31 de diciembre de 2023

!Ahora puedes dejar Señor que tu servidor muera en paz porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos!

 


En este tiempo de Navidad celebramos hoy la fiesta de la Sagrada Familia en la que se quiere recalcar cómo el designio de Dios fue que Jesús, que es el Hijo de Dios hecho hombre, naciera en el seno de una familia, de modo que la misma palabra de Dios está señalando la importancia que tiene la familia en la vida del hombre. 
Sabemos que la familia es la célula que constituye la sociedad, de modo que no habría sociedad sin  familias. 
Hoy en día se habla de distintos tipos de familia, y la sociedad piensa que esa diversidad corresponde al designio de Dios y no es así. 
En efecto, por la revelación sabemos que la familia se constituye por un padre, una madre y los hijos habidos de esa unión natural.
Hoy recordamos, actualizamos y celebramos esta fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret en medio del tiempo de Navidad. 
Proclamado el texto del Génesis (15,1-6; 21,1-3), nos preguntamos qué tiene que ver la familia con lo que expresa el autor sagrado respecto a Abram.
Abram está preocupado porque no ha tenido un hijo, un descendiente, y le dice a Dios que será su heredero un servidor porque él no tiene descendencia, y Dios, mostrándole las estrellas del cielo, le dirá que como son numerosas las estrellas del cielo, así serán también sus descendientes. 
Y él cree, acepta la palabra de Dios, y es de su unión con Sara, a pesar de ser los dos ancianos, de la que nace su hijo Isaac. 
De manera que Dios ha querido que el comienzo del pueblo elegido se diera justamente en una familia constituida por Abram, por Sara, por Isaac. 
Y Dios lo pone a prueba a Abraham -le había cambiado el nombre- cuando le pide que sacrifique a su hijo, prueba muy grande, lo que hace ver que la familia en este mundo, aún siendo fiel a Dios nuestro Señor, debe pasar no pocas veces por pruebas, por sufrimientos. 
¿Y qué mensaje hay en este sacrificio de Isaac cuando después  Dios le dice a Abraham que no ponga su mano sobre el hijo?  Es que Dios solamente ve con buenos ojos el sacrificio futuro de Jesús, por el cual salvará al mundo, y del cual el sacrificio de Isaac es un anticipo, porque es el mismo padre quien lo entrega a la muerte. 
Y así, sabemos que cuando Jesús nace ya estaba de alguna manera perfilada su vida, su existencia, marcada con la muerte en cruz. 
Pero vayamos al momento en que Jesús es llevado al templo (Lc. 2,22-40), porque allí también van apareciendo hermosas señales respecto a la familia de Nazaret, a la cual nosotros hemos de imitar. 
Lo primero que sucede es que van a Jerusalén, al templo, para cumplir con la ley de Dios. Interesante cómo esta familia constituida por Jesús, María y José están desde el principio dando culto a Dios. 
Es una familia creyente que se somete a la ley de Moisés, aunque por ser el Hijo de Dios, Jesús no estaba obligado a ello, pero se someten a la ley de Moisés para dar ejemplo y para mostrar también que el inicio de una familia debe estar siempre vinculado con el culto a Dios, con la obediencia a Él y con la vivencia de los mandamientos. 
Van al templo de Jerusalén y presentan al niño cumpliendo con la ley que señala que todo varón primogénito debe ser ofrecido al Señor, recordando que Dios había liberado a Israel de Egipto  con la muerte de los primogénitos, ofreciendo no la muerte, sino el rescate con el sacrificio de dos pichones de paloma.
