26 de diciembre de 2021

Contemplemos a la Sagrada Familia de Nazaret para encontrarnos reflejados en ella y vivir cada día en santidad y ejemplo para los demás.

Ayer la liturgia presentaba este hermoso momento del nacimiento de Jesús. Hoy nos lleva, como de la mano, a contemplar a la Sagrada Familia: a Jesús, María y José, presentada como una familia ejemplar, de la cual hemos de buscar nosotros siempre imitar sus virtudes, todo lo que ella vivía. Por eso vayamos contemplando el contenido de lo que significa la Sagrada Familia y cómo debemos nosotros encontrarnos reflejados en ella para vivir cada día.
Comencemos con el primer texto que la Liturgia nos ofrece hoy, el primer libro de Samuel (1,20-22.24-28). Un levita, Elcaná, que practicaba la poligamia tenía como esposa a Ana, la cual era estéril, y su segunda esposa Penina que sí tenía hijos y humillaba permanentemente a Ana a causa de su esterilidad. Ana entonces pide a Dios el don de la vida, el don de un hijo, y le dice que de concedérsele un hijo, ella se lo entregaría, llevándolo al Templo de Silo para que se forme para su futura función sacerdotal.

Y Ana queda embarazada. Cuando nace el hijo, el padre quiere llevarlo a ofrecerlo a Dios al templo. La madre decide esperar un tiempo hasta que deje de mamar para ser ofrecido. Y así, a su tiempo, fue llevado el niño al templo de Silo, y puesto al servicio del sacerdote Elí, agradeciendo Ana a Dios por el don del hijo. En el capítulo dos se destaca el cántico de Ana, que anticipa el Magníficat cantado por María Santísima
Ahora bien,  ¿qué nos deja como enseñanza este relato del Antiguo Testamento? La importancia que tiene el poder de la oración. Cuando parecía que todo estaba perdido, Ana recurre a Dios, y Dios escucha la humildad y la sencillez de esta mujer. A su vez, otro ejemplo hermoso que nos deja es el  de una madre que entrega a su hijo Samuel a Dios: “Era este niño lo que yo suplicaba al Señor, y él me concedió lo que pedía. Ahora yo, a mi vez, se lo cedo a él: para toda su vida queda cedido al Señor”. Samuel después será juez, en la época que no había monarcas en Israel, será sacerdote y  profeta, y será aquel que ungirá como futuro rey de Israel a David. De modo que vemos cómo la entrega de esta madre tiene sus frutos, se despoja de alguien tan preciado como su hijo y Dios la premia en abundancia,  porque Ana después tendrá tres hijos varones y dos hijas mujeres más.

Pero vayamos al texto del Evangelio (Lc. 2, 41-52). María y José iban a Jerusalén todos los años en la fiesta de Pascua. Jesús tiene doce años y lo llevan con ellos quedándose extraviado en Jerusalén al terminar la fiesta  Lo buscan entre los parientes, no lo encuentran, vuelven a Jerusalén y está allí con los doctores de la ley.
¿Qué enseñanza nos deja este texto? Por un lado Jesús dice: “¿No saben que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?” Cuando un hijo es preparado para entregarse a Dios, Nuestro Señor, para reconocer la paternidad divina en todo momento, sabe que lo más importante es su relación con Dios. ¡Qué hermosa enseñanza! Si  los hijos de cada familia se relacionan con Dios y buscan agradarle en todo, siguiendo el ejemplo de sus padres, ¡qué diferente sería la vida familiar! En definitiva, esto permite que crezcamos como hijos adoptivos de Dios por el bautismo, marcando de modo especial nuestra vida.

De hecho san Juan (I Jn. 3,1-2.21-24) recuerda que somos hijos de Dios, y que hemos de vivir como tales, para algún día contemplar su rostro. Pero esa filiación divina no solamente nos conecta con el Padre del Cielo, sino también permite reconocer a los demás como hermanos, para entregarnos permanentemente.
En el texto del Evangelio, además, María Santísima le dice a Jesús: “tu padre y yo te buscábamos angustiados” El Papa Francisco, en el Ángelus de hoy, tiene una hermosa relación de esto con lo que ha de ser la vida familiar de cada uno de nosotros. Dice el Papa: María dice: “tu padre y yo”, habla del tú, no comienza a hablar de sí misma, y esto nos enseña que en la vida familiar, cada uno, padre, madre e hijo, debe mirar primero al tú, a la presencia del otro, no ser autorreferencial, no estar siempre pensando en uno mismo, pensando en lo que  los demás me deben a mí, o qué es lo que otros deben hacer por mí.

