26 de diciembre de 2022

El Señor consuela a su pueblo, Él redime a Jerusalén”, y “todos los confines de la tierra verán la salvación de nuestro Dios”

En la  misa de anoche el Profeta Isaías (9, 1-3.5-6) recordaba que “el pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz; sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una luz” anticipando de ese modo de cara al futuro  el nacimiento del Mesías.
El  Mesías, por cierto,  es la luz para el mundo  y para el hombre, como lo acabamos de escuchar en el texto del Evangelio (Jn. 1,1-18).
El profeta Isaías insiste hoy (52, 7-10) que el Salvador viene a liberar de todo mal a la Ciudad de Jerusalén,  que incluso los centinelas comunican la alegría y la llegada del Mesías a la ciudad santa, “porque ellos ven con sus propios ojos el regreso del Señor a Sión”.
Y esto es así porque “el Señor consuela a su pueblo, él redime a Jerusalén”, y más aún, la presencia ha significado el llamado universal a todos de modo que “todos los confines de la tierra verán la salvación de nuestro Dios”
En el texto del Evangelio de anoche (Lc. 2, 1-14) contemplamos al Hijo de Dios hecho carne en el niño recién nacido, miramos el rostro humano de Dios que trae la vida divina para todos, manifestándose en la humildad del pesebre, mientras  la divinidad se escondía en el cuerpo frágil de un niño.
Pero además, indicaba con su presencia la dignidad de toda persona humana, desde el momento en que alguien es engendrado hasta el momento de su muerte natural.
De allí que todo lo que en el mundo existe contra la vida, como el aborto y tantas otras formas de aniquilación de la persona. no es más que un ataque directo a la Encarnación de Dios, ya que el Hijo de Dios hecho hombre comienza a ser perseguido en los más débiles, en los más desprotegidos de este mundo.
El apóstol san Juan en el texto que acabamos de proclamar (1, 1-5.9-14) muestra otra mirada acerca del misterio de Cristo.
Ya no será contemplarlo en el pesebre de Belén como frágil creatura resaltando su humanidad, sino que se concentra en la divinidad preexistente del Hijo de Dios que estaba junto al Padre  desde toda la eternidad,  obrando como Palabra divina en la creación del mundo.
El  Génesis precisamente destaca  que cuando Dios creaba decía que existiera el cielo o la tierra, y los demás seres que servirían al hombre en su devenir histórico, de modo que al afirmarse que Dios “dijo”, está haciendo presente a su Palabra Eterna, es decir, su Hijo, por quien y para quien todo fue hecho, manifestando así la gloria del Padre, cuando el Hijo le entregue todo lo creado,  mientras el Espíritu aleteaba sobre las aguas.
Ahora bien,  en el Hijo de Dios también estamos presentes cada uno de nosotros y, por eso Dios no se queda quieto después del pecado de los orígenes, sino que busca incansablemente al hombre, salvarlo, sacarlo de la frustración del pecado, de las miserias en las cuales se encuentra inserto en este mundo.
El designio divino consistió en que su Hijo, la Palabra increada, se haga carne en el seno de María, ingresando en nuestra historia  como luz, aunque las tinieblas lo rechazan.
Esto es así porque los hacedores del mal en este mundo no soportan la luz, siendo su “luz” la oscuridad de las malas obras.
A su vez,  el Hijo de Dios hecho hombre, presente entre nosotros, no es recibido por los suyos, esto es, los dirigentes del pueblo de Israel y también muchos israelitas que lo ignoraron o que no creyeron en su venida, perdiendo así la posibilidad de su salvación concreta, mientras que aquellos que lo recibieron, incluidos  nosotros, que hemos creído en Él, se nos  dio la posibilidad de ser llamados hijos de Dios, porque fuimos engendrados por Dios.
Y eso es así, porque como se proclama en la primera oración de esta amistad, el Hijo de Dios comparte la humanidad, se hace hombre, para que nosotros participemos de la vida divina, lográndose así la divinización del hombre, restaurando así  la vocación  primera del hombre en este mundo, de poder imitar y ver a Dios.
El texto de Pablo a Tito en la misa de anoche (2, 11-14) resaltaba la necesidad de dejar de lado la vida sin religión y abandonar todas las obras propias de la oscuridad, y vivir siempre en la luz que irradia Dios Nuestro Señor, ya que “La gracia de Dios, que es fuente de salvación para todos los hombres, se ha manifestado”, esperando de la humanidad vivir en la verdad de la naturaleza humana, que consiste  en haber sido constituidos hijos adoptivos de Dios.
La verdad es que estamos llamados a participar de la vida de Dios, por eso que el ser humano -a no ser que tenga encallecida su conciencia- no se siente bien cuando obra mal, teniendo un cortocircuito en su interior, porque sabe que lo suyo no es lo de Dios, lo que Él quiere, ya que Dios se hizo hombre y vino a este mundo para que su gracia abunde sobre nosotros, por su muerte y resurrección, rescatándonos del pecado de los orígenes.
La venida en carne del Hijo de Dios que restaura la naturaleza humana haciéndonos partícipes de la vida divina, convoca a una nueva vida, a cambiar la mirada sobre la realidad cotidiana y el  estilo de concebir la vida.
Ayer y hoy mucha gente se ha saludado y ha dicho ¡Feliz Navidad! Pero, ¿cuántos realmente entienden lo que significa este saludo?
Porque Feliz Navidad es para quien quiere nacer con el Hijo de Dios hecho hombre nuevamente, para otros el Feliz Navidad será revivir la antigua fiesta pagana del Sol Invictus que indicaba el nacimiento de un nuevo sol por el que se alargaban los días y por lo tanto sin haber dado el paso de dar lugar en su corazón al nuevo Sol Invictus que es el Hijo de Dios hecho hombre, que viene a iluminarnos.
Ahora bien, la Palabra que es el Hijo de Dios, se hizo carne y habitó entre nosotros y sigue presente no solamente a través de la Escritura, de la iglesia, en los sacramentos, principalmente en la Eucaristía. Cuando comulgamos recibimos al Verbo Encarnado bajo las especies eucarísticas.
Queridos hermanos: el nacimiento en carne del Hijo de Dios significa para nosotros una existencia nueva, el Señor nos la ha dado.
En el bautismo seguimos siendo llamados a participar de esta salvación que se nos ofrece gratuitamente.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del día de la Natividad del Señor. 25 de diciembre de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com






19 de diciembre de 2022

El sí de José dará una familia al Niño y, siendo descendiente de David, lo incorporará a ese linaje cuando le imponga el nombre de Jesús.

El domingo pasado reflexionamos acerca de la alegría que debe invadir nuestro corazón en la espera del Mesías.
La liturgia de hoy refiere al origen de Jesucristo, tanto humano como divino, y deja una enseñanza conexa con este misterio de la doble naturaleza de Jesús, al enseñarnos a no temer nada como consecuencia de aceptar al Señor en nuestra existencia temporal.
Si tomamos la primera lectura del profeta Isaías (7, 10-14) nos encontramos con que el rey Ajaz de Judá está temeroso porque los reyes de Damasco y Sumaría le amenazan con destronarlo y entronizar en su lugar un príncipe extranjero que no desciende de David, por lo que el rey busca alianzas con Asiria para defenderse  en lugar de afirmarse confiadamente en Dios.
El profeta, portavoz de Dios, le exhorta a pedir un signo,  contestando éste que no quiere tentar a su Dios, pero lo que sucede en realidad es que no tiene una fe firme en la protección del Dios de la Alianza que ha prometido sostener en el tiempo la descendencia davídica en Judá, sin interrupción alguna.

Es por eso que Dios se apresura en prometer un signo, el de la permanencia de la estirpe de David, diciendo “Mirad, la virgen está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de  Emanuel, que significa Dios con nosotros”.
En efecto, este anuncio refiere al futuro rey de Judá, al hijo de Ajaz, Ezequías, que sucederá en el trono a su padre, asegurando la firmeza de la Casa de David en el tiempo.
Pero a su vez, este anuncio está indicando lo que sucederá en el futuro, que un niño nacido de una virgen salvará a los hombres de sus pecados, refiriéndose sin duda alguna a Jesús, tal como lo cita el evangelio del día (Mateo 1,18-24), y que será llamado Emanuel, que significa Dios con nosotros.

En el evangelio que hemos proclamado, nos encontramos con un hecho muy particular en el que María Santísima por obra del Espíritu Santo queda embarazada, sabiendo Ella lo que esto significaba porque estaba desposaba con José y no habían vivido juntos, pero confiando en que quien la eligió como Madre del Mesías, daría una explicación concreta a José que era justo.
José sin entender lo que acontecía, no podía hacerse cargo de ese niño, pero tampoco acusaría a María, porque eso la conduciría a ser lapidada por lo que piensa en repudiarla en secreto.
¿Qué es lo que está sucediendo en María la cual había celebrado los desposorios con José pero todavía no vivían juntos? El ángel le dirá a Ella “no temas” indicando así que no debería pensar en las consecuencias de su respuesta a la propuesta de ser Madre, ya que de ello se ocuparía Dios mismo, y María acepta con total confianza.
Tanto María como José estaban frente al misterio de la encarnación y a ambos se les dice que no deben temer cosa alguna, por lo que se entregan totalmente a la voluntad de Dios, diciendo la Virgen “soy la servidora del Señor”, mientras que José despertado del sueño, recibirá a María en su casa, obedeciendo la indicación del ángel.
El sí de José no sólo posibilitará una familia para el niño que ha de nacer, sino que siendo descendiente de David incorporará a ese linaje al Niño cuando le imponga el nombre dado por el ángel, en su carácter de padre legal de quién nacerá.

