24 de septiembre de 2010

“Llamados a ser administradores fieles de los bienes del Señor”

Con frecuencia en la liturgia dominical se proclaman textos bíblicos que hacen referencia a la enseñanza de Cristo acerca de las riquezas y su uso. Estas, muchas veces esclavizan al ser humano desvirtuando el sentido de su vida e impidiéndole orientar su corazón al Dios de la Alianza, que se ha comprometido con nosotros desde el día del bautismo y se revela como el verdadero Bien.
Las lecturas bíblicas de este domingo, en especial la profecía de Amós y el evangelio según san Lucas, hacen referencia al buen uso que se ha de dar a los bienes temporales, condenando como contrapartida el mal uso que con frecuencia se hace de ellos. El domingo próximo el profeta Amós mostrará cuál es la consecuencia de esto último, y el texto del evangelio señalará con crudeza el destino del hombre que es incapaz de convertirse, poniéndolo a Dios nuevamente como el centro de su vida.
Esta enseñanza que analizaremos en su momento, está precedida por el mensaje que se nos deja hoy. La profecía de Amós nos interioriza acerca de cómo el enviado de Dios juzga duramente la injusticia social que se vivía en el reino del Norte hacia mediados del siglo VIII antes de Cristo. –Recuérdese que Israel, en ese tiempo, estaba dividido en el reino del Norte o Israel, con diez tribus, siendo su capital en ese entonces Samaría y, el reino del Sur o Judá, con capital en Jerusalén, formado por las tribus de Judá y Benjamín.-
Junto a la prosperidad económica de Israel, favorecida en gran medida por su situación geográfica, crecía una injusticia social cada vez más escandalosa. Los poderosos buscaban enriquecerse explotando y oprimiendo a los más débiles social y económicamente. La defraudación en el comercio y la compra de los pobres por sandalias y, otros males generalizados, causaban una situación de extrema injusticia social.
En nuestros días la “justicia largamente esperada” y no concretada, provoca una situación de injusticia que repite similares hechos.
Podríamos agregar aún, la presencia de aquellos que se enriquecen con el fomento -entre los más pobres en particular- de la droga, el juego, la prostitución. Los hay que dilapidan los fondos que son de todos para mantener ideologías totalitarias, la anticoncepción, el entretenimiento de sociedades serviles por medio de la dádiva o la frivolidad, el premio a los “amigos” o a los seguidores absolutos de la política de los negocios.
Agrava esto que denuncia Amós para su tiempo, pero que tiene aplicación también en nuestros días, el que se pretenda vivir esta realidad unida a una religiosidad fingida por medio de un presuntuoso culto a Dios, que provoca aquellas palabras de “jamás olvidaré ninguna de sus acciones”.
La clave de este enojo nos la da el texto del evangelio proclamado que nos dice “había un hombre rico que tenía un administrador” al que descubren defraudando a su amo. Situación que apunta quizás al hecho de que ese hombre rico es el mismo Dios, Señor absoluto de todo lo creado, siendo el administrador cada uno de nosotros que recibimos la creación en tutela.
En efecto, todo lo creado fue puesto al servicio de la humanidad entera para que cada uno pueda vivir dignamente, como hijo de Dios.
Cuando reflexionamos sobre la justicia advertimos que el objeto de esta virtud es el derecho, es decir, lo que le corresponde a cada uno.
¿Y de dónde surgen los derechos de cada persona? Justamente del hecho de haber sido creados a imagen y semejanza de Dios y por lo tanto ser en verdad cada uno de nosotros sus hijos. Ese mismo Dios que creó al hombre ha puesto el resto de la creación al servicio del hombre, para que crezca con dignidad, para que sea feliz y se realice como persona, de manera que en este marco de referencia que es la justicia a nadie le falte y a nadie le sobre. Cuando se producen los desniveles sociales comienza a tener vigencia la injusticia que hace estragos en la vida personal y social.
