28 de febrero de 2009

“YO ESTOY POR HACER ALGO NUEVO” (Is. 43,19)

“La Argentina está al borde de la disgregación, los niveles de corrupción en los ámbitos en que debiera brillar la honestidad, claman al cielo.
El desparpajo e impunidad con que se derrochan los bienes de todos los argentinos van creando más pobres”.

1. Estoy por hacer algo nuevo
En el texto del profeta Isaías (43,18-19.21-22.24-25) nos encontramos con que Dios –como en un juicio público- acusa al pueblo de Israel recriminándole su infidelidad.
Ante tanta bondad manifestada, ante tantas bendiciones derramadas sobre el pueblo elegido, el Señor no ha recibido más que desplante, desobediencia e infidelidad. Dirá enfáticamente: “¡Me has abrumado con tus pecados. Me has cansado con tus iniquidades” (v.24).
Pero le dará la oportunidad de responder señalando “Interpélame, y vayamos juntos a juicio; alega tú mismo para justificarte”. (v.26).
Al mismo tiempo que les echa en cara sus faltas, asegura sin embargo, el perdón ya que “soy yo, sólo yo, el que borró tus crímenes por consideración a mí, y ya no me acordaré de tus pecados” (v.25).
Más aún, avanza en su promesa de salvación –previa conversión- diciéndoles “No se acuerden de las cosas pasadas, no piensen en las cosas antiguas; yo estoy por hacer algo nuevo: ya está germinando” (v.18 y 19).
Asegura así al pueblo elegido una salvación desconocida, inaudita. Una salvación tan grande que superará el recuerdo de las maravillas experimentadas en el pasado.
Esa salvación es concretamente Cristo, anunciado desde el Antiguo Testamento, que reclama a todos, judíos y paganos, un sincero seguimiento a la nueva vida que ofrece y regala.
De allí que, –recuerda San Pablo (2 Cor.1, 18-22)-, la respuesta no ha de ser sí y luego no, sino que imitando el proceder de Cristo ha de ser un sí permanente a la voluntad del Padre.
Mientras el ser humano en su historia se obstina en alejarse y separarse de Dios, de querer usar su libertad no para el bien, para lo que nos ha creado Dios, sino para sus antojos, Dios en cambio se ha manifestado fiel al hombre. Siempre actúa fiel a sus promesas, fiel a los dones que nos da en abundancia. Este obrar algo nuevo significa el que podamos acogernos al misterio salvador de Cristo.
Cristo es el que viene a hacer algo nuevo en el ser humano, en sus estructuras, en la sociedad. Pero para ello es necesario que cada uno de nosotros comience este camino de encuentro con el Señor que muchas veces es difícil, porque estamos paralíticos.

