26 de abril de 2022

Cristo quiere estar con nosotros, pero así como nos beneficiamos con su misericordia, sepamos también ser misericordiosos con los demás.

 Acabamos de escuchar en el evangelio (Jn.20, 19-31): “¡Felices los que creen sin haber visto!”, palabras que están dirigidas a nosotros que creímos en la resurrección por el testimonio de los apóstoles.
El domingo pasado reflexionando sobre el texto del Evangelio contemplamos cómo Juan y Pedro creyeron después de “ver” la ausencia del cuerpo de Cristo, mientras nosotros creemos que Jesús resucitó por el testimonio de los apóstoles que se mantiene a lo largo de la historia de la iglesia la cual custodia esta gran verdad.
Aquél que estaba muerto resucitó, aquél que es principio y fin, principio de todas las cosas y meta última de todo lo creado ha resucitado de entre los muertos.
El Señor resucitado que está vivo, permanece con nosotros hasta el fin de los tiempos, no abandona a su iglesia, a ninguno de nosotros.
Hoy la liturgia  presenta un sacramento que manifiesta que el Señor está con nosotros, se trata de la institución del sacramento de la confesión o reconciliación, asegurando para siempre el perdón de los pecados por los que había muerto en la cruz Jesús mismo.
Lo que  Jesús había otorgado a Pedro solo, es decir, el poder de atar y desatar en el cielo lo que fuera atado o desatado en la tierra, lo otorga a todos los apóstoles, ante quienes se presenta.
Lo hace entregando a los apóstoles el Espíritu Santo, asegurando mantener en la vida eterna lo que se otorgue o no en la tierra.
El Señor por este sacramento entrega para siempre a su Iglesia el poder de prolongar los frutos de su muerte y resurrección.
Atenta a la grandeza de este sacramento, la Iglesia instituyó para este día la fiesta de la divina misericordia, el misterio del perdón.
Digo misterio, porque para nosotros resulta incomprensible contemplar la bondad divina manifestada en la misericordia.
Y esto es así porque  nos cuesta ser misericordiosos, por lo que resulta difícil pensar que Dios es misericordioso permanentemente,  cada día, a  cada instante, hasta el fin de los tiempos.
La misericordia de Dios se manifiesta a través de su Hijo hecho hombre, Jesucristo, muerto y resucitado, prolongando en el tiempo lo que nos fue concedido amorosamente en el monte calvario.

En el bautismo morimos y resucitamos, en el sacramento de la penitencia morimos al pecado que confesamos y, resucitamos a la vida nueva de la gracia, por medio del arrepentimiento y el perdón.
San Ambrosio decía que el agua es la que purifica, el agua del bautismo y el agua de las lágrimas en la confesión.
Si se derrama tanto en uno como en el otro sacramento la infinita misericordia del Señor, deberíamos con profunda fe, meditar a menudo sobre esto, llorando postrados de alegría y, agradeciendo a Dios por todo lo que concede a cada hijo suyo.
¡Cuántas veces el corazón del hombre se obstina en el pecado, se endurece tanto, que no pocas veces el pecador alardea del pecado!
¡Cuántas veces ante las advertencias de la conciencia hacemos caso omiso  a su juicio acusador y seguimos anclados en el mal!
A pesar de ello, la misericordia es siempre ofrecida en abundancia, por eso es muy importante crecer en el amor a Jesús misericordioso.   Hemos de dejarnos conmover por tanto bien espiritual ofrecido, y escuchando las manifestaciones de santa Faustina, presentar ante el Señor nuestras miserias y pecados, para que Él nos purifique y sane de tantos males cometidos por el desamor.
Reconocer ante el Señor tantas  bajezas, presentar ante el Salvador   todo aquello que avergüenza y, suplicar ser purificados y transformados por la bondad divina por medio de la gracia concedida.
Dios está siempre dispuesto a perdonar, pero espera de nosotros una respuesta: “¡Señor mío y Dios mío!”, creer firmemente que Él ha resucitado y está vivo, creer que hace maravillas en el interior de cada uno de nosotros si abrimos nuestro corazón para que el actúe, si dejamos que nuestro corazón de piedra se convierta en un corazón de carne por su misericordia.
Cristo quiere estar con nosotros, pero así como  nos beneficiamos con su misericordia, sepamos también ser misericordiosos con los demás.
¡Felices los misericordiosos!, rezamos en las bienaventuranzas, porque obtendrán misericordia, y así conocemos  por la revelación divina, que  cuanto más misericordiosos seamos con los demás, mayor misericordia obtendremos de parte de Dios, que busca salvarnos.
El Señor tendrá en cuenta nuestra actitud para premiar si rezamos no solamente por nosotros pecadores, sino por los de este mundo, por quienes se niegan a creer en Jesús o no desean dejar una vida de maldad o prefieren seguir su propio camino lejos del Señor.
Pidamos la gracia de estar siempre abiertos a recibir la misericordia del Señor y a  comunicarla, porque no pocas veces hemos de ayudar a personas que están desesperadas, o piensan que Dios no las perdonará.
Es importante no  desesperar de la conversión de alguien, nunca hemos de pensar que  alguna persona no obtendrá el perdón y la misericordia por parte del Señor Jesús, porque Él está con nosotros hasta el fin de los tiempos, no solamente en el sacramento de la Eucaristía donde se da como alimento, sino también en los demás sacramentos, especialmente  en el sacramento de la reconciliación.
Recordemos lo que habíamos meditado en el tiempo de cuaresma respecto a dejarnos reconciliar por y con Dios, para que transformados interiormente podamos a su vez, ser instrumentos de reconciliación en medio de la Iglesia, aumentando así el número de los que buscan al Señor para ser liberados de sus pecados.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el II° domingo de Pascua.  24 de Abril de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com









20 de abril de 2022

Vayamos a buscar a Jesús como Pedro y Juan y, también como ellos, viendo la ausencia del cuerpo del Señor crezcamos en la fe.