De ese modo Jesús ingresa en la historia humana, reconocido como hombre, y José le pondrá el nombre de Jesús que significa que salvará a los hombres de los pecados
A su vez, el origen divino de ese Niño queda atestiguado porque es obra del Espíritu Santo el hecho que tome naturaleza humana en el seno de la Virgen Santa.
En la Encarnación, la naturaleza humana y la naturaleza divina del Señor, están presentes y se unen en la persona del Hijo de Dios.
Como decía, José recibe a la madre y se hará cargo del niño y cuidará de ambos, seguirá de cerca la niñez y adolescencia de Jesús, le enseñará un oficio y nada deberá temer porque contarán con la protección divina hasta que llegue el momento de la manifestación pública de Jesús, siguiendo la voluntad del Padre mientras viva en este mundo temporal.

Respecto a nosotros en relación con este misterio, puede suceder que tengamos miedo de aceptar el misterio de la Encarnación por las consecuencias que ello implica.
Ese temor puede venir por el hecho de ser perseguidos o despreciados por seguir a Jesús por parte de los de fuera e incrédulos que no creen en Cristo o consideran superado el seguimiento de su persona en medio de un mundo autosuficiente, pero también rechazados por los de dentro de la Iglesia.
Sabemos como miembros de la iglesia que en este ámbito hay confusión y hasta distorsión de la verdad, ya que aparecen enseñanzas ausentes en la Sagrada Escritura o  contrarias a ella, o no se tiene en cuenta la enseñanza de la tradición o del magisterio.
Pues bien, el aceptar a Cristo Nuestro Señor implica siempre sufrir las consecuencias por defender la verdad que hemos recibido.
El cristiano no puede pretender que en su vida esté ausente la persecución o el desprecio por seguir a Cristo.

Y esto es así,  precisamente porque el Hijo de Dios hecho hombre es quien le da sentido a nuestra evangelización, como lo destaca el apóstol San Pablo escribiendo a los cristianos de Roma ((1,1-7) haciendo hincapié en el origen divino y humano de Jesús como base de su predicación y de su búsqueda constante de atraerse aquellos que están alejados.

Hermanos: Ojalá que también nosotros recibiendo al Señor en nuestro corazón sepamos darlo a conocer y seguirlo cada día, buscando sea recibido también por toda la humanidad convertida.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo IV de Adviento, Ciclo “A”. 18 de diciembre de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



13 de diciembre de 2022

“Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense, pues el Señor está cerca” (Fil. 4,4.5)

 

La antífona de entrada de esta misa menciona un texto de san Pablo escribiendo a los cristianos de Filipos (4,4.5) que dice: “Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense, pues el Señor está cerca”, de allí que se recuerde este día como el domingo Gaudete.

Se nos hace así un llamado para alegrarnos  por la pronta venida del Salvador, a que abramos nuestro corazón con una actitud de esperanza sabiendo que se acerca el momento de la salvación.
Así lo dice el mismo profeta Isaías (35, 1-6ª10)  afirmando que “¡Ahí  está su Dios¡. Llega la venganza, la represalia de Dios; Él mismo viene a salvarlos”, términos éstos que parecen contradictorios  pero que refieren a que así como el ser humano tantas veces se endurece para seguir pecando, Dios, en cambio, se obstina, - por decir una palabra-, en querer salvarnos, en hacernos participes de una vida nueva, y eso, porque como decíamos el día de la Inmaculada Concepción en referencia a la carta de San Pablo a los Efesios, Dios nos eligió desde antes de la creación del mundo para ser santos e irreprochables y Dios no se desdice de sí mismo y de  sus decisiones.
Aunque el hombre tantas veces se separa de su Creador dándole la espalda, buscando otros dioses terrenales que le satisfagan fugazmente, Dios sigue apostando por nosotros, y eso es lo que nos da la seguridad que el Señor viene a salvarnos.
Juan el Bautista, después de haber bautizado a Jesús en el Jordán está en la cárcel por dar testimonio de la verdad al decirle a Herodes que no le es lícito vivir con la mujer de su hermano, sin embargo duda acerca del Señor a pesar de oír hablar de sus obras, por lo que envía a dos de sus discípulos para preguntarle a Jesús “¿Eres tú el que ha de venir o hemos de esperar a otro?”(Mt. 11, 2-11)
Juan era el precursor, el que preparaba el camino para que Jesús llegara al corazón de los hombres, el que anunciara que el Señor es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, pero ahora la duda será sobre si Cristo viene a salvar a la humanidad o viene ya a juzgar al hombre, a pedirle cuentas de sus actos.
Jesús le contesta a través de sus enviados instándoles a que hablen acerca de lo que ven y oyen, que los enfermos son curados, los muertos resucitan, los posesos son liberados, y el Evangelio es anunciado a los pobres, como ya lo había anunciado el profeta Isaías en su tiempo.
En efecto, los ciegos ven la luz de la salvación, los leprosos son  curados de sus pecados, los sordos escuchan la Palabra de Dios, los mudos proclaman las maravillas de Dios, los endemoniados son liberados, y  se evangeliza a los pobres.
Llevar la Buena Nueva a los pobres no refiere meramente a los pobres económicamente hablando, aunque son ellos los que más ponen su confianza en Dios, sino a los enfermos de corazón, a los pobres que necesitan la salvación del Señor, toda persona que busca a Dios aún sin darse cuenta de ello, aquél que no cree o que necesita de la presencia del Señor.
Transmitir la buena noticia a los pobres es anunciar una gran verdad, la de la vida eterna  a la que estamos llamados por Dios, el cual trae la misericordia del perdón, esperando por cierto el arrepentimiento y el deseo de comenzar una vida nueva.
Ya sabemos que Dios a nadie le impone su presencia, de modo que cada uno hace uso de su libertad mal o bien para estar o no con el Salvador, de allí que Jesús afirme en el texto que hemos proclamado  “¡Y feliz aquél para quien yo no sea ocasión de escándalo!”
Ojála no sea motivo de contradicción, o de escándalo, o piedra de tropiezo para nadie,  refiere por un lado a aquellos que en medio de las dificultades y los sufrimientos de la vida se preguntan dónde está Dios, por qué no acude a socorrerme, y otros, a su vez, a los que les va bien en la vida temporal no les  importa la presencia de Dios, son autosuficientes, no necesitan a ningún Salvador, porque afirman: quién es este para decir que viene a salvarnos.
Cristo viene a mostrarnos que la voluntad del Padre es la de Él y que a todo aquel que lo reciba en su corazón y que esté dispuesto a nacer de nuevo realmente tiene las puertas abiertas.
Lo dice el mismo Jesús cuando al referirse a Juan el Bautista afirma que no hay hombre mayor nacido de mujer que Juan, aunque el menor en el Reino de los Cielos es mayor que Juan, queriendo enseñar que el menor en el Reino de los Cielos es aquel que descubriendo a Jesús lo acoge en su corazón y decide seguirlo a lo largo de su vida.
O sea, quien ha recibido al Salvador y quiere la salvación por Él traída, encontrará también la gloria que se le ha prometido.
Mientras esperamos la salvación traída por el Señor, es necesario tener paciencia, destaca el apóstol Santiago (5, 7-10), así como el labrador espera los frutos de su siembra, también hemos de esperar los frutos de nuestra siembra interior o sea nuestra conversión y deseo de vivir más y más con Dios Nuestro Señor,  perseverando en el bien en nuestra relación con Dios y con nuestros hermanos, y así alcanzar  ciertamente  lo que Dios nos promete.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo III de Adviento, Ciclo “A”. 11 de diciembre de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com

 

9 de diciembre de 2022

Mirando a la llena de gracia desde su concepción, no desfallezcamos, porque Ella aplastará la cabeza de la antigua serpiente llamada diablo.

 

En el marco del tiempo litúrgico de Adviento, la Iglesia celebra hoy la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, madre de Jesús y madre nuestra.
Como toda persona humana, María  hubiera debido nacer con la mácula del pecado original, pero en atención a su misión futura de Madre del Salvador, fue concebida en el seno de su madre limpia del pecado original, o sea, fue concebida en gracia, por lo que es llamada por el arcángel san Gabriel, la llena de gracia, la favorecida por Dios con los dones sobrenaturales necesarios para su papel maternal.

