31 de enero de 2023

Quienes viven las bienaventuranzas no cometerán ninguna maldad ni hablarán falsamente; y no se hallará en sus bocas palabras engañosas.

 El profeta Sofonías (Sof. 2,3; 3, 12-13) cumple su misión en el siglo VII antes de Cristo en el reinado de Josías, él deberá alentar al “resto” de Israel, a aquellos que se han mantenido fieles a Dios a pesar que lo que vivían constituía una invitación constante a su  abandono.

En efecto, históricamente corrían los años en que Asiria  oprimía a las doce tribus de Israel, dominándolas política, cultural y religiosamente, ya que se imponían los cultos idolátricos y las costumbres paganas.
Este “resto”, depositario de las Promesas, será un pueblo humilde y pobre, más en sentido moral que físico, mientras tanto muchos otros se sentían tentados y sucumbían abandonando al Dios de la Alianza.
Ante esta situación, el profeta alentará a los fieles instándoles a seguir adelante respetando el derecho y la justicia, custodiando la alianza realizada en el pasado entre el pueblo y su Señor.
Sin embargo, no se les prometía bienestar, sino que esa buena conducta podría protegerlos “en el día de la ira del Señor”, esto es del destierro, como sucederá cada vez que el Señor sanciona a su pueblo infiel, pena que también sufrían a veces los justos como expiación.
Con todo, la promesa  hecha por Dios por medio del profeta tiene perspectiva de salvación, ya que “el resto de Israel no cometerá ninguna maldad ni hablará falsamente; y no se hallarán en su boca palabras engañosas. Ellos pacerán y descansarán, sin que nadie los perturbe”
Esto permite comprender que la fidelidad al Señor está protegida por su misericordia, que no quiere se pierda alguno de sus seguidores fieles, aunque esto signifique  pasar a menudo por el misterio de la Cruz.
Consideremos también lo que enseña san Pablo en esta misma línea (I Cor. 1, 26-31) de reconocimiento de los pobres de Yahvé, del llamado “resto” de Israel, pequeño grupo que guarda fidelidad a Dios.
El apóstol trata de hacer ver a los cristianos de Corinto que su fuerza no está asegurada por la sabiduría humana, a la que eran afectos los griegos,  ni tampoco en el poder o la nobleza de estirpe, sino que se origina en la elección que hace Dios de cada uno y la fuerza con la que lo reviste para cumplir una misión determinada.
Y así, recuerda que “Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios, lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes, lo que es vil y despreciable, y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale”.
Esto implica para nosotros cambiar de forma de pensar, ya que esta concepción nueva  de la vida  que trae san Pablo es contraria a la mentalidad del mundo y cultura de nuestro tiempo, que no pocas veces influye en la forma como contemplamos la  existencia diaria.
El creyente ha de reconocer que su fuerza le viene de Dios de modo que nadie se gloríe delante de Él como si hubiera conseguido el triunfo por sus propios talentos.
El apóstol insiste en que al estar unidos a Cristo Jesús nos beneficiamos con y por su gracia ya que “se convirtió para nosotros en sabiduría y justicia, en santificación y redención.”
Una explicitación más plena  acerca  de en qué consiste la vida de los que pertenecen al “resto” de Israel en nuestro tiempo, de los pobres de Yahvé transformados en seguidores de Cristo, la encontramos en las bienaventuranzas de las que nos habla el evangelio (Mt. 5,1-12ª).
Precisamente son bienaventurados los  pobres de espíritu, que sin quedarse en la pobreza material únicamente,  aspiran a vivir la pequeñez espiritual  propia de quienes  reconocen que todo lo que son y poseen y pueden realizar, se lo deben a Dios.
En efecto, es Dios quien en su misericordia les permite identificarse más profundamente con Cristo Salvador, de allí que merezcan pertenecer al Reino de los Cielos desde donde  Él los espera.
A su vez los pacientes o mansos que no se dejan llevar por la ira o la venganza descuellan por ser apreciados por todos, máxime en una sociedad   como la  actual en la que rige la violencia y prepotencia.
Los que lloran por sus pecados y por los de los demás, o se afligen por el mal reinante en el mundo o porque es pisoteado el nombre de Dios, alcanzarán el consuelo debido a su sincero sufrimiento.
Actitud noble es aspirar a que reine la justicia, como ya lo indicaba Sofonías, porque  será dada en abundancia por Aquél que la prometió.
La misericordia es un signo de fortaleza y no de debilidad, por eso Dios que es el misericordioso por excelencia, la ejercerá con nosotros si sabemos  estar con el corazón cercano a las miserias de los otros.
Como Dios es puro, es natural que quienes tengan un corazón no contaminado por la impureza puedan contemplar al Seño.
Loable es trabajar siempre para que reine la paz en el mundo, en la sociedad, en la familia, entre nuestros amigos, para poder así vivir como hijos de Dios que quiere pacificar los corazones de todos.
Ahora bien, la imitación más plena de Jesús la tendremos cuando seamos perseguidos por ser justos o nos calumnien por pertenecer a su rebaño, porque también Él fue tratado con desprecio y se entregó en las manos de los injustos para redimirnos del pecado.
Hermanos: pidamos al Señor que nos colme con su gracia para valorar y practicar las bienaventuranzas que nos aproximan más y más no sólo a su imitación, sino también al servicio de todos.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo IV durante el año. 29 de enero de 2023. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com


