27 de junio de 2022

La libertad que conseguimos por la muerte de Jesús, supone siempre una disponibilidad permanente ante la voluntad de Dios.

 El apóstol San Pablo escribiendo a los Gálatas (5, 1.13-18) y por cierto a nosotros, afirma que Cristo nos ha hecho libres, por tanto,  llamados a vivir en la libertad, por lo que hemos de mantenernos “firmes para no caer de nuevo bajo el yugo de la esclavitud”, de  manera que esta libertad “no sea un pretexto para satisfacer los deseos carnales”.
Es decir, no dejarnos dominar por el espíritu del mundo, por la cultura invadente  que influye en nuestra mente, en la sociedad y en la familia, buscando imponer un estilo de vida muchas veces inicuo, sino seguir la verdad que nos proclama y enseña Cristo.
Hoy en día lamentablemente no pocas personas viven esclavas de las modas de las ideologías de turno, de lo que  proclaman los medios, o de las costumbres que van entrando día tras día, y fácilmente dejan de lado los criterios del evangelio para vivir en el mundo y contagiados por su espíritu.
Esto hace que en lugar de ser libres, los cristianos mismos se hacen esclavos, desperdiciando los dones recibidos por medio de la muerte y resurrección salvadoras de Jesucristo.
La libertad que conseguimos por Jesús, supone siempre una disponibilidad permanente ante la voluntad de Dios, de modo que la persona totalmente libre se pregunta siempre qué quiere Dios de él, e implora la gracia para poder vivir como nueva creatura.
La libertad que supone siempre una disponibilidad del corazón ante el llamado del Señor, la vemos reflejada ya en el Antiguo Testamento, tal como escuchamos recién en la primera lectura (I Reyes 19, 16b.19-21) que menciona  cómo se realiza el llamado de Eliseo como profeta.
Elías había tenido en el Horeb una experiencia religiosa muy especial al encontrarse con Dios en su corazón, y fortalecido por la misión, sufre sin embargo persecuciones, pero no deja de ser portavoz de Dios, llegando a su fin su ciclo como profeta, indicándosele que quien lo sustituye es Eliseo.
Arrojándole Elías su manto a Eliseo, está indicando que le pasa esta misión profética por voluntad divina. Eliseo pide permiso para ir a despedirse de su familia, lo que le es concedido y, luego hace abandono de lo que era propio de su prosperidad económica.
En efecto, el hecho de arar el campo,  tener bueyes, es signo en la antigüedad  de cierta altura económica, por lo que él se desprende de todo eso para seguir totalmente como profeta la voluntad de Dios, manifestando  que el seguimiento del Señor lo hace de pleno libre.
En el evangelio (Lc. 9, 51-62) nos encontramos con Jesús que decide dirigirse con gran resolución a Jerusalén. Literalmente el texto afirma que Jesús endureció su rostro, para indicar la firmeza de su resolución de comenzar su camino a la pasión y muerte en cruz y realizar así la voluntad del Padre.
En un pueblo de Samaría no quieren darle alojamiento, precisamente porque va a Jerusalén y además porque había una enemistad entre judíos y samaritanos por lo que Juan y Santiago no piensan más que en la destrucción de estos que los han rechazado, pero  Jesús los reprende como diciéndoles he venido a salvar y no a condenar desde ahora.
A continuación, el texto señala las condiciones del seguimiento de Jesús. El primer caso es uno que viene y le dice: “¡Te seguiré adonde vayas!”, y Jesús le responde “los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”.
¿Qué quiere decir con esto Jesús? que la decisión de seguirlo no debe obedecer  a un impacto emocional, sino que tiene que ser el resultado de una reflexión profunda de lo que Dios quiere de cada uno y tomar esa resolución de seguirlo con generosidad.
En efecto, la actitud de esta persona me hace pensar lo que acontece no pocas veces cuando jóvenes o adultos hacen algún retiro de impacto, están dos o tres días meditando y, cuándo terminan tienen tanto fervor en el corazón que quieren llevarse el mundo por delante, pero a los dos o tres días se desinflan totalmente, salvo honrosas excepciones, porque la decisión de seguir a Cristo no es el resultado de una reflexión profunda, sino de un mero impacto emocional que no perdura en el tiempo, ya que el camino del seguimiento tiene muchas dificultades y hay que superarlas.
En el segundo caso es el mismo Jesús quien dice “Sígueme”, pero esta persona le dirá que quiere quedarse con su padre hasta el final, encargarse de la herencia y demás asuntos familiares, por lo que Jesús responde  “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios”, con lo que pide una respuesta pronta y despojada de toda presión  u obligación social o familiar.
Un tercer personaje le dirá que está dispuesto a seguirlo pero que antes quiere despedirse de los suyos, a lo que Jesús dirá que no es digno de seguirlo quien está mirando atrás lo que ha dejado.
Es el caso de quien vive añorando lo que ha renunciado, por lo que no es digno de seguir al Señor, que implica siempre ir tras sus pasos, convivir Él, conocerlo y continuar su obra en el mundo.
Queridos hermanos a cada uno de nosotros, en la vocación a la que ha sido llamado, el Señor interpela y  convoca también a seguirlo.
Cada uno sabe cómo es importante tener una decisión firme, de tal manera que el seguimiento del Señor nos haga profundamente libres y entender aquello que cantábamos en el salmo interleccional “Tú eres Señor mi herencia, Tú eres mi único bien”
 

 Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XIII durante el año ciclo “C”. 26 de junio de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com




24 de junio de 2022

Conociendo Jesús la necesidad de plenitud que tenemos, permanece hasta el fin de los tiempos mediante el sacramento eucarístico.



 

Celebramos hoy la solemnidad litúrgica del Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo. Los textos bíblicos que meditamos este día, nos permiten  aproximarnos a este misterio de amor que Jesús deja  en su Iglesia, más aún, Él mismo es quien permanece entre nosotros.
En el texto del Evangelio (Lc. 9, 11b-17), los apóstoles, enviados por Jesús, han regresado de su misión (Lc. 9, 1-7), y se retiraron con Él a Betsaida para descansar y  confiarse mutuamente sus experiencias.
Mientras tanto,  la gente se da cuenta dónde está Jesús y lo siguen, por  lo que el Señor los recibe  y les habla del Reino de Dios devolviendo “la salud a los que tenían necesidad de ser curados”.
Los recibe como Buen Pastor, por eso  les habla preparando así el corazón de cada uno para lo que haría posteriormente.
Es un lugar desierto, dice el texto bíblico, lugar del encuentro con el Señor a solas para que éste sea fructífero.
Al llegar la tarde los discípulos se acercan para decirle que no tienen nada para dar de comer a estos cinco mil hombres, sin contar seguramente a las mujeres y los niños, por lo que son  una multitud.
Los apóstoles de alguna manera quieren desentenderse del problema  que se avecina, cual es el de dar de comer y albergue a tanta gente.
Jesús les dirá que ellos mismos les den de comer, pero ni hay dinero y sólo tienen cinco panes y dos pescados, signo una vez de la impotencia humana, para cumplir con el encargo  que se les pide.
Atento a ello,  será Jesús quien interviene, levantando los ojos al cielo, bendiciendo la pequeña ofrenda de panes y peces, los parte y entrega, saciando así  a todos los presentes, congregados previamente en grupos de cincuenta personas.
El haber comido hasta saciarse es una señal que el único que puede colmar el corazón del hombre es  Dios, especialmente por Jesús.
En efecto, el ser humano padece hambre y sed permanentemente, pero no solamente de alimentos y cosas perecederas, sino de aquellos bienes que sólo Dios puede otorgar y satisfagan totalmente, aunque muchas veces no advierte que lo principal es el alimento del espíritu, de allí que ignorando esto, se aboca erróneamente a lo material.
Conociendo Jesús la necesidad de plenitud que tenemos los seres humanos, se queda entre nosotros hasta el fin de los tiempos mediante este sacramento de salvación.
Qué hermoso es escuchar la palabra de san Pablo (I Cor. 11, 23-26) que describe lo qué aconteció en la última cena cuando Jesús bendice el pan y  el vino diciendo ”Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”  y  “Ésta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía”.
Entendemos entonces la relación que tiene este texto con el evangelio cuando Jesús dice “Denles de comer ustedes mismos” (Lc. 9, 11b-17) ya que está indicando  cómo el ser humano debe buscar la forma para que cada persona reciba de los bienes temporales lo que necesita para vivir dignamente.
Esto es así, porque los bienes de este mundo son universales, por lo tanto, así como Jesús se entrega por la salvación del mundo, también el ser humano tiene que entregarse para que toda persona pueda  participar de estos bienes de modo que a nadie le sobre ni le falte, y en eso estamos todos en deuda para con nuestros hermanos.
Pero hay otra realidad que refiere a “denles de comer ustedes mismos”,  ya que se trata de un llamado que Jesús hace a la iglesia, porque el ser humano no solamente está hambriento de lo necesario para vivir, sino que está hambriento de los bienes del espíritu.
El hombre necesita alimentarse también de esta ofrenda que es Jesús mismo, de modo que dar de comer y beber “en memoria mía”, significa  no sólo recordar la última Cena, sino actualizar esta presencia del Señor en el sacramento de la Eucaristía.
Precisamente en la Eucaristía, el altar es Cristo mismo, por eso el sacerdote lo besa cuando comienza y cuando termina la misa, la ofrenda es Cristo porque después de la consagración se ofrece al Padre para la vida del mundo, y el sacerdote es Cristo, siendo el ministro un instrumento para que Aquél que es sacerdote eterno, cómo cantamos en el salmo interleccional y recordamos en la primera lectura (Gn. 14, 18-20), pueda ofrecer hasta el fin de los tiempos su propio sacrificio, su propio cuerpo y sangre.
A su vez, por la comunión en la que recibimos al Señor, concretamos aquello de “siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que Él vuelva”.
Pero la recepción del Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesús tiene una exigencia que el texto litúrgico no transcribe, y que dice “El que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la Sangre del Señor” (versículo 27).
O sea, que si Jesús se ofrece para todos, justos y pecadores, fuertes y débiles, es condición previa a la recepción de la comunión y obtener sus frutos, el estar limpios de pecado mortal y adornados con la gracia santificante.
Queridos hermanos: Jesús sigue entregándose y nos interpela, haciéndonos ver que solamente siguiéndolo a Él, podemos colaborar para que cese el hambre de los bienes de la tierra, mientras hace crecer el hambre por recibirlo, encontrándonos así con un medio aptísimo de santificación, por lo que es necesario implorar siempre para  que nunca nos falte su presencia como alimento de salvación.
 

