23 de febrero de 2021

En medio de las tentaciones de cada día, contemplamos el obrar de Jesús para aprender cómo vencer al espíritu del mal y vivir en comunión con Él.

 


Hemos iniciado el sagrado tiempo litúrgico de  Cuaresma. Se trata de un recorrido de cuarenta días que desemboca en la celebración de la  Pascua, en la celebración del paso de Jesús por su pasión, muerte en cruz, resurrección y  posterior ascensión junto al Padre. Este tiempo de cuaresma, por tanto, es un período de privilegio para retornar a Dios.
Precisamente los cuarenta días permiten recordar los cuarenta años de la marcha del pueblo de Israel desde su salida  de Egipto hasta su entrada en la Tierra Prometida. En ese trayecto por el desierto el pueblo elegido  se encontró muchas veces con las pruebas, con las influencias del maligno que le hacían desear el retorno a Egipto prefiriendo la tranquilidad de la esclavitud a la libertad que se le prometía habitando la tierra de promisión.
Nosotros, peregrinando por este mundo, en medio de las tentaciones de cada día, contemplamos el obrar de Jesús durante su estadía en el desierto, para aprender cómo vencer al espíritu del mal y vivir en comunión con Él.
El texto del Evangelio (Mc. 1,12-15) nos dice que el Espíritu llevó a Jesús al desierto. Esto aconteció después de su bautismo, en el que el Padre dio su testimonio afirmando que Él es su Hijo amado y que hemos de escuchar. A su vez, el Espíritu descendió para ungirlo como enviado del Padre, siendo  ese mismo Espíritu el que lleva a Jesús hacia el desierto.
El texto destaca que Jesús “vivía entre las fieras, y los ángeles lo servían” evocando así la paz y armonía reinantes en el paraíso antes del pecado de nuestros primeros padres y que se perdiera posteriormente, restableciéndose nuevamente con el triunfo de Jesús sobre el maligno. Desde ese momento de la victoria de Jesús, la humanidad conoce que el maligno ya fue vencido y, que su poder es inocuo, si el ser humano no se deja seducir por  sus sugestiones pecaminosas. Y de esto tenemos certeza ya que en Cristo es tentada la misma Iglesia, la cual estará siempre protegida por la presencia del Señor, a pesar de las continuas pruebas.
En este sentido, como miembros del Cuerpo místico de Cristo, nosotros también, bautizados y marcados por el Espíritu Santo, somos conducidos  al desierto en este tiempo de cuaresma, que es el lugar del encuentro con Dios, principalmente por la oración, el ayuno y la limosna, como habíamos escuchado el Miércoles de Ceniza. Pero, a su vez, el desierto es  también el  momento de la prueba donde el espíritu del mal busca separarnos del Señor, trata de traernos hacia sí, encandilándonos con falsas promesas y espejismos. Como sabemos por experiencia, y al igual  que la tentación de Jesús en el desierto, el espíritu del mal no duerme ni descansa.
Al respecto, precisamente el papa Francisco decía hoy en el Ángelus, que durante el tiempo de cuaresma especialmente sufriremos los embates del demonio mucho más a través de las tentaciones, partiendo de nuestras debilidades y de nuestra historia personal de pecado porque el demonio busca nuestra condenación, es decir, que nunca lleguemos a la Vida Eterna. Es el combate espiritual que hemos de enfrentar y afrontar a lo largo de nuestra vida. Ese combate espiritual en el que el Señor y el demonio buscan conquistarnos y ciertamente espera Dios que solo a Él le respondamos.
Terminadas las tentaciones del desierto cuaresmal, o vencidas las tentaciones de cada día, alcanzamos la paz y equilibrio personal que fueron puestos a prueba, logrando  una armonía con Dios, con nosotros mismos y  con los demás. El sacramento del bautismo recibido nos otorga siempre la fuerza necesaria para vencer y progresar en la conquista personal de nuestro corazón  para vivir plenamente la consagración a Dios.
El texto del Evangelio dice además, que una vez vencida las tentaciones Jesús fue a proclamar la Buena Noticia de Dios en Galilea anunciando a viva voz “El tiempo se ha cumplido: el reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia”.
El tiempo se ha cumplido porque la cuaresma es un lapso de tiempo que se nos ofrece para renovar  la existencia humana retornando a Dios y así entrar de lleno en el reino inaugurado con la presencia de Cristo entre nosotros comprometiéndonos a vivir entregados a Él.
Convertirse y creer en la Buena Noticia  no es solamente un acto de fe, sino también una actitud permanente de llevar al mundo nuestro testimonio, no pensar que las cosas se resuelven meramente por acción de la Providencia; sino que se espera  que  también nosotros trabajemos y luchemos para que Él sea conocido en este mundo y podamos transmitir a los demás también, los modos, las maneras, para vencer al espíritu del mal presente no solamente en nosotros sino también en el mundo.
Pidámosle a Jesús que nos enseñe una vez más a vencer al espíritu del mal y nos conceda  la fuerza para poder llevar  a la práctica esta victoria.
Imploremos también muy especialmente la protección de aquella que aplastó la cabeza de la serpiente diabólica, la madre de Jesús y nuestra, la Virgen Santísima.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo I° de Cuaresma ciclo “B”. 21 de febrero de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.



