26 de diciembre de 2022

El Señor consuela a su pueblo, Él redime a Jerusalén”, y “todos los confines de la tierra verán la salvación de nuestro Dios”

En la  misa de anoche el Profeta Isaías (9, 1-3.5-6) recordaba que “el pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz; sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una luz” anticipando de ese modo de cara al futuro  el nacimiento del Mesías.
El  Mesías, por cierto,  es la luz para el mundo  y para el hombre, como lo acabamos de escuchar en el texto del Evangelio (Jn. 1,1-18).
El profeta Isaías insiste hoy (52, 7-10) que el Salvador viene a liberar de todo mal a la Ciudad de Jerusalén,  que incluso los centinelas comunican la alegría y la llegada del Mesías a la ciudad santa, “porque ellos ven con sus propios ojos el regreso del Señor a Sión”.
Y esto es así porque “el Señor consuela a su pueblo, él redime a Jerusalén”, y más aún, la presencia ha significado el llamado universal a todos de modo que “todos los confines de la tierra verán la salvación de nuestro Dios”
En el texto del Evangelio de anoche (Lc. 2, 1-14) contemplamos al Hijo de Dios hecho carne en el niño recién nacido, miramos el rostro humano de Dios que trae la vida divina para todos, manifestándose en la humildad del pesebre, mientras  la divinidad se escondía en el cuerpo frágil de un niño.
Pero además, indicaba con su presencia la dignidad de toda persona humana, desde el momento en que alguien es engendrado hasta el momento de su muerte natural.
De allí que todo lo que en el mundo existe contra la vida, como el aborto y tantas otras formas de aniquilación de la persona. no es más que un ataque directo a la Encarnación de Dios, ya que el Hijo de Dios hecho hombre comienza a ser perseguido en los más débiles, en los más desprotegidos de este mundo.
El apóstol san Juan en el texto que acabamos de proclamar (1, 1-5.9-14) muestra otra mirada acerca del misterio de Cristo.
Ya no será contemplarlo en el pesebre de Belén como frágil creatura resaltando su humanidad, sino que se concentra en la divinidad preexistente del Hijo de Dios que estaba junto al Padre  desde toda la eternidad,  obrando como Palabra divina en la creación del mundo.
El  Génesis precisamente destaca  que cuando Dios creaba decía que existiera el cielo o la tierra, y los demás seres que servirían al hombre en su devenir histórico, de modo que al afirmarse que Dios “dijo”, está haciendo presente a su Palabra Eterna, es decir, su Hijo, por quien y para quien todo fue hecho, manifestando así la gloria del Padre, cuando el Hijo le entregue todo lo creado,  mientras el Espíritu aleteaba sobre las aguas.
Ahora bien,  en el Hijo de Dios también estamos presentes cada uno de nosotros y, por eso Dios no se queda quieto después del pecado de los orígenes, sino que busca incansablemente al hombre, salvarlo, sacarlo de la frustración del pecado, de las miserias en las cuales se encuentra inserto en este mundo.
El designio divino consistió en que su Hijo, la Palabra increada, se haga carne en el seno de María, ingresando en nuestra historia  como luz, aunque las tinieblas lo rechazan.
Esto es así porque los hacedores del mal en este mundo no soportan la luz, siendo su “luz” la oscuridad de las malas obras.
A su vez,  el Hijo de Dios hecho hombre, presente entre nosotros, no es recibido por los suyos, esto es, los dirigentes del pueblo de Israel y también muchos israelitas que lo ignoraron o que no creyeron en su venida, perdiendo así la posibilidad de su salvación concreta, mientras que aquellos que lo recibieron, incluidos  nosotros, que hemos creído en Él, se nos  dio la posibilidad de ser llamados hijos de Dios, porque fuimos engendrados por Dios.
Y eso es así, porque como se proclama en la primera oración de esta amistad, el Hijo de Dios comparte la humanidad, se hace hombre, para que nosotros participemos de la vida divina, lográndose así la divinización del hombre, restaurando así  la vocación  primera del hombre en este mundo, de poder imitar y ver a Dios.
El texto de Pablo a Tito en la misa de anoche (2, 11-14) resaltaba la necesidad de dejar de lado la vida sin religión y abandonar todas las obras propias de la oscuridad, y vivir siempre en la luz que irradia Dios Nuestro Señor, ya que “La gracia de Dios, que es fuente de salvación para todos los hombres, se ha manifestado”, esperando de la humanidad vivir en la verdad de la naturaleza humana, que consiste  en haber sido constituidos hijos adoptivos de Dios.
La verdad es que estamos llamados a participar de la vida de Dios, por eso que el ser humano -a no ser que tenga encallecida su conciencia- no se siente bien cuando obra mal, teniendo un cortocircuito en su interior, porque sabe que lo suyo no es lo de Dios, lo que Él quiere, ya que Dios se hizo hombre y vino a este mundo para que su gracia abunde sobre nosotros, por su muerte y resurrección, rescatándonos del pecado de los orígenes.
La venida en carne del Hijo de Dios que restaura la naturaleza humana haciéndonos partícipes de la vida divina, convoca a una nueva vida, a cambiar la mirada sobre la realidad cotidiana y el  estilo de concebir la vida.
Ayer y hoy mucha gente se ha saludado y ha dicho ¡Feliz Navidad! Pero, ¿cuántos realmente entienden lo que significa este saludo?
Porque Feliz Navidad es para quien quiere nacer con el Hijo de Dios hecho hombre nuevamente, para otros el Feliz Navidad será revivir la antigua fiesta pagana del Sol Invictus que indicaba el nacimiento de un nuevo sol por el que se alargaban los días y por lo tanto sin haber dado el paso de dar lugar en su corazón al nuevo Sol Invictus que es el Hijo de Dios hecho hombre, que viene a iluminarnos.
Ahora bien, la Palabra que es el Hijo de Dios, se hizo carne y habitó entre nosotros y sigue presente no solamente a través de la Escritura, de la iglesia, en los sacramentos, principalmente en la Eucaristía. Cuando comulgamos recibimos al Verbo Encarnado bajo las especies eucarísticas.
Queridos hermanos: el nacimiento en carne del Hijo de Dios significa para nosotros una existencia nueva, el Señor nos la ha dado.
En el bautismo seguimos siendo llamados a participar de esta salvación que se nos ofrece gratuitamente.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del día de la Natividad del Señor. 25 de diciembre de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com






