28 de diciembre de 2020

La familia humana debe ser una escuela en la que los hijos y los padres crezcan en gracia, o sea en amistad con Dios.

 

 

Nuevamente la palabra de Dios como en Navidad, nos presenta esta hermosa estampa de la ida de Jesús llevado por María y José al templo de Jerusalén.
La presencia de esta familia,  nos está diciendo que Dios ha querido que su Hijo hecho hombre naciera en el seno de una familia. Manifiesta este hecho que en la Providencia de Dios la familia está constituida por un papá, por una mamá y los hijos. Que todas las demás “familias” que el hombre ha inventado en el decurso del tiempo, formadas por  dos padres o dos madres, nada tienen que ver con lo que Dios nos enseña. Por eso la Sagrada Familia es un ejemplo para nuestra vida, ya que  manifiesta la  verdad  acerca de esta institución tan hermosa.
En efecto, lo que Dios quiere de una familia y, como ésta se constituye y  se forma, lo contemplamos en la familia de Nazaret. Y así resulta, que el creyente al contemplar  a la Sagrada Familia y su constitución, no tiene posibilidad de equívocos al considerar lo que es una familia como hoy lamentablemente muchos se preguntan o discuten o dudan.
Para el creyente no debe haber ninguna duda, está bien claro desde el principio, pero sigamos avanzando.
El texto evangélico (Lc. 2,22-40) señala el  hermoso gesto de ofrecer al Niño recién nacido a Dios, porque todo varón primogénito debe ser ofrecido, presentado junto con un par de tórtolas o pichones de palomas, recordando así la salvación de Israel de Egipto.
¿Recuerdan la noche  de la liberación cuando  el ángel del Señor extermina a los primogénitos egipcios? De manera que este gesto debía recordar este hecho salvífico, siempre la memoria del pasado pero que se proyecta iluminando el presente y mirando el futuro.
¿Qué nos enseña la Sagrada familia? Me permito recordar lo que el papa  san Pablo VI en el año  1964 dijera en su visita a Nazaret. En ese lugar  el papa expresa su deseo ya imposible de realizar,  de contemplar personalmente cómo fue la niñez de Jesús.
Ahora bien, casi furtivamente se desplaza en la memoria del pasado para actualizar sus enseñanzas.  
La primera enseñanza es la del silencio que rodea a la casa y a la familia de Nazareth, que se transforma en oración, en contemplación de Dios.  Lamentablemente hoy la familia está caracterizada muchas veces por el bullicio, nadie se escucha, todos hablan al mismo tiempo, o se aturden con otras cosas para no escuchar ese bálsamo del silencio del encuentro con Dios y el encuentro con las demás  personas.
Este silencio se perfecciona con una segunda enseñanza, la de la unión entre los miembros de la familia, la comunión, la búsqueda  de lo mejor  por parte de cada uno contribuyendo al bien de la familia toda y de cada integrante. La vigencia del amor que supera las discordias, las disputas, el amor que es capaz de vivir lo que señala el apóstol San Pablo  cuando afirma que el amor no se enoja, el amor perdona, el amor busca el bien de los demás. (I Cor. 13)
Por último, destaca el papa una tercera enseñanza, la del  trabajo, o sea, el hogar de Nazaret escuela de trabajo. Contemplamos la sencillez de José trabajando para dar el sustento a su familia, y al mismo tiempo  dando  ejemplo para que el Hijo de Dios hecho hombre descubra en cuanto hombre, que la ley del trabajo forma parte de la voluntad de Dios. En y por el trabajo, el hombre se dignifica, descubre sus capacidades  a desarrollar, pone al servicio de los demás sus cualidades y también colabora  con Dios para que se descubra entre los hombres la grandeza de la creación.
En nuestro tiempo, y especialmente en nuestra Patria, se ha perdido la valoración  de la ley del trabajo en la familia.  Muchas veces predomina la pereza, la agachada de hacer lo menos posible, el tratar de vivir a costa de otros  y no contribuir con la labor personal y cotidiana. Se ha perdido la cultura del trabajo como dignificante del hombre y se prefiere no pocas veces, vivir de la dádiva, de los planes y de las ayudas permanentes de todo tipo. Los poderes públicos en vez de promover el deber y el derecho al trabajo digno para cada persona y dejar así de vivir esclavizados,  perdura el sometimiento de los pobres por medio de los continuos  beneficios.
Mirando la Sagrada Familia, entendemos que es en ella, la familia, el lugar y espacio necesarios para la formación y crecimiento del ser humano.  
Precisamente, el texto del Evangelio invita a  cada hijo a crecer en sabiduría, o sea en el conocimiento que engrandece a la persona humana, y al mismo tiempo en gracia, en amistad con el Creador.
En efecto, la familia debe ser una escuela en que los hijos y los padres crezcan en gracia, o sea en amistad con Dios.
Este buscar crecer en la amistad con Dios va más allá de lo ocasional del tiempo en el cual vivimos, sino que mira al futuro, ya que quien trata de vivir en gracia, en amistad con Dios, aspira a encontrarse con Él en la vida eterna. ¡Cuántas cosas  podríamos decir acerca de la Sagrada familia de Nazaret como modelo para nuestra familia!
Recordemos las palabras de Simeón, y apliquemos a nuestra vida temporal, deseando morir en paz  cuando Dios disponga, porque ha llegado la salvación.
Pidámosle al Señor que el Salvador ilumine nuestra existencia y  permita crecer como personas, como hijos adoptivos suyos.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret, ciclo “B”. 27  de diciembre de 2020. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-




26 de diciembre de 2020

En el Niño recién nacido para salvarnos y hacernos hijos adoptivos del Padre, contemplemos la presencia de los desechados del mundo.

¡Qué hermosa imagen ésta de los pastores yendo a adorar al niño! Una imagen cargada de ternura, la ternura propia de los sencillos, de los humildes, que se conmueven ante el niño recién nacido. Precisamente muchas veces hemos escuchado que los pobres cuidan a sus hijos porque allí está su riqueza, no ponen su esperanza en los bienes de este mundo, algo común entre los opulentos, ni buscan cubrirse de gloria y poder en esta vida temporal, sino que se conforman con poco y se  llenan de ternura ante el nacimiento de un niño,  ante la presencia de la vida.

Y justamente el nacimiento de Jesús es un cántico a la vida, no solamente a la vida humana sino también a la vida divina, porque el Hijo de Dios se hace hombre, para que el hombre sea hijo de Dios y pueda algún día compartir la gloria de la eternidad con el Padre, con el Hijo, con el Espíritu Santo.
¡Qué imagen hermosa la presencia del niño! Es la manifestación, como dice San Pablo a su discípulo Tito, de la misericordia de Dios. No por obra de nuestra justicia el Hijo de Dios viene a nosotros, sino que incluso a pesar de nuestros pecados y de nuestros innumerables rechazos a Dios, el Señor viene a mostrarnos un camino nuevo.
Ahora bien, en el Cristo Niño están presentes todos los desechados de este mundo. Así lo expresa el papa Francisco y no pocos obispos en sus homilías navideñas al insistir en contemplar la presencia de los rechazados  del mundo en la figura del niño recién nacido.
Por eso los pastores son los únicos que se dirigen  presurosos a adorar al recién nacido, son humildes y sencillos.
Los poderosos de este mundo, empezando por nuestra patria, políticos o interesados en el aborto,  miran al niño con ojos de codicia, su presencia estorba a sus planes de destruir la vida que todavía no ha nacido. Ellos  no recibieron el anuncio del Ángel  Gabriel, sino del ángel caído, del espíritu del mal, que en todo niño no nacido y su destrucción posterior, se ilusiona con matar al Salvador, como Herodes, al acecho de los inocentes.
Y esto es tremendo, porque los que piensan en que muchos son desechos del mundo, quizás ahora apoltronados en el poder, se creen  seguros e  impunes, y no  calculan que la soledad, la angustia, o el remordimiento está allí presente o lo estará.  Al respecto, señala el salmo segundo  que mientras los poderosos se ponen de acuerdo para destruir al Mesías, Dios se ríe de ellos y prepara su destrucción.
Por eso debemos hacernos como niños e ir al encuentro de Jesús, y allí escuchar las maravillas que se dicen de Él, para luego  comunicarla: ¡Nos ha nacido un niño! Signo de la alegría para el hombre caído, como recuerda el profeta Isaías.
Dejemos que la inocencia de este niño, la debilidad, la pequeñez de este niño penetre en nuestro corazón y nos haga también como niños, que es lo que tantas veces nos dice Jesús en el Evangelio, hacerse como niño, qué hermoso ver la sonrisa de un niño recién nacido, me imagino el gozo y la alegría de María y de José ante el niño que se sonríe, que levanta sus manitas dirigidas a su madre, que busca acercarse a quienes lo cuidan.
También nosotros hemos de cuidar a Jesús en los desechados de este mundo, en los débiles, en los enfermos, en aquellos que necesitan una palabra de aliento, en los pobres que trabajan pero no les alcanza el dinero y quienes  podemos ayudar.
Es importante dejar de lado de nuestra vida todo lo que es, recordaba el papa anoche, mundanidad, frivolidad.  La mesa de navidad es algo totalmente distinto a lo que muchas veces la sociedad de consumo continúa  imponiendo. El ser humano hoy está hambriento y sediento de Dios, pero mientras quiera o pretenda seguir saciando esta hambre y esta sed de Dios llenándose de cosas, de placeres mundanos, de diversiones, el vacío será cada día más hondo.
Lo vemos en cada Navidad, ¡cuántas personas  se preparan para los festejos pensando únicamente en emborracharse, en divertirse de cualquier forma, honrando así  a  sus propios deseos!
En estos días no pocos partidarios del aborto saludarán  a otros con  el tradicional ¡Feliz Navidad!, pero en su interior, siguiendo sus malas intenciones ya han quitado la vida a Jesús  antes que naciera.
Solamente si uno se colma de la caricia de Dios, de la alegría de Dios, del amor de Dios puede encontrar la plenitud en su corazón. Ojala nos despierte el llanto de este niño, no de malhumor sino para caer en la cuenta de dónde pasa la centralidad de la historia humana, no pasa en lo pasajero, sino en lo que perdura.
En este día de navidad habrá muchas personas solas, sin nadie con quien compartir, pero si lo tienen a Jesús en su corazón estarán compartiendo lo mejor y alcanzarán esa alegría que el mundo no puede conceder, porque el mundo nos da una alegría pasajera, efímera, la presencia del Señor, en cambio,  siempre es duradera.
Pidámosle a Jesús que ha nacido entre nosotros que nos siga iluminando en este tiempo de navidad que hemos iniciado, que nos siga fortaleciendo para ir profundizando en el verdadero sentido de su nacimiento entre nosotros.
A Jesús lo contemplaremos de nuevo el domingo al celebrar la Sagrada Familia, inserto en una familia. Familia humana a la cual también en nuestro tiempo se quiere destruir, deshacer, porque también el espíritu del mal sabe que la familia, educadora de sus hijos es la mejor defensa que tiene el ser humano ante sus pretensiones  de querer esclavizar al hombre.
 Vayamos, por tanto,   al encuentro de Jesús y que Él permanezca para siempre con nosotros.


