre, el Salvador, es la esperanza cumplida que rescata al hombre del pecado y de la muerte eterna, por medio de su muerte en Cruz y resurrección.
Pero a su vez el adviento refiere a la segunda venida de Cristo, que llegará a nosotros como juez a recoger los frutos de su entrada en la historia humana, a conducir a los elegidos a la Casa del Padre, y a poner todas las cosas y a los que lo han rechazado bajo sus pies, como Rey del Universo que es.
Nos damos cuenta así que a lo largo de la historia el ser humano está invitado a poner su mirada en Cristo, unos a su llegada por primera vez, que ya se realizó, y nosotros añorando la segunda venida de la que no sabemos cuándo.
El profeta Jeremías (33, 14-16) precisamente, anuncia la primera venida del Salvador. En efecto,  a causa de la infidelidad del reino de Judá profetiza su caída, junto con Jerusalén y su templo, pero luego infunde esperanza en el futuro en que llegará su liberación, fruto del amor divino. De allí que “haré brotar para David un germen  justo, y él practicará la justicia y el derecho en el país” ya que no lo había realizado Sedecías el rey de Judá.
Pero nosotros hemos de poner nuestra esperanza en la segunda Venida del Señor, de allí que el texto del evangelio (Lc.21,25-28.34-36) anuncia las señales cósmicas que sumen en angustia al ser humano, y que han aparecido a lo largo de la historia, pero la atención debe estar puesta en lo que vendrá.
Por eso es que se insiste en cuál ha de ser la actitud del creyente, estar prevenidos, orar incesantemente, tener el corazón preparado, no embotado nuestro espíritu, para que no seamos atrapados por el lazo de la sorpresa.
Al respecto, debo decir, que me ha quedado grabado lo que varias veces ha dicho el papa Francisco respecto a la postpandemia, en el sentido de que saldremos mejores o peores, pero no iguales a lo que vivíamos previamente.
La experiencia que hemos tenido, viviendo de cerca la muerte de tanta gente cercana o no, nos ha llevado a vivenciar la finitud de nuestra existencia y que es necesario tener otra actitud frente a lo cotidiano, tratando de edificar nuestro existir sobre la roca que es Cristo quien le da sentido  a todo.
La fragilidad humana vivida nos hace mejores o peores, y nos conduce a preguntarnos enseguida  el por qué de esta afirmación tan absoluta.
Precisamente el comprobar que todo se derrumba y cuán frágiles somos, conduce a no pocas personas a acrecentar su fe, a tratar de ser cada día mejores, a poner el sentido de la vida en Dios y no en aquello que perece, algo semejante a lo que acontecía en la comunidad de Tesalónica y de la que habla el apóstol san Pablo (I Tes. 3, 12-4,2).
San Pablo, al respecto, elogia a la comunidad cristiana por su crecimiento en la caridad, lo cual  hace que sean fortalecidos sus corazones en santidad, haciéndolos irreprochables delante de  Dios Padre para el “Día de la Venida del Señor Jesús con todos sus santos”, exhortándolos mientras tanto a agradar a Dios, haciendo mayores progresos todavía, tarea que nos debería entusiasmar a cada uno de nosotros haciendo crecer la esperanza en el Señor.
Contrariamente a esto en la que crecen no pocos hermanos nuestros, acontece que muchas personas ante la experiencia de la finitud existencial, organizan su vida sobre “arena”. Es decir,  descreídos de todo, han hecho suyas las palabras de los paganos que sólo buscan comer y beber, pasarla bien porque pronto morirán o porque piensan que frustrada la meta de salvación sólo queda dar rienda suelta a la disipación, al placer, al goce desenfrenado de las criaturas. De esta manera de conducirse cada día, hacen caso omiso a lo señalado por Jesús cuando señala “tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida”.
En nuestros días, muchos se han alejado de Dios, se burlan de los creyentes, poniendo su seguridad –pasajera por cierto- en aquello que es transitorio.
Nosotros, por lo tanto, hemos de aprovechar este tiempo de gracia que es el adviento, para que fundados ya en la presencia salvadora de Jesús que nos ha incorporado a su Reino de bautizados, esperemos su segunda venida,  ahondando en la oración y en la vida de santidad, de manera que este acontecimiento no nos caiga  de repente como un lazo.
En nuestros días, y relacionado con esto, es común el pecado de la acedia, que se define como la tristeza por las cosas del espíritu, ya sea referida a uno mismo o  tristeza por la vida espiritual profunda que llevan otros.
La primera de las formas  inclina a muchas personas ha alejarse de Dios, de la oración, de la vida de santidad, porque les produce fastidio y desagrado y se inclinan en cambio, a una búsqueda desenfrenada de alegrías pasajeras, de vivencias frívolas, de vivir cada día de lo mundano, y tratan de imponer a otros este estilo de vida que aniquila al ser humano.
La segunda  forma, la tristeza o fastidio por la vida de santidad que llevan o intentar llevar otros, conduce a la persecución de los creyentes, al odio hacia los  unidos a Jesús, el tratar de falsificar la fe y de desprestigiar a la Iglesia.
Cuando el corazón humano se vacía de Dios, se busca colmarlo de lo pasajero, experimentando aún más su finitud e ineficacia para lograrlo.
Por eso Jesús nos invita a levantar nuestra mirada hacia Él, sabiendo que de esa manera llegará al fin nuestra verdadera liberación.
Liberación que no sólo será definitiva al fin de los tiempos, si somos fieles y perseverantes en nuestra amistad con Dios, sino que ya desde ahora podemos experimentarla, aunque sabiendo siempre que podemos defeccionar de ella a causa del pecado por el que rompemos la alianza con el Salvador.
Deseando esta liberación de toda esclavitud mientras vivimos en este mundo, pidamos la gracia divina para vivir un tiempo de adviento fructífero, de modo que actualizando el nacimiento de Jesús en Belén, contemplemos ya desde ahora la posibilidad de alcanzar el encuentro feliz en su segunda venida.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el primer domingo de Adviento, ciclo “C”. 28 de noviembre  de 2021. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-









22 de noviembre de 2021

Jesús es rey de un Reino distinto que inaugura entre nosotros, y del cual formamos parte si creemos en Él, lo seguimos e imitamos.

