28 de junio de 2009

Tomás Moro, un político “testimonial”. (Segunda parte)


“Santo Tomás Moro se distinguió por la constante fidelidad a las autoridades y a las instituciones legítimas, precisamente porque en las mismas quería servir no al poder, sino al supremo ideal de la justicia. Su vida nos enseña que el gobierno es, antes que nada, ejercicio de virtudes” (carta nº 4).
Por P. Ricardi Bautista Mazza

4.-El testimonio de su vida particular y familiar.
Continúa describiendo Juan Pablo II a Tomás Moro en su vida familiar diciendo que “Sintiéndose llamado al matrimonio, a la vida familiar y al compromiso laical, se casó en 1505 con Juana Colt, de la cual tuvo cuatro hijos. Juana murió en 1511 y Tomás se casó en segundas nupcias con Alicia Middleton, viuda con una hija. Fue durante toda su vida un marido y un padre cariñoso y fiel, profundamente comprometido en la educación religiosa, moral e intelectual de sus hijos. Su casa acogía yernos, nueras y nietos y estaba abierta a muchos jóvenes amigos en busca de la verdad o de la propia vocación”. (Carta nº 2).
La santidad de vida del creyente se acrecienta asumiendo desde la fe los compromisos propios del deber de estado, siendo el matrimonio y la familia uno de los ejes más importantes de toda existencia humana.
Así lo entendió Tomás Moro quien desde el hogar fue creando un ámbito propicio en el que se nutrían sus descendientes por medio de la transmisión de la fe católica y de un proyecto de vida profundamente humano en el que se destacaban las virtudes tanto personales como las relacionadas con la vida social.
“En este sentido, partiendo del amor y en constante referencia a él, el reciente Sínodo ha puesto de relieve cuatro cometidos generales de la familia:1) Formación de una comunidad de personas; 2) servicio a la vida; 3) participación en el desarrollo de la sociedad;
4) participación en la vida y misión de la Iglesia.”(Exhortación Apostólica de Juan Pablo II “Familiaris Consortio, nº 17).
Adelantado a su época, Tomás Moro bregó en sus matrimonios y familias respectivas por llevar a cabo estos cuatros cometidos señalados.
Es suficiente mirar a nuestro alrededor para advertir sin mucho esfuerzo que es la familia la que permite la realización plena del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios.
Gracias a esa semejanza con Dios, el hombre lleva en su ser impreso el misterio más grande de la grandeza humana, es decir, que sólo se es auténticamente hombre cuando la riqueza de la comunidad divina se continúa en la creatura humana.
Para realizar este cometido, necesita el ser humano conocerse como persona no cerrada sobre sí misma, sino llamada a formar comunidad con los demás prójimos, sean los unidos a él ya por los lazos de sangre, amicales o ciudadanos.
Cuando desde la intimidad personal descubrimos también al otro como imagen y semejanza del totalmente “Otro”, es cuando es posible establecer puentes para constituir comunidad, familia.
En el hallazgo de la comunidad y del “otro”, en el totalmente “Otro”, el ser humano se abre a la vida ya que comprende su valiosidad ejemplar que jamás puede ser vulnerada, poseída, pisoteada o despreciada en aras del enclaustramiento más feroz del egoísmo.
En nuestra época, en cambio, el “otro” ha sido devaluado de tal manera que hasta los que se dicen querer ejercer como políticos, hacen selección interesada de su prójimo, estando prontos a satisfacer a las minorías “progresistas” que no dudan en sacrificar en al altar de Moloc por medio del aborto a los niños no nacidos, o arrinconar a los ancianos y enfermos a los que consideran inútiles para una sociedad hedonista, o eliminarlos por la “eutanasia” bajo la fórmula siniestra de un postulado autodenominado “derecho a la muerte”.
Ni qué decir que se hacen eco de las apetencias de ciertos “colectivos” que pugnan por nuevas “versiones” del matrimonio y de la familia que no integran lo que el Creador ha formulado para la naturaleza humana.
Estas propuestas de políticos argentinos, autoproclamados algunos como “defensores de la ética”, avasallan sin ninguna vergüenza los principios más elementales que protegen la vida, ya naciente, ya en su desarrollo o en su postrimerías, a la dignidad del matrimonio y de la familia, como si la verdad de esto dependiera del “voluntarismo” de su capricho oportunista y no de fundamentos que tocan al mismo hombre en su ser.
Para ellos la “ética” sólo mira el negociado, o el enriquecimiento ilícito, y no a la persona misma que se la vulnera caprichosamente, como si pudiera existir honestidad para gobernar o legislar si se desprecia al ser humano en su derecho primero cual es el de la vida, y a su deber primero cual es el de reconocerse como cada uno es biológicamente, llamado a la comunidad tan enaltecedora de la persona como lo es el matrimonio y la familia, según el designio del Creador.

5.-El testimonio como laico “en el mundo” y “en la Iglesia”.

