25 de septiembre de 2023

Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia, pero por el bien de ustedes es preferible que permanezca en este mundo (Fil. 1, 20-24.27)

 


La persona humana en nuestros días busca encasillar en su propia perspectiva todas las cosas y acontecimientos de este mundo.
Incluso pretende que Dios sea su imagen y semejanza y no al revés, ya que es la persona la creada a imagen y semejanza de su Creador, más aún, planeando la  agenda 2030 prescindir de la divinidad.
Y así, yendo por este camino,  cuesta entender de Dios, que sus pensamientos y caminos son  diferentes a los nuestros. 
¡Cómo quisiéramos que Dios piense y obre como nosotros! Sin embargo, como afirma dos veces el profeta Isaías (55,6-9),  los pensamientos  de Dios no son como los de ustedes y los caminos de Dios no son como los caminos de ustedes.
Y previamente, el profeta, como portavoz de Dios, le dice al pueblo de Israel, que está de regreso del destierro de Babilonia, que se convierta, que cambie el corazón, y así, buscando al Señor  mientras se deja encontrar recibirá el perdón divino.
De manera que se nos pide concretamente que caigamos en la cuenta que los pensamientos y caminos de Dios son tan superiores a los propios que  nunca los vamos a entender y  coincidir. 
Y lo vemos reflejado concretamente en el texto del Evangelio (Mt. 20,1-16), donde entra en crisis la concepción humana acerca de la retribución   que alguien merece por su trabajo, por la que el que ha trabajado más, merece mejor salario, decimos  con lógica humana.
Y Jesús, a través de la parábola, enseña que la lógica de Dios es diferente cuando refiere a los bienes y salario espirituales, porque los dones de Dios, justamente por ser dones, son gratuitos. 
Él está por encima de aquello de "tú me das y yo te doy", sino que  otorga  "desmedidamente" comparando con lo que  hacemos o merezcamos, siendo mayor la gratuidad que la obra realizada.
Justamente esta parábola enseña acerca de la bondad de Dios, y así, el dueño de la viña, que es Dios, le dice a uno que se queja: ¿por qué tomas a mal que yo sea bueno? ¿por qué te dejas llevar por la envidia? Yo a ti te dije que te iba a pagar un denario, pero si  quiero darle un denario también a los otros aunque hayan trabajado menos tiempo, ¿no puedo disponer acaso de lo que es mío como yo quiera?
Al respecto, preguntándonos a qué se refiere al mencionar el denario como retribución,  conocemos que se trata de la vida eterna. 
Este propietario sale cinco veces a buscar obreros para trabajar en la viña, siendo los distintos momentos del día otros tantos momentos de la vida de cada uno, en los que no se trabaja para el Señor.
¿Qué hacen aquí sin hacer nada?, se les pregunta, vayan a trabajar a la viña, y la respuesta será que nadie nos contrató, nadie nos llamó.
Bueno, yo los llamo, dirá el dueño - que es Dios- porque mi  preocupación es que estén sin hacer nada, que estén ociosamente en la vida sin descubrir cuál es el sentido de la misma y cuál su meta.
Y cuando llega el momento de la retribución, todos reciben un denario, lo cual se entiende que aunque haya momentos diferentes en que el ser humano responde a Dios, si esa persona se convierte de corazón y le sirve, recibirá el premio de la vida eterna. 
Y nadie tiene que sentirse por eso ofendido, ya que los hijos de Israel son los primeros en trabajar en la viña, los primeros en quejarse, y también en abandonar la fidelidad a Dios, se fijan que a los paganos les pagan lo mismo que a ellos, olvidando que estos últimos son llamados a causa de la infidelidad de ellos cumpliéndose aquello que "los últimos serán los primeros y los primeros últimos"
