25 de junio de 2010

La Cruz, “bandera” del cristiano, fuente de salvación universal

1.-Mirarán al traspasado

El profeta Zacarías (12,10) afirma en la primera lectura del día: “Esto dice el Señor: Y derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén, un espíritu de gracia y de súplica, y me mirarán a mí, a quien han traspasado. Y se lamentarán por él, como quien se lamenta por el hijo único, y llorarán por él, como se llora por un primogénito”. San Juan (19,37), cita textualmente en el cuarto evangelio el pasaje del profeta –“contemplarán al traspasado”-, con ocasión de la lanzada del centurión sobre el cuerpo de Jesús, apenas este había muerto. Con lo que este personaje traspasado –que en Zacarías quizás aludía a un personaje contemporáneo- señala al mismo Jesús colgado de la cruz.

Más aún, nos adelanta el texto, que Dios derramará el espíritu de gracia y de súplica sobre la Casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén.

Se adelanta así a la presencia futura del Mesías, quien es llamado también “el traspasado”, que provoca gritos de dolor y de angustia ante su presencia, como lo afirma san Lucas al recordar que la gente al ver lo ocurrido en la cruz “comenzó a irse golpeándose el pecho” (23,48).

Precisamente desde el Cristo Redentor, traspasado por nuestros pecados, llegará el espíritu de Dios para transformar la Casa de David y a los habitantes de Jerusalén, ya que “Aquél día, habrá una fuente abierta para la Casa de David y para los habitantes de Jerusalén, a fin de lavar el pecado y la impureza” (Zac.13, 1).

Y así, ya desde el Antiguo Testamento, el pueblo se iba encaminando -sin saberlo todavía-, hacia ese traspasado que iba a traer la salvación a todos.


2.-El Hijo del hombre debe sufrir mucho.

El texto del evangelio (Lc. 9,18-24) que acabamos de proclamar, coloca en boca de Cristo que Él va a “sufrir mucho”, será “rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas”, condenado a muerte y al tercer día resucitará de entre los muertos.

Esta afirmación de Jesús grafica claramente lo que ya anunciaba el profeta Zacarías, sin bien es cierto tiene un contexto distinto al ya expresado.

En efecto, Jesús al preguntar a los discípulos “¿quién dice la gente que soy yo?”, obtiene diversas respuestas que no apuntan directamente a Él.

Por eso ahonda indagando otra vez: “y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”.

Tomando la palabra Pedro, dirá, “Tú eres el Mesías de Dios”. Inmediatamente expresa el texto del evangelio que Jesús les prohibió terminantemente anunciar esto a persona alguna.

¿Por qué?, ¿cuál es la razón? Es que Jesús no es David, ni la Casa de David, de la que hacía referencia el profeta Zacarías.

Por lo tanto, les está diciendo a los discípulos, “no piensen que soy yo un mesías político”, “no vengo a liberar al pueblo de la opresión romana”.

“Si bien soy descendiente del linaje de David, mi misión es diferente, no soy un rey temporal” -parece indicar-.

Y esto porque Cristo con su misión irá a la raíz de todos los problemas y dificultades que el hombre en el trascurso del tiempo ha de soportar.

Un líder político, un mesías político, podrá salvar a su pueblo, a su comunidad, de los problemas temporales, -hablando idílicamente-, porque esa es su misión, buscar el bien común.

Cristo, en cambio, como el enviado del Padre, se dirige a la raíz del hombre mismo, quiere liberarlo de la opresión más grave que lo tiene sometido que es el pecado.

Esta liberación del pecado que trae Cristo Nuestro Señor, cuando se produce en el corazón del hombre, origina la verdadera libertad de los hijos de Dios en todos los campos de la vida humana.

Si Cristo viniera como un líder político más, no solucionaría absolutamente nada, ya que sería el conductor, el guía, en un momento histórico del pueblo de Israel, pero nada más.

Cristo, en cambio, viene a anunciarnos que su misión consiste en rescatar al hombre de lo más profundo de su ruina, para que liberado éste de las ataduras del pecado, sea redimido de la esclavitud, fruto del mismo.

Por medio de la Pascua del Señor, le es posible al hombre esforzarse por lograr las otras liberaciones por las que clama permanentemente.

Por eso este anuncio que hace Cristo es liberador, el más profundo, porque toca la raíz del problema humano respecto a su salvación integral.