Textos bíblicos: Isaías  62, 11-12; Tito 3, 4-7; Lc. 2, 15-20.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Solemnidad de Navidad. 25 de diciembre  de 2020. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.





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21 de diciembre de 2020

El Mesías llega a nosotros sin que lo busquemos y quiere compartir todo nuestro existir.

 En el segundo libro de Samuel (7, 1-5.8b-12.14ª.16) que acabamos de proclamar, se describe  cómo el rey David quiere construir una casa para el Arca de la Alianza. El profeta Natán apoya este gesto, pero después el mismo profeta, instruido por Dios, le dirá que la voluntad de Dios es que esta casa sea construida por su sucesor, el rey Salomón.
Sin embargo, nos encontramos con un hecho importante ya que Dios le gana de mano a David dado que no será el rey  quien construya una casa a Él, sino que el Señor es quien le construirá una casa a David, entendiendo por casa una dinastía regia. Y así se le recuerda a David todo lo que Dios hizo por él a lo largo del tiempo y se le muestra que todo eso en la providencia apunta a la fundación de una casa real para que de su descendencia naciera el Mesías. De manera que anuncia el texto bíblico lo que sucedería en el futuro, mientras la historia sigue su curso y los profetas siguen anunciando la venida del Mesías.
De esta venida del Mesías se hace eco también el apóstol San Pablo escribiendo a los cristianos de Roma (16, 25-27), cuando dice “yo anuncio, proclamando a Jesucristo, y revelando un misterio que fue guardado en secreto desde la eternidad y que ahora se ha manifestado.” Es decir que cuando llega la plenitud de los tiempos, Dios se hace hombre en el seno de una mujer e ingresa en la historia humana para realizar aquello que habían anunciado los profetas, la venida del Emanuel, que significa Dios con nosotros.
El cardenal Cantalamessa que es el predicador del sumo pontífice, decía precisamente el viernes pasado en la última predicación de adviento, que el Emanuel, Dios con nosotros, implica que Dios viene al encuentro del Hombre. Así como Dios construye una casa real para que nazca el Mesías, ese Mesías viene a nosotros sin que nosotros lo busquemos y quiere compartir todo nuestro existir, ese es el misterio grandioso que viene a predicar Pablo y que la iglesia prolonga en el decurso del tiempo. Un Dios que se hace hombre para interesarse por el hombre, por sus cosas, por sus problemas, por sus vicisitudes.
No se trata de algún  dios  pagano, que está  a lo lejos, encima de todo y al cual nadie puede acercarse, sino que es el Dios que se abaja como incluso enseña la Escritura, para entrar en la historia humana.
Es el Dios que no quiso retener su dignidad divina sino que tomó carne humana haciéndose semejante a nosotros en todo menos en el pecado. A su vez, cada año  viene también Jesús a nosotros por medio de la Virgen María cuando se le anuncia que fue elegida para ser madre del Salvador y ella acepta esta elección.
Tengamos en cuenta lo que esto significó en aquél momento, el que una mujer que todavía no se había casado quedara embarazada,  sin embargo Ella confió  en el poder divino y dijo: “yo soy la servidora del Señor, que se haga en mi según tu palabra”. María no especuló para entregarse totalmente, no estuvo midiendo los riesgos que esto significaba, sino que entendió lo que se le proponía y aceptó.
Además afirma el apóstol San Pablo en la segunda lectura, que este misterio fue dado a conocer a todas las naciones para llevarlas a la obediencia de la fe. En este sentido, María también conoció este misterio y fue llevada  a la obediencia de la fe por lo que dijo sin vacilar que aceptaba la maternidad divina.
A nosotros también se nos pregunta: ¿queremos recibir a Jesús? ¿Vamos a estar dando vueltas? ¿Estamos ocupados preparando la fiesta de Navidad  poseyendo todos los bienes que podamos  aún en medio de la pandemia? ¿Pensamos meramente en  los regalos, en las visitas?¿Nos dejamos atrapar por la sociedad de consumo?, ¿Ahí está puesto nuestro interés, el acento de nuestra vida? Si así fuera, no fuimos llevados a la obediencia de la fe. No hemos entendido lo que significa ser llevados a la obediencia de la fe, de allí la necesidad de imitar a María y con firmeza decir, yo estoy acá para servirte, no dudo más.
No prometo entregarme a Dios la semana que viene o en un mes cuando las cosas sean mejores, cuando no esté el covid; sino que ya digo que la palabra de Dios se haga carne en mi corazón, quiero ya entregarme al Señor totalmente y así si esa es la principal decisión nuestra en estos días tenemos la seguridad que nuestra vida cambia totalmente, despeja toda duda, nos saca todo espejismo de felicidad en la cual podemos estar insertos, deja de lado toda fantasía de gozo y placer que no pase precisamente por la aceptación del Hijo de Dios hecho hombre.
Queridos hermanos, quizás decimos que esta reflexión es excelente pero  nos preguntamos ¿cómo llevamos a cabo todo esto?, ya que María también preguntó cómo sería posible lo que se le manifestaba.
Seguramente nos sentimos débiles, indecisos, inconstantes, pero llevados a la obediencia de la fe confiamos en que como aconteció a María, el Espíritu Santo vendrá en nuestro auxilio “y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”. Es decir, digamos nosotros que sí y Dios hará el resto, transformando nuestro corazón  y nuestras intenciones, ayudándonos a adherirnos a su Providencia.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el cuarto domingo de Adviento, ciclo “B”. 20  de diciembre  de 2020.

http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-





15 de diciembre de 2020

Desbordantes de alegría en el Señor que viene, testimoniemos que la salvación requiere la adhesión al Hijo de Dios hecho hombre.

Siguiendo avanzando en este tiempo de Adviento, encontramos una nota característica en la liturgia de este día, llamado domingo gaudete, en referencia a la antífona de entrada que dice “Alégrense siempre en el Señor” (Fil. 4,4), que  llama a la alegría en Dios. 
 
Justamente San Pablo escribiendo a los cristianos de Tesalónica (1 Tes. 5, 16-24) afirma claramente: “Estén siempre alegres” refiriéndose por cierto a que esa alegría es en el Señor en consonancia con lo que enseña  a los cristianos de Filipos. Alegres en el Señor refiere a la  felicidad que colma a todo aquel que vive en comunión con Jesús.

La diferenciamos de la alegría frívola que parte de la complacencia con las cosas pasajeras y el placer efímero que produce, y mucho más apartada de la alegría que proviene por la complacencia en los actos causados por la maldad como veíamos en estos días en los rostros de no pocos ante la aprobación de la ley inicua  del aborto en la cámara de diputados. Era la alegría ante la aprobación de la matanza de los inocentes, eso no es alegría en el Señor.
La alegría en el Señor mira siempre al fin último sobrenatural del hombre que es la Vida eterna, la cual  da sentido y vigor al caminar  del hombre por este mundo, mientras que la alegría mundana o la provocada por el mal sólo  aspira a una felicidad pasajera, según dure la  existencia  en este mundo.
El papa Francisco en el ángelus de hoy insistió mucho en la alegría que debe reinar en el corazón de los creyentes, y así decía el papa que no debemos tener cara de velorio, sino manifestar en el rostro  el gozo que nos colma por la unión con Dios, rostro que vive de la esperanza.
No quiere decir esto que nos desentendamos de lo que sucede alrededor nuestro, -de hecho  hay muchos motivos de estar triste por tantas cosas negativas-, pero eso significaría quedarnos anclados únicamente en lo pasajero, en lo terrenal, propio del sin esperanza, nuestra mirada de creyentes ha de dirigirse mucho más allá  de lo negativo percibido.
Precisamente completando esto, el cardenal Cantalamessa en su segunda meditación de Adviento, el viernes pasado, exhortaba a que volvamos a poner nuestra mirada en la eternidad, porque es lo único que le da sentido a la vida humana. Si el hombre se queda meramente con lo terrenal, con el espacio histórico temporal en el cual se mueve, caerá  en la angustia, en el pesimismo.
A veces nos preguntamos dónde está el Señor que parece ocultarse o  que nos ha abandonado, pero si vivimos la alegría en Él, posando  nuestra mirada  en la Vida Eterna, todas las dificultades son contempladas  como  gracias otorgadas, como pruebas concedidas para la purificación interior de cada uno.
Y así, los sufrimientos  de este mundo tienen un carácter de eternidad, no son la pasión inútil de alguien que no le ve sentido a nada sino de quien va más allá incluso de sus miserias.
Dado que esperamos la eternidad es que tenemos un caminar, una mirada totalmente nueva, por eso el apóstol  san Pablo  desea que “el Dios de la paz los santifique plenamente, para que ustedes se conserven irreprochables en todo su ser –espíritu, alma y cuerpo- hasta la Venida de Nuestro señor Jesucristo”. Este reclamo de permanecer irreprochables ha sido repetido varias veces en este tiempo de Adviento. ¿Se acuerdan  de la carta de San Pablo a los efesios (Ef, 1, 3-6.11-12) el 8 de diciembre? Permanecer irreprochables hasta, dice Pablo, la venida del Señor Jesucristo, porque una vez que estemos en la vida eterna ya estaremos gozando plenamente de Dios, sabiendo dice el apóstol, que quien los llama es fiel y así lo hará. En un mundo donde no siempre se vislumbra la fidelidad, el texto nos asegura que Cristo es fiel, ese Cristo al cual anuncia Juan el Bautista como lo acabamos de escuchar en el texto del Evangelio (Jn. 1, 6-8.19-28).
Juan Bautista que predica en el desierto, no solamente en el desierto geográfico, sino en el desierto de una humanidad que no escucha, alienta a que sigamos proclamando al Señor que viene para que alguien pueda escuchar esa voz y animarse a seguir a Cristo.
En este sentido, Juan Bautista dice “en medio de ustedes hay alguien a quien no conocen”, palabras que también deben resonar en el mundo actual, ya que Cristo no es conocido, es el gran desconocido, o si se lo conoce, se lo conoce como  referencia histórica y nada más, no como alguien a quien  nos adherimos como  Hijo de Dios hecho hombre.
Juan Bautista nos invita en su predicación a ser nosotros también testigos como lo fue él, insistiendo en que todos preparemos el camino, allanemos los senderos tortuosos para que el Señor venga. Es decir, hagamos desaparecer las dificultades que impiden la llegada del Señor. Y Juan Bautista, entonces, también a nosotros nos dice que demos testimonio. Ser testigo significa hablar de lo que uno ve, de lo que uno cree, a través de los ojos de la fe y nosotros hemos visto al Mesías, que viene al encuentro de todo hombre de buena voluntad.
¿Y quién es el Mesías? ¿Quién es Jesús? Es aquel que anuncia Isaías como acabamos de escuchar en la primera lectura (Is. 61, 1-2ª. 10-11). El profeta  proclama aquellas estas palabras que Jesús se atribuye así mismo: “el Espíritu del Señor esta sobre mí, porque el Señor me ha ungido, el me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor”. La figura del Mesías entonces se agiganta porque se acerca a nuestras miserias, a nuestra vida y nos manifiesta que quiere transformar la existencia humana.
El mismo profeta confiesa que “desbordo de alegría en el Señor, mi alma se regocija en mi Dios", palabras que aplicadas a nosotros significan que  regocijados interiormente en Jesús  hemos de ir  al encuentro de la sociedad en la que estamos insertos, para dar testimonio de nuestra fe, sin cansarnos de predicar que la salvación pasa por la adhesión al Hijo de Dios hecho hombre, Jesucristo Salvador, ya que  allí está la transformación de la vida y de la historia humana.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el tercer domingo de Adviento, ciclo “B”. 13  de diciembre  de 2020. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-