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. 19 de junio de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



13 de junio de 2022

Por el Espíritu de la Verdad, conoceremos el verdadero rostro de Cristo, y por Él, llegaremos al encuentro con el Padre.

 

Estamos celebrando este domingo la Solemnidad de la Santísima Trinidad el cual es el misterio principal de nuestra fe católica. Adoramos a Dios en una naturaleza divina en la cual subsisten tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
A través de nuestra inteligencia podemos reflexionar sobre la creación del mundo y del hombre, y descubrir la existencia de un ser Todopoderoso, pero para conocer que ese Dios es Padre Hijo y Espíritu Santo necesitamos que el mismo Dios vaya descorriendo el velo que cubre el misterio y se dé a conocer, lo cual  en plenitud aconteció en el Nuevo Testamento.
Es verdad que encontramos algunos indicios en el Antiguo, como lo manifiesta el texto precioso del libro de los proverbios (8, 22-31), donde la Sabiduría haciendo elogio de sí misma, reconoce  lo que significa su presencia en la vida del hombre y la eternidad de Dios.
A la luz del Nuevo Testamento sabemos que esta sabiduría no se queda únicamente en la capacidad que puede tener el hombre de poder gustar de las realidades divinas, sino que se trata de una Persona, y ésta divina.
En efecto, en el libro del Génesis, en el relato de la creación, se afirma en cada momento de la creación que Dios dijo, lo cual refiere al Padre que crea junto al Hijo, manifestado con el “dijo”, que  indica a la Palabra divina, es decir, al Hijo, a su vez el relato manifiesta que el espíritu aleteaba sobre las aguas, indicio del Espíritu Santo.
Si tomamos el Evangelio de san Juan (cap. 1), en el prólogo, la Palabra es el Verbo, el Hijo de Dios que habitó entre nosotros haciéndose hombre en el seno de la Virgen, y ese “habitar” entre los hombres coincide con la afirmación del texto de los Proverbios que refiere que la alegría de la Sabiduría era estar con los hombres,  compartir con el ser humano la grandeza de la creación que para gloria de Dios se realizó y para que habite el ser humano.
Sigue diciendo el libro de los Proverbios que esa Sabiduría estaba al principio, que fue “creada”, aunque según la reflexión teológica corresponde decir que es engendrada por el Padre.
La Sabiduría o Palabra del Padre, increada, está presente desde siempre, también cuando Dios comienza a obrar hacia fuera de sí mismo, creando al mundo y al hombre, lo cual es fruto del amor eterno hacia nosotros, por el que ha querido que participáramos de su misma vida.
Éramos amados desde antes de la creación del mundo, como así lo afirma San Pablo (Ef. 1,3-6.11-12), siendo elegidos en Jesucristo  antes de la creación del mundo para ser santos e irreprochables en su presencia por el amor.
