31 de agosto de 2021

Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Ya que las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos.

 La actuación de Jesús en esta ocasión, censurando a los escribas y fariseos que se escandalizan porque  algunos de sus discípulos no se purificaban antes de comer, se explica por medio de sus mismas palabras: “ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres”.
O sea, Jesús no está en contra de seguir las normas de la higiene personal, necesarias para llevar una vida digna. El problema está en que cambiaron el cumplimiento de la ley de Dios reemplazándola  por tradiciones  humanas haciendo de esto una especie de culto religioso. Es como si nosotros, por ejemplo, transformáramos el uso del barbijo, del alcohol en gel, la lavandina en los zapatos, en un rito religioso dándole un valor superior al cumplimiento de la ley de Dios, omitiendo el seguimiento del Señor, dejando de lado la misa dominical,  u olvidándonos de las obras de caridad.
Hay tradiciones o costumbres humanas que se establecen en la vida cristiana porque se piensa que son buenas por el hecho de estar legisladas por el poder civil o porque  se han metido en la práctica de la gente, pero  que no provienen de Dios.
Por ejemplo terminamos aceptando el divorcio, rechazando lo que Dios enseña, admitimos el mal llamado matrimonio igualitario cuando el único matrimonio consagrado es el del hombre y la mujer, asentimos al aborto  o a la eutanasia y hacemos oído sordo al “no matarás al inocente”, o consentimos vivir en pareja lejos del Señor porque no podemos cumplir con la tradición de la fiesta de bodas.
En síntesis, pesan más en nosotros las tradiciones o costumbres humanas más que la Palabra de Dios, concluyendo el creyente con no vivir una vida cristiana plena en el seguimiento de Dios por  ir tras lo pasajero y terrenal.
Precisamente el Deuteronomio o segunda ley (4,1-2.6-8) nos advierte  por boca de Moisés que lo que hace verdaderamente sabios es el escuchar los preceptos  y las leyes y llevarlos a la práctica. Más aún “no añadan ni quiten nada de lo que yo les ordeno. Observen los mandamientos del Señor, su Dios, tal como yo se los prescribo….porque así serán sabios y prudentes a los ojos de los pueblos”. Sabiduría, por lo tanto, que será ejemplo para los demás pueblos y que les permitirá entrar en la tierra prometida, que a la luz de la revelación sobrenatural, será la vida eterna futura junto a Dios.
A su vez, el apóstol Santiago (1, 17-18.21b-22.27)  afirma “reciban con docilidad la Palabra sembrada en ustedes que es capaz de salvarlos. Pongan en práctica  la Palabra y no se contenten sólo con oírla, de manera que se engañen a ustedes mismos”.
La Palabra que salva de la que habla el apóstol Santiago es el mismo Jesús, Palabra de Dios hecha carne en el seno de María, que se hizo presente en la historia humana para mostrarnos el camino de salvación que libera de la esclavitud del demonio y del pecado.
No son las tradiciones humanas, las costumbres que se han introducido en la vivencia de la fe personal, ni el Reiki, ni el yoga, ni las pirámides, ni las oraciones orientales las que nos salvan, sino la Persona de Cristo muerto y resucitado para darnos en abundancia la vida de la gracia, liberándonos de todo tipo de esclavitud.
Cuando vivimos según “las tradiciones humanas” más que de la Palabra de Dios se cumple lo que Jesús advierte (Mc. 7, 1-8.14-15.21-23) citando al profeta Isaías: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos”.
Precisamente los escribas y fariseos estaban más al servicio de la observancia de los preceptos humanos más que de la Palabra de Dios.
Por eso, Jesús deja esta enseñanza dirigiéndose a la gente “Escúchenme  todos y entiéndalo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones…etc.”. Es decir, la vida turbulenta del hombre está presente en el interior de cada uno, y sucede que se queda dentro nuestro influyendo en la vida personal o se transforma en malas acciones cuando sale al exterior, como también lo bueno del corazón origina a su vez acciones buenas al exteriorizarse.
Por lo tanto  se hace necesario vigilar la vida interior para percibir lo que hay dentro de nosotros en orden a corregir lo malo y dar a luz abundantemente lo que haya de bondad y verdad.
En este sentido, recordemos que hoy se celebra el martirio de san Juan Bautista, patrono nuestro, el cual fue decapitado por proclamar la verdad diciéndole a Herodes que no le era lícito vivir con la mujer de su hermano. Si hubiera seguido la costumbre de su tiempo aceptando el adulterio, habríase consagrado como asesor privado del rey, pero traicionando  la Palabra divina recibida y proclamada.
A su vez hoy se cumplen once años de la consagración de este templo y del nuevo altar para rendirle culto a Dios alabándolo y celebrándolo.
Se bendijo y consagró en ese día no sólo la construcción material sino el edificio espiritual que constituimos nosotros como piedras vivas de la Iglesia desde el día del bautismo.
Pidamos al Señor, por lo tanto, que esta memoria nos ayude a recordar lo que somos, para vivir según su voluntad, siguiendo el ejemplo de María Santísima arca de la nueva alianza que llevó al Salvador, y de san José que se mantuvo siempre fiel a su misión.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXII del tiempo ordinario, ciclo “B”. 29 de agosto  de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com