10 de diciembre de 2020

Que María Santísima aplaste la cabeza del espíritu del mal, mientras luchamos defendiendo la vida humana, en la que está presente Cristo.

Realmente es un regalo del Cielo el que podamos celebrar esta fiesta de la Inmaculada Concepción de María. Aparece en todo su esplendor y belleza la grandeza de la Madre del Hijo de Dios hecho hombre y Madre nuestra.  La fe firme sobre las verdades que nos enseña la Iglesia  nos da a conocer que a través de María recibimos múltiples bendiciones.  De hecho en la carta del apóstol San Pablo a los efesios (1,3-6.11-12), que acabamos de escuchar, se nos recuerda que fuimos elegidos desde antes de la creación del mundo en Cristo, que además se nos ha preferido por encima de todo ser creado para ser hijos adoptivos de Dios; y más aún todavía, que somos por la filiación divina,  herederos de la Vida Eterna.
Todo esto nos habla de cuánto nos ama Dios, cuánto piensa en nosotros que nos ha creado para algún día alcanzar su misma vida. Por eso, este proyecto de Dios es un designio que engrandece al ser humano. Lamentablemente el pecado original, que hemos recordado en la primera lectura (Gén. 3, 9-15.20), hiere este proyecto divino, y así habiendo sido creados llenos de bendiciones y de gracias, quedamos sujetos a la muerte y al pecado.
La desnudez en la que se encuentran Adán y Eva indica la pérdida de la inocencia, el quebranto de la amistad con Dios, porque justamente el pecado deja al descubierto nuestra fragilidad, desnudos delante del Señor, totalmente desvalidos, totalmente miserables. Pero Dios, que no se deja ganar en generosidad, sigue confiando en nosotros y por eso resuelve enviar a su Hijo para que se haga hombre en el vientre de una mujer y, así entonces mostrarnos el camino de la Salvación, el camino que conduce al encuentro de Dios en la Felicidad Eterna.
Y para realizar este proyecto piensa en María, también ella participa de esta elección que nos dice el apóstol San Pablo, fue elegida desde toda la eternidad, pero en previsión de los méritos de Cristo, fue preservada del pecado original cuando ella se gestaba en el seno de su madre.
Por tanto, ahí  tenemos entonces a María, limpia y pura, libre de todo pecado, ofreciéndose a ser la servidora del Señor, aceptando ser la madre del Salvador, accediendo a que la sombra divina la cubra con su poder y que quien nacerá de ella sea llamado Santo y Salvador.
¡Qué hermoso realmente este camino de grandeza de María Santísima!. Ella fue siempre fiel a Dios, de allí que se  presente  como ejemplo. Se muestra como modelo, no solamente como alguien a quien se imita, no meramente como quien está posando inmóvil ante un pintor o un escultor, sino que María es modelo porque nos presenta un ideal de vida y porque además viene a nuestro encuentro para acompañarnos en este camino por este mundo ayudándonos a encontrarnos cada vez más con su hijo, para llevarnos a la Gloria que no tiene fin.
Queridos hermanos: al igual que María estamos llamados a cosas grandes, a vivir con dignidad. Precisamente por la primera oración de esta misa suplicábamos a Dios que por la intercesión de María Santísima podamos llegar algún día a la Gloria, limpios de todo pecado, y allí glorificar a Dios, cantando alabanzas eternamente.
Pidámosle a María Santísima a su vez, que proteja toda vida. Al respecto, los obispos de Argentina han pedido que hoy hagamos una jornada de oración por la protección de la vida, por eso al final de la misa vamos a rezar la oración del papa San Juan Pablo II justamente suplicando el respeto por la vida naciente y por toda vida.
El espíritu del mal, así como tentó a Eva y a Adán en el comienzo de la historia humana, seduce  al ser humano, a aquellos que no buscan a Dios sino su propio parecer,  a aquellos que buscan cómodamente las soluciones fáciles a los problemas, y suscitan en el corazón de muchos el odio a la vida,  el desprecio  homicida hacia el niño por nacer.
Por eso, hemos de pedir a María Santísima que pise la cabeza del espíritu del mal, como enseña la sagrada Escritura, y mientras tanto nosotros mismos luchemos defendiendo la vida, sabiendo que allí está presente Cristo Nuestro Señor.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María Santísima. 08 de diciembre  de 2020. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-





7 de diciembre de 2020

Después de Juan Bautista, llega Jesús que bautiza con el Espíritu Santo a todos los que creen en Él y obran según su voluntad.

Continuamos  caminando  en  el hoy salvífico en el que el Señor que viene se va mostrando cada vez más al hombre necesitado de ser rescatado de sus pecados  y liberado de los agobios  que lo abruman y que muchas veces  le hacen pensar que nada puede hacer para cambiar la historia humana.

La Palabra de Dios, tan rica y siempre actual, nos ilumina en el presente de nuestra vida para darle un sentido nuevo y siempre renovado.
El texto de Isaías (40, 1-5.9-11)  forma parte de una profecía dada a conocer con motivo del regreso  del pueblo de Judá que se libera del exilio de Babilonia por edicto del rey Ciro, regresando a Jerusalén.
“Llega el Señor  con poder y su brazo le asegura el dominio”, anuncia cómo Dios se hace cargo de su pueblo guiándolo en la nueva vida del retorno. Más aún, recuerda que “como un pastor, él apacienta su rebaño, lo reúne con su brazo; lleva sobre su pecho a los corderos y guía con cuidado a las que han dado a luz”.
De esta manera Dios asume el papel de consolar a su pueblo, de curar sus heridas y fortalecerlo  para que siga en su camino de fidelidad  a quien lo ha  sacado de la esclavitud del exilio.
Pero a su vez, el pueblo mismo debe consolar a los que sufrieron las consecuencias de la humillación  de  Jerusalén, por lo que  ha de ser realidad el grito de “¡Consuelen, consuelen a mi Pueblo, dice su Dios! Hablen al corazón de Jerusalén y anúncienle que su tiempo de servicio se ha cumplido, que su culpa está pagada, que ha recibido de la mano del Señor doble castigo por todos sus pecados”.
Pero llevar consuelo implica a su vez reclamar la conversión del corazón,  para  recibir al Salvador que quiere la liberación de todos.
El apóstol san Pedro (2da  Pt. 3, 8-14)  continúa con esta línea de pensamiento  asegurando que Dios “no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan” y ante la objeción de quienes dicen que el Señor tarda en llegar explica que en la eternidad de Dios no existe el tiempo,  por lo que  aquello que es interminable  para el hombre, para el Creador es un instante y, si tarda en llegar  es porque tiene paciencia con todos esperando la conversión  de cada uno  y la asunción de una vida  ejemplar por lo que es necesario procurar “vivir de tal manera que Él los encuentre en paz, sin mancha ni reproche”.
La figura central de este domingo es por cierto Juan Bautista, el último profeta del Antiguo Testamento y primero del Nuevo (Mc. 1, 1-8).
Repite el mismo mensaje de Isaías reclamando la necesidad  de preparar  el camino del Señor viviendo el espíritu de conversión para el perdón de los pecados  que se continúa  en una vida de abnegada entrega al plan salvífico de Dios.
De allí que el llamado de Juan Bautista es perentorio, “conviértanse, preparen el camino del Señor, detrás de mí viene alguien que es más poderoso que yo. Yo los bautizo con agua pero Él los bautizará en el Espíritu Santo”.
O sea, que nuestra mirada ha de pasar de Juan el Bautista a Cristo, a Él esperamos. La vida cristiana siempre significa un ir creciendo en la amistad con el Señor, sabiendo que Él quiere entrar en la vida  de cada uno y quiere transformarla, porque es el Buen Pastor que anuncia el profeta Isaías en la primera lectura.
Es aquel que viene en cada momento de nuestra existencia temporal y que quiere formar parte de nuestra existencia, de nuestros proyectos, de nuestros planes, por eso siempre vamos preparando nuestra vida de cada día mirándolo de frente al Señor y preguntándonos realmente si nuestras decisiones le agradan, si nuestras decisiones pasan por la voluntad de Dios.
Reclama la atención sobre quien vino ya por primera vez y que esperamos en su  segunda venida,  gritando  como  Isaías  “¡Aquí está tu Dios!” estemos atentos para cuando “se revelará la gloria del Señor y todos los hombres la verán juntamente”.
Seguimos caminando en un mundo e historia que lamentablemente se ha alejado de Dios, por lo que la proclamación de la conversión del corazón y  el  abrirse a la gracia divina resulta muy difícil y  hasta  incomprensible,  en una sociedad que sólo mira el bienestar  y el placer de cada día como metas  que cada uno ha de buscar y  estimar.
Sin embargo, la misión del creyente no disminuye por estas dificultades  que se presentan a diario  y que nos llevan a pensar no pocas veces que la suerte de la humanidad ya está echada y que es inútil advertir acerca de lo que vendrá.
Por el contrario sabemos  por la revelación divina que el tiempo  apremia,  ya que no sabemos ni el día ni la hora en la que el Señor llamará a cada uno a dar cuenta de las decisiones personales a lo largo de la existencia temporal, pero  esto  a su vez, debe estar siempre acompañado por la esperanza de un encuentro más personal con Él.
Pidamos entonces su gracia para caminar en esta esperanza hasta que Él se nos manifieste plenamente.

