27 de noviembre de 2010

2011: “El año de la Vida”.

1.-Orígenes del Grupo Pro-Vida “Evangelium Vitae”
La Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina emitió en octubre pasado una declaración titulada “2011: El año de la vida”, en la que alienta “a todos los argentinos a realizar una opción sincera, madura y comprometida por la vida, garantizando la protección de este derecho fundamental sin el cual no podremos edificar el país que anhelamos”.
En coincidencia con el próximo tiempo de Adviento que prepara al creyente para recibir la Vida en plenitud con el nacimiento de Cristo, manifestaremos nuestra opción por la vida con una Vigilia de oración el 27 de Noviembre de 2010- según lo solicitara el papa Benedicto XVI.

26 de noviembre de 2010

“Del dominio de las tinieblas al reinado de Cristo”

Dios crea al hombre y todo lo que le rodea comunicando así su bondad a toda creatura ya sea racional o no. Y todos los seres dan gloria a Dios con su existencia, pero los seres humanos además, estamos llamados a cantar cada día “vamos con alegría a la Casa del Señor”, ya que la verdadera alegría se halla en el encuentro personal con Dios.
Pero el pecado de los orígenes cometido por el hombre, que quiere vanamente ser como Dios, tentado por el espíritu del mal, lo precipitan alejándolo de su Creador. Sin embargo, Dios que es rico en misericordia, promete un Salvador.

18 de noviembre de 2010

“El compromiso cristiano y las persecuciones, camino a la Parusía”

El domingo pasado habíamos reflexionado acerca de la resurrección de los muertos, de cada persona que viene a este mundo, unida a la resurrección de Cristo, ya que si éste no hubiera resucitado vana es nuestra fe, -nos recuerda San Pablo. La enseñanza de este domingo se refiere a los sucesos precursores del fin del mundo o del Día del Señor. Ya en el Antiguo Testamento se encuentran anuncios de este tipo. Y así el profeta Malaquías (4,1-2ª), a mediados del siglo V antes de Cristo, reconforta con su mensaje al pueblo de Israel sometido a diversas dificultades después de su regreso del exilio. Muchos que se han mantenido fieles a la Alianza se sienten tentados a obrar de otro modo habida cuenta que perciben que a quienes obran el mal todo les sonríe, les va bien.

12 de noviembre de 2010

“Nos saciaremos Señor al contemplar tu rostro”

