30 de marzo de 2021

Desde la cruz redentora del Señor, comprendemos que las cruces que sobrellevamos en la vida, poseen un sentido salvador.

 


Hemos aclamado al comienzo de esta Misa a Jesús como rey. Los ramos que cada uno de nosotros llevará a su casa tienen que recordarnos a lo largo del año precisamente este reconocimiento del Señor como rey. El ramo de olivos significará que acompañamos a Jesús a la entrada de Jerusalén, es decir, a la entrada de nuestra familia, de nuestra vida. Jesús  Rey reina no desde un trono, sino desde la cruz, cumpliéndose así  lo que Él ya dijera: “atraeré a todos hacia mí”, es decir, toda persona que con fe quiera participar de la redención contemplará la cruz salvadora del Señor levantada en alto y se liberará de sus pecados, de la mordedura del espíritu del mal.

A su vez, desde esa cruz redentora del Señor, el hombre entenderá y comprenderá que las cruces que hemos de sobrellevar a lo largo de la existencia terrenal, poseen un sentido salvador. La persona que no tiene fe, en cambio, se queja ante el sufrimiento, ante el dolor, ante las pruebas, ante las vicisitudes de la vida porque ha perdido el sentido de la vida, que se ha convertido en una “pasión inútil”.
Pero desde la fe, en cambio, y mirando al crucificado, caemos  en la cuenta que es el camino que el Señor ofrece para la redención del mundo. Advertimos desde la mirada del crucificado, que no solamente la realidad de nuestras flaquezas y dolores son propios de la naturaleza humana que con el tiempo decae, sino que también significa la posibilidad de contribuir con Cristo nuestro Señor a la redención del mundo, cargando con Él los pecados de todos.
Cristo triunfante en la cruz cambia la historia del hombre, y  advierte que reina desde el madero santo, recobrando así lo perdido por Adán cuando fuera vencido en el árbol del paraíso.
A su vez, desde la cruz  manifiesta la contradicción que no pocas veces existe en nuestra vida, porque mientras consideramos  como lo mejor, el triunfo, la gloria, el poder, el placer y todo lo mundano, el Señor crucificado  enseña que la gloria y el triunfo están precisamente en el Misterio de la Cruz y en la Resurrección.
Cuando el ser humano no entiende esto o no lo acepta o no lo quiere ver, sufre mucho más todavía en la vida, porque comienza a perder el sentido de la misma, de su existencia y se pregunta no pocas veces ¿Qué hago aquí? ¿Por qué tengo que sufrir? ¿Por qué las cruces de cada día? ¿Por qué las limitaciones de mi naturaleza humana?
Desde la fe  que hemos recibido como don y gracia, miramos a Cristo que reina desde la cruz y alcanzamos a comprender, iluminados interiormente, que el camino que se nos ofrece, es no solamente asumir la naturaleza humana, sino asumir también que todo eso contribuye a la salvación del hombre. Entendemos que todo lo padecido en unión con Jesús permite purificarnos interiormente, y la cruz en definitiva conduce a alcanzar la meta que es la santidad en la unión con Cristo. Y si acaso alguna vez como Jesús decimos “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?” tendremos la respuesta en el mismo Padre del Cielo que asegurará que está con nosotros, viendo la docilidad  humana por cumplir su voluntad.
María Magdalena y María madre de José, recuerda  al final el texto de la Pasión, miraban donde lo habían puesto a Jesús.  La actitud de ellas es la de quienes tienen esperanza y saben que la muerte no tiene la última palabra ya que la resurrección del Señor significará la glorificación completa del Hijo de Dios hecho hombre, asegurando también que nosotros seamos glorificados.
Queridos hermanos vayamos al encuentro del Señor, sigamos sus pasos en esta Semana Santa, tratemos de entrar en cada uno de los momentos de la pasión para entender lo que significó para Jesús, y lo que ha de significar  también  para nosotros.
Llevemos al mundo el mensaje de esperanza que brota del misterio de la cruz, abandonando los devaneos propiamente humanos que conducen muchas veces a pensar que la esperanza debe estar puesta en los triunfos de esta vida, en las promesas de los hombres, en los vaivenes de la existencia humana.
Sin embargo, nos damos cuenta cada día más, que esas falsas esperanzas no llevan a nada duradero, y que sólo  el encuentro con Cristo  asegura a todos un caminar diferente a lo largo de la vida. Vayamos y pidamos al Señor la gracia de seguir sus pasos en la dolorosa pasión, para que crucificados con Él, alcancemos la gloria de la resurrección.


Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de la Parroquia San Juan Bautista de Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo de Ramos de la Pasión del Señor. Ciclo “B”. 28 de marzo de 2021.


23 de marzo de 2021

La nueva alianza entre Dios y la humanidad se realiza por medio de la glorificación del Señor, es decir, de su muerte y resurrección.

Jeremías profeta es uno de los deportados a Babilonia luego que cayera el Reino de Judá. Y allí, el profeta trataba de consolar al pueblo llenándolo de esperanza, mostrándole las promesas de Dios, por eso es que dice: “llegarán días en que estableceré una nueva alianza con la casa de Israel con la casa de Judá”. Una alianza distinta a la que ya había establecido Dios en el Sinaí. En esta alianza nueva, el mismo profeta anuncia que Dios pondrá su ley dentro de cada uno, ya no es una ley que aparece desde fuera, sino que marca la vida de cada uno desde su interior. Se trata de una  alianza donde Dios declara que el pueblo de Israel  se constituye en predilecto  suyo, por lo  que el pueblo ha de responder a esa elección con sus obras buenas para continuar así como el elegido.
Ciertamente esta nueva alianza se concreta en la persona de Jesús, el Hijo de Dios vivo, a través de su muerte en cruz y resurrección, misterio al que San Juan llama la glorificación del Señor.
Por el texto del Evangelio conocemos  que Jesús está en Jerusalén y allí se encuentra con unos griegos que han ido para la fiesta de la pascua con el fin de adorar a Dios, pero también para conocer a Jesús el Hijo de Dios, por eso  le piden a Felipe “queremos ver a Jesús”
Felipe junto con Andrés, comunican este deseo y, Jesús responde de una manera que puede resultar extraña: “ha llegado la hora en la que el Hijo del hombre va a ser glorificado”. La “hora” es el momento cúlmine de la vida de Jesús en la que se realiza el misterio pascual, el sacrificio de Jesús en la cruz y su resurrección, que significará la redención humana, la salvación del hombre, el sacar al ser humano de la esclavitud del pecado y del dominio del demonio.
Ha llegado la hora, ese es el modo concreto de conocer a Jesús, no es un buscar a Jesús movidos por la curiosidad, movidos por el interés, o porque hemos escuchado hablar de Él,  sino conocer a Jesús que significa entrar de lleno en este misterio de su glorificación.
¿Y cómo se realiza la glorificación? Con la muerte de Jesús ¿Cómo se concreta?  Por el servicio de sí mismo, la entrega de sí mismo. Y así Jesús dice: “si el grano de trigo que cae en la tierra no muere queda solo, pero si muere da mucho fruto”. De modo que como el grano de trigo da fruto muriendo a si mismo, así también Cristo morirá para dar mucho fruto, es decir alcanzará la salvación del hombre.
Y seguirá  diciendo que aquél que lo quiera seguir tiene que imitarlo. ¿Cómo? Muriendo también como el grano de trigo; el que quiera seguirme dirá Jesús, que me siga, pero que lo siga dónde, no solamente ir detrás del Señor sino también seguirlo en el misterio de la cruz para que allí donde Jesús redime a la humanidad esté también cada uno que quiera servirle de corazón.
Este momento de seguimiento del Señor implica entonces el despojo de uno mismo, el renunciamiento de uno mismo para vivir el misterio pascual mejor, donde se entrega Jesús totalmente por la salvación del mundo. Imposible manifestar amor más grande que aquel que significa entregar totalmente su vida por el bien de los demás. Y Jesús lo va a hacer a través de su muerte, y nos invita a nosotros a seguirlo, a comprometernos con Él, a buscar el morir a nosotros mismos para vivir en esta entrega permanente en nuestra vida y también al servicio de los hermanos, prometiendo que así como Jesús es glorificado en la cruz también nosotros seremos glorificados por el Padre si seguimos este misterio de entrega total. Nos vamos acercando a la Semana Santa y ahí vamos a vivir todo lo que significó la entrega de Jesús, experimentaremos aquello que ya recordamos el domingo pasado:“Dios amó tanto al mundo que entregó a su propio Hijo para la salvación del mundo”.
Ojala en estos días nosotros sigamos asimilando estas enseñanzas, sigamos profundizando en el amor que Dios nos tiene porque lo único que puede conquistar nuestro corazón y puede decidirnos a seguir al Señor, es entender  no solamente a través de la inteligencia, sino también por medio  del corazón, cuánto nos ama Dios.
Cuánto nos ama Dios, cuánto somos importantes para el Padre que envía a su Hijo a la cruz, este Hijo que acepta la voluntad del Padre porque lo ama  pero  también  por amor a nosotros. Es por eso que desde la cruz el mismo Jesús atraerá a todos hacia sí, de manera  que podamos comprender lo que significa dar nuestra vida por el Señor y por los hermanos, siguiendo a Jesús en su persona y en sus enseñanzas, llevando una vida donde alabemos siempre a Dios, donde vivamos lo que Él nos enseña y podamos trasmitir generosamente a todos aquellos que están lejos o están cerca pero que todavía no se han entregado con generosidad total..
La gracia del Señor se nos ofrece a cada uno de nosotros, aprovechémosla, hagamos este recorrido con María Santísima, madre de Jesús y madre nuestra, aquella que estuvo junto a la cruz del Señor con Juan,  es decir, con cada  uno de nosotros.
Sigamos entonces al Señor junto a la cruz salvadora, junto a la cruz del triunfo de la gracia sobre el pecado, de la vida sobre la muerte.

