"Lo único que se necesita para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada." Edmund Burke
26 de junio de 2023
"No teman a los hombres que los persigan por su fidelidad al Evangelio", Yo estaré con ustedes, dice el Señor.
19 de junio de 2023
Conmovidos al contemplar a tantos sin la guía del Señor, llevemos el consuelo de su Persona y mensaje salvador.
Hemos escuchado recién en el libro del Éxodo (19,2-6) cómo los israelitas llegan al monte Sinaí y acampan al pie, y será allí el lugar donde se concretará la alianza entre Dios y ellos constituyéndose en pueblo elegido.
Ese misterio de Dios que se manifiesta plenamente con la venida del Hijo de Dios haciéndose hombre en el seno de María Santísima.
En el texto del Evangelio (Mt. 9,36-10,8) nuevamente nos encontramos con el amor misericordioso de Dios, ya que sigue en pie la elección que había hecho del pueblo de Israel en el Antiguo Testamento. Por eso, es que Jesús, cuando envía a los discípulos, les dice vayan a buscar las ovejas perdidas de Israel. Recién después de la resurrección de Jesús, antes de su ascensión, enviará a los discípulos a que vayan por todas partes y prediquen el Evangelio de la conversión. Pero en este primer momento, los envía a las ovejas perdidas de Israel.
Y así como Dios se conmovía tantas veces en el Antiguo Testamento por ese pueblo muchas veces infiel y descarriado, pero siempre amado, también en el Nuevo Testamento encontramos que Jesús siente pena ante las gentes que parecen ovejas sin pastor.
12 de junio de 2023
Yo soy el pan vivo bajado del cielo, el que come mi Cuerpo y bebe mi Sangre, tendrá vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Gran misterio es este el del Santísimo Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, que celebramos hoy y hacemos presente justamente en cada Misa.
Creemos que en la hostia consagrada y en el vino consagrado, está presente Jesús realmente y que se ofrece como alimento a cada uno de nosotros.
Así, Jesús quiso quedarse hasta el fin de los tiempos para alimentarnos, y para darnos anticipadamente la vida eterna.
El ser humano mientras camina en este mundo, como escuchábamos en el libro del Deuteronomio (8, 2-3.14b-16a), vive con hambre, con sed, como el pueblo de Israel y, encuentra muchas veces la aridez en su corazón, en su vida, ya que los problemas agobian, y muchas veces se siente también solo, como abandonado de Dios, como el pueblo que camina a la tierra prometida.
Este actuar de Dios es para poner a prueba al hombre y ver si es fiel y capaz de guardar los mandamientos divinos.
Sin embargo, el Señor manifiesta que hemos de confiar en Él ya que siempre está con nosotros hasta el fin de los tiempos.
Y así como al pueblo elegido en el desierto lo alimenta con el pan bajado del cielo, el maná, y le da de beber el agua de la roca, así también a nosotros nos fortalece con el Cuerpo y Sangre de Jesús. ¡Qué hermoso don para nosotros que creemos firmemente en la presencia del Señor, regalo divino que no tienen nuestros hermanos separados, las iglesias evangélicas, el protestantismo, los anglicanos, que no tienen la eucaristía! Hacen una conmemoración de la cena del Señor, de la última cena, comen el pan, beben el vino, pero allí no está presente, Jesús.
Nosotros tenemos esa gran bendición, porque a través del sacramento del Orden, del sacerdocio, Jesús se hace presente en los altares y en nuestras vidas. Y cuando nos alimentamos del Señor, somos una sola cosa con Él. Por eso siempre se nos ha dicho que antes de comulgar, siguiendo el mandato de San Pablo, cada uno examine su conciencia, para ver si puede recibirlo.
No pocas veces acontece que los católicos, algunos, por lo menos, comulgan, pero no están en condiciones, no están en gracia. Y lo hacen porque piensan que por el sólo hecho de sentir necesidad de unirse a Cristo pueden hacerlo.
Sin embargo, hemos de saber que la necesidad de unirse cada uno a Cristo con la Eucaristía, debe estar anticipada primero con el Sacramento de la Reconciliación, ya que Jesús se entrega a nosotros, pero espera que nos entreguemos totalmente a Él y la forma perfecta es no estar en pecado grave.
Y Jesús se compara al maná con que fue alimentado el pueblo y así afirma que "Yo soy el pan vivo bajado del cielo, pero no como el pan que comieron los padres de ustedes y murieron, el que coma mi cuerpo y beba mi sangre tendrá la vida eterna".
