26 de febrero de 2024

Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros, por lo que nos concederá por Él toda clase de bendiciones.

 


Este segundo domingo de cuaresma invita en la primera lectura a meditar acerca del sacrificio de Isaac (Gn.22,1-2.9a.10-13.15-18), que es anticipo  del sacrificio mismo de Jesús. 
Y así, Isaac cargando la leña para su propio holocausto es un anticipo  de Jesús  que llevará sobre sus espaldas el leño la cruz; a su vez, es  Isaac  el hijo amado de Abraham, mientras Jesús es el Hijo amado del Padre que se entrega para la salvación del mundo, por lo que ambos hijos se destacan por ser obedientes a la voluntad paterna.
Ahora bien, quizás nos preguntemos por qué Abraham no se siente extrañado por este pedido del Señor en el que estaba en juego el presente y también el futuro. En efecto, si Dios le prometió a Abraham ser padre de una descendencia multitudinaria, ¿cómo podía ser que su hijo Isaac muriera? ¿Qué explicación tiene este pedido? Los biblistas que han estudiado este pasaje y han dado diversas interpretaciones, declaran que en el texto hay una voluntad expresa de Dios exigiendo que se terminen los sacrificios humanos. 
No olvidemos que en la antigüedad (siglos VIII y VII  antes de Cristo) también en Israel se sacrificaban niños, asimilando así costumbres paganas  de otros pueblos. Por eso es que Abraham no se sorprende porque conocía todo esto de los sacrificios humanos. 
Pero también está la otra interpretación de que Dios no quiere sacrificios sino obediencia y, precisamente Abraham cuando lleva a su hijo para hacer de él un holocausto, esto es, la destrucción de la ofrenda por el fuego, está cumpliendo con lo que se le ha ordenado por lo que Dios  aprecia su obediencia y confianza en su Señor.
De hecho, es constante la indicación divina que no quiere  sacrificio, ni penitencia, sino obediencia, obedecer  significa "ob audire", tener el oído presto para escuchar a Dios y  seguir su palabra y voluntad.
Una vez que pasan la prueba Abraham e Isaac, queda bien en claro  que el patriarca busca la voluntad de Dios, se ha entregado a Dios desde el principio, desde que salió de Ur de los caldeos y sigue entregándose a la voluntad del Padre. 
Pero el único sacrificio que quiere el Padre, del cual es un signo el sacrificio de Isaac que no se llevó a cabo en definitiva, es el de Jesús que se ofrece al Padre para la salvación del mundo. 
Es muy fuerte lo que afirma San Pablo en la segunda lectura escribiendo a los cristianos de Roma (8,31b-34) al decir que Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros, por lo que nos concederá por Él toda clase de bendiciones.
O sea, si el Padre ha hecho eso con su Hijo, ¿cómo no va a escuchar  nuestras súplicas y peticiones en el transcurso de nuestra vida? Porque el sacrificio de Jesús en la cruz ciertamente es un llamado para que nosotros también nos sintamos más comprometidos con Él, porque por la muerte en cruz fuimos redimidos. 
Por otra parte, considerando el texto del Evangelio (Mc. 9,2-10), nos damos cuenta que el misterio de la transfiguración confirma que después de la pasión y de la muerte del Señor, viene su resurrección. 