24 de agosto de 2021

Porque Jesús había afirmado que entregaba su cuerpo en alimento, la gente decía “¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?”

Dios nos ha creado a su imagen y semejanza, pero por el pecado de los orígenes nacemos  enemistados con Él.  Es por eso que envía  a su Hijo para que haciéndose hombre en el seno de María, ingresara en nuestra historia, en nuestra vida, para guiarnos, para conducirnos a la meta para la cual hemos sido creados que es la comunión, la felicidad plena con Dios.
Esto hace que desde la fe preguntemos: ¿Qué debo hacer? ¿Cuál es el camino que debo tomar? En efecto, en un mundo como el nuestro con tanta confusión, con tanta verdad a medias, con tanta mentira, con tanta tiniebla, el hombre vive desconcertado, confundido y por eso antes de seguir en ese desarreglo esperando que las cosas se resuelvan solas debe preguntarse ¿A dónde voy?¿qué haré?
Acabamos de escuchar en la primera lectura (Josué 24, 1-2ª.15-17.18b), que antes de entrar en la tierra prometida, Josué pone en crisis a toda la comunidad, a las doce tribus de Israel y, les dice que deben elegir entre  seguir al Dios verdadero, al Dios de la Alianza o preferir ir detrás de dioses falsos que los han seducido muchas veces. Y esto porque ingresar a la tierra prometida que ha dado el Señor con una finalidad concreta, supone fidelidad al Dios de los padres que ha salvado desde antiguo al pueblo. Y ante la afirmación de Josué que ya eligió al Dios verdadero, el pueblo responde “lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses, porque el Señor es nuestro Dios”. De este modo deciden continuar sirviendo al Dios de la Alianza, alejándose de la tentación de abandonar al Señor. Esta  pregunta incisiva de Josué al pueblo en la que se replantea la fidelidad a Dios o no, sería interesante repetir entre nosotros los católicos  actuales para  verificar de esa manera cómo estamos hoy. Es decir, elijo a Dios o prefiero seguir a otros dioses, que pueden ser el dinero, la política, el poder, las vanidades de este mundo o  aquello que nos da placer, pero que en definitiva después nos deja totalmente vacíos, sin futuro sobrenatural, apegados a lo terrenal.
En el texto del Evangelio aparece otra vez esta disyuntiva (Jn. 6, 60-69). “¡Es duro este lenguaje! Quién puede escucharlo” porque Jesús había afirmado que entregaba su cuerpo en alimento. En efecto, los oyentes y seguidores  estaban de acuerdo con comer gratuitamente en abundancia como aconteció en la multiplicación de los panes y peces, pero afirmar ahora que entregará su cuerpo como alimento para la eternidad es inaceptable. ¿Cómo es posible que esto suceda?. Al respecto podemos afirmar que las crisis dentro de la fe católica normalmente comienzan con la Eucaristía, la no aceptación de Jesús presente en este sacramento bajo las especies de pan y vino ¿Cuánta gente hoy se pregunta dentro del mundo católico, ¿vale la pena ir a Misa los domingos, participar de la Eucaristía?, ¿No resulta mejor quedarse en casa en pijama y tomando mate siguiendo la misa parroquial con toda tranquilidad por face?. Total, decimos,  ahora hemos sido dispensados de la misa por la pandemia, aunque por otra parte no nos privemos obviamente de otras cosas, ya sea ir a los bares, a los restaurantes,  a reuniones familiares y todo tipo de salida. La Eucaristía va perdiendo su importancia, y sucede que si ya no tenemos hambre y sed de Dios que se ofrece en la Eucaristía, nuestra vida espiritual va enflaqueciendo cada vez más hasta perderse. “Ah pero este lenguaje es muy duro”, decimos,  “el cura es muy duro con lo que dice”… y miren, no lo digo yo, lo dice el Señor.