Por el hecho de ser persona cada uno de nosotros está revestido de igual dignidad, por lo tanto con derecho a tener sus posesiones, su propiedad, sus cosas, aunque también es cierto que existe una igualdad proporcional en la posesión de esos bienes que se funda en el trabajo, en el lugar que cada uno ocupa en la sociedad, de lo que se ocupa la justicia social en su relación con la justicia distributiva. Correlativamente cada uno debe aportar a la comunidad lo que le es propio y que contribuya al bien de todos.
Ahora bien, ¿cuándo se produce la mala administración? Cuando el ser humano cree que es dueño de las cosas y se deja marear por las riquezas que le ofrece la sociedad de consumo, por el deseo de tener y, cree que la vida humana trascurre solamente por este cauce de lo temporal.
Esto provoca que se acumule, que se vaya poseyendo cada vez más bienes, o se busque cualquier medio en su retención, como lo hace este administrador. Para no quedar en la miseria sigue engañando a su señor, buscando ganar amigos con el dinero de la maldad, es decir el de la rapiña.
Esto no resulta extraño en nuestros días a cierta mentalidad acaparadora para el personal provecho de bienes y dinero que son de todos.
Quienes así viven, –y tenemos sobrados ejemplos en nuestra Patria en la actualidad-, se esfuerzan por ganar amigos –que duran sólo en tiempo de bonanza, y se alejan cuando olfatean el peligro y la ruina- que puedan confirmarlos en el poder que detentan o les aseguren impunidad y protección para cuando se les pida cuenta de su administración deshonesta. Así resulta que el que ha puesto su corazón en el dinero y lo tiene como propio, no se sacia nunca, ya que el corazón está exhausto de otros valores que pudieran dar sentido verdadero a sus vidas.
Santo Tomás de Aquino decía en su tiempo que cuanto más el hombre pone como fin de su vida las cosas materiales, más vacío se percibe, ya que naturalmente, como creatura de Dios, está provisto de un dinamismo interior que lo orienta hacia Él su verdadero bien. Sucede que cuando lo deja de lado para postrarse al dios Mamón, el desasosiego se instala en el hombre aunque presuma de ser feliz, insaciable en lo más profundo del ser.
Cristo avanza un poco más en sus consideraciones ya que asegura que este comportamiento es propio de los hijos de este mundo y nosotros no debemos ser como ellos. El elogio del administrador infiel no versa sobre su deshonestidad sino sobre la habilidad para sortear los obstáculos.
Jesús nos señala que en el mundo los hombres hacen cualquier cosa por retener los bienes materiales, a pesar de conocer su precariedad, mientras que los que vivimos de la fe no ponemos el mismo empeño para crecer en la vida de unión con Dios.
Se nos invita, por lo tanto, a ser hábiles para ganar amigos con el dinero de la injusticia. ¿Por qué de la injusticia? Porque las riquezas son mal habidas en muchísimos casos o si fueron adquiridas honestamente, no fueron compartidas con los más pobres a través de lo que hoy llamamos solidaridad, justicia social o justicia distributiva.
Jesús nos aconseja ganar amigos -como lo hace el administrador infiel-, que nos reciban en las moradas eternas. ¿Quiénes son estos? Todos los favorecidos con nuestra caridad, los que hemos asistido en sus necesidades, aquellos con quienes compartimos los bienes temporales, los pisoteados por el mundo que reciben nuestro consuelo.
Jesús insiste en que si el hombre no es honesto en el uso del dinero injusto, es decir si sólo acapara para sí sin abrir su corazón al otro, no lo será en relación con los verdaderos bienes.
El Señor no censura un uso ordenado de los bienes de este mundo ya que contribuyen al desarrollo de la persona acorde con su dignidad, sino que alerta sobre la preocupación actual, desmedida, por acumular más y más, poniendo la esperanza en lo material con el olvido total de nuestro fin trascendente, el cual ya casi no entra en las preocupaciones del hombre que se cierra por ello ante la necesidad del otro.
El Señor algún día nos llamará a rendir cuentas de nuestra administración, y podría decirnos: ¿qué es lo que me han contado de ti? ¿Es cierto que sólo favoreciste a tus amigos, a quienes compraste para mantenerte en el poder? ¿Es cierto que no te preocupaste por remediar en lo que podías la miseria de los demás, preocupándote sólo en tus negocios, muchos de ellos deshonestos?