23 de enero de 2023

Jesús es la luz anunciada por el profeta, enseña la necesidad de convertirse por la llegada del Reino y, llama a los apóstoles que continuarán su misión en el mundo.

Instituido por el papa Francisco, el tercer domingo del tiempo ordinario se celebra el domingo de la Palabra.
Si consideramos la Palabra identificándola con el Verbo de Dios como lo describe san Juan en el prólogo del evangelio según la inspiración que el mismo tuvo de lo Alto, sabemos que por disposición divina se hizo historia humana tomando nuestra naturaleza en el seno de una mujer, María Santísima.
Al Hijo de Dios, Palabra del Padre, lo tenemos presente en la persona de Jesús que viene a mostrarnos el camino de la Verdad y de la Vida y conducirnos hacia la Casa Celestial.
Pero a su vez, a la Palabra de Dios, para que nadie diga que no sabe dónde encontrarla, la tenemos plasmada en la Sagrada Escritura.
Importante resulta para nuestro tiempo y en medio de una cultura relativista, contar con la Palabra divina que se ha manifestado, y que se  presenta en forma escrita gracias al trabajo de los que fueron inspirados para mostrarnos  la historia de la salvación humana.
En nuestros días escuchamos no pocas herejías y errores que atacan la fe verdadera, precisamente haciendo caso omiso de la Palabra de Dios, y peor aún, afirmando y enseñando lo contrario a lo que Dios ha revelado en su infinita sabiduría para nuestra salvación.
Lamentablemente estas voces discordantes con la fe verdadera, proceden con frecuencia  de aquellos que por su ministerio –especialmente el episcopal- debieran ser los maestros de la fe para quienes se les ha confiado para que guíen a la Vida Eterna, alimentando siempre con la verdad que proviene del Señor.
La vivencia de nuestro tiempo se parece a lo que el pueblo elegido debió sufrir por los embates de Asiria que se había apoderado de las tribus del Norte, sumiéndolas en el sufrimiento y la confusión porque se intenta socavar los cimientos mismos de la fe vivida.
El profeta Isaías (8, 23b-9,3) ante este cuadro de confusión, en nombre de Dios anuncia que “el pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz; sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una luz”  y esto “porque el yugo que pesaba sobre  él, la barra sobre su espalda y el palo de su carcelero, todo eso lo has destrozado como en el día de Madián”.
¿Quién es esa luz que no sólo ilumina sino que libera de toda opresión? La respuesta la tenemos en el texto evangélico de hoy  (Mt. 4, 12-23) en el que se narra el momento en que arrestado Juan Bautista, Jesús se retira a Galilea y dejando Nazaret se establece en Cafarnaún “a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera el anuncio del profeta Isaías, mencionado previamente.”
Ahora bien, Galilea es más que un espacio geográfico, es el lugar del seguimiento a Jesús, el punto de partida de la misión de la Iglesia cuando  son convocados los discípulos después de la resurrección del Señor y enviados a evangelizar a todos los pueblos, el lugar de la manifestación gloriosa del Hijo de Dios.
En Galilea, Jesús se encuentra con muchas personas provenientes del paganismo  que se habían establecido allí después de las invasiones sufridas en el tiempo, y por cierto una nutrida presencia de  judíos.