Óleo atribuido a Bartolomé Esteban Murillo.

Textos:  Jer. 31,31-34; Hebr. 5, 7-9; Jn. 12, 20-33.


Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz,  Argentina. Homilía en el quinto domingo de Cuaresma, ciclo “B”. 21 de marzo de 2021.- http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-






16 de marzo de 2021

“Dios ha querido demostrar a los tiempos futuros la inmensa riqueza de su gracia por el amor que nos tiene en Cristo Jesús”.

 

Es una constante en la Sagrada Escritura contemplar la infinita misericordia de Dios, su amor para con la humanidad, pero contrariamente a esto la respuesta del hombre se caracteriza no pocas veces a través de la infidelidad, por la aceptación del pecado. Sin embargo, como Dios nos ha creado a su imagen y semejanza y convoca a vivir la dignidad de hijos adoptivos suyos, sigue apostando por todas las personas tratando de atraernos nuevamente a su amor.
Repasemos los textos bíblicos de este domingo para ir contemplando esto. El segundo libro de las Crónicas (36,14-16.19-23) refiere a cómo la infidelidad del Reino de Judá es tan grande que dice el texto: “la ira de Dios subió a tal punto que ya no hubo más remedio”
¿Qué había sucedido? Se repetía la infidelidad, la ruptura de la alianza con Yahvé, sus enviados –los profetas-- para advertir al pueblo de su pecado eran rechazados, su Palabra no era escuchada y tanto los dirigentes como el pueblo se obstinaban en seguir practicando el mal. Pero como Dios piensa en clave de salvación del hombre a quien ha creado por amor, elige a un instrumento que es Nabucodonosor, rey de Babilonia, el cual se apodera de Jerusalén, destruye el templo y envía al exilio a los que habían quedado.
Exilio éste que dura setenta años, el cual más que castigo es un instrumento de purificación para que los judíos caigan en la cuenta que nada pueden sin la presencia divina y adviertan la necesidad del retorno a Dios. En este cautiverio, el pueblo sigue cantando su añoranza por Jerusalén, tal como lo describe el Salmo interleccional (Salmo 136): “Junto a los ríos de Babilonia nos sentábamos a llorar acordándonos de Sión, allí nuestros carceleros nos pedían cantos y nuestros opresores alegría, ¡canten para nosotros un canto de Sión!, pero ¿Cómo podríamos cantar un canto del Señor en tierra extranjera?”
Ante este deseo de retornar a Dios y a la tierra de sus ancestros el Señor se acuerda de su pueblo y a través de otro instrumento suyo, el rey Ciro, rey de Persia, libera al pueblo de la esclavitud el cual retorna a su patria  para reconstruir el templo y ciudad de Jerusalén. De modo que estas pruebas a las que se ve sometida la población del Reino de Judá más que castigo de Dios hay que ver un medio para que el pueblo reconozca que no puede hacer nada sin Dios.