Pero también puede decirnos, -y ojala sea así- “porque fuiste fiel en lo poco usando honesta y austeramente de los bienes que recibiste, abriendo tu corazón siempre ante las necesidades de los demás, entra a participar de los verdaderos bienes”.
Confiando en que nunca nos faltará la luz de lo Alto para descubrir la voluntad de Dios sobre nosotros en lo que respecta al uso de los bienes temporales y la búsqueda de los eternos, abramos nuestro corazón con confianza a la verdad que nos quiere descubrir con su palabra.


Cngo Prof. Ricardo B. Mazza. Director del CEPS “Santo Tomás Moro”. Homilía en el domingo XXV, ciclo “C”, del tiempo ordinario. 19 de septiembre de 2010. Textos: Amós 8, 4-7; Lucas 16, 1-13.-
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17 de septiembre de 2010

“COMPASIVOS, COMPARTIMOS LA ALEGRÍA DE LA MISERICORDIA DEL PADRE”

Acabamos de proclamar las parábolas de la misericordia que describe el evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Lucas en el capítulo 15 (vv.1-32). Las tres están unidas a lo que escuchamos en la primera lectura tomada del libro del Éxodo (32,7-11.13-14) donde Dios se muestra compasivo con su pueblo por la intercesión de Moisés. En la Nueva Alianza será Jesús el nuevo Moisés que intercede ante el Padre muriendo en la Cruz.
En el texto se da como una identificación entre el Padre y Jesús, ya que éste ha venido no a condenar sino a salvar a los pecadores, que somos cada uno de nosotros, que en mayor o menor medida nos hemos alejado alguna vez, por lo menos, de la presencia de Dios.
El evangelio proclamado nos muestra en profundidad ciertamente la alegría del Padre, de Dios, de un Dios que va al encuentro del hijo que ha perdido. Las tres parábolas refieren a la alegría experimentada por el encuentro de la oveja que se ha perdido, o de la moneda hallada, o el hijo que vuelve a su casa paterna. La alegría por el encuentro de lo que se había perdido en los dos primeros ejemplos –la oveja y la dracma- sirve de preámbulo para destacar que es una comparación que mira en realidad a la naturaleza humana, ya que “habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse” o “la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta”.
En el corazón del padre bondadoso – que es el del Padre del cielo y de su Hijo hecho hombre-, estaba presente el hijo extraviado, aunque había malgastado aquello que constituían los dones y posesiones paternas y, con su amor, lo va atrayendo a través de la memoria de lo vivido antes de su partida por sendas de extravío.
La alegría caracterizará este encuentro del padre expectante con el hijo que retorna a los inicios felices que nunca debió dejar arrastrado por la inmediatez de las cosas y de los placeres.
Alegría que el Padre comparte con otros, tal como aparece sugerido en el pastor que trae sobre sus hombros a la oveja perdida, o en la mujer que proclama el gozo de haber recuperado la dracma extraviada, o en el padre exultante que convoca a todos a festejar el retorno del hijo que se había alejado pero al que nunca había dejado de amar.
Los coros y las danzas se suceden celebrando este acontecimiento en clima festivo. De este modo el padre –figura del Padre misericordioso- manifiesta que siempre ha esperado el regreso de quien se ha alejado, seducido por las artimañas del maligno y de sus seguidores que encandilan con fáciles pasatiempos, pero que resultan vacíos e impotentes para alegrar el corazón del hombre, ya que éste está orientado -aunque no lo perciba- desde que fue creado, sólo hacia aquello que lo enaltece.
Jesús se contagia de esta alegría de su Padre, de allí que contestando con estas parábolas a los escribas y fariseos lo hace para que entiendan por qué recibe y come con los publicanos y pecadores. Al dialogar y escuchar a aquellos que eran considerados pecadores por quienes presumían de “perfectos”, no realiza más que la misión para la que fue enviado como Hijo de Dios, esto es, para salvar y elevar a todos.