Con la comunión anticipamos aquí en este mundo el banquete Celestial, aquello que el mismo Jesús está preparando para nosotros, que es la contemplación de Dios para siempre. Y es tan grande este regalo que nos hace de sí mismo, que uno tendría que ponerse como meta luchar siempre para poder ser digno de recibirlo y crecer también en el amor a Jesús, que tanto nos ha amado que ha querido quedarse entre nosotros y entrar en nuestra vida.
Ya decía San Agustín, que con la Eucaristía sucede lo contrario a lo que acontece con el alimento común ya que se transforma en parte de nuestro cuerpo, mientras que con el sacramento recibido formamos parte del Señor como lo afirma a su vez san Pablo (I Cor. 10,16-17), asegurando que se verifica el ser comunión con el Cuerpo y Sangre del Señor resucitado.
Ahora bien, nos unimos a Jesús, y por esa unión nos abrimos a la comunión con los hermanos, de modo que si se vive enemistado con el prójimo, carecemos de una amistad profunda con Jesús, ya que la comunión con Él ha de conducir a la comunión con los hermanos.
Yo soy el pan vivo bajado del cielo, el que come mi Cuerpo y bebe mi Sangre, tendrá vida eterna, y yo lo resucitaré, sigue diciendo Jesús, en el último día.
Atentos a ello, hemos de procurar cada día avanzar en el conocimiento de esto que nos entrega Jesús, que se entrega a sí mismo, para que de nuestro corazón brote ese deseo de estar cada día más unidos a Dios.
A raíz de esto podemos preguntarnos: ¿Cuánto nos ama el Señor que entrega este alimento para nutrir nuestro caminar en este mundo? Así como a veces padecemos o tenemos hambre del alimento material, y tratamos de saciarla, mas tenemos que trabajar para saciar el hambre de Dios, y buscar siempre remover los obstáculos para poder llegar a ser una sola cosa con Jesús, que se ofrece permanentemente.
En el decurso del tiempo ante la dificultad de tener fe plena en este misterio, el Señor ha suscitado los milagros eucarísticos, manifestando así que Él está realmente allí, en el pan consagrado y en el vino consagrado. Estos milagros eucarísticos que han sucedido en el decurso del tiempo son una prueba más del amor que nos tiene.
En efecto, nos está diciendo que si dudamos de su presencia bajo las especies eucarísticas, acordémonos de todas aquellas muestras concretas de que está vivo, que está presente, que es el pan vivo bajado del cielo, y que quien lo coma y crea en Él, no morirá jamás.
La comunión con Jesús aquí, como decía, nos prepara para la contemplación de Dios en la vida eterna.
Queridos hermanos: busquemos crecer en
este amor a Jesús. Valoremos lo que significa que se entrega a nosotros no
solamente en la cruz, sino que sigue entregándose a nosotros a lo largo de la
historia, a lo largo de nuestra vida. Y pensemos cuánto tenemos que trabajar
para nosotros hacer lo mismo, o sea, entregándonos al Señor. Porque así como nosotros sentimos
el hambre de Dios, también Dios siente hambre por nosotros, porque nos ha
creado justamente para la vida que no tiene fin.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario. Homilía en la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre del Señor. 11 de junio de 2023, en Santa Fe, Argentina.
5 de junio de 2023
Somos hijos predilectos del Padre, fuimos redimidos por el Hijo hecho hombre, y santificados en su amor por el Espíritu.
Después de haber recibido las dos tablas de la ley, Moisés desciende del monte y se encuentra con que el pueblo se había pervertido. Estaban adorando el becerro de oro. Y así, lleno de ira, rompe las dos tablas de la ley y destruye esa imagen idolátrica. Pero Dios tiene otros planes, tanto para Moisés como para el pueblo elegido. Precisamente el texto que acabamos de proclamar como primera lectura (Èx.34, 4b-6.8-9), narra el momento en que sube Moisés con otras dos tablas para renovar la alianza del Sinaí, que había sido quebrantada por el pecado del pueblo.
Moisés quiere ver y encontrarse con Yahvé, y hacer de intermediario del pueblo de la Alianza, mientras que Dios desciende en una nube, indicando con esto su trascendencia, pero destacando su cercanía, pasando delante de Moisés exclamando "El Señor es un Dios compasivo y bondadoso, lento para enojarse, y pródigo en amor y fidelidad".