Él es la luz anunciada por el profeta, por lo que enseña abiertamente la necesidad de convertirse porque el Reino de los Cielos está cerca y para poder ingresar a este Reino, que es Jesús mismo, es necesario dejar atrás la vida sin fe y reconocer la salvación traída por el Señor.
Esto vale también para nuestro tiempo en el que reina el paganismo práctico en el corazón de muchos sedicentes católicos.
En efecto, muchos hay que se presentan como creyentes católicos en teoría, pero son paganos en la práctica porque “creen” en las energías ocultas de cierto yoga  purificador, en el Reiki y en cuanto invento oriental que llena las cabezas, en vez de acudir a la verdad que  transmite Jesús cuando convertidos de tanta “moda” religiosa lo buscamos y bebemos de la única fuente de la salvación.
No nos admire, por lo tanto, que como resultado de tantas fantasías a las que damos crédito, abunde en no pocas personas la presencia del demonio que ingresa en el corazón porque se le permite fácilmente.
Jesús es el único que ilumina de veras, el cual busca al hombre para atraerlo a la verdad y la vida como único camino que es.
Para continuar con esta misión evangelizadora, Jesús comienza a elegir a sus primeros discípulos, y así convoca a Simón llamado Pedro, a su hermano Andrés, a los hijos de Zebedeo, Juan y Santiago, y les dice “Síganme, y yo los haré pescadores de hombres”.
Estos hombres que eran pescadores, y que de la pesca  vivían, atraídos por el llamado y el Señor mismo, abandonan las redes para seguir tras sus pasos, abandonando todo, porque el seguimiento del Señor supone siempre un desapego muy profundo a todo lo que pueda impedir la misión de proclamar la verdad y lograr la conversión de muchos.
A partir de ese momento están con Jesús, quien “recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando el Evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente”, especialmente curando de las enfermedades del alma y del error.
El seguimiento de Jesús como centro de la vida de cada uno de nosotros, lleva a vivir en unidad en las comunidades católicas.
San Pablo (I Cor. 1, 10-13.17) precisamente en el texto proclamado hoy, convoca a terminar con las divisiones reinante en Corinto.
En efecto, algunos decían “yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo”, y esto no porque Pablo, Cefas o Apolo buscaran tener adeptos, sino porque la gente se siente atraída por alguno de ellos.
Lo mismo sucede en nuestros días, hay quienes se consideran ortodoxos de buena línea, otros progresistas de avanzada, y unos y otros han transformado la verdad en ideología, por lo que dan por verdadero según sus interpretaciones, y tienen a su vez algún inspirador que alimenta esos desvaríos.
San Pablo es tajante al afirmar que debemos seguir a la persona de Jesús, vivir en la verdad que Él transmite ya que fuimos salvados por su muerte en Cruz, y bautizados en su nombre alcanzando la salvación.
Queridos hermanos: pidamos al Señor nos libre de este espíritu selectivo de la Verdad Única, y que dejando los criterios personales lo sigamos en la misión de ser pescadores de hombres.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo III durante el año. 22 de enero de 2023. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



