31 de diciembre de 2006

Reflexionando sobre la Pasión del Señor (Marcos 14,1-15,47)

1. Los personajes de la Pasión del Señor

Llevando los ramos de olivo hoy aclamamos al Señor como Salvador.
Es el mismo Señor que viene a nuestro encuentro para mostrarnos el camino al Padre común de todos los hombres.
Es el mismo Señor que aclamado el domingo de Ramos por un pueblo ferviente, deberá escuchar el viernes siguiente, de ese mismo pueblo, ésta vez, manejado y manipulado por los jefes del momento, -anticipo de lo repetido tantas veces en la historia- :¡crucifícalo¡ ¡crucifícalo!
Este domingo de ramos nos prepara para que iniciemos la Semana Santa deseosos de no repetir una historia preñada de traiciones, fruto del pecado.
Acabamos de proclamar la Pasión del Señor. Allí hemos visto cómo los acontecimientos se van sucediendo uno tras otro. Cómo quedan al desnudo las miserias de tantas personas, cómo se va entretejiendo esta actitud persecutoria del Señor, por parte de aquellos que ya lo habían rechazado repetidas veces.
Incluso los que se consideraban fieles al Señor lo traicionan.
Judas que por dinero vende a Cristo a sus enemigos, termina, cerrado a la gracia, suicidándose.
Pedro lo niega, -capaz de decir tres veces “no lo conozco”-, para evitar eventuales problemas, pero que se abre, sin embargo, a la gracia, tocado por la misericordia del Señor y derrama las lágrimas redentoras que lavan su culpa.
Estos personajes nos van mostrando, el camino del Señor a la cruz, personajes que van cobrando incluso actualidad en nuestro tiempo, y así podríamos presentarlos como prototipos para todas las épocas, para todos los tiempos.

2. Cristo nuevamente arrestado


Y así, encontramos que cuando Jesús dice: “como a una bandido han venido a arrestarme con espadas y palos”, cómo no pensar en tantos bautizados que en muchos países del mundo son perseguidos por la fe, por proclamar que Jesús es el Hijo de Dios.
Cuántos derraman y han derramado ya su sangre por dar testimonio de la divinidad de Cristo.
Este arresto y muerte del Señor están anticipando la persecución a sus seguidores a lo largo de la historia humana.
Viene a mi memoria el arresto y la cárcel de aquellos bautizados que por oponerse a través de manifestaciones pacíficas, a las clínicas abortivas en algunos países, son repudiados y condenados por una justicia complaciente con la muerte de los inocentes, con la excusa de una presunta intolerancia.
Cómo no recordar el arresto y la cárcel de aquellos padres que en países llamados modernos, se han opuesto a que sus hijos sean educados en doctrinas destructoras de la familia o que se pretenda seducirlos con una concepción desviada de la sexualidad humana.
Cómo olvidar a tantos bautizados a quienes no se les trata con justicia en su trabajo, en su profesión, en su familia o en la sociedad a la que pertenecen, por el sólo hecho de ser honestos y buenos cristianos.
Cuántos bautizados son tratados como intolerantes cuando defienden las sanas costumbres, mientras pululan toda clase de locuras y desviaciones, con el amparo de leyes perversas.
Cristo es nuevamente arrestado y perseguido toda vez que los que creemos en El busquemos presentar sus nobles enseñanzas.

3. Los “nuevos” Pilatos

La Pasión nos presenta, además, la figura de tantos gobernantes que en este mundo son como Pilatos.
Pilatos quiere contentar a la multitud, esa multitud que no se mueve según la razón, sino conforme a sus pasiones más bajas, azuzada por los jefes del momento.
Cómo no ver aquí la manipulación tan frecuente de la gente que extasiada por discursos oportunistas quiere escuchar sólo lo que suena halagador a sus oídos y se opone a lo que es santo y noble, aunque después, vacía en su interior, cae en la cuenta de su miseria y añora la verdad perdida.
Y así esa multitud que por “consenso” decide matar a Cristo, renuncia a escuchar a aquel que es la Verdad
No importa que no haya culpa, “¿qué mal ha hecho?” se pregunta Pilatos, sino sólo dar el gusto al clamor inmisericorde de la despersonalizada multitud, que pide a gritos que el inocente sea crucificado, porque así lo desean los jefes.
Y Pilatos que sólo cuida su puesto huidizo, deja en libertad a Barrabás, bandido y jefe de una banda delictiva, y envía a la muerte al Inocente.
Hoy también se repite esta historia.
Cuántos Barrabás que se dedican al tráfico de drogas andan sueltos, en libertad, con la complicidad de quienes deberían terminar con ese flagelo, mientras Cristo es de nuevo crucificado en tantos niños y jóvenes agobiados por la esclavitud más siniestra , desperdiciando sus vidas , su futuro, su eternidad.
Cuántos Barrabás hacen negocios y comercian al margen de la ley, engrosando cada vez más sus cuentas bancarias,- no importa con qué medios y fines-,
mientras deambulan sin rumbo tantos Cristos crucificados que son víctimas de la especulación, que no tienen vivienda o no tienen alimento para llevar a su casa.
Cuántos Barrabás lucran con el sexo, imponiendo y seduciendo con las aberraciones más grandes, mientras nuevos cristos son crucificados en la esclavitud más degradante, incapaces de crecer como personas en el verdadero amor que ennoblece a todo hijo de Dios.
Cuántos Barrabás andan sueltos, comerciando con el mundo de las armas, mientras las víctimas de las guerras, son crucificados masivamente.
Cuántos delincuentes andan sueltos mientras el clima de inseguridad crece en las sociedades modernas, donde los honestos viven prisioneros en sus casas, y los deshonestos se pavonean con total libertad y sometiendo con el miedo.
Este es el resultado de una sociedad que no reconoce a Cristo. De aquellos que en lugar de buscar el bien común buscan servir a sus propias ideologías.
Y así, Barrabás sigue suelto en aquellos gobernantes y gobernados, que sirven a la cultura de la muerte, crucificando nuevamente a Cristo en tantos niños abortados, en tantos ancianos eliminados por falta de atención, vistos como la sobra de la sociedad por ser considerados improductivos.
Ante todo esto, la humanidad debe tratar de encontrarse con el Señor para recibir sus sabias enseñanzas y ser orientada por el Camino que es El mismo.

