28 de diciembre de 2020

La familia humana debe ser una escuela en la que los hijos y los padres crezcan en gracia, o sea en amistad con Dios.

 

 

Nuevamente la palabra de Dios como en Navidad, nos presenta esta hermosa estampa de la ida de Jesús llevado por María y José al templo de Jerusalén.
La presencia de esta familia,  nos está diciendo que Dios ha querido que su Hijo hecho hombre naciera en el seno de una familia. Manifiesta este hecho que en la Providencia de Dios la familia está constituida por un papá, por una mamá y los hijos. Que todas las demás “familias” que el hombre ha inventado en el decurso del tiempo, formadas por  dos padres o dos madres, nada tienen que ver con lo que Dios nos enseña. Por eso la Sagrada Familia es un ejemplo para nuestra vida, ya que  manifiesta la  verdad  acerca de esta institución tan hermosa.
En efecto, lo que Dios quiere de una familia y, como ésta se constituye y  se forma, lo contemplamos en la familia de Nazaret. Y así resulta, que el creyente al contemplar  a la Sagrada Familia y su constitución, no tiene posibilidad de equívocos al considerar lo que es una familia como hoy lamentablemente muchos se preguntan o discuten o dudan.
Para el creyente no debe haber ninguna duda, está bien claro desde el principio, pero sigamos avanzando.
El texto evangélico (Lc. 2,22-40) señala el  hermoso gesto de ofrecer al Niño recién nacido a Dios, porque todo varón primogénito debe ser ofrecido, presentado junto con un par de tórtolas o pichones de palomas, recordando así la salvación de Israel de Egipto.
¿Recuerdan la noche  de la liberación cuando  el ángel del Señor extermina a los primogénitos egipcios? De manera que este gesto debía recordar este hecho salvífico, siempre la memoria del pasado pero que se proyecta iluminando el presente y mirando el futuro.
¿Qué nos enseña la Sagrada familia? Me permito recordar lo que el papa  san Pablo VI en el año  1964 dijera en su visita a Nazaret. En ese lugar  el papa expresa su deseo ya imposible de realizar,  de contemplar personalmente cómo fue la niñez de Jesús.
Ahora bien, casi furtivamente se desplaza en la memoria del pasado para actualizar sus enseñanzas.  
La primera enseñanza es la del silencio que rodea a la casa y a la familia de Nazareth, que se transforma en oración, en contemplación de Dios.  Lamentablemente hoy la familia está caracterizada muchas veces por el bullicio, nadie se escucha, todos hablan al mismo tiempo, o se aturden con otras cosas para no escuchar ese bálsamo del silencio del encuentro con Dios y el encuentro con las demás  personas.
Este silencio se perfecciona con una segunda enseñanza, la de la unión entre los miembros de la familia, la comunión, la búsqueda  de lo mejor  por parte de cada uno contribuyendo al bien de la familia toda y de cada integrante. La vigencia del amor que supera las discordias, las disputas, el amor que es capaz de vivir lo que señala el apóstol San Pablo  cuando afirma que el amor no se enoja, el amor perdona, el amor busca el bien de los demás. (I Cor. 13)
Por último, destaca el papa una tercera enseñanza, la del  trabajo, o sea, el hogar de Nazaret escuela de trabajo. Contemplamos la sencillez de José trabajando para dar el sustento a su familia, y al mismo tiempo  dando  ejemplo para que el Hijo de Dios hecho hombre descubra en cuanto hombre, que la ley del trabajo forma parte de la voluntad de Dios. En y por el trabajo, el hombre se dignifica, descubre sus capacidades  a desarrollar, pone al servicio de los demás sus cualidades y también colabora  con Dios para que se descubra entre los hombres la grandeza de la creación.
En nuestro tiempo, y especialmente en nuestra Patria, se ha perdido la valoración  de la ley del trabajo en la familia.  Muchas veces predomina la pereza, la agachada de hacer lo menos posible, el tratar de vivir a costa de otros  y no contribuir con la labor personal y cotidiana. Se ha perdido la cultura del trabajo como dignificante del hombre y se prefiere no pocas veces, vivir de la dádiva, de los planes y de las ayudas permanentes de todo tipo. Los poderes públicos en vez de promover el deber y el derecho al trabajo digno para cada persona y dejar así de vivir esclavizados,  perdura el sometimiento de los pobres por medio de los continuos  beneficios.
Mirando la Sagrada Familia, entendemos que es en ella, la familia, el lugar y espacio necesarios para la formación y crecimiento del ser humano.  
Precisamente, el texto del Evangelio invita a  cada hijo a crecer en sabiduría, o sea en el conocimiento que engrandece a la persona humana, y al mismo tiempo en gracia, en amistad con el Creador.
En efecto, la familia debe ser una escuela en que los hijos y los padres crezcan en gracia, o sea en amistad con Dios.
Este buscar crecer en la amistad con Dios va más allá de lo ocasional del tiempo en el cual vivimos, sino que mira al futuro, ya que quien trata de vivir en gracia, en amistad con Dios, aspira a encontrarse con Él en la vida eterna. ¡Cuántas cosas  podríamos decir acerca de la Sagrada familia de Nazaret como modelo para nuestra familia!
Recordemos las palabras de Simeón, y apliquemos a nuestra vida temporal, deseando morir en paz  cuando Dios disponga, porque ha llegado la salvación.
Pidámosle al Señor que el Salvador ilumine nuestra existencia y  permita crecer como personas, como hijos adoptivos suyos.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret, ciclo “B”. 27  de diciembre de 2020. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-