Se trata de una descripción que muestra la personalidad de Dios. Ante esto, seguramente Moisés sorprendido se arrodilla delante de Él e intercede por el pueblo elegido, pidiendo perdón por el pecado de idolatría mientras que Dios insiste en que es el pueblo de su herencia, el cual no se arrepiente de habernos creado y otorgado lo necesario para que pudiéramos ser felices y realizarnos como personas.
Incluso, aún sabiendo de nuestras infidelidades, y quebrantos permanentes de la alianza, de ese pacto de amor realizado en el Sinaí, cuando Yahvé había dicho, "yo seré el Dios de ustedes y ustedes serán mi pueblo, si escuchan mi palabra, y la practican".
Dios, entonces, quiere estar siempre cerca de nosotros, por eso no es de extrañar que siendo quien nos ha creado, que es origen y meta de cada uno, haya buscado la forma para que alcancemos la reconciliación después del pecado de origen.
Precisamente en el texto del evangelio (Jn. 3,16-18) Jesús afirma que Dios amó tanto al mundo que envió a su Hijo para que todo aquel que crea en Él encuentre la salvación, encuentre la vida eterna.
Comprobamos así que Dios hace siempre todo lo posible para que retornemos a ese diálogo íntimo, personal con Él, aunque no lo merezcamos.
El corazón divino es tan grande que busca siempre que crezcamos en su amor de Padre, nos mira siempre como hijos predilectos que hemos sido redimidos a través de su Hijo hecho hombre, y santificados en su amor por el Espíritu, que viene siempre a iluminarnos y a fortalecernos en orden a nuestra fidelidad a quien nos ha elegido.
Ahora bien, no podemos tener una imagen de un Dios bonachón, que hace la vista gorda, y así llegar a pensar que es tan bueno que en definitiva perdona absolutamente todo, porque es misericordioso, lo cual es verdad pero requiere de nuestro arrepentimiento verdadero y deseo de cambiar de vida y de entrar en diálogo de amor con Él.
Porque si como persona y basándome en la misericordia de Dios, sigo siendo infiel, olvidándome de que es mi Padre, indudablemente, no puedo esperar otra cosa que el estar separado, manifestando con eso, la falta de fe.
Porque cuando Jesús dice en el evangelio que el que no crea en el Hijo de Dios hecho hombre no se salvará, no está hablando únicamente del acto de fe, sino también de las obras que se realizan sin verificarse esa fe.
Por eso es muy importante que, celebrando hoy esta fiesta de la Santísima Trinidad, vayamos creciendo en el culto de adoración al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, tres Personas que subsisten en una sola naturaleza, que son iguales en dignidad, pero distintas, que han entrado en la historia de la salvación en diferentes momentos con manifestaciones diversas.
Y así al Padre se le atribuye siempre todo lo que es la creación y lo que es la Providencia, al Hijo se le atribuye en cuanto hecho hombre e ingresado en la historia humana, la redención, y al Espíritu Santo que es el amor entre el Padre y el Hijo se le atribuye la santificación y la misión de guiarnos, iluminarnos y fortalecernos en orden a nuestra fidelidad a todo lo que es Dios Nuestro Señor.
La vida cristiana no tiene sentido si no está presente la Santísima Trinidad. Ya desde el bautismo hasta nuestra muerte está presente el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Comenzamos la Misa con la señal de la cruz, y en la administración de los Sacramentos también mencionamos a la Trinidad. En los cánticos, glorificamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, de manera que toda nuestra vida está inmersa, en el misterio divino.
De allí que es muy importante que cada día invoquemos al Padre, sintiéndonos hijos suyos, pidiéndole su ayuda para ser mejores y merecer todo el amor y los dones que quiere darnos.
Cada día hemos de invocar al Hijo hecho hombre, Jesucristo, clavado en la cruz por nuestra salvación, y suplicar al Espíritu divino que venga en auxilio, nos ayude a ser fuertes en medio de las tentaciones, que no seamos vencidos por las concupiscencias de este mundo, y que, por el contrario, busquemos siempre todo aquello que sirva para la gloria divina y el bien de nuestros hermanos.
Y digo el bien de nuestros hermanos, porque el mismo San Pablo, en la segunda lectura (2 Cor. 13,11-13) que acabamos de proclamar, justamente insiste en que el crecimiento en la vida espiritual pasa también por ese clima de comunión que debe existir entre todos los creyentes, manifestando así la presencia divina en nuestra vida.
Cngo Ricardo B. Mazza, Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario en Santa Fe, Argentina. Homilía en el domingo de la Santísima Trinidad, ciclo A, el 04 de junio de 2023.