3. Si eres Hijo de Dios, baja de la Cruz .y creeremos en ti.

La Palabra de Dios que hemos proclamado nos señala además, aquella tentación de decirle al Señor “baja de la Cruz”.
Hoy también, una sociedad cada vez más indiferente a Dios, pide a los bautizados que bajen de la Cruz, que se asimilen a lo mundano sin hacer distinción entre lo bueno y lo malo.
Se pide a los bautizados que bajen de la Cruz, que disfruten, que gocen, que se den los gustos, que vivan el presente, que no piensen en los demás, que no tengan en cuenta el futuro.
Hoy se le pide a Cristo que baje de la Cruz, que se meta de nuevo en el mundo y que no nos presente un evangelio tan estricto,- le decimos-, que lo haga más fácil, que se acomode a los tiempos.
Le pide el mundo a Cristo que baje de la Cruz, que no exija el matrimonio indisoluble, que no reclame la fidelidad, que deje primar el todo vale, que esté de onda, que el evangelio se acomode a la época en que vivimos, y así el espíritu mundano podrá regir y destruir el mismo evangelio.
Ese espíritu mundano que presenta así, un nuevo evangelio, la “buena noticia” del relativismo, secundada por los “nuevos creyentes” que absolutizan lo temporal buscando el paraíso en la tierra.
Se pide con el “baja de la Cruz” el olvido de la misma, el rechazo del sacrificio, el vivir en una sociedad permisiva y en la desenfrenada búsqueda del placer, del poder y del honor.
Y Cristo responderá no bajaré de la Cruz.. Es desde allí donde el Señor vuelve a triunfar ante un mundo que muchas veces lo rechaza.
Pero Cristo es bajado de la Cruz, ya muerto, y es envuelto en una sábana.
Envuelto en una sábana en la espera de una nueva vida, la del resucitado que renueva todas las cosas.
Este envolver en una sábana evoca aquel otro momento en que Jesús es envuelto en pañales al nacer en Belén.
Dejando los pañales de la niñez, Jesús se convertirá en aquel que prepara los corazones humanos para recibir el mensaje de salvación.
Dejando la sábana del sepulcro, resucitará para hacernos partícipes de la vida nueva que había anunciado en su paso por este mundo.
Resurrección que nos asegura un nuevo nacimiento no ya en la carne humana, como en Belén, sino en el Espíritu de la Pascua que se derrama abundantemente para transformarnos en nuevas criaturas.
La liturgia que celebramos, por último, nos hace pedir que profesemos nuestra fe en el Señor, que como el Centurión digamos “Verdaderamente es el hijo de Dios”.
Aprovechemos esta Semana Santa para caminar con el Señor.
Ir viendo cómo se desarrollan en los acontecimientos de la Pasión, los hechos de nuestra propia historia personal, la del mundo entero.
Percibir la historia de las bajezas y de las grandezas, de tantas mezquindades y de tantas generosidades.

Pero darnos cuenta que después de la pasión y muerte del Señor viene su resurrección gloriosa.

Desde el resucitado, creer y esperar que una nueva historia nos espera.

Pasará la vieja política, terminará la decadente concepción de la vida, la cultura hedonista dejará corazones más vacíos, y dará comienzo, después de este calvario y cruz de la decadencia moderna, la historia nueva de los hijos de la Luz.
Si creemos en la Resurrección del Señor, fruto de su divinidad, hemos de estar seguros que después de pasar este largo y fatigoso calvario en el que pareciera que lo bueno y noble es pisoteado, vendrá el triunfo del resucitado.

Cngo Ricardo B. Mazza

Cura Párroco de la Pquia “Ntra Señora de Lourdes”, Santa Fé.

ribamazza@gmail.com

10 de abril de 2006

30 de diciembre de 2006

¡Cantaré eternamente las misericordias del Señor!


( Homilía de la Vigilia Pascual ( 15 de Abril de 2006)

1. Dios miró todo lo que había hecho y vió que era muy bueno (Gn.1,1-2,2)

Nos hemos congregado como familia en ésta noche Santa para celebrar la Resurrección del Señor. Las lecturas bíblicas que hemos proclamado nos han venido mostrando el Plan de Dios sobre cada uno de nosotros.
Así el texto del génesis nos narra la creación del mundo. Obra maravillosa salida de las manos generosas de Dios. Manifestación ésta creación, de la gloria de Dios, manifestación también de la misericordia del Señor que tanto amó al hombre que le preparó este mundo para que pudiera en él servirle de corazón, y conocerlo cada vez más.
Y nos dice el texto del génesis que se corona la creación con la creación del varón y de la mujer. Todo un llamado que nos hace ya desde el comienzo Dios a la vida en comunidad. Este varón y esta mujer llamados al matrimonio, a constituir
una familia.
Y así nos damos cuenta ya desde el comienzo cómo la Palabra de Dios nos dice que el matrimonio formado por el varón y la mujer es un signo de la comunión trinitaria. ¡Cómo no descubrir allí el designio de Dios sobre el hombre!
Aunque nuestros tiempos se caractericen por consagrar otro tipo de uniones, la Palabra de Dios es muy clara: los creó varón y mujer para constituir una familia.
Y la liturgia misma en esta Noche Santa nos habla de la grandeza de la familia, de la grandeza de la vida. Por eso Cristo vuelve a la vida en su Resurrección.
De allí que Cristo también se hace presente en la vida nueva que va a otorgar a cada uno de estos niños que en ésta noche han de recibir el sacramento del bautismo. Este sacramento del bautismo que nos incorpora e identifica para siempre a Cristo muerto y resucitado, como nos decía recién el apóstol San Pablo (Rom.6, 3-11).
Pero he aquí que éste proyecto de Dios desde el inicio, se ve trastocado por el mismo hombre, cuando enceguecido por la tentación del espíritu del mal cae en el pecado.
Ahora bien, Dios no se olvida del hombre, no reniega de éste proyecto original que ha mostrado, y por eso promete un Salvador, el envío de su Hijo hecho hombre.
Para concretar esto, ha de pasar mucho tiempo, y así la historia humana que es historia de salvación por la presencia de Dios, va mostrando los distintos pasos de este pueblo en marcha que Dios ha elegido para que sea su pueblo, anticipo del nuevo pueblo de Dios , que formamos nosotros y que recibe a Jesús como Mesías.