A la luz de la Palabra de Dios, pensaba en estos días en nuestra patria, y salvando obviamente las distancias temporales, contemplaba  cuánto estamos  de sumergidos en miserias  en los distintos aspectos de la vida.  O sea, a raíz de esto, cabe preguntarse si acaso Dios no nos está probando por esos medios para que retornemos a Él, para que se realice una conversión en serio, para que reconozcamos que sin Él nada podemos hacer, porque mientras el hombre se aleja de su Creador se aparta también de la salvación.
Siguiendo en este camino de reclamar una respuesta de amor a Dios, el apóstol San Pablo (Ef. 2, 4-10) recuerda que el Señor es rico en misericordia, lo cual no significa que ante esto el ser humano puede hacer lo que quiere, sino que la misericordia divina supone un compromiso de nuestra  parte.
Insiste el apóstol que “Dios ha querido  demostrar a los tiempos futuros la inmensa riqueza de su gracia por el amor que nos tiene en Cristo Jesús”. Ante esto, ¡cómo le cuesta al ser humano entender la profundidad del amor de Dios, cómo tarda el ser humano en concebir el amor que Dios le tiene que castiga a su Hijo a través de la cruz para obtener la redención, la salvación!
El texto del Evangelio (Jn. 3, 14-21) pone en boca de Jesús que Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera sino que tenga Vida Eterna.
Ya probó todo para atraernos hacia Sí, por su amor y la prueba necesaria nos purifica para que volvamos a Él y entendamos que Él es lo más importante de nuestra vida.
Dios  está declarando permanentemente su amor para con nosotros a través de su Hijo clavado en la cruz. En efecto, así como Moisés levantó la serpiente en el desierto y quienes miraban a esa serpiente de bronce se veían libres de las mordeduras de las serpientes causadas por el pecado y la infidelidad del pueblo, así también quien mira y contempla con fe al crucificado se salvará de todo lo que significa la opresión del espíritu del mal.
Insiste el texto del Evangelio dos veces, que quienes tengamos fe en Jesús tendremos la Vida Eterna. Dios no envió a Jesús al mundo para juzgarlo sino para salvarlo pero son las mismas acciones del hombre la que lo juzgan.
En efecto, el pecado contra la luz es lo que juzga y condena al hombre ya que  “la luz vino al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas.  Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas”.
"Los hombres prefirieron las tinieblas” recuerda el texto. ¿Cuántas veces nosotros preferimos las tinieblas y dejamos la luz perdiendo así la oportunidad de encontrarnos con Cristo Salvador?.
La Palabra de Dios en este domingo insistentemente nos llama a ir al encuentro de Jesús, Luz del Mundo y reconocer en Él, en su presencia, en su persona, en su palabra, el infinito amor de Dios. ¿Podrá conmovernos el amor de Dios, podrá conmovernos Cristo crucificado para decir “aún con mis debilidades, con mis limitaciones quiero seguir al Salvador”? La ayuda del Señor no se hace esperar y viene a nuestro encuentro si sinceramente lo buscamos.

Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz,  Argentina. Homilía en el IV  domingo de Cuaresma, ciclo “B”. 14 de marzo de 2021.- http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-




8 de marzo de 2021

Purificados por la conversión, somos como Cristo, nuevos templos de alabanza y adoración al Padre, mientras peregrinamos por este mundo.

 


Dios manifiesta su amor para con el pueblo elegido sacándolo de la esclavitud de Egipto. Las revelaciones de ese amor son abundantes y profundas. Es por eso que en el camino hacia la Tierra Prometida Dios quiere sellar una alianza con su pueblo a través de estas Diez Palabras o Diez Mandamientos que nos describe la primera lectura.
Pero mientras Moisés en nombre del pueblo recibía los diez mandamientos y conocía que el cumplimiento de los mandamientos constituía la respuesta al amor de Dios; el pueblo al pie de la montaña adoraba el becerro de oro. Demolido el ídolo por Moisés y recibidas nuevamente las tablas de la Ley, ya que las primeras habían sido destruidas por él, concluye el pueblo por  aceptar la Alianza. Al respecto  las palabras del Señor son muy claras: “Yo seré el Dios de ustedes y ustedes serán mi pueblo si escuchan mi palabra y la practican”.
Siempre el ser humano se encuentra en esta contradicción interior, reconoce que la vivencia de los mandamientos es la respuesta del amor para con Dios, pero al mismo tiempo se deja seducir por los encantos del pecado y no pocas veces resulta infiel a esa alianza. También en nuestro tiempo acontece algo similar. ¡Cuántas personas  incluso que se dicen católicas, afirman que los mandamientos pertenecen al pasado, convencidos y sometidos por los criterios mundanos, y que lo que estaba mal  ahora es bueno, y lo bueno de antes en el presente es irrelevante !
Se pretende incluso que la Iglesia se amolde a la mentalidad del mundo, es decir, se piensa que el mundo ha de continuar con sus propios criterios marcados por las ideologías de turno que se apartan de Dios y que a su vez la Iglesia acepte aquello que se sabe no corresponde a la voluntad del Señor. Ante esto, nosotros hemos de afirmar siempre que lo que antes se veía como malo y lo era por contradecir la ley de Dios, ahora sigue siendo malo, y lo que se identifica con la voluntad divina siempre será bueno en cada momento de la historia humana.
Esto manifiesta la gran contradicción que hay no pocas veces en el corazón del hombre, de allí, la necesidad de la purificación interior. Cuando Cristo expulsa a los mercaderes del Templo, está enseñando acerca de la necesidad que existe de la purificación del Templo de Dios. Ha terminado el culto del Antiguo Testamento para comenzar con el Nuevo, porque su propio cuerpo es el templo de Dios, y es desde momento que  a través de Cristo  se rinde culto perfecto a  nuestro Dios. O sea, Cristo a través del signo de su muerte y resurrección, nos muestra la Nueva Alianza, el nuevo pacto de amor entre Dios y nosotros.
Esta nueva alianza, por lo tanto, requiere la purificación interior de la Iglesia como institución y de la iglesia en cada uno de sus miembros que somos nosotros. De manera que sean realidad las palabras: “el celo por tu casa me consumirá”. Y así, que sea tanta la preocupación para presentarnos purificados delante del Señor que evitemos todo aquello que pueda contaminar la fe, la liturgia, y la vida de la iglesia toda. Incluso evitar todo lo que pueda ser contaminación de la misma Ley de Dios, aguándola en sus exigencias, reconociendo que es un camino seguro ante nuestra debilidad para poder vivir en la verdad y encontrarnos con el Señor.
Jesús ha venido a perfeccionar la Ley del Antiguo Testamento, no a suprimirla, por eso que purificarse interiormente significa adherirnos a aquel que murió en la cruz y resucitó para mostrarnos el amor eterno del Padre. Ya no es el amor de Dios para con el Pueblo Elegido sacándolo de Egipto, sino que es el amor de Dios presentado a través de su Hijo hecho Hombre que nos quiere sacar de las esclavitudes de nuestro tiempo, de nuestra época, de nuestra cultura.
De allí la necesidad de encontrarnos con Cristo nuestro Señor, ya que conociendo Él  el interior  de cada uno de nosotros, según aquello de que  “no se fiaba de ellos porque los conocía a todos, Él sabía lo que hay en el interior del hombre”, hemos de ser purificados.
Porque también nosotros podemos estar en esa actitud de decir: “yo creo en Jesús”, pero Jesús que conoce nuestro interior sabe que ese creer en Él no siempre significa una adhesión a su persona, a su Palabra y a su enseñanza. En efecto, sucede a veces que mientras el Señor promulga esta ley de amor entre nosotros y Él, nosotros hincamos las rodillas ante los  ídolos de nuestro tiempo, tan diversos y de engañosa atracción.
Hermanos: Pidámosle a Jesús nuestro Señor que nos purifique y libere a la Iglesia de toda contaminación, convencidos como hemos de estar como institución, de que la vuelta al encuentro con el Señor y de sus enseñanzas nos librará de las esclavitudes que muchas veces nos acechan en esta vida en la cual trascurrimos. 