 

Llegamos hoy al final del año litúrgico, con la Solemnidad de Cristo Rey del universo, para comenzar nuevamente, Dios mediante, el domingo próximo el tiempo de Adviento, que prepara la Navidad, e ir contemplando a lo largo del año próximo los misterios de la vida de Cristo, haciendo memoria de los acontecimientos de la Pascua, preparada por la cuaresma, y conocer a través de la Persona del Hijo de Dios hecho carne y de su enseñanza, cuál es el modo de vida al que se nos invita  a los que queremos algún día participar de la gloria eterna junto a Dios.
Esta fiesta de la solemnidad de Cristo Rey del Universo cierra también, podríamos decir, la historia humana, ya que anuncia la segunda venida del Señor, cuando retorne a este mundo  para recoger los frutos de la humanidad, obtenidos por la fidelidad al Señor en el testimonio de la verdad y la realización del bien. Esta presencia de Jesús como Rey del Universo significará que todo lo creado es puesto bajo sus pies, para que Él mismo pueda ofrecerse al Padre del cielo.
El Profeta Daniel (7, 13-14) en una visión nocturna, contempla  como  a un hijo de hombre entre las nubes del cielo que avanza hacia el Anciano, imagen del Padre, y le “fue dado el dominio, la gloria y el reino, y lo sirvieron todos los pueblos, naciones y lenguas”  y “su dominio es un dominio eterno que no pasará, y su reino no será destruido”, adelantando así cómo será el fin de los tiempos y la segunda venida de Jesús.
Y el mismo San Juan, en el libro del Apocalipsis (1, 5-8) que acabamos de escuchar, afirma que “Jesucristo es el testigo fiel, el Primero que resucitó  de entre los muertos, el Rey de reyes de la tierra”, lo cual nos hace preguntar qué ha venido a testimoniar este Testigo fiel.
Da testimonio de lo que vive en el seno de la Trinidad, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, o sea,  es Testigo  del Misterio de Dios, que manifiesta  fielmente a toda la humanidad. De allí que conozcamos que seguimos siendo los amados del Padre, lo cual se hizo realidad por el misterio de la cruz y resurrección, ya que Él, “nos ama y nos liberó de nuestros pecados, por medio de su sangre, e hizo de nosotros un Reino sacerdotal para Dios, su Padre”.
Esto hace que por el bautismo seamos miembros del Reino del Señor, que no es de este mundo, para indicar que no tenemos morada permanente en lo temporal, sino que la meta es la vida eterna con Dios.
Y al fin de los tiempos, desconocido por nosotros el momento,  Jesús  vendrá sobre las nubes y todos lo verán, aún aquellos que lo habían traspasado, para acoger a los que se mantuvieran fieles y desechar a las tinieblas eternas a los que optaron por renegar de su Dios. Más aún,  Cristo es el Principio y el Fin, el Alfa y la Omega, porque con Él comienza todo y con Él concluye también todo.
Pero vayamos al texto del Evangelio (Jn. 18, 33b-37) para encontramos con el juicio que tiene que soportar Jesús de manos de los pecadores. Le pregunta Pilato: “¿Eres Tú eres el rey de los judíos? y Jesús responde a su vez:¿Dices esto  por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?” Esta pregunta también  la dirige  Jesús a cada uno de nosotros. Si afirmamos que Jesús es El Rey, el Todopoderoso, si decimos que Jesús es el Señor de la historia, ¿lo admitimos porque estamos convencidos? ¿O porque lo  escuchamos en la catequesis, en la familia o en otro ámbito? Por eso es muy importante escuchar la pregunta que  hace Jesús y responderle con fe asegurando que sabemos que es el rey que nos presenta la Biblia.
Pilato, como no cree que es el Hijo de Dios vivo, le responderá: “¿Acaso yo soy judío?"  Y reconociendo que sus compatriotas lo han llevado ante su tribunal, le pregunta: “¿Qué has hecho?" Y el mismo Jesús entonces, afirma que su realeza no es de este mundo, ya que en ese caso sus partidarios lo hubieran defendido, pero su Reino no es de aquí.
Y entonces Pilato, ante esta respuesta que evidencia justamente el reinado de Jesús, pregunta: “¿Tú eres Rey?”, a lo que el Señor responde “Tú lo dices, Yo soy Rey. Para esto he nacido y venido al mundo, para dar testimonio de la verdad”.
Jesús es rey,  pero de un Reino distinto, el Reino de Dios que se inaugura con su presencia entre nosotros, y al cual cada uno está llamado a formar parte por el bautismo y, crecemos como hijos adoptivos en este Reino toda vez que creemos, seguimos e imitamos  a  Jesucristo, de allí la interpelación que llega a nosotros de parte suya, para que siguiendo sus pasos demos testimonio de la verdad revelada y obremos el bien.
En efecto, si hemos afirmado antes que Jesús es el Hijo de Dios, si hemos afirmado que Cristo es el Rey de todo lo creado, de toda la historia, al igual que Él  hemos de dar testimonio de la Verdad que se nos ha dado a conocer para vivir de acuerdo a ella.
Este compromiso no es fácil, habida cuenta que en nuestro tiempo, ya sea por la sociedad, o la cultura en la que estamos insertos, muchas veces se van metiendo en nuestras vidas, criterios, líneas de vida totalmente distintas al Evangelio, por lo que debemos preguntarnos para saber cómo estamos ubicados en nuestra fe si escuchamos o no la voz de Jesús, ya que “el que es de la verdad, escucha mi voz”. Al respecto, hemos de preguntarnos : ¿escucho la voz del Señor? ¿escucho su Palabra? o estamos tan aturdidos por otras voces, por otras palabras, con otras cosas con las que convivimos día a día, que olvidamos escuchar la Voz del Señor.
Esto hará que no nos suceda lo mismo que a  Pilato que preguntó “¿Qué es la verdad?” y que al no reconocer a Jesús, relativice la misma de tal modo que aunque no vio en Él delito alguno lo condenó a la Cruz para quedar bien con la gente, con los sumo sacerdotes, con los judíos, decretando su muerte a pesar de que se lo habían entregado por envidia.
Es lógico que Pilato pregunte ¿qué es la verdad? si no está decidido a vivirla, a dar la cara por esa verdad hecha carne, que es el mismo Jesús. Quizás más de una vez a nosotros nos pasa lo mismo, de caer en el  “relativismo de la verdad”, de modo que todo el mundo tiene razón y llega un momento que no distinguimos entre las enseñanzas de Cristo y la enseñanza del mundo.  
Por eso importante siempre discernir acerca de lo que es la verdad y vivirla y promulgarla en la realización del bien.
Queridos hermanos, pidámosle a Cristo que nos reciba en su Reino, que nos siga iluminando y enseñando para poder ser cada día más fieles a esta vocación que hemos recibido en el Bautismo, como hijos de Dios y miembros de este nuevo reino.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el domingo de Cristo Rey del Universo. Ciclo “B”. 21 de noviembre de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



16 de noviembre de 2021

Tentados a abandonar a Cristo por causa de las persecuciones del mundo, permanezcamos fieles y vigilantes hasta su segunda Venida.