Padre Ricardo B. Mazza, Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz, en Argentina. Homilía en el domingo 2do de Adviento, ciclo “B”.   06 de diciembre de 2020.




1 de diciembre de 2020

“¡Vuelve, Señor, por amor a tus servidores!. Tú eres nuestro Padre y nuestro alfarero y, nosotros la arcilla, la obra de tus manos!”(Isaías)

Comenzamos nuevamente el Año Litúrgico iniciando  el Adviento  en el que nos preparamos  para la segunda Venida del Señor, con la  seguridad de que se  realizará como ya aconteció con la primera Venida  al hacerse hombre en el seno de María, el Hijo de Dios.
En la primera parte de este tiempo de Adviento, la  mirada se centra más, por lo tanto, en la segunda Venida de Cristo, para después dar lugar a la actualización de la primera Venida del Señor  en la que reviviremos con fe su nacimiento en carne humana en el pesebre de Belén.
Al recordar cuando Jesús vino por vez primera,  caemos en la cuenta que así como se hizo  esperar durante siglos,  hasta que llegó la plenitud de los tiempos  y se hizo presente en la historia humana, así también, en el momento sólo por Dios conocido,  retornará para el juicio del mundo y llevar consigo a todos los que con perseverancia se hayan mantenido fieles a la verdad a lo largo de los siglos.
¿Y que tenemos que hacer nosotros entonces entre esa primera Venida del Señor y su segunda? Vivir  en una actitud de vigilante espera, por eso Jesús en el Evangelio dice: “tengan cuidado y estén prevenidos, porque no saben cuándo llegará el momento” (Mc. 13, 33-37),  lo cual reclama  vivir cada día  con la conciencia  clara  que puede ser el último de la existencia terrenal.
Esto se hace cada vez más urgente porque  sucede muchas veces que el hombre  se confía en que el Señor no viene y, entonces como tarda en llegar, no vive  con fidelidad  a  Dios.  De allí  que  Jesús recuerde que Él se hará presente  por segunda vez como el dueño de esta casa, pero  de improviso, puede ser al amanecer, al atardecer, a media noche, resultando  como lo más importante que los que cuidan la casa del Señor, es decir, nosotros mismos, vivamos siempre buscando la voluntad de Dios, realizando el bien  incansablemente.
¿Y qué necesitamos nosotros para vivir de esa manera? La respuesta la encontramos en el apóstol San Pablo (I Cor. 1, 3-9), cuando afirma que hemos sido colmados en Cristo con toda clase de riquezas, las de la palabra y las del conocimiento  “en la medida que el testimonio de Cristo se arraigó en ustedes”, que se traduce que cuanto más presente esté  Jesús en nuestra vida, más vamos a recibir su ayuda.
Y lo afirma a continuación el apóstol San Pablo: “Mientras esperan la revelación”, o sea la Segunda Venida del Señor, “no les falta ningún don de la gracia” y de ésta manera  “Él los mantendrá firmes hasta el fin, para que sean irreprochables en el día de la Venida de nuestro Señor Jesucristo.”.
Es crucial prestar atención en el estado en que debe permanecer cada uno en el día de la segunda venida, esto es, “irreprochable” de manera que  estemos en condiciones  para comenzar la vida con Dios.
Es cierto que no pocas veces nos preguntamos cómo es posible permanecer sin reproche alguno  en el momento en que se define el destino eterno de cada uno, especialmente si contemplamos nuestra naturaleza humana  redimida,  pero herida por el pecado original y agudizada por los pecados personales.  Si pensamos en nosotros solos la zozobra espiritual es real, pero si confiamos en la presencia de la gracia divina respondiendo a ella con nuestra voluntad orientada a la realización del bien, es posible superar todas las dificultades.
¿Pero, cómo sabemos que contaremos con la ayuda divina?, ¿por qué Dios se interesará  por cada persona humana?. El mismo apóstol responde afirmando “porque Dios es fiel, y Él los llamó a vivir en comunión con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor”. En efecto, Dios nos ama desde toda la eternidad y es el primer interesado en que se realice su proyecto salvador sobre toda creatura humana, aunque respetando la libertad de la que fuimos investidos  y con la respondemos o no a la gracia  ofrecida y recibida.
Confiados en el favor divino no dejemos de clamar con el profeta Isaías (63, 16-17.19b; 62, 2-7) “¡Vuelve, por amor a tus servidores!” y “Tú, Señor eres nuestro Padre; nosotros  somos la arcilla, y Tú, nuestro alfarero: ¡Todos somos la obra de tus manos!”

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo I° de Adviento, ciclo “B”. 29  de Noviembre  de 2020.
http://ricardomazza.blogspot.com;




23 de noviembre de 2020

El rey del universo y de la Vida nos interroga: “¿Es justo matar a alguien para resolver un problema? No, no es justo”.

 

En la profecía de Ezequiel (34, 11-12.15-17), en la primera lectura, nos encontramos con que Dios decide pastorear a su pueblo. El Reino de Judá había caído y sus habitantes desterrados a Babilonia, como resultado de una pésima conducción del reino.  Los que conducían el país, ya sea en el orden  político, social, económico o  religioso, sólo  se preocupaban por enriquecerse ellos mismos,  dejando al pueblo  atado a su miserable suerte, a la deriva. Por eso el mismo Dios decide  hacerse cargo de la conducción del pueblo como pastor de su rebaño.
El profeta señala que Dios  en su carácter de pastor  sale a  buscar a la oveja perdida, lastimada, abandonada, para unir a todos bajo el cayado de un único pastor. Sin duda, se trata del  anuncio del pastoreo del Rey Mesías, Jesucristo. Él es el que viene a reunir a todos aquellos que le son fieles para conducirlos al encuentro del Padre.
Precisamente eso es lo que dice el apóstol San Pablo en la segunda lectura (I Cor. 15, 20-26.28), que acabamos de proclamar; cuando enseña que cuando Jesús venga en su Última Venida, resucitará a los que estaban unidos con Él.
Después de esto “Enseguida vendrá el fin, cuando Cristo entregue el Reino a Dios, el Padre, después de haber aniquilado todo Principado, Dominio y Poder”.  Y esto [porque es necesario que Cristo reine “hasta que ponga a todos los enemigos debajo de sus pies”], esos enemigos que a lo largo de la historia humana han buscado siempre alejarse de la soberanía divina.  A su vez, una vez sometido el universo  a Jesús, Él mismo se someterá al Padre que le ha entregado todo dominio.
Este texto de San Pablo sintetiza el tiempo que va desde la muerte, resurrección y ascensión del Señor y su Segunda Venida.
Si bien esta fiesta  anticipa que Cristo vendrá como rey, como Señor, y de  una manera esplendorosa,  viene a la historia humana de todos los tiempos recordando la imagen del Cordero degollado del Apocalipsis. Es decir, Él es quien reina desde la cruz, desde la humildad, de la figura desfigurada del siervo de Yahvé, desde el desprecio que ha sufrido  por el hombre a lo largo de la Historia de la Salvación.
En su Segunda Venida vendrá como Pastor bueno para recibir a aquellos que le han sido fieles, pero también llegará como justo juez; para juzgar a cada uno según sus obras (Mt. 25,31-46), y así en el  Juicio Final se realizará la separación definitiva de los buenos que serán reunidos junto al Salvador para participar de la alegría del Reino, mientras los que obraron el mal serán arrojados a la condenación.
En el juicio se nos preguntará acerca de cómo hemos vivido nuestra relación con los demás, incluso  Cristo se identificará con el prójimo, y así todo lo realizado a favor del prójimo fue hecho a Él, y lo que no se hizo o se hizo mal, fue omitido o realizado en contra de su persona.
En definitiva, la afirmación o negación del otro en la vida cotidiana, significa la inclusión o  el rechazo a la Persona del Hijo de Dios. Con esto, está planteando Jesús cómo se define aquí la existencia humana. Lamentablemente, incluso en nuestros, días la humanidad no termina de asimilar eso, ya que  el ser humano se cree todopoderoso, pretende  destronar la soberanía de Cristo y colocarse él en su lugar, el ser humano hoy más que nunca se atreve a decirle a Dios “¿Quién eres tú para ponerme limites, para decirme lo que tengo que hacer?”. Por eso las ideologías más espantosas están en boga en la sociedad y la cultura. El ser humano no pocas veces cierra los oídos a las advertencias divinas, diciendo “tenemos tiempo todavía para la conversión, o no sabemos si esto en verdad va a suceder”, pero de hecho el futuro de cada uno ya  está presente hoy, no solamente en el pasado, sino en el presente.
Ahora bien, mientras meditaba sobre estos textos, y contemplaba la decadencia del Reino de Judá, pensaba en la Argentina, donde también las clases dirigentes como en el Reino de Judá, se preocupan por sí mismas, es la oveja engordada de la cual habla el profeta Ezequiel y que dice que el Buen Pastor la aniquila. Hay una despreocupación por el prójimo, los jubilados, la inseguridad que tiene que soportar el pueblo argentino, la burla de los poderosos que mientras se van enriqueciendo cada vez más, el pueblo sufre. Los “señores feudales” que cierran las provincias como si fueran fronteras de otros países, entonces para llevar a una hija enferma de cáncer  tiene un padre  que salir a caminar por la ruta, o aquel hombre que quiso visitar a su hija moribunda y no pudo hacerlo.  Mientras  el sistema de salud  está casi colapsado;  hay plata para el aborto, porque  para hacer el mal siempre hay dinero; para anticonceptivos, para pastillas, para drogas, y ahora nuevamente los que mandan en este país, para decirlo en criollo, pretenden mojarle la oreja otra vez a Dios con la ley del aborto.
Y Cristo está diciendo: “porque estuve  en el vientre de una mujer y tú me mataste, tu no me dejaste vivir”. Para  los tales el pronóstico no es para nada halagador, porque si no se convierten “irán al castigo eterno”.
Es cierto que hay situaciones muy desgraciadas en algunas mujeres que  empujadas o engañadas llegan al aborto, a las cuales Dios en su misericordia las tiene en cuenta.  Pero otra cosa es la planificación para matar a los argentinos con el aborto, después de lo cual vendrá la eutanasia oficializada, ya que también está vigente con el maltrato que reciben no pocos ancianos con sus jubilaciones magras.
“Era una promesa de campaña, por eso mando la ley del aborto”; se dijo, pero  también era una promesa de campaña cambiar todo el sistema social. Hoy queda bien claro que no hay interés por  promover la cultura del trabajo, sino la cultura de la dádiva de los planes, para tener sometida a la gente para las elecciones. Es todo una mentalidad perversa, que pisotea al prójimo, usándolo según convenga a los planes para permanecer eternamente en el poder. Es verdad que existen situaciones desgarradoras de personas que deben ser sostenidas económicamente por un tiempo, pero a su vez hay que crear fuentes de trabajo genuino por las cuales dignificar al ser humano.
Sobre el aborto, el papa Francisco decía precisamente en un video: “¿es justo matar a alguien para resolver un problema? No, no es justo”. Y decía el papa, “no vengan con que esto es algo de los católicos, no. Esto es algo que es previo a las religiones”. Y es cierto. Es algo humano.
No sé si habrán visto ustedes ese dibujo donde hay dos niños en el seno de su madre discutiendo. Y uno de ellos dice: -“yo quiero ser perrito”; -“¿y por qué querés ser perrito?”. “porque en la sociedad en que vivimos” contesta, “el perro tiene derechos y se castiga el que trata mal a los animales, en cambio el niño es asesinado en el vientre de su madre”. Hemos caído en tantos absurdos que realmente no tiene nombre, por eso queridos hermanos hemos de buscar siempre agradar al Señor; hacer el bien en todo momento, levantar nuestra voz para que cesen tantas injusticias. Pidamos al Rey del Universo que también es rey de nuestros corazones, reine en la sociedad y en el mundo.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el domingo de Cristo, Rey del Universo. Ciclo “A”. 22 de noviembre de 2020. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