Y el Papa ponía un ejemplo muy común hoy en día: Cuando la familia está reunida en la mesa, es bastante común que cada uno esté con su celular atendiendo sus cosas. Imagen triste de lo que es la primacía del yo por encima del tú, porque mientras cada uno se encierra en su soledad, contemplándose en el celular, en la comunicación, en el WhatsApp, o lo que sea, prescinde de lo más hermoso que debe reinar en una familia, que es la unidad, el compartir, el escuchar al otro, el ver cómo salgo de mi mismo, para yo poder brindarme a la otra persona y así podríamos poner muchos ejemplos.

O sea, que cada uno dentro de la familia, mirando la vocación que tiene, como padre, como madre, como esposo, como esposa, como hijo o hija, vea si realmente está teniendo en primer lugar presente a Dios, Nuestro Señor, si buscamos el bien de los demás o solamente busco el mío y si me doy cuenta que tal como yo viva en este mundo, me estoy preparando para llegar algún día al hogar del Cielo.

La Sagrada Familia, nos enseña cómo superar los obstáculos. No pensemos que estuvo exenta de problemas. La Sagrada Familia tuvo que huir a Egipto, porque Herodes quería matar al niño, y en Egipto José se la tuvo que arreglar para encontrar trabajo, porque era un desconocido, y ver cómo  mantener a María y a Jesús y a él mismo. Vemos cómo la Sagrada Familia ha sufrido también lo que sufre cualquier familia en este mundo, pero nunca perdieron de vista su relación con el Padre del Cielo, que es Padre de todos, y que cuida a cada uno y a cada familia. Pidámosle al Señor que nos muestre realmente la grandeza de la Sagrada Familia para poder imitarla en nuestra vida cotidiana.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco emérito de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret, ciclo “C”. 26  de diciembre de 2021. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-



25 de diciembre de 2021

“Hoy ha nacido el Salvador: el Mesías , el Señor. Recibámoslo en nuestros corazones para que Él renueve con su presencia la vida de cada uno.