Jesús ha estado diciéndole a sus discípulos que va camino a Jerusalén para ser sacrificado, pero los discípulos están en otra cosa. Y así, cuando hace el primer  anuncio, Pedro dice que eso jamás sucederá,  y Jesús le contesta ¡sal de aquí Satanás! Están también los hijos del Zebedeo pidiendo a través de su madre que uno se siente a la derecha y otro a la izquierda de Jesús cuando esté en su gloria y además los discípulos peleando también para saber quién era el más grande. 
O sea, en lugar de entenderlo al Señor que habla de su pasión y muerte y de lo que esto va a significar para el mundo, siguen en sus propios proyectos, en sus mezquinos pensamientos y no pueden llegar justamente al corazón del Señor. 
¡Qué paciencia les tenía Jesús a sus discípulos, vivía diciéndoles las cosas con claridad, sin embargo  ellos estaban en otro mundo! 
Quizás algo también acontece con nosotros, ya que el Señor  habla de renuncia, de entrega, de sacrificio por la salvación del mundo y la humanidad está con otra onda,  pensando en otra realidad. 
En el texto del Evangelio el Señor invita a animarnos a subir al monte Tabor en el cual  se  transfigura ante los tres discípulos que lo acompañan mostrándose como Hijo de Dios, resplandeciendo su divinidad  delante de los hombres. 
Quiere prepararlos, y con ellos a nosotros también, para lo que viene, de modo que en el momento de la pasión no se escandalicen, porque después de la muerte sigue la resurrección, viene la gloria para el Señor y para todo aquel que lo siga con amor, con decisión de imitarle en todo momento. 
¡Qué bien estamos aquí! dice Pedro, porque la manifestación de Jesús lo ha deslumbrado, como a Santiago y a Juan, pero no termina todo eso en ese momento, ya que  se escucha la voz del Padre que dice "Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo". 
Esta manifestación del Padre acerca de Jesús, no solamente se dirige a los discípulos que tienen que escuchar al Señor anunciando su propia muerte, sino que también nosotros estamos llamados a escucharlo y  entender lo que significa el misterio de la cruz, a la que busca decididamente porque por obediencia al Padre desea morir de esa manera y salvar a la humanidad. 
El sacrificio de Jesús solamente puede ser comprendido mirándolo desde la fe. En efecto, ¿por qué tenía que morir el Señor? ¿No podía haber salvado  Dios al mundo de otra manera? Sí, pero  entonces no hubiéramos entendido el sentido redentor del sacrificio, del sufrimiento, del dolor, de la amargura del corazón por la que tuvo que pasar el Señor. 
También para nosotros se transfigura, muestra su divinidad para que no nos asustemos ni retrocedamos ante el sacrificio que Él hace de Sí mismo por la humanidad entera, sino que lo sigamos completando en cada uno su pasión y muerte, y así poder algún día estar con Él en la gloria del cielo.
En definitiva, el plan divino que pasa por la muerte de Jesús es para que podamos vivir a fondo lo que somos por el bautismo, hijos adoptivos del Padre. 
Pidamos entonces al Señor que nos dé su gracia, que nos escuche y conceda fuerza para  seguir sus pasos, el misterio del dolor que se transforma en gloria para la salvación del mundo y que otorga sentido  a lo que no pocas veces es difícil de sobrellevar. 
Quiera Dios nos transformemos de tal manera que vivamos una existencia nueva camino a la Pascua.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 2do domingo  de Cuaresma. ciclo B.  25 de febrero   de 2024