La resurrección de Jesús  consagra el día domingo como el primero de la semana y  anuncia anticipadamente nuestra propia resurrección al fin de los tiempos, ya que como expresa san Pablo, la muerte ha sido vencida. Cristo está vivo,  glorificado  permanece junto al Padre, pero esto no impide que siga presente con nosotros en la Iglesia de muchas formas, en la oración, en los sacramentos.
Pero principalmente a través del Sacramento de la Eucaristía ha querido quedarse con nosotros hasta el fin de los tiempos bajo las especies eucarísticas de pan y vino.
El texto del Evangelio (Jn. 20, 1-9) afirma que los discípulos fueron al sepulcro y comprobaron que estaba vacío. Vieron y creyeron. ¿Qué es lo que vieron? la ausencia del cuerpo de Jesús, cayendo  en la cuenta, aunque todavía no totalmente con claridad, que Jesús había resucitado, que había vencido la muerte, estaba vivo.
De hecho, antes de ascender al cielo, Jesús se aparece muchas veces a sus discípulos manifestando su estado de resucitado, para que  convencidos de su resurrección  pudieran ir al encuentro del mundo de aquella época, dando testimonio de Jesús resucitado.
En la primera lectura tomada del libro de los Hechos de los apóstoles (10, 34,37-43), Pedro va recorriendo la presencia del Señor en este mundo y habla obviamente de lo que es el kerigma de la predicación, del núcleo de la predicación evangélica que es la muerte y la resurrección del Señor.
Tan cierto es que Cristo ha resucitado que  los discípulos se dirigen al encuentro de las culturas de aquella época confiadamente, manifestando la verdad plena de la resurrección del Señor.
La fe en Cristo resucitado sin duda alguna supone una transformación muy grande para el hombre redimido, ya que cada uno de nosotros ha sido sepultado y resucitado a través del bautismo, según escuchábamos anoche al apóstol San Pablo.
Hoy escribiendo a los cristianos de Colosas (3,1-4), San Pablo afirma que ya que hemos resucitado en Cristo, contemplemos los bienes celestiales que constituyen la meta de cada redimido.
¿Qué significa contemplar las cosas celestiales? no quedarse arrobados, mirando como los apóstoles el día de la Ascensión, a Cristo  que asciende al cielo, sino que han de dirigirse a Galilea y comenzar con la misión de dar testimonio del resucitado.
Contemplar las cosas de lo alto significa caer en la cuenta que ya anticipadamente nuestra resurrección está anunciada por la resurrección de Cristo y que hemos sido renovados interiormente, siendo nuevas criaturas y, como tales hemos de vivir contemplando lo de la tierra a la luz  de lo que pertenece a la vida eterna.
Necesitamos, pues, la certeza de la fe en el resucitado para elevarnos en esta vida y darnos cuenta que no se termina todo en el mundo material, en las cosas de cada día, sino que hemos de aspirar a la contemplación de Dios en la vida eterna porque esa es la meta de nuestra existencia.
¡Qué hermoso es poder vivir cada día haciendo lo cotidiano, pero al mismo tiempo con nuestra mirada puesta en el último fin de la existencia humana,  cuando algún día nos encontremos con el Señor resucitado, otorgando esto nuevo sentido  a nuestra vida!
Hoy en día mucha gente no le ve sentido a su vida, no sabe para qué vive, para qué ha nacido, desconoce que la existencia humana es en el tiempo un peregrinar por este mundo, orientados al cielo.
¡Cuántos peregrinan en este mundo y llegan al final y sólo se encuentran con la nada, porque no creen!
Para quienes creemos, Cristo resucitado nos está diciendo algo totalmente distinto, vengan a mi encuentro, quédense conmigo, contemplen que estoy vivo y resucitado, y vivan ahora como resucitados una vida de santidad anticipo de la gloria.
Es cierto que tenemos las limitaciones de los pecados, pero el Señor no nos abandona en este caminar diario, para que podamos progresar por el camino de la santidad.
Queridos hermanos: vayamos a buscar a Jesús como los discípulos Pedro y Juan y, también como ellos viendo la ausencia del cuerpo del Señor podamos aumentar nuestra fe en que Él está vivo y que toda nuestra vida, nuestra existencia, ha sido transformada.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura  Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el  Domingo de Resurrección. Ciclo “C”. 17 de abril de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com





19 de abril de 2022

Algunas indicaciones de Mons. Sergio Alfredo Fenoy, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz sobre la adoración eucarística en nuestras comunidades..