19 de diciembre de 2022

El sí de José dará una familia al Niño y, siendo descendiente de David, lo incorporará a ese linaje cuando le imponga el nombre de Jesús.

El domingo pasado reflexionamos acerca de la alegría que debe invadir nuestro corazón en la espera del Mesías.
La liturgia de hoy refiere al origen de Jesucristo, tanto humano como divino, y deja una enseñanza conexa con este misterio de la doble naturaleza de Jesús, al enseñarnos a no temer nada como consecuencia de aceptar al Señor en nuestra existencia temporal.
Si tomamos la primera lectura del profeta Isaías (7, 10-14) nos encontramos con que el rey Ajaz de Judá está temeroso porque los reyes de Damasco y Sumaría le amenazan con destronarlo y entronizar en su lugar un príncipe extranjero que no desciende de David, por lo que el rey busca alianzas con Asiria para defenderse  en lugar de afirmarse confiadamente en Dios.
El profeta, portavoz de Dios, le exhorta a pedir un signo,  contestando éste que no quiere tentar a su Dios, pero lo que sucede en realidad es que no tiene una fe firme en la protección del Dios de la Alianza que ha prometido sostener en el tiempo la descendencia davídica en Judá, sin interrupción alguna.

Es por eso que Dios se apresura en prometer un signo, el de la permanencia de la estirpe de David, diciendo “Mirad, la virgen está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de  Emanuel, que significa Dios con nosotros”.
En efecto, este anuncio refiere al futuro rey de Judá, al hijo de Ajaz, Ezequías, que sucederá en el trono a su padre, asegurando la firmeza de la Casa de David en el tiempo.
Pero a su vez, este anuncio está indicando lo que sucederá en el futuro, que un niño nacido de una virgen salvará a los hombres de sus pecados, refiriéndose sin duda alguna a Jesús, tal como lo cita el evangelio del día (Mateo 1,18-24), y que será llamado Emanuel, que significa Dios con nosotros.