Los textos bíblicos de esta Misa de Nochebuena refieren al cambio de la vida del ser humano que pasa de las tinieblas a la luz, de la tristeza a la alegría, de la existencia en un mundo sin esperanza al encuentro con el Salvador. Precisamente el  profeta Isaías (Is. 9, 1-6) afirma que “el pueblo que caminaba en tinieblas en sombra de muerte, recibió una gran luz”.
El profeta se está refiriendo al pueblo de Israel que se siente sin rumbo, porque los asirios han invadido Galilea en el siglo VIII antes de Cristo, y se aprestan a conquistar la Judea y Jerusalén, por lo que cunde la desesperación en todos, y se sienten abandonados de Dios.
Pero la intervención divina conduce a que los invasores regresen a sus dominios, haciéndose  presente la alegría de la salvación, y así, “el yugo que pesaba sobre él, la barra sobre su espalda y el palo de su carcelero, todo eso lo has destrozado”
Pero Isaías, más allá de ese hecho histórico concreto, mira hacia el futuro y anuncia la venida de un Niño, de un Salvador, porque el pueblo de Israel de alguna manera siempre caminaba en tinieblas, cuando caía en el pecado, cuando no era fiel a su Dios; ese niño lleva sobre sí la soberanía, y se llamará “Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la paz” concediendo una paz sin fin a David y su descendencia, sosteniéndolo por el derecho y la justicia.
También en el mundo de hoy, los hombres caminamos en sombras de muerte, en tinieblas. Cuántos corazones agobiados en estos momentos de la historia humana, no solamente en el mundo, sino también en nuestra Patria: la enfermedad, la angustia, la falta de trabajo, el dinero que no alcanza para sostener a las familias, enfermedades de todo tipo, angustia frente al futuro. Tantos corazones agobiados por la soledad en este día, en esta noche, en este momento.
Cuántas personas que han perdido la fe y por lo tanto caminan en tinieblas. Cuántos toman la fiesta de Navidad para celebrar otra cosa. Cuánta confusión incluso cunde muchas veces dentro de la misma Iglesia, donde el creyente no sabe para dónde ir, a quién escuchar. De manera que hoy también, en nuestros días, podríamos decir que avanzamos en tinieblas o en sombras de muerte, con temor.
Y el anuncio de esta noche es “Les ha nacido un Niño”. Él vino a disipar el temor, viene a confirmar nuestra esperanza, a asegurarnos que quien se entrega a Él, le abre su corazón, lo deja permanecer en su vida, podrá encontrar respuesta a sus grandes interrogantes, ante tantos problemas.
El apóstol San Pablo (Tito 2, 11-14), a su vez, afirma:  “La gracia de Dios, que es fuente de salvación para todos los hombres, se ha manifestado”, la cual “enseña a rechazar la impiedad y las concupiscencias del mundo, para vivir en la vida presente con sobriedad, justicia y piedad” y estar preparados  para la manifestación del Señor y  alcanzar el fin último del hombre.
 En el texto del Evangelio (Lc. 2, 1-14) el Ángel del Señor  se aparece a los pastores envolviéndolos con la luz de la gloria divina  y les exhorta a no temer porque es portador de una buena noticia, de una gran alegría para todo el pueblo porque ha nacido el Salvador prometido. Una noticia muy simple, el nacimiento de un Niño, pero que no es cualquier niño, es el Hijo de Dios hecho hombre, es el regalo hermoso que nos ha traído María Santísima en esta noche Santa. Nos ha entregado al Hijo de Dios, que ha entrado en la historia humana para sanearla interiormente y que quiere unirse al corazón de cada persona  para  transformarla interiormente.
Para recibir a Cristo hecho Niño también  debemos  hacernos nosotros como niños, sencillos, porque Dios es simple, los complicados somos nosotros, los seres humanos, pero Dios es simple, tan simple que viene a nosotros revistiendo la carne de un niño que es todo un signo, es todo un símbolo, la presencia de la vida divina en la vida humana.
En esta noche Santa entonces, escuchemos el anuncio: “les ha nacido un Mesías, un Salvador”. Nosotros los seres humanos ¡cuántas veces esperamos un mesías en este mundo!. Que aparezca alguien que solucione los problemas, que aparezca alguien que nos pueda sacar de tanta angustia. ¡Cuántas veces ponemos nuestra esperanza en el ser humano!, en técnicas, en nuevas maneras religiosas que pretenden encontrarse con Dios, pero que en realidad nos alejan más de Dios. Y Dios se presenta en la carne de un Niño.
 A pesar de que el ser humano se obstina en eliminar la vida del niño, el Niño ha nacido y está presente entre nosotros, porque viene a salvarnos. ¿Creemos realmente que Jesús viene a salvarnos, ya desde el primer momento de su nacimiento? ¿Creemos que nos puede sacar de la chatura espiritual que muchas veces hay en nosotros? ¿Creemos que viene a traernos la paz, la luz, que ilumina nuestro interior, la verdad que nos hace libres?
¿Creemos en que el niño viene a transformar la historia humana, de cada uno de nosotros? Por supuesto que no va hacer esto por arte de magia, sino que es necesario que el ser humano colabore, se entregue al camino nuevo que ofrece el Salvador, para comenzar una existencia nueva.
Detengámonos en estos días en la contemplación del Niño recién nacido y pidámosle que nos dé corazón de niños, de sencillez, de bondad, de asombro para buscar siempre lo que el Salvador viene a traernos. Él es el Emmanuel, el Dios con nosotros, aclamémoslo entonces con todo corazón y todo nuestro espíritu.


Padre Ricardo B. Mazza. Párroco emérito de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el día de Navidad. 24 de diciembre  de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.




21 de diciembre de 2021

En virtud de la voluntad divina quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre.

 Hemos escuchado al profeta Miqueas (5, 1-4ª) anunciando que un pueblo muy pequeño, Belén, ha sido elegido para que sea el lugar del nacimiento del Salvador esperado durante tanto tiempo por el pueblo elegido.