19 de febrero de 2021

Cristo, hoy como ayer, olvidado por muchos, se dirige a la cruz para restaurarnos con su muerte en la dignidad de hijos adoptivos del Padre.

 

Comenzamos con el Miércoles de Ceniza el sagrado Tiempo de Cuaresma, una nueva oportunidad que nos brinda el Señor para encontrarnos con Él de un modo integral. Se trata de un tiempo especial para  recorrer el camino de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo, acompañarlo hasta el momento de la cruz, para llegar luego a la celebración de la Pascua, de su resurrección.

De manera que comenzamos un tiempo de penitencia, un recorrido que ha de conducirnos a una vida cristiana más plena. Como somos pecadores, necesitamos siempre convertirnos y, el Señor a través de la iglesia, nos brinda esa oportunidad cada año de renovar el espíritu de conversión. Convertirse significa dar la espalda a lo que es pecado contra Dios, contra el prójimo o contra nosotros mismos, abandonar la separación con Dios en la que quizás estamos comprometidos, para retornar a la vida de la gracia.
El  espíritu de penitencia  reclama y pide del Señor como meditamos el domingo pasado en el texto del Evangelio (1), que imitemos  al leproso diciendo a Jesús: “Señor, si quieres puedes curarme”.
Precisamente a lo largo de la cuaresma debemos repetir mucho esto, “si quieres puedes curarme”. Y esto, porque el Señor quiere curarnos y limpiarnos, siempre que haya un deseo sincero de agradarle a Él por medio de una vida nueva, porque Cristo se ha revestido de nuestras lepras, llevando sobre sí a la Cruz los pecados de la humanidad de todos los tiempos.
Cristo  se dirige a la cruz también como desechado de la humanidad, aquel que fue olvidado por todos en su momento, y que también hoy sigue siendo  el gran ausente en la vida del hombre, porque éste se ha elegido a sí mismo como referente único para su vida, su pensamiento y su obrar cotidiano.
Cuántas veces pensamos nosotros, ¿por qué Dios nos ha abandonado? ¿Por qué Dios no nos escucha? En realidad Dios no nos abandona y ciertamente nos escucha, es el ser humano el que ha abandonado a Dios, es el ser humano el que le abrió la puerta de su corazón y de su casa y le dijo, “vete de aquí, no quiero saber nada contigo, prefiero abrir mi corazón a la cultura de nuestro tiempo, a las costumbres de nuestro tiempo, que son más divertidas que seguirte a ti y tus enseñanzas del Evangelio”.
El ser humano ha desalojado a Dios de su corazón, lo ha sacado a Jesús y así nos hemos quedado como Adán y Eva en el paraíso, desnudos por haber perdido la inocencia original y privados de la gracia y ayuda de Dios.
Este tiempo de cuaresma entonces, es propicio para comenzar una vida nueva avanzando en el conocimiento del misterio de Cristo.
El signo de la imposición de cenizas que hoy se realiza, no solamente recuerda que el hombre es polvo y en polvo de ha de convertir, sino que también recuerda la necesidad de convertirse.
Precisamente al visualizar que somos ceniza y polvo, caemos en la cuenta que de nada vale la soberbia o el erigirnos sobre falsas grandezas humanas, ya que “sic transit gloria mundi”, o sea, así pasa la gloria del mundo. Volvamos nuevamente al espíritu de la pequeñez evangélica que nos ofrece el Señor con su gracia, ayudémonos  con los tres signos penitenciales, el ayuno, la oración y la limosna. Son ayudas para esta conversión, pero como decía San León Magno: “el ayuno ha de ser sobre todo ayuno del pecado, para que solamente habite en nuestro corazón la presencia del Señor”.
Vayamos entonces con paso decidido a encontrarnos con Cristo.


Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz,  Argentina. Homilía en el miércoles de cenizas, inicio del tiempo de Cuaresma. 17 de febrero de 2021.- http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-




16 de febrero de 2021

Cargando nuestros pecados en la Cruz, Jesús se convierte en leproso y marginado de la sociedad moderna.

 

Como acabamos de proclamar en la primera lectura extraída del Levítico (13,1-2.45-46), quien contraía la  enfermedad de la lepra era marginado de su familia y de la comunidad, tampoco podía participar del culto  en la sinagoga, excluido de todos como un paria debía gritar a su paso: “¡Impuro, impuro!” para que todos se apartaran de su presencia. Se consideraba que la lepra era fruto del pecado, que la persona  había sido maldecida por Dios  por medio de la enfermedad, lo cual no correspondía a la verdad. Así era la concepción que existía en el antiguo testamento y que  continuaba también en el tiempo de Jesús.
El relato sorprende al señalar que este hombre se acerca a Jesús, porque no podía estar cerca de alguien que estuviera sano, y también produce asombro a la gente que miraba el hecho, cuando  Jesús  conmovido manifiesta estar dispuesto a acercarse al enfermo.  
Nos dice el texto que este hombre se acerca a Jesús, se arrodilla y le dice, “si quieres puedes purificarme”. Es decir, es un acto de humildad y de fe, ya que el “puedes purificarme” reconoce el poder de purificación que tiene el Señor, y el “si quieres” señala a su vez que depende de  la voluntad de Jesús el hacerlo, y esto porque Jesús es el Hijo de Dios, no es cualquier persona.  Continúa el texto describiendo que el Salvador extendió la mano, lo tocó y dijo: “Lo quiero, queda purificado”, quedando limpio inmediatamente. Ante la actitud de este hombre, arrepentido de sus pecados porque seguramente él también pensaba que la enfermedad era fruto del pecado, se manifiesta la misericordia divina. Ésta súplica de curación implicaba también una súplica de perdón por sus pecados, y Jesús lo cura, indicando que tiene que ir al sacerdote para que certifique el signo y retornar  así  nuevamente a la comunidad y al culto.
A su vez le pide que no hable de esto, que no diga nada. Esta prohibición frecuente en el evangelio de san Marcos, forma parte del Secreto Mesiánico. ¿Qué es esto? La manifestación de que Jesús era el Mesías enviado del Padre, quedaría patente en el Misterio de la Cruz,  y al  divulgarse que había curado a alguien conduciría a ser considerado como un mesías político, un mesías nada más que humano y no como realmente lo  que era, el Hijo de Dios.
Es interesante esta actitud de Jesús conmovido por la súplica de este hombre,  por su estado, tanto físico como espiritual y su posterior curación como respuesta a su humildad y gran fe.
La actitud de Jesús de extender la mano  y curarlo se prolonga en el tiempo, ya que también hoy Jesús nos cura de nuestros pecados tendiéndonos la mano y tocándonos diciendo “quiero”. Lo hace a través del Sacramento de la Reconciliación, porque es en ese ámbito donde el creyente es curado de sus pecados. De allí que es muy importante ir preparando nuestro corazón, disponernos para reconocer que todos necesitamos ser purificados por el Señor.
Quizá el peligro que se corre hoy en día es que no pocos piensan que no pecan, o que lo que hacen no es ninguna falta, porque todo el mundo lo hace o porque  especulan en que la Iglesia tiene que ajustarse o acomodarse a la cultura de nuestro tiempo y aceptar cosas, acciones, que siempre fueron malas acciones. Relativizan la vida moral esperando vanamente que la enseñanza  de la Iglesia “se adapte” a la sociedad  de este tiempo y al pensamiento de la gente. Para conocer realmente la vigencia de los principios que siempre hemos sostenido desde la fe, ayuda mucho  discernir entre lo que es malo y procede del maligno o de nuestras pasiones y lo que es bueno y agradable al Señor.
San Pablo nos ofrece un medio concreto  para el discernimiento (I Cor. 10, 31-11,1) cuando afirma “sea que ustedes coman, sea que beban o cualquier cosa que hagan, háganlo todo para la gloria de Dios". Y así, analizando nuestros pensamientos, palabras, acciones y omisiones preguntarnos si todo eso se encamina a la gloria divina. Y al descubrir que algo no conduce a la gloria y beneplácito divino, sabremos  que se trata de una falta, de un pecado, que se debe evitar.
Si uno busca siempre la Gloria de Dios en cada acción que realiza, realmente estará lejos de esto, y al mismo tiempo servirá  de examen de conciencia para descubrir cómo está nuestro corazón interior. Recordemos que el pecado tiene también una consecuencia social, por eso sigue diciendo el apóstol “no sean motivo de escándalo ni para los judíos ni para los paganos ni tampoco para la Iglesia de Dios” o sea, no solamente el pecado lesiona mi amistad con Dios sino que también tiene una consecuencia en la Iglesia, en el prójimo.
Por eso es importante ir creciendo en esta actitud de humildad, descubriendo en qué cosas o de qué manera no damos Gloria a Dios, conociendo  así nuestro interior, necesitando  a su vez de la fe en Dios, porque mientras más lejos estemos de Él, menos reconoceremos lo que le agrada  o lo que le disgusta.
El texto del evangelio  recuerda que después de esta curación, “Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a Él de todas partes”. ¿Qué había sucedido? Lo seguían porque pensaban en un Mesías político, mientras que Él, contrariamente anticipa su testimonio en la Cruz, convirtiéndose en leproso, es decir, cargando todos los pecados de la humanidad consiguiendo así  ser un marginado en la sociedad.
Pidámosle al Señor que nos de su gracia para que podamos crecer en santidad en la vida concreta y, la fuerza para no temer acercarnos para que diga  a cada uno “quiero curarte en el sacramento de la reconciliación”.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 6to domingo durante el año. Ciclo “B”. 14 de febrero de 2020. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com





