31 de julio de 2023

Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman (Rom. 8,28)

 

Salomón hereda el trono de David su padre (I Rey. 3,5.7-12), consciente que es apenas un muchacho, inexperto para atender todos los problemas que debe resolver como rey de un pueblo tan numeroso como el de Israel. 
De allí,  que Dios le pregunte qué puede hacer por él, y Salomón sabiendo de su pequeñez, pero reconociendo que fue elegido por Dios para reinar sobre ese pueblo, le suplica la sabiduría necesaria para saber gobernar,  reconocer lo bueno y lo malo, administrar la justicia, y realizar todo aquello que implique dar gloria al Dios de la Alianza, y servir a ese pueblo que se le ha confiado. 
El texto bíblico afirma que a Dios le agradó esta súplica, ya que no pidió dinero, ni poder, ni cosa alguna material, sino aquello que es un don que viene de lo Alto, una gracia muy especial, para servir al Señor y a sus hermanos, por lo que le es concedida esta sabiduría.
Por esto, Salomón  fue siempre reconocido como un rey sabio, y a su vez, Dios le otorgó todo lo que él no había pedido, a condición que lo sirva fielmente observando la Ley divina.
Nosotros también tenemos que pedirle a Dios la sabiduría. 
¡Cuántas veces en nuestras súplicas pedimos cosas materiales de todo tipo, que no están mal en sí mismas, pero sería mejor pedir la sabiduría necesaria para discernir entre el bien y el mal, para agradar a Dios y hacer su voluntad y convivir con nuestros hermanos! 
Porque no es fácil descubrir qué es lo que Dios quiere de cada uno de nosotros si no estamos tocados por esa gracia, por esa iluminación por  parte suya y sin tener la fuerza de lo alto para realizar el bien. 
Hemos de pedir también siempre  esa sabiduría, que por otra parte, ha de conducirnos  a encontrar el tesoro escondido en el campo. 
Seguimos con las parábolas del reino, reino que significa la presencia de Dios, de Jesucristo en nuestro corazón, en la sociedad, en el mundo, reino que debe ser buscado  por quien es sabio. 
Por eso la necesidad de pedir esta sabiduría, para que nuestra búsqueda esté enfocada principalmente en encontrar a Jesús, que es el tesoro escondido en el campo (Mt. 13, 44-52), y una vez encontrado, ser capaces de venderlo todo, como nos dice el texto, dejando todo lo que pueda ser impedimento para vivir con Él.
¡Qué hermosa gracia realmente el poder encontrarlo a Jesús como tesoro, como aquello que es lo más importante en nuestra vida, lo que le da sentido a nuestro existir!
¿De qué vale tener otro tipo de sabiduría y conocimiento, riquezas, bienes, si uno no lo tiene a Jesús, si no vive la misma vida de Jesús, si no está presente en nuestra vida?
La otra parábola que trae el texto del Evangelio también es parecida a esta primera, se trata de un negociante que busca una perla fina. 
En el primer caso pareciera que el encuentro del tesoro fue accidental, pero acá no, ya que este hombre, el negociante, que ya es un sabio del espíritu, está empeñado en encontrar la perla más fina, la más importante,  y también cuando la encuentra es capaz de vender todo lo que tiene para poseer esa perla. 
Aquí entonces vemos que la búsqueda está directamente puesta en encontrar esa perla fina, en encontrar a Cristo. 
¿Cuánta gente encuentra a Jesús inadvertidamente, como en el caso del tesoro escondido en el campo, que se dio de improviso? ¿Cuánta gente busca a Cristo nuestro Señor, sin quizás darse cuenta de ello? A su vez, ¿Cuántos buscan algo o alguien que le dé plenitud en su vida, porque se sienten vacíos, porque se encuentran disconformes con su existencia, y por eso buscan la perla valiosa que es Jesús?
La tercera parábola tiene un carácter escatológico, o sea, mira al fin de los tiempos, de allí que el reino de los cielos se parezca a una red, o sea, la presencia de la Iglesia que continúa la de Cristo en medio del mundo, es como una red que recoge peces buenos y malos. 
Nos está dejando bien en claro, como la parábola del trigo y de la cizaña, que la Iglesia reúne, convoca a todo el mundo, y que dentro de ella, como nuevo reino de Cristo, hay gente buena y mala, gente con ganas de comprometerse, y personas que están por estar, como para asegurarse el futuro, pero no viven según el evangelio.
Y sucede que con la red se recogen esos peces y, al fin de los tiempos, como en la parábola del trigo y la cizaña, se hace la separación entre los  buenos y los malos, es decir, entre los seguidores de Cristo y aquellos que no lo han seguido, o no quieren responder a esa vida nueva que Él ofrece. 
Ante nosotros, queridos hermanos, se presentan estos planteos y nos puede ayudar el preguntarnos si realmente hemos hallado en Jesús al tesoro escondido, que quizás no buscábamos del todo, o si encontramos a Jesús, porque lo hemos añorado como la perla más preciosa, o si quizás estamos en este nuevo reino de Dios, sin jugarnos totalmente por la causa de Cristo, sujetos a ser desechados al final de nuestra vida temporal.
O sea, ir viendo cuál es nuestra actitud, qué lugar ocupamos dentro de la Iglesia, si realmente, con la sabiduría que viene de Dios, como Salomón, buscamos distinguir entre el bien y el mal, entre la justicia y lo que no lo es. Si sabemos realmente tener esa sabiduría, buscarla, pedirla, para poder crecer en el amor a Dios, en el conocimiento y seguimiento de Cristo nuestro Señor.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe, Argentina. Homilía en el domingo XVII durante el año. Ciclo A. 30 de julio de 2023.