19 de febrero de 2024

El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (Mt. 4,4b)

 


Recién cantábamos en el salmo interleccional, "Muéstrame Señor tu camino y guíame por él" y de esa manera caemos en la cuenta que  el tiempo de cuaresma es un camino de salvación ya que estamos invitados a buscar un conocimiento más profundo del misterio de Cristo, -como hemos pedido en la primera oración de la misa- y vivir conforme al mismo, de modo que esta sea la meta de nuestra existencia, lo que le dé sentido a nuestra vida.
Precisamente  por el sacramento del bautismo hemos sido marcados para siempre como hijos adoptivos de Dios, de manera que la existencia humana no tendría sentido si no camináramos permanentemente hacia ese encuentro personal con el Señor.
El tiempo de cuaresma es pues, un tiempo de conversión ya que Dios pasa a nuestro lado e invita a una revisión profunda de nuestra vida, pero no para quedarnos en el puro lamento por lo que observamos en nuestra existencia, sino para mirar hacia adelante, teniendo un proyecto de vida renovado por el conocimiento superior del misterio de Cristo y una adhesión a esa vida nueva que se  ofrece a todos.
El Señor  presenta en su propia vida un camino, y así  en el texto del Evangelio (Mc. 1,12-15) hemos escuchado que después del bautismo en el Jordán  fue llevado e impulsado por el Espíritu que había descendido sobre Él, al desierto, que no solamente es el lugar del encuentro con Dios, sino también el ámbito en el que es tentado, y en el que padecemos lo mismo, cuando nuestro corazón está desértico o cuando no está unido a Cristo nuestro Señor.
El espíritu del mal aprovecha para tentarnos  por medio de nuestras debilidades que él  conoce muy bien, por eso  hemos de conocernos más profundamente para saber de qué manera vamos a afrontar estas tentaciones, estos influjos demoníacos que siempre tendremos en nuestra vida de bautizados.
También a nosotros el Espíritu, después del bautismo, nos impulsa y  lleva al desierto, a este desierto de la vida, porque muchas veces no está presente Dios, pero que conduce  para que veamos cómo Jesús vence al Espíritu del mal y le imitemos en medio de las pruebas.
El texto del evangelio de Jesucristo según san Marcos es muy escueto, no menciona qué tipo de tentaciones tuvo el Señor, sino que  dirá que fue tentado de diversa manera, que convivía con las fieras, cumpliéndose aquello del profeta Isaías en que llegarán días en que también reinará la armonía en medio de la naturaleza animal, y los ángeles le servían, ángeles que servían también a Adán en el paraíso.
Encontramos en este ejemplo de Jesús que es tentado y resulta victorioso ante el enemigo, una conexión con el libro del Génesis que narra la creación y el pecado del hombre, porque mientras que Adán fue expulsado del paraíso, Jesús venciendo al maligno convoca a todos nuevamente a este paraíso que es su reino, que  proclama en Galilea, afirmando que "el reino de Dios está cerca",  porque está presente el mismo Jesús que proclama la novedad de la vida que significa aceptarlo Él como Hijo de Dios hecho hombre.
A su vez, dada la presencia del Reino, que es Él mismo, exclama a toda persona que quiera escucharlo, "conviértanse y crean en el Evangelio", siendo este el grito permanente del tiempo cuaresmal.
No tendría sentido este tiempo penitencial si el corazón del hombre no se transforma, porque el Señor pasa, -como decía- al lado nuestro, e invita a una existencia nueva, porque Dios quiere hacer con nosotros un pacto, como lo hizo con Noé (Gen. 9, 8-15).
Acabamos de escuchar en la primera lectura, que una vez pasado el diluvio, símbolo del bautismo, Dios hace un pacto con Noé y con sus hijos,  pacto unilateral, porque  Dios promete no volverá a suceder esto de nuevo, sin pedirle nada al hombre a cambio, porque sabe de nuestras debilidades, por las que no pocas veces pasamos de la fidelidad a la infidelidad al Evangelio, de la amistad divina a la falta de ella, siguiendo  Dios  confiando en nosotros, porque la alianza perfecta con el hombre se realiza en el sacrificio de la cruz.
Precisamente proclama esta verdad el apóstol san Pedro (1 Pt. 3,18-22) al decir que "Cristo murió una vez por nuestros pecados -siendo justo padeció por los injustos- para llevarnos a Dios. Entregado a la muerte en su carne, fue vivificado en el Espíritu".
Y especifica que el diluvio es figura del bautismo por el que somos salvados, significando un "compromiso con Dios de una conciencia pura" para comenzar una vida nueva.
Queridos hermanos  hemos de poner lo mejor de nuestra parte para avanzar en el conocimiento de Cristo y lograr la conversión, el amor de Cristo, la amistad con Cristo.
Hemos de cambiar  en la forma de pensar, no dejarnos esclavizar por pecado alguno, porque Cristo ha muerto para que seamos libres, libertad que alcanzamos en el bautismo para responder a la gracia de lo alto y no quedar  de nuevo esclavos del espíritu del mal que busca siempre someternos y separarnos de Cristo.
Pidamos humildemente la gracia de lo alto para poder realizar esta conversión creyendo en la necesidad de vivir más y más a fondo el evangelio que nos proclama Jesús.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 1er domingo  de Cuaresma. ciclo B.  18 de febrero   de 2024

15 de febrero de 2024

Elevemos nuestras súplicas a Dios para que derrame generosamente su misericordia sobre quienes lo buscamos.