17 de noviembre de 2020

“Los talentos de cada uno refieren a responsabilidades concretas recibidas, para la edificación del cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

 

Estamos terminando ya el año litúrgico y los textos bíblicos nos aleccionan acerca de los últimos acontecimientos de la vida Precisamente el apóstol san Pablo (I Tes. 5, 1-6),  se explaya hoy en el texto proclamado, sobre la venida del Señor por segunda vez ya sea a cada uno a través de la muerte o su  Venida  al final de los tiempos.
El apóstol San Pablo reconoce que los cristianos de esa comunidad de Tesalónica, son hijos de la luz, que han dejado las tinieblas, por eso les exhorta a no estar preguntándose cuando vendrá el Señor, sino más bien disponerse a recibirlo con una vigilante espera. Es decir, han de obrar los hombres cada día de su vida siguiendo la voluntad de Dios, pero puesta su mirada  esperando  con gozo la venida del Señor;  de la que no sabemos ni el día ni la hora, como recordábamos en el texto del Evangelio del domingo pasado.
Desde el momento que Cristo muere, resucita y vuelve al Padre, hasta la Segunda Venida del Señor, celebramos el tiempo de la Iglesia; en el que estamos insertos  nosotros en el presente.
El texto del Evangelio refiere a esta etapa hablando de este señor que se va de viaje por largo tiempo, distribuye sus dones para que sean multiplicados y regresa al final a pedir cuentas a cada administrador.
El regreso marca la última Venida, pero también puede ser ubicado en el momento en que cada uno muere y se encuentra con el justo juez.
En ese período de la vuelta de Jesús al Padre hasta su Segunda Venida, el ser humano, el creyente, es adornado por numerosos dones de parte de Dios, que acá en el texto del Evangelio aparece con el término de talento, que en la antigüedad es una medida de peso, que de acuerdo al país al cual se refería equivalía a cantidades distintas de peso. También significa una gran cantidad de dinero que se entrega, como aparece en el contexto del evangelio,  para que produzca abundantes  dividendos.
Estos talentos de los cuales habla el Evangelio son dones que Dios da a cada uno, según su capacidad, declara el texto bíblico.  Según su capacidad, porque  existen habilidades o capacidades innatas en cada persona con las que Dios ha querido adornarlas, de modo  que  Dios no reclamará a nadie más que lo que cada uno debe hacer fructificar.
En el caso nuestro, por el hecho de ser bautizados, por haber recibido el don de la fe, los sacramentos,  las oportunidades diversas para estar cerca del Señor, por el don  de la Gracia, el hecho de ser perdonados tantas veces de nuestros pecados y que se nos haya  llamado de nuevo porque el Señor quiere sentirse necesitado de nosotros por libre voluntad, para que trabajemos en la Iglesia sin interrupción alguna.
En fin, los talentos se van a convertir en responsabilidades concretas que  Dios otorga a cada uno, siempre para la edificación del cuerpo de Cristo que es la Iglesia, de tal manera que ningún miembro de la Iglesia es inútil. La única excepción,  como dice el texto del Evangelio, será el que esconde lo que ha recibido,  o que por temor a equivocarse no hace nada para que fructifique lo recibido y  que cuando el Señor le pida cuentas, al observar que nada hizo le dirá: “aléjate de mí siervo inútil, no has hecho nada para hacer fructificar lo que has recibido”.
A su vez, quienes hayan sido fieles y haciendo fructificar los dones recibidos  recibirán el premio,  y se les dará más todavía.
El libro de los Proverbios (31,10-13.19-20.30-31) presenta un ejemplo claro de fidelidad al don recibido por medio de esta mujer modélica, fiel en la vida a la vocación acogida de esposa y de madre. Algunos interpretan que se trata de la imagen de mujer universal y perfecta; otros a la mujer israelita; otros que personifica a la sabiduría, es decir, al realmente sabio, aquel que como Cristo que es justamente la sabiduría de Dios encarnada, pasa por este mundo haciendo el bien, cumpliendo a fondo con lo que se le ha encomendado. Esta mujer, o sea la mujer sabia, o la persona llena de sabiduría en definitiva, es elogiada por su fidelidad, por buscar la voluntad de Dios en cada momento de su vida teniendo presente las realidades cotidianas pero en clave de eternidad sabiendo que todo lo que se puede hacer aquí de bien repercute, fructifica en el encuentro definitivo con el Señor y en la participación de su misma vida.
Por eso es importante ir descubriendo qué es lo que  pide el Señor a cada uno de nosotros. Sería lamentable que hayamos ocultado nuestros talentos, las cualidades especiales recibidas,  y que por miedo a fracasar o a no saber qué hacer no hagamos absolutamente nada, porque indudablemente esto repercute no solamente en nuestra vida personal,  sino también en el bien a los demás que hemos dejado de hacer. Entonces mientras caminamos por este mundo hacia la segunda venida del Señor, hacia el encuentro con el Señor, que puede ser también primeramente en la muerte, busquemos ser fieles a lo que hemos recibido y hagamos  producir más todos esos dones recibidos de parte de la generosidad del Señor. Él nos va a acompañar siempre para que podamos rendir al máximo, no nos detengamos entonces, busquemos siempre esta fidelidad y esta vigilante espera para el encuentro gozoso con el Señor siempre haciendo el bien a nuestros hermanos.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXXIII del tiempo ordinario, ciclo “A” 15 de noviembre de 2020. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



9 de noviembre de 2020

Recordando que no sabemos ni el día ni la hora de la venida del Señor, esperémoslo con la luz brillante de la fe y el aceite de las obras

 