9 de febrero de 2021

Expulsando demonios de los cuerpos de los posesos, Jesús afirma que Él ha vencido el mal y nosotros podemos continuar su misión.

El libro de Job en la primera lectura (7,1-4.6-7) refiere a  la presencia del mal y su influjo en la vida del hombre, está presente también  el dolor y  la enfermedad. Job pareciera injustamente tratado por todo esto, porque su vida se orientaba a buscar la voluntad de Dios.

Y esto es así porque entra en crisis aquella concepción  existente que pensaba en la retribución del justo el cual sólo recibiría cosas buenas en esta vida, mientras que el malvado tendría  sólo  penas. En efecto, la realidad mostraba que no pocas veces acontecía lo contrario, el malvado triunfaba y el que hacia el bien era oprimido. Mientras otras culturas no tenían respuesta por parte de sus dioses, Job pregunta acerca de esto al Dios de la revelación, llegando a la conclusión que él no es nadie para hacer este planteo por lo que su actitud principal será vivir aquello que “Dios me dio todo lo que es bienestar, y Dios me lo quitó, por lo que sea bendito el Señor”.
De todos modos, no hay una respuesta total y efectiva a este planteo, la encontramos recién con la presencia de Jesús entre nosotros, ya que Él se hizo presente en nuestra historia para sanar nuestras enfermedades y vencer al espíritu del mal.
El texto del evangelio (Mc. 1, 29-39) presenta el hecho que  Jesús  con su presencia entre nosotros  está cerca de los padecimientos del hombre, de su dolor, de su  enfermedad, enseñándonos que el sufrimiento es propio de la naturaleza humana, consecuencia del pecado y, debe ser siempre mirado a la luz del Misterio de la Cruz. Expulsando demonios de los cuerpos de los posesos, afirma que Él ha vencido el mal y al maligno en la cruz redentora, de manera que aunque suframos muchas veces  la tentación, ésta es vencida si buscamos la unión con  su Persona  y sus enseñanzas.
El mismo Jesús nos muestra en el texto del Evangelio que dialoga permanentemente con el Padre en una oración que le devuelve la fuerza, que le da un mayor impulso misionero y por eso cuando Pedro le dice que todos lo buscan, Jesús le dice “vayamos a otra parte a predicar también en la poblaciones vecinas”.
Al igual que Jesús, los creyentes hemos de resguardar siempre  los momentos de oración con el Padre, para descubrir su voluntad y conocer los caminos mejores a transitar para que el misterio divino sea comunicado a todos los hombres y tengan por lo tanto, la oportunidad de responder a tanto amor recibido y mantener así en vivo la grandeza de nuestra dignidad de hijos adoptivos de Dios.
El papa Francisco en la catequesis del miércoles pasado alecciona sobre la importancia en nuestras vidas de la oración litúrgica, ya que sin ésta, el cristianismo estará sin la presencia de Cristo. Recuerda el pontífice que siempre ha estado presente entre los cristianos la tentación de vivir cierta religiosidad intimista alejada de la mediación  propia de los sacramentos especialmente de la Eucaristía. De hecho, en nuestros días, con motivo de la pandemia, observamos cómo se ha acentuado este tipo de religiosidad, la cual, sin desmerecer su impronta espiritual, ha soslayado la vivencia lúcida y activa de la liturgia celebrada dignamente en comunidad de fe.
En efecto, se está produciendo cierto apoltronamiento  y quietud  en todo lo que sea virtual, y quizás corremos el riesgo de pensar que ya no es necesario compartir en clima de fe, esperanza y caridad, hasta la Eucaristía misma. ¡Y qué decir de la indiferencia ante la Reconciliación con Dios por medio del sacramento porque quizás se piensa que ya nada es considerado pecado., al primar entre los católicos mismos, la subjetiva consideración de lo que es pecado en oposición a los mandamientos mismos!
De allí la necesidad de volver a las fuentes de la espiritualidad que es la liturgia misma, camino seguro para asimilar en nuestras vidas la mediación siempre salvadora de Jesús, y prepararnos de esa manera a la misión de evangelizar al mundo en el que estamos insertos.
Es por eso que deben resonar entre nosotros las palabras del apóstol (I Cor. 16-19.22-23): “hay de mí si no predicara el Evangelio” y  exclamar hay de mi si no soy capaz de llevar al mundo la presencia de Jesús, la enseñanza de Jesús, el mensaje del Señor, asegurando a todos que Jesús viene a curar nuestras dolencias.
No nos dice que va a superar o  eliminar la enfermedad y liberarnos de los límites que nos agobian no pocas veces, sino que otorgará a sus seguidores  el medio necesario para poder sobrellevarlos y que la victoria del maligno ya está, justamente por el Misterio de la Cruz.
La cruz del Señor es la que fortalece a cada uno para que en nuestro caminar cotidiano sepamos también vencer las fuerzas del maligno. Y así entonces mostrar al mundo que llevar el Evangelio y la presencia de Jesús en definitiva nos enaltece como personas y como hijos de Dios. Queridos hermanos vayamos al mundo  en el que vivimos, llevando el mensaje que Jesús nos transmite.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 5to domingo durante el año. Ciclo “B”. 07 de febrero de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com




2 de febrero de 2021

Como fieles profetas enviados al servicio de la Palabra, transmitimos la verdad inalterable manifestada por Cristo.

 

