26 de julio de 2022

Dios otorga siempre lo bueno que le pedimos con insistencia, porque Él es rico en misericordia para con sus hijos aunque no siempre seamos buenos.

Cantábamos en el estribillo del salmo interleccional “¡Me escuchaste, Señor, cuando te invoqué!” (Salmo 137,1-3.6-8), destacando así que la oración siempre produce un efecto positivo en nuestra vida cuando la hacemos según la voluntad de Dios y pedimos lo bueno.

En el texto del Génesis (18,20-21.23.32) que hemos proclamado, se nos describe la oración confiada que hace Abraham para salvar a las ciudades de Sodoma y Gomorra sentenciadas a la destrucción por Dios, a causa de sus pecados y abominaciones.

El Patriarca regatea con el Señor diciéndole que no es posible afirmar la bondad de Dios si son castigados todos por igual habiendo cincuenta justos.
Dios responde que por esos justos perdonará ambas ciudades del castigo.

Pero no los había, por lo que intercede  nuevamente Abraham por si acaso fueran cuarenta y cinco los justos, y como no los había, implora nuevamente por si acaso fueran  cuarenta, treinta, veinte o diez justos.
Dios responde siempre con actitud de misericordia diciendo que perdonará ambas ciudades en atención a los justos existentes en ellas, pero ni siquiera llegaban a diez, por lo que no podría haber perdón sin faltar a la justicia divina, quedando en claro a su vez,  la importancia que tiene el insistir en la oración, pero si caer en pedir lo imposible, pero en cuanto sea posible para la misericordia y la justicia de Dios, siempre podemos pedir.
Jesús completa esta idea del Dios misericordioso que escucha, enseñándonos esta oración preciosa del Padre Nuestro en la que invocamos al Padre, lo glorificamos diciendo que esperamos su Reino, que es no solamente la presencia de Jesús entre nosotros, sino la espera del fin de los tiempos, la segunda venida de Jesús.

A su vez, pedimos por nuestras necesidades materiales, como por las necesidades espirituales, de modo que no nos deje caer en la tentación y que podamos recibir también el perdón de nuestros pecados como perdonamos a los que nos ofenden en nuestra vida.

A continuación, Jesús hace referencia a la necesidad de pedir con insistencia, y pone el ejemplo de este hombre que llama a la casa de su amigo para pedirle pan para atender a otro que ha venido de viaje, y que es escuchado a causa de su insistencia, concluyendo  el Señor diciendo “pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide recibe, el que busca, encuentra; y al que llama se le abrirá”.

Por otra parte, Jesús da una explicación hermosa sobre el actuar bondadoso de Dios concluyendo que si nosotros que somos malos le damos cosas buenas a nuestros hijos, con más razón el Padre dará el Espíritu Santo a quién se lo pida, de manera que se nos presenta con toda claridad la importancia de la oración, lo que hemos de pedir, el modo como hemos de hacerlo permanentemente cumpliendo aquello que recordaba San Agustín sagazmente acerca de la oración ante la cual Dios hacía silencio: "Cuando nuestra oración no es escuchada es porque pedimos aut mali, aut male, aut mala. Mali, porque somos malos y no estamos bien dispuestos para la petición. Male, porque pedimos mal, con poca fe o sin perseverancia, o con poca humildad. Mala, porque pedimos cosas malas, o van a resultar, por alguna razón, no convenientes para nosotros". (La ciudad de Dios, 20, 22).

Por eso es importante la actitud de humildad y sencillez ante el Señor para pedirle por nuestras necesidades materiales o espirituales, para vencer un hábito malo, para dejar el pecado que nos perturba, o para animarnos a caminar por la senda del bien siguiendo su voluntad, recibiendo la gracia de lo alto para llevar a cabo los buenos propósitos.

Queridos hermanos: no dejemos de perseverar en la oración, sigamos el consejo del Obispo de Hipona que recuerda: "Vete al Señor mismo,  al mismo con quien la familia descansa, y llama con tu oración a su puerta, y pide, y vuelve a pedir. No será El como el amigo de la parábola: se levantará y te socorrerá; no por aburrido de ti: está deseando dar; si ya llamaste a su puerta y no recibiste nada, sigue llamando que está deseando dar. Difiere darte lo que quiere darte para que más apetezcas lo diferido; que suele no apreciarse lo aprisa concedido". (Sermón 105).


Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento San Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XVII durante el año. Ciclo C. 24 de julio de 2022 ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



18 de julio de 2022

Lo único que depende de nosotros para no carecer de ello, es la unión con Jesús, el encuentro con el Señor.

 
   

Cantábamos recién el estribillo del salmo interleccional diciendo “Señor, ¿quién entrará en tu Casa?” (Salmo 14, 2-5). Las estrofas del salmo describen las condiciones que debe reunir aquel que quiere habitar en la Casa del Señor, esto es, proceder rectamente, practicar la justicia, ser veraz, no hacer mal al prójimo, no estimar a quien Dios reprueba,  ser insobornable y otras cualidades más.
Ahora bien, ¿cómo llegaremos algún día a la Casa del Cielo? ¿Cómo habitar desde ahora en la casa de Dios que es su Iglesia? ¿Cómo cumplir con las exigencias de santidad que recordábamos? Ciertamente dando hospedaje en nuestro corazón a Dios Uno y Trino, y más concretamente acoger en nosotros la presencia de Cristo Redentor que desea visitarnos a cada momento, de modo que si queremos ser recibidos por Él en las moradas eternas, debemos primero nosotros recibirlo en las moradas de la tierra.
De hecho, mientras caminamos por este mundo, el dar hospedaje al Señor tiene su recompensa, como lo acabamos de escuchar en el libro del Génesis (18, 1-10a) donde la visita de Dios representado por estos tres hombres, que son recibidos con prontitud por Abraham, concluye con una promesa hermosísima, que Sara concebirá un hijo dentro de un año, realizándose así la promesa hecha antiguamente a Abraham de que será padre de una muchedumbre de hijos.
Si tomamos el texto del Evangelio nos encontramos con que Jesús mientras va caminando hacia Jerusalén es recibido en Betania en la casa de estos tres hermanos Marta, María y Lázaro. El texto nos habla que están presentes únicamente las dos mujeres.
Y así, “Una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María”. Marta tendrá una importancia especial cuando con ocasión de la muerte de su hermano, saldrá al encuentro del Señor para llorar por la muerte del mismo que será resucitado por el Señor, anunciando así la propia.
Marta preparaba las cosas para un recibimiento digno del Señor, María estaba a los pies de Jesús escuchando, contemplativa. Podríamos decir que Marta lo recibe en la casa, en el hogar materialmente hablando, mientras María con esa actitud receptiva lo está recibiendo en su corazón, en su interior.
María con avidez escucha las enseñanzas del maestro y, ante una mirada puramente humana pareciera que está perdiendo el tiempo, mientras Marta  agitada por los quehaceres de la casa le dice a Jesús “Dile que me ayude”. El Señor le responderá con una afirmación hermosísima, “Te agitas por muchas cosas, y sin embargo, una sola cosa es necesaria, María eligió la mejor parte, que no le será quitada”.
Esta afirmación de Jesús nos invita a considerar que todos tenemos que ir siempre a buscar la mejor parte que no nos será quitada, cual es la del encuentro con Él.
De hecho, en su vida personal, cada persona comprueba que lo pierde todo o puede perderlo incluso sin culpa propia. O sea, no porque lo busquemos, sino porque se dan los acontecimientos que escapan a nuestro personal querer. Podríamos incluso hasta repasar las cosas o proyectos o propósitos que hemos perdido, y que no depende totalmente de cada uno  el no perder.
Lo único que depende de nosotros el no perder, es la unión con Jesús, el encuentro con el Señor, y esto porque si  no queremos, Jesús no se va de nuestro lado, será para siempre compañero de camino.
Jesús al entrar en el  corazón del ser humano, lo  prepara para habitar en el futuro en su casa, en la gloria eterna.
Tenemos que aprender a descansar en el Señor,  sobre todo en un mundo como el nuestro donde todo es a las corridas, todo es urgente y el ser humano corre el riesgo de perder la visión de lo que es importante, de aquello que  es fundamental en su vida.
Terminamos el día agotados, a veces no sabemos ni por qué y, si hacemos un examen de conciencia, descubrimos que Jesús ha estado muy poco con nosotros o quizás en ningún momento, volcados  hacia fuera como Marta, angustiados e inquietos por muchas cosas.
Probemos cuando nos levantamos por la mañana tener un pantallazo de lo que vamos a hacer en el día, y allí  preguntarnos qué lugar ocupará Jesús el Señor en el transcurso del mismo.
Es importante, en este sentido, que en el primer momento del día  nos pongamos en la presencia de Dios, agradeciéndole por el nuevo día de vida que nos ha regalado,  suplicando al mismo tiempo su ayuda para agradarle en todo cumpliendo su voluntad, pidiendo no caer en la tentación para concluir el día bajo su mirada amorosa.
Es necesario, a su vez, ser contemplativos en la acción como enseña  San Ignacio de Loyola en los ejercicios espirituales, para mirar cada hora del día a la luz de la fe, a través de una mirada sobrenatural, para conocer qué  quiere Dios de mí, que espera Dios de mí en este obrar, en este transcurrir el día en concreto.
Es importante unir la vida contemplativa con la activa, ya que la vida contemplativa necesita justamente de la vida activa para poder traducir en obras lo contemplado y, a su vez la vida activa necesita de la contemplación para caminar siempre por el camino recto.
¿Y qué lugar ocupa Jesús en nuestro corazón? Para saberlo, al igual que san Pablo (Col. 1, 24-28), hemos de poder decir que padecemos con alegría los sufrimientos que faltan para completar la pasión de Cristo, no porque Cristo no haya cumplido en su totalidad el papel de Redentor, sino que su papel de crucificado también debe ser asumido por nosotros entregando nuestras tribulaciones.
Si el Señor sufre por mí,  ofrezco todo mi sufrimiento por Él, ya que está en medio de nosotros y nos toca a nosotros buscarlo y darle lugar en nuestro corazón y en nuestras vidas.
Es cierto que somos imperfectos y pecadores y, no pocas veces nos cuesta intentar llegar a la meta o trabajar para llegar a ella, pero con humildad debemos pedirle al Señor su gracia para que nunca carezcamos  de su luz y su fuerza para  ser fieles a su Persona.