Para entender más precisamente este misterio podemos tomar el texto de san Pablo a los Efesios (1, 3-6.11-12) proclamado hoy.
El apóstol, bajo inspiración divina, bendice a Dios Padre porque en Cristo nos bendijo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, “y nos ha elegido en Él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor”.
Y continúa el apóstol  afirmando que “Él nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, que nos dio en su Hijo muy querido”.
Este hermoso designio divino sobre la humanidad toda queda herido en el principio, a causa del pecado de los orígenes, cuando el ser humano tentado por el demonio pretende ser como Dios o por lo menos no estar sujeto a su supremacía.
La tentación diabólica pretende hacer pasar a Dios como mentiroso, prometiendo a Adán y Eva que no morirían aunque desobedezcan el mandato divino, de modo que la posibilidad de poder decidir qué es malo y qué es bueno resulta ser un fruto apetecible a la libertad.
Es precisamente Eva la que cae primera en la  sugestión diabólica, arrastrando después a su marido Adán, y ambos defeccionan de la perfección presente en su libertad creada  cayendo en el pecado.
La pérdida de la gracia significada en la desnudez, señala a Adán y Eva, como incapaces de dialogar con Dios y vivir en santidad, introduciendo la muerte para ellos y descendientes (Gn. 3, 9-15.20).
Pero Dios, que no se arrepiente de su designio  sobre la humanidad, esto es, el habernos elegido antes de la creación del mundo, busca salvarnos, como observa san Pablo, por medio del nuevo Adán, Cristo, el cual con su obediencia y humillación nos redime por medio de la Cruz salvadora.
A su vez, Dios elige a la nueva Eva, María Santísima, para que fuera Madre del Salvador, por lo que la crea plena de gracia, constituyendo así una morada santa para la encarnación del Hijo divino, y pudiera así restablecerse el plan  salvífico de Dios sobre la humanidad toda.
Por el consentimiento de María  por el que se declara servidora del Señor, es recreada la naturaleza humana por el nacimiento en carne del Hijo de Dios, transformándonos nosotros en hijos adoptivos del Padre por el sacramento del bautismo (Lc. 1, 26-38).
Gracias a esto, “hemos sido constituidos herederos, y destinados de antemano –según el previo designio del que realiza todas las cosas conforme a su voluntad- a ser aquellos que han puesto su esperanza en Cristo, para alabanza de su gloria”.
De allí, que en este tiempo de Adviento crezcamos con la certeza  que el Mesías esperado y prometido, renovará la creación entera otorgándonos la posibilidad de poder vivir santamente en la presencia de Dios, si acogemos su Palabra y convertidos de nuestros pecados,  obramos el bien durante nuestra vida terrenal.
A su vez, la santidad de María permite  tener siempre ante nosotros un modelo de vida que no es imposible de alcanzar con la gracia divina,  haciendo realidad la promesa de alcanzar la vida eterna junto  al Padre, a su Hijo y con  los elegidos, en unión con el amor del Espíritu Santo.
Consciente de su misión como nueva Eva, María nos enseña con su respuesta y disponibilidad al plan de Dios, que también nosotros hemos de hacer nuestro el previo designio de Dios sobre cada uno.
Aunque heridos por el pecado original y soportando sus consecuencias, cada uno de nosotros cuenta con inmensos dones espirituales  para caminar por este mundo haciendo el bien, buscando siempre la voluntad divina.
Es cierto, que no obstante todo este designio de santidad al que estamos llamados, muchos prefieren reeditar el pecado original en sus vidas, rebelándose ante tanto bien recibido y queriendo prescindir de la presencia divina en sus vidas, haciendo un mal uso de su libertad creada para el bien, pero utilizada por ellos para el mal, haciéndose cada uno  responsable de sus opciones.
Cuando esto acontece se cumple de ese modo aquella afirmación de san Agustín “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”.
Queridos hermanos: mirando a la llena de gracia desde su concepción, no desfallezcamos en medio de las sombras que nos rodean no pocas veces, ya que tenemos la certeza que Ella aplastará la cabeza de la antigua serpiente llamada diablo.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María Santísima. 08 de diciembre de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



5 de diciembre de 2022

En las ocupaciones cotidianas vayamos presurosos al encuentro de Cristo, convertidos y deseosos de un nuevo nacimiento.

Para entender el oráculo de Isaías que hemos escuchado (11, 1-10), es necesario examinar el cuadro histórico en el cual se enmarca.
Nos ubicamos a fines del siglo VIII antes de Cristo y, los asirios se han apoderado de regiones del norte de Israel, estableciendo provincias paganas, por lo que el pueblo elegido sufre el dominio de estos opresores habiéndose perdido el derecho, la justicia y la paz.
De alguna manera son tratados como esclavos por los enemigos que imperan en el lugar, por lo  que el profeta, a pesar incluso de las infidelidades del pueblo elegido, anuncia de parte de Dios la presencia de un retoño que brotará del tronco de Jesé, sobre el cual reposará el espíritu del Señor, “espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor, y lo inspirará el temor del Señor””
Este retoño o rey  devolverá el derecho, la justicia y la paz, por lo que juzgará no según las apariencias sino haciendo justicia a los débiles, decidirá con rectitud para los pobres, aniquilará a los malvados, establecerá la paz significada por la armonía que existirá en la creación donde incluso hasta los animales mismos juegan entre sí y un niño mete la mano en el nido de la víbora sin que nada le pase.
Con esta descripción el profeta está anunciando al niño que nacerá en Belén, al Hijo de Dios hecho hombre, que trae consigo la paz, la justicia y el derecho, la reconciliación entre los hombres, todo lo que signifique para el ser humano que pueda vivir como hijo de Dios.
Pero todas estas promesas, estos anuncios, pueden hacernos preguntar: ¿Dónde está el cumplimiento de un orden social justo? Observamos que el mundo sigue igual, estamos llenos de injusticia, corrupción, explotación de los pequeños por los poderosos, proliferan grandes negociados, clases dominantes que se enriquecen, poderes internacionales que someten a las naciones como acontece con nosotros, desequilibrios de todo tipo.
La respuesta nada tiene que ver con Dios, porque su respuesta es eficaz y eficiente, sino que el hecho de que esto no se logre es por culpa del ser humano que caído en el pecado de los orígenes y a pesar de haber sido salvado por la cruz de Cristo, sigue encerrado en su egoísmo, en sus cosas, en la búsqueda del placer por el placer mismo, la despreocupación por las cosas de Dios cuya ausencia es palpable en no pocas personas que viven en el pecado y, ya a muchos no les preocupa esta situación como para cambiar de vida.
Por eso, la iglesia como en otro tiempo Juan Bautista, gritará en el desierto “conviértanse porque el Reino de los Cielos está cerca”, Cristo está presente en medio de nosotros. (Mt. 3, 1-12)
La iglesia repitiendo todos los años en este tiempo de adviento el pedido de  conversión, espera que dejemos de estar distraídos en otras cosas y mirando interiormente nuestro corazón, decidamos  cambiar y transformarnos, porque si esto no se logra tampoco cambiará nada en el mundo.
La presencia de Dios está, pero Él no actúa por arte de magia, sino que convoca a todos los que fuimos hechos hijos del Padre por el bautismo, a decidirnos abandonar el pecado por la conversión.
Por eso la disposición para la segunda venida de Cristo, como la preparación para actualizar la primera, tiene que ser la de una actitud de conversión.
Juan el Bautista es muy duro cuando habla a los saduceos y los fariseos que buscan el bautismo de Juan para hacerse ver, pero no están convertidos,  por eso les dice raza de víboras, porque  creen que porque son hijos de Abraham van a obtener la salvación, lo cual no es suficiente sin la conversión personal.
Juan el Bautista podría decirnos también que si pensamos que por ser católicos, porque somos de este movimiento o de tal otro, o de una comunidad creyente ya tenemos la salvación asegurada, estamos equivocados ya que es necesaria la conversión.
¿Qué significa conversión? Significa metanoia, cambio de mentalidad, que mira en primer lugar a cada uno, porque no pocas veces estamos mirando siempre hacia fuera, juzgando y esperando que se corrijan los otros, ya los políticos, ya los economistas, ya los sindicalistas, ya los curas, que por cierto tienen que convertirse también, pero tenemos que comenzar por nosotros mismos.
¿En qué tengo que convertirme y en qué tengo que cambiar de mentalidad? Se trata  de dar lugar en nuestro corazón a Cristo y a su mensaje y vivir una vida nueva.
Tenemos un ejemplo en la persona de Juan el Bautista que vive sencillamente, lleva una vida austera, que no está pensando en darse todos los gustos aunque sean lícitos, mientras nosotros, si pudiéramos, queremos llevar el tren de vida de los ricos y famosos.
De allí la necesidad  de asumir una transformación personal cambiando la forma de pensar y vivir para asumir el ejemplo y las enseñanzas del Señor, porque el hacha ya está en la raíz del árbol que no de fruto y sólo sirve para el fuego.
Juan el Bautista está diciendo que el tiempo apremia porque el Salvador ya está entre nosotros y no podemos  esperar que llegue la Navidad para ser hombres nuevos, y que Cristo nos sorprenda igual.
¿Cuánta gente celebrará Navidad de veras? Pensemos que para muchos es una celebración  pagana más que el nacimiento de Cristo, y actualizarán –aún sin saberlo-   el nacimiento del  sol invicto, fiesta que la Iglesia Católica toma después para hablar del verdadero Sol de Justicia que es Cristo Nuestro Señor, pero que para muchos seguirá siendo una fiesta pagana más.
Por eso la importancia de meternos en el pensamiento del Señor que nos habla, en  este caso a través de Juan el Bautista,  que nos apremia a la imitación de Cristo y tener los mismos sentimientos suyos.
Recuerda San Pablo (Rom. 15, 4-9) que a ejemplo de Cristo tenemos que tener buenos sentimientos unos para con otros, debemos aceptarnos unos a otros, como en la comunidad romana judíos y paganos convertidos, para trabajar juntos  por la causa del reino, sin hacer acepción alguna, porque en la medida en que tengamos siempre presente que conduce Cristo y, que Él está en la vida de nuestro pensamiento y de nuestros deseos, la vida se transforma totalmente, por eso es virtuoso  dejar de lado nuestras pequeñeces, nuestras miserabilidades, para aspirar a la grandeza de corazón.
Queridos hermanos, en la oración primera de esta misa pedíamos que las ocupaciones cotidianas no nos impidan ir presurosos al encuentro de Cristo, con ese deseo de convertirnos y comenzar una existencia nueva en medio de las vicisitudes de este mundo.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo II de Adviento, Ciclo “A”. 04 de diciembre de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



29 de noviembre de 2022

El Adviento nos prepara para la segunda venida de Cristo, con la certeza de que esto acontecerá como ya sucedió con la primera.