En un tiempo histórico tan especial como le tocó vivir, Tomás Moro intuyó que como bautizado debía hacer un aporte concreto a la sociedad como lo señala Familiaris Consortio (nº 17). Lo hizo viviendo de modo extraordinario lo que le correspondía realizar cotidianamente.
Como ya advirtiera desempeñó cada tarea que se le encomendó para bien de su país y de cada conciudadano, sin buscar nunca las honras tan fugaces como el tiempo, por las que muchos ponen alma y vida para obtenerlas por cualquier precio.
Participando en la “vida y misión de la Iglesia” (cf. FC nº 17), “En 1532, no queriendo dar su apoyo al proyecto de Enrique VIII que quería asumir el control sobre la Iglesia en Inglaterra, presentó su dimisión”. …“Constatada su gran firmeza en rechazar cualquier compromiso contra su propia conciencia, el Rey, en 1534, lo hizo encarcelar en la Torre de Londres dónde fue sometido a diversas formas de presión psicológica. Tomás Moro no se dejó vencer y rechazó prestar el juramento que se le pedía, porque ello hubiera supuesto la aceptación de una situación política y eclesiástica que preparaba el terreno a un despotismo sin control.”(Carta nº 3).
A diferencia de muchos políticos de nuestro tiempo, no sólo afirmaba pertenecer a la Iglesia Católica sino que daba fe de éste principio con su obrar cotidiano, de allí que intuyendo el autoritarismo político y religioso que esgrimía su rey, prefirió servir incondicionalmente a su único Señor, su Creador y Salvador.
De allí que “durante el proceso al que fue sometido, pronunció una apasionada apología de las propias convicciones sobre la indisolubilidad del matrimonio, el respeto del patrimonio jurídico inspirado en los valores cristianos y la libertad de la Iglesia ante el Estado. Condenado por el tribunal, fue decapitado”. (Carta 3).
¿Cuántos políticos de nuestro tiempo, considerados católicos, no dudaron en apoyar leyes divorcistas o contrarias a las enseñanzas de la Iglesia? Su fidelidad al partido o a su ideología, tiene con frecuencia más peso que el profesar la fe católica que “dicen” poseer.
No pocos son los católicos, por lo demás, que en el ejercicio de la llamada “política pluralista” no dudan en pretender someter a la Iglesia agrediéndola por defender las verdades más elementales en los distintos ámbitos de la vida humana, como la educación, la economía, la moral pública.
Y así por ejemplo, próximos estamos a que se considere a la Iglesia culpable de infringir la ley “contra la discriminación” por sostener que el matrimonio está constituido por un varón y una mujer, y que la homosexualidad, entre otras situaciones tan comunes hoy, no está enmarcada por la enseñanza evangélica.
Y no quepa duda alguna, vienen por más…..

6.-Testimoniando vida austera, muere privado de bienes.

Recuerda Juan Pablo II que“estimado por todos por su indefectible integridad moral, la agudeza de su ingenio, su carácter alegre y simpático y su erudición extraordinaria …se retiró de la vida pública aceptando sufrir con su familia la pobreza y el abandono de muchos que, en la prueba, se mostraron falsos amigos”.(Carta nº 3).
Es conocido el requerimiento de su segunda esposa porque aceptara las pretensiones del rey olvidando el imperio de su conciencia para verse librado él y su familia de la extrema pobreza a la que eran sometidos por su íntegra fidelidad a la verdad.
Sin embargo Tomás Moro prefirió hasta su muerte vivir en la firmeza de la verdad antes que apoyarse en la seguridad pasajera de los bienes de este mundo.
Al respecto nos enseña que “si en la presente tribulación turca (se refiere a enrique VIII) nos persiguen a causa de la fe de manera que los que la renieguen mantengan sus bienes y los pierdan los que no la abandonen, la persecución será como una piedra de toque, y mostrará quién finge y quién es auténtico, y enseñará a discernir mejor a los que se creen con mejores intenciones de lo que sus obras indican. Porque hay algunos que creen tener buenas intenciones mientras se construyen a sí mismos una conciencia, y se quedan con un montón enorme de riqueza superflua siempre pensando que harán con ella alguna obra buena en la que lo darán todo de una vez, o si no, sus herederos lo harán. Si no se mienten a sí mismos, y guardan todo eso por algún propósito bueno, para hacer de verdad lo que Dios quiera, entonces deberán estar muy contentos en esta persecución de separarse de todo para dar gusto a Dios manteniéndose en su fe” (Diálogo de la fortaleza contra la tribulación, pág. 254. Editorial Rialp. 2002).
En las bellas páginas de este “Diálogo”, escritas en la cárcel, Tomás Moro, nos deja un mensaje sobre su fe y adhesión a Cristo Nuestro Señor, motivo más que suficiente para preferir perder todo lo terrenal si ello fuera necesario para permanecer en Jesús.
Nos enseña pues, que “Nadie puede servir a la vez a dos señores. Cristo quiere que creáis todo lo que Él os dice y que hagáis todo lo que Él os manda, y que desechéis lo que Él os prohíbe, sin ninguna excepción. Quebrantad uno de sus mandamientos, y los habéis quebrantado todos.”(op.cit. pág. 257).
El servicio a la autoridad temporal nunca ha de ser superior al que corresponde brindar al Creador, es sintéticamente el pensamiento del santo.
De allí, que en conflicto de deberes, el creyente verdadero, aún en el mundo de la política, elige siempre a su Dios antes que a su “rey temporal”.
Esta es la clave para entender profundamente el testimonio de este gran santo.
Quiera Dios concedernos en estos tiempos tan oscuros para nuestra Argentina, el que podamos vislumbrar una patria diferente en el que imitadores de Tomás Moro la conduzcan por la senda de la verdad al destino de grandeza fijado desde sus orígenes.
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Padre Ricardo B. Mazza. Director. En el décimo aniversario de la fundación del CEPS “Santo Tomás Moro”. 28 de Junio de 2009. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro.-

24 de junio de 2009

Tomás Moro, un político “testimonial” (1ra. parte)


“Su juicio estaba siempre iluminado por la verdad nacida de la Sabiduría de Dios que lo llamaba a la realización del bien en todo momento y lugar”.