 
  Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Nuestra Señora del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño. En Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XVI del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 17 de julio de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com

 
         

     
 

12 de julio de 2022

El creyente ha de asimilarse al Cristo Samaritano y tratar de conmoverse ante tanto dolor que hay en el mundo y en las personas.

 En el evangelio de hoy (Lc. 10, 25-37), un doctor de la Ley –y, por lo tanto  conocedor de  la ley de Dios,- le pregunta a Jesús por lo que es vital en la vida del hombre, esto es ”¿Qué tengo que hacer para heredar la Vida Eterna?
Jesús le pregunta a su vez “¿Qué está escrito en la Ley?”,¿Qué te dice la Sagrada Escritura? El doctor de la Ley recuerda, a su vez, los dos principales mandamientos, el amar a Dios con todo el ser y al prójimo como a sí mismo.
Ahora bien, el cumplimiento de los mandamientos hacía dichoso al ser humano, como acabamos de escuchar en la primera lectura tomada del libro del Deuteronomio o Segunda ley (30, 9-14).  
En el texto de referencia, Moisés anuncia prosperidad para quiénes viven a fondo la ley de Dios,  que  conocemos porque está impresa en nuestro corazón, por lo tanto en el interior de cada uno  y no fuera.
En efecto, a través de su inteligencia, el ser humano conoce la ley de Dios, pero para que nadie pueda  aducir desconocimiento, esa misma ley de Dios es expresada de modo escrito en  las dos tablas de la ley que constituyen  la Alianza entre Dios y su pueblo.
La Alianza es un pacto de amor con el pueblo elegido,  tiene en Dios su iniciador y garantía de fidelidad para siempre por parte de Él.
Por lo tanto, allí está la clave de la vida del hombre, en cuanto que a través de la vivencia de la ley de Dios, el ser humano responde al Señor que tanto bien ha hecho por cada uno de nosotros, no solamente por el pueblo elegido.
Pero volvamos al Evangelio siguiendo este diálogo aleccionador para nuestra vida cotidiana, ya que el  doctor de la ley para justificar su intervención pregunta “¿Quién es mi prójimo?”, a lo que el Señor responde por medio de una parábola muy conocida por todos.
En efecto, la parábola del buen samaritano enseña la forma en que podemos aproximarnos al prójimo, en este caso al  hombre asaltado en medio del camino, que queda postrado medio muerto, pero que alcanza a cualquier hombre que padece dolor y sufrimiento.
Al lado suyo pasa un sacerdote que seguramente venía de ofrecer el culto en Jerusalén, pero no se detiene sino que pasa de largo.
Lo mismo hace un levita que acertó a ver al desgraciado tirado, pero no se sintió interpelado tampoco a asistirlo en su  miseria.
Fueron dos personas consideradas religiosas, dedicadas al culto, pero que siguieron de largo como si no  hubieran visto lo sucedido.
Acierta también a pasar un samaritano que ante el caído no siguió de largo sino que “lo vió y se conmovió”, haciéndose próximo del postrado en el camino, y quizá medio muerto por la golpiza.
La figura del samaritano que asiste al judío está cargada de significación, posiblemente Jesús ejemplifica aquella interpelación de amar aún a los enemigos, porque entre ellos había una gran separación por disputas que venían del pasado.