26 de diciembre de 2020

En el Niño recién nacido para salvarnos y hacernos hijos adoptivos del Padre, contemplemos la presencia de los desechados del mundo.

¡Qué hermosa imagen ésta de los pastores yendo a adorar al niño! Una imagen cargada de ternura, la ternura propia de los sencillos, de los humildes, que se conmueven ante el niño recién nacido. Precisamente muchas veces hemos escuchado que los pobres cuidan a sus hijos porque allí está su riqueza, no ponen su esperanza en los bienes de este mundo, algo común entre los opulentos, ni buscan cubrirse de gloria y poder en esta vida temporal, sino que se conforman con poco y se  llenan de ternura ante el nacimiento de un niño,  ante la presencia de la vida.

Y justamente el nacimiento de Jesús es un cántico a la vida, no solamente a la vida humana sino también a la vida divina, porque el Hijo de Dios se hace hombre, para que el hombre sea hijo de Dios y pueda algún día compartir la gloria de la eternidad con el Padre, con el Hijo, con el Espíritu Santo.
¡Qué imagen hermosa la presencia del niño! Es la manifestación, como dice San Pablo a su discípulo Tito, de la misericordia de Dios. No por obra de nuestra justicia el Hijo de Dios viene a nosotros, sino que incluso a pesar de nuestros pecados y de nuestros innumerables rechazos a Dios, el Señor viene a mostrarnos un camino nuevo.
Ahora bien, en el Cristo Niño están presentes todos los desechados de este mundo. Así lo expresa el papa Francisco y no pocos obispos en sus homilías navideñas al insistir en contemplar la presencia de los rechazados  del mundo en la figura del niño recién nacido.
Por eso los pastores son los únicos que se dirigen  presurosos a adorar al recién nacido, son humildes y sencillos.
Los poderosos de este mundo, empezando por nuestra patria, políticos o interesados en el aborto,  miran al niño con ojos de codicia, su presencia estorba a sus planes de destruir la vida que todavía no ha nacido. Ellos  no recibieron el anuncio del Ángel  Gabriel, sino del ángel caído, del espíritu del mal, que en todo niño no nacido y su destrucción posterior, se ilusiona con matar al Salvador, como Herodes, al acecho de los inocentes.
Y esto es tremendo, porque los que piensan en que muchos son desechos del mundo, quizás ahora apoltronados en el poder, se creen  seguros e  impunes, y no  calculan que la soledad, la angustia, o el remordimiento está allí presente o lo estará.  Al respecto, señala el salmo segundo  que mientras los poderosos se ponen de acuerdo para destruir al Mesías, Dios se ríe de ellos y prepara su destrucción.
Por eso debemos hacernos como niños e ir al encuentro de Jesús, y allí escuchar las maravillas que se dicen de Él, para luego  comunicarla: ¡Nos ha nacido un niño! Signo de la alegría para el hombre caído, como recuerda el profeta Isaías.
Dejemos que la inocencia de este niño, la debilidad, la pequeñez de este niño penetre en nuestro corazón y nos haga también como niños, que es lo que tantas veces nos dice Jesús en el Evangelio, hacerse como niño, qué hermoso ver la sonrisa de un niño recién nacido, me imagino el gozo y la alegría de María y de José ante el niño que se sonríe, que levanta sus manitas dirigidas a su madre, que busca acercarse a quienes lo cuidan.
También nosotros hemos de cuidar a Jesús en los desechados de este mundo, en los débiles, en los enfermos, en aquellos que necesitan una palabra de aliento, en los pobres que trabajan pero no les alcanza el dinero y quienes  podemos ayudar.
Es importante dejar de lado de nuestra vida todo lo que es, recordaba el papa anoche, mundanidad, frivolidad.  La mesa de navidad es algo totalmente distinto a lo que muchas veces la sociedad de consumo continúa  imponiendo. El ser humano hoy está hambriento y sediento de Dios, pero mientras quiera o pretenda seguir saciando esta hambre y esta sed de Dios llenándose de cosas, de placeres mundanos, de diversiones, el vacío será cada día más hondo.
Lo vemos en cada Navidad, ¡cuántas personas  se preparan para los festejos pensando únicamente en emborracharse, en divertirse de cualquier forma, honrando así  a  sus propios deseos!
En estos días no pocos partidarios del aborto saludarán  a otros con  el tradicional ¡Feliz Navidad!, pero en su interior, siguiendo sus malas intenciones ya han quitado la vida a Jesús  antes que naciera.
Solamente si uno se colma de la caricia de Dios, de la alegría de Dios, del amor de Dios puede encontrar la plenitud en su corazón. Ojala nos despierte el llanto de este niño, no de malhumor sino para caer en la cuenta de dónde pasa la centralidad de la historia humana, no pasa en lo pasajero, sino en lo que perdura.
En este día de navidad habrá muchas personas solas, sin nadie con quien compartir, pero si lo tienen a Jesús en su corazón estarán compartiendo lo mejor y alcanzarán esa alegría que el mundo no puede conceder, porque el mundo nos da una alegría pasajera, efímera, la presencia del Señor, en cambio,  siempre es duradera.
Pidámosle a Jesús que ha nacido entre nosotros que nos siga iluminando en este tiempo de navidad que hemos iniciado, que nos siga fortaleciendo para ir profundizando en el verdadero sentido de su nacimiento entre nosotros.
A Jesús lo contemplaremos de nuevo el domingo al celebrar la Sagrada Familia, inserto en una familia. Familia humana a la cual también en nuestro tiempo se quiere destruir, deshacer, porque también el espíritu del mal sabe que la familia, educadora de sus hijos es la mejor defensa que tiene el ser humano ante sus pretensiones  de querer esclavizar al hombre.
 Vayamos, por tanto,   al encuentro de Jesús y que Él permanezca para siempre con nosotros.