 “Nos hace bien estar en adoración ante la Eucaristía
para contemplar la fragilidad de Dios”
(Papa Francisco)
Queridos hermanos:
La Iglesia ha guardado siempre, religiosamente, a la Eucaristía como el tesoro más precioso porque vive de Ella. Su celebración es el centro de toda la vida cristiana. Siendo el sacramento por excelencia del misterio pascual es centro no sólo de la Iglesia universal, sino de cada comunidad local. Por eso, todo en la Iglesia se ordena a Ella, porque en Ella está contenido su bien espiritual que es el mismo Cristo, Pan de Vida.
La Eucaristía confiere al pueblo cristiano una dignidad incomparable. Porque mientras se ofrece el sacrificio, se realiza el sacramento y la Eucaristía es conservada en las iglesias y oratorios, Cristo es verdaderamente el Emmanuel, «Dios con nosotros». Porque día y noche está en medio de nosotros.
Por eso, el culto que se da a la Eucaristía fuera de la Misa es de un valor inestimable en la vida de la Iglesia y está estrechamente unido a la celebración del Sacrificio eucarístico. La presencia de Cristo bajo las sagradas especies que se conservan después de la Misa, deriva de la celebración del Sacrificio y tiende a la comunión sacramental y espiritual. El fin primero y originario de reservar la Eucaristía fuera de la Misa es la administración del viático. La distribución de la comunión y la adoración son fines secundarios.
Los libros litúrgicos señalan que esa reserva se hace en el sagrario, que habitualmente en cada iglesia debe ser único, destacado, convenientemente adornado y apropiado para la oración: “el Santísimo Sacramento, enseña San Pablo VI, ha de estar reservado con el máximo honor en el sitio más noble de las iglesias, conforme a las leyes litúrgicas”. Para alcanzar con más facilidad el fin de la adoración en privado, se propone la preparación de una capilla separada de la nave central, sobre todo en las iglesias que sean muy visitadas. Generalmente la llamamos “Capilla del sagrario o del Santísimo Sacramento”. Por último la “adoración eucarística perpetua o prolongada por mucho tiempo” aparece ligada a las comunidades religiosas y otras pías asociaciones, que según sus constituciones o normas, se dedican a ella. Estrictamente se entiende por “adoración eucarística perpetua” la adoración sin interrupciones durante las 24 horas.
Con el paso del tiempo la adoración eucarística se afianzó también en las parroquias y otras comunidades de fieles, donde ya era común la práctica de la “visita al Santísimo Sacramento”. Los últimos Pontífices la han recomendado vivamente. Así San Juan Pablo II, por citar sólo uno de sus textos, en la Carta Apostólica Mane nobiscum Domine, para el año de la Eucaristía, dice: “Aunque el fruto de este Año fuera solamente avivar en todas las comunidades cristianas la celebración de la Misa dominical e incrementar la adoración eucarística fuera de la Misa, este Año de gracia habría conseguido un resultado significativo”. Y el Papa Benedicto XVI, en su Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum caritatis n.67, dice:“…recomiendo ardientemente a los Pastores de la Iglesia y al Pueblo de Dios la práctica de la adoración eucarística, tanto personal como comunitaria. A este respecto, será de gran ayuda una catequesis adecuada en la que se explique a los fieles la importancia de este acto de culto que permite vivir más profundamente y con mayor fruto la celebración litúrgica. Además, cuando sea posible, sobre todo en los lugares más poblados, será conveniente indicar las iglesias u oratorios que se pueden dedicar a la adoración perpetua. Recomiendo también que en la formación catequética, sobre todo en el ciclo de preparación para la Primera Comunión, se inicie a los niños en el significado y belleza de estar con Jesús, fomentando el asombro por su presencia en la Eucaristía”.
Por último el Papa Francisco en su Exhortación Apostólica Evangelii gaudium n.262, nos enseña: “Evangelizadores con Espíritu quiere decir evangelizadores que oran y trabajan. Desde el punto de vista de la evangelización, no sirven ni las propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misionero, ni los discursos y praxis sociales o pastorales sin una espiritualidad que transforme el corazón. Esas propuestas parciales y desintegradoras sólo llegan a grupos reducidos y no tienen fuerza de amplia penetración, porque mutilan el Evangelio. Siempre hace falta cultivar un espacio interior que otorgue sentido cristiano al compromiso y a la actividad. Sin momentos detenidos de adoración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo sincero con el Señor, las tareas fácilmente se vacían de sentido, nos debilitamos por el cansancio y las dificultades, y el fervor se apaga. La Iglesia necesita imperiosamente el pulmón de la oración, y me alegra enormemente que se multipliquen en todas las instituciones eclesiales los grupos de oración, de intercesión, de lectura orante de la Palabra, las adoraciones perpetuas de la Eucaristía”.
