27 de septiembre de 2021

Dios ilumina la inteligencia humana con su Palabra, nos ayuda a comprenderla con su gracia y llevar a la práctica con su fuerza divina.

 

Durante el mes de septiembre dirigimos nuestra atención especial a  la Biblia, celebrando este día, el domingo bíblico nacional por disposición de la Conferencia Episcopal Argentina del año 1962.
Esto implica tomar conciencia de la importancia que ha de tener en nuestra existencia cotidiana la Palabra de Dios, la Sagrada Escritura, Palabra viva de Dios contenida en el Antiguo y Nuevo Testamento.
Es en este marco del domingo bíblico nacional que los niños de catequesis de primer año de nuestra parroquia recibirán el libro de la palabra de Dios, previa bendición, para que ellos sean alimentados siempre por la verdad que surge de la inspiración bíblica divina, y encuentren certeramente el camino que conduce a cada uno al Bien.
Dios nuestro Señor ilumina con su Palabra la inteligencia, nos ayuda a comprenderla con su gracia y llevar a la práctica con su fuerza divina.
De manera que en este camino de ser iluminados por la Palabra, de  comprenderla y realizarla en cada momento no estamos solos.
En ese sentido, Dios nos entrega su espíritu y nos guía para descubrir la verdad y realizar el bien, siempre y cuando estemos dispuestos a recibir dócilmente los dones ofrecidos generosamente a nuestra debilidad.
En la primera lectura de hoy (Núm. 11,16-17.24-29) se narra que  Dios transmite parte del espíritu de Moisés  a 70 ancianos para que le ayuden en la administración de justicia y gobierno de un pueblo tan numeroso.
El espíritu desciende sobre 68 de ellos reunidos en la tienda y comienzan a hablar en éxtasis, y también cubre a dos ancianos que no estaban en el lugar de la reunión y empiezan también a profetizar.
Se los denuncia por hacer esto, -suponían que no estaba con ellos el espíritu- , pero Moisés señala que ojala todos fueran profetas porque Dios les infunde su espíritu.
Por el bautismo todos nosotros tenemos la misión de ser profetas. ¿Qué significa esto? anunciar, dar a conocer la Palabra de Dios en medio de la sociedad, de la familia, en el trabajo, en la relación con los demás.
Cada uno de los bautizados ha de comprometerse a realizar esto, cada uno de forma especial en su ambiente. Los padres, en el seno de la familia en primer lugar, los niños en la escuela, dando a conocer a Jesús a sus compañeros, y cada uno según sean sus posibilidades de ampliar el círculo de personas que pueden recibir la palabra divina.
El texto del evangelio del día (Mc. 9, 38-43.47-48) continúa con lo expresado en el libro de los Números, cuando Juan se queja que alguien no perteneciente al grupo de los doce, expulsaba demonios en nombre de Jesús, y que trataron de impedírselo pero no fue posible.
Jesús explicará que aunque no pertenezcan al grupo de los doce, también otros son cubiertos por el espíritu, con tal que no hablen mal del Señor, enseñen la verdad y hagan el bien a todos, y esto porque Dios no se agota guiando e iluminando sólo a los que son del círculo íntimo.
Continúa el evangelio del día con varias enseñanzas; la primera recuerda que todo bien realizado a favor de alguien por ser de Cristo, será recompensado.
Enseguida habla el Señor del escándalo, que consiste en poner una piedra de tropiezo en el camino de alguien para que no persevere  en el bien. Y esto se realiza  incitando a otra persona a pecar, instigar para que alguien realice el mal o, sin desearlo directamente, hago el mal y alguna persona se sirve del mal ejemplo recibido para pecar.
El creyente, por lo tanto, no sólo ha de evitar arrastrar a otro al pecado, sino también cuidar su comportamiento para que no sirva de ocasión.
Y sigue enseñando el Señor acerca de la necesidad de evitar todo aquello que  conduce al mal, y así, aunque no hay que tomarlo literalmente, indica que saquemos de nuestro cuerpo la mano, el pie, o el ojo que nos llevan a pecar, porque está en juego la vida eterna futura.
Cada uno de nosotros ha de reflexionar sobre cuál es la debilidad más fuerte que nos lleva al pecado, ya sea la ira, la codicia, la lujuria, la búsqueda desenfrenada de placeres pecaminosos, el uso indebido de las redes sociales, el celular, la pérdida de tiempo.
Precisamente el apóstol Santiago (5, 1-6) refiere a la codicia que lleva a apoderarse de los bienes materiales de una manera injusta, dilatando el pago de salarios, apeteciendo una vida de riqueza y placeres que prepara a la persona para el día de la matanza, para la condenación eterna.
¡Cuántos se han enriquecido con el dinero esquilmado a los pobres! ¡Cuántos piensan sólo en acumular dinero descuidando la vida futura!
El creyente en Jesús no debe pensar así, sino  estar dispuesto a sacrificar todo lo que no termine en la unión plena con Él.
Queridos hermanos: Pidamos humildemente a Dios que prepare nuestro corazón de manera que siempre deseemos alimentarnos con su Palabra.
Reconocemos la grandeza de esa Palabra cuando cantamos el salmo interleccional (18, 8.10.12-14), admirados por la perfección de la ley divina, de la pureza de su Palabra, de cómo permanece para siempre  y nos instruye de tal manera que sepamos en cada momento cuál es el camino a seguir para llegar a la perfección en esta vida y posteriormente a la vida eterna.
Que Dios nos bendiga y proteja siempre en el camino de la verdad y del bien que deseamos transitar en este mundo hasta la meta de la gloria.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXVI del tiempo ordinario, ciclo “B”. 26 de septiembre de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