2.-El hombre paralítico que busca al Señor.
Estamos como imposibilitados de acercarnos al Señor, ya sea por nuestras cargas morales, físicas, sociales, o económicas.
Pero he aquí que la invitación que nos hace Jesús es la de vencer los obstáculos para encontrarnos con El.
Imaginémonos a estos cuatro hombres llevando un paralítico, llegando a la casa donde está Jesús, subiendo al techo –el texto no explica mucho en su brevedad- haciendo un agujero en el mismo y descendiendo al enfermo para encontrarse con el Señor.
¡Cuánto esfuerzo, cuánta dificultad que han de sortear ya que la gente se agolpa alrededor de la casa, y dentro de la misma!
El encuentro con Jesús justifica cualquier esfuerzo para que se realice.
En este hombre, no solamente es un individuo el receptor del don de lo alto, sino que representa a la humanidad toda, afirmando así que el Señor quiere llegar a todos.
Nos dice el texto que viendo la fe de estos hombres, Jesús dirá al paralítico “Tus pecados quedan perdonados” (Marcos 2,1-12).
Hay una relación de causa y efecto entre la fe de estos hombres y el perdón de los pecados. Sin fe no puede existir el perdón de los pecados.
Y esto no es de admirar ya que ésta no consiste sólo en afirmar nuestra pertenencia a la Iglesia Católica, sino que una fe viva y madura implica creer en Jesús y creer a Jesús.
Creer en Jesús como el Hijo de Dios vivo al cual buscamos adherirnos, pero creer a Jesús asintiendo a sus promesas y al poder de sanarnos, de purificarnos interiormente, de restaurar nuestro interior –como si fuera una nueva creación- para instaurar una vida nueva.
Imposible son la conversión y la transformación interior sin una profunda fe, ya que ésta hace que conozcamos nuestra condición de pecadores.
Es propio de los sin fe, de los que no tienen una profunda convicción de Dios como ser supremo, que ante la perspectiva del pecado no dimensionan la gravedad del mismo como separación del Creador, sino que lo ven como un simple error, una falta, pero no como una ruptura con el Señor, de allí su desprecio hacia Él como destaca Isaías en la primera lectura.
Es por eso que al ser humano le cueste tanto pedir perdón, ya que le falta la fe en Jesucristo como el único que puede perdonar los pecados y que puede posibilitar la decisión de comenzar una vida nueva.
Jesús ofrece un camino nuevo cuando afirma “tus pecados te son perdonados”.
Pero como ese decir no está corroborado por el signo, los escribas piensan quién es éste, sólo Dios puede perdonar los pecados.
Y tienen razón al decirlo ya que son consecuentes con su falta de fe.
Por eso Cristo cura al paralítico de su enfermedad física para que se vea que no está hablando inútilmente, como diciendo, “ya que no me reconocen como Dios, realizo el signo curando al paralítico para demostrar que tengo poder para perdonar los pecados”.
Y concluye diciendo “levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. Como lo sano físicamente –está diciendo gestualmente Jesús- también lo he curado en su interior del pecado que lo aprisionaba “en sí mismo”.
Lo que más le interesa a Jesús es liberar a este hombre de la parálisis interior a la que estaba sujeto por el pecado.
Podemos deducir que este hombre buscaba la curación de su cuerpo, seguramente interiormente estaría pensando: “si quieres puedes curarme”.
Cristo muestra su soberanía de Dios a través del perdón de los pecados y la curación de la enfermedad, y con su obrar está diciendo: “Sí quiero”.
Pero también desea hacer algo nuevo en nuestro interior, para lo cual hemos de abrir nuestro corazón y así nos transforme y renueve.
De esta curación, el paralítico sale al encuentro de la gente e inmediatamente da testimonio -con el sólo salir- de lo que Dios obró en su interior.
Igualmente la curación operada en la humanidad convertida motiva un salir de nosotros mismos, clausurados interiormente por el pecado, para alabar a Dios y dar testimonio de su obrar para que muchos también se abran al misterio de la gracia sanante.
E inmediatamente la gente, como consecuencia de ese “salir”, se asombra, ya que nunca vio algo igual, y comienza a glorificar a Dios.
Toda transformación en el corazón del hombre, por lo tanto, ha de ser también un instrumento para que otros vean lo que la gracia de Dios puede hacer cuando somos dóciles, y al mismo tiempo, de esta acción surge un canto de adoración y alabanza dirigida hacia Aquél que tanto realizó en nuestra vida.

3.-Cristo quiere hacer algo nuevo en nuestra Patria.
Pero permítanme hacer también una aplicación del evangelio a nuestra condición de ciudadanos, ya que el Señor quiere hacer también algo nuevo en nuestra Patria Argentina paralizada en todos los aspectos de su vida como Nación.
Dios se presenta a nosotros como lo hizo ante el pueblo de Israel a través de Isaías, y nos dice que como argentinos hemos roto la alianza con El.
Como país nacimos en una matriz católica y lamentablemente se fue produciendo este alejamiento de Dios, esta ignorancia de Él.
¡Cuántas veces el hombre argentino ha querido construir un país nuevo, pero sin Dios! Y a pesar de eso, como Dios es siempre fiel, nos dice permanentemente: “Yo quiero hacer algo nuevo”.
San Pablo recuerda que el cumplimiento de las promesas de Dios es el sí de Jesucristo, de modo que nos está invitando a encontrarnos con El para que se pueda dar ese cambio, pronunciando nuestro sí.
La Argentina está al borde de la disgregación, los niveles de corrupción en los ámbitos en que debiera brillar la honestidad, claman al cielo.
El desparpajo e impunidad con que se derrochan los bienes de todos los argentinos van creando más pobres. No basta con descubrir recién ahora la pobreza estructural presente, sino erradicarla con políticas acertadas donde reine la equidad y la honestidad en el uso de los bienes comunes.
La paralización y acomodamiento al poder en la administración de la justicia, el sometimiento del poder legislativo a la esclerosis de la obediencia debida, y el manejo caprichoso de la cosa pública, van mostrando un panorama desolador.
La inseguridad y los asesinatos impunes, el despojo de bienes de los ciudadanos, van marcando una situación ingobernable.
Y el Señor nos sigue diciendo “Yo quiero hacer algo nuevo” en la Argentina, pero necesito de ustedes.
Como argentinos, si queremos salvar a la Patria, debemos volver a lo que la unión con Cristo implica.
Disponernos a que Cristo nos ilumine para cambiar este estado de postración.
Si volvemos al respeto de las leyes y de la Constitución, si cada uno de nosotros vive honestamente sin miedo a las persecuciones de este mundo, si no cedemos a las fáciles ganancias que prometen los corruptos a sus seguidores y nos arriesgamos por los ideales que enaltecen al hombre, habrá posibilidad de algo nuevo.
Siendo cada día mejor, reclamando y defendiendo los principios que nos enaltecen como personas, podremos contribuir a este cambio, ya que todavía estamos a tiempo.
Desde la fe, con la ayuda de Dios y nuestro deseo de comenzar algo nuevo en nosotros y en nuestra Patria, trabajemos para combatir la parálisis moral que nos embarga.