De manera que estamos llamados a vivir en gracia de Dios, siendo esta  la mejor prueba de que estamos en comunión con la Trinidad, con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo, ya que fuimos creados para dar gloria eterna a Dios.
Creados para Dios no significa que nos sumergimos en la divinidad formando parte de ella, como enseña el mundo oriental, cayendo en el panteísmo, sino que siendo cada uno lo que es, Creador y creatura, viviremos en comunión eterna en el cielo, comenzando esa comunión, aunque imperfecta, ya en este mundo de peregrinos.
Es tan inmenso el amor que Dios nos tiene que lo expresábamos recién cantando el salmo interleccional (Sal. 8, 4-9), manifestando qué admirable es el Nombre de Dios en toda la tierra, y nos preguntábamos admirados por el amor recibido del Creador, “¿Qué es el hombre  para que pienses en él, el ser humano para que lo cuides?, reconociendo que fuimos creados un poco inferior a los ángeles y que se nos ha dado dominio sobre la creación poniendo todo bajo nuestros pies mientras éramos coronados de gloria y esplendor por el Creador.
La obra amorosa de Dios sobre nosotros se continúa por la acción del Espíritu Santo, al cual Jesús junto con el Padre lo  envía a cada uno.
Así lo expresa Jesús en el texto evangélico (Jn. 16, 12-15), cuando manifiesta que el Espíritu de la Verdad nos permitirá entender todo, e introducirá en toda la verdad, la que será entregada por el mismo Hijo, y que no fue conocida plenamente cuando Él vivía.
Gracias al Espíritu  de la verdad  conoceremos plenamente el verdadero rostro de Cristo y nos hará capaces de amarlo más y más, y por Él llegar también al Padre, en el mismo Espíritu, que así como es el Amor entre el Padre y el Hijo, será el Amor eterno que nos comunicará con la Trinidad toda.
Ser hijo adoptivo de Dios significa vivir en esta comunión con la Trinidad de personas, con el Dios único en naturaleza, con el deseo de ser siempre buenos hijos del Padre, de seguirlo a Cristo, sobretodo en el sufrimiento, como escuchábamos a san Pablo (Rom. 5, 1-5), ya que es el sufrimiento el que nos asimila a la cruz redentora y  orienta hacia la esperanza que no defrauda, que es estar junto al Padre.
A su vez, hemos de buscar en nuestro corazón al Espíritu Santo,  que nos ha dado muchas y quiere seguir haciéndolo, pero espera  nuestra respuesta,  nuestra generosidad.
El Espíritu va a renovar nuestro deseo de ser cada día mejores, para vivir en sintonía con el Padre, con el Hijo y consigo,  creciendo en la vida de santidad propia del creyente.
 
               Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Solemnidad de la Santísima Trinidad. 12 de junio de 2022.. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com




6 de junio de 2022

Los manantiales de agua viva refieren a la infusión del Espíritu Santo, y a la abundancia de la gracia divina, recibidos en el bautismo.

 