2. Los israelitas entraron a pie en el curso del mar (Exodo 14, 15- 15,1)

Nos dice el libro del Exodo que el pueblo de Israel que había sido liberado de la esclavitud de Egipto camina hacia la tierra prometida.
Ha de pasar por el Mar Rojo, signo del bautismo, pasar por las aguas para llegar a la tierra nueva. Pero he aquí que aquellos que tenían prisioneros a los israelitas cambian de idea. El Faraón y sus tropas van detrás del pueblo elegido.
Moisés comienza a gritar y el pueblo a inquietarse. Dios dirá: ¿qué son esos gritos?, ¿qué esa inquietud?, sigan adelante, ¡ordena que sigan adelante, no se detengan en el camino!.
Y esto nos lo dice Dios también hoy, tentados muchas veces a no seguir adelante, a mirar hacia atrás, a querer volver a la esclavitud que ofrece el Farón porque allí estamos más seguros.
Ir hacia adelante es como una aventura, no sabemos hacia dónde vamos, tememos que el camino conduzca a la nada. ¡Y nos olvidamos que está el Señor con nosotros! .
La vida del hombre también hoy puede presentarse como insegura ante tantas dificultades, y nuevamente nos dice Dios: ¡sigan adelante, no se detengan, no miren atrás, no añoren el pasado, la esclavitud, han nacido para ser libres!
El pueblo comienza a caminar por el lecho del mar. Y Dios dice: “yo voy a endurecer el corazón de los egipcios….y ellos entrarán en el mar…así me cubriré de gloria a expensas del Faraón”. Que sigan creyendo que ellos son los que más pueden. Y sigue diciendo el texto “el Señor observó las tropas egipcias desde la columna de fuego y nube, y sembró la confusión entre ellos. Además, frenó las ruedas de sus carros de guerra, haciendo que avanzaran con dificultad”, hasta que “el Señor los hundió en el mar”.

Queridos hermanos éste es un anuncio profético. El Señor nos está diciendo que aunque nos aceche el Faraón con sus tropas, o sea los servidores del maligno, no tenemos que temer. ¡El Señor los va a confundir! Y la confusión ya la estamos viendo en nuestra sociedad.
Cuando se van inventando desde los poderes de turno, producto del fracaso, del odio más atroz y de la ceguera más profunda ante la verdad, leyes que pretenden destruir la familia, implantar la esterilización del varón y la mujer, la “pseuda salud” reproductiva, y las uniones homosexuales contrariando el designio del Creador señalado en el Génesis, estamos en la confusión fruto del pecado.

Cuando se quiere consagrar en la sociedad actual, -de la que no escapa Argentina,- las uniones de hecho como si fueran matrimonio, la impunidad ante el crimen y la violencia, la despreocupación por los más pobres, el deseo, hasta lujurioso de poder y dinero, en fin, en una cultura como la nuestra, sobreviene la confusión sembrada por el Señor en el nuevo Faraón con sus tropas ya que carecen de la luz que viene del Espíritu.
El Señor sigue confundiendo a los que siembran el mal, y van a terminar peleándose entre ellos, porque detrás de estos proyectos no está el bien del hombre sino el bien del bolsillo, del dinero, de los negocios, del quedar bien, de recibir el aplauso de los llamados “colectivos”, siempre en la búsqueda del poder escurridizo. El fracaso ya se avizora, más tarde ó más temprano, como sucede cuando se pretende ser como dioses, hacedores del bien y del mal según los antojos del momento.
Pero nosotros no hemos de caer en esa confusión, tenemos que seguir adelante. Seguir adelante que no es seguir con nuestras cosas, y olvidar que el Faraón y sus tropas están detrás nuestro aunque confundidos, sino seguir adelante significa seguir trabajando por las causas nobles que hemos recibido y defendido desde el principio: la familia, el matrimonio, la dignidad de la persona humana, el perdón aunque se nos incite a la venganza, la honestidad aunque se nos apure con la desverguenza mostrando al mundo que creemos que Cristo ha resucitado, que está vivo, que ha vencido a la muerte y a todas estas formas de muerte que tenemos en el mundo llamado moderno.
Dios siembra la confusión en aquellos que quieren destruir su plan de salvación para el hombre.
Es cierto que durará este tiempo de confusión, -en definitiva el pueblo de Israel demoró cuarenta años para llegar a la tierra prometida-, y que también nosotros tendremos que caminar, no sé cuántos años, para llegar a una nueva tierra. Que será necesario que mueran las viejas estructuras, las viejas políticas, las mañas, las viejas costumbres, para dar lugar a la novedad que viene del espíritu, para dar lugar a una juventud que no está tanto en los años, pero que también está en los años, que busque lo nuevo que nos trae el Señor.
Seguir adelante como hizo Moisés para cantar al Señor “que se ha cubierto de gloria” (Ex. 15, 1-3)
La esperanza que no defrauda nos asegura al final el triunfo, -no sabemos cuándo-, del Señor misericordioso que no se olvida de su pueblo fiel.
Si no creemos esto, estamos de más aquí. Si nuestra herencia es el pesimismo, si sólo pensamos en qué terminará esto, en el fondo no creemos que Cristo ha resucitado, y lo que estamos haciendo hoy es una mera representación, y no una celebración gozosa, una actualización del misterio Redentor de Cristo.