En el evangelio que hemos proclamado, nos encontramos con un hecho muy particular en el que María Santísima por obra del Espíritu Santo queda embarazada, sabiendo Ella lo que esto significaba porque estaba desposaba con José y no habían vivido juntos, pero confiando en que quien la eligió como Madre del Mesías, daría una explicación concreta a José que era justo.
José sin entender lo que acontecía, no podía hacerse cargo de ese niño, pero tampoco acusaría a María, porque eso la conduciría a ser lapidada por lo que piensa en repudiarla en secreto.
¿Qué es lo que está sucediendo en María la cual había celebrado los desposorios con José pero todavía no vivían juntos? El ángel le dirá a Ella “no temas” indicando así que no debería pensar en las consecuencias de su respuesta a la propuesta de ser Madre, ya que de ello se ocuparía Dios mismo, y María acepta con total confianza.
Tanto María como José estaban frente al misterio de la encarnación y a ambos se les dice que no deben temer cosa alguna, por lo que se entregan totalmente a la voluntad de Dios, diciendo la Virgen “soy la servidora del Señor”, mientras que José despertado del sueño, recibirá a María en su casa, obedeciendo la indicación del ángel.
El sí de José no sólo posibilitará una familia para el niño que ha de nacer, sino que siendo descendiente de David incorporará a ese linaje al Niño cuando le imponga el nombre dado por el ángel, en su carácter de padre legal de quién nacerá.

De ese modo Jesús ingresa en la historia humana, reconocido como hombre, y José le pondrá el nombre de Jesús que significa que salvará a los hombres de los pecados
A su vez, el origen divino de ese Niño queda atestiguado porque es obra del Espíritu Santo el hecho que tome naturaleza humana en el seno de la Virgen Santa.
En la Encarnación, la naturaleza humana y la naturaleza divina del Señor, están presentes y se unen en la persona del Hijo de Dios.
Como decía, José recibe a la madre y se hará cargo del niño y cuidará de ambos, seguirá de cerca la niñez y adolescencia de Jesús, le enseñará un oficio y nada deberá temer porque contarán con la protección divina hasta que llegue el momento de la manifestación pública de Jesús, siguiendo la voluntad del Padre mientras viva en este mundo temporal.

Respecto a nosotros en relación con este misterio, puede suceder que tengamos miedo de aceptar el misterio de la Encarnación por las consecuencias que ello implica.
Ese temor puede venir por el hecho de ser perseguidos o despreciados por seguir a Jesús por parte de los de fuera e incrédulos que no creen en Cristo o consideran superado el seguimiento de su persona en medio de un mundo autosuficiente, pero también rechazados por los de dentro de la Iglesia.
Sabemos como miembros de la iglesia que en este ámbito hay confusión y hasta distorsión de la verdad, ya que aparecen enseñanzas ausentes en la Sagrada Escritura o  contrarias a ella, o no se tiene en cuenta la enseñanza de la tradición o del magisterio.
Pues bien, el aceptar a Cristo Nuestro Señor implica siempre sufrir las consecuencias por defender la verdad que hemos recibido.
El cristiano no puede pretender que en su vida esté ausente la persecución o el desprecio por seguir a Cristo.

Y esto es así,  precisamente porque el Hijo de Dios hecho hombre es quien le da sentido a nuestra evangelización, como lo destaca el apóstol San Pablo escribiendo a los cristianos de Roma ((1,1-7) haciendo hincapié en el origen divino y humano de Jesús como base de su predicación y de su búsqueda constante de atraerse aquellos que están alejados.

Hermanos: Ojalá que también nosotros recibiendo al Señor en nuestro corazón sepamos darlo a conocer y seguirlo cada día, buscando sea recibido también por toda la humanidad convertida.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo IV de Adviento, Ciclo “A”. 18 de diciembre de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



13 de diciembre de 2022

“Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense, pues el Señor está cerca” (Fil. 4,4.5)

 

La antífona de entrada de esta misa menciona un texto de san Pablo escribiendo a los cristianos de Filipos (4,4.5) que dice: “Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense, pues el Señor está cerca”, de allí que se recuerde este día como el domingo Gaudete.