Concluye el tiempo Pascual con esta solemnidad de Pentecostés, justamente 50 días después de la muerte y resurrección de Jesús. Estamos celebrando la misa de la vigilia que tiene textos bíblicos diferentes a los de la misa de mañana.
Hemos proclamado el texto del libro del Éxodo (19, 3-8ª.16-20b) que refiere al momento de la alianza entre Dios y el pueblo de Israel, de modo que el Señor les diga,  yo seré el Dios de ustedes y ustedes serán mi pueblo, si escuchan mi palabra y se comprometen a actualizarla con obras de verdad y de bien.
Precisamente esa Alianza entre Dios e Israel, es actualizada en la memoria viva del pueblo, celebrando cada año la fiesta  de Pentecostés, de allí la presencia de los judíos de la diáspora, es decir, los que vivían fuera de Israel, en Jerusalén, el mismo día de la celebración de la fiesta cristiana de Pentecostés.
Con la venida del Espíritu Santo se concreta una Nueva Alianza,  sellada por la   muerte y resurrección  de Jesús,  y perfeccionada por la acción de la  tercera persona de la Santísima Trinidad.
El Espíritu Santo dará comienzo  a su obrar sobre nosotros, con su efusión sobre la Virgen y los apóstoles, confirmando la presencia de la Iglesia que naciera del costado abierto de Cristo, del que manara sangre y agua, figuras de la Eucaristía y del bautismo.
El Espíritu Santo es el amor que existe entre el Padre y el Hijo, Amor  que es Persona divina, porque no puede existir  en la Trinidad alguien que no sea Dios.
El apóstol san Pablo (Rom. 8, 22-27)  recuerda que  la creación  padece dolores de parto esperando ser transformada, e igualmente  los hombres que tenemos las primicias del Espíritu “gemimos  interiormente anhelando la  filiación adoptiva, la redención de nuestro cuerpo. Porque solamente en esperanza estamos salvados", y esto que no vemos todavía, lo esperamos con constancia.
El Espíritu del amor entre el Padre y el Hijo es prometido no pocas veces como Paráclito, el que consuela, de modo que “el mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad porque no sabemos orar como es debido”, siendo el Espíritu el que “intercede  con gemidos inefables. Y el que sondea los corazones  conoce el deseo del Espíritu y sabe que su intercesión a favor de los santos está de acuerdo con la voluntad divina”
Por otra parte, Jesús (Jn. 7, 37-39) en el último día de la fiesta de las chozas, -cuando se hacían las procesiones pidiendo el agua para los campos- exclama “El que tenga sed, que venga a mí; y beba el que cree en mí” ya que “De sus entrañas brotarán manantiales de agua viva”, refiriéndose al Espíritu que recibirían los que creyeran en Él,“Porque el Espíritu  no había sido dado todavía, ya que Jesús no había sido glorificado”.
Los manantiales de agua viva refieren a la infusión del Espíritu Santo, recibido en las aguas del bautismo, a la abundancia de la gracia divina que recibe el creyente cuando vive a fondo la amistad con Cristo, a la presencia del Espíritu que rejuvenece al ser humano y lo santifica  para producir abundantes frutos de bondad.
Con la venida del Espíritu Santo se cumple la promesa de Jesús de no dejarnos huérfanos, ya que Él con su Ascensión no se desentiende de nosotros sino que nos asiste  hasta el fin de los tiempos.
A su vez, el Espíritu Santo realizará –siempre y cuando los creyentes seamos dóciles a su inspiración-  aquello que Jesús pedía al Padre en la última Cena respecto a que seamos uno  como  el Padre y Él.
Unidad que no significa  uniformidad, sino que en el ámbito diverso de los carismas, de las gracias que Dios nos da, todos nos dejemos guiar por el Espíritu, cada uno viviendo su llamado concreto, ya sean  Apóstoles, o los que tengan  el poder de hacer milagros,  o el don de lenguas, o el poder de hacer curaciones.
Por otra parte, el libro del Génesis (11, 1--9) recuerda que en la construcción de la torre de Babel, Dios viendo el pecado de soberbia y la pretensión de llegar al cielo, confunde el habla de todos, y así con la diversidad de lenguas se manifiesta la dispersión que produce el pecado en el corazón del hombre.
En cambio, con la venida del Espíritu Santo, esta diversidad de lenguas que existen en el mundo, se unen en una misma proclamación de fe, de allí que los judíos de la diáspora presentes en Jerusalén, aún con distintos idiomas, entienden las maravillas de Dios que se proclaman, manifestando la catolicidad de la Iglesia.
De hecho, en la actualidad, por la acción del Espíritu, en todos los pueblos que  están presentes cristianos católicos, se proclama la misma fe, por el carácter universal de la Iglesia de Cristo.
Por esta presencia del Espíritu, se pasa del pacto realizado entre Dios y el pueblo de Israel en el Antiguo Testamento, a la nueva Alianza entre Dios y toda la humanidad, llamada a proclamar las maravillas de Dios y glorificarlo siempre.
Queridos hermanos pidamos de todo corazón para que el Espíritu de Jesús nos vaya recreando interiormente con la gracia, ayude a madurar en la fe, la esperanza y la caridad, y crecer en santidad.
El Espíritu viene a santificarnos, de modo que así como Jesús nos redime y  salva, el Espíritu continúa la obra de Jesús en el mundo.
Que nuestros corazones estén siempre abiertos  para recibir la bondad y gracia de parte de Dios.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el día de Pentecostés. 04 de Junio de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com