 

El domingo próximo, solemnidad de Cristo Rey, culmina el año litúrgico, anticipo del fin de los tiempos,  por lo que en este domingo y el siguiente, se nos invita a prepararnos para la segunda venida de Cristo, que será gloriosa, diferente a la primera venida que se realizó en la humildad de la carne humana y en el silencio del anonadamiento.

Las señales precursoras descritas por la sagrada escritura nos anunciarán esta segunda venida para que podamos estar preparados.
El profeta Daniel (12, 1-3) anuncia un futuro cercano lleno de tribulaciones soportadas por los elegidos, pero que son protegidos por Dios por medio del ángel Miguel, de modo que aunque se padezca, el triunfo sobre el mal y los malos siempre es de Dios.
Este tiempo es de purificación para los elegidos y, medio de conversión para quienes están apartados de Dios para que vuelvan a Él.

El profeta menciona una resurrección final para todos, momento en que las almas se unen a sus cuerpos, para la vida eterna para quienes hayan muerto en unión con Dios, y una separación definitiva en la condenación para quienes hayan obrado el mal, a espaldas de Dios.
En el texto del evangelio (Mc. 13, 24-32) Jesús menciona los signos en el cosmos como anticipo de su segunda venida, de modo que así como en el principio del mundo, en el génesis, se habla del orden de todos los astros, en  este texto se presenta lo que ocurrirá en el ocaso.
Será en el ocaso cuando los elegidos por su fidelidad serán nuevamente probados y purificados, y se ofrecerá una última oportunidad de conversión a los hacedores del mal para que retornen.

Dios siempre ofrece al hombre oportunidades para volver al buen camino, porque su voluntad es de salvación, de congregarnos a todos en un único rebaño en el reino que no tiene fin, dependiendo siempre de la respuesta humana si hace buena o mala elección de su libertad.
El llamado que se nos hace a cada uno, por lo tanto, es el de la fidelidad,  ya que el creyente tiene la tentación de abandonar todo cuando parece que no hay futuro de vida nueva, o que todo se derrumba o que las fuerzas del mal parecen posesionarse de todo.
Sucede que escuchamos muchas veces los anuncios de la Sagrada Escritura referentes a la persecución en manos de los que pecadores, o del fin de los tiempos inevitable, pero pensamos que no nos tocará  o que sólo son alusiones a situaciones que quizás no acontezcan, por lo que cuando se presentan, la tentación es la de pactar con el mundo, y acomodarnos a la cultura de nuestro tiempo y evitar problemas, rehuyendo al proceso de purificación interior tan necesario para la fe.

Estamos viviendo en nuestro tiempo momentos difíciles, y  pareciera que el maligno hace y deshace a su antojo, sin embargo, el Señor cuida y protege al “resto”, es decir, a todos los que buscamos mantenernos en fidelidad a Dios en medio de las tribulaciones.
Vivimos también momentos de confusión, no sólo en la sociedad, sino también dentro de la misma Iglesia Católica, y no pocas veces desde los mismos pastores que debemos conducir al rebaño en la verdad y en el bien, se escuchan enseñanzas incompatibles con la fe.
En efecto, en no pocos lugares, la Iglesia pareciera acomodarse a las modas e ideologías del momento por temor a ofender al mundo, en lugar de ser un faro luminoso que proclama el evangelio sin aguarlo, y exponer sus exigencias sin relativizarlas a las circunstancias.
No olvidemos que cuando las  condiciones para ser creyente se van adelgazando y todo se permite, es porque está allí el espíritu del mal.
Cuando dudamos o estamos confundidos acerca de la doctrina de fe o las exigencias de la moral para la vida de cada día, hemos de acudir a las fuentes  seguras que son la Sagrada Escritura, la Tradición viva de la Iglesia y el Magisterio, expuesto  todo esto en el Catecismo de la Iglesia Católica que  ilumina respecto a la fe y a las obras a realizar.

Lamentablemente no pocas veces buscamos respuesta a nuestras inquietudes fuera de las fuentes de la verdad y del bien, e incursionamos, en cambio, en propuestas religiosas que proceden del mundo oriental, en la magia, en los adivinos, en una llamada “nueva metafísica”, en el tarot, en el Reiki y en cuanto espejismo se presenta.

Desechamos la fe católica por considerarla llena de misterios, pero buscamos cuantos misterios o cosas raras se presentan ante nosotros.
Como lo compruebo continuamente, estas búsquedas esotéricas y ocultistas, terminan con abrir la puerta al espíritu del mal que jaquea la vida de cada uno, de las familias y de la sociedad.
El llamado a la conversión también nos toca a cada uno de nosotros, de modo que busquemos solamente prepararnos para la segunda Venida del Señor que será con gloria, mientras somos fieles a nuestro deber de estado como creyentes y miembros de este mundo que pasa y que llegará a su fin, sin que sepamos el día y la hora.

Sigamos caminando por este mundo siendo fieles al Señor, plenos de esperanza, convencidos que como enseña la carta a los Hebreos (10, 11-14.18) Cristo se ofreció a la muerte por nuestros pecados y sentado a la derecha del Padre “espera que sus enemigos sean puestos debajo de sus pies” cuando llegue en su segunda Venida.
Queridos hermanos: no desesperemos en medio de las dificultades y persecuciones a causa de nuestra fe. Cuánto más difíciles sean los momentos que vivimos, más seguridad tengamos en la protección del Hijo de Dios que viene a guiarnos a la plenitud.



Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXXIII durante el año. Ciclo B. 14 de noviembre de 2021 ribamazza@gmail.com;  http://ricardomazza.blogspot.com






8 de noviembre de 2021

Seremos juzgados por nuestra entrega a Dios y a los demás a ejemplo de Cristo o si sólo obramos conforme a nuestros propios intereses.

Habíamos escuchado en domingos anteriores cómo Jesús respondía a cada una de las inquietudes que le presentaban con el propósito de hacerlo caer en una trampa, para desprestigiarlo.
El domingo pasado escuchamos que un escriba bien intencionado le preguntaba acerca de cuál era el principal mandamiento, habida cuenta que se sentían muchas veces oprimidos por una legislación muy abundante sobre derechos y deberes, prohibiciones y cosas positivas a realizar pero no tenían una escala sobre qué era lo más importante.
Jesús responde y aprovecha para enseñar a la multitud centrándose en la figura de los escribas (Mc. 12, 38-44), advirtiendo que es necesario cuidarse del espíritu de los escribas.
¿Cuál es el espíritu de los escribas? Pasearse, tratar de figurar, ser saludados en las plazas, lo que si bien no tiene nada de malo, lo hacían con la intención de ser distinguidos, de aparecer como superiores a los demás. El espíritu de los escribas se orientaba a obtener los primeros lugares en las sinagogas y en los banquetes, o sea una actitud permanente de lo que nosotros llamamos “figuretti”, y para colmo de males, utilizando la máscara de religiosidad, o sea, aprovechaban el culto, sus funciones en el ámbito religioso para buscar siempre sobresalir ante los demás y por eso también muchas veces aparecían como juzgando permanentemente a los otros.
Pero Jesús destaca algo gravísimo también en la figura de los escribas: devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones.  Muchas veces, viudas que no tenían hijos, eran esquilmadas por los escribas que prometían oraciones, apoyo espiritual, con tal de quedarse con algo de estas pobres mujeres. Se aprovechaban de los más débiles para sacar ventaja económica  bajo el disfraz de la religión.
Y Jesús tiene una sentencia muy dura: “Serán juzgados con más severidad”, advertencia que hay que tener en cuenta, ya que  a veces el ser humano se olvida de lo que ocurre después de la muerte. 
En esta semana justamente hemos celebrado a  Todos los Santos el lunes, y el martes recordamos a las almas del purgatorio. O sea, la Iglesia atraía nuestra atención hacia lo que se llaman “las postrimerías”,  lo que sucederá después de la muerte.
En este sentido la carta a los Hebreos (9,24-28) que acabamos de escuchar nos dice: “el destino de los hombres es morir una sola vez”, advirtiéndonos la Palabra de Dios que nacemos una vez y morimos una vez. Es decir, la reencarnación no forma parte de la enseñanza cristiana, más bien del paganismo que no busca a Dios, sino como una especie de auto expiación del pecado mediante sucesivas vuelta a la vida en seres diferentes.
La Palabra de Dios, en cambio, atenta a la verdad de que morimos una sola vez, señala que luego de la muerte viene el juicio, o sea, que cada acción nuestra mientras vivimos en este mundo se orienta al juicio después de la muerte, es decir, a cómo nos presentamos delante de Dios y cómo seremos juzgados por Él.
Por eso está la advertencia de Jesús acerca del comportamiento de los escribas. Realmente es muy dura, pero al mismo tiempo es una advertencia que llama a la conversión.
Pero Jesús, además, se sienta en la sala del Tesoro del templo y observa que una mujer viuda -otra vez la figura de la viuda- quizás alguna de las tantas expoliadas por los escribas, coloca dos pequeñas monedas de cobre, mientras muchos ricos, dice, no todos, sino muchos, daban en abundancia. El contraste es muy grande: la abundancia de la ofrenda de los ricos, y la pequeñez de lo que entrega la viuda.
Sin embargo, el juicio que merece esta doble acción de parte del Señor es muy diferente. Llama a los discípulos: “vengan para acá, observen qué es lo que pasa”, como si les dijera:  “No se dejen engañar, no se dejen deslumbrar por la ofrenda abundante que ponen los ricos, no desatiendan la ofrenda pequeña de esta pobre viuda, porque ésta pobre viuda ha puesto más que los otros”. Los otros han dado de lo que le sobraba, ha sido una ofrenda abundante pero en definitiva no pierden nada con eso que ofrecen porque tienen bienes en abundancia.  En cambio esta mujer,  ha dado todo lo que poseía, se quedó sin nada, se entregó  totalmente con confianza a Dios, seguramente pensando en que el Señor es su fuerza y es más generoso que cualquiera, porque Dios no se deja ganar en generosidad. Aprendemos con este ejemplo que la viuda entregó todo, porque en esas dos monedas estaba su vida.
Para entender mejor esta actitud, recordemos lo que escuchábamos en la primer lectura tomada del primer libro de los Reyes (17,8-16), cuando el profeta Elías va a Sarepta, se encuentra con una viuda y le pide que le traiga agua y después le dice:  “tráeme un pedazo de pan”.  La mujer le dice: “apenas tengo un poco de harina, un poco de aceite, para hacer un pan comer yo y mi hijo y esperar la muerte”,  eso es todo lo que tienen. Pero Elías insiste en que Dios le dará en abundancia lo que ella entregue escuchando al profeta y cocinando la galleta para que pueda comer.
Y así esta mujer lo hizo confiando en la palabra de Dios, se despoja de ese bien, un poco de harina y un poco de aceite, para dar de comer al profeta, arriesgando su vida y la de su hijo, creyendo en la palabra de un Dios al que no le rendía culto, y se cumple después lo prometido ya que el tarro de harina no se agotó ni se vació el frasco de aceite conforme a la Palabra que había pronunciado el Señor por medio de Elías.
Esa es la actitud de despojo, de entrega de lo que tiene uno a Dios, Nuestro Señor. Es cierto que no solamente esa entrega se transmite a través de los bienes materiales, pero muchas veces es lo que más cuesta entregar, ya que  se puede  afirmar: si yo entrego mi tiempo, si me dedico  al servicio de Dios, de la Iglesia, de los demás, es suficiente, pero que no me pidan dinero ya que cuesta despojarse del mismo.
Los bienes materiales ofrecidos  son siempre un signo de los bienes espirituales que alguien también está entregando.
De modo que la Palabra de Dios nos invita hoy a una actitud de entrega al Señor, entregando lo mejor de nosotros mismos en todos los aspectos y, al mismo tiempo, confiando en la Palabra de Dios, en la promesa del Señor, y cuando uno es generoso, nos encontramos con que el tarro de harina no se agota ni se vacía el frasco de aceite.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXXII durante el año. Ciclo B. 07 de noviembre de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com


 

1 de noviembre de 2021

“Quien me ama será fiel a mi palabra, mi Padre lo amará e iremos a él”,-dice el Señor- , para que prolongue ese amor en sus hermanos”.