Dios ha elegido la pequeñez de un poblado para que nazca Aquél que siendo grande se hizo pequeño en la humildad de la carne humana, y que reinará en el resto de Israel, o sea, los que han sido fieles, y en todos aquellos que lo reconozcan como Mesías y se entreguen a su salvación.
Y así el profeta Miqueas afirma “Él se mantendrá de pie y los apacentará con la fuerza del Señor, con la majestad del nombre del Señor, su Dios”, dando esperanza a todos los que por su pecado estaban separados de Él.
Más aún, si quedara alguna duda prosigue: “Ellos habitarán tranquilos, porque Él será grande hasta los confines de la tierra. ¡Y Él mismo será la paz!”
El autor de la carta a los Hebreos (10,5-10) por su parte, afirma que al entrar Jesús en este mundo dijo refiriéndose al Padre “Tú no has querido sacrificio ni oblación; en cambio, me has dado un cuerpo”, dejando en claro ya desde el comienzo de su presencia entre nosotros, que por el sacrificio sufrido en la cruz y resurrección posterior, restablecerá la amistad perdida entre Dios y el hombre.
Confirma esto, a su vez, afirmando:”Aquí estoy, yo vengo para hacer tu voluntad”, ya que Dios no ha olvidado al hombre en su estado de postración, sino que manifiesta siempre que busca su grandeza y rescate de sus miserias, por medio de su infinita bondad y misericordia.
Continúa el texto diciendo “Así declara abolido el primer régimen para establecer el segundo .Y en virtud de esta voluntad quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre”.
¿Qué significa la abolición del primer régimen y el establecimiento del segundo?
La respuesta la encontramos en el texto del evangelio (Lc. 1, 39-45) que narra la Visitación de María a su prima Isabel, embarazada de quien sería el precursor.
El encuentro entre ambas mujeres suscita que el niño en el vientre de Isabel salte de alegría ante la presencia de María y su Hijo. Precisamente Isabel y Juan representan el primer régimen o el Antiguo Testamento, mientras que María y Jesús hacen presente el nuevo régimen de salvación por la acción de la gracia.
De hecho, Juan Bautista en su misión de Precursor dirá que es necesario que él disminuya para que crezca el Mesías en medio de su pueblo.
Estamos, pues, ante la presencia de lo antiguo y de lo nuevo, Isabel y María, Juan Bautista el último de los profetas y el Salvador de los hombres que se anuncia para nacer entre nosotros.
A su vez, el texto bíblico señala que Isabel queda santificada de un modo especial, llamada “llena del Espíritu Santo exclamó”, es decir, plena del Espíritu dice de María “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!”,y ciertamente es bendita de modo sumo por ser la Madre del Salvador.
A su vez, Isabel reconoce su pequeñez exclamando “¿Quién soy yo, para que la Madre de mi Señor venga a visitarme?”, dejando ver una vez más la generosidad en el servicio por la que la Virgen Santa visita a su parienta para ayudarla y anunciarle la primera, el cumplimiento de las promesas mesiánicas.
Ciertamente, esta actitud de servicio la observamos también en Jesús, el cual en su vida mortal se acercaba siempre a los que lo necesitaban para brindarles compasión, misericordia, augurando siempre abundantes gracias. Y todo esto porque Dios siempre eleva a quien se humilla y lo busca para presentarle sus necesidades y encontrar así el camino de la salvación, mientras derriba a quien sólo se apoya en su soberbia y autosuficiencia.
Por otra parte, el texto bíblico exalta la fe de María que se había manifestado ya en la Anunciación cuando expresara ser la servidora del Señor ofreciéndose para que se hiciera en Ella la voluntad divina, la de ser Madre del Mesías.
Por medio de la Visitación quiere entregar a cada uno el fruto del designio divino de manera que cada uno pueda saltar de gozo ante el cumplimiento de las profecías que referían al nacimiento del Emanuel, Dios con nosotros.
Hermanos: preparémonos para recibir a Jesús, que Él se haga presente en la vida de cada uno y de cada familia, para recibir con gozo el mensaje de la Vida divina que se nos ofrece y entrega a los corazones bien dispuestos.
El Señor en nuestra Paz que viene a aquietar los corazones, para que nadie se sienta abandonado de la presencia divina.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo IV° de Adviento, ciclo “C”. 19 de diciembre  de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.


14 de diciembre de 2021

Dice Juan Bautista que viene detrás de él uno que es más poderoso y que “Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego”.

 