Padre Ricardo B. Mazza. Director del CEPS “Santo Tomás Moro”. Reflexiones en torno a los textos de la liturgia dominical del 22 de Febrero de 2009 (VII domingo “per annum” ciclo “B”).
ribamazza@gmail.com. http://ricardomazza.blogspot.com.-www.nuevoencuentro.com/tomasmoro.-

21 de febrero de 2009

Cristo, médico de toda “lepra” y Salvador de toda angustia


1.-El contenido legal referido a la lepra.

El libro del Levítico en el Antiguo Testamento contiene una serie de prescripciones legales que el pueblo de Israel debía observar rigurosamente.
Entre otras (cap.13, 1-2.44-46) señala la distinción entre puro e impuro, común a todos los pueblos primitivos, que en Israel adquiere especial relevancia, debida a su condición de ser el pueblo elegido. Se exalta la pureza ritual, no sólo para posibilitar la vida cultual, sino también para hacer permisible la integración en la comunidad santa.
El Levítico prescribe que ciertas enfermedades de la piel, especialmente la lepra, hacen que la persona sea impura.
Y esto tiene dos consecuencias, de carácter social una y moral la otra.
Por un lado la lepra hace que la persona sea considerada impura y que por razones sanitarias deba abandonar su convivencia familiar y social viviendo en lugares apartados, “formando comunidad” únicamente con aquellos que padecían el mismo mal, lejos de toda comunicación humana.
Además, la enfermedad destruye la integridad corporal requerida para la pureza legal.
Pero también la lepra tenía una consideración de tipo moral, ya que su presencia constituía un signo concreto, visible, del pecado de la persona.
En efecto, por la gravedad de su conducta moral Dios hiere con la lepra a los egipcios (Ex. 9,9ss), a Miriam (Núm.12, 10-15), a Ozías rey de Judá (Crón. 26,19-23), y amenaza a Israel con la misma plaga (Dt.28, 27-35).
Los leprosos vagaban, pues, por los campos o lugares desiertos, con vestimentas vergonzantes y cabellos desordenados, indicados especialmente por la legislación, y gritando a su paso “Impuro, impuro”. No podían acercarse por tanto a lugares poblados para evitar el contagio.
Su figura era la de un muerto en vida, que asistía al triste espectáculo de ver corromperse paulatinamente su carne con la consiguiente desfiguración de las facciones del rostro y de todo el cuerpo. Sólo cabía esperar la pronta y oportuna muerte, o la curación que lo restituyera a la comunidad de la cual había sido desplazado.
En términos actuales podríamos decir que se trataba de un “excomulgado”, ya que estaba privado de toda comunión humana, salvo con los de su propio desgraciado destino.

2.- La actitud sanadora de Jesús.