Y el mismo Jesús dice, “el Espíritu es lo que da vida, la carne de nada sirve” porque como lo habían cuestionado a Él expresando que es un simple hombre, la carne de nada sirve, ya que se quedan simplemente pensando en un Mesías temporal. Jesús continuará insistiendo, mientras tanto la gente se alejaba; pensando que es mejor “dejar de escuchar a éste, esperábamos comida y bebida de arriba pero éste ahora se nos complica, habla que dará su carne, su cuerpo”. Es por eso que  Jesús  vuelve a recordar: “les he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede”. Es el Padre quien guía al ser humano al encuentro del Hijo hecho hombre, pero para eso el Padre debe ver que hay fe en nosotros,  que creemos y  lo  aceptamos como el Hijo de Dios, que viene a salvarnos y elevarnos.
Fíjense que también en toda la historia y en la vida de Jesús entre nosotros, el problema es la fe, se lo acepta como  Hijo de Dios o no, y esto cambia totalmente nuestra vida. En efecto, si el hombre dice “creer” en Cristo pero no lo sigue en todas sus enseñanzas porque su lenguaje es duro, no es un creyente serio  sino un impostor que se enmascara en una fe que no posee. Sucede, a menudo  en la cultura de nuestro tiempo, donde hay tantas cosas contrarias a la fe, que escucharlo a Cristo resulta desagradable y la gente lo abandona viviendo  lo católico a su manera  o  yendo  tras  los ídolos de hoy.
Muchos de sus discípulos se alejaron de Él y dejaron de acompañarlo, afirma la Escritura. Pero a continuación formula Jesús  una pregunta a los doce y, a nosotros que estamos aquí en la misa presencial y a aquellos que nos siguen por el Face: “¿también ustedes quieren irse?”.Pregunta cargada de dolor y decepción ante el abandono frecuente de las personas que ya nada quieren con Dios.
Y Pedro, inspirado por Dios, ciertamente, pero porque también lo vivía, dice “Señor ¿a quién iremos?”. Si no nos hacemos esta pregunta y encontramos la respuesta adecuada, nuestra vida queda a mitad de camino. ¿Vamos a ir a Jesús aunque su lenguaje sea duro, o ¿iremos detrás  de otros dioses, de otros líderes, de otras costumbres? Si, serán más divertidas y pasajeras pero no tenemos allí vida.
Sigue diciendo Pedro, "tú tienes palabras de vida eterna". O sea, las palabras de Jesús no son para conformarnos un momentito, ni siquiera para nuestra vida temporal, sino para la vida eterna, va más allá de la vida temporal.
“Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios”, equivale a decir “hemos creído que Tú eres el Hijo de Dios vivo”. Por eso es que dice Pedro ¿A dónde iremos? Si descubro que Jesús es el Hijo de Dios, ¿a donde voy a ir? Porque esa pregunta puede tener distintas respuestas, ya sea por falta de fe o porque sigo a Jesús únicamente cuando tengo problemas en mi vida ¿Cuántas veces uno se olvida que es Hijo de Dios, que es católico, y de repente ante una dificultad, ante un golpe o deja de creer o se acerca nuevamente a Dios y no está mal acercarse a Dios, sino el dejarlo después nuevamente, como el pueblo de Israel en el Antiguo Testamento; hacía de las suyas, abandonaba a Dios, Dios les pegaba un chirlo y volvían a la fidelidad, pero después se cansaban de ser buenos y volvían otra vez a alejarse del Señor.
Queridos hermanos digamos confiadamente “Señor tú tienes palabras de Vida Eterna” yo quiero acercarme a ti cada vez más, porque eres el camino que conduce a la verdad plena y concede la vida verdadera.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXI del tiempo ordinario, ciclo “B”. 22 de agosto de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



 

18 de agosto de 2021

María Santísima, Nueva Arca de la Alianza, llevó en su seno a la Ley Nueva y al Nuevo Maná, que entrega su cuerpo como alimento.