Comenzamos un nuevo año litúrgico con el tiempo de Adviento. Este término “adventus” indicaba en la antigüedad la llegada a un lugar determinado de alguien importante. Por ejemplo, si el emperador visitaba alguna ciudad o localidad dentro de sus dominios, preparaban  todo espléndidamente para recibirlo.
La iglesia toma este término para referirse a la venida de Jesucristo a nuestras vidas, instando a la debida preparación para recibirlo.
Durante siglos se esperaba el cumplimiento de las profecías que señalaban la venida del Salvador del hombre, y llegada la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios haciéndose hombre en el seno de una Virgen irrumpe en la historia humana en la humildad de la carne, en silencio, y buscando siempre la voluntad del Padre.
Cada año actualizamos este nacimiento en carne haciendo memoria del mismo el veinticinco de diciembre.
Pero la liturgia del Adviento también quiere disponer nuestro corazón y prepararlo para la segunda venida de Cristo al fin de los tiempos, donde ya no estará sometido al dolor, callado ante las injusticias, y humillado por todas partes, sino que vendrá como juez  de los hombres a quienes pedirá cuenta de sus obras, y como rey de todo lo creado para colocarlo, a su vez, a los pies del Padre.
Ante esta segunda venida del Señor, que como recuerda el texto del Evangelio (Mt. 24,37-44), de la que no sabemos ni el día ni la hora, es necesario estar siempre preparados porque el Señor viene a nuestro encuentro y a su vez nosotros los creyentes, caminamos para recibirlo con la alegría de un corazón dispuesto.
“Levántate Jerusalén porque ya viene el Salvador” cantábamos en el salmo responsorial (121), el mismo canto que los judíos piadosos entonaban manifestando su alegría yendo al templo de Jerusalén.
En nuestros días  la invitación es que todos cantemos este mismo salmo de alegría porque nos dirigimos hacia la cumbre, hacia la Jerusalén celestial, hacia la meta que nos espera porque para eso hemos sido creados.

Precisamente este es el anuncio dichoso que hace el profeta Isaías en la primera lectura (2, 1-5), por eso cuando Jesús venga por segunda vez, debe encontrarnos  preparados, precisamente para que con Él seamos conducidos a la cumbre, a la Jerusalén celestial.
Ahora bien, ¿cómo será la segunda venida o la parusía? Jesús dice que sucederá como en los días de Noé, la gente comía, bebía y se casaba, y cuando el elegido y su familia entraron en el arca comenzó el diluvio y los arrastró a todos (Mt. 24,37-44).
Noé había avisado previamente acerca de lo que se venía, pero la gente no hizo caso, estaban en otra cosa, en la frivolidad de la vida.
Cuando Jesús venga por segunda vez sucederá  lo mismo, la gente tendrá su atención en las cosas  de todos los días, los acontecimientos que se sucedan impactarán por un momento, pero  en definitiva todos vivirán el momento de disfrute que se les ofrece.
Por eso la necesidad de esperar y estar preparados, porque de dos mujeres que estén moliendo una será llevada y la otra dejada, de dos hombres que estén en el campo uno será llevado y otro dejado, queriendo significar con esto que mirando externamente no se observa diferencia alguna entre las personas, pero Dios que sí conoce el interior de cada uno,  lleva consigo a quien vive en unión con Él y lo complace con las buenas obras y, dejará a su suerte a quien no quiere saber nada de su presencia en su vida personal.
De esto se deduce, que hemos  de estar preparados porque no sabemos ni el día ni la hora en que Jesús vendrá a pedirnos cuenta y a recoger los frutos de su paso por este mundo.
Interesante es que muchas veces el evangelio pone el ejemplo del ladrón, que si supiéramos a qué hora pretende entrar en nuestra casa estaríamos dispuestos, pero como no sabemos, hemos de  estar preparados, vigilantes, y  el alerta debe ser permanente, no significa vivir aterrorizado, si no deseando el encuentro definitivo con Él.
No pocas veces vivimos como en un sueño, sostiene san Pablo (Rom. 13, 11-14ª), como si la realidad consistiera en que no sucederá lo que se anuncia,  mientras que es necesario vivir en la verdad, no vivir como si nada pasara, como si  todo estuviera bien o que la vida es solamente placer, comer y beber.
El creyente, dice el texto,  dejará de lado la lujuria, las rencillas, la envidia mientras espera la segunda venida del Señor, fundado en la certeza de que esto se dará, como sucedió con la primera venida anunciada por siglos  que  se hizo realidad cuando Dios lo dispuso.
Ahora bien, así como Jesús vino por primera vez en la humildad de la carne, y vendrá por segunda vez en la Parusía como juez y rey, siendo la conversión necesaria para recibirlo dignamente, viene a nuestro corazón  cada día, de allí la preparación y la disposición de pertenecer a Él, buscando su amistad, manifestando con buenas obras que lo seguimos con fidelidad hasta el fin de la vida.
Queridos hermanos: comenzamos con este domingo a caminar esperando la segunda venida del Señor, pero con la mirada puesta también en su primera venida, para que allí, actualizando nuevamente su nacimiento en Belén, renovemos también nuestra entrega y nuestro servicio a Él y a nuestros hermanos.
 

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo I° de Adviento, Ciclo “A”. 27 de noviembre de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com




21 de noviembre de 2022

La alianza nueva entre Dios y la humanidad separada por el pecado, se realiza por el sacrificio nuevo, el de Jesús, reinando desde la Cruz.

 

Llegamos al final del año litúrgico y la Palabra de Dios nos lleva como de la mano a contemplar el misterio de Cristo Rey del universo, actualizando nuevamente la verdad que todo le pertenece a Jesús el Hijo de Dios hecho hombre.

En la primera lectura proclamada (II Sam. 5,1-3) se recuerda cómo las tribus de Israel sin nadie quien las guíe después del rey Saúl, excepto Judá y Benjamín en las que reina David desde Jerusalén hacía siete años, se presentan ante David para recordarle que él es de su misma sangre, y que ya en vida de Saúl  era él quien conducía.
Y esto era así porque el Señor le había dicho “Tú apacentarás a mi pueblo Israel y tú serás el jefe de Israel”, por lo que los ancianos de Israel se presentan en Hebrón y ungen a David como rey de Israel, realizándose un pacto entre ellos., gobernando durante 33 años.
Todo esto es un anticipo de lo que hará un descendiente de David, Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, cuando por medio de un nuevo pacto de sangre, esta vez en la cruz, se unan todos los hombres  separados de Dios  y dispersos  entre sí  a causa del pecado.
Esta alianza  nueva, por lo tanto,  es entre Dios y el pueblo que somos cada uno de nosotros, entre Dios y la humanidad separada por el pecado, que se realiza por un sacrificio nuevo, el de Jesús.

San Pablo  (Col. 1, 12-20)  en la segunda lectura de la liturgia de hoy, recuerda que hemos pasado del reino de las tinieblas al reino de la luz por la muerte en cruz de Jesús.
Es decir,  fuimos  rescatados de la muerte eterna para entrar a la vida que Dios nos ofrece, de allí que  Jesús no podría ofrecer al Padre la ofrenda de toda la humanidad, si antes no la redime de sus pecados y por su sangre cada uno  encuentra la salvación.

El texto del Evangelio (Lc. 23, 35-43) muestra el valor salvífico de la cruz del Señor, a pesar de los insultos que Él recibe mientras agoniza.
En efecto, el pueblo miraba, y los jefes se burlaban gritando que si ha salvado a otros que se salve a sí mismo como Mesías de Dios.
Asimismo la soldadesca romana  lo insultaba recordándole que si era el rey de los judíos que se salve a sí mismo del suplicio.
A su vez, uno de los ladrones se mofaba diciéndole que si era el Mesías se salvara a sí mismo y a ellos que estaban sufriendo.

Estas tres imprecaciones constituyen la última tentación a la que es sometido Jesús, luego que el demonio se retirara por un tiempo desde la derrota sufrida con las tentaciones del desierto.
Es en la “hora” de Jesús, esto es, en el momento de su crucifixión, donde el demonio pretende que el Señor manifieste su poder bajando de la Cruz y no siga la voluntad del Padre, que es precisamente reinar desde el trono de la Cruz  y así redimir al hombre caído haciéndolo pasar del reino de las tinieblas al de la Luz.
Pero esta “última tentación” también fracasa, ya que  el Señor se ofrece totalmente manifestándose su reinado en el primer salvado.
El llamado ladrón bueno, al contrario de su compañero de desventuras, reconociendo que su castigo se corresponde con su maldad, defenderá a Jesús ya que es inocente de lo que se le acusa y nada malo ha hecho y dirigiéndose a Él le dirá:“Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”, respondiéndole el Señor: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Este hecho permite caer en la cuenta del triunfo de Jesús en la cruz, cuando el primer redimido que lleva junto a sí a la gloria del Padre, es ese hombre arrepentido de sus pecados,  que pide perdón y suplica ser recibido en el paraíso, petición que se le concede.
Este hombre se convirtió al final de su vida, se sometió al reinado de Cristo Rey del universo y, reconociéndolo alcanzó la gloria.
Hemos de recordar que cada uno de nosotros está llamado a pertenecer al Reino, no solamente después de la muerte, sino ya desde ahora, porque está presente entre nosotros, en la iglesia, en los sacramentos, en todo lo que es la fe católica.

Cada creyente está llamado a responder a este rey del universo, a decirle: ¡Señor yo quiero que tú Reines en mi corazón, en mi vida, que me des fuerza para que en medio de este mundo, dando testimonio de Ti, pueda de alguna manera intentar que Tú reines en las instituciones, en las familias, en la sociedad toda!
Recordemos que ninguna realidad humana escapa a la evangelización, por eso el cristiano que busca el reinado de Cristo sobre el mundo, no debe  quedarse en meros discursos, sino extender el reinado de Cristo en la política promoviendo el bien para la sociedad toda, suscitar la vida, exaltar los valores humanos en la escuela, en la familia, en la universidad, allí ha de estar presente el cristiano y trabajar hoy por el reino, aunque haya muchos enemigos que no les interesa buscar el reinado de Cristo.

Es necesario comprender que seguir la voluntad de Dios significa  establecer su Reino en las realidades temporales dentro de las cuales nos movemos  a cada momento, caso contrario vivimos en la ilusión de tener buenos deseos pero sin trabajar para que todo lo creatural esté  orientado al Salvador.
Con frecuencia se  habla del reinado social de Cristo pero como un mero deseo, sin que hagamos algo para que ello se concrete, porque si no se compromete el cristiano a trabajar profundamente en el ambiente donde Dios lo ha puesto, nada se logrará.
Queridos hermanos: supliquemos al Señor la gracia necesaria para comprender lo que significa pertenecer a su Reino en esta vida y la fuerza necesaria para orientarnos siempre por medio de una vida santa al Reino que no tiene fin en la gloria.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXXIV del tiempo Ordinario, Solemnidad de Jesucristo rey del Universo Ciclo “C”. 20 de noviembre de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



14 de noviembre de 2022

Ante la impresión de desamparo de la protección divina que a veces vivimos, seamos perseverantes en el bien confiando en la gracia.