 


Con este día de cenizas, comenzamos el tiempo litúrgico de cuaresma, que es un período especial de gracia, ya que contamos con la posibilidad de hacer este recorrido penitencial, recordando los cuarenta años en que los judíos demoraron para llegar a la tierra prometida, actualizando el tiempo que estuvo Jesús en el desierto siendo tentado por el demonio, en fin, tiempo de gracia al cual estamos llamados a vivir intensamente. 
Que no acontezca otra vez lo que muchas veces sucede en nuestras vidas, que llegamos a la Pascua y decimos, "no he aprovechado el tiempo de cuaresma para prepararme a este misterio tan grande de la muerte y resurrección de Jesús". 
Por eso, más que hacer una promesa, tratemos de vivir a fondo cada día como si fuera el único y, así renovar nuestro deseo de conversión.
Hemos de elevar nuestra súplica de confianza a Dios para que tenga misericordia de cada uno y nos ayude a buscarlo ansiosamente.
El profeta Joel (2, 12-18) refiere a la necesidad del sacrificio, del quebranto de los corazones para comenzar de nuevo la amistad con el Señor y, San Pablo (2 Cor. 5, 20-6,2) proclama "déjense reconciliar con Dios", porque viene Él al encuentro del hombre y la reconciliación puede quedar en la nada si no respondemos generosamente al misterio de salvación al cual se nos invita a vivir. 
El texto del Evangelio (Mt.6,1-6.16-18) describe los tres signos que marcan el camino de la penitencia, o sea, la limosna que cubre multitud de pecados, la oración que permite humillarnos delante de Dios reconociendo su grandeza y la pequeñez humana y, el ayuno,  que implica dejar de lado lo que puede separar del Señor. 
Precisamente el Papa San León Magno en una de sus homilías sobre el ayuno, hablará sobre todo del ayuno de pecado, debiendo estar allí nuestra atención. 
Vivir intensamente la cuaresma es ingresar de lleno en el misterio de Cristo y en nuestra condición de hijos adoptivos de Dios, el cual  espera de cada uno que ya fue redimido por la Cruz, una respuesta de entrega, de amor, y de búsqueda  de su amistad. 
Todos somos pecadores, por lo que no podemos mirar de reojo al prójimo pensando que somos santos y los demás en cambio  pecadores, como lo hizo el fariseo aquel que se comparaba en su oración con el publicano porque él se sentía superior al otro.
Todos necesitamos reconciliarnos con Dios, lo cual urge, perentoriamente se nos llama a buscar al Señor,  la amistad con Él, a  dejar de lado todo aquello que impide su amistad y su gracia. 
El Señor nos da este año otra oportunidad de volver a Él, de dar la espalda a todo lo que sea malo y adherirnos a lo que sea bueno, dispuestos a practicar aún con nuestras limitaciones, el Evangelio del Señor, por lo que la buena noticia se nos transmite cada día para que escuchemos la voz del Señor y la pongamos en práctica.
"Ojalá escuchéis hoy su voz y no cerréis vuestros oídos", proclama el Salmo, por eso hemos de comenzar esta cuaresma con confianza en la ayuda de Dios. 
Reconocemos que somos débiles, pero que nuestra fortaleza procede de Dios, no depende de las fuerzas propias de cada uno.
Siempre somos débiles y muchas veces estamos abrumados por nuestras culpas y por aquellas cosas que nos cuesta vencer y que repetimos continuamente, pero con la gracia de Dios todo es posible, todo puede ser transformado. 
En el rito de la imposición de cenizas se pide que recordemos la necesidad de conversión cubriéndonos con  ceniza, porque  recuerda  aquello de que somos polvo y en polvo hemos de convertirnos.
Ante el misterio de la muerte que sabemos  llegará a cada, nos damos cuenta que somos polvo y al polvo retornamos, para con la gracia de Dios, participar de la gloria que no tiene fin.
Pidamos al Señor su gracia, no tengamos miedo en responderle, hagamos todo lo posible para crecer en santidad cada día, meditando la palabra, practicando el ayuno de acuerdo a nuestras posibilidades, siendo generosos en la limosna y suplicantes en la oración. 