El domingo pasado habíamos celebrado a la llamada Iglesia Triunfante. Triunfante porque se trata de honrar y recordar a los santos, aquellos que han triunfado alcanzando la meta para la cual fue creada el ser humano, que es la comunión plena con Dios. El lunes recordábamos a la Iglesia que se purifica y rezábamos por los fieles difuntos, aquellos que si bien tenían asegurada esa meta del encuentro definitivo con Dios, necesitaban purificarse para participar de la gloria del Cielo.
Hoy la liturgia habla de nosotros, la iglesia que peregrina, la de los  bautizados que todavía no hemos llegado ni a purificarnos, ni a la Vida Eterna, sino que somos peregrinos que avanzan a la meta prometida y deseada desde el comienzo de la existencia temporal en este mundo.
¿Y cuál ha de ser nuestra actitud mientras caminamos por este mundo? La respuesta la encontramos en el texto del evangelio que proclamamos (Mt. 25, 1-13), en el que Jesús por medio de una parábola o comparación explica qué debe darle forma a nuestra vida terrenal.  Los contemporáneos del Señor sabían de qué estaba hablando cuando parte de la consideración de cómo se realizaban los matrimonios en su época. A la noche del día elegido, la novia esperaba en su casa  al esposo acompañada por un grupo de jóvenes, de amigas. El esposo en cualquier momento  podría llegar a la casa de la novia, lo recibían y salía el cortejo iluminándose con lámparas, dirigiéndose a la casa del esposo donde se celebraba la cena nupcial.
¿Cuál es el significado o qué simboliza cada personaje o cosa de la descripción del rito matrimonial? la esposa es la Iglesia, constituida por personas  prudentes o sabias, como lo describe el libro de la Sabiduría (6, 12-16), en la primera lectura, que buscan agradar a Dios, que inquieren  acerca del verdadero sentido de la existencia humana, y también hay personas que son necias, es decir que creen que saben todo pero nada saben o conocen mal lo que refiere a lo esencial de la vida  y, por lo tanto no se preparan para la venida del novio o del esposo que en este caso es Cristo Nuestro Señor.
Mientras recorremos la vida con la esposa-Iglesia atraídos por Jesús-esposo, la luz que ilumina al hombre es la fe, dando sentido a su existencia y orientando a cada uno al banquete nupcial o vida eterna. Pero, a su vez, la fe es alimentada por la caridad simbolizada por el aceite, que permite mantener viva la luz de la fe, mientras esperamos la venida de Cristo-esposo. Ahora bien, a lo largo de nuestra vida, podemos caer en aquello de preocuparnos únicamente por el futuro, escapando de la responsabilidades de cada día y nada hacer en el presente para la gloria de Dios o para el bien de los hermanos.
Pero también puede suceder que se caiga en la actitud de pensar que el futuro  salvífico no sucederá tan pronto, que Cristo no vendrá enseguida y por lo tanto se pone  el acento de la vida en el presente, tratando de gozar al máximo las posibilidades que ofrece la sociedad de consumo o la cultura de nuestro tiempo, sin contemplar la meta del encuentro definitivo con Dios para la que fuimos creados.
La enseñanza que nos deja Jesús es que debemos optar por la actitud de las jóvenes prudentes, caminar por este mundo mientras vivimos buscando la voluntad de Dios en cada momento por medio de la fe, alimentando la misma obrando  siempre el bien para la gloria de Dios y el bien de los hermanos. No descuidar nuestras obligaciones de estado, y con la mirada puesta en el fin último sobrenatural del hombre.
Con esta actitud, el banquete nupcial de la fiesta de bodas con el Salvador será algo esperado de una manera vigilante, es decir, sin dormirse en las cosas de este mundo,  sin adormilarse pensando que el salvador tardará en llegar, como las jóvenes necias que dejaron languidecer la fe atraídas por la mundanidad y carentes de obras de caridad porque estaban pensando en sí mismas sin elevar su pensamiento a Dios y a los hermanos.. Por el contrario, vivamos cada momento bajo la mirada del Señor obrando el bien, porque la luz de la fe tiene que ser alimentada por las obras de la caridad. Imposible crecer como creyentes en Cristo y en todo lo que nos enseña y nos promete si a su vez no obramos de acuerdo a las enseñanzas del Señor, si no obramos de acuerdo al Evangelio.
Jesús  viene a nuestro encuentro, a su vez, cada día, a cada momento, de allí que no hemos de esperarlo únicamente para  el fin de la vida de cada uno o al fin del mundo, sino  estar  dispuestos a la conversión permanente del corazón  para recibirlo dignamente y sin temores.
Por eso el Señor nos invita como Iglesia Peregrina a no dormirnos, como estas jóvenes que se durmieron y cuando llegó el esposo hubo quienes no podían recibirlo porque la luz de la fe se les apagaba y las obras de la caridad estaban ausentes, solamente entraron a la fiesta nupcial quienes tenían viva la fe acompañada  por  sus obras.
Queridos hermanos: es cierto que muchas veces pensamos que es imposible vivir esto a causa de nuestras debilidades, pero recordemos que contamos siempre con la gracia de Dios para seguir adelante y buscar siempre la meta que nos espera. Nos podrá ayudar, además, recordar aquellas palabras que escuchamos en el texto del evangelio “Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora”.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXXII durante el año. Ciclo A. 08 de noviembre de 2020 ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com




3 de noviembre de 2020

En la Vida Eterna que es nuestra meta como hijos adoptivos de Dios, cantaremos eternamente las misericordias del Señor”


Nos hemos congregado en este día para celebrar a Todos los Santos, aquellos que ya gozan de la presencia de Dios para siempre, aquellos que han llegado a la meta, aquellos que han entendido que fueron creados para Dios y a lo largo de su vida trataron de vivir en comunión con Dios y ahora se encuentran gozando ante su presencia. Los santos  nos ofrecen un testimonio de vida pero  al mismo tiempo nos protegen realizando aquello que afirmamos en el Credo: “creo en la comunión de los Santos”.

¿Cómo se da esa comunión? Entre la iglesia que peregrina, que somos nosotros, en la medida que tratamos de hacer el bien y vivir en gracia de Dios, somos llamados también como lo hacía en su tiempo San Pablo, santos; los que ya están en el Cielo gozando de la meta que han buscado siempre, y los que se purifican para poder después entrar en el Cielo. La Iglesia que se purifica  necesita nuestras oraciones, pero a su vez van a interceder por nosotros, de manera que mientras nosotros pedimos a los santos su ayuda y ellos nos prometen su presencia en nuestras vidas, las almas del purgatorio necesitan de nuestras oraciones y a su vez nos prometen acordarse de nosotros cuando ya estén definitivamente en la Gloria. Y así entonces entre la Iglesia llamada Peregrina, la Iglesia Triunfante en el Cielo, y la Iglesia que se purifica hay una permanente comunión de oraciones, de vida, de intenciones, porque todos aspiramos al encuentro con el Señor.
¿Y qué es lo que nos debe mover, ese tender hacia Dios? Precisamente, san Juan nos dice en la segunda lectura (1 Jn. 3, 1-3) que  miremos como el Padre nos ama y haciéndonos hijos suyos.  Y el Padre nos ama y quiere que participemos como hijos adoptivos de su misma vida porque nos ha creado a su imagen y semejanza.  El amor del Padre  nos lleva a buscar agradarle a Él y seguir los pasos de su Hijo, a escuchar la Palabra del Señor, a vivirla permanentemente, hasta que lleguemos, nos dice el apóstol, a ser semejantes a Dios. Como decía, ya somos imagen y semejanza de Dios por la creación, por el Bautismo fuimos elevados a la vida de la gracia, y en la Vida Eterna seremos ya semejantes a Él  para siempre, porque ya no podremos perder  la gracia por el pecado y por lo tanto  lo contemplaremos cara a cara, mediante  “la luz de la gloria”, que eleva nuestra inteligencia  para la contemplación eterna, como enseña santo Tomás de Aquino en la Suma Teológica.
Hablar de los santos por lo tanto, es hablar de la perfección a la que puede llegar el ser humano y nos debe hacer entender que estamos llamados a las cosas grandes, no a la chatura de la vida que muchas veces se observa en nuestra sociedad o el conformarse con la mediocridad, o dejar para último momento la conversión, sino la búsqueda incansable de asimilar la gracia que Dios nos otorga a cada uno de nosotros.
En nuestro peregrinar por la existencia terrena, el Señor nos pide  observar los diez mandamientos, como mínimo para la salvación, pero si queremos llegar a la vida de perfección que cultivaron los santos, hemos de encarnar el espíritu de las bienaventuranzas (Mt. 4, 25-5,12).
Se nos invita a cultivar la pobreza de espíritu que supone todo desapego a las cosas, buscar vivir la misericordia con el prójimo para alcanzarla también nosotros, vivir la paz propia de los hijos de Dios, trabajar por la justicia y así parecernos más y más a Dios, ser capaces de soportar todo tipo de injurias y rechazo por seguir  a la persona de Jesús y sus enseñanzas, vivir la pureza porque sólo con mirada limpia lo contemplaremos, y así,  todo lo que implique  grandeza de corazón.
Llamados entonces a vivir santamente, peregrinemos por este mundo, implorando la gracia de lo Alto, contemplando la vida de los santos, buscando su intercesión imitándolos, sabiendo que es posible vivir una vida de perfección que lleve  algún día a la Gloria del Cielo cantando eternamente las maravillas del Señor como dice el Salmo, “cantaré eternamente las misericordias del Señor” (cf. Apo. 7, 2-4.9-14).


Canónigo Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa de Todos los Santos. Ciclo “A”. 01 de noviembre de 2020. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com




27 de octubre de 2020

Cuando se da el amor perfecto a Dios, el amor al prójimo es la prolongación inevitable

Siempre aparece una oportunidad para hacerle  planteos a Jesús, con la intención de hacerle caer en alguna  respuesta incorrecta. En esta oportunidad, un doctor de la ley, -por lo tanto experto en el conocimiento de la ley que regía el pueblo de Israel-,  le pregunta: “¿Cuál es el mandamiento más grande de la Ley? “(Mt. 22, 34-40)”.
En realidad no es una pregunta ociosa, porque a lo largo del tiempo se fueron agregando tantas prescripciones, tantas leyes a las disposiciones del decálogo,  que llegó un momento en que el mismo pueblo se sentía oprimido por tantas obligaciones y no llegaba a distinguir lo importante de lo que no lo era.  
De allí que Cristo va al centro del problema, de la pregunta, y tomando en cuenta la Ley Mosaica, es decir los Diez Mandamientos, dirá: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu.  Éste es el más grande y el primer mandamiento”  respondiendo  así  al doctor de la ley.
Pero para hacer ver que este mandamiento del amor a Dios se prolongaba en una obligación no menos importante, continúa “el segundo es semejante al primero: amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Es más, remata la enseñanza  afirmando  que “de estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas”. O sea que las otras prescripciones a las que estaban sometidos debían verse a la luz de estos dos mandamientos, el amor a Dios y el amor al prójimo. Ciertamente que el más importante es el amor a Dios, pero también debe tenerse en cuenta a San Juan  cuando llama mentiroso al que dice amar a Dios, pero no ama a su prójimo (cf. I Juan  4, 20).
Al respecto el papa Francisco  planteó: “Si tú no eres capaz de amar algo que ves, ¿cómo vas a amar lo que no ves? Es una fantasía” (10 enero de 2019), de manera que no es posible amar a Dios y descuidar el amor al prójimo.
Sin embargo  el  amor a Dios en nuestro tiempo está en decadencia, dado que  se  prefiere amar a ídolos, a dioses falsos, como el dinero, el honor, el sexo desenfrenado, el poder, el placer, despreciando al Creador, -ya que el hombre “se crea  sí mismo”, es autosuficiente, autor de su  origen y destino final, perdiéndose  la fe y el amor  a Dios como al prójimo, al que no se reconoce ya como hermano.
En relación con esto,  encontramos  una respuesta en el apóstol san Pablo (I Tes. 1,5c-10), el cual, escribiendo a los cristianos de Tesalónica, a quienes ama especialmente por la manera que responden al Evangelio, les dice “ustedes se convirtieron a Dios, abandonando los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar a su Hijo, que vendrá desde el cielo: Jesús, a quien Él resucitó de entre los muertos y que nos libra de la ira venidera”.
Es decir que no se puede amar a Dios si antes no se cree en  Él, y si no se cree a Dios, porque uno puede decir “yo creo en Dios, existe un ser superior, pero no creo a Dios, es decir, no acepto o no creo lo que enseña, lo que transmite. De manera que el primer paso para amar a Dios es renunciar a los ídolos, es decir a los dioses falsos a los cuales el ser humano muchas veces se adhiere y se ata.
En nuestro interior descubriremos no pocas veces cómo nuestra atención y nuestro culto esta puesto más en otras realidades que en Dios mismo y por eso no pocas veces también cuesta adorar al Dios verdadero, amarlo con todo el corazón, con toda el alma.
Cuando se da este amor perfecto a Dios, el amor al prójimo es una consecuencia, una prolongación inevitable. Y así,  porque he descubierto lo que es el amor a Dios y el amor que Dios me tiene a mí y a los demás,  es que  prolongo  esta realidad  en el amor  al prójimo, a aquel que quizá  está olvidado de Dios, pero  espera que nosotros hagamos algo para acercarlo a Dios.
En nuestra sociedad actual, esta falta de amor a Dios se manifiesta  en el ser humano que sufre tantas injusticias, tantos desniveles en todos los aspectos, la falta de respeto a su dignidad de persona humana, o el maltrato que padece en todos los ámbitos de la vida
¿Cuántas veces el ser humano es desechado en nuestra sociedad si no sirve a los planes de los poderosos? Por eso confiados en este amor profundo a Dios hemos de buscar siempre prolongar este amor al Señor en nuestros hermanos. Mirar en nuestro interior y ver cuáles son nuestras actitudes concretas, si realmente Dios es el primero en estar presente en mi vida, si el prójimo también está presente prolongando ese amor a Dios, y así viendo lo que ocurre en nuestro interior hacer todo lo posible para cambiar, para transformarnos, para convertirnos.
Confiar en que en este camino no estamos solos, tenemos a María Santísima nuestra Madre, la cual  hoy  visita  nuestra parroquia.
Ella no hace más que sintetizar el amor a Dios y al prójimo, a Dios diciéndole “he aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”; al prójimo, buscando  acompañarlo, apoyarlo y ayudándolo para encontrarse con el Padre del Cielo y con su Hijo.
No en vano al pie de la cruz, Jesús le dice a María señalando a Juan: “he ahí a tu hijo” y le dirá a Juan: “he ahí a tu madre”. Contamos entonces con una intercesora muy especial, con la  Madre del Señor y  nuestra, y vivir así,  o intentar vivir como hijos de  Dios.