El próximo domingo con la fiesta de Cristo Rey culmina el año litúrgico para dar comienzo después en el Adviento con uno nuevo en el que actualizaremos nuevamente los misterios de la Salvación.
Cada año, cercanos al final del año litúrgico, los textos bíblicos permiten  reflexionar acerca de la escatología, que “es aquella parte de la teología  que estudia el destino último del ser humano y del universo”, tema que se repite al principio del  tiempo de Adviento, en el cual se busca preparar nuestro corazón para la segunda Venida del Señor, pero mirando como referencia  su nacimiento en  la carne.

El primer texto bíblico de la liturgia de hoy que proclamamos, es del  profeta Malaquías (3,19-20), el cual  actuando a mediados del siglo V a. Cristo, se encuentra con un pueblo de Israel bastante entristecido por la situación de corrupción y la injusticia social reinante.
Situación muy parecida a la actual en nuestra Patria, donde existen quienes se enriquecen y llevan buena vida y otros que sufren las consecuencias de la injusticia, sumidos en la pobreza y con una sensación religiosa que les hace sentirse abandonados de Dios.

Los que intentan vivir según la Alianza con Dios, pues, se encuentran abatidos porque no son escuchados, pensando que el Creador se ha desinteresado de los justos.
En nuestros días, donde el mal cunde cada vez más y el bien pareciera ser aplastado, es posible  que más de una vez nos hayamos preguntado por qué Dios no actúa, cuándo seremos salvados.
En medio de esta situación de desamparo, el profeta en nombre de Dios, anuncia a los israelitas y por cierto a nosotros, tengan constancia, perseveren en el bien, tengan paciencia que con ella todo se alcanza –como Santa Teresa decía- afirmando la esperanza.
Malaquías culmina con el anuncio de la destrucción por el fuego de todos los malvados, hasta la raíz, y que no quedará nada de ellos, mientras que para los que obran el bien brillará el Sol de justicia que trae la salud en sus rayos, promesa que hemos de esperar siempre.
El texto del Evangelio (Lc.21,5-19) a raíz de la admiración que suscita la belleza del templo de Jerusalén restaurado, Jesús profetiza que del mismo no quedará piedra sobre piedra, todo será destruido.

Esta afirmación del Señor tiene una doble lectura, por un lado anuncia la caída de Jerusalén y la destrucción del templo en el año 70 por las tropas del general Tito, luego emperador, pero también está anunciando el fin de los tiempos que afectará a todos.
Y sigue Jesús con diferentes anuncios, algunos de los cuales vivimos permanentemente, ya que la historia humana ha sufrido y padece también con la peste, hambre, terremotos, guerras  y revoluciones, situaciones en las que está presente no pocas veces el egoísmo del hombre que busca engrandecerse por encima de sus hermanos.

Habla Jesús  también de los falsos profetas, aquellos que en su nombre afirman “soy Yo”, “el fin está cerca”,  pero que no deben ser escuchados  porque no llegará tan pronto el fin.
A su vez, destaca que antes del fin, la Iglesia será perseguida, señalando la de su tiempo con el acosamiento cruento del cristianismo por parte de los judíos y del imperio romano, y la de la persecución de la que será objeto la Iglesia a lo largo de la historia.
Más allá de que muchas acusaciones contra la Iglesia han tenido su fundamento porque está formada por justos y pecadores, en el fondo no se soporta la vigencia del cristianismo porque predica la verdad y el bien, lo cual sus enemigos de dentro y de fuera no lo soportan.

Por eso la iglesia será siempre objeto de persecución, pero la promesa del Señor está bien clara y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.
No hay institución que haya sido tan atacada como la Iglesia Católica, sin embargo aquí estamos, pero siempre esto continuará.

Cuando se estaba negociando un nuevo Concordato entre la Iglesia y Francia, ya que Napoleón no logró que Pío VII le cediera los territorios de la Santa Sede, Napoleón le dijo al Secretario de Estado cardenal Ercole Consalvi: “¡Voy a destruir su Iglesia”!, éste le contestó: “¡No! ¡No podrá! ¡Ni siquiera nosotros hemos podido!”
En efecto, si Jesús no fuera el Hijo de Dios hecho hombre el cristianismo no hubiera subsistido,  habida cuenta  de quiénes han  formado parte de la Iglesia Católica y de los que sucedieron en el tiempo, sin embargo, siempre ha resistido a los enemigos de fuera y a los de dentro que son los más peligrosos.
Parece ser que Napoleón murió recibido por la iglesia católica y atendido por ella, como Madre siempre atenta por sus hijos.


Sin embargo hemos de descubrir la nueva forma de persecución, la ideológica, sugerida por el filósofo italiano ateo Antonio Gramsci,  uno de los fundadores del partido comunista de Italia, que veía como enemiga a la Iglesia Católica, ya que ésta formaba certeramente a sus fieles desde la catequesis de la primera comunión, por lo que para combatirla debía ser debilitada a través de las ideas contaminando sus enseñanzas, ya que la persecución sangrienta no hace más que fortalecer a los creyentes y a la institución misma.
Cabe decir, según parece, que Gramsci se convirtió al fin de su vida.
De todos modos, un adelantado de este filósofo fue sin duda alguna el mismo Lutero, que contaminó la enseñanza de la Iglesia y produjo tanto daño en la vida y fe de los creyentes con sus ideas.
En nuestro tiempo, los malos ejemplos y prédica malsana que brota de algunos desde el seno de la Iglesia, alimenta la confusión y la duda en tantos que ya no saben qué creer y vivir.
Es por eso que el cristiano tiene que estar preparado, no debemos caer en el engaño de la ideología de género y tantas otras ficciones como la religiosidad oriental que lleva al descreimiento o a la afirmación del panteísmo u otras creencias perniciosas.

Es cierto que Jesús nos dirá lo que tenemos que decir cuando seamos interrogados por tribunales, ejemplo de lo cual fue  Santa Juana de Arco que tenía muy poca formación pero descolocaba a los jueces que pretendían confundirla cuando respondía con la sabiduría que salía de sus labios por pura inspiración divina.
Pero eso no libera al creyente de la necesaria preparación por el conocimiento de la enseñanza de la iglesia para dar testimonio ante los enemigos de la fe e impedir que  la vida cristiana se debilite.

Un ejemplo de esta debilidad se da, por ejemplo, que como consecuencia de la pandemia muchas personas   ya no van más a misa, pensando que es lo mismo presenciarla por otro medio. Los lugares gastronómicos vuelven a poblarse por la gente aduciendo su necesidad de compartir, pero no tienen necesidad alguna, según ellos, de dar culto a Dios por la Eucaristía.
Lamentablemente algunos pastores, en lugar de insistir en la práctica dominical, minimizan la misma.

San Pablo en la segunda lectura ((2 Tes. 3, 6-12) menciona a aquellos que vivían pensando en el fin del mundo y de su proximidad, por lo que dejaron de trabajar y llevaban una vida ociosa, de allí su fuerte afirmación de  que quien no quiera trabajar que no coma.

El mismo Pablo da ejemplo de lo contrario a esas actitudes porque el creyente se prepara al fin de los tiempos no ociosamente, sino siendo fiel y perseverante en el cumplimiento de la voluntad divina descubierta para sí,  por cada uno de los creyentes.
La constancia en  el cumplimiento de los deberes de estado que cada uno  tiene  salvará su vida, entre ellos defender la verdad y transmitirla de manera que siempre podamos ejercer todo aquello que pueda atraer a quienes se han alejado o se alejan de la iglesia.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXXIII del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 13 de noviembre de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



7 de noviembre de 2022

La fe de los macabeos sobre la resurrección invita a consolidarla, mientras Cristo resucitado asegura nuestro retorno a la vida.

 

Reflexionando sobre los textos bíblicos de este domingo, advertimos que el tema principal es el de la resurrección final de los muertos.
Repasemos entonces  los textos bíblicos para extraer sus enseñanzas.
La primera lectura que está tomada del segundo libro de los Macabeos (6,1; 7,1-2. 9-14) refiere a lo que aconteció en el año 172 antes de Cristo cuando Antíoco IV Epífanes de la dinastía Seleúcida después de conquistar Egipto quiere posesionarse de Israel, contando  para ello con la complicidad de algunos israelitas que no les interesaba mucho ser fieles a la alianza, aunque la mayoría del pueblo se opone a las costumbres paganas que Antíoco quiere imponer, pretendiendo helenizar la cultura de Israel, abrumando a todos con perversiones, matanzas y nuevos cultos idolátricos.

Si cambiar la cultura es el propósito de los impíos, se deberá por lo tanto obligar a aceptar una nueva religión, por lo que se erige en el templo una imagen de Zeus olímpico, se prohíbe la circuncisión y se destruye todo lo que haga recordar el antiguo culto.
La persecución sangrienta se descarga sobre aquellos que no quieren entrar en razón de acuerdo a la mentalidad de Antíoco.
El texto mencionado relata el martirio de los siete hermanos macabeos que son torturados y asesinados junto con su madre.
El texto proclamado, abreviado para la liturgia,  menciona la muerte de algunos de ellos, para destacar precisamente el tema de la resurrección. Estos jóvenes están dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de Dios y expondrán sus miembros para el suplicio afirmando que por la resurrección Dios les devolverá los mismos.