Textos bíblicos: Isaías  62, 11-12; Tito 3, 4-7; Lc. 2, 15-20.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Solemnidad de Navidad. 25 de diciembre  de 2020. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.





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21 de diciembre de 2020

El Mesías llega a nosotros sin que lo busquemos y quiere compartir todo nuestro existir.

 En el segundo libro de Samuel (7, 1-5.8b-12.14ª.16) que acabamos de proclamar, se describe  cómo el rey David quiere construir una casa para el Arca de la Alianza. El profeta Natán apoya este gesto, pero después el mismo profeta, instruido por Dios, le dirá que la voluntad de Dios es que esta casa sea construida por su sucesor, el rey Salomón.
Sin embargo, nos encontramos con un hecho importante ya que Dios le gana de mano a David dado que no será el rey  quien construya una casa a Él, sino que el Señor es quien le construirá una casa a David, entendiendo por casa una dinastía regia. Y así se le recuerda a David todo lo que Dios hizo por él a lo largo del tiempo y se le muestra que todo eso en la providencia apunta a la fundación de una casa real para que de su descendencia naciera el Mesías. De manera que anuncia el texto bíblico lo que sucedería en el futuro, mientras la historia sigue su curso y los profetas siguen anunciando la venida del Mesías.
De esta venida del Mesías se hace eco también el apóstol San Pablo escribiendo a los cristianos de Roma (16, 25-27), cuando dice “yo anuncio, proclamando a Jesucristo, y revelando un misterio que fue guardado en secreto desde la eternidad y que ahora se ha manifestado.” Es decir que cuando llega la plenitud de los tiempos, Dios se hace hombre en el seno de una mujer e ingresa en la historia humana para realizar aquello que habían anunciado los profetas, la venida del Emanuel, que significa Dios con nosotros.
El cardenal Cantalamessa que es el predicador del sumo pontífice, decía precisamente el viernes pasado en la última predicación de adviento, que el Emanuel, Dios con nosotros, implica que Dios viene al encuentro del Hombre. Así como Dios construye una casa real para que nazca el Mesías, ese Mesías viene a nosotros sin que nosotros lo busquemos y quiere compartir todo nuestro existir, ese es el misterio grandioso que viene a predicar Pablo y que la iglesia prolonga en el decurso del tiempo. Un Dios que se hace hombre para interesarse por el hombre, por sus cosas, por sus problemas, por sus vicisitudes.
No se trata de algún  dios  pagano, que está  a lo lejos, encima de todo y al cual nadie puede acercarse, sino que es el Dios que se abaja como incluso enseña la Escritura, para entrar en la historia humana.
Es el Dios que no quiso retener su dignidad divina sino que tomó carne humana haciéndose semejante a nosotros en todo menos en el pecado. A su vez, cada año  viene también Jesús a nosotros por medio de la Virgen María cuando se le anuncia que fue elegida para ser madre del Salvador y ella acepta esta elección.
Tengamos en cuenta lo que esto significó en aquél momento, el que una mujer que todavía no se había casado quedara embarazada,  sin embargo Ella confió  en el poder divino y dijo: “yo soy la servidora del Señor, que se haga en mi según tu palabra”. María no especuló para entregarse totalmente, no estuvo midiendo los riesgos que esto significaba, sino que entendió lo que se le proponía y aceptó.