21 de septiembre de 2021

La grandeza está en ser servidor de todos, no en la pretensión de poder, y la gloria llega por la entrega a los demás, de los más pequeños.

En la primera lectura proclamada hoy (Sab. 2,12.17-20) aparece una diferencia abismal entre dos tipos de personas. Por un lado los impíos, los que no creen en Dios o lo han abandonado y que han optado por realizar el mal, y los justos, que se adhieren a la alianza con Dios, y que a pesar de sus debilidades, luchan por realizar el bien en el cumplimiento de los mandamientos, confiando siempre en la fuerza y protección divina.
Destaca el texto bíblico que los impíos van tramando distintas estrategias para hacer caer al justo, y con soberbia  se preguntan si los justos  contarán con el auxilio divino en el que confían, ya que “si el justo es hijo de Dios, Él lo protegerá y lo librará de las manos de sus enemigos”, calculando en llevar al justo incluso hasta  la muerte.
Y así, de alguna manera ponen en tela de juicio que realmente los justos cuenten siempre con la protección divina.
Se sienten triunfadores sobre los que desean hacer el bien, e implica que ponen a prueba la acción divina, posiblemente porque tienen experiencia de que nada les sucede por su mal obrar, sin  pensar que en cualquier momento Dios les pedirá cuenta de perversidad.
Esta situación concreta  de perseguidores y perseguidos se da a lo largo de la historia, ya que quien obra el mal se siente molesto por la actitud del justo, el cual con su obrar se opone a la maldad de los impíos, y de algún modo les reprocha constantemente sus pecados.
En el mundo en el que estamos insertos percibimos la actitud de los impíos que buscan siempre hacer el mal, humillar o burlarse de los fieles a Dios, ideando toda suerte de maldades porque los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz  (Lc. 16,8).
Los justos, aún con sus caídas e imperfecciones, tratan de vivir en amistad con Dios. El justo por excelencia es el mismo Jesús, a quien el domingo pasado contemplábamos en la figura del siervo de Yahvé, sufriente y despreciado por todos los que buscan su ruina.
La muerte del justo se cumple plenamente en la pasión, muerte y resurrección del Señor, que por segunda vez anuncia mientras  atravesaba la Galilea acompañado por sus discípulos.
El primer anuncio lo escuchamos en el evangelio del domingo pasado cuando Jesús convoca a todos a tomar su cruz y seguirlo en el misterio de entrega total de sí mismo que realizará cuando sea elevado en alto.
En este segundo anuncio realizado ante sus discípulos, el Señor no encuentra ningún eco, ya que ellos no comprenden de qué se trata y tampoco se esfuerzan por entenderlo, ensimismados en si mismos.
En efecto, mientras Jesús anuncia el camino de su entrega dolorosa, los discípulos con mentalidad mundana están discutiendo sobre quién es el más grande de entre ellos.
Esto no es novedoso, ya que también hoy, a no pocos creyentes les cuesta entender que la salvación del hombre se realiza por la  Cruz.
Aspira el ser humano, también en nuestro tiempo, a las grandezas humanas, a pesar de tener la certeza que éstas son efímeras, duran poco, y que aún estando en la cúspide rápidamente se diluye el éxito.
Esta apetencia nada tiene que ver con lo que Jesús plantea, de allí que nosotros mismos hemos de preguntarnos si buscamos ser estrellas en este mundo o alcanzar poder y gloria, rechazando a Cristo y sus enseñanzas o, lo elegimos a Él para transitar una vida evangélica, sabiendo que esta segunda opción lleva a la cruz.