Mientras mueren por fidelidad a Dios, señalan al rey inicuo que no resucitará para la vida, sufriendo previamente muchos males.
Los jóvenes mientras mueren, pues, dan testimonio de su fe en la resurrección, mientras que  Antíoco  con el tiempo, morirá sufriendo remordimientos atroces por las maldades cometidas, cumpliéndose así el castigo que le estaban anunciando estos jóvenes.
Conociendo de estos mártires la fe firme sobre la resurrección, la Palabra de Dios invita a reafirmar nuestra fe en esta verdad, ya que como Cristo ha resucitado, también sucederá con nosotros.

El Evangelio  del día  (Lc. 20, 27-38) refiere también a la resurrección, reflexionemos primero sobre su contexto histórico.
Los saduceos eran afines a los políticos de su tiempo, buscaban adquirir poder, no creían en la resurrección de los muertos, de modo que debían disfrutar de la vida en este mundo y dejar en todo caso bienes copiosos para sus hijos y sus nietos, considerando ésta disposición una forma de perdurar en el tiempo, incluso  tratan  que su memoria quede patente en suntuosos mausoleos, los famosos sepulcros blanqueados, que sirvan de recuerdo de su presencia.
Arteramente plantean a Jesús un caso hipotético,  el de una mujer que se casa con siete hermanos sucesivamente, los cuales según la ley buscan darle un hijo a quien fuera el primer marido.

La pregunta tramposa es de quién va a ser mujer cuando resuciten los muertos ya que los siete hermanos la han tenido por esposa, tratando así de hacer ver a Jesús la aparente contradicción que existe al afirmar la resurrección de los muertos.
Jesús contesta que el matrimonio es para esta vida y aquellos que han sido elegidos para la vida eterna, o sea aquellos que mueren en la comunión con Dios,  resucitarán para la vida, se salvarán.
Y continúa especificando que serán como ángeles, no estarán casados con nadie, porque ciertamente se dedicarán a la glorificación permanente de Dios, sin ser distraídos por criatura alguna.

Cuando la persona llega a la vida eterna permanece para adorar, contemplar y alabar a Dios para siempre, por lo que Jesús remata la afirmación citando al libro del Éxodo (cap. 3) cuando Dios se manifiesta a través de la zarza ardiente a Moisés como el que es el Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob, que es un Dios de vivientes, y que por lo tanto lo seguirá siendo a través de la resurrección.

Los saduceos solamente aceptaban los libros del Pentateuco, los cinco primeros libros de la Biblia, no aceptaban por ejemplo los  dos libros de los Macabeos, sino obviamente ya tendrían la respuesta con lo que hemos leído hoy, pero tampoco tenían en cuenta el episodio de la zarza ardiente, quizás porque no les convenía.
Actualmente se observan situaciones parecidas, porque muchos  no creen en la resurrección de los muertos y piensan que todo se termina con la muerte, y por lo tanto como ya denunciaba San Pablo, si los muertos no resucitan, al igual que los paganos afirmaríamos: “comamos y bebamos que mañana moriremos” (I Cor.15, 32), sin preocupación por un más allá inexistente.
Otros, incluso católicos, aceptan los estados de vida cíclicos por medio de la reencarnación, lo cual no forma parte de la enseñanza de la Iglesia, que  en consonancia con la Sagrada Escritura y del magisterio de la Iglesia,  afirma que sólo se muere una sola vez y después de la misma comienza el nuevo estado de salvación o condenación, como enseña el Papa Benedicto XII en la bula Benedictus Deus.

Estamos llamados a vivir la resurrección de los cuerpos en el día final, ya en el cielo o en la condenación, aunque transitoriamente el cuerpo se separe del alma, su meta es la unión de ambos.
San Pablo alienta hoy a los cristianos de Tesalónica (2 Tes. 2,16—3,5) a proclamar la Palabra de Dios, a transmitir lo que hemos recibido, a vivir obrando el bien para que nos vayamos preparando para el encuentro definitivo con Dios., apartándonos mientras tanto de aquellos que buscan  apartarnos de la verdad, sabiendo que en este caminar contamos con la fuerza de Dios, porque Él es fiel.
Pidámosle al Señor que no nos falte nunca su gracia y su protección para seguir el ideal que se nos propone.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXXII del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 06 de noviembre  de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com





4 de noviembre de 2022

La santidad de vida del creyente es la que realmente toca el corazón del hombre que busca a Dios, e invita al seguimiento de Cristo

 


De la vista de Dios participan  aquellos que han llegado al fin último de su vida,  a la meta para la cual el ser humano ha sido creado, esto es, la  santidad, la cual  se perfecciona en la Vida Eterna, en la que alabaremos a Dios permanentemente como lo acabamos de escuchar en el libro del Apocalipsis (Ap. 7, 2-4.9-14).
A la Vida Eterna que consiste en  la visión de Dios,  llegaremos por la gracia de Dios,  don absolutamente inmerecido por nosotros, pero que requiere la respuesta humana a esa gracia divina.
¿Cuál es el fundamento de ese don tan grande? El amor infinito del Padre que nos elige desde la eternidad para ser sus hijos, y que caídos en el pecado, nos redime por su Hijo hecho hombre muerto en la cruz y nos santifica por el don del Espíritu Santo, de manera que si vivimos en este mundo en la santidad que se nos otorga, tenemos la esperanza de alcanzar la participación divina en el cielo.
San Juan, precisamente lo recuerda en la segunda lectura de hoy (1 Jn. 3, 1-3) afirmando que nos llamamos hijos de Dios y lo somos realmente,  y que si el mundo no reconoce al hombre como hijo de Dios es porque no lo han conocido a Él previamente.
Dice San Juan que seremos semejantes a Dios, que lo veremos tal cual es, de manera que se perfecciona lo que ya somos por creación “imagen y semejanza  divina”.
¿Cómo lo vamos a ver a Dios, el Creador, si nuestra inteligencia es tan limitada e imperfecta  propia de los  seres creados? Santo Tomás de Aquino en el tratado del fin último del hombre –en la Suma Teológica- , cuando habla de la visión beatífica reconoce ciertamente que quien está en el cielo lo contempla a Dios gracias a un hábito infuso, otorgado por Él, que perfecciona y eleva la inteligencia del hombre, que se llama el lumen gloriae, “la luz de la gloria”.
Decimos que contemplamos a Dios tal cual es, pero en realidad es tal cual podemos verlo como seres humanos, según nuestra capacidad, porque como decía, la inteligencia humana es imperfecta y la inteligencia divina es superior obviamente a la inteligencia humana.
Pero gracias a este don infuso de la “luz de la gloria”, el hombre  planificado  totalmente, no deseará nada más que lo que Dios le está otorgando, no deseará una contemplación distinta a la que tenga, porque su naturaleza humana estará colmada, de manera que Dios se da a conocer pero conforme a nuestra situación creatural.
Somos seres humanos, no Dios, pero  tendremos un conocimiento de Dios superior al que tenemos aquí, muchísimo más grande, porque acá lo conocemos como a través de un espejo y nos acercamos a Él por la virtud de la fe, en la gloria lo conoceremos tal cual es.
En este mundo conocemos a Dios por la fe que es  el asentimiento de las verdades no vistas, en cambio en la vida eterna no necesitaremos la fe porque lo veremos, tampoco necesitaremos la esperanza porque hemos llegado a la meta deseada, sino sólo existirá la caridad  por la que estaremos contemplando a Dios, de modo que en el hombre no habrá ningún otro amor que pueda disminuir el Amor divino.
Escuchamos que en la vida eterna amaremos también a los seres queridos que estén en el cielo, lo cual es cierto, pero nunca ese amor será un obstáculo para la plenitud del amor contemplándolo a Dios.
Celebramos hoy a los santos que gozan ya de Dios para siempre, y ellos suscitan en nosotros, al decir de san Bernardo, dos deseos, el de estar y vivir con ellos, lo que nos hará plenamente felices, y el deseo de poder dar gloria eterna al Creador, participando de la manifestación plena de Jesucristo salvador nuestro.
El honor que tributamos a los santos no les agrega nada a ellos, sino más bien redunda en nosotros fortaleciendo el deseo de imitarlos y participar de la vida futura de la gloria.
Por ejemplo, vamos a recordar a San Martín de Porres dentro de dos días y el culto que a él le brindaremos no le agrega nada a su vida de santidad y de gloria que está viviendo, sino que lo que contemplamos de su vida santa en este mundo,  nos ha de ayudar no solamente para darle Gloria a Dios que ha triunfado en el corazón de ese santo, sino a anhelar estar con él en el cielo.
Retomando a San Bernardo, como recordábamos recién, él expresa que el otro deseo importante que el ser humano ha de tener, es que en la vida eterna se nos manifieste totalmente Cristo nuestro Señor.
En la Vida Eterna  contemplaremos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,  pero además hemos de contemplar al Verbo Encarnado, será la manifestación del Cristo doloroso, del Cristo que nos hará caer en la cuenta que a través de la cruz hemos sido salvados y que gracias a eso, podemos participar en su misma gloria junto al Padre.
Queridos hermanos: trabajemos en este mundo en nuestra condición de viadores para vivir no solamente los mandamientos que es lo mínimo que se nos pide, sino llegar a una perfección más grande.
Obviamente que es difícil la perfección de las bienaventuranzas que marcan el texto del evangelio de hoy (Mt. 4, 25-5,12) y que recuerda  san Juan Pablo II que hemos de vivir, en la encíclica Veritatis Splendor, pero no imposible si contamos con la gracia de lo alto.
O sea, el mínimo e indispensable a vivir en este mundo es la observancia de los mandamientos como suficiente para la salvación, pero estamos llamados a una perfección más grande, la de las bienaventuranzas.
Por eso pidamos al Señor que nos colme de su gracia y que aumente nuestro deseo de santidad, ya que es la santidad de vida la que realmente toca el corazón del hombre que busca a Dios, e invita  al seguimiento de Cristo.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa de la Solemnidad de Todos los Santos. 01 de Noviembre de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com







31 de octubre de 2022

Dios crea al hombre, lo mantiene con su Providencia y lo rescata del pecado por la misericordia y amor que derrama sobre cada uno.