Se nos hace así un llamado para alegrarnos  por la pronta venida del Salvador, a que abramos nuestro corazón con una actitud de esperanza sabiendo que se acerca el momento de la salvación.
Así lo dice el mismo profeta Isaías (35, 1-6ª10)  afirmando que “¡Ahí  está su Dios¡. Llega la venganza, la represalia de Dios; Él mismo viene a salvarlos”, términos éstos que parecen contradictorios  pero que refieren a que así como el ser humano tantas veces se endurece para seguir pecando, Dios, en cambio, se obstina, - por decir una palabra-, en querer salvarnos, en hacernos participes de una vida nueva, y eso, porque como decíamos el día de la Inmaculada Concepción en referencia a la carta de San Pablo a los Efesios, Dios nos eligió desde antes de la creación del mundo para ser santos e irreprochables y Dios no se desdice de sí mismo y de  sus decisiones.
Aunque el hombre tantas veces se separa de su Creador dándole la espalda, buscando otros dioses terrenales que le satisfagan fugazmente, Dios sigue apostando por nosotros, y eso es lo que nos da la seguridad que el Señor viene a salvarnos.
Juan el Bautista, después de haber bautizado a Jesús en el Jordán está en la cárcel por dar testimonio de la verdad al decirle a Herodes que no le es lícito vivir con la mujer de su hermano, sin embargo duda acerca del Señor a pesar de oír hablar de sus obras, por lo que envía a dos de sus discípulos para preguntarle a Jesús “¿Eres tú el que ha de venir o hemos de esperar a otro?”(Mt. 11, 2-11)
Juan era el precursor, el que preparaba el camino para que Jesús llegara al corazón de los hombres, el que anunciara que el Señor es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, pero ahora la duda será sobre si Cristo viene a salvar a la humanidad o viene ya a juzgar al hombre, a pedirle cuentas de sus actos.
Jesús le contesta a través de sus enviados instándoles a que hablen acerca de lo que ven y oyen, que los enfermos son curados, los muertos resucitan, los posesos son liberados, y el Evangelio es anunciado a los pobres, como ya lo había anunciado el profeta Isaías en su tiempo.
En efecto, los ciegos ven la luz de la salvación, los leprosos son  curados de sus pecados, los sordos escuchan la Palabra de Dios, los mudos proclaman las maravillas de Dios, los endemoniados son liberados, y  se evangeliza a los pobres.
Llevar la Buena Nueva a los pobres no refiere meramente a los pobres económicamente hablando, aunque son ellos los que más ponen su confianza en Dios, sino a los enfermos de corazón, a los pobres que necesitan la salvación del Señor, toda persona que busca a Dios aún sin darse cuenta de ello, aquél que no cree o que necesita de la presencia del Señor.
Transmitir la buena noticia a los pobres es anunciar una gran verdad, la de la vida eterna  a la que estamos llamados por Dios, el cual trae la misericordia del perdón, esperando por cierto el arrepentimiento y el deseo de comenzar una vida nueva.
Ya sabemos que Dios a nadie le impone su presencia, de modo que cada uno hace uso de su libertad mal o bien para estar o no con el Salvador, de allí que Jesús afirme en el texto que hemos proclamado  “¡Y feliz aquél para quien yo no sea ocasión de escándalo!”
Ojála no sea motivo de contradicción, o de escándalo, o piedra de tropiezo para nadie,  refiere por un lado a aquellos que en medio de las dificultades y los sufrimientos de la vida se preguntan dónde está Dios, por qué no acude a socorrerme, y otros, a su vez, a los que les va bien en la vida temporal no les  importa la presencia de Dios, son autosuficientes, no necesitan a ningún Salvador, porque afirman: quién es este para decir que viene a salvarnos.
Cristo viene a mostrarnos que la voluntad del Padre es la de Él y que a todo aquel que lo reciba en su corazón y que esté dispuesto a nacer de nuevo realmente tiene las puertas abiertas.
Lo dice el mismo Jesús cuando al referirse a Juan el Bautista afirma que no hay hombre mayor nacido de mujer que Juan, aunque el menor en el Reino de los Cielos es mayor que Juan, queriendo enseñar que el menor en el Reino de los Cielos es aquel que descubriendo a Jesús lo acoge en su corazón y decide seguirlo a lo largo de su vida.
O sea, quien ha recibido al Salvador y quiere la salvación por Él traída, encontrará también la gloria que se le ha prometido.
Mientras esperamos la salvación traída por el Señor, es necesario tener paciencia, destaca el apóstol Santiago (5, 7-10), así como el labrador espera los frutos de su siembra, también hemos de esperar los frutos de nuestra siembra interior o sea nuestra conversión y deseo de vivir más y más con Dios Nuestro Señor,  perseverando en el bien en nuestra relación con Dios y con nuestros hermanos, y así alcanzar  ciertamente  lo que Dios nos promete.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo III de Adviento, Ciclo “A”. 11 de diciembre de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com