Llegados a Cafarnaúm y ya en la casa, Jesús pregunta de qué estaban hablando en el camino, pero ellos, conscientes de su falta porque discutían sobre quién era el más grande, callaron.
Tomando asiento, y quizás con tono coloquial, les dice: “El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos”.
La espada de la verdad atraviesa a los discípulos que no esperaban este anuncio, el cual pone de manifiesto que ellos vivían pensando como el mundo, que sólo vive de apariencias y de glorias pasajeras.
Esta enseñanza del Señor era inevitable, porque si ellos  han de continuar  su obra una vez ascendido al cielo, deben estar ubicados en qué consiste la venida en carne entre nosotros del Hijo de Dios.
Felizmente aleccionados por el Maestro, habiendo sido testigos de la resurrección y, con la venida del Espíritu Santo, pudieron comprender y vivir la misión de apóstoles que tendrían.
Y Jesús explica que la grandeza está en ser servidor de todos, dejando de lado toda pretensión de poder, ya que la gloria llegará por el servicio y la entrega a los demás, especialmente de los más pequeños.
En nuestro país hemos sido testigos los últimos días de la lucha por el poder y la gloria humana en las dirigencias políticas, donde los distintos protagonistas pensaban quién sería el más grande.
A ellos también les cabe la admonición de Jesús sobre la necesidad de servir a los más pequeños, los pobres, los desilusionados, los descartados, los que no tienen trabajo, los que son denigrados por las dádivas esclavizantes, a los que ya no tienen esperanza  de progreso.
Como los niños de su época eran considerados poca cosa, indefensos, y hasta inútiles, los que son como ellos, deben ser hoy servidos desinteresadamente por todos los que buscamos ser como Jesús.
En este servicio a los que son como niños necesitados está la verdadera sabiduría como señala el apóstol Santiago (3,16-4,3). Y así, “la sabiduría que viene de lo alto es, ante todo, pura; y además, pacífica, benévola y conciliadora; está llena de misericordia y dispuesta a hacer el bien”.
Cuando en cambio se busca ser el más grande se produce “rivalidad y discordia” “desorden y toda clase de maldad”. Más aún “ustedes ambicionan, y si no consiguen lo que desean, matan, envidian, y al no alcanzar lo que pretenden, combaten y se hacen la guerra”. Y todo esto acontece porque las pasiones combaten en el interior de cada uno.
Realmente esta descripción del apóstol Santiago  señala la identidad de lo que está sucediendo en estos momentos en el poder político de la Argentina, que también podemos extender a otros ámbitos.
Queridos hermanos: estamos invitados a seguir el estilo de vida que nos ofrece Jesús, que pasa por su imitación, especialmente en el misterio pascual que nos rescata de tantas miserias, y convoca a ser servidores de los más débiles de nuestra sociedad.
Si sentimos nuestra debilidad para hacerlo, no dejemos de orar con confianza.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXV del tiempo ordinario, ciclo “B”. 19 de septiembre de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com






 

14 de septiembre de 2021

Por seguir a Jesús, los criterios del mundo no nos dominan, y si crucificados para el mundo, seremos rechazados y despreciados.