Cantábamos recién en el salmo responsorial “nos saciaremos Señor al contemplar tu rostro”. Esta antífona sintetiza lo que los textos bíblicos de hoy nos enseñan finalizando ya en estos domingos el año litúrgico en los que la enseñanza común a ellos refiere a los acontecimientos últimos de la vida humana. Hoy reflexionamos sobre la resurrección de los muertos, la cual está íntimamente unida a la resurrección de Cristo, ya que si Él no hubiera resucitado tampoco nos espera a nosotros dicha meta. En el Antiguo Testamento ya se nos enseña acerca de la resurrección. En efecto, en el II° libro de los Macabeos (6,1; 7,1-2.9-14) se describe cómo el rey Antíoco quiere imponer por la fuerza a Israel el culto pagano, eliminando a todo aquel que se oponga a sus designios. Se trata de una estrategia de dominio, ya que eliminando la fe del pueblo, se transmuta la cultura misma de Israel y sus costumbres, por la mentira de cultos falsos. Es interesante percibir en este hecho un anticipo de la permanente habilidad del maligno y de sus seguidores por querer dominar al hombre alejándolo del Dios verdadero.
En nuestros días, por ejemplo, hasta en nuestra provincia, sedicente representante del pueblo, pretende liquidar crucifijos e imágenes sagradas de los lugares públicos, según una pretendida laicidad de la sociedad.
Como a Antíoco, también hoy, a sus sucesores en el poder, les molesta la presencia de los signos sagrados en los lugares públicos, no porque el estado “es laico” según afirman, o busquen la “predicada pluralidad de manifestaciones religiosas”, o porque se quiere evitar “molestias” en quienes no son católicos, sino porque dicha presencia religiosa les recuerda la existencia de un Dios que reclama también a los poderosos, el sometimiento debido a la Verdad que proviene de su Creador.
Estos siete hermanos se niegan a rendir culto al paganismo que se les quiere imponer violando la ley de Moisés, por lo que de esa manera han sellado su suerte. Los jóvenes dan testimonio de su fe en la resurrección por lo que tienen en poco la pérdida de sus miembros o de la propia vida, ya que están ciertos que han de resucitar y que recuperarán por lo tanto lo que hayan perdido en este mundo.
Para actuar de esta manera, los siete jóvenes seguramente se sentían reconfortados por aquellas palabras que entonamos recién: “Nos saciaremos Señor al contemplar tu rostro” o también las del salmo 23 “Felices los que son fieles al Señor porque entrarán en su santuario”. Eran conscientes que en este mundo no somos saciados sino que nos hallamos siempre insatisfechos como caminantes, aunque parezca que lo tenemos todo, nada poseemos sin la presencia de Dios.
El Dios que nos creó de la nada, también de la nada nos recrea no sólo por la gracia en esta vida, sino también por la resurrección después de muertos.
Estos jóvenes no temen perder la vida temporal con la mutilación de sus miembros y se lo hacen ver al rey Antíoco, porque poseídos por la certeza que les otorga la fe esperaban ser resucitados para la vida, mientras que aseguran a sus perseguidores la muerte eterna.
Se mantienen firmes en lo que creen, dejándonos un ejemplo de que vale la pena jugarse por un ideal, anticipando así, aún si conocerlo, lo que san Pablo nos dice en la 2da lectura (2 Tes. 2, 16-3,5) “el Señor es fiel a su palabra” y, que se cumplirá en ellos lo afirmado también por el apóstol en el sentido de que “Él los fortalecerá y los protegerá del maligno” saliendo airosos en la prueba entregando sus vidas por el Señor.
No se levantan contra Dios reprochándoles porque supuestamente los abandona, sino que aceptan con fervor lo que el Señor les promete después de la muerte, el encuentro con Aquél que han buscado desde siempre.
En el evangelio (Lc.20, 27-38) vuelve a aparecer esta enseñanza de la resurrección. Los saduceos que no creen en ella, le plantean a Jesús una pregunta tramposa para desacreditar la enseñanza sobre la misma tanteando sobre la controversia de quién será mujer quien se casó siete veces con siete hermanos sucesivamente. Jesús en su respuesta va más lejos todavía, recordando que el matrimonio es una institución vigente mientras vivimos en este mundo, pero que después de muertos seremos como ángeles.
Por lo tanto el matrimonio es un camino válido para llegar a la contemplación de Dios, pero como todo camino, culmina cuando se llega a la meta en la que el hombre permanecerá por siempre. Será la presencia del matrimonio siempre insuficiente en este mundo, como toda expresión del amor humano ya que nunca lo plenificará totalmente.
De allí que aún viviendo en la temporalidad la grandeza del amor humano, su insuficiencia comprobada permanentemente ante tanta sed de perfección, nos hará cantar que sólo “nos saciaremos Señor al contemplar tu rostro”. De allí que el eterno sufrimiento del infierno será el no poder saciarse el condenado, por su culpa, de Aquél por el cual y para el cual ha sido creado.
Jesús nos invita por lo tanto a afirmarnos en la fe en la resurrección recordando aquello del Antiguo Testamento que Dios lo es de vivientes, de modo que aunque Abraham, Isaac y Jacob hubieran muertos para la temporalidad, viven para siempre en la presencia de su Creador. El Dios de vivientes es quien sostiene la fe del hombre para que camine en este mundo aspirando siempre a un encuentro personal con Él.
Por otra parte la fe en la resurrección viene a desestimar aquella idea de la que se nutre el mundo oriental y que por desgracia ha penetrado también en la mente de no pocos católicos, la reencarnación, que no es más que un querer eternizarse en el presente reduciendo en definitiva al ser humano a la condición del presente, cerrándolo a la posibilidad de la eternidad ya presente desde la muerte.
La resurrección no evade al creyente de la temporalidad, sino que por el contrario, es la raíz de toda buena acción, ya que la esperanza de la meta gloriosa de la eternidad, fortalece al hombre para todo compromiso social y moral por el bien de los hermanos todos, llamados a lo Nuevo.
En cambio, la falta de fe en la resurrección cierra al hombre en la presunta “eternidad” de lo temporal preocupándose sólo en el disfrute personal con el olvido sistemático de las necesidades y realizaciones de sus prójimos.
Es decir, que la prometida resurrección final asegura al creyente, operario del bien, que sus esfuerzos por responder a la gracia, no sólo transforman la temporalidad y lo terrenal, sino que lo elevan hasta la contemplación del Eterno que nos ha creado y espera para darnos sus redundantes dones.
Pidamos al Señor que afirmados en la certeza de la resurrección final, caminemos por este mundo sabiendo -como les constaba a los siete macabeos-, que lo que tenemos en esta vida, aún nuestro cuerpo, es pasajero comparado con lo que Dios nos entregará de manera definitiva.
En esta perspectiva comprenderemos mejor que la Eucaristía que celebramos ahora es prenda viviente de la futura resurrección ya que “el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (Jn. 6, 64).-