24 de julio de 2023

Dios, después del pecado, da lugar al arrepentimiento.

 


Después del pecado deja el Señor tiempo para la conversión, enseña el libro de la Sabiduría (12,13.16-19).
Este texto maravilloso describe que Dios nuestro Señor, es todopoderoso, que tiene dominio sobre todo lo creado, y que en virtud de ese poder que posee, es misericordioso, es paciente, tiene entrañas de bondad para con cada uno de nosotros que somos los elegidos, los preferidos, en el orden de la creación. 
Y así, "como eres dueño absoluto de tu fuerza, juzgas con serenidad y nos gobiernas con gran indulgencia, porque con solo quererlo puedes ejercer tu poder"
De manera que es precisamente la grandeza divina la que se manifiesta en su bondad. 
Por el contrario, cuanto más débil es alguien, por ejemplo, cuanto menos poder tiene, es cuanto más piensa que puede hacer grandes cosas e imponerse a los demás, hacer lo que quiere, y no lo logra.
En cambio, en el caso de Dios nuestro Señor, es ese poder que tiene, esa grandeza, la que lo hace más cercano a nosotros. 
Después del pecado, deja lugar para la conversión, concluye el texto del libro de la Sabiduría, por eso hemos de pedir para que el Espíritu Santo, como dice el texto de San Pablo hoy a los romanos (8,26-27),  nos haga clamar permanentemente a Dios nuestro Señor solicitando que esa grandeza suya se manifieste concretamente en nosotros a través de su gracia y del perdón. 
El texto del Evangelio (Mt. 13,24-43), proclama una serie de parábolas que refieren al Reino. ¿Qué es el reino? Es la presencia de Jesús en la sociedad, en nuestra vida, en el mundo, que pasa inadvertida para muchos, pero que, fructifica en la medida en que haya una respuesta favorable.
Ese reino de Dios, esa presencia del Señor, que el mismo Jesús va diciendo que crece como el grano de mostaza, que es muy pequeñito, pero luego cuando se hace un arbusto es muy grande, o como la levadura en la masa que fermenta toda la masa, es decir, que el reino es la presencia del Señor en el mundo, que hasta puede pasar desapercibida esta presencia, pero que sin embargo produce fruto y que va creciendo con el tiempo. Y así lo hemos visto, por ejemplo, en la historia humana.
Cuando Jesús actúa en este mundo estaba en su apogeo el imperio romano que conquistó el mundo y que incluso persiguió a los cristianos, y sin embargo, en medio de las persecuciones el cristianismo fue creciendo poco a poco, se fue haciendo presente en los distintos lugares del mundo, y mientras el imperio romano sucumbió, el Reino, o sea, la presencia de Jesús entre nosotros, la Iglesia Católica, sigue presente en medio de las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios. 
En la sociedad misma en la cual nosotros vivimos, sea Santa Fe, Argentina, también el mundo, la presencia de la Iglesia se la ve incluso más de una vez como algo que pertenece al pasado, a la historia, que podría transformarse en museo viviente, sin embargo, sigue trabajando en la pequeñez de su existencia e incluso en el rechazo y la falta de reconocimiento del mundo. 
De manera que la Iglesia no va a brillar, podríamos decir, como los poderes de este mundo, pero desempeña la misión que el Señor le ha encomendado en medio de un mundo cada vez más descreído, predicando y enseñando aquello que el mundo rechaza, que considera que está pasado de moda, pero ahí es donde sigue trabajando Jesús en la sociedad y en el corazón de las personas. 
Meditamos el domingo pasado acerca de los frutos de la semilla de la Palabra según la respuesta de la tierra que es el corazón del hombre,  hoy reflexionamos sobre la parábola del trigo y de la cizaña. 
¿Quién es el sembrador del trigo? Es Jesús. ¿Quién es el sembrador de la cizaña? Es el espíritu del mal. Y como la cizaña es parecida al trigo, solamente aquellos que entienden de la vida de campo,  pueden distinguir una de la otra. 