Acabamos de  escuchar este texto del evangelio (Mc. 8, 27-35)  donde Jesús pregunta a sus discípulos qué dice la gente que Soy Yo.

Esta pregunta está también dirigida a cada uno nosotros: ¿qué dice la gente acerca de Jesús?. Los discípulos responden que algunos afirman que es Juan el Bautista, otros que se trata de Elías y otros, al fin, alguno de los profetas, y ante la pregunta directa hecha a ellos “Y Uds ¿quién dicen que soy Yo?” responde Pedro “Tú eres el Mesías”.
Seguidamente Jesús les dice que no hablen con nadie de esto y anuncia lo que ha de padecer en manos de los jefes judíos, y cómo será condenado a muerte para resucitar posteriormente.
Pedro no queda conforme con el anuncio de la pasión y muerte del Señor, por lo que llevándolo aparte lo reprende, asegurando que esto no sucederá, como expresa la versión que hace Mateo de este diálogo.
Esta postura de Pedro, que por cierto era también la de los demás apóstoles, amerita a su vez, el rechazo de Jesús el cual advierte que se trata de un pensamiento humano inspirado por Satanás.
¿Qué ha sucedido para que la afirmación de “Tú eres el Mesías”, habiendo sido inspirada por Dios, haya quedado deslucida?
Pedro, pues, inspirado por Dios, recalca el mesianismo divino de Jesús, pero después sale a relucir la verdadera concepción que tenía, la de un mesianismo político, el pensar que estaba ante un líder que liberaría al pueblo de la opresión romana, por lo que se hacía necesaria la advertencia de Jesús para que cada uno de ellos entendiera cuál es la misión que el Padre le ha encomendado realizar para el bien de todos.
El Mesías lleno de gloria y honor esperado por Pedro y los otros, se contrapone al Mesías que se identifica con el siervo de Yahvé  que anuncia el profeta Isaías (50, 5-9ª) y que Jesús asimila a su persona.
El texto de Isaías en realidad, describe lo que Jesús anuncia ha de sufrir en manos de las autoridades judías. Y así, el siervo de Yahvé que se presenta humilde y cumpliendo la voluntad de Dios, refiere a que su enaltecimiento se producirá por medio del dolor y la persecución, y que aún cumpliéndose el dolor y la muerte de cruz, “el Señor viene en mí ayuda” por lo que “¿Quién me va a condenar?”
El mesianismo religioso de Jesús será el de asimilarse a la figura del siervo de Yahvé entregándose totalmente a sí mismo para salvar a la humanidad, y guiarla nuevamente  a la vida nueva de la gracia.
También en nuestros días al preguntarnos quién es Jesús, podemos caer en la disyuntiva de pensar si se trata en verdad de un Mesías religioso o un Mesías político.
En nuestros días en los que el ser humano ha dejado de lado a Dios Creador y a Cristo Salvador, se ha erigido como el que se crea y recrea en el transcurso del tiempo y que es capaz a su vez de salvar a la humanidad de todos los problemas que soporta día a día.
Se identifica esto con la afirmación de Nietzsche que proclamaba la muerte de Dios y el resurgimiento del súper hombre, por el que éste dejaba de ser creatura de Dios para transformarse en divinidad.
En la actualidad nosotros mismos nos sentimos bombardeados por el mesianismo del hombre que se  presenta desde la política, la economía, desde lo social, cifrando no pocas veces nuestra esperanza en aquellos que se erigen como los salvadores de las instituciones y del mismo hombre, que dejaría de padecer por el advenimiento de una tierra nueva creada y guiada por el mismo hombre.