Para el judío, el prójimo es el más cercano  por razón del parentesco o la amistad, y alguno más como el extranjero si así lo exigía la ley mosaica, pero no entraba en consideración el samaritano.
En cambio, el samaritano de la parábola no se fija en la separación que existía entre ellos, sino que contempla al asaltado en cuanto persona humana que necesita atención, de allí que sus entrañas se conmovieron, sintió pena por lo acontecido  y actúa en consecuencia.
Ahora bien, la figura del samaritano compasivo es asumida por el mismo Jesús, el cual se “aprojima”, se hace cercano a cada uno de nosotros que estamos muchas veces abrumados por problemas, por dificultades, por nuestros permanentes pecados de los que no podemos salir  por falta de fuerzas.
Nosotros, a su vez, somos interpelados para constituirnos en nuevos samaritanos de aquellos que nos rodean y padecen todo tipo de males, ya sea físicos o morales, necesitados de consuelo y apoyo.
Los Santos Padres de la Iglesia enseñaban que el hombre que venía de Jerusalén a Jericó y cae en manos de bandoleros,  es el ser humano abatido por el pecado de los orígenes, que queda medio muerto, siendo Cristo el Samaritano  que lleva a cada pecador sobre sí mismo a la iglesia –posada espiritual- pidiendo la atención y el cuidado, asegurando que a su regreso pagará lo que se haya gastado de más, es decir,  que retornará al encuentro de cada   herido en este mundo para asistirlo, asegurándole que se entregará por todos  en la cruz, y de esta manera va a pagar las deudas contraídas.
¡Qué bella imagen y que nos mueve a nosotros a hacer lo mismo! Seguramente siempre tendremos la oportunidad de encontrarnos con corazones destrozados, con vidas humanas arruinadas por el frac caso, por la mala elección en la vida, o porque no saben cuál es la meta a buscar o se piensa que no se la va a alcanzar nunca.
Nosotros hemos de sentirnos próximos, acercarnos a alentar, a insistir en la necesidad de confiar en Cristo Nuestro Señor el Samaritano por excelencia que nos acompaña y cuida en el camino.
Y esto es así, porque Cristo -dice el apóstol San Pablo en la segunda lectura (Col. 1, 15-20)- estaba desde el principio en la creación y conoce a fondo a cada persona,  que es Señor de todas las cosas y es Cabeza de la Iglesia, que es el principio y fin de la vida humana, y que busca la salvación de todos por ser imagen perfecta del Padre, cuya cualidad principal es la misericordia para con el hombre.
Es necesario para nuestras almas tener una vida nueva y así  progresar en ella hasta llegar a la meta del cielo.
El creyente ha de asimilarse al Cristo Samaritano y tratar de conmoverse ante tanto dolor que hay en el mundo, en las personas, no solamente en aquel que pide una limosna, sino sobre todo al ser humano que necesita ser comprendido, acompañado y ser curado de sus heridas  y debilidades.
Hermanos: Supliquemos al Señor que nos de la gracia para imitarlo en este amor al prójimo que es  prolongación del amor a Dios.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Nuestra Señora del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño. En Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XV del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 10 de julio de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



5 de julio de 2022

La predicación apostólica interpela a la conversión y al seguimiento de Jesús por medio de un estilo de vida nueva y santificadora.