Para quienes no tenemos esa experiencia, podemos vivir confundidos, es decir, ver cómo crece el trigo, cómo crece la cizaña, sin advertir cuál es uno y cuál es la otra. 
Ahora bien, en el mundo hay mucha gente que es trigo, que sus obras son buenas, que se preocupa por seguir al Señor, por hacer el bien, por llevar su palabra. Pero al mismo tiempo existen muchas otras personas que se confunden con las anteriores porque viven bajo la apariencia de bien, pero que buscan permanentemente hacer el mal y tratan de hacer imposible el crecimiento del trigo. 
O sea, esta parábola nos habla de un hecho concreto, que en el mundo subsiste simultáneamente el trigo y la cizaña, las obras de Dios y las obras del maligno, que no siempre sabemos diferenciar una de otra, porque no pocas veces se ocultan las malas bajo apariencia de bien. 
¿Y qué enseñanza  quiere dejar Jesús? Nuevamente lo del libro de la Sabiduría: después del pecado, Dios deja tiempo para la conversión, para el arrepentimiento. 
En efecto, como Dios ama al ser humano, quiere que aquel que es cizaña en este mundo, que obra el mal, se convierta, que cambie de vida, que recobre el camino para el cual fue creado que es la santidad, la imitación de Cristo, vivir pensando en la gloria futura. 
De manera que lo que Dios quiere precisamente es que esa cizaña se transforme en trigo, que el que vive el mal se convierta, cambie. 
¿Y cuál es el tiempo? Toda una vida. El texto de la Sagrada Escritura afirma que el dueño del campo indica hacer la separación pertinente en el momento de la cosecha, no antes, no sea que se arranque juntamente el trigo con la cizaña. Hecha la separación del trigo y la cizaña, la cizaña al fuego, y el trigo a los graneros. 
¿Cuál es el momento de la cosecha de nuestra vida? El de la muerte por el que Dios llama para presentarnos ante Él. Ese es el último momento que tiene el ser humano para convertirse del mal al bien o perseverar en el bien que venía realizando durante toda su vida.
Pero al mismo tiempo hemos de luchar con nosotros mismos sabiendo que muchas veces  hay en nuestro corazón no sólo trigo sino también cizaña, por lo que al decir de san Pablo,  hacemos el mal que no deseamos y omitimos el bien que queremos. San Pablo también observa,  que en su interior hay dos fuerzas, dos leyes, la ley del espíritu que se manifiesta en buenas obras, en virtudes y, la ley de la carne que lo quiere arrastrar al pecado. 
Y ahí está la decisión interior de la persona para que crezca el trigo o para que crezca la cizaña que acepte el trigo o deseche la cizaña. 
De manera que nunca hemos de desesperar pensando que una persona que está en pecado, que no se ha convertido, se condenará irremediablemente, ya que Dios siempre espera, es paciente, justamente como decía al principio porque es omnipotente, porque es todopoderoso porque no se deja llevar por las impresiones del momento, por pasiones que pudiera existir que de hecho no existen, pero que si se dan en el ser humano. 
Ahora bien, también en la Iglesia como institución  hay mucho trigo y mucha cizaña que se presentan ante nuestros ojos, de allí que hemos de estar alertas para no ser confundidos por los slogans de moda, sino apetecer siempre la verdad revelada, el magisterio que se ha mantenido firme en el decurso del tiempo, aspirando al bien sin querer disfrazar lo malo como si fuera bueno.
Queridos hermanos busquemos entonces en nuestra vida luchar contra la cizaña que hay en nuestro corazón y la cizaña que hay en el mundo para que cada día pueda resplandecer más la presencia del trigo, del bien, de todo aquello que dignifica al hombre y lo va haciendo madurar para llegar a la gloria que no tiene fin.