Sin embargo, la realidad nos conduce cada día más al desengaño total, porque el reino de la mentira promete gloria y honor sin cruz.
¿Por qué falla en la sociedad este mesianismo cifrado en el poder del hombre? Porque no se da la unión entre fe y obra de las que habla el apóstol santiago (2, 14-18) y san Juan en una de sus cartas.
Ausente la fe en Dios, en Jesús Salvador, el ser humano pone su “fe” en lo simplemente humano, que se diluye, porque el hombre herido por el pecado, y descreído, sólo busca su bienestar personal y nada le importa el bien de sus hermanos, cancelando el bien obrar.
Ahora bien, quizás  ustedes se pregunten mientras me escuchan: ¿qué tiene que ver la fe en Cristo, con la política, por ejemplo? Muy simple la respuesta, ya que la Iglesia enseña que los bautizados laicos deben inmiscuirse en la gestión de los asuntos temporales, hacer presente en los distintos campos de la vida, también en la política, las opciones evangélicas que prolongan nuestra entrega a Dios y a los hermanos.
Si un católico, por ejemplo, se presenta en la vida política haciendo presente  la defensa de la vida, tratando de trabajar por el bien común de todos, dando testimonio de honestidad, defendiendo la verdad y la justicia, está  manifestando en su obrar cotidiano, que vive de la fe.
El mismo Jesús plantea a los que quieran seguirlo, que deben renunciar a sí mismos, es decir, no buscar su propia gloria y bienestar, cargando la cruz de las persecuciones y seguirlo a Él fielmente.
El profesor que enseña que sólo existen varones y mujeres, será expulsado de su cátedra –como ha sucedido- y perseguido por no seguir la  delirante ideología del género.
Si el médico creyente salva una vida a punto de ser abortada, será encarcelado por oponerse al homicidio institucionalizado del aborto.
Y así podemos seguir enumerando muchos ejemplos de fidelidad al Señor que han sufrido persecución y desechados de la sociedad.
Pero existen, lamentablemente, no pocos católicos, que prefieren ser fieles a las ideologías de turno antes que al evangelio, creyendo falsamente que es el mesianismo político el que salva de las miserias humanas, chocando con  sucesivos fracasos y daño para los demás.
Todo esto nos lleva a plantearnos nuevamente si de veras creemos que Jesús es el único salvador y redentor del hombre y que por lo tanto, si lo seguimos en la vida cotidiana llevando a cabo sus enseñanzas, aunque tengamos que padecer persecuciones, alcanzaremos la resurrección y la vida feliz en la gloria.
Resume todo esto lo que expresaba la antífona del Aleluya: “Yo sólo me gloriaré en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, como yo lo estoy para el mundo” (Gál. 6,14).
O sea, por estar con Jesús, los criterios del mundo no deben  esclavizarme, y a su vez, a causa de vivir el evangelio, estoy crucificado para el mundo, es decir, rechazado y despreciado.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXIV del tiempo ordinario, ciclo “B”. 12 de septiembre de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com