Como Jesús conoce el interior de todo hombre que viene a este mundo sabe que nadie puede atribuirse santidad alguna si Él no la concede, de allí que sus enseñanzas se dirigen también a aquellos “que se consideraban” justos cuando en realidad no lo eran de verdad.
Los escribas y fariseos, siempre jueces de los demás, porque “se consideraban” justos sin serlo, no pueden alegrarse con el regreso de los pecadores, de allí que sólo destilen murmuración.
Pero como Cristo es salvador de todos, también se preocupa por ellos invitándolos a cambiar el corazón endurecido con una actitud nueva por la que compartan, -convertidos también- , la alegría del Señor y de todos los que han comprendido en qué consiste la misericordia de Dios, porque la han recibido también como regalo de lo Alto.
Esta actitud de los escribas y fariseos muchas veces se observa en la misma vida de la Iglesia. Consideramos que por haber estado siempre más o menos junto a Dios poseemos más méritos y derechos que otros, llegando a sentir pena porque el convertido sea recibido con alegría y fiesta, o que se le confíen nuevamente tareas incorporándolo a la comunidad.
Hasta nos puede brotar la envidia por el gozo con que alguien que ha vuelto es recibido. Y hasta caemos en la comparación, no inspirada por Dios por cierto, quejándonos que nunca hemos recibido un obsequio especial por tantos años de fidelidad y trabajo.
Hasta quizás nos quejamos ante el mismo Dios, ya que Él trataría mejor a los pecadores que a los justos -o a los que se “consideran” justos-. En verdad nadie es justo, ya que es la gracia divina la que nos hace justos y, en mayor o en menor medida todos somos pecadores y necesitamos de la misericordia divina.
Quien se ha mantenido en unión con Dios durante su vida o en el transcurso de la mayor parte de su vida ha gozado de su presencia.
Al hijo mayor de la parábola, como a los que se han mantenido fieles, el Señor les dice “tú siempre has estado conmigo, no me reproches porque no te dí un cabrito para la peña con tus amigos ya que tu alegría ha residido en haber estado siempre conmigo”, “yo soy más importante que el cabrito que no tuviste”. “Has participado de mis desvelos y preocupaciones, y no te he manifestado mi afecto por medio de un cabrito, porque yo siempre me he ofrecido a ti como padre, entregándote lo mejor de mí mismo”. Pero “ahora alégrate porque tu hermano que estaba perdido ha vuelto a compartir con nosotros la vida de la que nunca debió apartarse encandilado por un mundo de espejismos. El que se había ido detrás de otros amores a los que consideraba superiores, o de otros dioses como el pueblo de Israel tras el becerro de oro, ha vuelto, alegrémonos y hagamos fiesta por el retorno”.
Hermanos, felices por las enseñanzas que nos deja Jesús, pidámosle que nos ayude a entender y vivir sus enseñanzas, que nos conceda el que podamos estar alegres siempre que recuperemos a alguien que se había perdido pero que se ha convertido y, reparando sus yerros se ha integrado nuevamente a la casa del Padre común de todos.

Cngo Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el domingo XXIV del tiempo ordinario, ciclo “C”. 12 de septiembre de 2010.
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10 de septiembre de 2010

Llamados al seguimiento del amor pleno que es Cristo.

La palabra de Dios nos llama la atención hoy sobre un tema importante en la vida del cristiano, la sabiduría. Los textos bíblicos van distinguiendo la sabiduría humana de aquella sabiduría que va más allá del plano terrenal. Al respecto, en la primera lectura se pregunta “¿qué hombre puede conocer los designios de Dios o hacerse una idea de lo que quiere el Señor?”. Para que entendamos cuán difícil es conocer el designio y voluntad de Dios hace un repaso de las dificultades que tiene el ser humano en orden al conocimiento de todo lo que lo rodea, de las cosas de este mundo. Y así irá señalando que el conocer del hombre es fatigoso y que no siempre llega a descubrir la verdad más profunda de aquello que lo rodea. De hecho sabemos por experiencia cómo el ser humano en el transcurso del tiempo ha ido creciendo en el mundo del conocimiento en todos los órdenes. Pero siempre estamos ante un discernimiento perecedero que en definitiva no llena el corazón humano, ya que quedan siempre muchas lagunas en nuestra vida que no tienen una respuesta adecuada en el conocimiento que cada uno puede ir adquiriendo.