 

Si tenemos en cuenta los textos  bíblicos que se proclaman en la liturgia de cada día, seguramente hemos advertido que se repiten de forma permanente las referencias  sobre el pecado y la gracia, o sea, se mencionan y profundizan la caída y la salvación traída por Cristo.

Ante este hecho quizás alguien puede sentirse tentado a pensar por qué siempre tenemos que escuchar y considerar los mismos temas.
La razón es muy simple, ya que la Sagrada Escritura describe narrativamente  la historia de la salvación del hombre, la cual está marcada desde el comienzo, después de la creación del mundo y del hombre, por la presencia del pecado de los orígenes y sus consecuencias, y cómo Dios  desea elevar al hombre caído.  
Y a su vez, la Sagrada Escritura hace presente la salvación de la historia, o sea, esa misma historia de la salvación herida por el pecado de los orígenes, se convierte en salvación de la historia por la presencia del Hijo de Dios hecho hombre entre nosotros, Él es el que viene a salvarnos,  a poner nuevamente en su debida armonía el proyecto de Dios sobre el hombre  desde toda la eternidad.
¿Y cuál es el plan de Dios? sabemos que el ser humano siempre ha sido amado por Dios, su Creador, y elegido desde toda la eternidad.
Precisamente el primer texto de hoy tomado del libro de la Sabiduría (Sab. 11, 22-12,2) expresa que si Dios no hubiera amado algo no lo hubiera creado, si Dios no hubiera amado a alguien no lo hubiera creado, por lo tanto, ya de entrada se nos enseña que cada uno de nosotros es amado por Dios y llamado a participar algún día en la propia vida de Dios.
Y es tan grande el amor de Dios que manifiesta su omnipotencia en el perdón y la misericordia en su relación con el ser humano.
Sabemos por experiencia que el ser humano no perdona fácilmente o no tiene misericordia, porque  piensa que es fuerte y poderoso por esa manera de conducirse en su relación con los otros, siendo todo lo contrario, ya que no perdona porque es débil y tiene miedo de quedar humillado o disminuido ante la opinión de los demás.
Dios en cambio manifiesta su poder, especialmente su señorío, en el perdón y la misericordia.
Precisamente el texto de la Sabiduría que acabamos de escuchar muestra cómo Dios busca al pecador, y esto no puede ser de otra manera, ya que si Él ha pensado hacernos partícipes de su misma vida, cuando nos descarriamos de la senda del bien, vuelve a llamarnos, reconociendo nuestra dignidad de ser imagen y semejanza suya, e hijos adoptivos  por el bautismo.
Dios manifiesta su amor por el hombre en la creación, y por la providencia mantiene y guía a todos los seres en lo que ellos son, manifestando así su voluntad de que  está empeñado en que se lleve a cabo el plan de salvación orientado al hombre.
Justamente lo afirma el apóstol San Pablo escribiendo a los cristianos de Tesalónica (2 Tes. 1, 11- 2,2), rogando que “Dios los haga dignos de su llamado, y lleve a término en ustedes, con su poder, todo buen propósito y toda acción inspirada en la fe. Así el Nombre del Señor Jesús  será glorificado en ustedes, y ustedes en Él, conforme a la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo”.
El apóstol por lo tanto señala que Dios quiere llevar a cabo lo que ha providencialmente pensado desde toda la eternidad, lo que es bueno, amable y santo, de manera que la existencia y la vida de toda persona humana le son importantes, cuidándolas y enalteciéndolas.
Si tomamos el texto del evangelio (Lc. 19,1-10) y en continuación con lo afirmado por el libro de la Sabiduría, nos encontramos precisamente con que Dios Creador lo ha traído al mundo a Zaqueo, y en su Providencia  lo ha mantenido en la existencia.
A pesar de los pecados de este publicano rico, se le manifiesta el Salvador, buscándolo para transformarlo y señalarle el camino de la salvación que lo elevará delante de Dios y de los hombres.
Dios ha trabajado en el corazón de Zaqueo, por lo que desea conocer a Jesús, atento a lo que seguramente ha escuchado sobre Él.
Es probable que Zaqueo en su interior viviera  intranquilo, que sentía en su corazón el odio de la gente por su condición de recaudador de impuestos, muchas veces sujeto a cometer injusticias.
Pero al mismo tiempo era atraído por la gracia a una sincera conversión y a un encuentro con Jesús, por eso quiere verlo, mirarlo, para lo cual,  es necesario ponerse en las alturas, ir a lo alto del sicómoro porque él es de baja estatura física y moral.
Desde lo alto siempre se ven las cosas de otra manera, y así,  ve pasar al Señor y  lo mira, mientras  Jesús levanta su vista a Zaqueo.
¡Podemos imaginarnos qué cuadro tan hermoso! a pesar que la gente grita, aclamando al  Señor, tanto para Zaqueo como para Jesús todo es silencio. Se miran, y la mirada penetrante de Jesús  le recuerda “yo he venido a salvar a los pecadores, a llamar a los que han torcido su rumbo para que nuevamente comiencen una existencia nueva.”
Y a continuación no le pide nada más que baje enseguida porque hoy “quiero alojarme en tu casa,”porque ya Jesús se había albergado en la casa interior de Zaqueo, en su corazón,  y ahora quiere  alojarse en su casa, estar en contacto con su familia, ver las cosas.
Y seguramente otros publicanos también se acercaron, mientras otros murmuran  porque Jesús come con los pecadores, ya que ellos se consideraban superiores y no admitían que el Señor se inclinara, según ellos, ante la miseria del pecador.
Zaqueo cambia totalmente su estilo de vida,  dando la mitad de su fortuna a los pobres y cuatro veces más a aquellos que había defraudado, o sea, quiere restituir lo mal habido.
Y así, Zaqueo abre su corazón a la gran riqueza de la misericordia de Dios, a la gracia del Señor y su vida cambia a partir de ese momento, siendo  testigo  ante los demás  de la bondad y misericordia de Jesús.
Jesús quiere también  dar la oportunidad de una vida nueva a tantos pecadores como lo destaca el libro de la Sabiduría.
Queridos hermanos: digámosle al Señor que nos mire, con esa mirada que desnuda el interior y permite descubrir lo que hay en cada uno de nosotros, y  visualizar el camino nuevo de santidad, para asimilarnos más a Él y  dar testimonio con la palabra y las obras al mundo en el cual estamos insertos.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXXI del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 30 de octubre  de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



24 de octubre de 2022

La humillación del publicano implica imitar el anonadamiento del Hijo de Dios cuando se hizo hombre y en su camino hacia la cruz.