Además afirma el apóstol San Pablo en la segunda lectura, que este misterio fue dado a conocer a todas las naciones para llevarlas a la obediencia de la fe. En este sentido, María también conoció este misterio y fue llevada  a la obediencia de la fe por lo que dijo sin vacilar que aceptaba la maternidad divina.
A nosotros también se nos pregunta: ¿queremos recibir a Jesús? ¿Vamos a estar dando vueltas? ¿Estamos ocupados preparando la fiesta de Navidad  poseyendo todos los bienes que podamos  aún en medio de la pandemia? ¿Pensamos meramente en  los regalos, en las visitas?¿Nos dejamos atrapar por la sociedad de consumo?, ¿Ahí está puesto nuestro interés, el acento de nuestra vida? Si así fuera, no fuimos llevados a la obediencia de la fe. No hemos entendido lo que significa ser llevados a la obediencia de la fe, de allí la necesidad de imitar a María y con firmeza decir, yo estoy acá para servirte, no dudo más.
No prometo entregarme a Dios la semana que viene o en un mes cuando las cosas sean mejores, cuando no esté el covid; sino que ya digo que la palabra de Dios se haga carne en mi corazón, quiero ya entregarme al Señor totalmente y así si esa es la principal decisión nuestra en estos días tenemos la seguridad que nuestra vida cambia totalmente, despeja toda duda, nos saca todo espejismo de felicidad en la cual podemos estar insertos, deja de lado toda fantasía de gozo y placer que no pase precisamente por la aceptación del Hijo de Dios hecho hombre.
Queridos hermanos, quizás decimos que esta reflexión es excelente pero  nos preguntamos ¿cómo llevamos a cabo todo esto?, ya que María también preguntó cómo sería posible lo que se le manifestaba.
Seguramente nos sentimos débiles, indecisos, inconstantes, pero llevados a la obediencia de la fe confiamos en que como aconteció a María, el Espíritu Santo vendrá en nuestro auxilio “y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”. Es decir, digamos nosotros que sí y Dios hará el resto, transformando nuestro corazón  y nuestras intenciones, ayudándonos a adherirnos a su Providencia.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el cuarto domingo de Adviento, ciclo “B”. 20  de diciembre  de 2020.

http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-





15 de diciembre de 2020

Desbordantes de alegría en el Señor que viene, testimoniemos que la salvación requiere la adhesión al Hijo de Dios hecho hombre.

Siguiendo avanzando en este tiempo de Adviento, encontramos una nota característica en la liturgia de este día, llamado domingo gaudete, en referencia a la antífona de entrada que dice “Alégrense siempre en el Señor” (Fil. 4,4), que  llama a la alegría en Dios. 
 
Justamente San Pablo escribiendo a los cristianos de Tesalónica (1 Tes. 5, 16-24) afirma claramente: “Estén siempre alegres” refiriéndose por cierto a que esa alegría es en el Señor en consonancia con lo que enseña  a los cristianos de Filipos. Alegres en el Señor refiere a la  felicidad que colma a todo aquel que vive en comunión con Jesús.