Por eso la pregunta sobre qué hombre puede conocer los designios de Dios es de capital importancia.
Ante la impotencia del ser humano por conocer el designio divino, surge la respuesta dada por el mismo Jesús.
A través de su Espíritu va señalando los pasos que conducen a la verdadera sabiduría, la cual consiste en saber vivir bien, es decir existir de un modo inteligente, saber de nuestro origen y meta, de nuestra realidad trascendente y conocer el camino que conduce a lo que plenifica el hombre. De hecho estamos llamados a la grandeza, a la que puede llegar alguien que es hijo de Dios, creado a imagen y semejanza suya.
En el evangelio aparece esta respuesta del Señor a la pregunta que nos hacíamos contemplando las enseñanzas del Antiguo Testamento. Jesús en camino a Jerusalén es seguido por una gran multitud. De repente se da vuelta y les dice a todos que quien no lo ame más que al padre, la madre, o a cualquier otro afecto humano, no puede ser su discípulo.
Uno podría pensar acerca de qué ha sucedido para que el Señor haga estas afirmaciones. Es que Jesús al dirigirse a Jerusalén está anticipando lo que vendrá después, su sacrificio redentor. Y como conoce el corazón del hombre sabe perfectamente cuál es el sentido del seguimiento de la gente. Ha hecho milagros, curaciones, les ha dado de comer en diversas oportunidades, ha resucitado muertos, les habla de modo que el corazón de las personas queda satisfecho ya que encuentran en Jesús alguien totalmente diferente.
Pero el Señor quiere ahondar en esto y, quiere hacerlo de una manera precisa, invitando a sus oyentes y, con ellos a nosotros mismos, a una vida que implica la perfección evangélica, en la que en la escala de valores que tenemos habitualmente, Él esté en primer lugar y, detrás suyo todos los otros amores que aparecen en nuestra vida cotidiana.
Se trata de una propuesta difícil de entender para el común de la gente. Solamente a través de la sabiduría que da el espíritu es posible comprender que Jesús apunta no sólo a la sabiduría sobrenatural sino también a enriquecer la sabiduría terrenal, humana, porque cuando Jesús está presente como el más importante en nuestra vida, todos los demás amores y quereres son vistos de un modo radicalmente distinto.
Y así por ejemplo un padre o una madre que aman profundamente a Jesús, que lo tienen en su corazón, querrán para sus hijos y seres queridos lo mejor, el bien, siendo el bien más perfecto el espiritual. Es decir, que los unidos al Señor se preocupan si aquellos que aman están igualmente unidos a Él.
Cuando el corazón del hombre, en cambio, no está unido al Señor, y se vive de la sabiduría del mundo, sólo se espera de sus seres queridos el éxito temporal y mundano, el buen pasar, la salud y dinero, sin importarle que estos cercanos suyos estén lejos de la persona y vida de Jesús, o vivan en pareja o sean deshonestos en su trabajo o en su negocio.
Esto queda siempre en un segundo plano porque al no estar Cristo en el primer lugar de la jerarquía de valores se carece de una mirada nueva respecto a las situaciones cotidianas.
Por eso cuando Jesús pide esta exclusividad es porque “excluye” toda mirada frívola de nuestra vida, e “incluye” una contemplación nueva respecto a lo que forma parte de nuestra existencia. Por otra parte, cuando Cristo invita a poner en su persona la centralidad de nuestra vida, esta partiendo del hecho de nuestra meta última.
En la vida eterna el ser humano a través de su inteligencia y voluntad queda totalmente colmado de la visión de Dios y todo lo demás que ha formado parte de su vida temporal es mirado con una visual distinta plenificante del ser humano.
Por eso el Señor hace esta llamada principal a nuestra existencia para tenerlo a Él como el más importante en nuestra existencia.