La Sagrada Familia, pues, cumpliendo con la ley de Dios, deja  una invitación clara a la familia cristiana que lo primero que tenemos que hacer es consagrar  a Dios cada hijo que nace, como suele hacerse durante el rito bautismal por medio de la Virgen Santísima.
A su vez, aparece en el texto bíblico la figura de Simeón, este hombre que estaba deseoso de ver el momento de la llegada del Mesías, y al que Dios le dice que no morirá antes de verlo. 
Por eso va al templo, toma en sus brazos al niño y alaba a Dios diciendo: ahora sí puedo morir en paz porque he visto la salvación, ha llegado a nosotros la luz para los paganos y gloria de tu pueblo Israel.
Este niño busca siempre la voluntad del Padre, de tal manera que como acontece cuando se pierde a los 12 años entre los doctores de la ley y lo buscan María y José, le dirá a sus padres, "¿no sabían que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?". 
De manera que el Señor tenía bien en claro que toda su vida era seguir la voluntad del Padre, aunque estaba sujeto a los padres de la tierra y por eso concluye el texto de hoy diciendo que volvieron a su pueblo, a Nazaret, y el niño crecía en sabiduría, en estatura y en gracia, siendo un niño común en medio de los demás niños que había en ese momento en Nazaret. 
O sea, estando dentro de una familia daba ejemplo de obediencia a sus padres, aunque siempre estaba presente que la sujeción primera era para con el Padre del cielo, el Padre eterno. 
La Sagrada Familia nos muestra siempre entonces como lo más importante el ofrecimiento a Dios, la dependencia de Dios, el vivir conforme a la voluntad de Dios. 
Y de parte de Dios, a través del nacimiento de Jesús en una familia, aparece expresada con toda claridad que es su voluntad, dentro de su providencia, el que cada ser humano nazca dentro de una familia y allí vaya creciendo en santidad como persona. 
Por eso hemos de fortalecer en la actualidad la vida familiar, donde la relación de los padres entre sí, los padres con los hijos, y los hijos entre sí, debe seguir el modelo de la Sagrada Familia de Nazaret. 
No buscar otros modelos, sino  humildemente pedir a Dios que podamos como familia, imitar a la Sagrada Familia de Nazaret. 
Los padres y esposos, mirar a San José como modelo, que si bien era padre legal de Jesucristo, sin embargo, sostenía y guiaba a la familia, como protector de su esposa y de su hijo. 
Las madres y esposas, mirar el ejemplo de María Santísima, siempre atenta a guiar y cuidar a su hijo, y como Jesús mira a sus padres como el regalo que Dios le ha dado para que lo ayuden a madurar y a crecer en este mundo. 
De allí es la importancia que tiene la obediencia de los hijos para con los padres en todo aquello que sea bueno, en todo lo que sea virtud, en todo lo que sea para el crecimiento de cada una de las personas.
Como nos enseña la Iglesia es en el ámbito de la familia  donde el ser humano va adquiriendo todo aquello que lo perfecciona como persona y le ayuda a crecer, a madurar y a vivir una realidad totalmente nueva. 
Pidamos al Señor su gracia para que nuestras familias busquen siempre imitar a la familia de Nazaret.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe, Argentina. Homilía en la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret. 31 de diciembre  de 2023