1.-El testimonio de su fidelidad a la conciencia.
Juan Pablo II afirma en la Carta Apostólica que proclama a Santo Tomás Moro como patrono de los gobernantes y de los políticos que “de la vida y del martirio de Santo Tomás Moro brota un mensaje que a través de los siglos habla a los hombres de todos los tiempos de la inalienable dignidad de la conciencia, la cual, como recuerda el Concilio Vaticano II, «es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella»(Gaudium et Spes, 16) (Carta nº 1).
Esta fidelidad a su conciencia fue en Tomás Moro el punto crucial de su vida como padre y esposo, político, juez y abogado, servidor de Dios y de su rey.
Una conciencia que no se refugiaba en la vigencia del relativismo subjetivista tan dominante en nuestros días por el cual cada uno piensa como quiere y se arroga la potestad de decidir sobre lo que es bueno o malo y de allí juzgar sus actos, sino que su juicio estaba siempre iluminado por la verdad nacida de la Sabiduría de Dios que lo llamaba a la realización del bien en todo momento y lugar.
Coherente con esta conciencia verdadera y recta, Tomás Moro tuvo que enfrentarse a los vaivenes emocionales y de conciencia de un rey que como “exponente adelantado” de lo que denuncia Juan Pablo II en la Encíclica Veritatis Splendor al referirse al síndrome de la “conciencia creativa”, “creaba” la verdad según sus caprichos, y luego bajo el “peso” aparente de esa conciencia obraba el mal sin ningún remordimiento, pretendiendo que los demás se adhirieran a ese modo peculiar de “reelaborar” la verdad según sus antojos.
Este proceder tan peculiar de Enrique VIII, tiene en nuestra época no pocos imitadores políticos que, -sin entrar a juzgar su “conciencia”- “crean su verdad” y a ella se someten, encuadrándose en un mundo irreal que sólo existe en su interioridad, llegando hasta a manipular los índices que muestran el estado económico y social de las misma comunidad civil, pretendiendo que a su alrededor cada persona se someta a esa “nueva visión de la verdad”.
Al respecto afirmaba hace ya un tiempo en un artículo de mi autoría -“El relativismo moral y la perspectiva de género”- que “si la verdad es la adecuación del entendimiento a la realidad, y si se da una lectura de la realidad, es decir, de la cosa, de todo lo que existe, totalmente subjetivista en la que prima el parecer de cada inteligencia que contempla esa realidad a través de un prisma personal, la verdad misma se relativiza”.
Justamente esto es lo que acontece en nuestros días y que se le quería imponer a Tomás Moro, exigiendo que no viera la realidad patente de las cosas, sino que se sometiera al mundo ilusorio fabricado por un gobernante que pretendía hacer regir a toda costa “su verdad”, tan vulnerable a cualquier exámen serio de inteligencias probas, como opresora en definitiva de la dignidad de la persona que sólo se ha de sentir subyugada por la verdad que únicamente le es dada a las conciencias rectas.
Esta fidelidad a la verdad convirtió a Tomás Moro en modelo de todo político que quiera ser “testimonial”, ya que “precisamente por el testimonio, ofrecido hasta el derramamiento de su sangre, de la primacía de la verdad sobre el poder, Santo Tomás Moro es venerado como ejemplo imperecedero de coherencia moral. Y también fuera de la Iglesia, especialmente entre los que están llamados a dirigir los destinos de los pueblos, su figura es reconocida como fuente de inspiración para una política que tenga como fin supremo el servicio a la persona humana” (Carta nº 1).