En el texto del evangelio (Marcos 1, 40-45) , Cristo Nuestro Señor con una actitud novedosa viene a cambiar la concepción y el correlativo estilo de vida hasta entonces vigente, ya que si bien Él cumple con algún aspecto de la ley, rompe con la actitud común que observaban los sanos, acercándose conmovido con un gesto salvador al enfermo y excluido.
El mismo enfermo intuyendo en Cristo su carácter salvador, y por lo tanto su poder, elimina la barrera que los separa y se acerca confiadamente postrándose ante Él exclamando, “si quieres puedes purificarme”.
Se trata por un lado de una confesión acerca del poder salvífico que posee el Señor, y por otro la aceptación de lo que Su voluntad decida para ejercer libremente ese poder.
Cristo conmoviéndose, es decir, participando del dolor de este hombre, en su respuesta contradice la ley, ya que no debería haber aceptado esa cercanía ni tenía la investidura legal para declarar “si quiero, queda purificado” (Levítico 14,1-32).
En realidad Jesús viene a enseñar que El trae una ley diferente y superadora de la excluyente heredada del Antiguo Testamento, la ley del amor por la que el sano se acerca al enfermo para tenderle la mano.
Se trata de una actitud nueva que ha de regir entre los creyentes. Ley ésta, exigida a todo seguidor de Jesús.
Como enviado del Padre, Cristo toca al leproso, rememorando el acto creador del génesis por el que Dios hace al hombre de la arcilla de la tierra, recreándolo interiormente manifestado esto por el cese de la enfermedad.
Cristo de este modo indica su señorío absoluto sobre la realidad creatural, otorgando no sólo la curación del cuerpo, sino también la del alma.
Muestra así la vigencia de una nueva Ley superadora del Levítico, la del Amor, del amor que El vive profundamente al cargar sobre sí todas las debilidades humanas y morir en la Cruz.
De allí que advierta al leproso “no digas a nadie” lo que ha sucedido, porque Jesús debe permanecer oculto en cuanto a la manifestación de su condición divina para que no sea este hecho el que mueva a la fe de la gente, sino el “signo” mayor que es su pasión, muerte y resurrección.
Pero podríamos decir que la curación del leproso es un anticipo de todas las curaciones que Jesús derrama sobre nosotros desde la Cruz.
Allí, como dirá el profeta Isaías, Jesús se transforma en el varón de dolores, aquel que tiene apariencia de leproso, desecho humano, cargado de llagas y miserias.

3.-Imitar al leproso suplicante


Jesús invita a tener la actitud del leproso, el cual representa de alguna manera a la humanidad sufriente, por que quien más quien menos, todos hemos tenido la experiencia de sentirnos espiritualmente leprosos, lejos del Señor, de la vida nueva que El nos da.
Jesús por lo tanto nos está invitando “acérquense a mí, pídanme esta purificación”.
Pedirle a Jesús “si quieres, puedes purificarme” es la actitud del creyente cada vez que se acerca al sacramento de la confesión, porque es allí donde Cristo nos responde, “sí quiero, queda purificado”.
A través de la acción sacramental, el creyente queda purificado e invitado a vivir y comprometerse en esta vida nueva que se le ofrece.
Por un lado Jesús contraría la ley, pero por el otro cumple con la misma cuando indica al enfermo sanado la necesidad de presentarse ante el sacerdote para que certifique su curación y quede autorizado legalmente a integrarse nuevamente a la comunidad familiar y social.
De esa manera queda habilitado tras la curación física, a participar en la vida cultual.
Conviene advertir, sin embargo, que al certificar la curación, el sacerdote de alguna manera está reconociendo la potestad de Cristo para curar.
El leproso curado, abrumado por la misericordia divina que lo ha tocado, comienza por otra parte, a dar testimonio de lo que sucedió en su vida, invitándonos a nosotros a dirigirnos a todo aquel que está alejado del Señor por el pecado, o rechazado por la sociedad por cualquier causa, para llevar la seguridad que el consuelo divino trae a toda persona que se abre a la abundancia de la gracia.

4.-El testimonio de nuestra “curación” y acción de gracias.


El creyente ha de proclamar esta salvación que el Señor ofrece a todo aquel que se le acerca con confianza, ya que dar a conocer el beneficio recibido es un modo de vivir en el Reino y alabar al Padre.
En la actualidad hay muchos que con las lepras de todo tipo a cuestas no se animan a acercarse al Redentor, ya sea porque se sienten muy sumergidos en todo tipo de males o porque engañados por el espíritu del mal han caído en la desesperación y piensan que no pueden ser perdonados y restituidos a una vida nueva.
Tenemos que hacernos presentes y decir “Si quieres puedes ser curado”. El poder del Señor actúa si existe la disposición de querer ser purificados y de abrirnos a su gracia.
De allí la necesidad de buscar por lo tanto el encuentro con Jesús en la oración, en la eucaristía, en la comunidad, en los sacramentos todos y en el compromiso de tender la mano a tantos hermanos nuestros que necesitan, como el leproso del evangelio, una palabra de compasión.
Y todo esto tendrá sentido al orientar siempre nuestro pensar y obrar, como nos dice hoy San Pablo (I Cor. 10,31-11,1), a la gloria de Dios.
Gloria de Dios que implica que cada obra nuestra ha de estar orientada a agradar a nuestro Dios.
Este es un modo de examinar las acciones, ya que al preguntarnos si tal obra concreta es ordenable a Dios, advertiremos su malicia o su bondad.
¿Puedo ofrecer a Dios el insulto, el agravio, la falta de caridad, el odio, la mentira, la sospecha sobre otra persona, y cualquier otro tipo de mal?
Si hemos entendido nuestra vocación de cristianos debemos orientar siempre nuestra vida a Dios, ya que quien tiene conciencia de haber sido salvado debe corresponder con la alabanza y acción de gracias.