Y Jesús, –para prolongar en el tiempo este camino de grandeza-, hace una invitación concreta a todas las personas que lo rodean, que consiste en seguir tras sus pasos buscándolo como el verdadero liberador del hombre: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo cargue con su cruz cada día y me siga”, ya que quien “pierda su vida por mí, la ganará”.

El seguimiento de Cristo, por lo tanto, en esta búsqueda de la liberación verdadera del hombre, supone el negarnos a nosotros mismos, tan tentados estamos siempre de construir proyectos para provecho propio.

Por eso Cristo nos está diciendo “el que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo”, no se preocupe por su propio éxito, por su propio triunfo, por su propio crecimiento, sino que tome mi ejemplo que me he hecho Siervo de Yahvé, como anunciaba Isaías.

En efecto, constituido Siervo de Yahvé, Jesús se somete a todo tipo de sufrimiento y desprecio, siendo perseguido injustamente, con tal de lograr una liberación más profunda del hombre.

El seguidor de Cristo, entonces, debe buscar, yendo detrás del Señor, la clave para la transformación incluso del mundo todo.

Si todos los bautizados viviéramos a fondo esto a lo que nos convoca Jesús, negándonos a nosotros mismos, para estar siempre dispuestos a amar a Dios sobre todas las cosas y a nuestros hermanos por amor a Él, la vida misma del hombre cambiaría totalmente sobre la faz de la tierra.

Negarse a sí mismo en definitiva es dejar de lado el egoísmo, aquello en lo que muchas veces se centra el hombre como lo más importante y provechoso para sí, para abrirse al amor que nos ha manifestado el mismo Cristo que entregó su vida por todos.

El seguidor de Cristo, pues, está dispuesto a realizar el verdadero proyecto humano que se ilumina y esclarece en el misterio de Cristo Nuestro Señor, el del amor oblativo que se ofrenda sin regateos mezquinos.


3.-Revestidos de Cristo por el bautismo.

El hombre cuando entra en esta unión con Cristo y lo sigue, va entendiendo que está llamado a ser un factor de unidad en medio de este mundo.

San Pablo (Gál. 3, 26-29) así lo recuerda expresando que por el sacramento del bautismo, todos hemos sido revestidos de Cristo Nuestro Señor. Revestirse de Cristo implica esta vida nueva, esta novedad del evangelio que transforma el corazón del hombre.

Revestidos de Cristo por el bautismo supone el negarse, el renunciar a sí mismo –como se advertía ya en el texto del evangelio-, para resucitar para la vida que no tiene fin.

Revestirse de Cristo, significa como afirma Pablo, que ya no exista más judío o pagano, esclavo u hombre libre, varón o mujer y sus respectivas diferencias, ya que todos somos uno por el bautismo, identificados con Cristo el Señor, muerto y resucitado.

Él es quien une a todos los hombres, Él es quien edifica con todos nosotros un solo Cuerpo, la Iglesia, siendo el mismo Jesús el Pastor que nos conduce al Padre, como “descendientes de Abraham, herederos en virtud de la promesa”, llamados por tanto, a una vida de grandeza humana.


4.-La Cruz, “bandera” del cristiano.

Hoy celebramos en nuestro país el día de la Bandera. Los textos bíblicos nos permiten iluminar esta fiesta nacional. La bandera de la Patria flamea en los momentos más importantes de la vida de la república, está presente recordándonos siempre lo que somos, precediendo toda actividad humana.

Para el cristiano esta bandera está iluminada por otra bandera, la de la Cruz. La cruz es la que preside toda la actividad humana del cristiano, no solamente en el campo de la liturgia o en las manifestaciones de nuestra fe, o al entrar o salir de los templos, sino que la cruz como bandera del cristiano está vigente también en nuestras casas o cuando hacemos la señal de la cruz invocando con esperanza al “traspasado”.

Y justamente esta bandera del Cristo crucificado que da sentido a la vida del cristiano, se incorpora a su vida también como ciudadano.

Por que en la medida en que –siguiendo la línea de los textos bíblicos- el cristiano va detrás de su bandera, que es la cruz de Cristo, y busca vivir a fondo la invitación que le hace el Señor en el evangelio llamándolo al seguimiento de su persona y a la negación propia para abrirse al amor de Dios y de los demás, se transforma como bautizado en mejor ciudadano de la Patria terrena en la que nace, vive y muere.