Estamos ya en el tercer domingo de Adviento, llamado también Gaudete, que significa alégrense, porque precisamente quiere dejar en nuestro corazón la alegría que significa la primera venida de Jesús.
Ya cercanos a la Navidad, la liturgia quiere motivar nuestro corazón para colmarnos de esa alegría propia de los que esperan la salvación.
El profeta Sofonías (3, 14-18ª) exclama “¡Grita de alegría, hija de Sión!....El Rey de Israel, el Señor, está en medio de ti: ya no temerás ningún mal”. Es un anuncio de la verdadera alegría, que no proviene de la frivolidad o del empacho de la sociedad de consumo, sino del encuentro con el Dios vivo que se hace presente en la historia humana para sanearla totalmente, toda vez que se abra el corazón de cada uno  a la salvación que se nos promete y otorga.
A su vez, san Pablo (Fil. 4, 4-7) recuerda: “Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir: alégrense. Que la bondad de ustedes sea conocida por todos los demás” y que produzca la verdadera alegría, porque permite participar de la bondad divina que se comunica.
“El Señor está cerca. No se angustien por nada” recomendación ésta que nos llena de confianza, ya que muchas veces el corazón humano observando lo que acontece a su alrededor se siente abrumado por la angustia ante un futuro incierto que presagia sólo desolación.
De allí la actualidad de la recomendación paulina de recurrir a la oración y a la súplica ante cualquier circunstancia negativa, acompañadas de acción de gracias para presentar a Dios nuestras peticiones más urgentes.
En el texto del evangelio (Lc, 3, 2b-3.10-18) nos encontramos de nuevo con la persona de Juan el Bautista, al cual Dios dirige su palabra ya es el precursor que prepara el camino a la llegada del Mesías.
Y Juan Bautista ha de “recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados”, y anunciando que detrás de él “viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno  de desatar la correa de sus sandalias”, que “Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego”, es decir en el Espíritu de la santificación y el fuego de la purificación.
Ante esta llamada de conversión la gente pregunta qué debemos hacer,   pregunta que también conviene nos hagamos nosotros para conocer el verdadero espíritu que debe animar el encuentro con Él.
Juan responde aconsejando una actitud que involucra a todos, la de saber compartir con los demás aquello que poseemos,  manifestando así nuestra cercanía ante las necesidades de los demás.
Pero seguidamente, por medio de los consejos que da a los publicanos y a los soldados, exhorta a acciones que pongan de manifiesto nuestra conversión, partiendo de nuestra misma realidad como personas.
A los recaudadores de impuestos les dirá que cobren la tasa exigida por el imperio sin buscar ganancias personales que los hacía actuar exigiendo hasta el doble de lo que correspondía, y a los soldados no usar el soborno o el “apriete” a las personas para lucrar y que deben contentarse con su paga.
Y así, hemos de considerar cada uno de nosotros lo que nos pide Dios, obrando siempre el bien de acuerdo a la vocación recibida y asumida.
De ese modo, por ejemplo, a los sacerdotes nos pide el Señor proclamar siempre la verdad y exhortar a todos a la realización del bien, iluminando con la Palabra de Dios y las enseñanzas de la Iglesia, dejando de lado toda pretensión de imponer los criterios personales que no pocas veces no corresponden a la verdad del evangelio.
Al que se dedica a la salud de los demás se les dirá que respete la dignidad de la persona, que no  atente la vida por el aborto o la eutanasia y que en todos se perciba el rostro del Cristo sufriente.
Al que se dedica a las leyes y al mundo de la justicia se le interpela para que siempre esté por encima de todo la misma ley divina.
A quien se dedica al mundo de la economía, entender que debe estar al servicio de la persona y no a utilizarla para el propio bienestar.
Quien se involucra en política, tener bien en claro que la meta ha de ser el bien común, y no utilizar esto para enriquecerse.
Y así, cada uno en su lugar y deber de estado, familia o matrimonio, ha de examinar qué es lo que le pide Dios para ser mejor y ser digno para recibir el regalo del Dios con nosotros.
Aprovechar el tiempo de Adviento para examinar nuestra condición de vida actual, ama de casa, profesional, como hijo o hermano, y caer en la cuenta qué camino debe recorrer el espíritu de conversión.
Si realmente encontramos la senda correcta y comenzamos a vivirla, nos colmará la alegría verdadera que viene de Dios como promesa y cumplimiento de su voluntad, acercándonos así al Salvador que viene.
Queridos hermanos: que la Virgen de Guadalupe, cuya fiesta se recuerda cada doce de diciembre, nos acompañe y proteja de modo que con su protección nos animemos a vivir como hijos del Padre.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el tercer domingo de Adviento, ciclo “C”. 12  de diciembre  de 2021. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-







9 de diciembre de 2021

Al igual que María Santísima seamos dóciles a la Palabra de Dios expresando que queremos ser siempre servidores del Salvador.

 El 8 de diciembre de 1854, el papa Pío IX  nos deja este regalo con la definición dogmática de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. No sólo tiene en cuenta la Tradición de la Iglesia sobre esta verdad de fe, sino que consultando al episcopado de entonces, recibe respuesta favorable a  proceder con esta definición dogmática.

De manera que desde ese día queda firme la verdad ya vivida  por la fe del pueblo, que María Santísima fue engendrada sin la mancha del pecado original.

¿Y por qué esta definición dogmática es tan importante? Vayamos a los textos bíblicos que presenta la liturgia del día para obtener una respuesta que ilumine nuestra inteligencia y fortalezca el corazón sobre lo que ha acontecido en la historia humana.
El apóstol san Pablo escribiendo a los efesios y también a nosotros (1, 3-6.11-12), afirma que el Padre nos ha “bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en Él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia por el amor”.
¡Qué hermosa afirmación ésta de haber sido elegidos los seres humanos de todos los tiempos para ser santos e irreprochables!

Más aún: “Él nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad…..en Él hemos sido constituidos herederos y destinados de antemano para ser alabanza de su gloria, según el previo designio….conforme a su voluntad”

O sea, fuimos elegidos para ser santos y herederos de la gloria del Padre, no por nuestros méritos sino  por pura gracia divina.
Pero he aquí que este designio divino es herido por el pecado del hombre cuando nuestros primeros padres, queriendo ser iguales a Dios, se apartan de la grandeza en la que fuimos creados, para pretender decidir por sí mismos lo que es bueno o malo en la vida.
Actitud ésta que aún subsiste cada vez que el hombre se aparta de su Creador, convirtiéndose en esclavo de sus proyectos efímeros.