3. Camina hacia el resplandor, atraído por su luz (Baruc 3,9-15.32-4,4)

Ir caminando con un corazón nuevo como nos dice el profeta Baruc, no abandonar la fuente de la sabiduría.
Si nos va mal es porque hemos abandonado al Señor: “si hubieras seguido el camino de Dios, vivirías en paz para siempre”.
El Señor nos deja a nuestra suerte para ver si volvemos a El con una vida nueva.
Hemos abandonado la sabiduría para ir a una tierra extranjera, la tierra sin Dios, contaminándonos con la muerte del pecado. Hemos olvidado lo que dice el profeta a gritos: “¡Este es nuestro Dios, ningún otro cuenta al lado de él!”.
Ha de seguir en nuestra memoria “camina hacia el resplandor, atraído por su luz. No cedas a otro tu gloria, ni tus privilegios a un pueblo extranjero”.
No ceder la gloria del bautismo, al privilegio de la redención y a la fuerza que nos viene del resucitado, ha de ser la consigna de la noche luminosa de la Pascua.

4. Jesús de Nazaret, el Crucificado, ha resucitado (Marcos 16, 1-7)

Nos proclama el evangelio este gran anuncio de la resurrección del Señor.
Fijémonos en la figura de éstas mujeres. ¡Qué dato curioso!, las consideradas débiles son las que están junto a la cruz del Señor, -salvo Juan el evangelista -.Son las mujeres también las que van al sepulcro. No están seguras de lo que va a suceder, ¿quién nos correrá la piedra?-dicen. . Pero las mueve el amor por Cristo. Y aquí llegadas ellas a la tumba acontece algo muy particular.
Cualquiera de nosotros podría decir: comprobaron que la tumba estaba vacía y por lo tanto:¡Cristo ha resucitado!
Y es al revés, reciben el mensaje: ¡Cristo ha resucitado! Esa es la primera afirmación que escuchan al llegar al sepulcro, y el ángel les dirá después:“mirad el lugar donde lo han puesto” ya vacío.
Es la revelación, la manifestación que Cristo ha resucitado, lo que les hace ver que el sepulcro está vacío y no al revés. Cristo el crucificado ha vuelto a la vida, anuncien que el Señor se les adelanta para encontrarse con los apóstoles en Galilea.
Vayamos nosotros al hombre de hoy para decir que Cristo ha resucitado y por eso el sepulcro está vacío.
Llevar este mensaje de que Cristo nos ha traído la vida, el triunfo sobre la muerte y el pecado. Como estas mujeres salir presurosos para llevar a todos la Buena Noticia.
A ellas las presionaba el miedo, nosotros no tenemos nada que temer , ya ha sido disipada toda inseguridad porque Cristo ha vuelto a la vida.


5. Cristo, después de resucitar, no muere más ( Romanos 6, 3-11)

¿Qué significa esto para nosotros?
Queridos hermanos: el apóstol San Pablo afirma que “si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él”.
Sigue diciendo con terminología bautismal que “fuimos sepultados con El en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una vida nueva”.
Es decir si hemos muerto con Cristo nada le debemos a esa vida de pecado, de muerte, sino que hemos de caminar hacia la vida.
Vida del cristiano que habiendo resucitado con Cristo ha de ser caminar hacia la vida de la identificación con el Señor, sin miedos, porque El está con nosotros.
No volver a la vejez del pecado. Cada día parecernos más y más a Cristo “porque si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección”.
El cristiano sabe que camina entre luces y sombras, entre persecuciones y triunfos, hacia el encuentro definitivo con el Padre que nos espera, nos ama y nos ha dado a su Hijo para que por su muerte y resurrección muramos al pecado para renacer a una vida nueva .
Queridos hermanos vivamos ésta vida que nos ofrece el Señor.
Si queremos cambiar, el mundo, la sociedad, la familia, comencemos por cambiar nosotros mismos dejando de lado aquello a lo que hemos muerto por el sacramento del bautismo.
Caminar siempre hacia la luz que no da Cristo para iluminar e iluminarnos.
El señor espera llevemos este mensaje donde hay tanta angustia, desazón, bajeza, y deterioro de la dignidad humana Llevar este mensaje del resucitado para vivir la vida de los hijos de Dios.

Cngo Ricardo B. Mazza
Párroco de la Pquia Ntra Señora de Lourdes (Santa Fe)
Director del Centro de Estudios Santo Tomás Moro
ribamazza@gmail.com
publicado en PyD

Homilía Primera Misa Pbro. Ricardo B. Mazza ( 17 - 11 - 74 )