De allí que la bandera de la nación terrena y la de nuestra fe, la cruz, jamás se contraponen, sino que siempre están unidas, siendo la de la Patria terrena iluminada y fortalecida por la bandera de la Cruz de Cristo en el sentido que enarbolada y aplicada a nuestra vida cotidiana nos permite también vivir como ciudadanos según el querer del Padre del Cielo.

Hoy también celebramos al padre de la tierra, que recibe su paternidad del Padre Eterno y, que la ha de prolongar visiblemente en el tiempo.

Especial momento es por lo tanto éste para recordar que la paternidad es un don de Dios, que se prolonga y continúa en la tarea de serlo no sólo un día, sino todos los días de la vida.

Por eso pedimos especialmente al Señor ilumine a todos los padres de familia para que reconociendo el don que recibieron lo prolonguen en la tarea permanente de comunicar a su familia, que la grandeza humana se alcanza en la fidelidad a la Bandera - Cruz de Cristo como cristianos y, a la bandera de nuestra Patria, como ciudadanos honestos.

Pidamos que la presencia paterna del Dios Todopoderoso que vela con su Providencia el caminar de sus hijos, nos guíe mientras nos dirigimos hacia Su Casa que nos espera siempre al final de nuestro camino.

Que cada hijo yendo con alegría a su casa, descubra en el encuentro con su padre de la tierra, el anticipo del encuentro definitivo con el Padre.



Cngo. Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el domingo XII del tiempo ordinario, ciclo “C”. 20 de junio de 2010. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com/; www.nuevoencuentro.com.ar/provida; http://grupouniversitariosanignaciodeloyola.blogspot.com.-/


19 de junio de 2010

La parte oscura del hombre transfigurada por la gracia divina.

1.-El lado oscuro de David y su salvación.

El segundo libro de Samuel (12,7-10.13) nos presenta la figura del rey David en una situación muy particular, el David pecador. Ese hombre que se había distinguido por soportar todo tipo de persecuciones por parte de Saúl y que nunca quiso atentar contra su vida por el ser el ungido del Señor, que en muchas oportunidades manifestó humildad y confianza en el Señor, el que venció a Goliat desde su pequeñez y debilidad, salvando al pueblo elegido, presenta aquí el lado oscuro de su vida. Atraído por Betsabé la seduce aprovechando que su marido está en el frente de batalla y como fruto del adulterio ésta mujer queda embarazada. Para ocultar esto convoca a su marido con la esperanza de que encontrándose éste con su mujer, pudiera quedar libre de la culpa. Pero Urías, pensando que otros están en batalla arriesgando su vida, no se dirige a su casa. El rey David al no conseguir lo planeado lo hace regresar con cartas al comandante en jefe que indica su deseo que lo dejen solo cuando arrecie el combate para que muera. De resultas de esto Urías muere.

A causa de esto, por medio del profeta Natán, Dios le comunica al rey que su pecado ha sido abominable.

En el texto, Dios se muestra como el verdadero agraviado para que se vea que el adulterio, la mentira y el homicidio si bien son pecados que directamente se cometen contra el prójimo, apuntan al mismo Dios, habida cuenta que el ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios y, por lo tanto todo pecado contra el hermano es un dejar de lado al Dios de la Alianza que es el Padre común de todos.

No solamente se ofende al prójimo en sí mismo considerado, sino que se desconoce también su filiación con el único Padre de todos.

David, movido por la gracia de Dios, sin duda alguna, recapacita, reconoce su pecado, pide perdón, el salmo 50 es fiel reflejo de la profundidad de su arrepentimiento, por cierto- y éste se le concede. David tendrá que ir purificándose para poder vivir nuevamente en profundidad la alianza con su Señor que abundantemente lo ha bendecido con toda clase de bienes y dones.

Su arrepentimiento supone que ha de reparar por su pecado, por el daño que ha ocasionado a su prójimo.

El texto bíblico puntualiza que Dios mira con agrado el corazón arrepentido de quien reconoce su pecado y desea retomar la amistad perdida, aunque el rey tenga que entregar como prenda el fruto del adulterio.

2.-La redención de la mujer pecadora.