Textos: Éxodo 20, 1-17; I Cor. 1, 22-25; Juan. 2, 13-25.-


Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz,  Argentina. Homilía en el tercer domingo de Cuaresma, ciclo “B”. 07 de marzo de 2021.- http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-



1 de marzo de 2021

La transfiguración es un mensaje de esperanza para el hombre, tantas veces acorralado que olvida las promesas del Señor.

El domingo pasado fuimos con Jesús al desierto para aprender a través de la victoria del Señor sobre el espíritu del mal que es posible vencer al que es mentiroso desde el principio  y, así poder vivir dignamente como hijos de Dios.
En este  segundo domingo de cuaresma la invitación es subir al monte. Siempre en la Sagrada Escritura subir al monte, llegar a lo alto, significa buscar una amistad más profunda con Dios, para desde las alturas de ese encuentro con Él, tener una mirada diferente, distinta, de lo que acontece en este mundo y en nuestra vida cotidiana.
En la primera lectura tomada del libro del Génesis (22,1-2.9-13.15-18), nos encontramos con que Abraham sube al monte para sacrificar a su hijo Isaac,  sacrificio que no sólo implica la muerte del joven sino la destrucción de la víctima por el fuego, de allí el nombre holocausto. Ante esta perspectiva, Abraham siente que su futuro queda diluido, ya había dejado todo por obediencia,  ya su tierra, su parentela, todos sus proyectos para seguir la voz de Dios, y ahora se le pide que sacrifique el futuro mismo, la muerte de su hijo, quedando sin cumplirse la esperanza de una  gran descendencia.
Este texto hay que verlo en el contexto de lo que acontecía en los siglos VIII y VII a.C. en el pueblo de Israel, donde se realizaban sacrificios humanos de niños siguiendo la imitación de pueblos paganos. En este texto Dios quiere dejar un mensaje bien claro “no quiero sacrificios humanos”, hay otros pasajes en el Antiguo Testamento que señalan también el disgusto de Dios ante esta costumbre que tenía el pueblo, contagiado por costumbres paganas, por eso no es extraño que el mismo Abraham no se asombre tanto por lo que se le pide, porque en su mente esto era posible, pero obviamente en él prima la obediencia  a Dios. Podríamos decir que este texto deja en evidencia la actitud de Abraham que “puesto a prueba” por obediencia se vacía totalmente de sí mismo. Sin embargo, agradado Dios por la obediencia, le indica  que no sacrifique a su hijo,  ya que el único sacrificio salvador será el de su Hijo hecho hombre  muerto en la Cruz.
Abraham ha escuchado la Palabra de su Dios, escucha ésta que se nos reclama  en el texto del Evangelio (Mc. 9, 2-10): “este es mi Hijo muy querido, escúchenlo”. Él no quiere sacrificios sino obediencia, o sea escuchar su Palabra y llevarla a la práctica.
En el despojo de Abraham y de Jesús, hay una invitación clara para nuestro propio despojo y así encontrarnos más con el Señor.