2.-El testimonio de su formación cultural y religiosa.
Recuerda Juan Pablo II que “Tomás Moro vivió una extraordinaria carrera política en su país. Nacido en Londres en 1478 en el seno de una respetable familia, entró desde joven al servicio del arzobispo de Canterbury, Juan Morton, canciller del Reino. Prosiguió después los estudios de leyes en Oxford y Londres, interesándose también por amplios sectores de la cultura, de la teología y de la literatura clásica. Aprendió bien el griego y mantuvo relaciones de intercambio y amistad con importantes protagonistas de la cultura renacentista, entre ellos Erasmo Desiderio de Rotterdam” (Carta nº 2).
Como puede observarse a simple vista, Tomás Moro fue un hombre que se esforzó por ir creciendo en una formación intelectual que le permitiera merecer, -sin buscarlas- las distintas responsabilidades que le cupo asumir con idoneidad y honestidad.
No fue un político improvisado que surgiera del anonimato por los “favores y la dedocracia del poderoso de turno”, sino que naturalmente todas la miradas se dirigían a él cuando se trataba de pensar en alguien con la suficiente solvencia intelectual y moral para realizar cometidos políticos necesarios para el bien de Inglaterra.
Esto permitió que gozara de la libertad de los hijos de Dios para servir a su Dios y a su rey temporal.
Al ser libre no se veía acorralado por la “obediencia debida” que busca concretar cualquier acción, como habitualmente le sucede a aquél que debe su elevación política no al propio cultivo de cualidades y dotes, sino por haber recibido de la mesa del poderoso las “migajas” de las dádivas políticas, que sólo permiten engrosar al ejército del servilismo más denigrante.
Por otra parte, el ser libre y sólo servidor de los principios más enaltecedores, le permitían mantenerse fiel en una conducta intachable que sólo buscaba servir a su Dios, y al monarca, siempre en el marco de la justicia, la verdad y la búsqueda del bien común.
Esto le permitió no vivir según los vaivenes de los cambios políticos mediante los cuales muchos de su tiempo, como sucede en el actual, fácilmente cambiaban de lealtad dando lugar a “acomodamientos personales”, fruto de la búsqueda constante y afanosa de los nuevos aires que puedan aparecer en el escenario político.
De su vida religiosa recuerda Juan Pablo II que “Su sensibilidad religiosa lo llevó a buscar la virtud a través de una asidua práctica ascética: cultivó la amistad con los frailes menores observantes del convento de Greenwich y durante un tiempo se alojó en la cartuja de Londres, dos de los principales centros de fervor religioso del Reino”. Por otra parte “La vida de familia permitía, además, largo tiempo para la oración común y la «lectio divina», así como para sanas formas de recreo hogareño. Tomás asistía diariamente a misa en la iglesia parroquial, y las austeras penitencias que se imponía eran conocidas solamente por sus parientes más íntimos (Carta nº 2).
Esta esclarecida manera de vivir su fe católica sería en el futuro lo que le permitiera vivir con entereza los embates de sus enemigos, presurosos siempre por lisonjear a un rey lujurioso, padeciendo la humillación de la cárcel por no prestarse a los manejos de la injusticia reinante en su tiempo.

3.-El testimonio de político y juez íntegro.
Nos recuerda el papa en la carta que mencionamos al principio que, “en 1504, bajo el rey Enrique VII, fue elegido por primera vez para el Parlamento. Enrique VIII le renovó el mandato en 1510 y lo nombró también representante de la Corona en la capital, abriéndole así una brillante carrera en la administración pública. En la década sucesiva, el rey lo envió en varias ocasiones para misiones diplomáticas y comerciales en Flandes y en el territorio de la actual Francia. Nombrado miembro del Consejo de la Corona, juez presidente de un tribunal importante, vicetesorero y caballero, en 1523 llegó a ser portavoz, es decir, presidente de la Cámara de los Comunes” (carta nº 3).
Conforme con su formación y probidad ejemplar, Tomás Moro, en las distintas misiones que se le encomendaron, sin dejar de servir a su rey, se mantuvo fiel a los más altos principios de la prudencia.
Como Presidente de la Cámara de los Comunes no lo imaginamos el prestarse a la manipulación del poder o renunciando a lo que era propio de su investidura para otorgarlo a la autoridad real.
Como juez, Tomás Moro “afrontó un período extremadamente difícil, esforzándose en servir al rey y al país. Fiel a sus principios se empeñó en promover la justicia e impedir el influjo nocivo de quien buscaba los propios intereses en detrimento de los débiles” (Carta nº 3).
¡Qué hermoso testimonio nos deja en la administración de la justicia! Siempre libre para juzgar según las leyes y teniendo en claro que el objeto de la justicia es el derecho, o sea el “ius” del que goza todo ciudadano por el que cada uno recibe “lo que le es debido” según la verdad, y no según los dictados del ocasional poder político de la época.
De allí que jamás se dejó manejar en el dictado de la justicia por las órdenes del rey Tudor, ni se le ocurrió beneficiar a los ricos o famosos por sólo serlo, sino que por el contrario estaba pronto a escuchar las súplicas de los débiles esquilmados por los prepotentes.
Esta fidelidad de vida a una conducta honesta le valió el que sufriera en carne propia el proceso de un juicio “armado” para satisfacer al rey, y ser sentenciado a muerte no según la razón, sino bajo el imperio de la venganza
Si hubiera vivido entre nosotros, fiel siempre a la verdad, jamás hubiera cedido a las interpretaciones ideológicas del derecho penal y a las presiones de los abortistas, autorizando “el homicidio legal” del nasciturus o defendiendo el “derecho a abortar”, tan publicitado hoy, como si existiera un salvoconducto para legitimar el homicidio calificado, agravado por el vínculo.

Padre Ricardo B. Mazza. Director . En el décimo aniversario de la fundación del Centro de Estudios Políticos y Sociales “Santo Tomás Moro”. 24 de Junio de 2009.
ribamazza@gmail.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro; http://ricardomazza.blogspot.com.-

18 de junio de 2009

Los signos eucarísticos nos dan al Señor en su “sacrificio Salvador”


El domingo pasado celebrábamos la solemnidad de la Santísima Trinidad, misterio de fe central en nuestra fe católica por el que creemos en un único Dios en tres personas distintas.