Quiero hablarles en esta mi primera Misa, acerca del Sacerdocio. Generalmente se toma como ejemplo de lo que ha de ser el sacerdote, a la persona misma de Cristo Jesús, Sacerdote Eterno y de quien deriva por participación nuestro humilde Sacerdocio.
Es por eso que he elegido el misterio de la Anunciación del Señor, porque es allí donde comienza la vida del sacerdote, Dios - encarnado.
Pero, como hablar de María Sma., es hablar de su Divino Hijo, tomaré el ejemplo de la Virginal Madre, para beber allí las riquezas del Sacerdocio presbiteral.
Veamos en primer lugar la elección divina: María Sma. es elegida para un destino muy grande: traer al mundo al Hijo de Dios encarnado.
Vemos en el relato evangélico que es Dios quien ha tenido la iniciativa de tan gran elección, ya que de El parte toda empresa que tenga carácter divino.
Y así a través del anuncio angélico, María comienza a vivir su vida en los confines de la divinidad.
María era una mujer como todas las de su tiempo, con las mismas costumbres e idénticas ocupaciones, pero su diferencia estriba en que la poseía la gracia divina de una manera eminente, junto a su irrevocable y fidelísima entrega al Señor.
Había sido preferida a todas las demás, para realizar en su cuerpo y sobre todo en su corazón, las promesas mesiánicas.
El sacerdote, otro Cristo, al igual que María, es elegido para una gran misión: consagrarse por entero al Señor Jesús y a sus hermanos los hombres. Como María que da su cuerpo al Hijo de Dios, el sacerdote trae al mundo al Verbo resucitado bajo las especies eucarísticas, como nos lo dice expresivamente San Alfonso María de Ligorio.
Como María, el sacerdote está en el mundo pero no es del mundo, como nos enseña el mismo Cristo. El sacerdote es el hombre de Dios que vive como los demás hombres, pero que es distinto a todos, “segregado para el evangelio de Dios”, como nos enseña San Pablo, y que está “para consagrarse totalmente a la obra para la que el señor lo llama” al decir del Concilio Vaticano II°.
Nosotros los sacerdotes sentimos en carne propia aquellas palabras dirigidas a María: “El Señor está contigo”
Consideremos ahora otro pasaje del relato bíblico: La fuerza transparente de la gracia de Dios.
María que se sabe creatura y por lo tanto tremendamente pobre y limitada, pregunta al ángel: cómo será esto? Es decir cómo se realizará la maravillosa obra de la Encarnación. La respuesta divina no se hace esperar: “El Espíritu Santo descenderá sobre Ti y el Altísimo te cubrirá con su sombra.”
Nosotros hasta podríamos sentir el respiro de alivio de María, ya que es la gracia quien se encarga de la obra maravillosa de la Encarnación. Frente a este misterio que se desarrolla en el silencio y en la soledad del recogimiento y de la oración, podemos nosotros reflexionar acerca del misterio sacerdotal - salvando, claro está, la distancia infinita que de la Encarnación nos separa.
Así como Dios comenzó la obra da la Redención, en la humildad de una mujer, así también, Dios continúa su obra redentora culminada en la Cruz, a través del ministerio sacerdotal.
Dios necesitó de María para dar a luz al Verbo, Dios necesita de sacerdotes que den a luz al Verbo encarnado en el corazón de los hombres.
La historia de esta admirable mujer que reconoció su humildad, se prolonga en cada sacerdote, y en este caso conmigo mismo, cuando repite en la plenitud de su corazón, sediento de Dios, aquellas palabras de María: Señor, cómo será esto?. Cómo se realizará la misión que me encomiendas?. Frente a las miserias y limitaciones propias, secuelas del pecado original, la pregunta surge de nuevo, ¿ Señor como podré llevarte a Ti a mis hermanos los hombres?
Es el reconocimiento de la poquedad personal que se actualiza cada día, cuando el sacerdote no se atreve a ofrecer el sacrificio eucarístico sin antes decir, al lavar sus manos “Señor, lávame totalmente de mi culpa y purifícame de mi pecado”.
Frente a esta realidad, la promesa hecha a San Pablo nos llega con consoladora esperanza: “No temas, te basta mi gracia”.
La gracia de Dios, como vemos, está en íntima conexión con la pobreza de espíritu, ya que sólo el alma profundamente humilde ante su Señor, se encuentra en situación de recibir la ayuda divina.
El sacerdote, pues, imita en María su pobreza y humildad.
La gracia de Dios, necesita de nuestra respuesta y estamos aquí en el tercer aspecto de nuestra reflexión sobre el Sacerdocio.
María Santísima no puede callar y confiando plenamente en quien la ha llamado responde sin la duda que suele acompañar al imprevisible futuro “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según Tu palabra”.
María en un instante consagra toda su vida al Señor, sin desasosiego frente al dolor que soportará en toda su silenciosa vida, porque la conforta la fe inquebrantable frente a lo divino, la esperanza firme en la gracia de Dios y el amor que, sin reserva, entrega todo su ser al llamado de Dios.
El sacerdote da también su Sí al llamado de Dios - Un sí pleno de confianza, aún previendo la crucificada vida que le espera, si es que verdaderamente quiere ser imitador del Señor Jesús.
El sacerdote, igual que María se entrega sin reservas al Señor, porque sabe que aunque lleva como dice San Pablo “un tesoro en vaso de barro”, “la virtud del Altísimo lo cubrirá con su Sombra”.
Como María, el sacerdote dona también su cuerpo en el sagrado celibato, don precioso que ha recibido de la misericordia de Dios, porque sabe que su fecundidad - como la de Cristo y María - no está en lo físico, propio de este mundo, sino en engendrar hijos para el cielo.
El sacerdote entrega también su voluntad: a Dios en primer lugar, pero también a la Iglesia a través del obispo, quienes lo han llamado al Sacerdocio no para que viva a su manera el ministerio presbiteral, sino para que sirva al Señor, dispensando los sagrados misterios, de acuerdo al sentir común de la Una, Santa, Católica y Apostólica Iglesia.
En cuarto lugar y apartándome un poco del texto evangélico, debo decirles que me comprometo, para ser auténtico con la Iglesia, conmigo mismo y con Uds., a ejercer el ministerio de Pastor, conduciendo el rebaño que el obispo me confíe, por los caminos que Jesús Buen Pastor nos indica - Sé que la tarea es ardua, pero trataré con la gracia de Dios, de ser fiel hasta el final, no sea que por mi culpa se cumplan aquellas terribles palabras de la Escritura :”heriré al Pastor y se dispersarán la ovejas (Zac 13,7 - Mt 26,31).
Me comprometo a ser un incansable predicador de la Palabra de Dios. Seré inflexible en la predicación sin ambigüedades de la doctrina contenida en la Sagrada Escritura, en la Tradición y el Magisterio de la Iglesia.
Mi misión es ser como Cristo, Luz del mundo, combatiendo el error, pero siendo misericordioso con el que yerra; no sea que por vivir en la oscuridad de la mente, me haga acreedor de aquellas palabras que nos trae San Lucas: “Ay de vosotros doctores de la Ley, que os habéis apoderado de la llave de la ciencia; y ni entráis vosotros ni dejáis entrar a los demás” (Lc 11,52).
Me comprometo a ser sacerdote dispensador de los Sacramentos de la Iglesia, en especial de la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida cristiana.
Imploro a Dios que me dé un corazón pobre, casto y obediente, para que a ejemplo de María Santísima, pueda entregarme sin reservas a lo que Jesús me pida. Y que me conceda la gracia de la perseverancia.
Pido a mis hermanos en el Sacerdocio que me ayuden a cumplir mi ministerio.
Ruego a todos Uds., consagrados por el Sacerdocio bautismal, que me exijan ejercer con eficacia el Sacerdocio, pero les pido también que no me pidan realizar aquello que no compete propiamente al sacerdote, porque tendré que defraudarlos, ya que no soy sacerdote para realizar tareas de laicos, sino de presbítero.
Para concluir, agradezco a mis padres, porque me educaron en la fe; a mis hermanos, familiares y amigos que me acompañaron en estos 11 años de preparación sacerdotal; a Mons. Di Stéfano que me guiara en los primeros pasos de mi vocación sacerdotal; agradezco a la compañía de Jesús, porque en mis años de religioso aprendí el espíritu ignaciano; agradezco a Mons. Zazpe porque me llamó a ser su colaborador marcándome con el orden sagrado; agradezco a Mons. Tortolo, superiores y compañeros seminaristas del seminario de Paraná, porque me han dado lo mejor de sí en estos 4 años de formación teológica.
Agradezco al clero santafecino, religiosos, religiosas y fieles en general por sus oraciones y ejemplos.
Agradezco al P. Gasparoto, por su fina atención para conmigo en el triduo de oraciones preparatorio a mi ordenación y por acompañarme en este día.
Por todas estas intenciones y junto a Ntra. Sra. De la Merced, ofrezco esta mi primera Misa.