16 de enero de 2023

El que sigue la voluntad de Dios sin temor, conoce que su pequeñez y debilidad serán transformadas por la fuerza que viene de lo Alto.

En los textos bíblicos de este domingo aparece muy fuerte la impronta de la vocación,  el llamado que Dios hace a alguien para una misión concreta.
El Profeta Isaías (49, 3. 5-6) dice que el Señor “me formó desde el seno materno para que yo sea su servidor, para hacer que Jacob vuelva a él y se le reúna Israel.” Y que además él “es valioso a los ojos del Señor y mi Dios ha sido mi fortaleza#”
Y Dios le responde que es demasiado poco que sea su servidor cumpliendo con esa misión, sino que además lo destina “a ser luz de las naciones, para que llegue mi salvación hasta los confines de la tierra”, lo cual  refiere al Mesías que vendrá en su momento para hacer realidad el ser luz y conceder la salvación a la humanidad.
El salmo responsorial (Ps. 39), a su vez, aplica al profeta y al Salvador que vendrá, “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.
Y esto es así, porque lo que impulsa a todo aquel que es llamado a una misión, el seguir la voluntad de Dios, sabiendo que la pequeñez y la debilidad propia será transformada por la fuerza que viene de lo alto.
San Pablo escribiendo a los Corintios (I Cor. 1, 1-3) asegura que él fue elegido por la voluntad de Dios apóstol de Jesucristo, no como formando parte del grupo de los doce, sino como enviado a los gentiles, a los no judíos, para predicar el evangelio.
Dirigiéndose a la comunidad, junto con Sóstenes, recuerda que habiendo sido santificados en Cristo, están llamados a la santidad de vida como prolongación del bautismo recibido.
En el texto del Evangelio (Jn. 1, 29-34) conocemos el testimonio de Juan Bautista sobre Jesucristo, y así dirá: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, término que evoca al Cordero pascual sacrificado en la noche de la huida de Egipto por parte del pueblo judío, que comió esa cena pascual marcando las puertas de sus casas con la sangre del cordero inmolado y consumido, para que el Ángel Exterminador siguiera su paso sin tocar a nadie del pueblo elegido.
Es el cordero pascual inmolado cada año como perpetuo recuerdo de la salvación traída por Dios al pueblo en la Antigua Alianza, pero es también el Cordero que se sacrifica voluntariamente en la cruz, cargando los pecados de la humanidad de todos los tiempos.
Ahora bien,  Juan el Bautista vuelve a decir lo mismo versículos más adelante de este texto  cuando estando con Andrés y otro discípulo suyo –a quien no nombra pero es Juan evangelista- les dirá al ver a Jesús “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” .
Ellos  expresan que quieren saber dónde mora Jesús, el cual los invita a seguirlo, cosa que hacen a continuación, siendo las cuatro de la tarde dice Juan evangelista.-
Juan insiste en esta figura del Cordero de Dios en el libro del Apocalipsis (Apoc. 5,12) “Y decían a gran voz: “Digno es el Cordero, que fue inmolado, de recibir el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza”.
Es, por lo tanto, el Cordero que se sienta en el trono a quien rinden culto todos los que son fieles a la salvación que trae Jesús.
Jesús ya había sido señalado como el Cordero inocente que fue al matadero y sacrificado  por nuestros pecados, y es ese Cordero al cual no le quebraron ningún hueso, aunque sí  había sido atravesado por la lanza del soldado como fue anunciado.
Es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, no solamente los pecados de la gente o de alguno en particular, sino todos los pecados del mundo, porque carga sobre sí los pecados de la humanidad toda.
Como en la antigüedad sacrificaban el cordero que cargaba los pecados de la comunidad, este Cordero de Dios inocente hace lo mismo en el árbol de la cruz salvadora.

Jesús viene justamente a redimirnos, a salvarnos, de manera que el acto de amor en la cruz se da para la salvación del mundo, como lo hacemos afirmando en cada misa “Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” levantando en alto la hostia consagrada.
A pesar de este sacrificio por el que somos purificados del pecado, el hombre sigue pecando cada día habiendo perdido su sentido, ya que lamentablemente hoy queridos hermanos, la presencia del pecado está ausente en la mente de la mayoría.

La cultura  relativista ha conseguido diluir de la mente humana el sentido teológico del pecado, de modo que ya no se lo vive como antes, por lo que el hombre consecuentemente con esto ya no se confiesa, no admite el pecado y no busca purificarse en orden a la salvación.
No se asume con facilidad que uno responsablemente ha elegido algo que está mal, algo que va contra el amor del Cordero de Dios que ha dado la vida por mí, o contra el prójimo.
Por eso, si no hay arrepentimiento, si no hay reconocimiento del propio pecado, de la propia lejanía de Dios, no habrá tampoco limpieza interior, una restauración profunda de nuestra existencia.
Por eso,  la misma Palabra de Dios invita a que busquemos siempre a través del Sacramento de la reconciliación reconocer nuestros pecados, y humildemente pedir al Señor que nos perdone y permita nuevamente caminar tras tus pasos.
Si bien Cristo muere cargando los pecados de la humanidad, no todo el mundo recibe el resultado de ese sacrificio, porque no todos se acogen a la misericordia de Dios y buscan vivir en comunión con ese Dios que nos ama a través de su Hijo.
Queridos hermanos pidámosle al Señor que nos bendiga, que nos llame y guíe por el buen camino, enseñándonos a vivir una existencia nueva la que es propia de los bautizados

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo II durante el año. 15 de enero de 2023. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



9 de enero de 2023

Por el bautismo llegamos a ser hijos adoptivos, y por lo tanto predilectos del Padre, llamados a la santidad de vida en la misión de evangelizar el mundo.

El profeta Isaías (42, 1-4.6-7) anuncia que el Señor Dios elige a un servidor suyo a quien sostiene y que complace su alma, el cual  recibe a su vez su espíritu para concretar una misión particular.