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el miércoles de cenizas. 14 de febrero   de 2024


12 de febrero de 2024

Señor, Tú eres mi refugio y me colmas con la alegría de la salvación (Salmo 31)

 


En el Antiguo Testamento, el libro del Levítico contiene muchas prescripciones, que debían cumplir los judíos, ya sea para mantenerse en la pureza ritual, ya sea para tener una práctica constante de ciertas normas que incluso los diferenciaba de otros pueblos. 
Una de las prescripciones reglaba la conducta a observar ante el enfermo de lepra, el cual debía ser desplazado de la comunidad por razones sanitarias,  declarándolo impuro, y porque se consideraba la lepra como castigo divino  por el pecado, se lo excluía del culto, para mantener la pureza  ritual también (Lev. 13, 1-2.45-46).
De modo que el enfermo era impuro por doble motivo, la razón sanitaria, porque la enfermedad era contagiosa, y el motivo cultual también porque no se lo consideraba puro religiosamente hablando. 
Por lo tanto era ya un muerto en vida,  anunciando su impureza a su paso, siendo su compañía la de otros leprosos, viviendo en lugares apartados del campamento o residencia del pueblo.
En caso de curarse podía retornar a la comunidad previa autorización del sacerdote que testimoniaba su curación.
Si vamos al texto del Evangelio (Mc.1, 40-45) contemplamos la presencia de Jesús que viene a mostrar su cercanía ante el enfermo.
Por eso no es de extrañar que el leproso se acercara a Jesús, estando esto  prohibido, ya que seguramente este hombre había escuchado que el Señor curaba a muchos enfermos y él podría curarse.
El enfermo se acerca a Jesús, se arrodilla, siendo esto signo de humildad y al mismo tiempo de fe, y le dice, "si quieres puedes limpiarme", expresando su deseo de salud para su cuerpo, pero que lo deja al criterio del Señor, no viene con una actitud de querer imponer,  sino de súplica confiada porque ha curado a otros. 
Y Jesús hace algo que estaba prohibido por la ley de Moisés, se acerca, toca al enfermo y le dice, "quiero, queda purificado". 
No olvidemos que según la ley también, Jesús al tocar al enfermo,  se convierte en impuro para los ojos de la comunidad, pero como vemos, Jesús que es el enviado del Padre, prescinde de todas esas categorías y viene a mostrar una actitud totalmente superadora. 
No se ata a la ley como tal, sino que obra en unión con el Padre para la salvación de la persona, y se conmovió, es decir, en sus entrañas se sintió tocado por ese espectáculo del hombre enfermo y por eso le dijo, "quiero, queda purificado".
Sin embargo,  lo enviará al encuentro del sacerdote, ya que eso lo exigía la ley y Jesús lo quiere respetar, no tanto porque fuera estrictamente necesario porque ya estaba curado, sino porque necesitaba el testimonio del sacerdote para entrar nuevamente en la comunidad de los purificados. 
A su vez,  advierte, "no digas nada a nadie", para mantener así, lo que en san Marcos se denomina el secreto mesiánico. 
Es decir, Jesús quiere mantener en secreto, podríamos decir así, su misión y su papel de Hijo de Dios y de Mesías para que la gente no se acercara a Él nada más que por interés o por considerarlo un Mesías político y no como era el Hijo de Dios hecho hombre. 
Pero este hombre purificado no puede dejar de comunicar por todas partes  que ha sido curado dando gracias a Dios por su sanación.
Jesús  está enseñando que se acerca a cada uno de nosotros porque de alguna manera somos leprosos, que por el pecado nos convertimos en aquellos que están alejados de Dios y que necesitamos de su misericordia para participar nuevamente de la comunión con Él.
Liberados del pecado podemos avanzar en esta vida dando ejemplo de santidad como el Señor espera de cada uno de nosotros.
Por eso siempre hemos de pedir al Señor que nos cure y  purifique para que cada día podamos imitarle más y más como  enseña el apóstol San Pablo en la segunda lectura (1 Cor. 10,31-11,1).
San Pablo insiste en que todo lo que hagamos, "ya coman, ya beban, o cualquier cosa que realicen, háganlo todo para la gloria de Dios". Este fue el lema de San Ignacio de Loyola, Ad Maiorem Dei Gloria, "para la mayor gloria de Dios", consigna que trató de comunicar siempre la primera santa mujer argentina que el Papa canonizó hoy, llamada  Mamá Antula o santa María Antonia de san José.
Ella, expulsados los jesuitas del Reino de España y de otros lugares,  trata de que los ejercicios espirituales no mueran. 
A pesar que estaba prohibido predicar los mismos, ella se mantendrá firme y tratará de llegar a las almas por medio de los ejercicios de San Ignacio, buscando siempre la conversión y que la gente comience una vida nueva, todo para la mayor gloria de Dios. 
Deja esta santa un ejemplo hermoso de que nunca debemos bajar los brazos ante las dificultades de la vida o de la cultura de nuestro tiempo y que siempre hemos de apostar por todo aquello que sea para el bien de nuestros hermanos y para la gloria de Dios. 
Por eso pidamos al Señor por la intercesión de esta santa argentina que nos dé la gracia de ser fieles a lo que hemos recibido y fieles también a proclamarlo a toda aquella persona de buena voluntad que quiera conocer el Evangelio de Jesucristo.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 6to domingo del tiempo "per annum" ciclo B.  11 de febrero   de 2024