24 de diciembre de 2006

El reinado Universal de Cristo - (Juan 18, 33-37)


Deberán dejarse de lado los proyectos favorables a la cultura de la muerte y al sometimiento del hombre bajo la tiranía de los poderes económicos del presente.
Y esto, porque desde la luz que proviene del único rey del Universo, son caminos que al apartarse de Dios llevan a construir, más tarde o más temprano, un frente para la derrota.

Por el Cngo. Ricardo Bautista Mazza


1.- La figura de Cristo Rey, anticipada en la Antigua Alianza.

El año litúrgico que ya fenece, culmina con la celebración litúrgica de la Solemnidad de Cristo Rey del Universo.
Esta palabra de rey puede resultar hoy extraña, ya que son pocos los reyes que existen en el mundo, y que terminan con la muerte, y extraña también porque escuchamos hablar del rey del fútbol, del rey del rock, de la reina de la frutilla, con reinados fugaces -ya que rápidamente son reemplazados por otros-.
Y así quizás corremos el riesgo de tener una idea poco feliz acerca de lo que la Iglesia quiere enseñarnos acerca del reinado perdurable de Cristo.
Es necesario comprender que al hablar de Cristo Rey lo hacemos de alguien cuyo reinado no caduca sino que perdura en el tiempo, de allí que tenemos que basarnos en la Sagrada Escritura para descubrir su verdadero sentido.
El profeta Daniel (cap. 7) en el Antiguo Testamento, hace referencia a una de sus visiones nocturnas, dónde cuatro bestias surgen del mar, una más feroz que la otra, representando a reyes paganos que asolarán a los israelitas fieles.
Estos poderes terrenos son abatidos, aunque pasando los israelitas por el agobio de la persecución.
El profeta Daniel al terminar este sueño señala que uno como figura de hombre, que apunta al futuro Mesías, es investido de dominio, gloria y reino por parte del anciano que está sentado en el trono, signo inequívoco del Padre. A éste así investido, lo sirven todos los pueblos, naciones y lenguas, dice el texto.

En el capítulo 2º, el profeta Daniel hace una interpretación de un sueño que tiene el rey Nabucodonosor donde ve cómo los reinos de este mundo caen, para dar lugar a un reino pequeño que va a durar para siempre, que se ha de prolongar a lo largo de la historia.
En el AT., pues, aparece la figura del rey y del reino futuro y que servía justamente de consuelo para el pueblo de Israel tantas veces perseguido por sus enemigos.
Serán purificados por éstas persecuciones, parecería decir el Señor de la historia, pero quien vence en definitiva, es el Rey verdadero.

2.-Cristo, alfa y omega, principio y fin de todo lo creado.

¿Y por qué hablamos del reinado de Cristo? El libro del Apocalipsis (1, 8) señala que Cristo es el alfa y la omega, principio y fin de todo.
Desde que el mundo existe hay un señorío de Dios como Creador, sobre todas las cosas creadas, y un señorío de Dios sobre nosotros, seres inteligentes, a los cuales siempre Dios quiere conducir interiormente a través de la gracia y por medio de nuestra inteligencia y voluntad libre.
Y así el hombre se orienta, -si responde a la voz interior de su naturaleza llamada a lo trascendente-, hacia el fin último, la omega, al encuentro definitivo con Dios Nuestro Señor.
De allí que con la seguridad que da el origen y meta divinos, hemos de seguir el camino que nos traza la Providencia, con la convicción de alcanzar lo que se nos ha prometido.
Hay por lo tanto un señorío de Dios desde el principio sobre todo lo creado, que El mantendrá a pesar de los vaivenes de una voluntad humana muchas veces díscola y deseosa de una libertad que pretende desplazarlo. Se trata de un reinado de origen.

Pero también podemos hablar de un reinado por derecho de conquista en cuanto al morir en la cruz, Jesús nos rescató del imperio del espíritu del mal.
En ese aparente fracaso de la cruz, Jesús vence al espíritu del mal, ya que El es “el Testigo fiel, el Primero que resucitó de entre los muertos, el Rey de los reyes de la tierra” (Apoc. 1, 5).