Cngo Ricardo B. Mazza. Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario en Santa Fe, Argentina. Homilía en el domingo XVI del tiempo durante el año, Ciclo A. 23 de Julio de 2023.



17 de julio de 2023

La semilla de la Palabra de Dios cayó en tierra fértil y produjo fruto abundante.

 


El profeta Isaías (55,10-11) recuerda que así como la lluvia y la nieve caen sobre la tierra, la empapan, la fecundan, la hacen germinar, da semillas al sembrador y pan al que come, así, la palabra divina desciende hacia el hombre y retorna realizando lo que Dios quiere.
Como comprendemos, esa es justamente la meta de la Palabra de Dios, fructificar en el corazón del hombre, dependiendo esto de la respuesta que otorgamos a esa palabra. 
Ahora bien, cómo está preparado el corazón para recibir la Palabra nos lo dice Jesús en el texto del evangelio (Mt. 13,1-23), señalando  cuatro situaciones concretas que aparecen en relación con esa semilla-palabra que es tirada al voleo en la tierra, y que llega al corazón humano con resultados diversos. 
Esta descripción de situaciones diversas ayuda para realizar  un examen personal acerca de nuestra forma de vivir habitualmente.
O sea, ¿Qué repercusiones tiene la Palabra de Dios en mi corazón? Y así, la semilla que cae al borde del camino,  dice el mismo Jesús, al no tener tierra vienen las aves del cielo y se la comen, que es lo que acontece  en el hombre cuando la Palabra llega a él pero directamente el espíritu del mal la arrebata porque no ha encontrado donde arraigarse, al no interesarse la persona en el mensaje divino.
También puede suceder que la semilla caiga en terreno pedregoso, donde  crece en un primer momento, pero al faltarle raíz profunda, termina secándose. Es el corazón del hombre que recibe con alegría esa Palabra de Dios en un primer momento, pero que después las dificultades de la vida, la persecución, el desengaño por algo que ha pedido y  no se cumplió, le hacen caer en una especie de decepción. Suele acontecer que a causa de retiros de impacto o retiros espirituales o cursos de formación que la persona se siente entusiasmada en un primer momento, pero después ante la monotonía de la vida que retoma, deja caer lo que había recibido de parte del Señor, por lo que esa Palabra de Dios no produce fruto en el interior de la persona.
Se da también una situación diferente cuando cae la semilla  entre las espinas y, cuando esta crece, las espinas la ahogan. 
Algo semejante suele suceder cuando la Palabra es escuchada por una persona cuya vida está alimentada por los placeres o el afán de dinero, o poder ya sea político, social o económico, lo cual es más habitual de lo que pensamos en la sociedad de nuestros días, y por lo tanto la posibilidad de recibir la gracia de lo alto es nula. 
En efecto, ¡Cuántos hay que viviendo en pecado no tienen interés alguno en convertirse, resultando la escucha de la Palabra algo insoportable! ¡Cuántos prefieren dedicarse más a las redes sociales, a enviar audios y videitos dejando de lado la Palabra de Dios que resulta desechada a causa del pecado de acedia! 
Si la persona, aunque sea creyente o sedicente católica, no tiene puesta su atención en la vida eterna, sucede que la palabra de Dios quede asfixiada y pierda su sentido y su valor. 
Y por último, la semilla que fructifica refiere a la Palabra de Dios  que cae en tierra buena, que está bien preparada,  bien regada y tiene el abono necesaria, allí entonces da fruto. 
Se trata del corazón que no solamente recibe la palabra de Dios con alegría, sino que también reflexiona sobre ella,  aplica  la Palabra recibida a su vida cotidiana, concreta y, busca dar fruto no solamente en el presente, sino que mirando al futuro con nueva luz, examina el pasado para saber en qué debe corregirse.
Y es en ese momento que la Palabra produce fruto de acuerdo a la capacidad de cada uno, el 100%, el 60% o el 30%.
Por lo tanto, dependerá de la disponibilidad o de la capacidad que pueda tener cada uno frente a esa palabra de Dios que recibe.
Es interesante cómo Jesús le explica la parábola a los discípulos y no a la muchedumbre, porque miran sin ver, escuchan pero no terminan de comprender lo que se les dice, o sea, la gente  está en  otra cosa y no comprenden lo que se les anuncia.
Les explica a los discípulos porque  si ellos lo están siguiendo a Jesús, están dispuestos no solamente a escuchar sino también a transformar su vida, su existencia cotidiana conforme a las enseñanzas del Maestro. 
Por eso también nosotros tenemos que preguntarnos si al igual que los discípulos estamos dispuestos a escuchar siempre a Jesús, deseosos  que Él nos enseñe y muestre el camino de la vida, si somos capaces de, al ser interrogados por esa palabra de Dios,  cambiar nuestro proceder cotidiano,  o si acaso hacemos  selección de palabras, o sea, en lo que  me gusta lo sigo, en lo que no me gusta no lo sigo, porque sería parcializar esa misma Palabra de Dios.
Aceptar la palabra de Dios en su totalidad es aceptar a Aquel que es la Palabra viva del Padre, o sea, al mismo Jesucristo. 
Pidámosle al Señor entonces que siempre nos dé su gracia para que podamos escucharlo y seguirlo, tratando de sacar provecho de todas las enseñanzas que deja para nuestra vida presente y futura y  transmitir su enseñanza a los que nos rodean.