La diferenciamos de la alegría frívola que parte de la complacencia con las cosas pasajeras y el placer efímero que produce, y mucho más apartada de la alegría que proviene por la complacencia en los actos causados por la maldad como veíamos en estos días en los rostros de no pocos ante la aprobación de la ley inicua  del aborto en la cámara de diputados. Era la alegría ante la aprobación de la matanza de los inocentes, eso no es alegría en el Señor.
La alegría en el Señor mira siempre al fin último sobrenatural del hombre que es la Vida eterna, la cual  da sentido y vigor al caminar  del hombre por este mundo, mientras que la alegría mundana o la provocada por el mal sólo  aspira a una felicidad pasajera, según dure la  existencia  en este mundo.
El papa Francisco en el ángelus de hoy insistió mucho en la alegría que debe reinar en el corazón de los creyentes, y así decía el papa que no debemos tener cara de velorio, sino manifestar en el rostro  el gozo que nos colma por la unión con Dios, rostro que vive de la esperanza.
No quiere decir esto que nos desentendamos de lo que sucede alrededor nuestro, -de hecho  hay muchos motivos de estar triste por tantas cosas negativas-, pero eso significaría quedarnos anclados únicamente en lo pasajero, en lo terrenal, propio del sin esperanza, nuestra mirada de creyentes ha de dirigirse mucho más allá  de lo negativo percibido.
Precisamente completando esto, el cardenal Cantalamessa en su segunda meditación de Adviento, el viernes pasado, exhortaba a que volvamos a poner nuestra mirada en la eternidad, porque es lo único que le da sentido a la vida humana. Si el hombre se queda meramente con lo terrenal, con el espacio histórico temporal en el cual se mueve, caerá  en la angustia, en el pesimismo.
A veces nos preguntamos dónde está el Señor que parece ocultarse o  que nos ha abandonado, pero si vivimos la alegría en Él, posando  nuestra mirada  en la Vida Eterna, todas las dificultades son contempladas  como  gracias otorgadas, como pruebas concedidas para la purificación interior de cada uno.
Y así, los sufrimientos  de este mundo tienen un carácter de eternidad, no son la pasión inútil de alguien que no le ve sentido a nada sino de quien va más allá incluso de sus miserias.
Dado que esperamos la eternidad es que tenemos un caminar, una mirada totalmente nueva, por eso el apóstol  san Pablo  desea que “el Dios de la paz los santifique plenamente, para que ustedes se conserven irreprochables en todo su ser –espíritu, alma y cuerpo- hasta la Venida de Nuestro señor Jesucristo”. Este reclamo de permanecer irreprochables ha sido repetido varias veces en este tiempo de Adviento. ¿Se acuerdan  de la carta de San Pablo a los efesios (Ef, 1, 3-6.11-12) el 8 de diciembre? Permanecer irreprochables hasta, dice Pablo, la venida del Señor Jesucristo, porque una vez que estemos en la vida eterna ya estaremos gozando plenamente de Dios, sabiendo dice el apóstol, que quien los llama es fiel y así lo hará. En un mundo donde no siempre se vislumbra la fidelidad, el texto nos asegura que Cristo es fiel, ese Cristo al cual anuncia Juan el Bautista como lo acabamos de escuchar en el texto del Evangelio (Jn. 1, 6-8.19-28).
Juan Bautista que predica en el desierto, no solamente en el desierto geográfico, sino en el desierto de una humanidad que no escucha, alienta a que sigamos proclamando al Señor que viene para que alguien pueda escuchar esa voz y animarse a seguir a Cristo.
En este sentido, Juan Bautista dice “en medio de ustedes hay alguien a quien no conocen”, palabras que también deben resonar en el mundo actual, ya que Cristo no es conocido, es el gran desconocido, o si se lo conoce, se lo conoce como  referencia histórica y nada más, no como alguien a quien  nos adherimos como  Hijo de Dios hecho hombre.
Juan Bautista nos invita en su predicación a ser nosotros también testigos como lo fue él, insistiendo en que todos preparemos el camino, allanemos los senderos tortuosos para que el Señor venga. Es decir, hagamos desaparecer las dificultades que impiden la llegada del Señor. Y Juan Bautista, entonces, también a nosotros nos dice que demos testimonio. Ser testigo significa hablar de lo que uno ve, de lo que uno cree, a través de los ojos de la fe y nosotros hemos visto al Mesías, que viene al encuentro de todo hombre de buena voluntad.
¿Y quién es el Mesías? ¿Quién es Jesús? Es aquel que anuncia Isaías como acabamos de escuchar en la primera lectura (Is. 61, 1-2ª. 10-11). El profeta  proclama aquellas estas palabras que Jesús se atribuye así mismo: “el Espíritu del Señor esta sobre mí, porque el Señor me ha ungido, el me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor”. La figura del Mesías entonces se agiganta porque se acerca a nuestras miserias, a nuestra vida y nos manifiesta que quiere transformar la existencia humana.
El mismo profeta confiesa que “desbordo de alegría en el Señor, mi alma se regocija en mi Dios", palabras que aplicadas a nosotros significan que  regocijados interiormente en Jesús  hemos de ir  al encuentro de la sociedad en la que estamos insertos, para dar testimonio de nuestra fe, sin cansarnos de predicar que la salvación pasa por la adhesión al Hijo de Dios hecho hombre, Jesucristo Salvador, ya que  allí está la transformación de la vida y de la historia humana.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el tercer domingo de Adviento, ciclo “B”. 13  de diciembre  de 2020. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-



10 de diciembre de 2020

Que María Santísima aplaste la cabeza del espíritu del mal, mientras luchamos defendiendo la vida humana, en la que está presente Cristo.