6 de septiembre de 2021

“El Señor mantiene su fidelidad para siempre y cura a los hombres de sus males, aunque muchas veces lo desairemos”

 

En la primera oración de esta misa le pedíamos a Dios que nos  había redimido para hacernos hijos suyos, que nos  mire siempre con amor de Padre, para que cuantos hemos creído en Cristo alcancemos la verdadera libertad y la herencia eterna.
En el Antiguo testamento ya se manifiesta este amor de Padre (Is. 35, 4-7ª) que anuncia a los desalentados “llega la venganza, la represalia de Dios: Él mismo viene a salvarlos”. Y esto porque Dios rescata al pueblo elegido de la opresión que sufre de otras naciones y al mismo tiempo responde ante el pecado de Israel con el amor de Aquél que  cura las enfermedades y otorga una nueva vitalidad a la naturaleza misma.
Y la razón de esta respuesta divina está, en que como afirma el salmo interleccional (145, 7-10), el Señor mantiene su fidelidad para siempre y cura a los hombres de sus males, aunque se lo desaire de continuo.
Y esto porque si nosotros que somos malos, dice Jesús en una oportunidad, damos cosas buenas a nuestros hijos, cuánto más el Padre del cielo (Mt. 7,11).
De allí que la persona humana mientras esté en el mundo, puede decidirse por Dios, ya que Él espera para separar el trigo de la cizaña hasta el momento de la muerte o el fin del mundo (Mt. 13, 24-30).
¿Y cómo nos mira Dios en el contexto del evangelio del día? En este texto nos encontramos una vez más con la mirada del Padre (Mc. 7, 31-37) que se manifiesta por medio de Jesús, su Hijo hecho hombre, con  la curación de este sordomudo.
Jesús está recorriendo lugares en que abundan los paganos que no siguen al Dios de la Alianza, pero que seguramente han escuchado hablar de Jesús y sus signos, por lo que le llevan este hombre para que lo cure imponiéndole las manos, manifestando así el poder divino que desciende sobre alguien que necesita ser rescatado de sus miserias.
Jesús decide realizar varios gestos muy elocuentes que manifiestan su realidad divina. Lo aparta de la gente porque quiere tener un encuentro personal con el enfermo, lo saca del bullicio, de la presión mediática para encontrarse con él. Le pone los dedos en las orejas, con su saliva toca la lengua del enfermo, -piénsese que en aquellos tiempos la saliva se consideraba portadora de poder curativo-, mira al cielo como invocando al Padre y pronuncia la palabra  “efatá”  que significa ábrete, liberadora de los oídos y de la lengua.
Este gesto señala la necesidad del hombre de escuchar en primer lugar al Dios de la Alianza, pero también a sus hermanos de los que estaba separado a causa de la sordera y así poder comunicarse de nuevo.
En efecto, Jesús le abre los oídos del alma para que escuche, no sólo oír, sino comprender la grandeza de este encuentro con  quien lo ha salvado, y a su vez, proclamar con los labios lo que ha acontecido en su vida, afirmando con la gente que esto proviene de Dios, que “todo lo ha hecho bien, hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.
Queridos hermanos: estamos no pocas veces como este sordomudo, metidos en la vorágine del mundo, aturdidos por estar sumergidos en las cosas y preocupaciones de este mundo que ya no tenemos tiempo para separarnos del bullicio interior y exterior y escuchar sosegadamente a Dios que nos desea apartados para estar con Él.
Estamos rodeados por la contaminación auditiva de manera que vivimos en el ruido, sin escuchar al Señor y a los demás, por eso Jesús nos aparta de todo eso para entrar en el silencio del encuentro con su Persona y con la de nuestros hermanos. De allí la necesidad de dejar atrás la sordera espiritual que nos aísla y encierra en nuestro mundo.
Urge que nos convirtamos en personas dispuestas a escuchar a Dios en la oración o en las circunstancias diarias de la vida, en las que muchas veces se manifiesta y, acomodarnos para escuchar a  todos.
Esta doble escucha a Dios y a los demás va juntas, de manera que si nos esforzamos para atender al Señor  lo haremos también con los demás.
¿Escuchamos al anciano que quizás repite siempre lo mismo pero desea comunicarse con nosotros? ¿Escuchamos a nuestro esposo o esposa, a los hijos, a los hermanos, a los padres, o  pensamos que sólo importa lo yo pueda decir y por lo tanto merezco recibir atención?
El Papa Francisco pedía hoy a los sacerdotes poner especial atención a este ministerio de la escucha como una prolongación de la dedicación que manifiesta siempre Jesús ante las personas aguzando su oído y, así comunicarse con las necesidades de todos.
No pocas veces el escuchar al otro hace que esta persona encuentre respuestas a sus inquietudes en su mismo hablar comunicándose.
Y de la escucha pasar siempre a la acción especialmente no haciendo acepción de personas como exhorta el apóstol Santiago (2, 1-7).
¿Y cuándo no hacemos diferencia entre aquél que lleva un anillo valioso y un pobremente vestido? Precisamente cuando supimos percibir lo que vive uno y otro, -ya que los dos pueden llevar un drama en su corazón- necesitando de compasión y disposición para aportar el bien a sus necesidades ya espirituales o materiales.
Queridos hermanos: crezcamos en la escucha de Dios y de los hermanos, para poder proclamar con valentía que fuimos salvados para cantar las maravillas divinas en la gloria que no tiene ocaso.
Sigamos a María Santísima que diligentemente escuchó la voluntad del Padre para responderle fidelísimamente aceptando lo que se le encomendaba. Imitemos a san José que atendiendo siempre la voz de Dios, respondió prestamente y en silencio cuidando a Jesús y a María.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXIII del tiempo ordinario, ciclo “B”. 05 de septiembre de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com