Con gozo en el día de hoy celebramos esta gran fiesta de la Asunción de María Santísima. Su celebración nos colma de esperanza porque su Asunción en cuerpo y alma a los cielos confirma que es verdadera la meta a la cual tendemos, que es participar algún día de la alegría celestial, y que a pesar que esta vida terrenal se presenta como pasajera y fugaz sabemos que nos espera la eternidad con Dios.

San Pablo (I Cor. 15) se refiere a la resurrección de Cristo  mostrando que allí está el fundamento de nuestra propia resurrección  al fin de los tiempos, ya que así como la muerte entró al mundo por el pecado del viejo Adán, venceremos la muerte por medio de la resurrección del Nuevo Adán que es Cristo.
El revivir o resucitar nos lo afirma la misma fe asegurando la resurrección final de cada persona humana.
Pero podríamos decir que la muerte ha sido vencida anticipadamente a través de la resurrección de Jesús, el primer resucitado, y la Asunción de María Santísima en cuerpo y alma, la segunda resucitada que ya participa de la eternidad junto a su Hijo.
La Asunción de María nos da la seguridad que lo que ya aconteció con Ella, sucederá también con cada uno de nosotros.
Hay dos relatos evangélicos en los que la madre de Juan y Santiago (Mt. 20,20-28) o ellos mismos (Mc. 10,35-40)  piden sentarse a ambos lados del Señor cuando Él esté en su gloria. Jesús responde que es necesario beber su cáliz  de  dolor, y al ver que ellos están dispuestos, dirá, sin embargo, que es el Padre quien decidirá sobre esto.
Con la asunción de María sabemos ahora que es Ella quien está junto al Hijo por disposición del Padre Eterno.
La fe sobre la verdad de la Asunción señala que María no sufrió la corrupción del sepulcro, y que participando de la muerte de Cristo, - aunque su muerte no está alcanzada por la definición dogmática-  logró la resurrección del cuerpo y el comienzo de la vida gloriosa.
La nueva existencia de María implica el acompañarnos a cada uno de nosotros, porque no se desentiende de nuestras penurias, dificultades y penas, y nos acompaña a encontrar a su Hijo y seguirlo.
Seguros de su compañía es que nos alegramos en el Señor y cantamos con Ella las maravillas realizadas por Dios en su persona, y en cada uno de nosotros, pobres criaturas.
Ella ha sido colmada de gracia, mirada en su pequeñez y humildad.
El papa Francisco recordaba hoy en el ángelus, que Dios ama a los humildes que se hacen pequeños ante sus ojos, a los que reconociendo su “humus” (tierra), registran que son poca cosa y miran la bondad infinita de su Creador, siendo por lo tanto exaltados por el mismo Dios.
De hecho en el canto del Magníficat, María dice que Dios dispersó a los soberbios de corazón, derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes, que aplicamos con verdad a su  persona y fidelidad.
¿Qué significa humildad? Es un término que deriva –ya lo había mencionado-  de “humus”, tierra, y que significa que el ser humano se ubica como lo que es delante de Dios y de los hombres, que como débil criatura todo se lo debe a Dios y que no debe  pensar que es superior a los demás por atribuirse ser digno de mayor reconocimiento.
María Santísima, como Nueva Arca de la Alianza, ha llevado en su seno  a Aquél que es la ley Nueva y el nuevo maná, que entrega su cuerpo como alimento a los creyentes que ansían unírsele.
Por eso en el nuevo plan de redención, María junto a su Hijo intercede por nosotros ofreciendo a Jesús para la salvación del mundo.
Este misterio de la salvación nos invita a prepararnos mientras caminamos en el tiempo siguiendo a Cristo, buscando agradarle para que libres del pecado podamos participar de su misma gloria.
Pidamos a la Virgen que ha sido llevada al cielo en cuerpo y alma que nos prepare un lugar como ya lo hizo Jesús para reinar en la vida celestial.

Canónigo Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en  la Solemnidad de la Asunción de María Santísima el 15 de agosto de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



 

10 de agosto de 2021

“La Eucaristía es el sacramento que contiene verdadera, real y sustancialmente el cuerpo, sangre, alma y divinidad de nuestro Señor Jesucristo”.