Asegurada también para nosotros la resurrección experimentamos ya desde ahora que el mal ya no tiene poder sobre nosotros, ya que “El nos amó y nos purificó d nuestros pecados, por medio de su sangre” (v. 5).
El Maligno sólo podrá someternos toda vez que nosotros mismos descartemos la soberanía de Dios para servir -como cómplices del mal - los planes del enemigo de la naturaleza humana, que son siempre contra el mismo hombre.
En esta perspectiva nos asegura San Juan que con nosotros comienza a establecerse y formarse un nuevo reino, el de la Nueva Alianza, ya que Cristo nos ha constituido como “un Reino sacerdotal para Dios, su Padre” (Apoc. 1, 6).
Y como culminación de la historia humana aparece la manifestación de la gloria de Dios en su Hijo Jesucristo para toda la humanidad: “El vendrá entre las nubes y todos lo verán, aún aquellos que lo habían traspasado. Por él se golpearán el pecho todas las razas de la tierra.”(vers. 7).
Al afirmar el Apóstol que “lo verán, aún aquellos que lo habían traspasado”, está señalando no sólo a los que estuvieron junto a la Cruz denigrándolo, sino también a todos aquellos que en el transcurso de la historia humana lo han traspasado en la carne de su Cuerpo que es la Iglesia, a los que lo traspasaron en la carne de los débiles y despreciados de todos los tiempos de la humanidad.
En efecto, toda ofensa contra el hermano ha sido hecha contra el mismo Cristo, tal como lo señala el Evangelio de San Mateo (cap. 25, 45-46), de allí que el Juez celestial dirá: “Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo. Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna”.

El “lo verán” señala a Cristo en su segunda venida, cuando ha de venir a juzgar al mundo de sus acciones libres, y donde quedará patente su señorío absoluto: “Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa a las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a éstos a su izquierda” (Mateo 25,31- 34).

3.- La Iglesia como nuevo Reino de Dios y las persecuciones.

Si tomamos a la Iglesia como el nuevo reino del Señor, que lo continúa hasta que El vuelva y del cual formamos parte por el bautismo, comprobamos siguiendo la historia, que las persecuciones no han faltado, y no faltarán hasta el triunfo definitivo de Cristo.
Y esto es así porque la soberbia del hombre lo lleva a la necedad de no saber descubrir el plan de Dios en la historia humana.
En lugar de brindarle a Dios el obsequio de una voluntad dócil a su soberanía, prefiere seguir pateando los remolinos de viento de éxitos pasajeros que culminan en el fracaso más rotundo.
Hagamos repaso de algunas persecuciones y cuáles fueron los resultados.

Roma se destacó por la persecución sangrienta de los cristianos, y cayó estrepitosamente, floreciendo un cristianismo vigoroso de la sangre de los mártires derramada por doquier.
Inglaterra a sangre y fuego desplazó a la Iglesia Católica desde Enrique VIII y algunos de sus seguidores, y terminó también derrumbándose.

Napoleón, dice Mauricio Aira, “fue un poderoso emperador de Europa. Sus soldados ganaban casi todas las batallas. Napoleón quiso que el Papa Pío VII se sometiera a su voluntad, pero el Papa no cedió y aunque Roma fue ocupada por Bonaparte y persiguió a obispos y cardenales, Pío VII le lanzó "la excomunión", drástica medida eclesiástica de carácter moral que ensoberbeció al militar y confinó al Jefe de la Iglesia y hasta lo encerró en Fontainebleau.
Napoleón se consideraba el más fuerte, y estaba seguro que el Papa era muy débil. El Emperador llegó a España para conquistarla y no pudo, lanzó 700 mil soldados a Rusia para dominarla y no pudo, al llegar a Moscú se encontraron con la ciudad que ardía dejándoles sin alimento y sin abrigo. El narrador Gabriel Marañón dice: "la excomunión del Papa, hizo caer los fusiles de las manos de sus soldados". Sin embargo en 1821 murió en Santa Elena donde había sido desterrado, arrepentido de haber causado "tanto daño a la Iglesia, que me acogió en su seno”.

Se cumplieron así las palabras del cardenal Ercole Consalvi, Secretario de Estado de Pío VII que ante la pretensión de Napoleón de destruir la Iglesia: “Je détruirai votre Eglise!, dijo:“Sire, il y a vingt siècles que nous faisons nous-même tout ce que nous pouvons pour celà et nous n´y parvenons pas!”. ( "Voy a destruir su Iglesia" El Cardenal le contestó: "No, no podrá". ¡Ni siquiera nosotros hemos podido hacerlo!").
Es decir, la Iglesia Católica -quiso decir el Cardenal- tiene en sus bautizados tantos elementos negativos, que si ésta fuera empresa humana ya estaría destruida.
En efecto, la Iglesia, como nuevo Reino de Dios, no es un reino de éste mundo que se apoya en ejércitos, o en el poder político o en el poder económico de los grandes emporios. Se funda en un poder distinto: el de Cristo el Señor. Quien así no lo entienda fracasará en su intento, como tantos ejemplos en la historia lo han demostrado.

Hitler pretendió ser dueño y Señor del mundo fomentando la indignidad humana más perversa, siendo derrumbado como tantos.
España floreció con numerosos mártires en el siglo XX. Estos impedirán –lo vemos desde la fe- que prosperen proyectos ajenos al sentir cristiano, aunque se deba pasar por un período oscuro más o menos largo de confusión.
Rusia persiguió a la Iglesia y también cayó su poderío.
El islamismo en nuestros días no tiene piedad alguna por la Iglesia Católica en algunos países, y seguramente caerá.
Nuevos proyectos deshumanizadores continuadores del nazismo se enseñorean en la actualidad, buscando nuevas formas de selección de raza queriendo imponer la aniquilación de los pobres a través de la esterilización y el aborto en una sociedad que no les da cabida.
Ante esto, Cristo Providente mostrará nuevos caminos para la liberación de éste flagelo, que requerirá, claro está, de la cooperación libre humana para construir un mundo nuevo.