 
El domingo pasado habíamos reflexionado sobre la decisión que toma Jesús de dirigirse a Jerusalén, para cumplir con la voluntad del Padre, que consiste en padecer y morir en la cruz, de modo que y no solamente dará Gloria a Dios, sino que llevará a cabo la salvación de toda la humanidad. 
A su vez, Jesús había enseñado cuáles son las condiciones necesarias para ser reconocido cada uno como discípulo suyo. 
En el texto que acabamos de proclamar (Lc. 10, 1-12.17-20) se explica que Jesús  envía a 72 discípulos para que preparen el camino en este proceso de dirigirse a Jerusalén, por lo que de algún modo tuvo respuesta el expresar  las condiciones necesarias para seguirlo. 
Es probable que quizás más de uno dudara de seguir sus pasos, pero viendo la atracción que suscitaba el Señor al convocar a la misión, resolvió en su interior comprometerse más profundamente. 
La misión de los 72  enviados delante de Él a las ciudades donde pasaría, consiste en anunciar la proximidad del Reino, o sea, de la llegada de Jesús Salvador, que interpela a la conversión y al seguimiento de un estilo de vida totalmente nueva y santificadora. 
Además se le encomienda a cada uno dejar la paz sobre las personas y casas que abran su corazón al llamado del Reino, esa paz que solamente puede dar Jesús y que únicamente puede recibir quien esté dispuesto a recibir en su corazón el mensaje de salvación. 
Pero incluso a quienes rechacen la proclamación de la Buena Nueva, se les ha de mencionar la cercanía del Reino de Dios, como última posibilidad que se les otorga para no dejar pasar el misterio de la salvación que se ofrece gratuitamente a todos. 
Jesús, a su vez, menciona la necesidad de rogar al dueño de los sembrados que envíe obreros para la cosecha, y no para la siembra,  dato este interesante porque da la certeza  que la siembra divina produce frutos abundantes porque Dios es quien suple la carencia de sembradores, dispensando su gracia en el corazón de todos. 
Los 72 regresan para informar a Jesús acerca de su misión, y cómo los demonios se les sometían como consecuencia de la evangelización misma, que permite vivir en la verdad a todos los que deciden seguir a Cristo, venciendo los engaños del maligno. 
Sin embargo, el Señor les dice que más contentos han de estar porque sus nombres están escritos en el cielo. 
La paz entregada por Jesús, ya había sido prometida en el Antiguo Testamento a los desterrados en Babilonia que volvían después del exilio a una Jerusalén derruida, pero de la cual, como anuncia el profeta Isaías (66, 10-14), surgirá todo nuevo y una gran prosperidad. Indudablemente siempre toda promesa de restauración del pueblo elegido permite mirar hacia el futuro nuevo que implica la venida salvadora del Mesías. 
En efecto, el pueblo elegido en su regreso de Babilonia a Jerusalén, estaba desanimado por lo que encontrarían, por lo que debían levantar su ánimo y encomendarse al Señor, recibiendo la paz. 
La paz que anuncia el Antiguo Testamento se verifica con la presencia de Jesús en nuestra existencia, paz que supone paradojalmente la asunción del misterio de la cruz. 
Esta realidad la entendió bien el apóstol san Pablo (Gál. 6, 14-18)), que afirma “Yo sólo me gloriaré en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, como yo lo estoy para el mundo”. 
Esto significa  que el mundo  que vive en la mentira y no busca servir a Jesucristo, sino más bien apartarse de Él, y que lo quiere atrapar con sus atractivos pasajeros y se contagie de sus maldades, no tendrá influencia sobre su pensar y obrar. 
Pero, a su vez dirá que él está crucificado para el mundo ya que no busca aprender cosa alguna de su vanidad, nada le debe porque  está  desviado de la meta verdadera. 
Queridos hermanos: Que el encuentro con el Señor implique seguirlo en este mundo y renunciar siempre a la influencia mundana, a no dejarnos cautivar  por criterios terrenales de modo de ser plenamente libres para el servicio  continuo del  crucificado.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura  Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XIV del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 03 de julio de 2022 ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com