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXXII “per annum”, ciclo “C”. 07 de Noviembre de 2010.
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4 de noviembre de 2010

“La reparación y la caridad, signos del verdadero arrepentimiento”


Nuevamente la liturgia de hoy hace referencia a la acción misericordiosa de Dios. No pocos han sido los domingos en el año que transcurre, en los que los textos bíblicos proclamados nos ofrecían la posibilidad de meditar acerca de la misericordia divina, habida cuenta que recorríamos el evangelio de Jesucristo según san Lucas, llamado el evangelio de la misericordia. En conexión con esta temática se nos presentó también la necesidad de desprendernos de las falsas seguridades que nos dan las riquezas, las cuales no aseguran nuestra existencia, para abrirnos a la bondad divina, ya que sólo reconociendo nuestra dependencia del Señor, sin esperar en falsas certidumbres humanas, podremos abrirnos a su misericordia.
De allí que se insista en esta temática de la clemencia divina, que por otra parte describe la real historia humana que se desliza en el tiempo entre el pecado del hombre que se aleja de su Creador, y la gracia divina que busca la salvación de todos, siempre en conexión con la importancia de la oración en nuestra vida que interpela hasta al mismo Dios con la súplica angustiosa de nuestra nada.
Estuvieron presentes las figuras del hijo pródigo y su padre bondadoso, el pobre Lázaro y el rico sin nombre, el pastor que busca la oveja perdida, los leprosos curados y desagradecidos –salvo un samaritano- con el Señor, los deudores perdonados –aunque uno solo aprendió de la benevolencia de su señor-, el fariseo autosuficiente y el publicano que reconoce su nada y, hoy, la figura del jefe de los publicanos de Jericó, Zaqueo (Lc.19,1-10).
Zaqueo, al igual que todos los publicanos, es odiado por el pueblo por su oficio de cobrador de impuestos a favor del imperio romano. Era común que la figura del cobrador generara con frecuencia situaciones de injusticia, apremios a los pobres que no pueden pagar, con el despojo subsiguiente -a veces- de sus pocos bienes.
Jesús, con su actitud de acercamiento al publicano subido al sicómoro, da cumplimiento a aquello de que ha venido a “buscar y a salvar lo que estaba perdido”. Sale en busca de los enfermos del alma que necesitan su médico, interpela a los pecadores para que vuelvan al rebaño.
Zaqueo quiere conocer a Jesús y sube al sicómoro, porque es necesario dejar la tierra para desde la altura, contemplar al Señor sin que nadie se lo impida.
Jesús le dice enseguida:”baja pronto que hoy tengo que alojarme en tu casa”.
No lo recrimina por su vida, que ciertamente conocía, no se suma al odio del pueblo tratándolo con desprecio, sino que lo interpela manifestando su intención de ingresar a su casa. El publicano responde con prontitud a las palabras de Jesús, recibiéndolo con alegría, mientras la gente murmura porque el Señor ha ido a comer a casa de un pecador. Tanto él como Zaqueo hacen caso omiso de la malevolencia. La concreción del encuentro de ambos es más importante que los dichos de la gente.
Se cumplió de este modo lo que decía el apóstol san Pablo en la segunda carta a los cristianos de Tesalónica (1,11-2,2): “rogamos constantemente por ustedes a fin de que Dios los haga dignos de su llamado”. ¡Qué bello el poder decir que oramos para que quien está alejado del Señor sea considerado digno del llamado del mismo! Nuestra sola presencia en el mundo, al igual que la de Zaqueo, hace referencia a que hemos sido elegidos y hallados dignos para Dios.
Y continúa el apóstol diciendo que el Señor “lleve a término en ustedes con su poder, todo buen propósito y toda acción inspirada en la fe”. Esto se realizó con creces en el publicano, ya que Zaqueo va en busca del Salvador porque alguien le inspiraba el buscar un camino distinto a su avaricia, a su acopio de riquezas y, a su olvido del prójimo. Y se encuentra con el Señor iniciándose así una vida nueva.