En el texto del Evangelio (Lc. 7,36-8,3) aparece la misma temática aunque en otro contexto. En la ocasión, Jesús deja una serie de enseñanzas. La principal de ella es que como Hijo amado del Padre que se hace hombre, viene a buscar la oveja perdida y a todo pecador, y está dispuesto a perdonar el corazón arrepentido- ya que por los pecadores, -que somos todos, aunque redimidos-, viene a morir crucificado.

La escena que nos presenta el relato evangélico nos expresa que ha sido invitado a comer a casa del fariseo Simón. En medio de la comida y del diálogo que seguramente compartían, aparece esta mujer sin ser invitada. Censurada por muchos en la ciudad por la mala vida que tenía en su haber, aunque la habían utilizado para pecar, se acerca al Señor.

En ella está presente el influjo de la gracia que la conduce a la conversión. Ella se destaca entre todos ya que tiene para con Jesús los gestos propios de la hospitalidad que había omitido el fariseo.

Simón el fariseo que representa al hombre que juzga a la persona pecadora como si él fuera perfecto, piensa dudando de que Jesús fuera profeta ya que no reconoció que quien lo tocaba era una pecadora.

Jesús que conoce los corazones y, por lo tanto penetra el pensamiento de Simón, le deja a él y a todos los comensales, una enseñanza hermosa.

Le reprocha que mientras él no ha cumplido las reglas de cortesía para con un huésped, entre las que se menciona el recibirlo con el ósculo de la paz, como nosotros recibimos a alguien en nuestra casa con un beso, esta mujer no ha cesado de manifestar su reconocimiento para con el Señor.

Con estos gestos la mujer deja entrever su arrepentimiento y consiguiente respuesta de amor hacia quien la ha transformado rescatándola del pecado.

Al respecto Jesús nos alecciona también diciendo que el amor que manifiesta quien se arrepiente es fruto del perdón.

Cristo ha perdonado mucho -lo expresa a través del relato de los dos deudores a quienes se les perdonan sus deudas, aunque en diferente grado de importancia-, y esta mujer como respuesta ama mucho también.

Dios ha producido en el corazón de esta mujer un crecimiento en el verdadero amor, un agradecimiento hacia quien le ha devuelto la vida del Espíritu.

“Aquél a quien más se ha perdonado manifiesta más agradecimiento y amor”-afirma Jesús. El corazón noble de la persona que reconoce lo mucho que le debe al Señor, responde con amor.

En ambos casos, ya sea con David como con la mujer pecadora, se trata de dos personas que han recibido mucho de Dios.

En el caso de la pecadora –que muchos identifican con María Magdalena- no aparece una descripción, pero indudablemente ha recibido muchos dones del Señor que han sido traicionados y malgastados a través del pecado.

En el contexto podemos ver que es el mismo Dios quien comienza a recorrer ese camino de vuelta para el pecador para que entre nuevamente en contacto con el Salvador, ya que le dice Jesús “tu fe te ha salvado”.

La fe puesta en el Señor misericordioso que perdona, fe que implica reconocer que Dios es el más importante en nuestra vida.

De hecho cuando la persona no tiene una concepción de grandeza respecto a Dios, al pecado no lo ve como tal, ni le interesa pedir perdón porque minimiza todo. En cambio, cuanto más grande es la persona a la que ofendemos y así lo advertimos, mayor es el dolor y el arrepentimiento. Por eso la palabra del Señor “tu fe te ha salvado”.

3.-San Pablo salvado por las obras de la fe.

En la figura de San Pablo (Gál. 2,16.19-21) -relacionado con lo que venimos diciendo-, aparece encarnado aquello que la fe es la que salva, ya que para él es ésta la que justifica y no las obras de la ley. Él vivió esto en carne propia ya que cuando estaba sujeto a la ley de sus antepasados perseguía a los cristianos y no era este un medio de salvación.

En la medida que el apóstol respondió al Dios de la misericordia que por medio de Jesús le dice camino a damasco, “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”, es cuando comienza su camino de estatura personal.

Él vivió la experiencia de lo que significa lo mucho que se le ha perdonado a alguien, respondiendo con amor inalterable a pesar de las pruebas.

Constata su pecado gracias al encuentro con Cristo y, por lo tanto, movido por su gracia, responde a ese Dios de infinita misericordia a lo largo de su vida, de día y de noche, en todo momento, en la estrechez y en la abundancia, en la cárcel y siendo libre.