Para que veamos cómo esto define la vida del hombre, parte de los ejemplos de lo cotidiano. Y así, el que construye debe evaluar si cuenta con los medios para acabar lo emprendido y, el rey que sale a guerrear deberá considerar si cuenta con las tropas necesarias para derrotar al enemigo. De la misma manera en este caminar nuestro que implica trabajar por la gran estrategia que es el encuentro con Dios, hemos de ir midiendo los pros y los contras para saber de qué manera podemos acercarnos al Señor y ser discípulos suyos. Por eso nos pide ese despojo de nosotros mismos, de los criterios con que nos manejamos habitualmente para ingresar en los discernimientos nuevos que nos presenta.
La invitación que hace el Señor a seguirlo como discípulos fieles, está dirigida especialmente a los jóvenes, ya que es en la juventud cuando surgen los grandes ideales de entrega, los deseos de ayudar a otros con la propia vida, de cambiar el mundo, de mejorarlo.
El amar más a Jesús significará para los padres, por ejemplo, ayudar a sus hijos a conocer lo que el Señor quiere de ellos, ya que cuando se conoce su llamada se encuentra el sentido de la propia existencia, se descubren los planes que Dios tiene para cada uno, ya para los hijos como para los padres.
La felicidad de los padres y de los hijos depende del cumplimiento de los designios de Dios, que nunca encadenan, sino que potencian al hombre, lo desarrollan, lo dignifican, ensanchan su libertad, lo hacen feliz.
Para concluir y, en relación con el tema de la verdadera sabiduría, San Pablo nos deja una enseñanza importante que consiste en transformar la sabiduría del mundo en la de Dios. Onésimo era un esclavo que había escapado de su dueño, Filemón. Durante su permanencia junto a Pablo fue catequizado y convertido al cristianismo. En la cárcel hubiera querido Pablo retenerlo junto a sí para que le ayudara, sin embargo lo devolvió a Filemón encomendándole el que lo reciba de manera nueva sin castigarlo por su huída.
En efecto, Onésimo no es ya un simple esclavo o servidor de Filemón, sino hermano en la fe. En ese momento, para la sabiduría del mundo, Onésimo que era esclavo debía someterse a las normas en vigencia. Pablo invita a una mirada superadora de la concepción que se tenía acerca de la servidumbre, ya que no es sólo siervo, sino un hermano en la fe que ha de ser recibido y tratado como tal.
Con esta mirada paulina, pues, percibimos que las realidades temporales alcanzan una nueva iluminación desde la fe.
Pidamos al Señor que comprendiendo su buena nueva entremos en la vivencia de la novedad evangélica.

Cngo Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la Parroquia “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el domingo XXIII del tiempo durante el año ciclo “C”.
Textos: Sab. 9,13-19; Filemón 9-10.12-17; Lucas 14, 25-33.- 05 de septiembre de 2010.- http://www.sanjuanbautista.supersitio.net/; ribamazza@gmail.com;
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4 de septiembre de 2010

“El servicio oblativo de Cristo, es el lema del humilde”

Las lecturas de este día proponen una meditación sobre la humildad, tanto más acertada cuanto menos se comprende y practica esta virtud, incluso entre quienes queremos ser fieles al Señor que nos invita a ella con sus reiterados ejemplos. Ya el Antiguo Testamento habla de su necesidad tanto en el trato con Dios como con el prójimo: “hazte pequeño en las grandezas humanas, y así alcanzarás el favor de Dios”. La humildad consiste en reconocer que las cualidades que tenemos son puro don de Dios, de allí que cuanto más poseemos, más hemos de sentirnos pequeños porque lo recibimos de la única grandeza, la del Creador. Lamentablemente los seres humanos hacemos de ciertas grandezas como el honor, los cargos, las cualidades intelectuales, un medio para creernos superiores a los demás. Y así esta actitud atrae la soberbia y con ella el desprecio de los demás. Como sucede a menudo, y lo comprobamos con frecuencia, ¿quién se acuerda de los aplaudidos primero pero olvidados con el tiempo?
Cuando actúa la soberbia se comete el error de creer que se nos valora por nosotros mismos, sin caer en la cuenta que si se nos aprecia es por el poder que detentamos, el cual aprecio desaparece al diluirse lo que lo sustenta.