No se sabe bien de quien se trata en el contexto histórico en el que se realiza el anuncio, ya que puede ser el rey de Israel, una persona especial –hay quienes pensaron en Ciro el Persa- y hasta podría ser el resto de Israel que se ha mantenido fiel al Dios de la Alianza.

De hecho, Ciro el Grande, el rey persa terminó con el cautiverio de los judíos en Babilonia y les permitió regresar a su tierra para reconstruir el Templo de Jerusalén.
Con todo, como acontece a menudo en las páginas del Antiguo Testamento, los anuncios que se hacen miran al futuro, apuntan, en este caso, a la figura del Mesías, al Hijo de Dios hecho hombre.
En este texto de Isaías se detalla el papel que desempeñará  el elegido de Dios, el Mesías futuro, que llevará el derecho a las naciones –como aconteció con Ciro-  y que las costas lejanas esperarán su Ley.

Más aún, el Señor se explaya diciendo que “te llamé en la justicia, te sostuve de la mano, te formé y te destiné a ser la alianza del pueblo”, alusión a la alianza sellada por la sangre derramada de Jesús salvando así a  la humanidad perdida y esclavizada por el pecado original.
A su vez este elegido dará señales claras de que es el enviado del Padre ya que abrirá los ojos de los ciegos, sacará de la prisión a los cautivos y de la cárcel a los que habitan en las tinieblas, signos todos realizados por Jesús durante su paso entre nosotros.
Además será “la luz de las naciones” atrayendo a todos para formar un solo pueblo salvado, el de los elegidos.

En los Hechos de los Apóstoles (10, 34-38) se narra el llamado que Dios  hace al centurión Cornelio para integrarlo por el bautismo a la Iglesia naciente, mientras Pedro es el elegido para realizar esto, el cual habiendo entendido el llamado universal que Dios hace a todos los hombres, dirá con énfasis: “Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas, y que en cualquier nación, todo el que le teme y practica la justicia es agradable a Él”.
A continuación declara que Dios “envió su Palabra al pueblo de Israel, anunciándoles la paz por medio de Jesucristo, que es el Señor de todos”, narrando brevemente los acontecimientos acaecidos en el Jordán,  cuya comprensión alcanzó Pedro en este acontecimiento del bautismo del centurión Cornelio, romano convertido a la fe.

En el texto del evangelio (Mt. 3, 13-17) observamos a Jesús en la fila de los que han de ser bautizados, y Juan se resiste a realizar el bautismo de conversión porque  sabe que Él bautizará con el agua y el Espíritu.
Sin embargo, Jesús le dirá: “Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo”.
¿Qué significa cumplir todo lo que es justo? Que Jesús con su bautismo carga sobre sí los pecados de la humanidad toda, los cuales son perdonados porque al ingresar el Señor en las aguas del Jordán las vuelve fecundas anticipando de ese modo el bautismo sacramental.

En efecto, de un modo anticipado aplica el misterio pascual en esa ocasión porque al sumergirse significa la destrucción del pecado, y al elevarse adelanta la sobreabundancia de la gracia prometida a todos.
A su vez, con la teofanía trinitaria queda patente que es el enviado del Padre, que el Espíritu Santo lo unge para la misión que se le encomienda, y que Él es el predilecto del Padre.
Los cielos abiertos aseguran la posibilidad de entrar a la Vida a todos los que transformados por el bautismo vivan siguiendo los pasos del Salvador y realizando de por vida obras de santidad.

Asegurarnos que Jesús es el predilecto del Padre otorga la certeza de llegar a ser también predilectos del Padre por el bautismo que nos hace hijos adoptivos suyos, llamados a la santidad de vida.
Queridos hermanos: Habiendo recibido el bautismo que nos ha incorporado a la amistad divina, sepultados nuestros pecados, estamos llamados a vivir santamente y enviados como Jesús al mundo en el que estamos insertos  para llevar la Buena Noticia de la salvación. 

No desaprovechemos la gracia recibida  tan abundantemente, de manera de poder vivir con la alegría propia de los constituidos hijos adoptivos del Padre, conducidos por su Hijo a la meta del Paraíso.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del Bautismo del Señor. 08 de enero de 2023. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com




2 de enero de 2023

En el Niño divino recién nacido, contemplamos el rostro visible de Dios que se hace uno de nosotros para otorgarnos la Paz, redimirnos del pecado y hacernos hijos adoptivos del Padre.