 

9 de diciembre de 2022

Mirando a la llena de gracia desde su concepción, no desfallezcamos, porque Ella aplastará la cabeza de la antigua serpiente llamada diablo.

 

En el marco del tiempo litúrgico de Adviento, la Iglesia celebra hoy la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, madre de Jesús y madre nuestra.
Como toda persona humana, María  hubiera debido nacer con la mácula del pecado original, pero en atención a su misión futura de Madre del Salvador, fue concebida en el seno de su madre limpia del pecado original, o sea, fue concebida en gracia, por lo que es llamada por el arcángel san Gabriel, la llena de gracia, la favorecida por Dios con los dones sobrenaturales necesarios para su papel maternal.

Para entender más precisamente este misterio podemos tomar el texto de san Pablo a los Efesios (1, 3-6.11-12) proclamado hoy.
El apóstol, bajo inspiración divina, bendice a Dios Padre porque en Cristo nos bendijo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, “y nos ha elegido en Él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor”.
Y continúa el apóstol  afirmando que “Él nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, que nos dio en su Hijo muy querido”.
Este hermoso designio divino sobre la humanidad toda queda herido en el principio, a causa del pecado de los orígenes, cuando el ser humano tentado por el demonio pretende ser como Dios o por lo menos no estar sujeto a su supremacía.
La tentación diabólica pretende hacer pasar a Dios como mentiroso, prometiendo a Adán y Eva que no morirían aunque desobedezcan el mandato divino, de modo que la posibilidad de poder decidir qué es malo y qué es bueno resulta ser un fruto apetecible a la libertad.
Es precisamente Eva la que cae primera en la  sugestión diabólica, arrastrando después a su marido Adán, y ambos defeccionan de la perfección presente en su libertad creada  cayendo en el pecado.
La pérdida de la gracia significada en la desnudez, señala a Adán y Eva, como incapaces de dialogar con Dios y vivir en santidad, introduciendo la muerte para ellos y descendientes (Gn. 3, 9-15.20).
Pero Dios, que no se arrepiente de su designio  sobre la humanidad, esto es, el habernos elegido antes de la creación del mundo, busca salvarnos, como observa san Pablo, por medio del nuevo Adán, Cristo, el cual con su obediencia y humillación nos redime por medio de la Cruz salvadora.
A su vez, Dios elige a la nueva Eva, María Santísima, para que fuera Madre del Salvador, por lo que la crea plena de gracia, constituyendo así una morada santa para la encarnación del Hijo divino, y pudiera así restablecerse el plan  salvífico de Dios sobre la humanidad toda.
Por el consentimiento de María  por el que se declara servidora del Señor, es recreada la naturaleza humana por el nacimiento en carne del Hijo de Dios, transformándonos nosotros en hijos adoptivos del Padre por el sacramento del bautismo (Lc. 1, 26-38).
Gracias a esto, “hemos sido constituidos herederos, y destinados de antemano –según el previo designio del que realiza todas las cosas conforme a su voluntad- a ser aquellos que han puesto su esperanza en Cristo, para alabanza de su gloria”.
De allí, que en este tiempo de Adviento crezcamos con la certeza  que el Mesías esperado y prometido, renovará la creación entera otorgándonos la posibilidad de poder vivir santamente en la presencia de Dios, si acogemos su Palabra y convertidos de nuestros pecados,  obramos el bien durante nuestra vida terrenal.
A su vez, la santidad de María permite  tener siempre ante nosotros un modelo de vida que no es imposible de alcanzar con la gracia divina,  haciendo realidad la promesa de alcanzar la vida eterna junto  al Padre, a su Hijo y con  los elegidos, en unión con el amor del Espíritu Santo.
Consciente de su misión como nueva Eva, María nos enseña con su respuesta y disponibilidad al plan de Dios, que también nosotros hemos de hacer nuestro el previo designio de Dios sobre cada uno.
Aunque heridos por el pecado original y soportando sus consecuencias, cada uno de nosotros cuenta con inmensos dones espirituales  para caminar por este mundo haciendo el bien, buscando siempre la voluntad divina.
Es cierto, que no obstante todo este designio de santidad al que estamos llamados, muchos prefieren reeditar el pecado original en sus vidas, rebelándose ante tanto bien recibido y queriendo prescindir de la presencia divina en sus vidas, haciendo un mal uso de su libertad creada para el bien, pero utilizada por ellos para el mal, haciéndose cada uno  responsable de sus opciones.
Cuando esto acontece se cumple de ese modo aquella afirmación de san Agustín “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”.
Queridos hermanos: mirando a la llena de gracia desde su concepción, no desfallezcamos en medio de las sombras que nos rodean no pocas veces, ya que tenemos la certeza que Ella aplastará la cabeza de la antigua serpiente llamada diablo.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María Santísima. 08 de diciembre de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