Quizás a nosotros también nos produce cierta pena porque Dios es tan bueno con las personas que esperaron hasta último momento para convertirse, para cambiar de vida, sin caer en la cuenta que ellas no han sido felices a lo largo de su vida al estar alejadas de Dios.
Porque en definitiva la verdadera felicidad y plenitud las encontramos cuando vivimos en comunión con Dios, de manera que nunca hemos de desesperar de la conversión de persona alguna.
Todos los hombres tienen un tiempo distinto, ya que hay quienes no entienden el llamado del Señor, otros se resisten a entregarse a ese llamado, o piensan que lo que se les ofrece es puro espejismo, o porque creen que se les va a quitar la libertad, cuando en realidad la perfeccionan. 
Existen tantas razones por las que el hombre se muestra no pocas veces remiso a escuchar la voz del Señor, pero Él sigue llamando. 
Al comienzo del día, a media mañana, a mediodía, al atardecer de la vida, sigue llamando a todos a trabajar en su viña, y a todos por el mismo salario, un denario, la vida eterna. 
Tenemos un ejemplo bien claro en el ladrón considerado bueno que fue crucificado con Jesús,  junto con el ladrón malvado. 
El bueno se da cuenta que el castigo que está padeciendo es justo, porque era un delincuente, por eso increpa al otro que está insultando a Jesús, diciéndole: "Nosotros estamos padeciendo justamente, pero Él, ¿qué mal ha hecho?" Y dirigiéndose a Jesús le dice: "Señor acuérdate de mí cuando estés en tu reino". Y le contesta  Jesús: "hoy estarás conmigo en el paraíso".
Este es uno de los que fue a trabajar a la viña en el último momento, al atardecer, al caer el sol, cuando ya venía la noche, y recibió el premio del Señor que es bueno, sin siquiera pasar por el purgatorio para purificarse de sus pecados dada su perfecta conversión al amor divino que se le ofrecía.
A su vez, queda en claro que cada persona es libre de aceptar la bondad de Dios que se le ofrece, convirtiéndose sinceramente. 
Posiblemente cada uno de nosotros tiene historias de familiares que se reconciliaron con Dios en el momento antes de la muerte, y esto fue posible por la paciencia divina que quiere salvarnos a todos, porque por todos ha muerto Jesús en la cruz.
Como sacerdote les puedo decir que nunca termino de admirar la paciencia de Dios para con todos nosotros a quienes espera siempre. 
¡Cuántas historias tengo en mi vida sacerdotal de personas que se convirtieron, decidieron ir a trabajar a la viña en el último momento! Y el Señor les dio el mismo salario, y estas personas, a su vez, no decían que habían vivido estupendamente, al contrario, habían llegado al final de su vida dándose cuenta que no habían sabido  aprovechar lo que es la unión con Cristo. 
Por eso nosotros hemos de transmitir siempre el amor a nuestro Señor como lo resalta san Pablo (Fil. 1, 20-24.27).
El apóstol afirma que la muerte para él es una ganancia porque va a estar con Jesús, pero si él puede ser útil todavía en el trabajo como apóstol, elige seguir viviendo por el bien de la Iglesia, para que a través de la predicación muchos puedan encontrarse con el Señor.
Queridos hermanos: trabajemos incansablemente haciendo conocer la bondad de Dios, pero no para permanecer en la impunidad o en el pecado, sino al contrario, para que atraídos por su bondad abramos nuestros corazones para amarlo y comprometernos más y más con Èl.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe, Argentina. Homilía en el domingo XXV del tiempo durante el año. Ciclo A. 24 de septiembre de 2023