Comenzamos hoy un Año Nuevo bajo la protección especial de María Santísima, Madre de Dios, que ciertamente al igual que lo hizo con su Hijo, nos acompañará siempre durante todo el tiempo, conduciéndonos, eso sí, al encuentro de Jesús para  que así alcance su verdadero sentido nuestro peregrinar por este mundo.
Precisamente, como el pueblo de Israel, recibimos una bendición especial descrita en el libreo de los Números (6, 22-27).
Allí se expresa “Que el Señor te bendiga y proteja”, y esto es así, porque somos los hijos predilectos del Padre, amados en el Verbo Encarnado que asumió la debilidad humana, pero no el pecado, para redimirla y devolverle su dignidad original.
A su vez anuncia la acción divina sobre todos, de modo “que el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te muestre su gracia”, anticipando así en el tiempo, lo que será plenitud en la vida eterna, esto es, la visión del rostro de Dios que nos deificará, colmándonos  de felicidad plena.
Más aún, insiste la bendición impartida al comienzo del año, “que el Señor te descubra su rostro y te conceda paz”, y esto es así, porque en el Niño divino recién nacido, contemplamos el rostro visible de Dios que se hace uno de nosotros para otorgarnos la paz que el mundo no concede sumido como está en guerras y discordias permanentes.
A su vez, este año comienza para nosotros con una bendición más de entre tantas, porque con la muerte del papa Benedicto XVI, ocurrida en el día de ayer, contamos con alguien que seguramente ya está viendo el rostro de Dios intercediendo  por la Iglesia toda.
El legado de Benedicto XVI no sólo consiste en conocer la sabiduría a él concedida por Dios, plasmada en sus obras, sino su ejemplo de humildad y confianza en el poder de la comunicación con Dios.
En efecto, retirado del peso del primado de Pedro que se le concedió en su momento, durante casi diez años se retiró a orar y ofrecer su vida, por el tiempo que Dios le concediera, por el bien de la Iglesia.
Sólo un hombre de profunda fe sabe con certeza del poder de la oración, que constituye una nueva forma de apacentar el rebaño.
Apacentar el rebaño desde el silencio y el retiro voluntario, es un acto de amor similar a la cruz de Cristo que redime desde la aceptación silenciosa de la voluntad de Dios en el sufrimiento.
San Pablo escribiendo a los cristianos de Galacia (4,4-7) revela que Dios envió a su Hijo nacido de una mujer, indicando con este término de “mujer”, que no sólo Dios se hace hombre en las entrañas de María, sino que ésta se erige como la Nueva Eva, que aplasta la cabeza del maligno.
Con la obediencia de María se hace realidad nuestra condición de hijos adoptivos de Dios, de modo que “mujer” universaliza el papel de Ella, por lo que podemos llamarla en verdad Madre de Dios y Madre de la Iglesia, o sea, de cada bautizado.
Al transformarnos en hijos adoptivos del Padre, podemos llamarlo con confianza con un término de cercanía especial, Abbá, y de ese modo ya no somos considerados más como esclavos.
El texto del evangelio de hoy (Lc. 2, 16-21), a su vez, nos invita a correr presurosos con los pastores para visitar al Niño recién nacido, recostado en un pesebre, y como ellos, podemos contar todo lo que oímos acerca de Jesús desde nuestra tierna infancia y que seguramente atesoramos en nuestro corazón.
Cada uno de nosotros, cuando  éramos niños  insertos en familias que vivían y viven la fe, esperamos con ansias la Venida del Señor, no sólo por los regalos que se nos prometían, sino también porque recibíamos la enseñanza que había llegado con Él la salvación de nuestras vidas, la redención y la configuración divina con Cristo.
Mientras tanto, María Santísima acogía en su interior lo que veía y escuchaba meditando todo en silencio, comprendiendo lo que sería la futura trayectoria de su Hijo como Salvador del mundo.
A nosotros, como don de la gracia divina, se invita también a custodiar estas enseñanzas, a entenderlas y vivir conforme a lo que significa la Venida en carne humana del Hijo de Dios.
Cada día del año que hemos de transcurrir según la voluntad de Dios, nos ha de servir para, al igual que los pastores, alabar y glorificar a Dios por todo lo recibido en este tiempo de Navidad.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa de Santa María, Madre de Dios. 01 enero de 2023. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com