27 de diciembre de 2023

Dios es generoso en lo que da, pero espera que seamos también generosos en entregarnos totalmente a Él que busca nuestro bien.

 

Parte entonces  describiendo que la Palabra, es decir, el Hijo de Dios, existe desde siempre, porque fue engendrado por el Padre en la eternidad, por lo que en toda obra que realiza el Padre en beneficio del hombre, como es la creación del mundo, está presente su Palabra.
De hecho, si tomamos el libro del Génesis (1,1-2,2) cuando relata la creación del mundo, repite permanentemente: "Dios dijo". 
Ese "decir" de Dios señala que lo que  es creado, lo realiza el Padre,  el Hijo, mientras el Espíritu aletea sobre las aguas dándoles vida. 
De manera que Dios está presente desde toda la eternidad y en su infinito amor quiso comunicarnos a nosotros su Vida. 
No quiso estar, podríamos decir, en solitario, si bien son tres personas en una misma naturaleza divina, sino que quiso hacer partícipe al ser humano de todo lo que es propio de Dios, salvando siempre la distancia de lo que significa ser una criatura y ser el Creador. 
De hecho, estábamos presentes  en el pensamiento de Dios desde toda la eternidad como Pablo enseña en la carta a los Efesios (1, 3-6).
Sigue el texto del Evangelio afirmando que la Palabra era la vida, que la Palabra era la luz y que esa luz viene a iluminar al hombre. 
¿Y por qué necesita ser iluminado el hombre? Porque tiene que descubrir precisamente no solamente el misterio de Dios sino el propio misterio humano, o sea, que cada ser humano pueda entender por qué fue creado y para qué está presente en este mundo y,  que también el Hijo de Dios se hizo hombre en el seno de una Virgen para traernos la salvación que habíamos perdido por el pecado.
Esa salvación provoca gran alegría como afirma la liturgia de este día, salvación que implica sacarnos de la postración del pecado para llenarnos de la gracia de Dios, supuesta la respuesta del ser humano. 
Dios es generoso en lo que da, pero espera que seamos también generosos en entregarnos totalmente a Él que busca nuestro bien. 
Lamentablemente no todo el mundo se entrega a la acción divina, por lo que  el apóstol describe en el Evangelio que la luz vino al mundo, o sea el Hijo de Dios vino al mundo y las tinieblas no la recibieron.
También esto acontece hoy, ya que ¡cuántas personas a lo largo y a lo ancho del mundo no creen en Cristo, no piensan que necesitan ser salvados y que están afirmados, anclados, obrando el mal!
De hecho, es interesante cómo la Sagrada Escritura describe, por ejemplo, sobre todo en los Salmos, cómo el que obra el mal se endurece de tal manera que piensa que todo lo que hace no tendrá consecuencia alguna en su vida y por supuesto prescinde totalmente de Dios nuestro Señor. 
Pues bien, Jesús que es el Hijo de Dios hecho hombre, viene porque quiere cambiar todo eso, quiere darnos una nueva oportunidad, porque quiere mostrarnos el camino que conduce al Padre. 
Precisamente la liturgia de este día machaca en esta idea  que el Hijo de Dios se hace hombre para que el hombre participe de la divinidad.
Es decir que con el nacimiento de Jesús, con el ingreso de Jesús en nuestras vidas es posible que nosotros seamos divinizados. 
De hecho, el sacramento del bautismo convierte a cada uno en persona santa y en la medida en que estemos unidos a Dios y vivamos agradándole, somos llamados hijos de Dios, no por obra de la carne o de la sangre. -como dice el texto del Evangelio-, sino por la acción generosa de Dios que viene a transformar totalmente el corazón de aquel que se le entrega generosamente. 
Por otra parte, Cristo nuestro Señor es la luz, viene a iluminarnos. Precisamente el profeta Isaías (9, 1-3.5-6) recuerda en la primera lectura que el pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz,  luz que proviene del mismo Dios. 
Esa luz le concede al hombre la posibilidad de descubrir otras realidades, ya que la oscuridad impide ver las cosas con claridad.
La luz que trae Jesús porque Él es la luz, hace posible  descubrir  las cosas, contemplar las realidades y el mundo en el cual estamos insertos, y que muchas veces está lejos de Dios, descubriendo cuál es la realidad que aguarda a cada uno si realmente nos entregamos a Él.
Y esta presencia de Jesús entre nosotros, indudablemente tiene un compromiso no solamente de fe, creer en que Él es el Hijo de Dios, sino también de esperanza porque Él nos guía a la gloria eterna y, de caridad que implica realizar en este mundo obras de bien. 
Como destaca el apóstol San Pablo escribiéndole a su discípulo Tito (2,11-14) obras de bien que enaltezcan al hombre y hagan ver que estamos en sintonía con el plan salvífico de Dios nuestro Señor. 
Vayamos entonces al misterio de la Palabra o del Verbo que se hace carne en María y que nace para nuestra salvación, porque no es un nacimiento más, sino que es la posibilidad de que el hombre comience una existencia nueva porque tenemos a alguien que ha venido a rescatarnos del pecado y de la muerte eterna.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe, Argentina. Homilía en el día de Navidad. 25 de diciembre  de 2023

26 de diciembre de 2023

La maternidad divina de María Santísima hace posible que el Hijo de Dios, eterno junto al Padre, se encarne, naciendo entre los hombres.