Cngo Ricardo B. Mazza. Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario en Santa Fe, Argentina. Homilía en el domingo XV del tiempo durante el año, Ciclo A.16 de Julio de 2023.

10 de julio de 2023

¿Se preguntan los católicos, acaso, si su estilo de vida y diferentes opciones son compatibles con el Evangelio?

 

En el texto del Evangelio que acabamos de proclamar (Mt.11,25-30), Jesús dirige una oración al Padre del Cielo alabándolo porque los misterios fueron dados a conocer a los pequeños y ocultados a los prudentes y sabios de este mundo. 
¿A qué se refiere Jesús? Está recordando que estamos en este mundo y que por el sacramento del bautismo, como enseñaba san Pablo el pasado domingo, fuimos transformados en nuevas criaturas. 
O sea, muertos al pecado y resucitados a la vida de la gracia  entramos de lleno en la vida de Jesús. Y esto ciertamente compromete a que a lo largo de la vida vivamos en esta comunión con el Señor, teniendo acceso a los misterios divinos.
Todo lo que se oculta a los sabios y entendidos, le será manifestado a los que han entrado plenamente en la vida de Cristo, porque el hombre por sí solo no puede alcanzar los misterios divinos, necesita el don de la fe. 
Sin embargo, no pocas veces, incluso el creyente, no quiere descubrir los misterios de Dios, porque son poco atractivos o impactantes comparados con las experiencias mundanas de todos los días. 
Por eso, quizás, sin prestar mucha atención, mientras caminamos en este mundo, estamos entre las verdades que Dios quiere transmitir y  lo que el mundo enseña y busca que aceptemos.
No es fácil, muchas veces, descubrir qué es lo que Dios quiere de cada uno si no estamos preparados y no buscamos conocerlo profundamente. 
Por eso es necesario comprender que la Palabra de Dios es el medio concreto de conocer el misterio divino y lo que se espera de nosotros, pero, lamentablemente, la dejamos de lado, ya que las redes sociales y las noticias de este mundo, atraen mucho más que la lectura pausada y reflexiva de la palabra de Dios, y pasamos por alto la oportunidad de conocer  la sabiduría divina. 
Si tenemos en cuenta el texto proclamado del profeta Zacarías (9, 9-10), se anuncia la llegada del Rey Mesías a Jerusalén, montando un asno como signo de humildad, que es justo y victorioso, y quiere  destruir las armas y la guerra para proclamar la paz a las naciones, aplicar la justicia y  el derecho y enseñar el camino de la santidad asintiendo siempre a la voluntad divina. 
Pero nótese la contradicción entre esta figura del mesías rey, es decir, Cristo que viene a nosotros de esta manera, y lo que el mundo presenta, esto es, la soberbia de los poderosos, la omnipotencia de los que quieren cambiar todas las cosas desechando el orden natural, esclavizando a los pueblos, anulando creencias, imponiendo sus caprichos.
Todos estos entienden que la humildad no sirve de nada, que es un signo de debilidad, por lo tanto, tratan de prevalecer siempre de manera dictatorial sobre nosotros, imponiendo incluso costumbres y formas de vivir antinaturales. 
Podríamos repasar cada día los acontecimientos del mundo y de nuestra patria y observar  cómo lo que pesa cada vez más es lo que enseña la autosuficiencia y prepotencia del hombre y no se tiene en cuenta lo que Jesús enseña, corriendo el riesgo de caer en esto también los católicos.
Con facilidad estamos tentados a pensar que con la fuerza del dinero, del poder y de tantas cosas que este mundo anhela, podemos prosperar en la vida y podemos ser felices. 
Sin embargo, el orgullo y la arrogancia que el mundo cree suficiente no hace más que traer angustia y dolor a todos. 
Cristo, en cambio, que es el mesías rey, viene a traer la paz. Esto es lo que venimos a manifestar, este es el misterio. Por eso es verdaderamente sabio quien descubre en qué consiste o en qué debe consistir nuestra vida en este mundo.
Realmente es sabio aquel que sabe librarse de tantas tentaciones que conducen al error o a la mentira, para poder descubrir la verdad. 