Padre Ricardo B. Mazza. Director del CEPS “Santo Tomás Moro”. Reflexiones en torno a los textos bíblicos de la liturgia dominical (VI “per annum” ciclo B) 15 de febrero de 2009. ribamazza@gmail.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro; http://ricardomazza.blogspot.com.

16 de febrero de 2009

El profeta y los destinatarios de su misión

La liturgia de este domingo tiene como eje principal el tema del profetismo, o la misión del profeta en el plan de salvación, partiendo del antiguo testamento pasando por el nuevo, llegando a nuestros días.
En el pueblo de Israel habrá siempre profetas que le hagan conocer el designio de Dios y que descubran el futuro (Deuteronomio 18,15-20).
De allí que Moisés comunica al pueblo que Dios ha de suscitar un profeta semejante a él mismo cuando estuvo en medio del pueblo en la salida de Egipto. Se trata de la serie de profetas que como portavoces de Dios, surgirán en el pueblo elegido.
Refiere a la elección particular de alguien a quien se destina a esta misión de estar con el pueblo para llevarles el mensaje de su Señor, su palabra, su voluntad.
No es solamente el que anuncia lo que ha de acontecer, sino que ayuda a comprender la palabra de Dios, y proclamará valientemente la necesidad de conversión como modo concreto de volver al Dios que se ha dejado.
Otras veces su papel se destacará entre pueblos paganos como en el caso de Jonás, que es enviado –y mejor dicho forzado contra su voluntad- a Nínive para proclamar la penitencia necesaria como signo de conversión y evitar así que la ciudad sea destruida.
Esto supone que el elegido debe estar siempre atento para escuchar la voz del Señor y lo que quiere dar a conocer, y transmitirla en toda su pureza sin confundirla con sus propios deseos, intenciones o con personales interpretaciones.
En el Antiguo Testamento nos encontramos con figuras importantes dentro de la misión profética. Y así, Jeremías hablaba de tal manera que se lo describe como el profeta de calamidades.
Él mismo percibe lo exigente de su prédica y de alguna manera se resiste a darla a conocer porque la palabra de Dios constituye oprobio para sí (Jeremías 20,8), pero reconoce que se dejó seducir por el Señor (Jer 20, 7). Jeremías es odiado por los ministros del rey e incluso por el mismo pueblo por quien tanto trabajó durante cuarenta años para obtener su conversión. No es raro que entrara en una grave crisis como profeta, pero el auténtico mensajero de Dios debe siempre anunciar la verdad aunque le cueste la cárcel y la muerte.
En nuestros días podemos ver también cómo muchas veces se resiste la enseñanza de Cristo o se toma de Él sólo lo que cae bien y se objeta lo que resulta exigente. También la Iglesia es rechazada cuando enseña acerca de la vida, del aborto, de la familia, de la eutanasia, de la fe.
La figura del profeta no siempre es querida porque viene a quitar de alguna manera la calma chicha en la que vivimos conformándonos al espíritu moderno que con frecuencia se opone al Evangelio.
Ahora bien el papel de profeta del que habla el libro del Deuteronomio si bien se refiere a esta misión en el pueblo de Israel, apunta al profeta con mayúscula que es Cristo, que viene a comunicarnos la voluntad del Padre a nosotros llamados a formar parte de su misma vida. Jesús se acerca al hombre de su tiempo de una manera diferente, de modo que su enseñanza hace que quienes lo escuchen quedaran asombrados “porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad” (Marcos 1,21-28), es decir manifestando abiertamente su poder salvador y liberador.
Los escribas enseñaban la Palabra de Dios pero como quienes repiten algo que han aprendido y transmiten pero muchas veces sin asumirlo en la propia vida.
En cambio Jesús comunica la Palabra del Padre pero la encarna también en su vida. Autoridad de Cristo que le viene como Hijo de Dios hecho hombre. Autoridad que se manifiesta con los milagros y muy particularmente en la expulsión de los demonios del cuerpo de los posesos.
En la curación de los posesos Jesús manda callar a los demonios que como si fueran profetas pretenden dar testimonio acerca de Jesús, más aún quiere dejar en claro que tiene poder para liberar al hombre de esas insidias, y que para eso ha sido enviado por el Padre.