 

El diálogo entre la gente  y Jesús, a quien se le adelantaron  en Cafarnaúm, transcurre en distintos momentos de divergencia, de crisis y, por lo que entonces comienzan los judíos a murmurar del Señor porque había dicho “yo soy el pan bajado del Cielo”.
La Sagrada Escritura, ya en el antiguo testamento, no pocas veces, menciona que los judíos murmuran contra Moisés, porque en  camino a la tierra prometida por el desierto, no tienen agua o alimento. Ellos siempre buscan resolver los problemas temporales, que en sí mismo no está mal, pero  se olvidan siempre de la meta, en ese caso, no miran hacia delante, la tierra prometida.
Acá pasa lo mismo, los judíos murmuran de Jesús, porque dice “yo soy el pan bajado del Cielo” pero resulta que este pan que les ha dado fue a través de la multiplicación de los panes y de los peces y ellos se quedaron con eso pero no fueron capaces de mirar más adelante, que Jesús está haciendo un anuncio de algo más importante y por eso empiezan a dudar del Señor. “¿Acaso no es éste el hijo de José, no conocemos  a su padre y a su madre? ¿Cómo nos dice “yo he bajado del Cielo”?” O sea, afirman la condición humana de Jesús, pero rechazan la posibilidad de que pueda ser Dios a pesar que como tal se les ha mostrado a través del signo de la multiplicación de los panes (Jn. 6, 41-51).
Jesús entonces, con gran paciencia sigue instruyéndolos, no murmuren entre ustedes, ustedes desconfían de mí, dice el Señor, pero nadie puede venir a mi si no lo atrae el Padre que me envió.
O sea, les está diciendo, ustedes no quieren acercarse a mi como alguien diferente, como el Hijo de Dios, porque el Padre no los atrae. ¿Y por qué el Padre nos los atrae? Porque no tienen fe, no creen, ponen trabas permanentemente a ese paso necesario de aceptar que el Señor sea el Hijo de Dios vivo.
Pero Jesús sigue insistiendo, “yo lo resucitaré en el ultimo día a aquel que venga a mi”, trata así de sacarlos de esa mirada meramente humana que tienen de Él. Pero esta gente no termina de entender, de allí  que Jesús  insista: “Nadie ha visto nunca al Padre sino el que viene de Dios, sólo Él ha visto al Padre” ¿Quién es ese Él? Jesús. Y por eso en otra oportunidad dirá “yo soy el camino, la verdad y la vida”, por lo que yo quiero conducirlos al encuentro del Padre.
Y nuevamente la comparación con el Antiguo Testamento: “sus padres comieron el maná y murieron, en cambio los que coman este pan no morirán, vivirán eternamente”. Podemos comprender que a este punto del diálogo la gente seguía estando en crisis, sin entender, sin creerle a Jesús lo que dice, pero ahí no termina todo. El  golpe de gracia de su manifestación como Dios está en el último párrafo que hemos proclamado hoy.
Dirá el Señor que el que coma de este pan vivirá eternamente, y explica por qué, “y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”, palabras éstas que lleva a todos a una crisis profunda.  ¿Cómo éste puede darnos a comer su carne? O sea Jesús deja de lado el signo, el símbolo, el pan, como en otras oportunidades decía de sí mismo “yo soy la luz, yo soy el camino, yo soy el pastor” acá dice yo soy el pan, pero es mi carne para la vida del mundo. Y en ese momento se manifiesta totalmente como aquél que quiere permanecer en nuestra vida.
Esto es importante para nosotros los católicos, porque  tenemos una gracia  especialísima dada por Dios, la de poder comulgar la carne del Señor y beber su sangre, bajo las especies de pan y vino.    Recuerdo que cuando era niño y estudiábamos para la catequesis, aprendíamos  de memoria las definiciones que luego nos explicaban. Y así, definíamos la Eucaristía después de haber hablado de los sacramentos; “la Eucaristía es el sacramento que contiene verdadera,  real y sustancialmente  el cuerpo, sangre, alma y divinidad de nuestro Señor Jesucristo”. En esta definición está bien clara la realidad de lo que celebramos en cada misa y de lo que comemos en cada comunión.  La sustancia de pan se cambia en la sustancia del Cuerpo de Cristo y la sustancia del vino en la Sangre de Cristo, permaneciendo Cristo entero, cuerpo, alma, sangre y divinidad.
Al respecto, es importante recordar que las Iglesias cristianas nacidas del protestantismo con el caos que introdujo Lutero en la fe, celebran la cena del Señor, pero ellos cuando comulgan, comulgan justamente el pan y el vino, porque no tienen orden sagrado, ni eucaristía. Nosotros aunque recibimos las especies eucarísticas de pan y vino recibimos a Jesús, cuerpo, alma, sangre y divinidad.
Los anglicanos tampoco tienen el sacramento de la Eucaristía, porque carecen del sacramento del Orden Sagrado. No sé si recordarán que el papa León XIII había declarado que eran inválidas las ordenaciones presbiterales y episcopales porque se había roto la sucesión apostólica. De hecho, cuando el papa Benedicto XVI recibió en la Iglesia Católica a los anglicanos que se convirtieron a la verdadera fe, los conocidos como obispos o presbíteros, recibieron en la Iglesia  el Sacramento del Orden, ya como obispos o presbíteros.
Pero volviendo al centro de todo esto, recibimos a Jesús en la Eucaristía, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Y esa es una gran bendición para nuestra vida de cada día, porque ahí comienza al recibirlo al Señor, nuestra incorporación a Él y esa preparación para la Vida Eterna, “yo los resucitaré para la Vida Eterna”.
El Sacramento de la Eucaristía en uno de los tantos efectos, nutre y da fuerza en medio de las dificultades cotidianas. Justamente el primer libro de los Reyes (19, 1-8)  nos narra hoy la persecución que sufre el profeta Elías por defender la pureza del monoteísmo, contrariando la idolatría y el politeísmo que habíase introducido en Israel. Y cuando huye de la persecución, Elías fue alimentado con pan a través de un ángel, y termina el texto diciendo “comió y bebió, y fortalecido por ese alimento camino cuarenta días y cuarenta noches hasta la montaña de Dios”. Si bien era pan lo que recibió el profeta, está prefigurando el misterio eucarístico que se iba a develar con Cristo nuestro Señor, Cristo alimento, Cristo que da la vida.
Y el apóstol San Pablo nos dice en la Segunda lectura (Ef. 4, 30-5,2) cómo hemos de vivir nuestra vida cristiana: no poner triste al Espíritu Santo, evitar la amargura, los arrebatos, los gritos, los insultos y toda clase de maldad, siendo mutuamente buenos y compasivos. Y todo esto es consecuencia de la unión con Cristo. O sea, mientras más unidos estemos al Señor, más perfectamente viviremos en  caridad con los demás.
Pidámosle al Señor que nos siga nutriendo con este alimento que es Él mismo, y que esta asimilación del Señor en nuestra vida realmente se prolongue en nuestro obrar cotidiano.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XIX durante el año. Ciclo B. 08 de agosto de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com