Fíjense lo que enseña San Pablo (Rom. 8,9.11-13) en la segunda lectura en la que partiendo del hecho de que pertenecemos a Cristo por el sacramento del bautismo y somos una sola cosa con el Señor, hemos de poseer su Espíritu, que no le debe nada a la carne. 
En San Pablo, este término carne significa toda clase de pecado, ¿en qué sentido le debemos algo? Porque fuimos redimidos del pecado por la muerte y resurrección de Jesús, pero  si el hombre sigue siendo esclavo de sus tentaciones y de sus faltas, porque esto  eligió, se separa del mismo Jesús. 
Pero el Señor vino a darnos una vida completamente nueva, Él quiere llevarnos al conocimiento del Padre Celestial, para que conociéndolo, conozcamos también al Hijo. 
Y el Señor nos dice, en el texto del Evangelio de hoy (Mt. 11,25-30), "Vengan a mí, los que están afligidos y agobiados, que yo los aliviaré", "porque mi yugo es suave, y mi carga ligera". 
A veces pareciera que vivir los diez mandamientos y  el Evangelio es una carga insoportable, y ciertamente lo es sin la gracia de Dios, pero si estamos en comunión con el Señor, esa carga se vuelve  ligera. 
El seguimiento de Cristo, en definitiva, será siempre más ligero que las cargas que impone el mundo, la sociedad y nuestra cultura. Cuántas veces llegamos al final del día y nos sentimos agobiados por tantas cargas, ya sean económicas, sociales, familiares, etc., la prepotencia de los demás, tantas cosas que de verdad nos acobardan y que pesan mucho más que el yugo blando y la carga ligera del Evangelio, del seguimiento de Cristo nuestro Señor. 
El Señor siempre viene a consolarnos y  la ayuda de lo alto hace que aún aquello que es difícil de vivir, como es el recuerdo de nuestras propias malas costumbres, con el Señor se hace totalmente ligero.
Y entonces Cristo exhorta a una nueva mentalidad, para luego descubrir esa sabiduría que viene solamente de Él
Todos los días nos enfrentamos a diferentes opciones, ya sea lo que pide el Evangelio o por otra parte lo que reclama el mundo queriendo imponer sus costumbres mundanas, y nosotros, muchas veces, elegimos lo aparentemente más atractivo propio del mundo.
Por ejemplo, hoy sucede tan a menudo que de repente una pareja de jóvenes deciden vivir juntos, quieren probar la convivencia y ver cómo les va antes de casarse y supongamos que se trata de un par de cristianos, católicos, creyentes.
¿Se preguntan acaso si ese estilo de vida es compatible con el Evangelio? ¿O directamente, como lo acepta el mundo o los padres ya se dan por perdedores y consienten en esto, optan por una vida de pecado?
Acontece que muchos eligen no  lo que enseña el Evangelio, sino  lo que  dicta la tiranía del mundo, las modas de este mundo, las costumbres habituales ya aceptadas como algo común, y no sólo no lo viven como pecado, sino como algo bueno, trastocando el mal como bueno.
Y sucede que la persona se siente atrapada por estas nuevas costumbres y piensa que se trata de algo no tan malo a causa de la aceptación social.
Este es un ejemplo, pero podríamos seguir enumerando muchos más, donde, ante la posibilidad de elegir entre Cristo y sus enseñanzas y lo que nos enseña la sociedad y la cultura de nuestro tiempo, muchas veces renunciamos al Evangelio. 
Y así, decimos que somos defensores de la vida, pero cuando nos toca votar, votamos por los que sabemos que son abortistas,  y tantas otras opciones erradas en nuestra vida cotidiana, que ignoran las enseñanzas de Jesús, a pesar que creernos  católicos. 
Por eso tenemos tanta necesidad de esa sabiduría  que Jesús alaba porque el Padre la da a los pequeños, a sus discípulos, a los que de verdad quieren crecer en la sabiduría que viene de Dios, nuestro Señor, que no se conforman con algo pasajero,  sino lo que es perdurable y que sólo proviene de Él y que queremos profundizar. 
Pidamos al Señor que nos siga iluminando y enseñando el camino para que siempre podamos elegir por la verdad y el bien, ya que ello nos exalta delante de Dios y del hombre. 