Con el pecado original (Gén. 3, 9-15.20)  entra el pecado y la muerte en el hombre y en el mundo, quedando el hombre imposibilitado para alcanzar la grandeza para la que fue creado, se siente desnudo porque ha perdido la gracia, la inocencia original y está en caída progresiva.

Pero Dios, que no es como el hombre, no se arrepiente de su designio sobre nosotros, y quiere remediar esta calamidad causada por el hombre y su pecado de soberbia, por medio de alguien que fue elegida también desde toda la eternidad para ser santa, María Santísima.
Ella, que al pertenecer al linaje humano debiera haber nacido en pecado, es preservada desde su concepción de toda mancha de pecado.

Cuando es concebida en el seno de su madre comienza a estar “llena de gracia”, y esto en previsión de los méritos de Cristo.
Habiendo sido elegida como el Arca de la Alianza, madre del Hijo de Dios hecho hombre, no podía estar contaminada por pecado alguno.
En el relato de la Anunciación (Lc. 1, 26-38) expresamente  se reconoce su Virginidad, y el deseo de ella de permanecer de ese modo, y es llamada “llena de gracia, el Señor está contigo”.
¿Qué persona puede ser llamada llena de gracia? Ninguna, porque nacemos con el pecado original. Sólo María fue plenamente favorecida desde el primer instante en que fue concebida, ya que sería  Madre del Salvador, del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Será Madre del Santo, que a su vez la ha santificado desde toda la eternidad, para ser digna morada de la Encarnación del Verbo Eterno.

El Reino de Jesús no tendrá fin, se le anuncia a María, porque en su segunda Venida todo será puesto a sus pies, sus enemigos y perseguidores de todos los tiempos se verán obligados a reconocer su reinado como enviado del Padre Eterno.
Ahora bien, en esta fiesta se nos invita también a imitar a María Santísima, a saber vencer la tentación que busca rechazar  a Dios como Adán y Eva, y mantenernos siempre firmes en la pureza de vida a la que fuimos llamados por la bondadosa voluntad de Dios.
Al igual que María Santísima seamos dóciles a la Palabra de Dios expresando que queremos ser siempre servidores del Señor.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María Santísima. 08 de diciembre  de 2021. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-








7 de diciembre de 2021

“Es necesario que te conviertas de corazón porque recibirás de Dios para siempre este nombre: Paz en la justicia y Gloria en la piedad”.

 En este segundo domingo de adviento seguimos siendo interpelados por la Palabra de Dios, Palabra siempre viva que busca encontrarse con cada uno de nosotros.  Palabra que como recuerda el profeta Baruc (5, 1-9), se presenta al pueblo de Judá cargada de esperanza para aquellos días en que culminan los días de aflicción y de duelo recibiendo la promesa de que “recibirás de Dios para siempre este nombre: Paz en la justicia y Gloria en la piedad". 

Dios ha dejado atrás la deuda de su pueblo contraída a causa del pecado, de allí que insiste:”Levántate, Jerusalén, sube a lo alto y dirige tu mirada hacia el Oriente” de donde nace el Sol de justicia que es Cristo, “mira a tus hijos reunidos desde el oriente al occidente por la palabra del Santo, llenos de gozo, porque Dios se acordó de ellos”.

La mirada puesta desde el Antiguo Testamento, pues, contempla la venida del Salvador, la del Hijo de Dios hecho historia por la encarnación en el seno de una Virgen, preparada para la Maternidad.
Baruc, a su vez, insiste en la preparación del pueblo al igual que  Isaías, en el sentido de que se “rellenen los valles hasta nivelar la tierra, para que Israel camine seguro bajo la gloria de Dios” ya que Dios “conducirá a Israel en la alegría, a la luz  de su gloria, acompañándolo con su misericordia y su justicia”.

En el evangelio (Lc. 3, 1-6) Juan Bautista que vive austeramente en el desierto, es ungido por la Palabra de Dios como el profeta que enlaza el Antiguo con el Nuevo Testamento, convirtiéndose en el precursor del Mesías que prepara su advenimiento, “anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro del profeta Isaías”, como fundamento  de la regeneración por la gracia que realizará Jesús con el bautismo de la Nueva Alianza.