Realmente es un regalo del Cielo el que podamos celebrar esta fiesta de la Inmaculada Concepción de María. Aparece en todo su esplendor y belleza la grandeza de la Madre del Hijo de Dios hecho hombre y Madre nuestra.  La fe firme sobre las verdades que nos enseña la Iglesia  nos da a conocer que a través de María recibimos múltiples bendiciones.  De hecho en la carta del apóstol San Pablo a los efesios (1,3-6.11-12), que acabamos de escuchar, se nos recuerda que fuimos elegidos desde antes de la creación del mundo en Cristo, que además se nos ha preferido por encima de todo ser creado para ser hijos adoptivos de Dios; y más aún todavía, que somos por la filiación divina,  herederos de la Vida Eterna.
Todo esto nos habla de cuánto nos ama Dios, cuánto piensa en nosotros que nos ha creado para algún día alcanzar su misma vida. Por eso, este proyecto de Dios es un designio que engrandece al ser humano. Lamentablemente el pecado original, que hemos recordado en la primera lectura (Gén. 3, 9-15.20), hiere este proyecto divino, y así habiendo sido creados llenos de bendiciones y de gracias, quedamos sujetos a la muerte y al pecado.
La desnudez en la que se encuentran Adán y Eva indica la pérdida de la inocencia, el quebranto de la amistad con Dios, porque justamente el pecado deja al descubierto nuestra fragilidad, desnudos delante del Señor, totalmente desvalidos, totalmente miserables. Pero Dios, que no se deja ganar en generosidad, sigue confiando en nosotros y por eso resuelve enviar a su Hijo para que se haga hombre en el vientre de una mujer y, así entonces mostrarnos el camino de la Salvación, el camino que conduce al encuentro de Dios en la Felicidad Eterna.
Y para realizar este proyecto piensa en María, también ella participa de esta elección que nos dice el apóstol San Pablo, fue elegida desde toda la eternidad, pero en previsión de los méritos de Cristo, fue preservada del pecado original cuando ella se gestaba en el seno de su madre.
Por tanto, ahí  tenemos entonces a María, limpia y pura, libre de todo pecado, ofreciéndose a ser la servidora del Señor, aceptando ser la madre del Salvador, accediendo a que la sombra divina la cubra con su poder y que quien nacerá de ella sea llamado Santo y Salvador.
¡Qué hermoso realmente este camino de grandeza de María Santísima!. Ella fue siempre fiel a Dios, de allí que se  presente  como ejemplo. Se muestra como modelo, no solamente como alguien a quien se imita, no meramente como quien está posando inmóvil ante un pintor o un escultor, sino que María es modelo porque nos presenta un ideal de vida y porque además viene a nuestro encuentro para acompañarnos en este camino por este mundo ayudándonos a encontrarnos cada vez más con su hijo, para llevarnos a la Gloria que no tiene fin.
Queridos hermanos: al igual que María estamos llamados a cosas grandes, a vivir con dignidad. Precisamente por la primera oración de esta misa suplicábamos a Dios que por la intercesión de María Santísima podamos llegar algún día a la Gloria, limpios de todo pecado, y allí glorificar a Dios, cantando alabanzas eternamente.
Pidámosle a María Santísima a su vez, que proteja toda vida. Al respecto, los obispos de Argentina han pedido que hoy hagamos una jornada de oración por la protección de la vida, por eso al final de la misa vamos a rezar la oración del papa San Juan Pablo II justamente suplicando el respeto por la vida naciente y por toda vida.
El espíritu del mal, así como tentó a Eva y a Adán en el comienzo de la historia humana, seduce  al ser humano, a aquellos que no buscan a Dios sino su propio parecer,  a aquellos que buscan cómodamente las soluciones fáciles a los problemas, y suscitan en el corazón de muchos el odio a la vida,  el desprecio  homicida hacia el niño por nacer.
Por eso, hemos de pedir a María Santísima que pise la cabeza del espíritu del mal, como enseña la sagrada Escritura, y mientras tanto nosotros mismos luchemos defendiendo la vida, sabiendo que allí está presente Cristo Nuestro Señor.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María Santísima. 08 de diciembre  de 2020. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-





7 de diciembre de 2020

Después de Juan Bautista, llega Jesús que bautiza con el Espíritu Santo a todos los que creen en Él y obran según su voluntad.

Continuamos  caminando  en  el hoy salvífico en el que el Señor que viene se va mostrando cada vez más al hombre necesitado de ser rescatado de sus pecados  y liberado de los agobios  que lo abruman y que muchas veces  le hacen pensar que nada puede hacer para cambiar la historia humana.