Teniendo en cuenta, entonces, que en estos años se han abierto en nuestra Arquidiócesis varias capillas de adoración eucarística, considero conveniente, como moderador, promotor y custodio (Cfr. c. 835 § 1) de toda la vida litúrgica en esta Iglesia particular, ofrecerles las siguientes indicaciones a fin de que sean observadas tanto en las comunidades donde los fieles realizan ya la adoración eucarística como en aquellas otras que desearían hacerlo. Están dirigidas especialmente a los Sres. Curas Párrocos quienes, bajo la autoridad del Obispo diocesano, son moderadores a su vez, de la sagrada liturgia en sus comunidades (c. 928 § 2). Y, en la medida en que sea conveniente, a los Capellanes y a los Consejos parroquiales de Pastoral. Dichas indicaciones son: 1.- La Iglesia recomienda vivamente la devoción tanto privada como pública de la santísima Eucaristía, fuera de la Misa, según las normas establecidas por la autoridad legítima (Ritual, n.135).
2.- Los fieles, al adorar a Cristo presente en el sacramento, deben recordar que tal presencia deriva del Sacrificio y que tiende a la Comunión sacramental y espiritual (Ritual, n. 136). La presencia eucarística de Cristo, es fruto de la consagración y debe aparecer como tal (Ritual, n.6). La celebración del misterio eucarístico comprende de modo más perfecto aquella comunión interna a la que la exposición se propone llevar a los fieles (Ritual, no. 139). La adoración eucarística no es sino la continuación obvia de la celebración eucarística, la cual es en sí misma el acto más grande de adoración de la Iglesia.
3.- Durante la exposición del santísimo Sacramento, está prohibida la celebración de la Misa en el mismo recinto de la iglesia u oratorio, a menos que la Misa se celebre en una capilla separada del recinto de la exposición y que por lo menos algunos fieles permanezcan en adoración (Ritual, n. 139).
4.- Los pastores deben procurar que, a no ser por una razón grave, las iglesias donde se reserva la santísima Eucaristía estén abiertas todos los días, por lo menos durante varias horas, en lo más oportuno del día, para que los fieles puedan fácilmente orar ante el santísimo Sacramento (Ritual n. 8).
5.- “Es aconsejable que en esas mismas iglesias y oratorios se haga todos los años exposición solemne del santísimo Sacramento, que dure un tiempo adecuado, aunque no sea continuo, de manera que la comunidad local medite más profundamente sobre el misterio eucarístico y lo adore; sin embargo, esa exposición se hará sólo si se prevé una concurrencia proporcionada de fieles, y observando las normas establecidas” (c. 942).
6.- No puede habilitarse una nueva Capilla de adoración eucarística sin la expresa autorización por escrito, del Arzobispo. Para ello, se entrevistará previamente con el Cura Párroco o Capellán y, si fuera el caso, con el Consejo parroquial de pastoral. Si el pedido lleva consigo la construcción de una nueva capilla o la adaptación de alguna estructura existente (especialmente cuando la comunidad ha madurado en el camino de la adoración y la misma ocupa un considerable período de tiempo), el Arzobispo requerirá la aprobación del proyecto por el área de edificaciones eclesiásticas de la JALMAS. Esta nueva capilla no debe estar en el mismo recinto de la iglesia parroquial donde se celebran habitualmente la Santa Misa, los otros sacramentos, las Exequias, etc. Este nuevo espacio sagrado debe contemplar la posibilidad de que puedan reunirse varios fieles para realizar la adoración con una celebración comunitaria (por ejemplo, Hora santa del primer jueves o primer viernes, oración con los chicos de catequesis, celebración de alguna de las Horas de la Liturgia de las Horas, etc.), que ayudará a valorar aún más la dimensión comunitaria de la adoración, que no tiene que ser siempre individual o en silencio.
7.-Aunque la capilla lleve el nombre de adoración “perpetua”, esto no significa que no pueda o deba -a veces- interrumpirse por una justa causa. El párroco o el capellán serán los responsables de indicar esa suspensión por el tiempo que crean necesario. A ellos les corresponde discernir las distintas situaciones en las que su comunidad se pueda encontrar, por ejemplo algunas celebraciones donde es importante la participación de toda la comunidad, como una fiesta patronal, o las mismas celebraciones del año litúrgico (Triduo Pascua, Navidad, Pentecostés, etc.). En efecto, cada lugar debe tener su propio ritmo de adoración, que podrá ir creciendo en calidad y número de adoradores, en la medida en que se difunda correctamente, con una catequesis adecuada a la enseñanza de la Iglesia sobre la Eucaristía y se organice con prudencia y sentido común, recordando que los fieles honran a Cristo Señor en el sacramento, según las posibilidades de su propia vida (cfr. Ritual n. 136). Creo importante subrayar que los momentos de adoración son todos igualmente valiosos y fecundos, por lo tanto no hay que poner el acento en la duración (que puede ser un par de horas a la semana, o todos los días, o unos pocos días y noches, o las 24 horas) ni en el horario que se elija (cada adorador debería elegir libremente aquel que su deber de estado le permita). Los párrocos pueden designar un coordinador o un equipo de adoradores, que lo ayuden a organizar mejor la adoración, pero siempre bajo su autoridad y responsabilidad. El Santísimo Sacramento expuesto solemnemente no deberá quedar nunca solo, por eso es importante organizar la distribución horaria, de acuerdo a lo que razonablemente determine el párroco en diálogo con el equipo.