Esta misión del Precursor está encuadrada en la descripción del contexto político de la historia, para enseñar que Dios como Señor de la historia, actúa según quiere favorecer al hombre, de modo que sea cual sea la sociedad y cultura, la gracia salvadora supera todas las situaciones del momento y manifiesta su voluntad de salvación.
Juan Bautista en el desierto del encuentro con Dios, llevando una vida austera y entregada siempre a la voluntad divina, debe proclamar en el desierto que se avecina la salvación prometida desde antiguo.

También hoy, la Iglesia, es la voz en medio del desierto, porque muchos no escuchan su voz y no se abren al misterio de la redención, pero confortada por el envío de Dios y confiando en el poder de la gracia divina, insiste recordando con el profeta Isaías la necesidad de allanar los caminos para permitir el encuentro con el salvador.
El tiempo de adviento tiene  como finalidad preparar el corazón,  de allí que el texto del evangelio recordando a Isaías, refiere a la importancia de rellenar los valles, abajar las colinas, enderezar los caminos sinuosos, palabras que apuntan no a lo geográfico sino al corazón humano tan necesitado de conversión como clama Juan.
En efecto, el corazón del hombre  tiene caminos sinuosos sin decidirse a transitar la senda del Señor, o nos colocamos en la cima del orgullo y de la vanidad, necesitando abajarnos por la humildad sintiéndonos pequeños, a menudo está vacío  de Dios el interior, y por lo tanto necesitado de ser completado por la gracia, o creemos que nada hemos de cambiar y por eso no avanzamos en la vida de cada día.

Hemos de aprovechar estos días de gracia para preparar el corazón, de manera que esté abierto y dispuesto a recibir la salvación que se nos ofrece tan benignamente.

El lenguaje de Isaías o de Baruc está inspirado en la preparación  que se hacía de las rutas en aquellas lejanas épocas para que pudiera desplazarse el rey o alguna persona poderosa e importante y llegar a destino, y nosotros a su vez, preparamos nuestra casa cuando sabemos de la llegada de alguien que está al arribo y merece agasajo.
Pues bien, para llegar a la meta del encuentro con el Salvador y recibir la salvación que nos trae, también nosotros debemos preparar los caminos y activar los medios de santidad para lograrlo.

Hemos de barrer el interior, despojarnos del hombre viejo, realizar la conversión de la que nos habla Juan Bautista y, así dar paso al recibimiento del Mesías.

Pidamos se hagan realidad los buenos deseos del apóstol san Pablo (Fil. 1, 4-11) “Que el amor de ustedes crezca cada vez más en el conocimiento y en la plena comprensión, a fin de que puedan discernir lo que es mejor. Así serán encontrados puros e irreprochables  en el Día de Cristo, llenos del fruto de justicia que proviene de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios”



Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el segundo domingo de Adviento, ciclo “C”. 05 de Diciembre  de 2021. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-







1 de diciembre de 2021

Prevenidos por la oración y la vigilancia de un corazón no embotado, esperemos con gozo la segunda y definitiva Venida del Señor.