En el libro del Deuteronomio o Segunda Ley (Deut. 18,15-20),  Moisés comunica al pueblo  elegido que Dios  suscitará un profeta como él,  anticipando así la presencia  de Jesús, el nuevo Moisés en medio de  la comunidad. Pero mientras tanto, hasta que llegue el momento de la presencia del Salvador, el Señor envía en su nombre a numerosos profetas, manifestándose así de un modo nuevo, además de hacerlo  a través de la Ley, y de la sabiduría.
El profeta cuya misión no es anunciar meramente el futuro, sino que es el portavoz de la voluntad de Dios. Por eso, el texto bíblico recuerda que los profetas que Dios suscitará, deben decir lo que se les encomienda y nada más que eso.
Ahora bien, a lo largo de la historia de la Iglesia, conocemos por revelación divina, que ésta continúa la misión profética de Jesús. Nosotros como bautizados, y miembros de la esposa de Cristo, a su vez,  participamos de esta misión profética, por lo que hemos de transmitirle al mundo las enseñanzas recibidas del Señor. Por lo tanto, nadie esté autorizado a enseñar algo distinto o contrario, o hacer una libre interpretación de la misma Palabra de Dios.
De allí,  que es muy importante tener en cuenta  esto, porque hoy en día se siguen escuchando voces que reclaman que la Iglesia se acomode a las vivencias  y pensamientos  del mundo y se amolde a lo que la historia misma le va indicando.
Si desde la fe hablamos de la salvación de la historia indicando con esto que la verdad inalterable de Cristo se ha de transmitir íntegramente, se piensa ahora que la historia con sus vaivenes y cambios voluntaristas del pensamiento, debe “salvar” a la Iglesia. Sabemos, por el contrario, desde una mirada de fe, que la Iglesia tiene que ser siempre totalmente libre, ya que enviada por Dios, ha  de predicar y enseñar en medio del mundo, lo que a su vez ha recibido fielmente.
Es decir, la verdad revelada siempre es la verdad por ser divina su fuente, y no cambia porque el ser humano cambie o asuma otras modalidades. De manera que no pocas veces, al ser humano que aparece como enloquecido, atrapado por cosas raras, la Iglesia debe enseñar siempre el mensaje de Cristo nuestro Señor, no perder, podríamos decir, esa cordura que es propia de la verdad.
Urge esto sobre todo en un mundo como el nuestro, tan desorientado que no sabe a dónde ir, donde se va imponiendo el que cada uno tiene derecho a manifestarse como se autopercibe, y así si yo me autopercibo que soy un gato, todo el mundo debe reconocerme como tal porque ese es mi derecho. Ante estos desvaríos  la Iglesia debe estar siempre por encima de todas estas locuras que se plantean en la sociedad, y proclamar al ser humano que ha caído en el relativismo moral y que piensa que todo aquello que desea y quiere es verdadero,  que no es así, y que lo que quiere y desea no siempre responde a la verdad.
Si tomamos el texto del Evangelio (Mc. 1,21-28) nos encontramos con Jesús como el nuevo Moisés, que enseña en la sinagoga de Cafarnaúm. Es allí donde  la gente descubre que habla de una forma nueva, “con autoridad y no como los escribas” que sólo repetían lo que habían aprendido, mientras que Jesús  transmite desde su condición divina humana.