18 de septiembre de 2023

"Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor, tanto en la vida, como en la muerte, pertenecemos al Señor".

 

Hace de marco de nuestra reflexión de hoy la afirmación de San Pablo a los cristianos de Roma (14,7-9): "Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor, tanto en la vida, como en la muerte, pertenecemos al Señor", y esto es así  porque Él ha dado su vida por nosotros y es Señor de vivos y muertos.
Vivir para el Señor significa responder a la gracia de Dios para imitar el ejemplo del Hijo de Dios vivo que se hizo hombre, que se hizo presente en nuestra historia para mostrarnos el camino que conduce al Padre.
Jesús deja siempre enseñanzas importantes para nuestra vida porque conoce nuestras debilidades y faltas, lo que muchas veces agobia al hombre, por lo que enseña aquello de lo que tenemos necesidad, de su palabra y su gracia, e invita a la vida de santidad.
Los textos de la liturgia de hoy, hacen referencia a la necesidad de deponer el odio y la venganza de nuestro corazón.
El libro del Eclesiástico (27,33-28,9) recuerda que "el rencor y la ira son abominables, y ambas cosas son patrimonio del pecador" de manera que "el hombre vengativo sufrirá la venganza del Señor, que llevará cuenta exacta de todos sus pecados", situación que recuerda el texto del evangelio en el sentido que seremos tratados según actuemos con nuestros hermanos.
Y así quien mantiene su enojo contra el prójimo no puede pretender ser tratado con piedad por el mismo Dios, ya que responderá teniendo en cuenta cada uno de sus pecados personales.
Al odio muchas veces  no lo tenemos en cuenta en nuestra vida, pareciera que es algo secundario, sin embargo, hemos de recordar que es lo que más  asemeja al demonio, al espíritu del mal.
En efecto, el demonio es odio puro, no solamente odia a Dios, sino también a cada uno de nosotros,  buscando siempre perdernos, hacernos caer en la tentación y en el pecado, y ese odio no disminuye sino que aumenta.
Por eso, es tan detestable por Dios cuando  estamos llenos de ese espíritu, que se vuelve contra nosotros mismos, siendo  remisos a perdonarnos.
El domingo pasado meditábamos acerca de la corrección fraterna, hoy la enseñanza que encontramos en el Evangelio refiere a que hemos de perdonar siempre (Mt.18, 21-35).
La parábola que presenta Jesús tiene tres cuadros. En el primero, el rey pide cuentas a su siervo que se manifiesta insolvente para pagar lo que adeuda, ya que aunque  lo vendieran a él, a sus hijos y todo lo que poseía, no podría saldar la suma adeudada,  por eso suplica el perdón, que le es concedido.
Esta situación es la que acontece habitualmente en nuestra relación con Dios porque a causa del pecado tenemos una deuda muy grande con Dios. Sin embargo, cuando suplicamos su perdón, Él nos perdona, pero quiere que hagamos lo mismo con nuestros hermanos.
En el segundo cuadro el siervo perdonado se encuentra con un tercero que le adeuda una pequeña suma, por lo que ya no se trata de la relación con un superior sino entre iguales.
El acreedor,  perdonado tan generosamente por el rey-Dios, no está dispuesto a actuar de la misma manera, no aprendió la lección, por lo que lo hace encarcelar para que pague lo que debe.
Los demás servidores se conmueven, no podían creer lo que estaban viendo, de allí que informan al rey lo sucedido, el "absuelto" es llamado nuevamente y se le recrimina el que a pesar de haber sido perdonado con largueza, no supo perdonar a su hermano, por lo que lo condena a pagar lo adeudado que significarà su perdición por ser totalmente insolvente.
Partiendo de este hecho, Jesús remata diciendo que seremos tratados de la misma manera por el Padre del Cielo si no perdonamos a los hermanos.
Queridos hermanos estamos invitados por lo tanto a imitar siempre al Señor, y en este caso, a  perdonar como Él perdona y rechazar siempre todo espíritu de revancha, de odio o de violencia, con lo que muchas veces creemos que vamos a ser felices o vamos a recuperar lo que hemos perdido.
Considerando esta exigencia del perdón a quien nos adeuda algo, es importante tener en cuenta lo que exhortaba san Pablo (Rom. 14, 7-9): "si vivimos, vivimos para el Señor", que equivale a decir si vivimos, hemos de  aceptar la voluntad de Dios y buscar la perfección evangélica que con la gracia divina ciertamente no será imposible lograr aunque nos cueste no pocas veces.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe, Argentina. Homilía en el domingo XXIV del tiempo durante el año. Ciclo A. 17 de septiembre de 2023


11 de septiembre de 2023

Al ser hermanos como hijos del mismo Padre, somos responsables de la santidad de nuestro prójimo.