3 de agosto de 2021

Creer en Jesús como el Hijo de Dios, es la obra de Dios necesaria para vivir cada día conforme a la fe propia de los creyentes.

 


El domingo pasado concluía el texto del Evangelio que habíamos proclamado, diciendo que  “Jesús sabiendo que querían apoderarse de Él para hacerlo Rey se retiró otra vez solo a la montaña”. Es en ese contexto que tiene sentido justamente lo que acabamos de anunciar. Es decir, que la gente cuando se dio cuenta que Jesús y los discípulos no estaban en el lugar donde había multiplicado los panes, subieron presurosamente a las barcas y fueron a Cafarnaúm en busca de Jesús. Podemos imaginarnos a la gente a las corridas, subiendo a las barcas, navegando para encontrarse con Jesús, llegando antes que Él.  Cuando se encuentran con Jesús le preguntan: ¿Cuándo llegaste? Una pregunta muy inocente pero que encerraba algo muy diferente en el corazón de ellos, por eso Jesús les dice “ustedes me buscan no porque vieron signos”, no porque reconocieron en la multiplicación de los panes  que yo era el Hijo de Dios hecho hombre, realizando un milagro, “sino porque han comido pan hasta saciarse” (Jn. 6, 24-35).   Es decir, lo siguen a Jesús porque les sació el hambre, de manera que a partir de ese momento –pensaban- se les garantizaba el alimento. .Y Jesús aprovecha el encuentro con la multitud para enseñarles, llevándolos a la verdad del misterio: “trabajen no por el alimento que perece sino por el que permanece hasta la Vida Eterna”.