En relación a esto, Jesús condena todas las formas expresivas del orgullo sacando a la luz su profunda vanidad. Así sucedió cuando invitado a comer a casa de un fariseo observó cómo los invitados se apresuraban a ocupar los primeros puestos. Escena tonta y lamentable pero verdadera.
En efecto, ¿puede un cargo hacer al hombre mayor o mejor de lo que es? Es precisamente su mezquindad lo que le lleva a enmascarar su pequeñez con dignidades externas que no son perdurables, ya que muchas veces, o mejor dicho siempre, declinan y se pierden.
Cristo hace ver la caducidad de todo esto y señala como positiva la actitud de quien se considera pequeño, porque sólo éste será enaltecido. Descubrimos así que no hemos de ser nosotros los que hemos de ocuparnos por nuestra elevación y grandeza, sino que el engrandecimiento sólo corresponde a quienes el Padre ha destinado para ello en su infinita bondad, y al solo efecto de manifestar su gloria.
La verdadera humildad consiste en la imitación plena de Jesús que se vació a sí mismo por amor a la humanidad. Se despojó de su rango divino para revestirse de nuestra naturaleza humana y durante toda su vida se hizo servidor de todos llamándonos a seguir su ejemplo. No buscó ser elogiado por su grandeza sino que insistió en que se guarde silencio aún acerca de su papel mesiánico. Pasó por el mundo haciendo el bien sin pretenderlo para sí, ya que sólo soportó toda clase de vejámenes. Lavó los pies a sus discípulos enseñándoles, y con ellos a nosotros, a realizar lo mismo en recuerdo de su obrar entregado. Culminó su vida terrenal en el abajamiento total de su ser en la cruz salvadora.
Nos invita permanentemente a las bodas eternas, pero nos enseña al mismo tiempo el no buscar los primeros puestos como si fuera fruto de nuestro esfuerzo o como si en verdad lo mereciéramos. Convoca a confesar de continuo nuestra pequeñez, dejándole a Él el que nos encumbre no por nuestros méritos, ya que carecemos de ellos por nosotros mismos, sino porque de su gratuidad nos hace grandes.
La vida del cristiano como la de Cristo, ha de ser la de un constante servicio y entrega de nosotros mismos a la causa del Evangelio.
Urge el no buscar los premios que provienen de la mentalidad mundana, sino vivir siempre como siervos inútiles que brindan lo mejor de sí a quienes no pueden recompensarnos aquí, sabiendo que nos esperan en las moradas eternas en la mesa del banquete para retribuirnos con creces, con su servicio, lo que hayamos brindado y servido en este mundo.
El fiel servidor, por lo tanto, es aquel que nada realiza en este mundo para encontrar recompensa, sino que sabe que obrando como Cristo, llegará sólo a la cruz redentora. No está la plenitud de nuestra vida en ocupar los primeros puestos según la mentalidad de la mayoría de la sociedad frívola en la que estamos insertos, sino en conquistar los primeros puestos del servicio desinteresado y despojado de nosotros mismos.
El libro del eclesiástico que hemos proclamado, conteste con las enseñazas del evangelio que meditamos, insistirá en que cuánto más encumbrando cree el hombre que está, más debe hacerse pequeño, porque es ante la presencia de la pequeñez donde más se siente atraído el Señor quien eleva al que se humilla mostrándole la grandeza que sólo es suya.
María Santísima, madre de Jesús, es el modelo por excelencia de humildad cuando se declara sólo una humilde servidora de los designios divinos, aún sin comprenderlos, pero entregándose totalmente en las manos del Padre para ser conducida por el camino de la verdad y de la santidad.
Pidamos al Señor que asemejándonos a ella podamos merecer ser mirados con benevolencia a causa de nuestra pequeñez.

Cngo Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la Parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el domingo XXII “per annum”, ciclo “C”. 29 de Agosto de 2010. Textos bíblicos: Eclo 3, 17-18.20.28-29; Lc. 14, 1.7-14.- ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; http://grupouniversitariosanignaciodeloyola.com.-