 

En el libro del Deuteronomio o segunda ley (6,1-6) acabamos de escuchar que Moisés habla al pueblo refiriéndose al cumplimiento de los preceptos y leyes que todos debían observar de tal manera que quien así lo hiciera encontraría la felicidad y toda clase de bendiciones por parte del Dios de la Alianza.
Ahora bien, con el tiempo se había llegado a una carga que exigía la observancia de 248 obligaciones positivas y 365 prohibiciones que cada persona debía tener en cuenta, haciendo imposible vivir dentro de la ley divina, resultando una existencia difícil, ya que no se podía descubrir el peso real e importancia de cada precepto a cumplir.
Atento a este cuadro preceptivo, un escriba se acerca a Jesús y le preguntó (Mc. 12,28b-34)“¿Cuál es el primero de los mandamientos”, pregunta que equivale a decir qué hacemos ante esta maraña legislativa que se nos ha enseñado debemos observar puntillosamente.
Jesús, no toma mal la pregunta sino que le contesta remitiéndolo al  Deuteronomio: “El primero es: “Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas”.
El judío piadoso conocía este precepto y, tres veces al día lo recitaba para tener siempre presente la necesidad de escuchar a Dios y considerarlo como al Único, por encima de todos los seres.
Se trataba de una fórmula que ayudaba al creyente judío a tener memoria continuamente no sólo de Dios, y del amor a Él debido, sino también  a recordar  sus acciones a favor del pueblo elegido.
Se invoca a Dios como único Señor para recordar que debía evitarse el culto a otros dioses como muchas veces de hecho sucedió cuando la idolatría del paganismo se había instalado en Israel llegándose a seguir costumbres paganas como la del sacrificio de niños.
Era necesario por tanto estar atentos a esta tentación de desviarse del verdadero culto para dejarla de lado, y servir al único Dios.
Tentación ésta de la que no estamos exentos también nosotros, que en nuestros días no pocas veces nos dejamos atrapar por fantasías pseudo religiosas a las que  consideramos más importantes que lo recibido desde pequeños cuando se nos fue transmitida la verdadera fe.
En este sentido hemos de recordar que fuimos creados con una tendencia interior teleológica que nos conduce al verdadero fin o meta que es Dios, siendo la virtud de la religión el “cordón umbilical” que nos une a Él y refleja nuestra pertenencia a su persona. De allí, que el hombre que rechaza a Dios, lo niega o ataca, padece en su interior un cortocircuito muy grande porque se ha apartado del Creador, en quien debería descansar toda persona que busca la verdad y el bien total.
Ahora bien, este amor a Dios incluye el amor al prójimo, por eso Jesús enseña que el segundo es “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Para el judío, el prójimo es principalmente el de la propia raza o comunidad más que la persona del extranjero o del pagano.
Para el cristiano, en cambio, según el mandato de Cristo, es toda persona a la cual nos “aprojimamos” sin importar su origen o religión, porque comparte con cada uno de nosotros la misma filiación divina por adopción, en Cristo. O sea, debemos sentirnos cercanos a todos porque tenemos un Padre común que nos ama y entrega sus dones.
El amor a Dios incluye los tres primeros mandamientos del decálogo por los que lo reconocemos como Creador, le rendimos culto y honramos su santo nombre. A su vez, el amor al prójimo incluye los siete mandamientos restantes del decálogo, cuya observancia manifiesta el amor primero a Dios y el amor a todos, aún a los enemigos, por lo que buscamos hacer siempre el bien a los demás.
Esta vivencia nos lleva a la verdadera felicidad, incluso, a veces, en medio de las persecuciones de este mundo, y hasta con el desprecio de aquellos a quienes amamos desde Dios y reconocemos como sus hijos.
Queridos hermanos: al igual que el escriba, acerquémonos al Reino de Dios, -que en este mundo es el mismo Jesús-, por medio de la vivencia de este doble compromiso con el amor que brota de Dios.
Sigamos los pasos de María y José en el modo de vivir plenamente el mandamiento del amor a Dios y al prójimo.


Canónigo Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXXI del tiempo Ordinario. Ciclo “B”. 31 de octubre  de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com




26 de octubre de 2021

Jesús dijo: “Vete, tu fe te ha salvado”, y el ciego curado se levantó y lo siguió, porque entendió que debía ir tras los pasos del Salvador.



 