Por eso llega a decir, -tan convencido está de los bienes de Dios-, que “yo estoy crucificado con Cristo”. Es decir que todo aquello que interfiera en la relación con Dios, está dispuesto a dejarlo. Y siendo Cristo el más importante en su vida expresará “ya no vivo yo sino que es Cristo quien vive en mí”.

¡Qué hermoso el que nosotros podamos llegar a esta altura, a esta santidad de vida que nos permita repetir convencidos estas palabra del apóstol!

Y que esto sea visible para todos como un ejemplo de vida, implicaría por cierto, testimoniar que es posible vivir en este mundo, a pesar de sus trampas e ilusiones, el ideal de la imitación de Cristo.

4.-Los bienes al servicio de la Evangelización

En conexión con esto quería recordarles, para concluir, que hoy se realiza en todo el país la colecta a favor de Caritas. Providencialmente encontramos en el mismo texto del evangelio de hoy una relación con la misma. El texto afirma que un grupo de mujeres acompañaban a Jesús y a los doce y “los ayudaban con sus bienes”.

¿Qué sentido tenía el ayudarlos con sus bienes? Como eran mujeres de fe son conscientes que debían auxiliar a la tarea de la evangelización, -dado que al no ser ángeles, necesarios son los bienes temporales que Dios da generosamente a todos para las necesidades propias y para sustentar a quienes menos poseen-.

Se trata de una enseñanza que se prolonga en la Iglesia que continúa la obra de Jesús: colaborar generosamente con los dones recibidos de Dios a la obra de la evangelización.

Cuando la Iglesia instituye estas colectas nacionales o universales como la de Caritas, Más por Menos, las Misiones, o al Servicio Universal de la Iglesia, siempre tienen esa finalidad: el compartir lo que tenemos para que algo tengan los que no tienen o para proveer a sufragar los gastos de las distintas obras de la Iglesia de modo que Cristo se haga presente en el corazón de todos.

En el caso concreto de esta colecta, se pretende prolongar la caridad, el amor del Señor en los hermanos más necesitados a través de nuestra ofrenda generosa según nuestras posibilidades.

Además, si recordamos lo que vivimos en cada Cuaresma, la limosna aparece siempre como una posibilidad concreta para expiar nuestros pecados personales y los del mundo.

Pidamos que nunca nos falte la luz de lo alto para ir conociendo lo que nos permite crecer en la vida cristiana.




Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista”. En Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el XI domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 13 de junio de 2010. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com/; www.nuevoencuentro.com.ar/tomasmoro; http://grupouniversitariosanignaciodeloyola.blogspot.com.-


9 de junio de 2010

“El Corpus Christi, misterio de amor entregado y compartido”