La persecución de la que venimos hablando, no sólo vino desde fuera, sino que desde el cristianismo mismo vino el rechazo de la fe católica. Para ello basta recordar al Zar Nicolás I que en el siglo XIX quiso borrar el catolicismo en Polonia para imponer a sangre y fuego la confesión ortodoxa. Los resultados están a la vista: Polonia sigue siendo fiel a la fe católica recibida desde antiguo.
A pesar de estos ejemplos, - y sólo dimos algunos- hay quienes en la actualidad, haciendo caso omiso de las enseñanzas que nos da la historia, persisten en tratar a la Iglesia como si fuera una mera sociedad temporal.
De allí la necesidad de recordar las siempre vigentes palabras del evangelio: "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del reino y cuanto atares en la tierra será atado en los Cielos y cuanto desatares en la tierra será desatado en los Cielos" (Mateo, 16). Pasaje bíblico de tal claridad que muestra la autoridad de la Iglesia, símbolo viviente del amor de Dios y que nos orienta e ilumina en nuestro peregrinaje por esta vida que por larga que sea, 70, 80, o 90 años es apenas un soplo en la historia de la Humanidad. "Los cielos y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Lucas 21:33)

4.-Mensaje actual de la festividad de Cristo Rey.

¿Qué nos quiere enseñar la liturgia de hoy? Asegurarnos que lo que esperamos, la soberanía de Cristo sobre todo lo creado no es una utopía, sino una realidad, que más temprano o más tarde se hace presente entre nosotros, incluso antes de la victoria final.
Se nos quiere hacer ver que toda la obra de la creación está precedida por la supremacía de Dios, su Creador, y que se orienta al establecimiento total de este reino.
No sólo en el corazón de los que le son fieles, sino también “poniendo a los pies” de Cristo a todo aquel que no lo reconoce como Señor de la historia.
Nos deja el evangelio una enseñanza riquísima: “mi realeza no es de este mundo”(Juan. 18, 33-37). Y esto es así porque el reinado de Cristo es el reinado de la vida, de la gracia, de la verdad, del amor, de la paz y de la justicia.
No se trata de un reinado exclusivamente espiritual, sino un reino que implica una conversión por parte de los bautizados que lo integramos. Conversión que lleva a trabajar permanentemente para que todas las cosas y estructuras temporales se orienten a la gloria de Dios y a la realización plena de las personas.
En el mundo cotidiano nos encontramos con el reino de este mundo que consiste en el reinado de la mentira, de la guerra y de la violencia, del odio y de la cultura de la muerte, de la injusticia y del sometimiento del hombre por el hombre.
Como miembros de este nuevo reino hemos de luchar por el reino que no es de este mundo sino de Dios, aunque esté en el mundo.

Trabajar para el reino de la verdad, oponiéndonos a la mentira institucionalizada.
Estamos en un mundo que nos presenta tan frecuentemente la injusticia que lamentablemente nos vamos acostumbrando a ella. Como miembros del reino hemos de trabajar por la justicia de tal manera que todos puedan participar equitativamente de los bienes de este mundo.
Ante la violencia, el odio y la falta de reconciliación entre hermanos, hemos de construir un reino de reconciliados con Dios y entre nosotros, un reino de amor y solidaridad con el hermano, un reino que enaltezca al hombre en su dignidad de hijo de Dios, un reino de paz que es la “tranquilidad en el orden” como enseña San Agustín.
Se nos pide ir construyendo una cultura nueva donde Cristo pueda reinar en el corazón de todos.

5.- El Reino de Dios y el compromiso político

En este contexto es atinado rescatar una cita del documento de participación para la Vª Conferencia de los Obispos Latinoamericanos y del Caribe a realizarse el año próximo en Brasil: “ El norte de nuestros afanes como constructores de la familia y la sociedad tiene que estar definitivamente marcado por la cultura de la vida: por el respeto a la vida, por el gozo de transmitir la vida, por la gestación de familias que sean santuarios de la vida, por la plasmación de condiciones sociales y legislativas que permitan a todos, especialmente a los más afligidos, pobres y marginados, llevar una vida digna de su vocación humana, y creer en la realización de sus ansias de felicidad. La Iglesia ha participado profundamente en la gestación de estos pueblos (de América y del Caribe). Ella sabe que Cristo le pide renovar o reasumir este compromiso dando lo mejor de sí, y gozar de la libertad que necesita para ello”(nº 168).
Si Cristo pide a la Iglesia renovar o reasumir este compromiso es necesario que haya disposición a vivirlo en una doble vertiente como ya señaláramos en otro escrito.
Desde la jerarquía iluminando desde la fe la distintas situaciones temporales dando orientaciones que puedan ser materializadas, poco a poco pero sin pausa, en el establecimiento

del bien común, y desde el laicado empeñándose por crear nuevas formas de participación y de compromiso político.
En efecto, el laico católico está llamado -desde la fe que le da sentido a su obrar, y desde la esperanza de un mundo mejor-, a construir un mundo en el que reine la caridad entre los hermanos.
Obrar en política para el laico será tener como guía este proyecto más arriba enunciado, el cual lo esclarece en orden a elegir aquellos caminos nuevos que permitan pensar en una sociedad más justa.
De allí que si se quiere construir una sociedad que tenga a Cristo como rey, en la tónica expresada anteriormente, deberán desestimarse aquellas vías de obrar en política que hasta el momento no han hecho más que establecer un reino de mentira, de odio, de injusticia, de pecado.
Deberán dejarse de lado los proyectos favorables a la cultura de la muerte y al sometimiento del hombre bajo la tiranía de los poderes económicos del presente.
Y esto, porque desde la luz que proviene del único rey del Universo, son caminos que al apartarse de Dios llevan a construir, más tarde o más temprano, un frente para la derrota.

Sería desleal y signo de no haber entendido lo que pide el Señor, el que por alimentar las apetencias de poder, haya católicos que sigan transitando por sendas que han demostrado ser totalmente inhumanas.
En esta tarea del nuevo quehacer cristiano “caben todos los ámbitos del compromiso espontáneo o ministerial para edificar la comunidad viva que es la Iglesia, buscando la vida del mundo , y todos los campos del empeño cristiano de los fieles laicos al servicio del mundo, sobre todo aquellos que conciernen a la vida y a las condiciones - familiares, educacionales, económicas, laborales, jurídicas, etc,- que ésta requiere para nacer, crecer y ser fecunda” (nº 171. op.cit. documento de participación).
Con la ayuda del Señor de la historia, veremos un nacimiento nuevo de nuestra sociedad.