8.- La exposición de la santísima Eucaristía, tanto si se hace con el copón, como si se hace con la custodia, debe realizarse dignamente y con la debida reverencia. El culto eucarístico reclama sobriedad y sencillez. Hay que evitar cuidadosamente “lo que de algún modo pueda oscurecer el deseo de Cristo quien instituyó la santísima Eucaristía, principalmente para ofrecerse a nosotros como manjar, medicina y consuelo” (Ritual, n. 138). Es importante ser muy cuidadosos a la hora de añadir al culto eucarístico elementos subjetivos, dictados por el propio gusto, o adornos superfluos, que no condicen con la centralidad austera de la Eucaristía y que pueden llevar a distraer la atención: “La Eucaristía está ante nosotros para recordarnos quién es Dios. No lo hace con palabras, sino de forma concreta, mostrándonos a Dios como Pan partido, como Amor crucificado y entregado. Podemos añadir mucha ceremonia, pero el Señor permanece allí, en la sencillez de un Pan que se deja partir, distribuir y comer. Está ahí para salvarnos. Para salvarnos, se hace siervo; para darnos vida, muere… Es delante del Crucificado que experimentamos una benéfica lucha interior, un áspero conflicto entre el “pensar como piensa Dios” y el “pensar como piensan los hombres”. Por un lado, está la lógica de Dios, que es la del amor humilde. El camino de Dios rehúye cualquier imposición, ostentación y de todo triunfalismo, está siempre dirigido al bien del otro, hasta el sacrificio de sí mismo. Por otro lado, está el “pensar como piensan los hombres”, que es la lógica del mundo, de la mundanidad, apegada al honor y a los privilegios, encaminada al prestigio y al éxito.
Aquí lo que cuenta es la consideración y la fuerza, lo que atrae la atención de la mayoría y sabe hacerse valer ante los demás” (Papa Francisco).
9.- Los pastores de almas deben cuidar con particular esmero que no se desvirtúe en los fieles que les han sido encomendados, la rectitud de intención con la cual se acercan a la adoración eucarística. Es natural que en los adoradores vaya creciendo el gozo, el consuelo y la piedad, conjuntamente con tiempos de aridez, desolación y verdadero desierto en la fe. El auténtico fruto espiritual de los momentos de adoración es el de buscar la voluntad de Dios para hacerse disponible a ella, como dócil discípulo. El Señor obra misteriosamente -para Él no hay nada imposible-. Siempre Él responde a quien le suplica confiadamente (cfr. Lc. 11, 9-10). Pero esto no significa que debamos prometer o esperar -como una especie de “recompensa” por nuestro tiempo de adoración- alguna gracia especial (“El Señor no realiza milagros con acciones espectaculares, no tiene la varita mágica”, suele decir el Papa Francisco) que a veces podemos instintivamente desear en momentos de angustia, enfermedad, injusticias, etc. Es importante purificar nuestra religiosidad de todo sentimiento mágico ante la Eucaristía (por ejemplo: “voy a la adoración y se me va a realizar lo que pido”; “si la hago en determinado turno, el Señor me recompensará más”). Pueden ayudarnos, en este sentido, estas palabras del Papa Francisco: “Dios se hace pequeño como un pedazo de pan y justamente por eso es necesario un corazón grande para poder reconocerlo, adorarlo, acogerlo. La presencia de Dios es tan humilde, escondida, en ocasiones invisible, que para ser reconocida necesita de un corazón preparado, despierto y acogedor. En cambio, si nuestro corazón, en lugar de ser una habitación amplia, se parece a un depósito donde conservamos con añoranza las cosas pasadas; si se asemeja a un desván donde hemos dejado desde hace tiempo nuestro entusiasmo y nuestros sueños; si se parece a una sala angosta, a una sala oscura porque vivimos sólo de nosotros mismos, de nuestros problemas y de nuestras amarguras, entonces será imposible reconocer esta silenciosa y humilde presencia de Dios. Se necesita ensanchar el corazón. Se precisa salir de la pequeña habitación de nuestro yo y entrar en el gran espacio del estupor y la adoración. Y esto nos hace mucha falta. Esto nos falta en muchos movimientos que nosotros hacemos para encontrarnos, reunirnos, pensar juntos la pastoral… Pero si nos falta esto, si falta el estupor y la adoración, no hay camino que nos lleve al Señor. Tampoco habrá sínodo, nada. Esta es la actitud ante la Eucaristía” (Homilía del 6 de junio de 2021).
10.- Si la adoración eucarística en nuestras comunidades se vive y experimenta de acuerdo a la doctrina espiritual de la Iglesia, se convertirá en un antídoto contra “la tentación de una espiritualidad oculta e individualista, que poco tiene que ver con las exigencias de la caridad y con la lógica de la Encarnación” (S. Juan Pablo II, Novo Millennio Ineunte n° 52), y los fieles evitarán “…el riesgo de que algunos momentos de oración se conviertan en excusa para no entregar la vida en la misión, porque la privatización del estilo de vida puede llevar a los cristianos a refugiarse en alguna falsa espiritualidad” (Papa Francisco, Evangelii Gaudium n° 262). “Podemos incluso creer, dice José Luis Martín Descalzo en una de sus Razones, que amamos a Dios cuando le “usamos” simplemente. No le amamos a él, sino al fruto que de él esperamos. Convertimos a Dios en “un ojo que me tranquiliza”, que me garantiza “mi” eternidad. Pero eso no es una verdadera religiosidad. Es, cuando más, simple narcisismo religioso”. La unión con Cristo, a la cual se ordena el mismo sacramento, ha de extenderse a toda la vida cristiana, de modo que quienes contemplen continuamente en la fe el don eucarístico, vivan su vida en acción de gracias bajo la dirección del Espíritu Santo. Siempre se ha de tener presente que el llamado a la santidad es la vocación y la tarea primordial del bautizado. Y que ésta se realiza cumpliendo cada uno con su propio deber de estado. Descuidar nuestras tareas para buscar un refugio en la adoración, podría constituir un desentendernos de este mundo, de la vida de todos los días y de nuestros hermanos, perdiendo la dimensión de una vida espiritual encarnada en la cotidianidad, con sus alegrías y tristezas, sus aciertos y dificultades.
