Podemos encontrar el eje de las enseñanzas de este domingo en lo que el salmo 41 proclama: “Mi alma tiene sed de Dios, cuándo llegaré a ver su rostro”. En efecto, el hombre camina en este mundo sediento siempre de plenitud y buscando al mismo tiempo cómo calmar esa sed tan profunda.
No es la sed del agua natural que fluye de la tierra, aunque esta también es necesaria cuando nuestro cuerpo sediento clama por ella, sino sed de vida eterna.