Padre Ricardo B. Mazza, Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz, en Argentina. Homilía en el domingo XXX “per annum”, ciclo “A”.   25  de Octubre de 2020.



20 de octubre de 2020

Todos, incluso los que detentan el poder político, hemos de reconocer siempre la soberanía de Dios y servirle fielmente.




El texto del Evangelio que proclamamos (Mt. 22,15-21) es muy conocido de tal manera que más de una vez hemos escuchado esta afirmación, “den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. En el relato nos encontramos con los fariseos y los herodianos  que eran opositores, pero que en ésta ocasión sin embargo se unen en un frente común, ya que pretenden hacer caer a Jesús en una trampa. Si Jesús dice que hay que pagar el impuesto al emperador, disgustará a los fariseos enemigos de la opresión romana, si responde que no hay que pagar el impuesto se gana como enemigos a los herodianos que eran cómplices del régimen romano. Pero  Jesús, como hace muchas veces, no se siente obligado a responder lo que le preguntan, sino que da una respuesta superadora, pide una moneda y, teniendo en cuenta que presenta la  figura divinizada  del emperador  y el valor de un denario, afirmará con énfasis que se ha de dar  al emperador lo que es del mismo y a Dios lo que es suyo.
Y se cumple lo que los mismos fariseos y herodianos le habían dicho a Jesús para halagarlo “maestro sabemos que eres sincero y que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios” Jesús siempre enseña el camino  que conduce  a Dios, ya que Él es el camino, de manera que todos debemos seguir sin temor alguno, la senda que se nos indica.
Mientras estamos en este mundo estamos insertos en una sociedad civil donde nos rige la autoridad política, pero también somos ciudadanos del cielo, y por eso nuestra mirada debe estar puesta en lo que Dios nuestro Señor  pide a cada uno.  En efecto, si mostrando la figura del emperador Jesús dice den al Cesar lo que es del Cesar, -el pago del impuesto sin reconocer  por ello que el César es dios-  a su vez, recordando que fuimos creados a  imagen y semejanza de Dios, hemos de vivir  agradando al Señor que nos ha creado.
Dios es el Señor de la historia y de todo lo creado y, por eso también la autoridad política debe estar sujeta a la soberanía de Dios. Es por eso que el profeta Isaías (45, 1.4-6), refiere que Dios elige a Ciro el persa para liberar al pueblo de Israel de la esclavitud de Babilonia, les da permiso para que retornen a su tierra, reedifiquen Jerusalén y el templo. El mismo texto destaca que Ciro fue un instrumento en manos de Dios sin que él lo supiera, pero moviendo su corazón, Dios hace que este hombre que no creía en el Dios de la Alianza hiciera su voluntad. De alguna manera había una docilidad en su inteligencia ante aquello que es bueno, noble y justo, que es un camino, un primer paso para llegar a un compromiso más profundo. Nosotros ante la autoridad política, es decir el César, como señala el texto debemos obediencia en aquello que es justo, en aquello que es bueno, pero tenemos la obligación como ciudadanos del Cielo de señalar a la autoridad política cuando se descarría en su camino de servir a Dios nuestro Señor, porque el César no puede meterse en lo que es de Dios, no puede atribuirse poderes que nadie le da. Precisamente el papa Benedicto XVI ya hace un tiempo había dicho que el pecado de nuestros  días es oponerse a Dios creador. En efecto,   el ser humano apañado por las autoridades políticas de los estados, da rienda suelta a la manipulación genética, al aborto, a la eutanasia, al cambio de sexo y a cuanta cosa es contraria a  la voluntad de Dios, de manera que así como nosotros no nos podemos atribuir funciones que no nos corresponden como iglesia o como religión, tampoco el estado puede meterse en querer regir sobre aquellas cosas que no le incumben queriendo imponer ideologías totalitarias que sostienen  el  pensamiento único que distorsiona  lo que es la vida humana o la educación y otras verdades.
La respuesta del Señor es correctísima, debemos dar a la autoridad política el respeto que corresponde y el  apoyo en aquello que sea bueno y justo, pero no podemos someternos al capricho de los gobernantes de turno que quieren muchas veces meterse en la vida de los seres humanos e incluso manipular lo religioso y querer someterlo a través de eso, tampoco la iglesia o la religión tienen que ser complacientes con la autoridad política, o ser políticamente correctas para no quedar mal o para no tener problemas. La ciudad de Dios siempre va a tener problemas y si uno quiere “dialogar” con aquellos que no les interesa  buscar la verdad, corremos el riesgo  de perder la libertad y la independencia que Dios nos ha dado.
Algunos afirman “yo no me voy a meter en política porque es algo sucio” y así vamos, el cristiano que siente vocación política, tiene que inmiscuirse en la política, no en la partidocracia que es otra historia, sino en ese deseo de servir a la comunidad permanentemente y hacer todo lo posible para servir a la sociedad civil y al mismo tiempo a la sociedad cristiana, defendiendo los valores que enaltecen a la persona humana. Se podrá decir  también que “un político por más católico que sea, no va a tener éxito en su desempeño porque cuando quiera enseñar lo bueno, no lo van a escuchar”. No importa, recuerden al profeta Ezequiel (Ez. 2, 5), que se desalentaba porque no era escuchado y  Dios le dice “sea que te escuchen, sea que no te escuchen sabrán que hay un profeta en Israel”. O sea,  debemos hacer todo lo posible para defender lo que es bueno y noble, y aunque no lo tenga en cuenta la autoridad  política, por lo menos dar testimonio con la vida, con el ejemplo y con la palabra de que no todo el mundo es igual y que hay personas que mantienen el equilibrio, el servicio al César y a Dios nuestro Señor, pero sabiendo que Dios está por encima de todo lo que existe.
Pidámosle al Señor entonces para que sepamos defender nuestros principios cuando se pretende avasallarlos, ahí estará el Señor con nosotros.
Hoy a su vez recordamos el día de la madre. Aquí tenemos la imagen de la Mater, y me parece oportuno recordarle a las madres lo que dice el apóstol San Pablo, en el texto de hoy que está dirigido a los cristianos de Tesalónica (I Tes. 1, 1-5b), y que podemos aplicarlo y sentir  sus palabras como  dirigidas a las madres: “ustedes han manifestado su fe con obras, su amor con fatigas, y su esperanza en nuestro Señor Jesucristo con una firme confianza”. Esta triple enseñanza que nos deja San Pablo la aplicamos a las madres cristianas ya que  han manifestado  y transmitido su fe a los hijos con obras, su amor con fatiga, y su esperanza con firme constancia. Queridas madres: sigan entonces en esta hermosa tarea que van a contar siempre con la ayuda del Señor.


Padre Ricardo B. Mazza, Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz, en Argentina. Homilía en el domingo XXIX “per annum”, ciclo “A”.   18  de Octubre de 2020.








13 de octubre de 2020

Como enviados del Señor hemos de buscar al hermano alejado para acercarlo nuevamente al Señor y mostrarle un camino totalmente nuevo.

La Iglesia en Argentina hoy celebra el día misional,  de allí que elevemos confiadamente  oraciones por la difusión del evangelio.