Hoy la Iglesia invita a contemplar otro misterio de capital importancia cual es el del Corpus Christi.
Como creyentes damos nuestro asentimiento a la verdad que en las especies de pan y vino convertidas por la transubstanciación, está presente realmente Jesús, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad.
Con este modo de presencia del Señor entre nosotros, Él mismo está cumpliendo lo que nos ha dicho el domingo pasado: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28,16-20).
Se trata de una muestra más de las tantas que existen, de la infinita bondad de Dios para con el hombre.
No solamente Dios ha querido entrar en nuestra historia con el misterio de la Encarnación, asumiendo nuestra humanidad, para redimirnos y permitirnos volver al Padre, sino que al mismo tiempo reconociendo nuestra condición de caminantes en este mundo quiere nutrir y fortificar nuestra vida de todos los días, con su propia vida, con su propia presencia, no sólo en la Iglesia, o cuando dos o tres están reunidos en su nombre, sino también en el corazón de cada uno.
Y así estamos convocados a celebrar el memorial de la Pasión como lo recordábamos en la primera oración de esta liturgia.
Reunidos como cada domingo, rememoramos lo que aconteció en la última Cena y en todo el misterio de la Pasión, Muerte y resurrección del Señor.
Incluso más allá de una simple memoria de todo esto, lo que hacemos es actualizar lo que sucedió en el pasado aunque de un modo incruento, es decir, sin derramamiento de sangre como en el calvario.
En cada misa hacemos memoria actualizando los misterios de nuestra salvación.
Pero Jesús además de hacerse presente en el altar del sacrificio, quiere entrar en nuestra misma interioridad, en lo más íntimo del corazón.
San Agustín al respecto recordaba que los alimentos recibidos por el cuerpo humano son asimilados por éste, en cambio con la Eucaristía sucede algo diferente ya que no lo incorporamos a Cristo sino que nos asimilamos a Él mismo entrando a formar parte del mismo Cristo.
De hecho cada uno de nosotros forma parte de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, siendo Él la Cabeza de ese Cuerpo.
Cada vez que comulgamos al Señor, recibimos al mismo Jesús de la Pascua que viene personalmente y quiere nos unamos a su Persona, para que así juntos podamos dar culto agradable al Padre buscando siempre su voluntad, prolongándolo en cada gesto bueno que realicemos.
Por eso pedíamos hoy que la vivencia de la Eucaristía nos fuera preparando para la unión plena con Dios en la Vida eterna.
Si es una gracia, un regalo, el que Cristo se haga presente entre nosotros en cada Eucaristía, también es un don el que vayamos entendiendo y comprendiendo lo que la presencia del Señor significa para nuestra vida.
No solamente comulgar sino también desear vivamente ser una sola cosa con Él en la vida cotidiana.
Por eso muchos santos decían que bastaba sólo una comunión para hacernos santos, totalmente asimilados a Jesús.
Y si eso no ocurre al sentirnos débiles, frágiles, o percibimos que no nos cambia en nada la comunión, es porque falta esa respuesta firme de la libertad del hombre que se entregue al Hijo de Dios Vivo que quiere hacer de nosotros nuevas creaturas y renovarnos interiormente.
De allí la importancia de la preparación misma para recibir al Señor, estando dispuestos a luchar y trabajar para alejarnos del pecado y de toda adhesión a aquello que se opone al infinito amor de Dios manifestado a través de Jesús en este sacramento admirable.
Cristo aparece, como lo recuerda la carta a los Hebreos (9,11-15) como el mediador entre Dios y los hombres.
El mediador tiene siempre como suyo, algo de los dos extremos entre los que media, para poder unirlos.
Y así, Cristo que es Dios, ante el Padre implora por nosotros.
Como hombre, cercano a nosotros, entiende y comprende nuestras debilidades asumidas por Él –menos el pecado- en el misterio de la Cruz. Y gracias a esta proximidad mueve nuestros corazones para que vayamos al encuentro de ese Dios que nos espera desde toda la eternidad y quiere brindarse a nosotros como lo hace desde la creación y lo sigue realizando desde este misterio de la presencia de su Hijo en nuestros corazones.
Queridos hermanos, la Eucaristía, por lo tanto, como sacramento de fe hace presente al Señor, pero nos hace presentes también a nosotros ante Dios y nos interpela en orden a nuestra relación con el prójimo, con el otro, ya que es el sacramento del amor.
Hoy providencialmente en nuestra Patria se realiza la colecta de Caritas, que significa caridad, por la que disponemos del dinero que en definitiva nos ha permitido conseguir el Señor, para ofrendarlo al bien de los más necesitados.
Pero, ¿qué nos pide además hoy la Iglesia? Nos convoca a orientar lo mejor de nosotros mismos para dedicarlo al servicio de los demás.
La caridad permite la apertura del corazón ante el hermano hoy excluido.
Exclusión económica, social, afectiva, por razón de raza o color o religión.
La sociedad de hoy aparece como una gran excluyente de grandes grupos humanos que no alcanzan a satisfacer sus necesidades mínimas para vivir dignamente, sin posibilidades de desarrollarse como personas.
El corazón del cristiano movido por el amor de Cristo que nos nutre, ha de apuntar a renovarse para formar una sociedad nueva en la que todos juntos luchemos por una Nación nueva.
Nuestra consigna y factor motivador para el testimonio cristiano cotidiano ha de tener presente que en la tierra del pan no ha de faltar ni sobrar a persona alguna, aquellos bienes que nos permiten vivir como hijos de Dios en la comunión que brota de la afinidad con Cristo.
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Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la Pquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz. Reflexiones en torno a la liturgia del Corpus Christi, 14 de Junio de 2009.
ribamazza@gmail.com.-http://ricardomazza.blogspot.com.- www.nuevoencuentro.com/tomasmoro.-