Cantábamos en el salmo responsorial (sal 125, 1-6) “¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros!”, expresando de esta manera que Dios se muestra siempre, que busca el bien del hombre respondiendo a sus angustias, a sus problemas, a sus dolores. Un Dios que no se olvida  de quien le es fiel en medio de sus sufrimientos.
Precisamente el profeta Jeremías (31, 7-9) recuerda que Dios quiere reunir al reino de Israel y al de Judá en un solo pueblo, sacándolos del exilio, quiere liberarlos de la opresión,  y esto porque “¡El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel!”.
El resto de Israel  comprende al pequeño grupo de personas que se ha mantenido fiel a Dios, a pesar de las dificultades, o que se ha convertido para seguir la ley de Dios, mientras muchos de entre el pueblo elegido se alejaban de la alianza, renegando de su Dios.
En nuestros días también se da esta realidad cuando muchos sedicentes católicos no dudan en amoldarse al criterio mundano o a los imperativos de ideologías de turno, mientras existe un “resto” que a pesar de las persecuciones y rechazos recibidos, se mantiene fiel al Dios de la Alianza y a su Hijo enviado a la humanidad para salvarla.
En este “resto” de Israel se cumple lo que cantábamos, ya que sembrando entre lágrimas y limitaciones su fidelidad al Señor, cosecharon la vuelta del exilio recibiendo la bendición divina, ya que   “¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros!”.
En la segunda lectura del día tomada de la carta a los Hebreos (5, 1-6) aparece nuevamente la misericordia de Dios hacia la humanidad.
En efecto, el autor sagrado hace mención a la misión del Sumo Sacerdote del culto antiguo  que implora por los pecados del pueblo y los propios, haciendo las veces de intercesor entre Dios y los hombres.
Como es de suponer ante esto, cuánto más puede hacer el sacerdote de la Nueva Alianza marcado por el sello del sacramento del Orden, y cuánto más Aquél que ejerce el sacerdocio por excelencia, Jesucristo.
El cual, hace de puente entre Dios Padre y la humanidad sumergida en el pecado de los orígenes, muriendo en la cruz por la salvación del hombre, presentando al Padre las súplicas y ruegos de todos.
El sacerdocio de Cristo ha significado siempre cercanía salvadora ante todo hombre necesitado de ser salvado de sus miserias y oprobios.
Precisamente en el texto del evangelio (Mc. 10,46-52) nos encontramos con este Sumo Sacerdote actuando frente al dolor del mendigo, ciego de nacimiento, desechado a un costado del camino, esperando que otros se apiaden de él, muchas veces recibiendo las sobras.
Bartimeo representa al hombre doliente de todos los tiempos que se siente alejado de los demás y también del mismo Dios, cargado de pecados, problemas, de dramas personales arrastrados en el transcurso del tiempo, sin respuestas  superadoras y reparadoras de su vida.
El ciego, representa pues, a ese mundo dolorido y doloroso, tan presente en nuestros días, que escuchando que pasa Jesús  comienza a gritar: “¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!” y lo reprenden de inmediato, pero él sigue gritando más fuerte y sin detenerse, enseñándonos  que es necesario insistir en nuestra súplica, cuanto más agobian los problemas y las carencias más urgentes, sin dejarnos distraer por quienes pretenden acallarnos con falsas promesas.
Jesús  se detiene y lo llama preguntándole “¿Qué quieres que haga por ti?”, respondiendo no como los hijos de Zebedeo que añoran la gloria a la derecha y a la izquierda del Salvador, “Maestro, que yo pueda ver”.
Pide no sólo la vista física, sino el poder ver y comprender cuál es el papel que debe asumir en este mundo para agradar a Dios.
Suplica, en el fondo, tener la capacidad de hacer un cambio radical en su existencia, reconociéndose mendigo del favor divino que salva, insistiendo a pesar de las dificultades, confiando siempre en la gracia.
Y Jesús le dirá “Vete, tu fe te ha salvado”, y él se levantó ya curado y, lo siguió por el camino, porque al recuperar la visión no sólo pudo percibir las personas y los objetos, sino que entendió que su misión debía ser seguir los pasos de la persona, vida y enseñanza del Salvador.
Pero a su vez, el “ver” las personas y las cosas significaba tener una mirada de fe que le mostraba con claridad el servicio al prójimo y el uso correcto de las cosas de este mundo, sin caer en su dependencia.
El papa Francisco, en el ángelus de hoy, hablando de la fuerza de la oración suplicante, narró la historia de aquél hombre que ante el anuncio de la proximidad de la muerte de su hija de nueve años, pasó  la noche ante el santuario de Luján rezando por ella. A la mañana siguiente, de regreso al hospital, su esposa llorando le dice que la hija comenzó -inexplicablemente para la ciencia médica- a curarse.
Esto nos hace ver que estamos llamados a suplicar siempre a Dios con confianza, implorando todo, que significa la santidad de vida, nuestra conformidad con su divina voluntad, el crecimiento en nuestro servicio de caridad para con todas las personas, la disponibilidad siempre por hacer el bien y defender la verdad que se nos manifiesta.
Queridos hermanos: imploremos al Señor que podamos ver la verdad que proviene de Jesús, para seguirle confiadamente realizando el bien imitando así el obrar del mismo Salvador.
Como la Virgen María y el glorioso San José, dispongámonos siempre al servicio de Jesús.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz. Homilía del domingo  30º del tiempo Ordinario, Ciclo “B”.- 24 de Octubre de 2021, ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.-/



 

19 de octubre de 2021

“Dejen de dominar a los pueblos como si fueran sus dueños”, exclama Jesús, porque esto acelera la ira de Dios, y sean servidores de todos”

En el anuncio del profeta Isaías (53,10-11) está presente la persona del Mesías, el Hijo de Dios enviado por el Padre, quien ingresando en la historia humana por la encarnación en el seno de María, nos rescatara del pecado y condujera a la gloria divina, por el sufrimiento y la cruz.