La Palabra de Dios, tan rica y siempre actual, nos ilumina en el presente de nuestra vida para darle un sentido nuevo y siempre renovado.
El texto de Isaías (40, 1-5.9-11)  forma parte de una profecía dada a conocer con motivo del regreso  del pueblo de Judá que se libera del exilio de Babilonia por edicto del rey Ciro, regresando a Jerusalén.
“Llega el Señor  con poder y su brazo le asegura el dominio”, anuncia cómo Dios se hace cargo de su pueblo guiándolo en la nueva vida del retorno. Más aún, recuerda que “como un pastor, él apacienta su rebaño, lo reúne con su brazo; lleva sobre su pecho a los corderos y guía con cuidado a las que han dado a luz”.
De esta manera Dios asume el papel de consolar a su pueblo, de curar sus heridas y fortalecerlo  para que siga en su camino de fidelidad  a quien lo ha  sacado de la esclavitud del exilio.
Pero a su vez, el pueblo mismo debe consolar a los que sufrieron las consecuencias de la humillación  de  Jerusalén, por lo que  ha de ser realidad el grito de “¡Consuelen, consuelen a mi Pueblo, dice su Dios! Hablen al corazón de Jerusalén y anúncienle que su tiempo de servicio se ha cumplido, que su culpa está pagada, que ha recibido de la mano del Señor doble castigo por todos sus pecados”.
Pero llevar consuelo implica a su vez reclamar la conversión del corazón,  para  recibir al Salvador que quiere la liberación de todos.
El apóstol san Pedro (2da  Pt. 3, 8-14)  continúa con esta línea de pensamiento  asegurando que Dios “no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan” y ante la objeción de quienes dicen que el Señor tarda en llegar explica que en la eternidad de Dios no existe el tiempo,  por lo que  aquello que es interminable  para el hombre, para el Creador es un instante y, si tarda en llegar  es porque tiene paciencia con todos esperando la conversión  de cada uno  y la asunción de una vida  ejemplar por lo que es necesario procurar “vivir de tal manera que Él los encuentre en paz, sin mancha ni reproche”.
La figura central de este domingo es por cierto Juan Bautista, el último profeta del Antiguo Testamento y primero del Nuevo (Mc. 1, 1-8).
Repite el mismo mensaje de Isaías reclamando la necesidad  de preparar  el camino del Señor viviendo el espíritu de conversión para el perdón de los pecados  que se continúa  en una vida de abnegada entrega al plan salvífico de Dios.
De allí que el llamado de Juan Bautista es perentorio, “conviértanse, preparen el camino del Señor, detrás de mí viene alguien que es más poderoso que yo. Yo los bautizo con agua pero Él los bautizará en el Espíritu Santo”.
O sea, que nuestra mirada ha de pasar de Juan el Bautista a Cristo, a Él esperamos. La vida cristiana siempre significa un ir creciendo en la amistad con el Señor, sabiendo que Él quiere entrar en la vida  de cada uno y quiere transformarla, porque es el Buen Pastor que anuncia el profeta Isaías en la primera lectura.
Es aquel que viene en cada momento de nuestra existencia temporal y que quiere formar parte de nuestra existencia, de nuestros proyectos, de nuestros planes, por eso siempre vamos preparando nuestra vida de cada día mirándolo de frente al Señor y preguntándonos realmente si nuestras decisiones le agradan, si nuestras decisiones pasan por la voluntad de Dios.
Reclama la atención sobre quien vino ya por primera vez y que esperamos en su  segunda venida,  gritando  como  Isaías  “¡Aquí está tu Dios!” estemos atentos para cuando “se revelará la gloria del Señor y todos los hombres la verán juntamente”.
Seguimos caminando en un mundo e historia que lamentablemente se ha alejado de Dios, por lo que la proclamación de la conversión del corazón y  el  abrirse a la gracia divina resulta muy difícil y  hasta  incomprensible,  en una sociedad que sólo mira el bienestar  y el placer de cada día como metas  que cada uno ha de buscar y  estimar.
Sin embargo, la misión del creyente no disminuye por estas dificultades  que se presentan a diario  y que nos llevan a pensar no pocas veces que la suerte de la humanidad ya está echada y que es inútil advertir acerca de lo que vendrá.
Por el contrario sabemos  por la revelación divina que el tiempo  apremia,  ya que no sabemos ni el día ni la hora en la que el Señor llamará a cada uno a dar cuenta de las decisiones personales a lo largo de la existencia temporal, pero  esto  a su vez, debe estar siempre acompañado por la esperanza de un encuentro más personal con Él.
Pidamos entonces su gracia para caminar en esta esperanza hasta que Él se nos manifieste plenamente.