5 de febrero de 2024

El Señor se manifiesta como aquel que viene a rescatarnos de nuestras miserias, ya sean físicas como espirituales.



En el Antiguo Testamento  encontramos vigente la idea que  aquel que obra el bien será premiado por Dios y todas sus obras bendecidas, mientras que al malvado le sobrevendrán castigos.
Sin embargo, la experiencia diaria muestra una realidad diferente, ya que a menudo el malvado es quien goza de buena salud, sus empresas marchan perfectamente, todo resulta como quiere, mientras que el justo es probado con el fracaso y diversos sufrimientos.
De manera que el justo, como en este caso Job (7,1-4.6-7), se encuentra con la realidad de la presencia del mal en el mundo, ya que aún siendo justo, ha perdido todo, ha sido puesto a prueba por Dios.
Describe con dolor cómo se suceden los días de su vida sin entender demasiado, pero permaneciendo fiel a  Dios, por lo que al final le son devueltos los bienes perdidos y la presencia de nuevos hijos.
Job aprende a través del sufrimiento y las pruebas, que en definitiva el ser humano es pequeño ante la realidad del mundo y de todo lo que acontece, y que no queda más que entregarse a la providencia divina que nos cuida y protege del mal.
Pero a nosotros también quizás nos ha pasado esto  y ante la presencia del mal preguntemos a Dios: ¿Qué he hecho yo para merecer esta enfermedad? o ¿Por qué tengo que sufrir esto? ¿Por qué mi vida está marcada por el dolor mientras otros que no piensan más que en pecar les va todo bien? La respuesta siempre tenemos que encontrarla indudablemente desde la fe. 
Es Jesús el que concede sentido a nuestra existencia, y podríamos preguntarnos por qué Él tuvo que morir en la cruz. Pasó por este mundo haciendo el bien y no recibió más que odio y rechazo.
Sin embargo, la voluntad del Padre fue que en su muerte cargara sobre sí los pecados de los hombres  de todos los tiempos. 
Ahora bien, lo que realiza el Señor en la cruz tiene un proceso en el que se manifiesta como aquel que viene a rescatarnos de nuestras miserias físicas como espirituales. 
En el texto del Evangelio (Mc. 1, 29-39) encontramos a Jesús en la casa de Simón. Allí la suegra está enferma de fiebre. 
Jesús, con una palabra podría haberla curado, sin embargo se acerca, quiere mostrar su cercanía con quien padece. 
Más aún, la toma de la mano, y con ese gesto   indica que Él viene a levantarnos de nuestras caídas, de las enfermedades del cuerpo y del alma, sobre todo las del alma, como anticipo de lo que es la resurrección, donde seremos nuevas criaturas. 
A su vez, la suegra de Simón comienza a servirles, de manera que la salud que le devuelve el Señor, no solamente es un signo de su poder, sino que es también indicativo de que una vez curados hemos de alabarlo a Él y también servir a nuestros hermanos. 