11.- Los fieles que dedican un tiempo a la adoración eucarística deben recibir también el sustento de la Palabra de Dios, alimentándose espiritualmente con ella. Por eso, la lectura y la meditación de la palabra de Dios no pueden estar ausente durante la adoración personal o comunitaria. En el Santísimo Sacramento contemplamos y adoramos a Jesús; abriendo y leyendo detenidamente un trozo de la Santa Biblia, lo escuchamos y, en el silencio y la oración, le respondemos. En la adoración son importantes nuestras alabanzas, nuestra acción de gracias, nuestras peticiones. Algo que debe marcar dicho momento es la oración de intercesión: nuestra adoración debe ir acompañada de muchos rostros y sufrimientos ajenos: “Interceder no nos aparta de la verdadera contemplación, porque la contemplación que deja afuera a los demás es un engaño” (Papa Francisco Evangelii Gaudium 281-283).
12.- La celebración y la adoración de la Eucaristía favorece el desarrollo de las actitudes que generan una “cultura eucarística”, como la llama el Papa Francisco, porque nos impulsa a transformar, en gestos y actitudes de vida, la gracia de Cristo quien se entregó totalmente. La cultura eucarística es una forma de pensar y trabajar que se funda en el sacramento, pero que se puede percibir también más allá de la pertenencia a la Iglesia. La primera de estas actitudes es la comunión. La oración de adoración nos enseña a no separar a Cristo -cabeza- de su cuerpo: en la última cena, Jesús eligió, como signo de su entrega, el pan y el cáliz de la fraternidad. De esto se deduce que la celebración de la memoria del Señor, en la que nos alimentamos de su cuerpo y su sangre, requiere y establece la comunión con él y la comunión de los fieles entre sí. “La Eucaristía no es un sacramento «para mí», es el sacramento de muchos que forman un solo cuerpo, el santo pueblo fiel de Dios. La Eucaristía es el sacramento de la unidad. Quien la recibe se convierte necesariamente en artífice de unidad, porque nace en él, en su «ADN espiritual», la construcción de la unidad… este Pan de unidad nos sana de la ambición de estar por encima de los demás, de la voracidad de acaparar para sí mismo, de fomentar discordias y diseminar críticas; que suscite la alegría de amarnos sin rivalidad, envidias y chismorreos calumniadores” (Papa Francisco, Homilía del 18 de junio 2017)
13.- La segunda actitud es la del servicio-solidaridad. Los cristianos servimos a la causa del Evangelio entrando en los lugares de la debilidad y de la cruz para compartir y sanar. Hay muchas situaciones en la Iglesia y en la sociedad sobre las que se debe derramar el bálsamo de la misericordia con las obras espirituales y corporales: son familias con dificultades, jóvenes y adultos sin trabajo, ancianos y enfermos solos, marginados marcados por la fatiga y la violencia —y rechazados—, como también otros tipos de pobreza. En estos lugares de la humanidad herida, los cristianos debemos celebrar el memorial de la cruz y hacer vivo y presente el Evangelio del Siervo Jesús que se entregó por amor. Así, los bautizados siembran una cultura eucarística haciéndose servidores de los pobres, no en nombre de una ideología, sino del Evangelio mismo que se convierte en la regla de vida de cada persona y de las comunidades: “Y el amor hace obras grandes con lo pequeño. La Eucaristía nos los enseña: allí está Dios encerrado en un pedacito de pan. Sencillo y esencial, Pan partido y compartido, la Eucaristía que recibimos nos transmite la mentalidad de Dios. Y nos lleva a entregarnos a los demás. Es antídoto contra el “lo siento, pero no me concierne”, contra el “no tengo tiempo, no puedo, no es asunto mío”; contra el mirar desde la otra orilla” (Papa Francisco, Homilía del 23 junio de 2019)
14.- La tercera actitud es el impulso a la misión: “Es la sed de Dios la que nos lleva al altar. Si nos falta la sed, nuestras celebraciones se vuelven áridas. Entonces, incluso como Iglesia no puede ser suficiente el grupito de asiduos que se reúnen para celebrar la Eucaristía; debemos ir a la ciudad, encontrar a la gente, aprender a reconocer y a despertar la sed de Dios y el deseo del Evangelio” (Papa Francisco, Homilía del 6 de junio de 2021).
15.- Así, de la adoración se desprende una renovada imagen de la Iglesia, presentada como “No un círculo pequeño y cerrado, sino una comunidad con los brazos abiertos de par en par, acogedora con todos. La Eucaristía quiere alimentar al que está cansado y hambriento en el camino, ¡no lo olvidemos! La Iglesia de los perfectos y de los puros es una habitación en la que no hay lugar para nadie; la Iglesia de las puertas abiertas, que festeja en torno a Cristo es, en cambio, una sala grande donde todos ―todos, justos y pecadores― pueden entrar” (Papa Francisco)
Deseo de corazón que el auténtico crecimiento de la adoración eucarística en nuestra Arquidiócesis fomente necesarios procesos de renovación y conversión en nuestras comunidades, de modo que la salvación que brota de la Eucaristía se traduzca en los campos de la caridad, la solidaridad, la paz, la familia y la misión permanente. 