El domingo pasado al tratar de comprender el misterio de la Santísima Trinidad, recordaba que el Hijo de Dios se hizo hombre en el seno de María Santísima, para ingresar a nuestra historia humana. Hoy en la fiesta del Corpus, la Iglesia quiere centrar nuestra atención sobre esta permanencia de Jesús entre nosotros, aunque Él en cuanto Hijo, habita con el Padre. Es el Emmanuel –Dios con nosotros- que hemos celebrado en la Navidad. El mismo Jesús que en su vida pública compartió con el hombre, y que en su muerte y resurrección nos tuvo presentes, sigue estando entre nosotros. Y lo hace a través de este sacramento admirable, el de la Eucaristía.
“Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo para que quien crea en Él, tenga vida eterna” nos recuerda el mismo Jesús (Juan 3, 16).
Y el Hijo amado del Padre permanece en este sacramento para acompañarnos hasta el fin de los tiempos.
Bajo las especies eucarísticas de pan y vino, a través del misterio de la transubstanciación en la misa, se queda con nosotros a lo largo de nuestra vida temporal, para nutrirnos con su presencia, para ser nuestro alimento permanente, para ir fortaleciéndonos en medio de las dificultades de la vida. De este modo, nutridos por Él mismo, podemos caminar en este mundo ansiando la plenitud del encuentro con Dios, en la que creemos.
La presencia viva de Jesús en la que creemos, implica adelantar en el tiempo por el sacramento, la unión divina prometida para la vida eterna.
Cristo se nos presenta además en la liturgia de este domingo como el sacerdote del Señor, aquél que viene a hacer de puente entre el Padre y cada uno de nosotros.
Sacerdocio de Cristo que fue anticipado en el Antiguo Testamento tal como lo acabamos de escuchar en el libro del Génesis (Gen. 14, 18-20) cuando este sacerdote Melquisedec del cual la biblia no refiere a su origen, ni a su fin, ni a su genealogía, aparece sorpresivamente en la vida de Abraham.
Ofreciendo a Dios un sacrificio de acción de gracias, de pan y vino, se constituye así en un anticipo del sacerdocio de Cristo.
La carencia de referencias sobre Melquisedec establece un precedente de quien vive con el Padre un presente eterno, el Hijo, hecho carne para ejercer entre nosotros su sacerdocio eterno.
Cristo Jesús como sacerdote, no sólo hace de mediador entre nosotros y el Padre, prolongándose en el tiempo a través del ministerio del orden sagrado, sino que se ofrece Él mismo perpetuamente como sacrificio de alabanza al que lo envió y, como alimento para quienes lo recibieron. De allí que permanezca con nosotros por este sacramento, el del amor divino.
El apóstol Pablo (1 Cor. 11, 23-26) nos transmite lo que a su vez él había recibido, cómo Jesús en la última Cena nos deja su Cuerpo, su Sangre, su Vida, todo lo suyo, para que nosotros pudiéramos seguir uniéndonos a Él.
Pero, al mismo tiempo deja a los discípulos la misión: “Hagan esto en memoria mía”. Es decir a través de la historia repitan este gesto –está indicando- para que nunca falte el alimento para el alma, este alimento que da la Vida eterna, y que Jesús anticipa en su vida en diversos momentos, con ocasión de la multiplicación de los panes y de los peces.
El texto de hoy (Lc. 9,11b-17), nos habla precisamente de una de estas manifestaciones sígnicas por las que el Señor se nos entrega generosamente.
En efecto, comprobada la fragilidad de la naturaleza humana y la limitación de la consecuente acción, en el “no tenemos pan para dar de comer a todos”, Jesús actúa. Y los cinco panes y dos pescados –manifestación de la pequeñez humana- son multiplicados por Él.
El Señor lo que pide siempre es que le entreguemos algo de nosotros mismos, lo que podamos, pero con generosidad, y Él hará que esto tenga un efecto multiplicador y pueda llegar a todos.
Por eso, el mismo Cristo nos sigue diciendo “denles de comer ustedes”.
O sea, poner de nuestra parte lo mejor, lo máximo, para que Él haga multiplicar los dones que ofrecemos y entregamos, tanto del orden material como del espiritual.
En referencia a esto, hoy por la mañana, les decía a los papás que recibieron el libro de la Palabra de Dios para entregarlo a sus hijos que comenzaron la catequesis este año, que también para ellos viene la invitación del Señor “denles de comer ustedes”.
Y esto porque son los padres quienes han de dar de comer a sus hijos el pan espiritual de la transmisión de la fe recibida. Lo poco que realicen los papás en este sentido, será multiplicado por la acción del Espíritu que fructificará generosamente en el corazón de los niños.
Nos dice el texto del evangelio proclamado, que Cristo, al darse a los hombres, a través de los panes y de los peces, produjo que quedaran todos satisfechos.
Esta gente estaba hambrienta, no tenían lugar donde reposar su cabeza, venían de lejos, estaban escuchando al Señor con alegría, pero necesitados de plenitud, aunque quizás no lo supieran.
Tenían esa hambre y sed de Dios que sólo Él puede satisfacer plenamente.
De allí la necesidad de buscarlo a Jesús. La gran trampa que se hace hoy el ser humano es querer cubrir la sed y hambre de lo infinito a través de las cosas, de lo material, de los éxitos de cada día, de lo mundano.
Y la experiencia nos enseña que lo material y perecedero nos deja tan vacíos como antes.
Corremos todos los días tras las cosas para sentirnos más felices y más plenos y, sin embargo nunca alcanzamos la meta porque el único que satisface plenamente el corazón del hombre es el mismo Cristo. Por eso les da de comer, nos da de comer, hasta saciarnos.
Queridos hermanos, la invitación que nos hace hoy Jesús, consiste en que nos esforcemos para poder recibirlo a Él.
Como el hombre es capaz de muchos sacrificios para obtener el alimento que perece, trabajemos también nosotros por alcanzar una vida de interioridad profunda recibiéndolo a Jesús, alimentándonos con Él, para nutrir nuestra existencia en medio de las vicisitudes de cada día.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la Parroquia “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en la misa vespertina del Corpus Christi, ciclo “C”. 06 de junio de 2010. ribamazza@gmail.com; http://grupouniversitariosanignaciodeloyola.blogspot.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoencuentro.com.ar/provida.-

3 de junio de 2010

La presencia de la Santísima Trinidad en nuestras vidas.