11 de junio de 2009

La revelación de la intimidad divina


La Iglesia celebra hoy solemnemente a la Santísima Trinidad.
Nos presenta este misterio que es la razón de ser de nuestra fe católica.
En Dios, único por naturaleza, subsisten tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Ese Dios que existe y siempre existirá porque es eterno no ha hecho más que manifestar su amor para con todo lo creado, pero muy especialmente para con nosotros, que nos ha creado a imagen suya, para hacernos participar de su misma vida.
En este misterio de la Trinidad, Dios se desborda a sí mismo y devela su intimidad.
Y así, la pregunta que muchas veces acucia el corazón humano sobre quién es Dios, se ve respondida a través del misterio de la intimidad de Dios que se despliega.
Un Dios que incluso va mostrándose de acuerdo a las posibilidades del entendimiento humano.
Y así escuchamos en la primera lectura tomada del libro del Deuteronomio, cómo el pueblo de Israel tiene experiencia de un Dios que vive, a diferencia de otros pueblos vecinos que adoraban dioses sin vida. Frente al culto de divinidades muertas, el pueblo de Israel tiene experiencia a través de signos, señales y proezas verdaderas, de un Dios que vive, que le va diciendo al pueblo elegido: Aquí estoy, yo vengo a salvarlos.
Y así, rescatado de la esclavitud de Egipto, llevado a la tierra prometida, celebrando la alianza del Sinaí, descubre el amor de Dios para con ellos.
Y se dan cuenta que ese amor de Dios se remonta mucho más lejanamente, a los orígenes, a la creación. Y por eso Moisés les va diciendo que han de responder a ese Dios con el cumplimiento de los mandamientos, de los preceptos del Señor.
E inmediatamente es precisado en el texto de hoy, cómo de este modo, -el de vivir en comunión con Dios-, el corazón del hombre se ve liberado alcanzando la felicidad plena.
De hecho no es más que una manifestación de lo que sucede habitualmente, y que todos de alguna manera hemos comprobado: por el camino del mal, el hombre no encuentra más que desasosiego y vacío interior, causado por no vivir con quien se está religado desde la creación .
Y Dios se va mostrando indicando que su intimidad no está encerrada en sí misma, sino que su amor se manifiesta para que podamos compartirlo.
De allí que el mismo apóstol San Pablo nos dirá que por el bautismo fuimos constituidos hijos adoptivos de Dios en su Hijo Unigénito, y que esa filiación divina nos permite llamar a Dios Abba, que es más que Padre, “ papito”, e introduce al hombre en un diálogo amical, de ternura, con Dios.
Permite que por inspiración del Espíritu Santo, que es el amor del Padre y del Hijo, cada uno de nosotros pueda dirigirse al Padre.
Qué hermoso es poder sentirse profundamente hijo del Padre y poder acercarnos cada día al Padre del Cielo y decirle: “¡Señor, yo soy tu hijo!, no soy como Jesús, estoy lejos de serlo, pero quiero por Él que me ha redimido, entrar también en esta relación de filiación y poder llamarte siempre: Padre”. “Quiero poder vivir y sentir cada día que tengo un Padre en el cielo”. “Cuando pareciera que todo se derrumba, que a nadie puedo acudir, saber que te tengo a Ti, y que si sé apreciar que tengo un Padre en el cielo experimentar que no existe la soledad en el corazón humano”.
De hecho, aunque tengamos todo, si nos falta el Padre, no somos nada, aunque nos faltara todo, si lo tenemos a Él, es suficiente.
Un Padre que nos mira, que se goza cuando hacemos el bien.
Porque así como un hijo que obra bien delante de su padre le produce alegría, y por el contrario lo entristece cuando obra el mal, también el hombre ante la mirada del Padre es causa de alegría cuando tratamos de imitarlo, y lo entristecemos cuando nos rebelamos contra Él creyendo que no tenemos Padre en el cielo.
Muchas veces el hombre se rebela contra Dios, especialmente cuando no todo sale como uno quisiera o cuando pensamos por alguna adversidad que no nos ama, o que no lo necesitamos, tentados siempre por la autosuficiencia.
Sin embargo es imposible negar que seamos hijos del Padre del cielo.