5 de diciembre de 2022

En las ocupaciones cotidianas vayamos presurosos al encuentro de Cristo, convertidos y deseosos de un nuevo nacimiento.

Para entender el oráculo de Isaías que hemos escuchado (11, 1-10), es necesario examinar el cuadro histórico en el cual se enmarca.
Nos ubicamos a fines del siglo VIII antes de Cristo y, los asirios se han apoderado de regiones del norte de Israel, estableciendo provincias paganas, por lo que el pueblo elegido sufre el dominio de estos opresores habiéndose perdido el derecho, la justicia y la paz.
De alguna manera son tratados como esclavos por los enemigos que imperan en el lugar, por lo  que el profeta, a pesar incluso de las infidelidades del pueblo elegido, anuncia de parte de Dios la presencia de un retoño que brotará del tronco de Jesé, sobre el cual reposará el espíritu del Señor, “espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor, y lo inspirará el temor del Señor””
Este retoño o rey  devolverá el derecho, la justicia y la paz, por lo que juzgará no según las apariencias sino haciendo justicia a los débiles, decidirá con rectitud para los pobres, aniquilará a los malvados, establecerá la paz significada por la armonía que existirá en la creación donde incluso hasta los animales mismos juegan entre sí y un niño mete la mano en el nido de la víbora sin que nada le pase.
Con esta descripción el profeta está anunciando al niño que nacerá en Belén, al Hijo de Dios hecho hombre, que trae consigo la paz, la justicia y el derecho, la reconciliación entre los hombres, todo lo que signifique para el ser humano que pueda vivir como hijo de Dios.
Pero todas estas promesas, estos anuncios, pueden hacernos preguntar: ¿Dónde está el cumplimiento de un orden social justo? Observamos que el mundo sigue igual, estamos llenos de injusticia, corrupción, explotación de los pequeños por los poderosos, proliferan grandes negociados, clases dominantes que se enriquecen, poderes internacionales que someten a las naciones como acontece con nosotros, desequilibrios de todo tipo.
La respuesta nada tiene que ver con Dios, porque su respuesta es eficaz y eficiente, sino que el hecho de que esto no se logre es por culpa del ser humano que caído en el pecado de los orígenes y a pesar de haber sido salvado por la cruz de Cristo, sigue encerrado en su egoísmo, en sus cosas, en la búsqueda del placer por el placer mismo, la despreocupación por las cosas de Dios cuya ausencia es palpable en no pocas personas que viven en el pecado y, ya a muchos no les preocupa esta situación como para cambiar de vida.
Por eso, la iglesia como en otro tiempo Juan Bautista, gritará en el desierto “conviértanse porque el Reino de los Cielos está cerca”, Cristo está presente en medio de nosotros. (Mt. 3, 1-12)
La iglesia repitiendo todos los años en este tiempo de adviento el pedido de  conversión, espera que dejemos de estar distraídos en otras cosas y mirando interiormente nuestro corazón, decidamos  cambiar y transformarnos, porque si esto no se logra tampoco cambiará nada en el mundo.
La presencia de Dios está, pero Él no actúa por arte de magia, sino que convoca a todos los que fuimos hechos hijos del Padre por el bautismo, a decidirnos abandonar el pecado por la conversión.
Por eso la disposición para la segunda venida de Cristo, como la preparación para actualizar la primera, tiene que ser la de una actitud de conversión.