Hoy la Iglesia celebra la fiesta de la Santísima Trinidad que constituye el núcleo de nuestra fe católica. Hablar de la Santísima Trinidad no siempre es fácil ya que siendo un misterio de fe sólo la inteligencia humana elevada por este don sobrenatural puede alcanzar a vislumbrar que en una naturaleza divina subsisten tres personas, la del Padre, la del Hijo y la del Espíritu Santo. Tres personas iguales en dignidad pero distintas en cuanto se manifiestan como Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Misterio de fe que si bien es incomprensible a nuestra pobre inteligencia humana, sin embargo se va develando mientras al mismo tiempo se oculta.
Eso sí, nos puede acercar a la intimidad de este misterio, el reflexionar sobre lo que es cada uno de nosotros, ya que nos enseña la Palabra de Dios fuimos creados a imagen y semejanza de Dios.
Pues bien, en cada uno de nosotros encontramos como vestigios de la presencia de la Trinidad, ya que cuando hacemos algo que proviene de nuestra interioridad estamos expresando de alguna manera el ser divino.
En efecto, antes que se lleve a cabo la obra de arte que surge de las manos del artista, o la artesanía que crea el artesano, o la intervención quirúrgica realizada por el médico en beneficio del prójimo, o cualquier otra actividad buena que realice el hombre como creatura de Dios, la misma está presente en su pensamiento. Y una vez realizada la obra sigue residiendo el pensamiento humano en ella como su idea original y originante.
Sucede análogamente a lo que describe el libro de los Proverbios en la primera lectura (Prov.8, 22-31). El texto destaca que la Sabiduría de Dios estaba presente antes de la creación del mundo, y cuando afirma que fue creada desde la eternidad refiere a que fue engendrada, presente desde siempre junto a Dios, ya que se trata del mismo Hijo de Dios, anticipado de alguna manera en el Antiguo Testamento.
Ya el libro del Génesis –en sintonía con el libro de los Proverbios- cuando el relato de la Creación, repetirá invariablemente que Dios “dijo” y, fueron llamadas a la existencia todas las cosas, con lo que el pensamiento del Padre, hecho Palabra suya, se plasma en las obras.
Antes de la creación del mundo existía la Sabiduría, y una vez llamada a la existencia la realidad temporal, está presente la Sabiduría regocijándose ante lo creado, como nosotros nos alegramos ante la presencia de las obras realizadas que nos enaltecen y nos hacen presentes ante el mundo.
Y Dios sigue revelándose a través nuestro incluso por medio de la palabra. ¿Qué es la palabra? Es el medio al que recurrimos para exteriorizarnos ante los demás. También nos damos a conocer a través de signos y gestos, pero fundamentalmente con la palabra. Por la palabra descubrimos nuestro interior, pero también lo ocultamos. Se da un permanente develamiento de nuestro ser profundo pero al mismo tiempo ocultamiento, porque nunca nos damos a conocer totalmente. Y esto porque el ser humano es misterio que participa del misterio divino. Por eso nosotros decimos en tono coloquial que nunca acabamos de conocer al otro o de entendernos a nosotros mismos, porque somos misterio.
A través del lenguaje participamos nuestra interioridad, pero también la ocultamos, porque el misterio que es cada uno de nosotros es incomunicable, señalando así la imposibilidad por ser cada uno persona, de revelar plenamente lo sagrado misterioso que somos y poseemos.
En Dios se da esta manifestación de su interioridad a través de la Palabra. Así llama al Hijo de Dios San Juan en el prólogo del cuarto evangelio.
Pero Dios hace, que esa su Palabra, se haga hombre en el seno de María, ingrese en la historia humana, porque su delicia es “estar con los hijos de los hombres” (Prov. 8,30). Y justamente a través de Jesús, que es el Hijo de Dios hecho hombre, la Palabra viva del Padre, vamos entrando poco a poco en la intimidad de Dios.