El apóstol San Pablo enseña  que nuestra única deuda con los demás es la  del amor mutuo (Rom. 13,8-10),  destacando que este amor al prójimo, traducido en el cumplimiento de los mandamientos, implica vivir a fondo la ley de Dios. 
De hecho, los tres textos bíblicos de este domingo apuntan a nuestra relación concreta con el prójimo, con el hermano. 
Si tomamos al profeta Ezequiel (33,7-9) en la primera lectura, comprobamos que el profeta es elegido por Dios para estar como atalaya en lo alto, centinela de la casa de Israel, al cual le  anunciará  la palabra divina que se la ha encomendado transmitir.
Y así, concretamente, cuando Dios dice al malvado que morirá,  el profeta debe advertirle para que se convierta y pueda subsistir, y  si  lo logra, no solamente habrá salvado a un hermano, sino que también él será   recompensado. Ahora bien, si no hace nada por aquel que vive en pecado, éste se condenará por su falta, pero al profeta, como centinela del pueblo que es, se le  pedirá cuenta. 
Ahora bien, no podemos caer nunca en la actitud de Caín (Gn.4,9), que al ser preguntado por Dios acerca de dónde estaba su hermano Abel, a quien había matado,  contesta que nada tiene que ver con ese asunto, porque no se siente responsable de su hermano.
En realidad, dado que somos todos hermanos al tener un mismo Padre en el cielo, somos responsables de alguna forma de nuestro prójimo y, no debemos quedarnos tranquilos contemplando cómo alguien a quien podemos salvar se va apartando cada vez más de Dios, y se hunde en el mundo de las tinieblas. 
De allí que el mismo Jesús, hablando del amor al prójimo,  enseña a todos los creyentes acerca de la corrección fraterna  (Mt. 18, 15-20).
Este texto  es posterior a la afirmación  de la necesidad de ir a buscar la oveja perdida (Mt. 18.10-14). Y así, si tengo 100 ovejas, dice el texto, y se pierde una, dejo las 99 y voy a buscar la que se ha perdido. La corrección fraterna, pues, es una aplicación concreta de un modo especial de ir en busca de la oveja perdida.
Sin embargo, hoy en día, podemos decir que no es una la oveja perdida, sino una la que ha quedado fiel y 99 son las perdidas, ya que ha avanzado tanto la lejanía de Dios, incluso hasta el desprecio por la amistad con Él, que el ser humano se aleja cada vez más de su Creador y de su Señor. 
En nuestros días, se reedita el pecado de los orígenes, el querer ser como Dios, por eso la necesidad de buscar siempre el bien espiritual del otro, que es la meta de la corrección fraterna. 
Si tu hermano peca, ve y corrígelo a solas, en privado. No vayas a contarle a medio mundo cuál es el pecado que cometió tu hermano, sino ve directamente a él y, de buenas maneras busca su conversión a Dios, e integración en la Iglesia. 
Y si no escucha, buscar a dos o tres testigos e insistir en la corrección, porque es más importante  que la persona vuelva a Dios, que la incomodidad que muchas veces trae la corrección fraterna.
De manera que siempre tenemos que buscar el bien del otro, sabiendo que todos somos hijos de un mismo Dios, formamos parte de una misma familia,  la de la iglesia, en la que cada uno está llamado a la santidad de vida. 
Por eso la preocupación para que lo que podemos hacer por el bien del otro, lo hagamos constantemente, porque Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. 
Esa es la clave de la dedicación que  hemos de tener por el bien de nuestros hermanos. Muchas veces nos ocupamos por el bien material del otro, por el bienestar del prójimo, y está bien, pero descuidamos fácilmente lo espiritual, el que alguien deje el pecado para  vivir la misma vida de Dios.
Es necesario que aquel que está alejado y seguramente no le vea sentido a su vida, retorne nuevamente a la casa del Padre. 
Por eso que nuestra deuda permanente sea siempre la del amor mutuo, la de tratar de que el hermano que se ha separado por el pecado, por las tinieblas, vuelva nuevamente a la casa del Padre. 
Porque también a nosotros alguien podría corregirnos también cuando nos ve mal, y es allí donde hemos de agradecer porque se ha pensado precisamente en nuestro bien. 
Pidamos la gracia de lo alto para que con la fuerza divina necesaria practiquemos a fondo lo que Él nos pide.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe, Argentina. Homilía en el domingo XXIII del tiempo durante el año. Ciclo A. 10 de septiembre de 2023


4 de septiembre de 2023

"El que quiera seguirme que renuncie a sí mismo, que cargue su cruz y me siga, de modo que perdiendo así su vida, la gane en plenitud"

 