Juan el Bautista es muy duro cuando habla a los saduceos y los fariseos que buscan el bautismo de Juan para hacerse ver, pero no están convertidos,  por eso les dice raza de víboras, porque  creen que porque son hijos de Abraham van a obtener la salvación, lo cual no es suficiente sin la conversión personal.
Juan el Bautista podría decirnos también que si pensamos que por ser católicos, porque somos de este movimiento o de tal otro, o de una comunidad creyente ya tenemos la salvación asegurada, estamos equivocados ya que es necesaria la conversión.
¿Qué significa conversión? Significa metanoia, cambio de mentalidad, que mira en primer lugar a cada uno, porque no pocas veces estamos mirando siempre hacia fuera, juzgando y esperando que se corrijan los otros, ya los políticos, ya los economistas, ya los sindicalistas, ya los curas, que por cierto tienen que convertirse también, pero tenemos que comenzar por nosotros mismos.
¿En qué tengo que convertirme y en qué tengo que cambiar de mentalidad? Se trata  de dar lugar en nuestro corazón a Cristo y a su mensaje y vivir una vida nueva.
Tenemos un ejemplo en la persona de Juan el Bautista que vive sencillamente, lleva una vida austera, que no está pensando en darse todos los gustos aunque sean lícitos, mientras nosotros, si pudiéramos, queremos llevar el tren de vida de los ricos y famosos.
De allí la necesidad  de asumir una transformación personal cambiando la forma de pensar y vivir para asumir el ejemplo y las enseñanzas del Señor, porque el hacha ya está en la raíz del árbol que no de fruto y sólo sirve para el fuego.
Juan el Bautista está diciendo que el tiempo apremia porque el Salvador ya está entre nosotros y no podemos  esperar que llegue la Navidad para ser hombres nuevos, y que Cristo nos sorprenda igual.
¿Cuánta gente celebrará Navidad de veras? Pensemos que para muchos es una celebración  pagana más que el nacimiento de Cristo, y actualizarán –aún sin saberlo-   el nacimiento del  sol invicto, fiesta que la Iglesia Católica toma después para hablar del verdadero Sol de Justicia que es Cristo Nuestro Señor, pero que para muchos seguirá siendo una fiesta pagana más.
Por eso la importancia de meternos en el pensamiento del Señor que nos habla, en  este caso a través de Juan el Bautista,  que nos apremia a la imitación de Cristo y tener los mismos sentimientos suyos.
Recuerda San Pablo (Rom. 15, 4-9) que a ejemplo de Cristo tenemos que tener buenos sentimientos unos para con otros, debemos aceptarnos unos a otros, como en la comunidad romana judíos y paganos convertidos, para trabajar juntos  por la causa del reino, sin hacer acepción alguna, porque en la medida en que tengamos siempre presente que conduce Cristo y, que Él está en la vida de nuestro pensamiento y de nuestros deseos, la vida se transforma totalmente, por eso es virtuoso  dejar de lado nuestras pequeñeces, nuestras miserabilidades, para aspirar a la grandeza de corazón.
Queridos hermanos, en la oración primera de esta misa pedíamos que las ocupaciones cotidianas no nos impidan ir presurosos al encuentro de Cristo, con ese deseo de convertirnos y comenzar una existencia nueva en medio de las vicisitudes de este mundo.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo II de Adviento, Ciclo “A”. 04 de diciembre de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com