Ese Dios que se descubre pero que se oculta, ya que nunca lograremos conocerlo plenamente, ni siquiera en la Vida Eterna, ya que allí lo veremos cara a cara pero al modo humano, es decir, según la capacidad posible al hombre. Imposible ver a Dios como Él se conoce ya que nuestra inteligencia es incomparablemente inferior como para poder tener acceso a la infinitud divina, pero que es suficiente para completarnos según nuestra capacidad de “verlo cara a cara”.
Pero Dios se muestra también como Amor. El amor entre el Padre y el Hijo en una contemplación eterna, presencializa al Espíritu Santo.
Al mismo tiempo, ¿qué es lo que el ser humano puede mostrar como lo más hermoso de sí mismo? El amor. Ese vocablo que tiene cabal importancia en la vida del hombre, aunque haya que purificar tanto en el presente, ya que el amor se confunde muchas veces con egoísmo, individualismo, búsqueda de uno mismo, faltando esa apertura hacia Dios y hacia las otras personas.
El amor de Dios Padre que se manifestó en la Creación y a través de la muerte y resurrección de su Hijo hecho hombre, se desborda derramándose en el interior del hombre para santificarlo, por medio del don del Espíritu.
De allí que el ser humano ha de luchar permanentemente para que el amor orientado a Dios y a los demás se vaya clarificando, de modo que cuanto más el hombre se purifica en su capacidad de amar, en el amor de Dios, más se realiza como persona y por el contrario cuando ese amor está contaminado se vive en la soledad más profunda, por no ser una prolongación del amor de Dios.
La Santísima Trinidad como misterio, pues, se acerca a nosotros. Cuanto más el hombre reflexiona sobre sí mismo va encontrando en su interior esos vestigios de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, ya que fuimos creados a su imagen y semejanza.
¿Cómo ejercen la paternidad de Dios los padres en el seno de la familia? A través de la providencia. Como Dios es providente y cuida de sus creaturas, el ser humano prolonga en el tiempo la Providencia de Dios cuando busca el bien de los que se le confían, de los que están más cerca de él.
¿Cómo manifiestan las personas o cómo perfeccionan y continúan en el tiempo al Hijo? Cuando somos capaces de entregarnos hasta entregar la vida por Dios y los demás. Tenemos la experiencia que lo que cuesta, lo que es arduo se aprecia más, porque uno ha muerto a sí mismo para entregarse generosamente a la obra alcanzada. El ejemplo de Cristo es una invitación al hombre para prolongar en el tiempo idéntica vocación de entrega.
El Espíritu Santo que se derrama abundantemente en nosotros nos permite vivir en el misterio del Amor divino. Amor que rompe las barreras que dividen los corazones humanos y causa la unidad por el mismo Espíritu. Aún en medio de las diferencias que pueden existir entre las personas, cuando el fin es el mismo para todos, –Dios y el prójimo-, el Espíritu causa la unidad en una misma familia de creyentes.
En definitiva, la Trinidad de personas en la misma esencia divina, va impulsando nuestro corazón por medio de la esperanza –nos dice San Pablo en la segunda lectura (Rom. 5, 1-5)- de tal manera que caminamos por este mundo ansiando la plenitud que promete el encuentro con Dios.
Por eso el corazón humano aunque esté rebosante de cosas y de éxitos, nunca está satisfecho hasta que se encuentra con su Señor.
El que cada hombre haya sido creado a imagen y semejanza de Dios es un llamado permanente a encontrarlo a Él algún día.
Hermanos: Caminemos por este mundo tratando de hacer presente y de afianzar nuestra relación con el Padre reconociéndolo siempre como tal, ya que me ama y busca lo mejor para mí. Consolidemos nuestro trato con Jesús para que nos enseñe a vivir teniéndolo siempre a Él como camino que nos conduce al Padre. Unámonos más al don del Espíritu para que nos ayude a vivir en unidad y que por él hagamos presente en el mundo el amor que viene de Dios.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la Parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía del domingo de la Santísima Trinidad, Ciclo “C”, 30 de mayo de 2010. ribamazza@gmail.com; http://grupouniversitariosanignaciodeloyola.blogspot.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoencuentro.como.ar/tomasmoro.-