De este poder salvador participamos también sus seguidores, y como bautizados, es decir asimilados a su misión profética, hemos de prolongar a Cristo en el tiempo comunicando al mundo con valentía el mensaje recibido.
La misión profética reclama la docilidad en la escucha de Dios y en la transmisión de lo que El quiere dar a conocer a todos.
El Deuteronomio advierte que aquel que escuchando al profeta haga caso omiso a sus enseñanzas tendrá que dar cuentas a Dios. Pero al mismo tiempo si el profeta no transmite lo que ha recibido sino lo que le parece o se convierte en profeta de otros dioses ciertamente morirá (cf. Deut. 18,19 y 20).
Palabras muy duras que señalan la actitud del que escucha al profeta y de lo que el profeta da a conocer.
Y esto tenemos que aplicarlo a nuestra vida. Saber llevar el mensaje de Cristo de modo íntegro.
Muchas veces transmitimos “nuestra verdad” y no la que sostiene el Evangelio y la misma Iglesia, sin ser fieles de manera clara y precisa. ¡Cuántos católicos profesan una doctrina acerca de la vida totalmente contraria a lo que defiende la Iglesia, y promueven abiertamente el crimen del aborto!
No pocas veces dejándonos llevar por las costumbres mundanas que nos han lavado la inteligencia, defendemos y propagamos doctrinas sobre el matrimonio y la familia, la sexualidad o sobre el hombre mismo, contrarias a lo que la Iglesia siguiendo a Cristo siempre ha enseñado.
Con frecuencia tratamos de aguar los valores recibidos para estar en comunión no con Dios, sino con el sentir de un mundo cada vez más alejado de su Creador, haciéndonos responsables así del daño que provocamos en tantos que tal vez sin pensarlo mucho viven en el error.
Olvidamos de esta manera la advertencia que nos hace el Apóstol en la persona de Timoteo: “Tú, en cambio, vigila atentamente, soporta todas las pruebas, realiza tu tarea como predicador del Evangelio, cumple a la perfección tu ministerio” (2 Tim. 4,5)
Pero al mismo tiempo en nuestra tarea de oyentes del evangelio de Cristo, hemos de ser concordes con la fe recibida en el bautismo y con las enseñanzas de la Iglesia para no ser sujetos de la admonición de San Pablo: ”porque llegará el tiempo en que los hombres no soportarán más la sana doctrina; por el contrario, llevados por sus inclinaciones, se procurarán una multitud de maestros que les halaguen los oídos, y se apartarán de la verdad para escuchar cosas fantasiosas” (2. Timoteo 4, 3 y 4).
Es necesario por lo tanto ser conscientes –para rechazarla- que con frecuencia late en nosotros la tentación de buscar y oír a aquellos profetas que nos dicen lo que queremos escuchar, lo que es concorde con nuestra concepción de vida en lugar de apetecer la verdad.
Y así acontece que si vivimos en la frivolidad de un estilo mundano nos inclinamos más bien por aquél profeta que transmite “firmeza” a lo que pensamos y huimos instintivamente de quien puede sacarnos de la comodidad de un “evangelio” a nuestro gusto mostrando la realidad vacua en la que nos movemos.
Esto que acontece en la actualidad ya lo vivió Cristo al experimentar en carne propia el abandono cuando su enseñanza no agradaba a sus oyentes.
En efecto, cuando Jesús habla del pan de vida y que Él es el Pan de Vida, “muchos de sus discípulos decían: ¡es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?”, a lo que Cristo respondió “¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará entonces cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes?” (Juan 6,60 a 63).
Pero Jesús se mantuvo siempre fiel a la voluntad del Padre manifestando el plan de salvación, y también fue fiel con la gente, ya que no le predicaba pajaritos de colores para atraer la multitud sino la verdad que vivida contribuía a la realización de cada persona como creatura de Dios.
Conscientes de esto pidamos a Cristo que siguiendo su ejemplo vivamos en la verdad tanto en la escucha fiel de la Palabra como en la transmisión íntegra de la misma.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la Pquia “San Juan Bautista”. Reflexiones en torno a los textos bíblicos de la liturgia del IV domingo durante el año. 1º de Febrero de 2009. ribamazza@gmail.com; www.ricardomazza.blogspot.com.-