¿Cuál es el alimento perecedero? Justamente  el refugiarnos en los bienes materiales, en las cosas de este mundo que perecen y pasan. Nada es eterno en esta vida, por lo que  la invitación es trabajar por lo que permanece hasta la Vida Eterna.
No está llamando Jesús a la inoperancia, a no hacer nada, a no cumplir con los deberes de estado, a no trabajar para ganarse el sustento diario, nada de eso, lo que advierte es que no pocas veces el ser humano está tomado por esa preocupación y descuida lo más importante que es el alimento que permanece hasta la Vida Eterna.
Esto significa un cambio de mentalidad para nosotros, para poner todo en el debido orden, poseyendo la debida jerarquía de valores. Coincide con lo que el apóstol San Pablo afirma en la segunda lectura (Ef. 4, 17.20-24) “les digo y les recomiendo en el nombre del Señor, no procedan como los paganos que se dejan llevar por la frivolidad de sus pensamientos”, advirtiendo así sobre algo común también entre los primeros cristianos. Les escribe aquí a los cristianos de Éfeso, pero igualmente está pensando en todos, señalando la gran tentación que también subsiste hoy que es proceder como los paganos, es decir como los que no tienen fe que se dejan llevar por la frivolidad de sus pensamientos.
Por eso, san Pablo advierte, “no es eso lo que ustedes aprendieron de Cristo, si es que de veras oyeron predicar de Él y fueron enseñados según la verdad que reside en Jesús”. Hermosa afirmación por la que no da nada por cierto,  ya que es necesario no pensar como los que no tienen fe. Pero eso supone que se les ha enseñado la verdad y que se ha aceptado esa verdad que reside en Cristo.
De allí que el apóstol siga diciendo que de Jesús hemos aprendido la necesidad de renunciar a la vida que se lleva, despojándonos del hombre viejo, refiriéndose a esa mentalidad, a ese espíritu que está conforme con la falta de fe, con la no aceptación de Cristo Jesús. Retomando el texto del Evangelio los presentes le preguntan en plural al Señor “¿qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?”, a lo que Cristo responde en singular afirmando que “La obra de Dios es que ustedes crean en Aquél que Él ha enviado”. O sea, la primera preocupación debe ser el creer en Jesús como el Hijo de Dios hecho hombre, como el único enviado del Padre, porque si nó se le acepta, es imposible vivir cada día conforme a la fe propia  de los  creyentes. Por eso es necesario como dice Jesús, una vez aceptado Él como Dios, trabajar por el alimento que no perece. Y ¿Cuál es el alimento que no perece? Él mismo, que se ofrece y se entrega como el pan vivo bajado del Cielo. ¿Y cómo tenemos que trabajar? Recordar que así como ponemos empeño en tener los bienes materiales necesarios para la vida cotidiana, tengamos el mismo empeño para preparar el corazón y recibirlo dignamente a Jesús en la Eucaristía, convirtiéndonos  del pecado por la confesión, por la oración y todos aquellos medios por los que nos vinculamos estrechamente con Él.
Sin embargo, los presentes no entienden qué significa trabajar por este alimento de la Vida Eterna, y siguen insistiendo en que a sus padres les dio de comer Moisés el maná en el desierto, como lo hemos escuchado en la primera lectura (Ex. 16, 2-4.12-15), cuando Dios escucha las quejas del pueblo elegido y los sacia de alimento.  Jesús señala, sin embargo,  “no, no es Moisés el que les dio de comer, es mi Padre el que les dio el pan del cielo”, es mi Padre el que les dio la comida material perecedera y es también ahora mi Padre el que les da esta  comida que Soy Yo mismo, el pan vivo bajado del cielo. La comida material recibida por los antiguos no los liberó de la muerte, pero el que  se alimenta de Jesús, el pan vivo bajado del cielo, no sólo se nutre en este caminar de peregrino, sino que anticipa y prepara para vivir con Él en la Vida Eterna. Por eso es importante lo que el mismo Jesús dice en el Evangelio, “el que viene a mí, jamás tendrá hambre, el que cree en mi jamás tendrá sed”.
Queridos hermanos vayamos buscando más y  más unirnos a Cristo, creamos en Él, escuchemos su palabra, vivamos el estilo de vida que nos propone para poder así saciar nuestra sed y hambre de Dios.   

 
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XVIII del tiempo ordinario, ciclo “B”. 01 de agosto de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com