El segundo cuadro que presenta el Evangelio es el atardecer de ese día, ha terminado ya el descanso sabático y, mucha gente se aglomera delante de la casa trayendo a los enfermos y a los endemoniados.
Y nuevamente está Jesús curando a los enfermos, liberando a los  endemoniados, prohibiéndoles  decir quién es Él porque no  quiere el testimonio de ellos, haciendo el bien a una humanidad doliente. 
Pero Jesús también tiene que alimentar su vida en cuanto hombre Dios y, por eso muy de madrugada al día siguiente se retira a orar, a encontrarse con su Padre, a contarle quizás, -aunque el Padre ya lo sabe-, qué es lo que ha hecho en ese día, o mostrarle al Padre las miserias del ser humano que deben ser curadas y superadas. 
Quizás se muestra como instrumento, como intermediario ante el Padre ofreciéndose una vez más a morir en la cruz justamente para sanar a esta humanidad doliente.
Pero después lo buscan, porque todos lo están buscando. 
¡Qué hermoso poder  decir: ¡Señor todos te están buscando!  En un mundo como el nuestro que se ha olvidado de Dios y que la búsqueda de Cristo  aparece exigua, qué bien suenan esas palabras.
De manera que exclamar: ¡Señor todos o muchos te están buscando! sería un buen signo de fe, porque indicaría que se ha comprendido que el que salva es el Señor, es Jesús. 
Y el Señor dice entonces "vayamos a otros lugares porque para eso he salido". ¿Qué es eso de he salido? ¿De dónde salió? Está haciendo referencia a que si bien sigue presente en la Trinidad, ha salido del Padre como Hijo de Dios para hacerse hombre y cargar nuestras miserias, ha salido de su dignidad divina para asumir la humana con las flaquezas del hombre, menos el pecado, para sanearnos. 
Esto es lo que tenemos que  vivir y reconocer y también predicar. Precisamente San Pablo (1 Cor. 9, 16-19.22-23) exclama  "¡pobre de mí si no evangelizara!", pobre de mí si no soy capaz de llevar el Evangelio, la buena nueva a un mundo que no cree ya en nada o solamente en aquello que supone que le da total seguridad pero que son cosas en definitiva pasajeras. 
Como San Pablo hemos de predicar valientemente y, ante el estupor del hombre por el dolor, por el sufrimiento, por la enfermedad, por la presencia del mal, llevar la esperanza que nos trae el encuentro con Jesús nuestro Señor ya que Él viene a liberarnos. 
Dejémonos entonces cambiar por Él para poder vivir cada día con mayor perfección la vida cristiana en la que transitamos.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 5to domingo del tiempo "per annum" ciclo B.  04 de febrero   de 2024