 
Habíamos reflexionado el domingo pasado sobre la parábola del juez injusto y destacado en contraposición a Dios como aquél que siempre actúa con justicia otorgando a cada uno según corresponda.
Hoy continuamos con esta idea, por lo que es importante retener lo que enseñan los  textos bíblicos de la liturgia de hoy.
Una primera afirmación que se percibe es que Dios mira el corazón de cada persona, no es como el hombre que se queda con lo exterior, y que tantas veces confunde, como aconteció con la elección del rey David, ocasión en que se le dice a Samuel que no se quede con lo exterior, porque Dios ha mirado el corazón del más pequeño de los jóvenes que se le presentaron resultando ser el elegido.
Esto permite  caer en la cuenta de que cuántas veces los juicios del hombre sobre las personas son equivocados o equívocos, por eso es importante aprender a observar como mira Dios.
El texto del Eclesiástico (35,12-14.16-18) insiste en que Dios recibe la oración del humilde, de quien se hace pequeño delante de Él, “no desoye la plegaria del huérfano, ni a la viuda, cuando expone su queja” , y que ésta oración suplicante subsiste hasta que Dios interviene “para juzgar a los justos y hacerles justicia”.
A su vez, el texto del evangelio (Lc. 18, 9-14), afirma que “el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado”.
Por su parte, San Pablo (2 Tim. 4, 6-8.16-18)  refiere que fue abandonado por todos cuando realizó su primera defensa y que le ha quedado sólo el apoyo de Dios. Él está culminando su carrera en este mundo y se acerca el momento de su partida habiendo “peleado hasta el fin el buen combate” conservando la fe, sabiendo que le espera la corona de justicia “que el Señor, como justo juez” le dará en su día final junto a todos los que se mantienen fieles hasta el final.
Reconoce el apóstol  que el Señor lo sostuvo dándole fuerzas para transmitir el evangelio a los paganos, y que  lo librará de todo mal hasta que llegue el momento de entrar en su Reino celestial.
Dios, por tanto,   juzgará a Pablo por sus obras, por su apostolado entre los paganos y le dará el premio de la gloria, quedando atrás quienes lo han dejado solo movidos por respeto humano o por otras razones., por lo que se evidencia que Dios sigue el recorrido del que se hace humilde delante suyo, desechando a quienes se enaltecen.
El texto del evangelio (Lc. 18, 9-14) deja una enseñanza hermosísima para  cada uno de nosotros. Imaginémonos el templo en que el fariseo puesto delante del altar hace su oración, mientras el publicano a lo lejos, de rodillas, no se anima  a levantar la vista.
El fariseo da gracias a Dios, lo cual  no está mal si se hace esto agradeciendo por los beneficios recibidos, o porque perdonó nuestros pecados, o  me sostiene en las pruebas de la vida, o porque me guía en la existencia de cada día.
En cambio este hombre agradece exaltando  sus supuestas virtudes, no se siente como los demás hombres, no es ladrón, ni adúltero, ayuna dos veces a la semana, más de lo que pedía la ley,  entrega la décima parte de sus entradas.
Se trata de un hombre aparentemente perfecto, pero mira por encima del hombro al publicano, afirmando que no es  como él, lo cual es cierto si miramos la actitud interior del supuesto pecador.
El publicano, en cambio, no se animaba a levantar la mirada al cielo, “sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!”,
El publicano no enumera sus pecados, ya que Dios los conoce, no como el otro que tiene que enumerar sus actos buenos porque cree que Dios no los conoce o a lo mejor  piensa que Dios no lo juzga de la misma manera como actos buenos.
Mientras tanto, el publicano, que ha pedido misericordia la obtiene.
En efecto, dice Jesús que el  publicano salió justificado, ya que al admitir que es pecador y que necesita de Dios, está ya transitando por el camino de la redención.
En cambio, el que piensa que es santo y que lo único que necesita es la canonización oficial y ser puesto en los altares para ser venerado, no salió justificado de la presencia divina.
Esto puede hacernos pensar en que cuántas veces miramos por encima del hombro a los demás sintiéndonos superiores, perfectos y sin pecado, cuando somos peores que aquellos que juzgamos sin piedad clausurando nuestro corazón para vivir la misericordia.
La verdadera actitud está en mirar a los demás con piedad, pensando que aunque con pecados, puede ser que esté luchando, por lo que  rezamos por él, o lo alentamos para seguir por el camino del bien.
¡Cuántas veces  nos apartamos de quien consideramos pecador, para no “contagiarnos”, cuando la verdadera imitación de Cristo debe movernos a acercarnos por medio de la corrección fraterna!
Nunca estar seguros de estar salvados, ya que se necesita pasar por la puerta estrecha del seguimiento del Señor y la vivencia de las virtudes para parecernos más y más al Salvador.
El justificado de la parábola es este hombre que pidió perdón por sus pecados y Jesús lo admitió en su amistad y preferencia.
En la actualidad tiene un gran auge el pecado de la presunción que es contrario a la virtud de la esperanza por exceso, por el que se piensa que el hombre puede pecar tranquilo ya que  Dios es tan misericordioso, tan bueno, que todo lo perdona.
Es cierto que Dios es misericordioso, pero a su vez es un juez justo; y una cosa es la actitud del publicano que humildemente pide perdón a Dios por su pecado, con la intención de cambiar de vida, y otra cosa es que aproveche la presunción de la misericordia de Dios para pecar tranquilamente, pensando que me confieso y está todo bien.
En efecto, puede ser que yo me confiese, pero si no estoy arrepentido, y estoy pensando en lo que voy a realizar de malo, de nada sirve.
Por eso es muy importante la actitud de humildad, no considerarnos nunca mejores que otros, ya que el soberbio no solamente es rechazado por Dios, sino también resistido por los hombres, mientras que  la  humildad atrae siempre a Dios y a hombres.
Cuánto más nos consideremos mejores que los demás, tenemos proximidad a la figura del fariseo, cuánto más pensemos que somos “humus”, tierra,  nos acercamos a la actitud del publicano.
¿Y por qué la humillación del publicano es agradable a Dios? porque su anonadamiento implica imitar el anonadamiento de Cristo, el cual no se sintió menoscabado en su divinidad cuando se hizo hombre,  ni se sintió denigrado como Dios al ir camino de la cruz.
A los ojos de los hombres Cristo llegó hasta lo más bajo, al anonadamiento total del siervo de Yahvé que ya anunciaba el profeta Isaías, para ser exaltado por encima de todo por su Padre.
Lo mismo sucederá con cada persona que se humille ante Dios, ya que será exaltado por el Padre hasta su gloria.
Queridos hermanos: agradezcamos al Señor por su palabra y que su enseñanza penetre nuestro corazón y ayude a vivir de otra manera. ¡Tantas cosas que tenemos que cambiar, lo cual  no es imposible con la gracia de Dios y con nuestra respuesta a esta gracia de lo alto!

  Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXX del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 23 de octubre  de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com





17 de octubre de 2022

Nuestra ayuda está en el Nombre del Señor que hizo el cielo y la tierra, Él nos protegerá de todo mal y cuidará nuestra vida.

Si tomamos la primera lectura  (Ex.17, 8-13) y el texto del Evangelio (Lc.18, 1-8) comprobamos que la idea central refiere  a la oración dirigida a Dios y cómo ha de realizarse, es decir, con confianza e insistencia, sabiendo que siempre tendremos la respuesta divina.

El libro del Éxodo narra la batalla entre los israelitas y los amalecitas enemigos que acechaban  al pueblo de Israel en su camino hacia la Tierra prometida. Los israelitas guiados por Josué comienzan a luchar con la confianza puesta en Dios, mientras  Moisés en actitud orante con los brazos en alto o en forma de cruz clama a Dios por la victoria. Éste cuando se cansaba y bajaba los brazos, vencían  los amalecitas, pero cuando le sostuvieron los brazos para orar vencieron los israelitas.
Moisés con los brazos extendidos en forma de cruz, es desde el Antiguo Testamento, un signo anticipado de Cristo crucificado  en actitud  suplicante ante el Padre, siendo éste el mejor ruego mientras muere por la humanidad diciendo “perdónalos Padre porque no saben lo que hacen”,  moviendo de esa manera al Padre para que mire al ser humano como hijo.
En el texto del Evangelio (Lc. 18, 1-8), Jesús proclama el valor de la oración sobre todo cuando ésta se hace con insistencia, y lo hace por medio de la parábola del juez injusto que termina por hacer justicia a esta viuda para que no siga importunándolo.
El juez es injusto, afirma el texto bíblico,  o sea es infiel con su misión de  distribuir justicia y, quien padece es una viuda, la cual con los huérfanos y extranjeros, eran considerados como los desamparados que debían ser objeto de la atención del buen israelita.
Jesús concluye señalando que si este hombre que es injusto termina por hacer justicia por la insistencia de la viuda, cuánto más el Padre del cielo que es justo, escuchará la súplica de sus hijos, y esto porque como señalara en otra oportunidad, si los hombres que son malos dan cosas buenas a sus hijos, cuánto  más el Padre del cielo dará cosas buenas a sus hijos que somos cada uno de nosotros.
Insiste el texto en  la necesidad de perseverar en la oración y dedicarle mucho tiempo para suplicar, sin que esto sea  necesariamente en un templo sagrado, porque Dios que ve en lo secreto tiene en cuenta  también cuando oramos en la soledad de nuestra habitación, y nos escuchará para recompensarnos.
Podemos hacer todo tipo de oración, por ejemplo, rezar con los salmos meditándolos con agrado, con jaculatorias y todo tipo  de oración, orando y ofreciendo  las ocupaciones del día.
Buscar orar cuando estamos en nuestras tareas cotidianas, por ejemplo un ama de casa que ora mientras está en sus  quehaceres domésticos, ofreciéndole todo lo que hace a Dios nuestro Señor, el   que está en la oficina o en el desempeño de su profesión, en el mundo  del comercio o lo que sea de bueno que realice, el ser humano puede estar con el Padre.
Podemos hacer también la siguiente oración al comenzar el día: “Señor todo te lo ofrezco a Ti, trataré de ser siempre justo y honesto en el desempeño de mis obligaciones, pondré todo el empeño posible para hacer el bien a mis hermanos, ayúdame a no caer en la tentación del maligno”.
Éstas son distintas formas de orar y a Dios hay que pedirle insistentemente y no desfallecer, ya que a veces el ser humano se cansa rápido y quiere que Dios responda inmediatamente.
Como estamos acostumbrados al “ahora ya”, que todo se alcance rápidamente apenas pedimos algo, pensamos que con Dios ha de suceder así, y esto no es posible,  ya que Él tiene su tiempo que no es el nuestro, y la espera sirve para librarnos de la impaciencia.
En definitiva el Señor responde siempre, especialmente cuando imploramos la conversión de un familiar, por la salud de un enfermo que necesita ser curado, si esto es bueno para su alma, por las necesidades de alguien que no tiene trabajo, por la Iglesia y la jerarquía para que siempre enseñen la verdad revelada, por nuestra Patria tan alejada de la verdad y confundida por ideologías siniestras, en fin, tantas cosas por las que podemos pedir, pero siempre con la actitud de que se haga la voluntad de Dios.
Acordémonos  del ejemplo de Santa Mónica,  que durante mucho tiempo vivió rezando y ofreciendo sacrificios por la conversión de Agustín su hijo, hasta que lo logró y se convirtió  obispo de Hipona, llegando a los altares para ser nuestro intercesor ante Dios.
Hay tantos ejemplos en la historia de la Iglesia, en la que  la oración hizo milagros, pienso que hoy en día por ejemplo una intención en la que hemos de ser constantes es pedir por las familias, tan abrumadas por la mentira y el culto a las familias ensambladas, olvidadas de toda ayuda para subsistir y crecer, suplicar por los marginados de nuestro país, por la conversión de los gobernantes para que realmente trabajen por el bien de todos los ciudadanos.
Tenemos muchas intenciones por las cuales pedir insistentemente con paciencia y perseverancia, alimentando la súplica con las Sagradas Escrituras, como San Pablo le recomienda a Timoteo (II Tim. 3,14-4,2), enseñando  que “ellas pueden darte la sabiduría que conduce a la salvación, mediante la fe en Cristo Jesús”
La Palabra de Dios  debe ser proclamada con insistencia y llegar al corazón de los demás, evangelizando mostrando la verdad y el valor de la oración, para que todos podamos unirnos en un mismo corazón y dirigirnos a Dios pidiendo por nuestras necesidades más urgentes.
Queridos hermanos: no dejemos  de considerar que la oración más plena en la que pedimos por tantas intenciones y se la ofrecemos al Padre, es la del sacrificio de su Hijo. No nos cansemos de orar ya que el Señor no se fastidia y ciertamente cuando lo considere que beneficia nuestra salud espiritual nos concederá lo que imploramos.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXIX del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 16 de octubre de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com