Signo de esto son sus palabras de conversión: “Yo doy la mitad de mis bienes a los pobres y si he perjudicado a alguien le doy cuatro veces más”. La respuesta de Zaqueo nos recuerda algo que posiblemente olvidamos a menudo, y es que en el proceso de conversión, no basta con el arrepentimiento del pecado.
Muchas veces se piensa con ligereza que es posible vivir como a uno se le da la gana, total al fin de la vida y ante las puertas de la muerte, nos arrepentimos y listo. Sin embargo esto no es así, ya que no es suficiente confesar los pecados aunque arrepentido, -si es que un camino prolongado en el mal no nos ha endurecido el corazón llevándonos a un simulacro de dolor-, sino que necesario reparar los daños que hemos ocasionado. O sea, que el arrepentimiento se consuma con el propósito de evitar el pecado en el futuro junto con la reparación del mal realizado.
Zaqueo, cuyos pecados principales estaban encuadrados en lo que podríamos llamar “delitos económicos” o enriquecimiento por despojo de los más débiles, se dispone a reparar, aunque todavía no ve claro lo que esto implica ya que dice “si he perjudicado”. Estaba haciendo recién un proceso de fe hacia una lucidez mayor acerca de su interioridad, pero ya demuestra su buena disposición, fruto de la gracia divina. Podríamos decir que sospechaba o mejor dicho, estaba cierto, que su vida no había sido muy clara. Quiere restablecer la justicia vulnerada devolviendo a cada uno lo suyo, en lo que había sido perjudicado pero va más lejos todavía por medio de la caridad, cuando decide “resueltamente” entregar a los pobres la mitad de su fortuna bien habida.
La decisión de recomponer su amistad con Dios y con el prójimo, produce esta exclamación del Señor lleno de alegría: ”Hoy ha llegado la salvación a esta casa “. La salvación es por lo tanto el culmen de este caminar hacia la lucidez plena.
Ahora bien, ¿cuál es el fundamento de la misericordia de Dios manifestada con tanta frecuencia? El libro de la Sabiduría (11,22-12,2) que proclamamos como primera lectura, afirma que “el mundo entero es delante de ti como un grano de polvo”, evidenciando así la abismal diferencia que existe entre el Creador y las creaturas. Y al continuar recordando que “Tú te compadeces de todos porque todo lo puedes”, señala la omnipotencia de Dios como el fundamento de su perdón.
Al hombre le cuesta ser misericordioso y comprender lo que esto significa justamente porque no es todopoderoso y, muchas trabas de todo tipo le limitan proceder con total libertad en el momento de inclinarse a las miserias del otro.
Otra realidad se vislumbra al referirnos al Creador, ya que de su omnipotencia se sigue su misericordia, y de ésta se continúa el amor hacia todas las creaturas, ya que “tú amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que has hecho porque si hubieras odiado algo, no existiría”. Esta afirmación echa por tierra el pensamiento que a veces nos asalta de pensar que Dios no nos ama porque no recibimos lo que suplicamos o porque somos frecuentemente probados.
Meditar esto nos hará mucho bien, ya que descubriremos siempre que Dios nos ama y que nos ha creado para una misión concreta a la cual espera que le respondamos, no de mala gana o a medias, sino resueltamente como Zaqueo.
Aún siendo pecadores o sintiéndonos alejados de Dios, Él espera que nos convirtamos generosamente a su Persona, libremente, ya que sin la libertad en la respuesta humana, es imposible realizar cualquier designio de Dios, porque al decir de San Agustín, “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”.
Sintámonos, por lo tanto, interpelados por el Señor. Como a Zaqueo, quizás el Señor nos está diciendo “baja pronto de tu orgullo, baja pronto de tu autosuficiencia, deja de considerarte que eres único en la vida, baja pronto de la creencia de que puedes arreglártelas sin mi, ya que quiero alojarme en tu casa”.
No dejemos que Jesús pase por nuestra vida sin llevarse la respuesta de una libertad decidida a vivir con Él, para Él y por Él, “porque no nos quita nada sino que por el contrario nos da todo” (Benedicto XVI)

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXXI “per annum”, ciclo “C”. 31 de octubre de 2010.
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