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño.  Homilía en el domingo XIV del tiempo durante el año.09 de julio de 2023, en Santa Fe, Argentina.

3 de julio de 2023

Si el Señor es el primero en nuestro corazón, necesariamente el amor a Cristo conduce al amor a los hermanos más débiles y necesitados.

 


Hemos  escuchado la proclamación de este texto de San Pablo, tomado de la carta a los cristianos de Roma (6, 3-4.8-11) que describe la clave de  la vida del cristiano que se inicia por el sacramento del bautismo.
En efecto, cada uno al ser bautizado muere al pecado asumiendo la muerte de Cristo en la Cruz cargando nuestras culpas, y emerge resucitado siguiendo al Señor vuelto a la vida.
O sea, comenzamos una vida nueva imitándolo a Cristo en su resurrección que vive para el Padre, por lo que renovados interiormente  hemos de vivir también para el Padre Dios.
De este modo se nos recuerda cómo  se transforma la existencia humana, ya que vivir para Dios significa preparar a través del tiempo la llegada a la meta última que es la contemplación del mismo.
Creemos, pues, que hemos nacido para Dios,  redimidos y  guiados por el Espíritu Santo para participar  plenamente de la vida divina. 
Por eso no es de extrañar que Jesús afirme (Mt. 10,37-42) que quien quiera ser su discípulo tiene que amarlo a Él más que a su padre,  a su madre,  a sus hijos,  a sus seres queridos.
No quiere decir esto que impulse un olvido de los lazos  que tenemos con nuestra familia, sino que está señalando cuál ha de ser el orden, la primacía en todo lo que es el amor del cristiano. 
Justamente cuando el amor supremo está puesto en Dios, esto repercute favorablemente en el amor a los seres queridos. Cuanto más se ama a Dios nuestro Señor, el cristiano más busca que aquellos que están ligados a Él por lazos de sangre, también encuentren el mismo camino del seguimiento de Dios nuestro Señor, del seguimiento de Cristo. 
Para el que no tiene fe, para quien Dios no es el más importante en su vida, no va a pretender para sus seres queridos algo superior a lo que pueda tener en este mundo. Sin fe la persona quiere que sus seres queridos tengan un buen pasar, un buen trabajo, gocen de salud, tengan bienes, tengan amigos, que en sí mismo no está mal, pero todo se queda en una mentalidad totalmente horizontal que se conforma con el bienestar meramente terrenal. 
Cuando el amor a Dios es lo primero, cuando es la clave de nuestro caminar cada día, entonces tenemos una mirada nueva para con nuestro prójimo más cercano, que son los familiares y, queremos también que todos nuestros seres queridos caminen hacia Dios. 
Yo me acuerdo siempre, hace unos años atrás, un matrimonio joven, después de mucho esperar,  nació al final la hija, pero falleció poco tiempo después de haber nacido y había sido bautizada. A mí me conmovió no poco lo que estos padres cristianos me decían: "Padre, aunque nuestra hija haya muerto, nosotros estamos tranquilos porque hemos traído al mundo a alguien que ya está en el cielo, que ya se ha encontrado con Dios para siempre". Y Dios ciertamente los siguió ayudando porque tuvieron otros hijos. Esa es realmente la escala de valores, de amor para con los seres queridos, los amamos en Cristo nuestro Señor y esperamos para ellos lo mejor, y al mismo tiempo se cumple aquello de que  Dios que no se deja ganar en generosidad.