Como un hijo en la tierra por más que reniegue de su padre, no puede destruir la filiación y la paternidad, en el orden sobrenatural es imposible separarnos del Padre.
El Padre que espera al hijo, como el hijo pródigo, el que nos llama y siempre espera a su hijo y que al mismo tiempo nos va mostrando que el camino para llegar a Él es su propio Hijo Unigénito.
Desde el Padre nos sentimos movidos a ir al encuentro del Hijo para apreciarnos hermanos suyos, y considerarnos amados por el Padre como Él, e ingresando al mismo tiempo en la intimidad de hijos.
Por otra parte conocemos a Jesús más íntimamente cuando nos aproximamos mucho más a Él a través del misterio de la Cruz, de la muerte y de la resurrección.
Es la intimidad del Hijo que se nos despliega como diciéndonos “te he querido tanto como hermano que hice entrega de mi vida para salvarte”.
“No solamente para seguir lo que el Padre ya había mostrado al amarte, sino que yo como Hijo del Padre te amo como hermano y por eso quiero rescatarte de la muerte en la que has incurrido por el pecado de los orígenes para poder encauzarte por el camino que lleva a mi Padre que es también el tuyo”.
Y así Jesús nos va guiando por medio de sus enseñanzas y de su Palabra al encuentro del Padre.
Pero al mismo tiempo nos promete otro regalo, el don del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo es el amor entre el Padre y el Hijo constituyendo ese amor una Persona divina.
En efecto, el amor del Padre y del Hijo se manifiesta plenamente en nuestros corazones, y nos otorgan de un modo rebosante la gracia que viene de lo alto.
Es el Espíritu que promete estar siempre con nosotros, permitiéndonos ahondar en el conocimiento de lo que es la intimidad de Dios.
En la actualidad escuchamos tantas veces hablar de energía, de experiencias provenientes del mundo oriental para poder llenarnos de no sé qué fuerza, llegando hasta el panteísmo.
Nosotros desde la fe sabemos que esa fuerza y energía no salen de un mundo desconocido sino que es el mismo Dios que nos da la “energía” de la gracia santificante para participar de la vida de Dios.
Lejos de Dios no hay energía rara que valga, hace falta el don de la conversión y el entregarnos de lleno a vivir en comunión con Dios.
Esta es la verdadera presencia de la divinidad entre nosotros, la del Espíritu Santo con sus siete dones que nos va llevando poco a poco a la intimidad divina.
Comunión con Dios que no es desaparecer en Dios como algunas doctrinas filosóficas sostienen, no se diluye la persona en Dios, sino que seguimos siendo seres humanos que entran en comunión con Dios sin necesidad de desaparecer o diluirnos en la misma divinidad.
Por eso, entrar en la intimidad de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, es entrar en la intimidad del mismo hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios.
Esta imagen de la Trinidad la percibimos muchas veces en nuestra familia donde el padre y la madre son distintos entre sí y diferentes a los hijos, y estos lo son también entre sí, y están llamados a constituir una unidad a pesar de la distinción que dio lugar a la unión matrimonial y familiar.
Esta intimidad de Dios que nos lleva también a conocer al hermano que entra a formar parte de esta nueva vida que se nos ofrece.
Por eso es importante entrar en la intimidad de Dios y vivir siempre bajo la mirada del Padre, buscando la amistad del Hijo y siguiendo el movimiento interior del Espíritu, que nos conduce al bien, a lo que engrandece a la persona, y nos permite vivir en plenitud lo que somos : hijos adoptivos de Dios.
Sintiéndonos enviados por el Señor para hacer de los pueblos de la tierra discípulos suyos, para que entren en la intimidad desbordante del Dios Uno y Trino, enseñemos a guardar las enseñanzas de Aquél que prometió estar con nosotros, despejando todo temor, hasta el fin del mundo.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la Parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz. Reflexiones en torno a los textos bíblicos de la liturgia dominical del 07 de Junio de 2009, Solemnidad de la Santísima Trinidad (Deut.4, 32-34.39-40; Rom. 8,14-17; Mateo 28,16-26).-