 

El rey David está en su palacio y piensa que, mientras él tiene un buen edificio, el Arca de la Alianza, que contiene las dos tablas de la ley, sigue en una carpa, por eso, le dirá al profeta Natán "Yo habito en una casa de cedro, mientras el Arca de Dios está en una tienda de campaña" (2 Sam.7, 1-5.8-12.14-16), con la intención de construir un templo que proteja lo que representa la presencia divina en medio del pueblo.
El profeta Natán dirá que siga adelante, "porque el Señor está contigo", pero Dios le pide al profeta que anuncie que no será David el que construirá una casa para el Señor, sino  un descendiente, más aún, le anuncia, que el mismo Dios le hará una casa a David.
¿Qué quiere decir esto? Le está asegurando el linaje real: "Yo elevaré después de ti a uno de tus descendientes,...y afianzaré su realeza. Tu casa y tu reino durará eternamente delante de mí, y tu trono será estable para siempre".
Con estas palabras, Dios le está asegurando a David, que de él nacerá con el tiempo el Rey Celestial, el Hijo de Dios hecho hombre.
De manera que Dios establece este pacto con el rey David, asegurándole que su casa real seguirá eternamente, precisamente porque apunta a la venida del Mesías. De manera que el rey ya no tiene que preocuparse por construir algo a Dios, porque es Dios el que va a construir esta casa real para los descendientes de David. 
El apóstol San Pablo, en la segunda lectura (Rom.16,25-27) menciona un misterio que ha estado oculto "desde la eternidad y que ahora se ha manifestado", proclamando a Jesucristo, para conducir a todos los pueblos "a la obediencia de la fe", o sea,  escuchar al enviado del Padre y seguirlo con la fe y las obras hasta el fin.
Jesús, pues, es ese misterio que se ha manifestado, y  con  la venida del Mesías, se afianza la casa real de David como Dios lo había prometido, y se concreta el camino de la salvación del hombre.
Y en el Evangelio (Lc. 1,26-38) encontramos el anuncio del ángel a María, donde se le asegura que será madre de alguien que va a ser grande, que será llamado Hijo de Dios. De manera que hay un hilo conductor que apunta al Mesías esperado desde el Antiguo Testamento al Evangelio. 
El ángel Gabriel se presenta diciendo "¡Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo!",  se trata de un saludo en que de alguna manera le cambia el nombre, ya que la llama  "llena de gracia".
O sea, es la que debe ser contemplada como quien ha recibido la plenitud de la gracia por puro amor divino, que elige a esta humilde mujer, María Santísima,  para que ella se convierta en la nueva Eva. 
Así como con la vieja Eva entró el pecado en el mundo, y con el pecado la muerte, con la nueva Eva, que es María Santísima, ingresa la vida en abundancia, llega a nosotros el Salvador. 
En el texto de referencia se le asegura a la Virgen este regalo tan hermoso de ser la madre del Hijo de Dios hecho hombre. 
La maternidad divina de María Santísima hace posible que el Hijo de Dios, eterno junto al Padre, de alguna manera se hace temporal, haciéndose hombre y naciendo entre los hombres. 
Jesús, el Hijo de Dios vivo, entonces, viene a nosotros como un regalo, no solamente de la maternidad de María, sino también que viene a nosotros, a nuestro encuentro, para salvarnos, para rescatarnos, para llevar a cabo el proyecto divino desde siempre. 
En efecto, Dios nos ha elegido para ser sus hijos, para vivir santamente, para llegar a la gloria eterna y compartir la misma felicidad que existe en la Trinidad santa.
De manera que el corazón del cristiano debe llenarse de alegría por este acontecimiento tan importante, la venida del Salvador, el anuncio de esta venida a María Santísima, y a su vez la aceptación de la Virgen ante este pedido. Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí según tu palabra. Esa ha de ser siempre la respuesta de cada uno de nosotros al proyecto de Dios sobre cada uno de nosotros. Cada uno de nosotros debe cumplir, ¿no es cierto?, una misión, desempeñar un papel aquí en la vida terrena, y por eso cuando el Señor nos la indica, hemos de decirle siempre yo soy tu servidor o yo soy tu servidora, imitando siempre a la Virgen, sin poner reparos a lo que el Señor pida, sabiendo que es el camino que nos asegura la grandeza de nuestra propia existencia en este mundo. Vayamos preparando más y más nuestro corazón para recibirlo al Señor que quiere nacer nuevamente en este mundo y en cada uno de nosotros.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe, Argentina. Homilía en el domingo cuarto de Adviento. Ciclo B. 24 de diciembre  de 2023