Los saludo con todo mi afecto.
+ SERGIO ALFREDO FENOY
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
Santa Fe de la Vera Cruz, Jueves Santo 14 de abril de 2022.-
Año del 125º Aniversario de la Creación de la Diócesis de Santa Fe


11 de abril de 2022

Jesús perdona hasta el final, por eso dirá: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”, disculpando a todos los enemigos.

 

Con este domingo de Ramos comenzamos la Semana Santa.
Seguiremos paso a paso los últimos días de Jesús entre nosotros.
Teniendo en cuenta la Pasión del Señor según san Lucas (22, 7.14—23,56) contemplamos cómo todo se va confabulando y preparando para matarlo, como tantas veces han intentado destruirlo.
Ha llegado ya su hora y Cristo sabe perfectamente lo que padecerá.
De hecho, como destaca san Pablo (Fil. 2,5-11), Él sabiendo que es el Hijo de Dios, no consideró que esta dignidad divina fuera menoscabada por la humillación o por el sufrimiento.
O sea, no se reservo la dignidad de Hijo de Dios, sino que se entregó para la salvación de la humanidad, de cada uno de nosotros.
Cristo muere en la cruz cargando sobre si los pecados de todos los hombres, de todos los tiempos, del pasado, del presente y del futuro.  
También nuestras faltas están presentes sobre la espalda del Señor y, es tan inmensa la angustia, el dolor, que lo contemplamos en el huerto de los olivos, sudando como gotas de sangre.
Como hombre dice “si es posible que pase de mí este cáliz”, pero como Dios expresa “no se haga mi voluntad sino la tuya”.
Es tan grande el sufrimiento que el texto del Evangelio señala que un ángel lo conforta, le da ánimos.
Cristo contempla cómo se duermen los discípulos, cómo Pedro lo niega tres veces, pero sin embargo, lo mira con una mirada cargada de perdón, ya que antes le había dicho que cuando él –Pedro-regresara, confirmara a sus hermanos.
Justamente la vuelta de Pedro será una vez que llore amargamente el haber negado al Señor.
Mientras tanto, Jesús  es sometido a toda clase de humillaciones, despreciado por Herodes y su corte, lo cual sirve de ocasión para que Herodes y Pilato que estaban enemistados, se unan para la maldad.
Es cierto que Pilato trata por todos los medios de salvarlo, porque veía que no había en Él culpa alguna,  pero se dejó llevar por las presiones, por el grito de la gente que pedía sea crucificado, se dejó llevar por el amor al cargo, no sea que fuera denunciado al César, y lo condena a muerte, lavándose las manos como si esta decisión no lo involucraba a él como Procurador romano, único autorizado para condenar a alguien, como para soltar a un homicida como Barrabás.
Después de ser condenado, Cristo sigue camino a la cruz, y hoy vuelve a ser crucificado, es rechazado en la persona de católicos, que por el sólo hecho de serlo, no pueden ascender en su trabajo.
Por ejemplo, hasta hace tiempo atrás, el médico que quería trabajar en lugares públicos, tenía que someterse a la tiranía del aborto, comprometiéndose a matar inocentes si quería  encontrar trabajo.
Como vemos el odio a Cristo se continúa también en nuestros días, pero nosotros hemos de seguir dando testimonio de la verdad, que pertenecemos al Señor, sabiendo que Él nos otorga la vida verdadera, ya que todos  sabemos qué pasajero es todo, vanidad de vanidades.
Solamente el amor a Cristo, el seguimiento de su persona y  vida, es lo que nos mantiene cada día más con la dignidad de hijos de Dios.
Jesús sigue perdonando hasta el final, y así dirá  “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”, disculpando a todos los enemigos.
Cristo busca la salvación de todos, y así ante la petición del ladrón  “acuérdate de mí cuando estés en tu reino” responderá “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Aprovechemos estos días para meditar los misterios de la pasión, y digámosle a Jesús también, que se acuerde de nosotros, nos fortalezca para añorar su reino, supliquemos que nos guíe y  conduzca para vivir más y más comprometidos a Él siguiendo sus pasos, para algún día encontrarnos definitivamente en la vida eterna.
En estos días entonces profundicemos en el dolor de Cristo, cómo su  sacrificio fue precisamente el de la entrega de su Cuerpo, de su vida, para la salvación del hombre. Ya no cuentan como en el Antiguo Testamento los sacrificios de  animales, sino que fue necesario que el nuevo Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo, padezca la cruz, la muerte, para resucitar y conducirnos a una vida nueva.