  Hoy comienza un nuevo año litúrgico con el primer domingo de adviento o advenimiento y nos preguntamos ¿qué es lo que esperamos?
Esperamos actualizar la primera venida del Señor en carne humana, al Hijo de Dios hecho carne en el seno de María Virgen, el día de Navidad.
Por eso la Iglesia desea que pongamos nuestra atención en el cumplimiento de las promesas realizadas desde antiguo en el sentido que el enviado del Padre, el Salvador, es la esperanza cumplida que rescata al hombre del pecado y de la muerte eterna, por medio de su muerte en Cruz y resurrección.
Pero a su vez el adviento refiere a la segunda venida de Cristo, que llegará a nosotros como juez a recoger los frutos de su entrada en la historia humana, a conducir a los elegidos a la Casa del Padre, y a poner todas las cosas y a los que lo han rechazado bajo sus pies, como Rey del Universo que es.
Nos damos cuenta así que a lo largo de la historia el ser humano está invitado a poner su mirada en Cristo, unos a su llegada por primera vez, que ya se realizó, y nosotros añorando la segunda venida de la que no sabemos cuándo.
El profeta Jeremías (33, 14-16) precisamente, anuncia la primera venida del Salvador. En efecto,  a causa de la infidelidad del reino de Judá profetiza su caída, junto con Jerusalén y su templo, pero luego infunde esperanza en el futuro en que llegará su liberación, fruto del amor divino. De allí que “haré brotar para David un germen  justo, y él practicará la justicia y el derecho en el país” ya que no lo había realizado Sedecías el rey de Judá.
Pero nosotros hemos de poner nuestra esperanza en la segunda Venida del Señor, de allí que el texto del evangelio (Lc.21,25-28.34-36) anuncia las señales cósmicas que sumen en angustia al ser humano, y que han aparecido a lo largo de la historia, pero la atención debe estar puesta en lo que vendrá.
Por eso es que se insiste en cuál ha de ser la actitud del creyente, estar prevenidos, orar incesantemente, tener el corazón preparado, no embotado nuestro espíritu, para que no seamos atrapados por el lazo de la sorpresa.
Al respecto, debo decir, que me ha quedado grabado lo que varias veces ha dicho el papa Francisco respecto a la postpandemia, en el sentido de que saldremos mejores o peores, pero no iguales a lo que vivíamos previamente.
La experiencia que hemos tenido, viviendo de cerca la muerte de tanta gente cercana o no, nos ha llevado a vivenciar la finitud de nuestra existencia y que es necesario tener otra actitud frente a lo cotidiano, tratando de edificar nuestro existir sobre la roca que es Cristo quien le da sentido  a todo.
La fragilidad humana vivida nos hace mejores o peores, y nos conduce a preguntarnos enseguida  el por qué de esta afirmación tan absoluta.
Precisamente el comprobar que todo se derrumba y cuán frágiles somos, conduce a no pocas personas a acrecentar su fe, a tratar de ser cada día mejores, a poner el sentido de la vida en Dios y no en aquello que perece, algo semejante a lo que acontecía en la comunidad de Tesalónica y de la que habla el apóstol san Pablo (I Tes. 3, 12-4,2).
San Pablo, al respecto, elogia a la comunidad cristiana por su crecimiento en la caridad, lo cual  hace que sean fortalecidos sus corazones en santidad, haciéndolos irreprochables delante de  Dios Padre para el “Día de la Venida del Señor Jesús con todos sus santos”, exhortándolos mientras tanto a agradar a Dios, haciendo mayores progresos todavía, tarea que nos debería entusiasmar a cada uno de nosotros haciendo crecer la esperanza en el Señor.
Contrariamente a esto en la que crecen no pocos hermanos nuestros, acontece que muchas personas ante la experiencia de la finitud existencial, organizan su vida sobre “arena”. Es decir,  descreídos de todo, han hecho suyas las palabras de los paganos que sólo buscan comer y beber, pasarla bien porque pronto morirán o porque piensan que frustrada la meta de salvación sólo queda dar rienda suelta a la disipación, al placer, al goce desenfrenado de las criaturas. De esta manera de conducirse cada día, hacen caso omiso a lo señalado por Jesús cuando señala “tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida”.
En nuestros días, muchos se han alejado de Dios, se burlan de los creyentes, poniendo su seguridad –pasajera por cierto- en aquello que es transitorio.
Nosotros, por lo tanto, hemos de aprovechar este tiempo de gracia que es el adviento, para que fundados ya en la presencia salvadora de Jesús que nos ha incorporado a su Reino de bautizados, esperemos su segunda venida,  ahondando en la oración y en la vida de santidad, de manera que este acontecimiento no nos caiga  de repente como un lazo.
En nuestros días, y relacionado con esto, es común el pecado de la acedia, que se define como la tristeza por las cosas del espíritu, ya sea referida a uno mismo o  tristeza por la vida espiritual profunda que llevan otros.
La primera de las formas  inclina a muchas personas ha alejarse de Dios, de la oración, de la vida de santidad, porque les produce fastidio y desagrado y se inclinan en cambio, a una búsqueda desenfrenada de alegrías pasajeras, de vivencias frívolas, de vivir cada día de lo mundano, y tratan de imponer a otros este estilo de vida que aniquila al ser humano.
La segunda  forma, la tristeza o fastidio por la vida de santidad que llevan o intentar llevar otros, conduce a la persecución de los creyentes, al odio hacia los  unidos a Jesús, el tratar de falsificar la fe y de desprestigiar a la Iglesia.
Cuando el corazón humano se vacía de Dios, se busca colmarlo de lo pasajero, experimentando aún más su finitud e ineficacia para lograrlo.
Por eso Jesús nos invita a levantar nuestra mirada hacia Él, sabiendo que de esa manera llegará al fin nuestra verdadera liberación.
Liberación que no sólo será definitiva al fin de los tiempos, si somos fieles y perseverantes en nuestra amistad con Dios, sino que ya desde ahora podemos experimentarla, aunque sabiendo siempre que podemos defeccionar de ella a causa del pecado por el que rompemos la alianza con el Salvador.
Deseando esta liberación de toda esclavitud mientras vivimos en este mundo, pidamos la gracia divina para vivir un tiempo de adviento fructífero, de modo que actualizando el nacimiento de Jesús en Belén, contemplemos ya desde ahora la posibilidad de alcanzar el encuentro feliz en su segunda venida.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el primer domingo de Adviento, ciclo “C”. 28 de noviembre  de 2021. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-