A su vez, la palabra que enseña Jesús con autoridad se certifica a través de hechos concretos. Dice el texto que en la sinagoga había un hombre endemoniado y, que el espíritu del mal grita “ya sé quién eres, el Santo de Dios”. Sin embargo, el espíritu ignora  cuál es la misión de Jesús,  siendo de inmediato expulsado del poseído.
A su vez, expulsando al demonio, Jesús  manifiesta que viene a eliminar toda esclavitud, viene al liberar al hombre de todo aquello que le impida adorar a su Señor y servirlo de todo corazón, de manera que expulsando al espíritu del mal está expresando un mensaje muy fuerte: “Yo no solamente les enseño con autoridad sino que obro con autoridad, aquel que venga ante mí y me exponga cuáles son sus limitaciones, cuáles son sus problemas, cuales son dificultades para servir a Dios, estoy yo para ayudarle a conquistarse a sí mismo, para vivir en libertad y de esa manera servir a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la vida”.
Esta actitud de profeta, que podemos identificarla con una recta enseñanza, la notamos también en el apóstol San Pablo en la segunda lectura de hoy (1 Cor. 7, 32-35). El apóstol nos habla por un lado de la vida consagrada a Dios, ya sea por el celibato o por la virginidad, y por el otro se refiere a la vida matrimonial.
 ¿Qué es lo que enseña el apóstol? Cada uno debe discernir qué es lo que Dios quiere para  si, de qué manera quiere que le rinda culto y de qué manera quiere que a través de mi elección le sirva de corazón y también pueda enseñar y ser ejemplo para los demás.
¿Cuál es la enseñanza que nos deja? Dice que el que vive el celibato o la virginidad puede entregarse a Dios con un corazón indiviso. Mientras que en el matrimonio, tanto el marido como la mujer buscan agradarse mutuamente y tienen que ocuparse de las tareas propias de la familia, de lo que refiere al matrimonio; de modo que este marido o esta mujer se entregan a Dios pero siempre mediante la entrega a la otra persona, o a aquello que realizan a diario.
Aquel en cambio que no ha elegido el matrimonio, aunque considere  ese estado de vida como bueno en sí mismo, pero no para sí, se une a Dios con un corazón no dividido. Es cierto que el que ha elegido el celibato o la virginidad para seguir al Señor puede en algún momento hacerse trampa a sí mismo y buscar otras dependencias que coartan esa entrega total al Señor, pero de hecho la primera elección se orienta a la unión con Dios con un corazón no dividido.
A nosotros como bautizados, como profetas del nuevo testamento, participando de la misión profética de la Iglesia, hemos de llevar al mundo las enseñanzas de Jesús manifestando así lo que previamente hemos vivido. Sabemos que la gracia de Dios nos acompaña y en la medida que seamos fieles en la transmisión de la verdad conocida, el Señor estará con nosotros y esta enseñanza dará sus frutos.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 4to domingo durante el año. Ciclo “B”. 31 de enero de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com