En el texto del Evangelio, Jesús lleva a Pedro, Santiago y Juan, al monte Tabor, y allí se transfigura, es decir, contemplaron a Jesús en su divinidad, anticipando así lo que será la presencia del Señor en la Gloria, en el estado eternal al que está llamado también el creyente. ¿Por qué se transfiguró? Jesús les venía diciendo a los apóstoles que iba a sufrir mucho, morir en la cruz y resucitar en Jerusalén. Este proyecto de Jesús, obediente al Padre, no coincidía con el pensamiento de los apóstoles, que esperaban  la presencia de un mesías político, humano, que triunfe en otro campo; por lo tanto no podían aceptar ni pensar la muerte del Señor.
Jesús entonces les muestra su divinidad, para  que cuando llegara el momento de la pasión, del sufrimiento y de la cruz, no se dejaran acobardar sino que pensaran en la gloria que les esperaba, la  gloria en el Cielo con Cristo resucitado, de manera que en medio de los sufrimientos pudieran vencer  los temores recordando aquello que afirmara Pedro  asegurando “qué bien estamos aquí”.
También nosotros nos sentimos mal por el sufrimiento, la enfermedad, la angustia, por tantos problemas y nos quedamos quizás con una mirada meramente humana, terrenal. El Señor nos invita a elevar esa mirada y elevarnos a nosotros mismos a la altura del monte Tabor para contemplar a Cristo resucitado, sabiendo que también nosotros debemos llevar en nuestro cuerpo las señales del Cristo paciente,  muerto en la cruz  y  lograr  así la resurrección.
A su vez, desde la nube recibimos la invitación  de escuchar a Jesús, Hijo amado del Padre, el cual con su obediencia perfecciona la ley dada a conocer mediante Moisés y la acción profética representada por la presencia Elías.
Ahora bien, ¿qué hemos de escuchar de Jesús? No solamente ser dóciles ante sus enseñanzas y su Persona, sino concretamente  asimilar el  repetido anuncio  dirigido a  todos de la pasión del Señor.
Equivale a decir “escuchen el mensaje de Jesús que se dirige a la cruz, a la muerte y a la resurrección, acepten que es el medio para redimir la humanidad. Escuchen, no hagan sus interpretaciones ni piensen que pueden escapar del Misterio anunciado”.
El misterio pascual por su parte, es causa de muchos dones para cada persona, tal como lo recuerda el apóstol San Pablo: “El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá con Él toda clase de favores? (Rom. 8, 31b-34).
Es decir que si Dios entregó a su Hijo a la muerte en cruz, como nuevo Isaac y único sacrificio agradable, nos concederá toda clase de favores en medio de las pruebas y  obstáculos que se presenten en el seguimiento de Jesús hasta las últimas consecuencias.
De manera que la transfiguración resulta ser un mensaje de esperanza para la vida humana, tantas veces acorralada por las dificultades que perdemos de vista las promesas que el Señor.
Y así como Dios manifiesta a Abraham que va a cumplir la promesa, salvando a su hijo, también nos promete a nosotros idéntica salvación por la muerte y resurrección de Cristo nuestro Señor.
Pidámosle a la Virgen Santísima que siempre nos apoye y proteja  en el camino cuaresmal orientado  a las alturas de la santidad.

Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz,  Argentina. Homilía en el II° domingo de Cuaresma, ciclo “B”. 28 de febrero de 2021.- http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-