Padre Ricardo B. Mazza.  Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz,  Argentina. Homilía en el domingo de Ramos, ciclo “C”. 10 de abril de 2022.- http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-


4 de abril de 2022

No se acuerden de las cosas pasadas, no piensen en las cosas antiguas; Yo estoy por hacer algo nuevo, ya está germinando”

 

 
En uno de los textos bíblicos que acabamos de proclamar, hay una frase que se repite de una u otra forma y que constituye el mensaje central que se nos quiere transmitir hoy: “No se acuerden de las cosas pasadas, no piensen en las cosas antiguas; Yo estoy por hacer algo nuevo: ya está germinando, ¿no se dan cuenta?” (Is. 43, 16-21).
Este mensaje esperanzador para un pueblo exiliado en Babilonia, a quien se le recuerda la liberación de Egipto en otro tiempo, cuando quedó el tendal de perseguidores muertos en el desierto, mira también a lo que acontecerá con la venida del Salvador, cuya presencia significará un algo nuevo para cada uno, si realmente nos unimos y comprometemos con Él, tomándolo como modelo de vida.
En realidad, desde antiguo, Dios piensa y salva al pueblo elegido de sus males, por eso debe dejar atrás lo pasado, mirar hacia delante, no sólo la salvación terrenal de volver a su tierra, sino la salvación definitiva que vendrá con Jesús, o sea, la exhortación mira al futuro de los tiempos cuando lo realmente nuevo acontezca con Él.
Como siempre, los profetas miran la realidad de ese momento, pero apuntan hacia el futuro, porque toda la Sagrada Escritura en definitiva, se dirige a Jesús al hijo de Dios vivo.
En la segunda lectura (Fil. 3, 8-14) nos encontramos con el apóstol San Pablo escribiendo a los Filipenses, el cual abre su corazón y expresa lo que siente, es consciente de que fue un gran pecador, perseguidor de los cristianos y, que fue salvado por la misericordia del Señor que lo eligió como  apóstol para evangelizar a los paganos.
La experiencia del encuentro con Jesús quedó tan impresa en el corazón de Pablo que llega a decir que todo es estiércol comparado con el conocimiento de Cristo. De hecho la traducción que hemos escuchado dice todo lo veo como desventaja, pero en realidad en el texto original en griego habla de estiércol, mucho más que desventaja, mucho más que basura, como se traduce también.
De manera que es tan grande el cambio en su vida, que realmente está copado, como decimos hoy en día, por la figura de Cristo, enamorado del Salvador, deseoso de transmitir su enseñanza por lo que dice justamente  yo no alcancé todavía la meta, pero dejando atrás lo que he vivido, -otra vez dejar atrás el pasado- corro hacia delante para que a través del Misterio de Cristo muerto y resucitado, pueda encontrarse cada vez más  unido al Señor y en su nombre llevar la palabra de salvación a todos.
En el texto del Evangelio (Jn. 8, 1-11) Jesús vuelve también a dejarnos esta idea central de la liturgia de este domingo,  dejar atrás el pasado mirar hacia delante porque Él  está por hacer algo nuevo, lo cual  requiere que cada uno  le responda, ya que por sí solo no puede hacer nada nuevo si no hay una respuesta del hombre que reciba y acepte lo que se le está transmitiendo.
Veamos en el entorno de los hechos cómo los escribas y fariseos están al acecho del Señor tratando de ponerlo a prueba, por lo que  le presentan a una mujer sorprendida en adulterio.
Plantean que Moisés  había legislado que estas mujeres fueran apedreadas, por lo que esperan la respuesta de Jesús para acusarlo.
¿El Salvador será capaz de ir contra la ley de Moisés?  Interesante destacar que Jesús cuando comienzan así a acosarlo para que responda como ellos quieren, algo tan común en los textos del Evangelio,  contesta de una manera que nadie se lo espera, se trata de una respuesta que supera los obstáculos presentados.
O sea, presenta algo nuevo, algo totalmente distinto, inesperado.
El razonamiento del Señor consiste en que ustedes me traen a esa mujer y la acusan porque fue sorprendida en adulterio, pero  quiénes son ustedes para venir a señalar con el dedo a alguien porque ha pecado. O sea, ¿quién los autorizó a juzgar al prójimo?
Jesús, hábilmente les quita el papel de jueces a los acusadores y demás personas allí presentes, diciendo que aquel que esté sin pecado  tire la primera piedra.
Y la respuesta no se hizo esperar, ya que empezando por los más viejos, -que tuvieron más años para pecar- todos  se retiraron.
,,Al escribir en el suelo, hay quienes interpretan que Jesús expone los diversos pecados cometidos por los presentes,  como pereza, lujuria, idolatría, robo, calumnia etcétera
Y esa gente que estaba acostumbrada a mirar al otro como pecador, siempre señalando con el dedo al otro que ha pecado, sin mirarse a sí mismo, con la frase de Jesús ha quedado descolocada, descubierta.
Ante esto, Jesús le dice la mujer ¿alguien te ha condenado? No Señor, será la respuesta, Yo tampoco te condeno dice Jesús,  “vete y no peques más”.
O sea, no la condena, pero no le dice que siga la vida que estaba llevando, sino que tiene que convertirse, dejar atrás las cosas pasadas, para comenzar algo nuevo.
Jesús quiere hacer algo nuevo en el corazón de esta mujer y en cada uno de nosotros, nos está diciendo dejemos atrás las cosas pasadas, miremos hacia adelante,  contemplemos y asumamos la muerte de Cristo  para resucitar también con Él a una vida nueva.
Precisamente en la Pascua se nos dirá que hemos sido constituidos nuevas criaturas y por lo tanto nuestra mirada tiene que estar puesta en las cosas del cielo, para que de esa contemplación podamos mirar las cosas de la tierra de una manera nueva distinta, dándole a cada cosa la importancia poca o mucha que pueda tener, suplicar la gracia de lo Alto  para ser moldeados siempre por el Señor.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 5to domingo de Cuaresma. Ciclo “C”. 03 de abril de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com