ribamazza@gmail.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro; http://ricardomazza.blogspot.com.-

6 de junio de 2009

El “acontecimiento” plenificante de Pentecostés


En la primera oración de esta misa pedíamos al Señor que no deje de realizar en el corazón de sus fieles las maravillas que realizó en el comienzo de la predicación evangélica y que refería al don del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad, es el amor entre el Padre y el Hijo, constituido en persona divina, que se derrama en nuestros corazones el día de Pentecostés.
Pedíamos a Dios que se realice hoy en nosotros lo que aconteció aquella vez después de cincuenta días de la Pascua cuando el Espíritu descendió sobre los apóstoles y la Virgen.
El libro de los Hechos de los Apóstoles nos muestra cómo fue ese día de Pentecostés.
Se encontraban en Jerusalén numerosos judíos de la diáspora, es decir, aquellos judíos que no vivían en la Judea, venidos de distintos países.
Se habían congregado en Jerusalén para celebrar la fiesta de Pentecostés. Una fiesta judía que recordaba la alianza en el Sinaí cuando Dios entregó a Moisés las tablas de la ley realizando la alianza primera.
Cuando el Señor envía a su Espíritu, muestra cómo con la venida de Jesús, el Hijo de Dios entre nosotros, comienza una nueva realidad, una nueva vida.
Nos quiere indicar –por lo tanto- que ya queda atrás la fiesta de Pentecostés judía, la alianza del Sinaí, para dar lugar a una nueva alianza, a un nuevo pacto de amor dado por la muerte y resurrección de Cristo y plenificado con la venida del Espíritu Santo, que es el amor del Padre y del Hijo.
El texto bíblico proclamado, señala que los judíos de la diáspora, en sus distintos idiomas, entienden perfectamente a los Apóstoles.
Y con esto también está mostrándose un signo muy particular.
En efecto, anoche en la Vigilia de Pentecostés proclamábamos en el libro del Génesis, la confusión de lenguas con ocasión de la construcción de la torre de Babel.
Ese texto bíblico señala la confusión que trae al mundo el pecado.
Pero así como el pecado del hombre no trae más que confusión y división, el don del Espíritu crea la unión y comunión de los fieles.
De allí que todos escuchaban hablar a los discípulos en sus propias lenguas, entendiendo perfectamente lo que se le estaba manifestando.
Es que el Espíritu Santo viene a unir todos los corazones, más allá de la diversidad de lengua, de culturas, de sociedades, para constituir un único pueblo, una única familia, una única comunidad bajo el cayado de un único pastor que es Jesucristo.
El Espíritu, en fin, viene a establecer la catolicidad de la Iglesia.
Y este don del Espíritu es enviado como un signo de la presencia de Dios entre nosotros.
Durante el tiempo pascual escuchamos a Jesús que se despide de sus discípulos diciendo: dentro de poco no me veréis, dentro de otro poco me volveréis a ver. Vuelvo al Padre a prepararles un lugar, pero pronto me verán. Yo estaré con Uds. hasta el fin de los tiempos.
La presencia del Señor entre nosotros no sólo se manifiesta a través de su palabra, o donde dos o tres estén reunidos en su nombre, a través de la eucaristía, de la Iglesia, sino también a través de su Espíritu. Es el Espíritu del Padre y del Hijo que viene a completar y prolongar la obra de Jesús.
Como el Espíritu viene a transformarnos, pedíamos en la primera oración que se realice en nosotros lo que sucedió en los comienzos de la predicación evangélica.
Allí los discípulos que estaban temerosos por los judíos, no terminaban de entender las enseñanzas de Cristo.
Pues bien, el Espíritu Santo ilumina las mentes de los apóstoles de tal manera que alcanzan a comprender en plenitud lo que Jesús les había enseñando y que ellos no entendieron.
Y esto, no porque Jesús careciera de claridad en su enseñanza, sino porque miraban la vida y predicación de Cristo de un modo mundano, no entrando de lleno en la vida nueva que el Señor les ofrecía.
Pero el Espíritu Santo viene también a dar a los apóstoles la fuerza del amor, simbolizada por el fuego.
Conocemos así que al iluminar de las inteligencias para comprender el mensaje evangélico, se le ha de añadir la fuerza del amor que transforma nuestras vidas y llegua al mayor número posible de personas.
De allí se entiende que Jesús nos diga como lo acabamos de proclamar en el evangelio: “como el Padre me envió a mi yo también los envío a ustedes”.
Comienza con el don del Espíritu Santo el tiempo de la Iglesia, el tiempo de la misión, el sentirnos enviados:”Como el Padre me envió yo también los envió a ustedes, dice Jesús.
Este es un mensaje que interpela el corazón de cada uno, ya que a todos nos convoca a la misión.
El cristiano que se conforma con ser más o menos bueno, participar de la misa, confesar cada tanto, comulgar alguna vez, alguna oración por allí, pero que no entra de lleno con la misión de la Iglesia, no ha entendido lo que es ser cristiano y no hace eficaz el don recibido de lo alto.
Nos dice el texto del evangelio que Jesús soplando sobre los apóstoles les dice: “reciban el Espíritu Santo, los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”.
Este texto justamente nos está indicando que el Espíritu Santo como es el amor del Padre y del Hijo viene a derramar en nosotros el amor de Dios. Este amor de Dios bajo el signo de la misericordia, ya que solamente Dios puede ser misericordioso en plenitud, misericordia que significa tener el corazón cerca de las miserias.
¿De las miserias de quien? De las miserias nuestras.
Todos conocemos nuestros límites, nuestros pecados, nuestras oscuridades, también nuestras luces. Pero todos necesitamos justamente del don de la misericordia, que Dios se acerque a nosotros con un corazón que mira nuestras miserias y que viene a transformar toda nuestra vida. Por eso en la secuencia que recién escuchábamos en el canto, se va desgranando la acción del Espíritu en el corazón del cristiano: “lava nuestras manchas, riega nuestra aridez, sana nuestras heridas”.
¡Cuántas veces hay en nuestro corazón heridas por la angustia, el dolor, el sufrimiento, el desengaño, el desaliento! Por eso pedimos que suavice nuestra dureza, elimine con su calor nuestra frialdad y corrija nuestros desvíos.
¡Qué hermosa esta acción del Espíritu sobre nuestro corazón: suavizar nuestras durezas!
Hoy en día nos encontramos con un mundo duro, el mundo de las prepotencias, del grito, de la eliminación del otro, ya sea por el odio o por cualquier tipo de ofensa.
“Elimina con tu calor nuestra frialdad” cantábamos. ¡Cuántas veces el corazón del hombre está frío para las necesidades de los demás, efecto de una frialdad mucho mas profunda, la frialdad de la ausencia de Dios en nuestro corazón!
Cuando Dios no está presente en el corazón del hombre, éste se vuelve frío, nada le impresiona o impacta, porque carece de esa actitud de receptividad del amor de Dios, de la misericordia de Dios.
Por eso pedir con mucha fuerza: “concede a tus fieles que confían en Ti, tus siete dones sagrados”.
Estos dones que van a completar la obra del Señor en nuestro corazón.
Las acciones humanas que comienzan con las virtudes teologales, se prolongan con las virtudes cardinales y con el espíritu de las bienaventuranzas, alcanzan con los dones una vitalidad nueva.
Y así el hombre comienza actuar no solamente al modo humano iluminado por Dios, sino también al modo divino.
De allí la importancia de la presencia de los siete dones.
“Premia nuestra virtud, salva nuestras almas, danos la eterna alegría”-afirmamos recién.
Pues bien ante un mundo que se encuentra entristecido, ir al encuentro del don del Espíritu, recibir al Espíritu justamente para alcanzar la alegría que da el encuentro personal con el Señor.
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Padre Ricardo B. Mazza Cura Párroco de “San Juan Bautista”, Santa Fe de la Vera Cruz. Reflexiones en torno a los textos bíblicos de la liturgia de Pentecostés. Hechos 2,1-11; Juan 20, 19-23.- 31 de mayo de 2009. ribamazza@gmail.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro; http://ricardomazza.blogspot.com.-