Por otra parte  en el Evangelio (10,37-42) Jesús dice "el que trata a un profeta porque es profeta será recompensado como profeta". Justamente la primera lectura (2Rey. 4,11.14-16) nos trae este texto hermosísimo que narra cómo esta mujer que ve en Eliseo el profeta, a un hombre de Dios, le procura que tenga alojamiento digno cada vez que pasa por la zona. 
O sea, ella se brinda totalmente al profeta porque ve que es un hombre de Dios y ella ama a Dios. ¿Y cuál es el premio? ¿Cuál es la recompensa? El profeta Eliseo le dice, como portavoz de Dios, "dentro de un año tendrás un hijo en tus brazos", de modo que el premio por haber atendido a un profeta es el que podía otorgar Eliseo interviniendo delante de Dios, pidiendo por ella y su marido. 
Y así cada cosa que nosotros hacemos, lo hemos de hacer siempre movido por el amor a Cristo nuestro Señor. 
En el mundo en el que estamos insertos hoy en día, la tentación más grande es la del egoísmo, de centrarnos únicamente en nuestro mundo, en nuestras necesidades, en nuestros criterios y tratar de alejarnos de las problemáticas de los demás. 
Pues bien, si el Señor es el primero en nuestro corazón, necesariamente el amor a Cristo conduce al amor a los hermanos, el amor a los ancianos, cuidándolos cuando más necesitan de nosotros, el amor hacia aquellos que son los desechados de la sociedad y que podemos prestarle una mano, el amor a los enfermos a quienes atendemos y por quienes rezamos, el amor por aquellos que nos hacen el bien, pero también el amor hacia aquellos que nos hacen el mal, porque estamos llamados a amar a nuestros enemigos.
Y así entonces toda nuestra vida cambia, incluso en  los sufrimientos, por eso dice Jesús que hemos de cargar con la cruz de cada día. 
Cada uno conoce sus debilidades, sus problemas, sus dificultades, y al cargar esta cruz que el Señor pone sobre nuestros hombros, tratando de unirnos a lo que Él mismo ha sufrido, se convierte en medio de salvación, de perfección personal, de vigencia del amor de Dios en nuestro propio corazón. 
Queridos hermanos: no tengamos miedo de amar a Dios sobre todas las cosas, de amar a Jesús que nos acompaña en el camino de esta vida, sabiendo que Él no nos quita la posibilidad de amar a nuestros seres queridos, sino que cuanto más lo amemos a Él, más amamos a nuestros seres queridos.
Seguramente hemos visto en nuestra vida, no pocas veces, que existen personas que se despreocupan del prójimo. ¿Cuál es la raíz de esto? La falta de amor a Dios. Si yo no amo a Dios, sino no amo a Cristo que me ha salvado y me ha llevado a una vida nueva, por su muerte y resurrección, difícilmente veré en el otro el rostro del Salvador. 
Pidamos que no nos falte nunca la gracia de lo alto para vivir este ideal.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño.  Homilía en el domingo XIII del tiempo durante el año.02 de julio de 2023, en Santa Fe, Argentina.