Hemos escuchado el  domingo pasado que Pedro declaró de Jesús "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo", respondiendo el Señor que dicha afirmación era fruto de la inspiración del Padre.
En el texto del evangelio de hoy acontece todo lo contrario, porque cuando Jesús declara que debe dirigirse a Jerusalén y allí padecer en manos de los jefes de los judíos y posteriormente morir, Pedro se resiste a aceptar este anuncio por lo que llevándolo aparte le dirá: "Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá".
Ante esto, Jesús le responde: "Retírate de mí Satanás, ...porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres".
O sea, equivale a decirle que está pensando como los hombres, con la mentalidad del mundo que huye siempre del misterio de la cruz,  que huye de seguirlo, como camino único para llegar al Padre. 
Este anuncio Jesús también lo dirige a nosotros, para que asumamos que necesariamente debe dirigirse a Jerusalén para padecer y morir, y resucitar para  salvar a la humanidad, rescatándola del pecado.
A su vez, el texto proclamado hoy, habla de las condiciones para ser discípulo suyo, de modo que "El que quiera seguirme que renuncie a sí mismo, que cargue su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá, y que pierda su vida a causa de mí la encontrará"
Esta es una afirmación que implica mucha responsabilidad, renunciar a uno mismo, a todo lo que sea egoísmo, a todo lo que sea proyecto puramente humano para buscar siempre la voluntad del Padre, como Jesús buscó siempre en su vida la voluntad del Padre del Cielo.
¿Podría haber salvado Cristo al mundo sin la muerte en cruz? Ciertamente, pero asumiendo con la Encarnación todo lo humano, menos el pecado, quiso salvar a la humanidad llevando sobre sí las cruces que soporta el hombre a causa del pecado de los orígenes.
Pero, a su vez, estamos llamados a cargar   la cruz que nos toca, sin que necesitemos buscar ninguna porque vienen solas, y así, tantas dificultades, enfermedades, angustias, desvelos, el padecimiento de las críticas o la mala fama que  pueden levantar sobre nosotros. En fin, tantas cosas que asumidas y ofrecidas al Señor son verdaderas cruces. Obviamente que el mundo enseña  huir de todo aquello que sea padecimiento, porque la vida presente, dicen, debe ser únicamente disfrute y vivencia de todo tipo de placeres. 
Por eso es que Jesús no tiene muchos seguidores, por cierto y menos en este tiempo lleno de maldad.
Porque el hablar de la cruz en la sociedad de hoy obviamente es rechazado, pareciera que es algo del pasado, ahora somos tan modernos que no necesitamos de todo eso. 
Ahora bien, para ser discípulo de Cristo y seguirlo  implica todo un cambio de mentalidad.
Precisamente san Pablo, escribiendo a los cristianos de Roma (12,1-2) dirá: "No tomen como modelo a este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto".
Y dado ese cambio de mentalidad o metanoia, continúa diciendo, "Ofrézcanse ustedes mismos como una víctima viva, santa y agradable a Dios: este es el culto espiritual que deben ofrecer".
Ofrecerse al Padre por Jesús como víctima, ofrecerse en orden a entregarnos cada vez más a Él, significa no amoldarse al espíritu de este mundo que busca su propio halago, su propio esplendor, pero no seguir a Cristo que conduce al Padre.
Y esto es lo que hemos de llevar, sostener y predicar al mundo en el cual estamos insertos, siendo profetas del Señor. 
De hecho por el bautismo participamos de esta misión profética de Cristo, la cual aparece ya a través de Jeremías (20,7-9) como  agobiante.
Porque predicar y proclamar la verdad de Dios,  trae no pocas veces, enemigos, dificultades, incomprensiones de todo tipo, pero estamos llamados a inquietar las conciencias para que las personas se interesen por la conversión personal.
Y así, en esta misa, por medio de Nuestra Señora de Luján, patrona de Argentina, pedimos por la paz social comprometiéndonos a enseñar y predicar que con la violencia, con la lucha entre hermanos, no se logra absolutamente nada. 
Nuestro país está muy mal en todos los aspectos, ya lo sabemos, de allí, la necesidad de volver a Dios para que de la reconciliación con Él se llegue también a la reconciliación con los hermanos. 
Pidamos, entonces, muy especialmente, a la Virgen bajo la advocación de Nuestra Señora de Luján, que vaya cambiando el corazón de cada uno para que podamos realmente encontrarnos en serio con Dios y también con nuestros hermanos, que se venzan  los odios, y se aplaquen los espíritus levantiscos que muchas veces asuelan nuestra patria, consiguiendo así esta paz social tan deseada. 
Así como el Señor venció al mundo, así también nosotros unidos a Él y bajo la protección de María podemos hacer grandes cosas en la sociedad, en nuestros ambientes, en nuestra familia, en nuestra patria.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe, Argentina. Homilía en el domingo XXII del tiempo durante el año. Ciclo A. 03 de septiembre de 2023