Y así, “El Señor quiso aplastarlo con el sufrimiento. Si ofrece su vida en sacrificio de reparación, verá su descendencia”. Y “la voluntad del Señor se cumplirá por medio de él”.
Más aún, “Mi servidor justo justificará a muchos y cargará sobre sí las faltas de ellos”. Precisamente es lo que aconteció con la pasión, muerte y resurrección de Jesús, haciendo justos a todos los que en el transcurso del tiempo lo recibieron y se acogieron a su misterio de amor y misericordia.
En línea con este pasaje del profeta, el texto del evangelio de hoy (Mc. 10,35-45), está precedido por el tercer anuncio de la pasión realizado por Jesús mientras se dirige a Jerusalén con sus discípulos.
Como sucediera ante los dos anteriores anuncios de su pasión y muerte, nos encontramos con que la reacción de los apóstoles dista mucho de manifestar que hayan entendido el mensaje, porque siguen atados a la mundanidad.
Les sucede  que no entienden que el seguimiento de Cristo tiene otro rumbo totalmente diferente, están pensando en su propia gloria y adquisición de poder terrenal, rechazando el misterio del sufrimiento y de la cruz.
Con frecuencia, está falta de sintonía con Jesús, aparece también con nosotros, que tan atados al espíritu de este mundo, vemos y planificamos la vida personal conforme a los criterios de la sociedad o de la cultura  relativista que nos agobia, olvidando que el mensaje divino es diverso.
De allí la necesidad de conferir lo que pensamos y vivimos con la persona de Jesús y el evangelio, para descubrir cómo estamos situados y en qué hemos de convertirnos para asumir la vida verdadera que es de salvación.
Siguiendo con el texto, leemos que con atrevimiento Santiago y Juan le dicen “queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir”.
Mal comienzo si se pretende una buena oración, ya que siempre debe hacerse con humildad, “si es tu voluntad, si es para mi bien, si es para tu gloria” concédeme esta gracia, aceptando lo que Dios disponga.
Y enseguida reclaman estar sentados –signo de poder y autoridad sobre los demás- a la derecha y a la izquierda del Señor cuando está en su gloria.
Desde el pecado original la pretensión humana  del poder y el sobresalir y ser más que Dios, es algo constante y creciente, sobre todo hoy.
“No saben lo que piden” responde Jesús, ya que Él no vino a enaltecer a nadie ni otorgarle poder, como sí pretende hacerlo el demonio, sino a dar ejemplo de lo que realmente importa en la vida que es ser servidor de todos.
Jesús les interroga, a su vez, acerca de si pueden vivir lo que Él vivirá, a lo que arrogantemente responden que sí, olvidando que sin la gracia de lo Alto es imposible que el ser humano entregue su vida en sacrificio por el Salvador y por los demás. Así y todo, el Señor les asegura que beberán el cáliz del sufrimiento pero que no le corresponde a Él otorgar lo que piden.
Continúa el texto señalando la indignación de los otros apóstoles porque se sintieron “primeriados”, les ganaron de mano, ya que también ellos tenían puesta la mirada en una meta de gloria terrenal, el ser importantes.
Jesús con paciencia les dirá “Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de  ustedes, y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar la vida en rescate por una multitud”
O sea, el seguimiento ha de pasar por la imitación del Maestro que es servidor y entrega su vida por una multitud, es decir, por quienes lo aceptan.
La vida del creyente, pues, pasa por el abajamiento, como sucedió con Jesús, rechazando todo afán de poder y de enaltecimiento personal.
Es un llamado a cambiar de mentalidad también para nosotros que tanto nos cuesta comprender la lógica del Señor y de su enseñanza, que buscamos siempre la gloria de este mundo y su lógica de poder y gloria mundana.
En este contexto, el autor de la carta a los hebreos (Heb. 4,14-16) hablando de Jesús, afirma que Él es un Sumo Sacerdote, puente entre Dios y los hombres, que penetró en el cielo, por lo que hemos de permanecer firmes en la confesión de nuestra fe, el cual fue sometido a las mismas pruebas que nosotros menos el pecado, permitiendo acudir al trono de la gracia “a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno”.
La imitación de Cristo, permite pues, llegar a su Persona por medio del sufrimiento, difícil para nosotros, pero posible con la gracia divina.
Ahora bien, encontramos otra enseñanza en el texto que meditamos.
Dice Jesús:”Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad”.
Dice “a quienes se considera” ya que el poder de los que gobiernan y de los grandes viene de Dios, y a Dios deben someterse, sin pretender obrar como si ellos fueran el mismo Dios.
Precisamente los que gobiernan y los grandes creen que pueden cambiar lo que Dios ha establecido y hacen sentir su autoridad injustamente sobre la gente imponiendo el aborto o la eutanasia, la diabólica ideología de género.
Hoy no pocos padres de familia tienen que sacar a sus hijos de la escuela y enseñarles en su casa, porque se quiere imponer a los niños, deformando su inteligencia y voluntad, los vicios aceptados por los adultos y las ideologías de turno contrarios a la soberanía de Dios y de la dignidad de la persona.
Dentro de poco estará prohibido como decía Chesterton, afirmar que el césped es verde, porque se busca imponer lo irracional a toda costa y se llegará a perseguir a quienes no se sometan a este pensamiento único.
Estos gobernantes y poderosos han obtenido estos poderes opresores del mismo diablo, que les ha prometido todo si lo adoraban y le rendían culto.
Los que tienen poder participado de Dios, en los diferentes ámbitos de la vida, no son coherentes con lo que significa esa participación al no ponerse al servicio de los demás, sino pretender oprimir a todos e imponer sus criterios pervertidos porque se han alejado de la verdad y del bien.
Incluso gobernantes que se dicen católicos, han traicionado su fe imponiendo todo tipo de aberración y desvío del diseño creacional de Dios.
Permanentemente vemos en el mundo la prepotencia de los que usan el poder para imponer sus locuras y aplastar a los disidentes.
En nuestros días, poco a poco, se busca imponer la religión del estado omnipotente que decide por nosotros lo que está bien o mal según su visión.
El texto de este evangelio cobra hoy singular importancia dejando al descubierto el cumplimiento en la actualidad de lo denunciado por Jesús.
También a los que gobiernan y tienen poder hoy, Jesús les está diciendo “dejen de oprimir a los demás con sus doctrinas erróneas”, busquen el bien proclamando la verdad, promuevan el trabajo y no la dádiva, no busquen el triunfo de “castas” sobre los seres humanos más débiles, sean servidores de todos, especialmente de los desechados de este mundo opulento, sean servidores de la vida, primer derecho, y no busquen la muerte del inocente.
Dejen de dominar a los pueblos como si fueran sus dueños, grita con enojo Jesús, porque esto despierta y acelera la ira de Dios sobre el hombre.
Queridos hermanos: pidamos al Señor nos de la fuerza necesaria para ser coherentes con su enseñanza buscando servir a todos porque todos somos hijos de un mismo Padre que nos espera en su Reino.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXIX del tiempo ordinario, ciclo “B” 17 de octubre de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



12 de octubre de 2021

La sabiduría que proviene de Dios permite al hombre descubrir que el seguimiento de Jesús nos hace exclamar “Señor, sácianos con tu amor”