Padre Ricardo B. Mazza, Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz, en Argentina. Homilía en el domingo 2do de Adviento, ciclo “B”.   06 de diciembre de 2020.




1 de diciembre de 2020

“¡Vuelve, Señor, por amor a tus servidores!. Tú eres nuestro Padre y nuestro alfarero y, nosotros la arcilla, la obra de tus manos!”(Isaías)

Comenzamos nuevamente el Año Litúrgico iniciando  el Adviento  en el que nos preparamos  para la segunda Venida del Señor, con la  seguridad de que se  realizará como ya aconteció con la primera Venida  al hacerse hombre en el seno de María, el Hijo de Dios.
En la primera parte de este tiempo de Adviento, la  mirada se centra más, por lo tanto, en la segunda Venida de Cristo, para después dar lugar a la actualización de la primera Venida del Señor  en la que reviviremos con fe su nacimiento en carne humana en el pesebre de Belén.
Al recordar cuando Jesús vino por vez primera,  caemos en la cuenta que así como se hizo  esperar durante siglos,  hasta que llegó la plenitud de los tiempos  y se hizo presente en la historia humana, así también, en el momento sólo por Dios conocido,  retornará para el juicio del mundo y llevar consigo a todos los que con perseverancia se hayan mantenido fieles a la verdad a lo largo de los siglos.
¿Y que tenemos que hacer nosotros entonces entre esa primera Venida del Señor y su segunda? Vivir  en una actitud de vigilante espera, por eso Jesús en el Evangelio dice: “tengan cuidado y estén prevenidos, porque no saben cuándo llegará el momento” (Mc. 13, 33-37),  lo cual reclama  vivir cada día  con la conciencia  clara  que puede ser el último de la existencia terrenal.
Esto se hace cada vez más urgente porque  sucede muchas veces que el hombre  se confía en que el Señor no viene y, entonces como tarda en llegar, no vive  con fidelidad  a  Dios.  De allí  que  Jesús recuerde que Él se hará presente  por segunda vez como el dueño de esta casa, pero  de improviso, puede ser al amanecer, al atardecer, a media noche, resultando  como lo más importante que los que cuidan la casa del Señor, es decir, nosotros mismos, vivamos siempre buscando la voluntad de Dios, realizando el bien  incansablemente.
¿Y qué necesitamos nosotros para vivir de esa manera? La respuesta la encontramos en el apóstol San Pablo (I Cor. 1, 3-9), cuando afirma que hemos sido colmados en Cristo con toda clase de riquezas, las de la palabra y las del conocimiento  “en la medida que el testimonio de Cristo se arraigó en ustedes”, que se traduce que cuanto más presente esté  Jesús en nuestra vida, más vamos a recibir su ayuda.
Y lo afirma a continuación el apóstol San Pablo: “Mientras esperan la revelación”, o sea la Segunda Venida del Señor, “no les falta ningún don de la gracia” y de ésta manera  “Él los mantendrá firmes hasta el fin, para que sean irreprochables en el día de la Venida de nuestro Señor Jesucristo.”.
Es crucial prestar atención en el estado en que debe permanecer cada uno en el día de la segunda venida, esto es, “irreprochable” de manera que  estemos en condiciones  para comenzar la vida con Dios.
Es cierto que no pocas veces nos preguntamos cómo es posible permanecer sin reproche alguno  en el momento en que se define el destino eterno de cada uno, especialmente si contemplamos nuestra naturaleza humana  redimida,  pero herida por el pecado original y agudizada por los pecados personales.  Si pensamos en nosotros solos la zozobra espiritual es real, pero si confiamos en la presencia de la gracia divina respondiendo a ella con nuestra voluntad orientada a la realización del bien, es posible superar todas las dificultades.
¿Pero, cómo sabemos que contaremos con la ayuda divina?, ¿por qué Dios se interesará  por cada persona humana?. El mismo apóstol responde afirmando “porque Dios es fiel, y Él los llamó a vivir en comunión con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor”. En efecto, Dios nos ama desde toda la eternidad y es el primer interesado en que se realice su proyecto salvador sobre toda creatura humana, aunque respetando la libertad de la que fuimos investidos  y con la respondemos o no a la gracia  ofrecida y recibida.
Confiados en el favor divino no dejemos de clamar con el profeta Isaías (63, 16-17.19b; 62, 2-7) “¡Vuelve, por amor a tus servidores!” y “Tú, Señor eres nuestro Padre; nosotros  somos la arcilla, y Tú, nuestro alfarero: ¡Todos somos la obra de tus manos!”

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo I° de Adviento, ciclo “B”. 29  de Noviembre  de 2020.
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