 ¿Qué significa esto? Que la Iglesia fue instituida para ser fiel a la misión de predicar a Cristo, y éste, muerto y resucitado. Es decir, que debemos sentirnos todos “misionados”, enviados, a la sociedad y cultura de nuestro tiempo para llevar a todos la Palabra de Dios, de manera que muchos nuevamente puedan tener la oportunidad de sentirse invitados a participar del banquete ofrecido a todos los pueblos  (Isaías 25, 6-10ª).
El profeta anuncia este banquete mesiánico y escatológico ofrecido  a todos los pueblos de la tierra, manifestando así la voluntad de Dios de que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, como enseña el mismo apóstol San Pablo (cf. I Tim. 2,4).
En esta tarea misionera, es decir, de sentirnos enviados, misionados, todos estamos comprendidos, nadie queda liberado de esta búsqueda del hermano que está alejado para acercarlo nuevamente al Señor y  mostrarle un camino totalmente nuevo.
En el texto del Evangelio (Mt. 22, 1-14) continuamos con las parábolas del Reino, que ya hemos reflexionado en los domingos pasados, y hoy precisamente, se refiere al Padre Dios de todos  que invita a las Bodas de su Hijo, que desposado con la naturaleza humana en el seno de María, está presente en la historia humana como Jesús Salvador.
Nuevamente el texto se refiere al desagradecido pueblo elegido que rechaza o mata  a los profetas y a los apóstoles que el Padre envía para invitar a la fiesta de bodas del Hijo hecho hombre y Salvador.
Los invitados no escuchan, se excusan, tienen otras ocupaciones, otras obligaciones, no quieren ir a celebrar las bodas del Hijo.
Como se observa, el texto bíblico repite el mismo esquema de las parábolas anteriores, mostrando la infidelidad del pueblo elegido que renuncia a aceptar a Jesús como el Hijo de Dios vivo.
Como consecuencia de esto, el Padre, envía a sus servidores a buscar por los caminos a todos aquellos que estén bien dispuestos, haciendo hincapié nuevamente en la elección y llamada de aquellos que no provienen del judaísmo.
Y la sala se llena, están todos ahí esperando celebrar las bodas, sin embargo  hay un comensal que no está con el vestido de fiesta, que en el texto del Evangelio refiere a  aquel que no está adornado por la gracia de Dios, por la comunión con Dios, por eso esta reacción de sacarlo de la fiesta; y esta afirmación “muchos son llamados pero pocos son elegidos”, de manera que el llamado se mantiene siempre universal, como dice el profeta Isaías en la primera lectura, pero no todo el mundo acepta esta invitación, como decíamos prefieren seguir otros caminos.
En este contexto de la misión de la Iglesia que es evangelizar, celebramos ayer la beatificación del joven Carlo Acutis, a quien recordamos en el cuadro que tenemos a la vista y que expondremos a la veneración después de bendecirlo.
Carlo Acutis precisamente se caracterizó por ser un misionero, un misionero de veras, se sintió enviado desde pequeño  para  llevar la palabra de Dios y tocar el corazón de sus hermanos. Murió a los quince años por una leucemia fulminante, ofreciendo sus  sufrimientos a Dios por el papa, por la Iglesia, por los jóvenes, y seguía a pesar de la enfermedad traspasado por el amor a Cristo nuestro Señor, presente en la Eucaristía.
Por eso, Cristo Eucaristía para él, como lo dice, es “la autopista al Cielo”; ya que si tenemos seguridad de llegar a la Vida Eterna es a través de  Cristo Eucaristía, y por eso, tantas horas, tanto tiempo en actitud contemplativa ante Jesús Eucaristía.
Profundamente devoto, a su vez, de su Madre, la mujer por excelencia que es María Santísima a la cual tenía una tierna devoción, muy particularmente por el rezo del santo Rosario. Precisamente  el mes de octubre es el dedicado al rezo del santo Rosario, por lo que tenemos la  hermosa oportunidad de repetir ese gesto en honor de la Virgen.
Carlo Acutis va a insistir que entre elegir lo finito y lo infinito el hombre debe buscar y elegir siempre lo infinito, esa meta de la infinitud a la cual estamos llamados, precisamente al banquete eterno del cual habla el profeta Isaías, a las Bodas del Cordero  del evangelio. De allí se entiende lo dicho por Carlo “que todos nacemos originales, pero hay quienes mueren fotocopias” porque   con el tiempo  el ser humano puede desviarse del buen camino y buscar metas frágiles, se puede perder la originalidad de vivir en  gracia de Dios y crecer en santidad, para crecer en la mediocridad de una existencia vacía.
Carlo es un apóstol de los medios, el ciber apóstol, un chico común y corriente podríamos decir, pero con una marca preferencial por el amor a Cristo nuestro Señor, sobre todo en la Eucaristía. Y esto mismo lo manifestaba con su calidad de persona: respetuoso, amable, educado con todos, dedicado a los más pequeños, a los necesitados, a los enfermos, realmente ha sido un joven que respondió generosamente a la abundante gracia que Dios le había transmitido, que había derramado en su corazón, y así, con esta su vida, fue un gran misionero, se sintió enviado a evangelizar y evangelizó con su vida, con sus enseñanzas, con internet, con los Milagros Eucarísticos, con el fútbol, con tantas habilidades que desarrollaba, pero siempre en clave del amor a Cristo y el amor a los demás. 

Pidámosle al nuevo beato que desde hoy tendremos en el templo parroquial y recordaremos cada día 12 de mes, que nos ilumine a todos y ayude a comprometernos más con Cristo.
El día 12 de cada mes, porque el 12 de octubre día de su muerte es la fiesta litúrgica, vamos a pedir por los jóvenes de la parroquia, por los jóvenes de la ciudad, para que se sientan atraídos por esta hermosa vocación y vida a la santidad de Carlo Acutis; para que vean que no es imposible llegar a una vida de entrega a Dios si uno se lo propone y si uno responde a la gracia de lo alto, es decir si respondemos a la originalidad de nuestro ser como hijos adoptivos del Padre.
Pidámosle al Señor que crezcamos en este espíritu misionero, que llevemos también nosotros el Evangelio de Jesús a todos los que nos rodean, que Cristo no quede oculto en medio de nuestra familia, en medio de nuestras amistades.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXVIII durante el año, ciclo A.- 11 de octubre de 2020. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com




 

5 de octubre de 2020

La viña del Señor es su pueblo, pidámosle no apartarnos de Él y ser fieles instrumentos suyos atrayendo a muchos a la salvación.

El texto del profeta Isaías que proclamamos en el día de hoy (5, 1-7), se perfecciona, se completa, con el texto del Evangelio (Mt. 21, 33-46). La referencia de una viña que es preparada y cuidada, se aplica al pueblo de Israel, elegido por Dios para hacerse presente entre nosotros, y en ese pueblo de Israel, la tribu de Judá es la predilecta, la elegida. 

Y así, el texto de Isaías refiere al “canto de mi amado a su viña”, es decir de Dios que recuerda todo lo que hiciera por el pueblo de Israel, que fue  tratado con amor, que lo fue preparando  para que dé frutos abundantes, pero cuando llego el momento de la cosecha solamente dio frutos agrios, mención ésta a la infidelidad y al rechazo que recibiera a pesar de la Alianza por la que el Señor cumplió con su Palabra mientras los elegidos faltaron muchas veces al compromiso.
A su vez, este amigo de los hombres que personifica al Creador, desalentado y angustiado, destruye la plantación porque “la viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá son su plantación predilecta. ¡Él espero de ellos equidad, y hay efusión de sangre; esperó justicia, y hay gritos de angustia!”
El texto del Evangelio completa esta idea, si bien agrega otros personajes en el relato, y así, nuevamente el que posee la viña es el Señor, que se la deja al pueblo elegido –los viñadores homicidas- para que dé frutos. Sin embargo, a lo largo de la historia, rechazan a los enviados que se llegan a la misma para percibir los frutos, que son los profetas, llegando a matar al propio hijo para quedarse con la viña. 

Continúa el texto diciendo que Jesús pregunta a los jefes del pueblo elegido que “cuando vuelva el dueño, “¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?”. Y los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo contestan: “acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo”.
Escuchando la respuesta, el Señor interroga: “¿No han leído nunca en las Escrituras:”La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular; ésta es la obra del Señor; admirable a nuestros ojos?” en obvia referencia al rechazo  de ellos por su Persona como Mesías. Rechazo este que tiene como consecuencia el  que  “el Reino de Dios le será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus  frutos”.

 Y ¿cuál es ese nuevo pueblo?  El constituido por judíos convertidos que reconocen a Jesús como el Mesías prometido y  aquellos que tienen su origen en el paganismo,  que no han tenido la oportunidad de conocer al Dios de la Alianza, pero que una vez que se les ha predicado el evangelio lo han reconocido. De hecho en la misión del apóstol San Pablo se percibe que muchos judíos y numerosos paganos han reconocido a Jesús como Mesías y Salvador anunciado en las Escrituras.
Ese nuevo pueblo de Dios configura la Iglesia, que a su vez lleva el nombre de Viña del Señor,  Iglesia que Jesús moldea y cuida para que dé frutos por medio de la evangelización, y de la vida profundamente cristiana de sus miembros, y de quienes en el futuro vayan incorporándose a la misma.

Pero además, podemos hablar también de la Viña del Señor que es cada uno de nosotros desde que nacemos, pasando por el Bautismo y todo lo que recibimos y obtendremos de Dios en el transcurso del tiempo. El Señor nos ha preparado desde el inicio de nuestra existencia para que lo recibamos, para que le seamos fieles, y sigamos trabajando con entusiasmo para atraer a muchos a la viña salvadora.
Ahora bien, hemos de tener en cuenta que no estamos exentos a que también se nos excluya de pertenecer a la viña del Señor si somos “viñadores” perezosos que nos comemos las uvas de la gracia pero no producimos más que frutos agrios por nuestra inoperancia o peor aún por el pecado y malas acciones.

Pero, ¿cómo podremos dar buenos frutos quizás nos preguntemos?. La respuesta la podemos encontrar en san Pablo quien escribiendo a los filipenses (4, 6-9) exhorta a no angustiarse por nada, si acaso eso nos pasa por la falta de respuesta de la gente cuando evangelizamos. Siempre el recurso ha de ser la oración y la súplica acompañada de acción de gracias presentando las peticiones a Dios.
A su vez, continúa el apóstol exhortando a una seria vida cristiana,  de modo que “todo lo que es verdadero y noble, todo lo que es justo y puro, todo lo que es amable y digno de honra, todo lo que haya de virtuoso y merecedor de alabanza, debe ser el objeto de sus pensamientos”.
Queridos hermanos, pidámosle al Señor que nos de su gracia para ser capaces de vivir esto a fondo  y llegar a ser dignos de pertenecer a la viña del Señor, sabiendo que contamos siempre con la intercesión de la Madre del Cielo especialmente en el rezo del santo rosario.
 

Canónigo Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXVII del tiempo Ordinario. Ciclo “A”. 04 de Octubre de  de 2020.  ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com