 El creyente ha de suplicar siempre la sabiduría que proviene de Dios (Sab.7, 7-11), sabiendo apreciarla porque  permite descubrir su voluntad, que siempre busca la felicidad humana, de allí que la gracia siempre nos ha de preceder y acompañar para perseverar en las buenas obras.
A su vez, la Palabra divina penetra en el interior del hombre y conoce las intenciones más ocultas de cada uno, de manera que nadie escapa a la mirada penetrante de Dios (Heb. 4, 12-13).
El texto del evangelio (Mc. 10, 17-30) nos presenta el encuentro  de cada uno de nosotros con Jesús y cómo su mirada  nos interpela para  conocer la realidad de nuestra vida  en el presente y lo que ha de resultar en el futuro, más generoso  y noble en la entrega personal.
Conforme a esto, la Palabra deja en la liturgia de hoy una enseñanza  en el salmo responsorial (Salmo 89,12-17), cuando en la antífona cantábamos “Señor, sácianos con tu amor”.y cantaremos felices toda nuestra vida.
Retengamos esta afirmación para poder entender qué es lo que Jesús espera de cada uno de nosotros.
Hagamos la prueba y vayamos al encuentro del Señor y arrodillándonos delante de Él preguntémosle: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?” No se trata de regatear con el Señor: “yo hago esto y Tú me das esto otro”, sino que abrimos el corazón ante la gratuidad divina que se  manifiesta constantemente amándonos.
Pero es bueno preguntarle al Maestro Bueno, porque los demás maestros que enseñaban sobre la ley de Dios no podían llamarse buenos, solamente Cristo, porque es el Hijo de Dios hecho hombre. Maestro bueno porque Él nos enseña el camino de la bondad, del bien, de la verdad.
Precisamente este encuentro con Jesús conocido como el del “joven rico”, es tratado por san Juan Pablo II en su encíclica “El esplendor de la Verdad” (Veritatis Splendor cap. 1), en la que reflexiona señalando que la vida de perfección a la que convoca Jesús es la de las bienaventuranzas.
A su vez, el papa, partiendo de este diálogo con el joven que le sirve de pórtico, se explaya en los principios que deben fundar y regir la moral cristiana, que en definitiva remite al encuentro personal con el Señor.
De allí que no resulte ocioso preguntarle al único que es bueno con mayúscula, qué debo hacer en medio de tanta confusión reinante.
Y Jesús responde con los mandamientos de la segunda tabla de la ley: no matarás, no cometerás adulterio, no darás falso testimonio, no robarás, honra a tu padre y a tu madre.
No habla el Señor de los tres primeros mandamientos, y continuando con el diálogo, el joven responde que todo lo indicado lo cumple desde siempre, siendo la respuesta de Jesús su mirada complaciente cargada de amor para con el joven, “lo miró con amor”.
Por eso decía al principio que retengamos la súplica del salmo interleccional: “Señor sácianos con tu amor”.
La mirada de amor de Jesús confirma la veracidad de lo que afirma el joven, pero  a su vez implica un llamamiento más profundo.
De allí que continúe: “Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme”.
Este pedido,  refiere al primer mandamiento: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Y cómo  sabemos  esto? Por la respuesta de Pedro: “tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”. Respuesta que indica que lo principal es el seguimiento.
Ahora bien, ¿Qué dejaron los apóstoles? Eran pescadores, no eran personas de fortuna. Quizás Mateo era el único que podía tener un buen pasar por el oficio de publicano.
La afirmación “Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”  aplicado a los discípulos, nos permite concluir que el dejar todo no necesariamente implica riqueza, sino también  pobreza.
El dejar todo engloba a aquello en lo cual habíamos puesto el fundamento de nuestra vida, de nuestro existir, de manera que no solamente, podríamos decir,  es el rico quien tiene dificultad para entrar en el reino de los cielos porque el dinero lo atrapa, sino que también puede ser cualquier otro afecto desordenado, como le llama san Ignacio.
Cualquier otra realidad que tenga atrapado el corazón del hombre e impida la disponibilidad para Jesús, es lo que debe dejarse de lado.
Por eso es muy importante encontrarse con la mirada profunda del Señor. ¿Hemos sentido alguna vez la mirada de amor de Jesús? ¿Hemos percibido esta mirada únicamente en el sacramento de la confesión cuando nos arrepentimos y Él perdona nuestros pecados? ¿Hemos sentido el amor del Señor en los distintos momentos de nuestra vida? ¿Sabemos cómo nos cuida, cómo nos protege, cómo nos busca?. Aunque nosotros tratemos de huir de su mirada, de su búsqueda, el Señor está allí presente.
Quizá muchas veces caemos en la tristeza porque el Señor pide mucho para que lo siga y yo no puedo o no quiero.
Es necesario trabajar para dejar lo que impide el seguimiento, para ir tras sus pasos. Saber que el Señor que nos llama siempre a una vida más perfecta, nunca nos va a pedir algo superior a nuestras fuerzas, conoce nuestros límites. Reclama de acuerdo a  lo que Él ha pensado desde toda la eternidad para nosotros, según la misión que nos pide en este mundo.
Precisamente hoy la iglesia recuerda el día misional, día de oración, día en que debemos pensar en cómo comprometernos con la misión, el sentirnos enviados, para transmitir dando a conocer a Jesús.
Pero si  no percibimos esa mirada de amor sobre nosotros, qué vamos a transmitir.
Precisamente el papa Francisco, en el mensaje de este año exhorta a vivir  la misión trasmitiendo el agradecimiento a Dios, por todo lo que nos da. Trasladar al mundo lo que significa haber sido elegidos por el Señor, para transmitir su Palabra, para hacerlo conocer, para trasmitir al mundo esta mirada de amor que tiene sobre cada uno de nosotros.
Quizá pueda parecer insuperable el vencer nuestras debilidades, limitaciones o defectos que dificultan la entrega personal al Señor.
Pero frente a ello, Jesús proclama abiertamente que para el hombre es imposible salvarse pero no lo es para Dios, porque la gracia del Señor está dispuesta a entrar en el corazón de cada uno y fortalecernos,  e iluminarnos para vivir de una manera nueva.
Queridos hermanos, aprovechemos para encontrarnos con el Señor, ya que Él es el único que da sentido a nuestra vida.
Todas las demás maneras o momentos de felicidad son siempre pasajeros, es el encuentro con el Señor lo que nos hace profundamente felices, plenos, porque es la mirada del Señor  la que nos convierte,  conquista y  atrae, y que guiándonos nos promete que estaremos algún día en la Vida.
Como ya había anunciado también, justamente por ser el día misional, se realiza la colecta por esta intención, para poder contribuir materialmente a las obras que la iglesia realiza en zona de misión, donde todavía no está firmemente afianzada. Por ello, de acuerdo a las posibilidades de cada uno, se agradece una colaboración especial.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXVIII durante el año. Ciclo B. 10 de octubre de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com