18 de diciembre de 2023

"Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador"

 

Este tercer domingo de Adviento  es conocido como el domingo Gaudete, término que significa alégrense, haciendo referencia precisamente a la segunda lectura en que san Pablo dice "¡Estén siempre alegres!"  (I Tes. 5, 16-24). 
¿Y por qué esa recomendación a la alegría? Precisamente porque estamos cerca ya de la Navidad y se aproxima el momento de la celebración gozosa del nacimiento en carne del Hijo de Dios en Belén de Judá. 
Por eso, la Iglesia exulta de alegría y atenúa el espíritu penitencial, para colmarnos de este gozo anticipado por la venida del Salvador. 
El Mesías, ya es señalado por el profeta Isaías (Is. 61,1-2.10-11) al decir "El espíritu del Señor está sobre mí , porque el Señor me ha ungido", marcando la misión que tendrá, ya que "Él me envió a evangelizar a los pobres , a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor".
Como decía, el profeta, cuando habla de este ungido y que es enviado para una misión, está apuntando al mismo Jesús, que es el Señor que viene a traernos la salvación, porque el ser humano necesita permanentemente ser salvado, ser redimido. 
Si bien ya Cristo murió una vez para siempre, permanentemente necesitamos ser justificados, es decir, ser devueltos a la justicia de lo que es la vida de la gracia, de lo que es la comunión con Dios.
Todos advertimos cómo el pecado de diversas formas está presente en una sociedad en la que se ha prescindido de Dios y sólo busca satisfacer sus necesidades materiales o disfrutar de todo tipo de placeres que engañosamente nos hacen creer que somos felices.
Sin embargo, la experiencia nos enseña que cuando esa búsqueda terrenal prima en la vida del hombre alejado de Dios, sólo se acrecienta el vacío interior y la angustia por la infelicidad.
Por eso, nuestro espíritu debe estar lleno de esa esperanza de ser tocados por la misericordia divina,  preparándonos en esta alegría, que no es mundana, sino que es la propia de quien tiene a Jesús en su corazón, que se goza en vivir el Evangelio, que está puesta justamente en vivir conforme a las enseñanzas del Señor.
El apóstol san Pablo en el texto que hemos proclamado, señala algunas condiciones de esa alegría evangélica, por lo que "No extingan la acción del Espíritu; no desprecien las profecías, examínenlo todo y quédense con lo bueno. Cuídense del mal en todas sus formas".
Y continúa "Que el Dios de la paz los santifique plenamente, para que ustedes se conserven irreprochables en todo su ser -espíritu, alma y cuerpo- hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que los llama es fiel, y así lo hará"
Esto es así,  porque estamos llamados a la santidad de vida, al encuentro con el Señor que viene para ayudarnos a que permanezcamos irreprochables.
A su vez, Juan el Bautista (Jn.1, 6-8.19-28) vuelve a insistir, como  escuchamos el domingo pasado, que preparemos el camino para la venida del Señor,  el tiene bien en claro que es el precursor, que no es el Mesías, no es Elías,  no es ninguno de los profetas. 
Es el que viene a preparar el camino para que Jesús pueda entrar en este mundo y en el corazón de cada uno de nosotros. 
Juan, por lo tanto, predica entonces la conversión del corazón, pero quien realiza este cambio, esta transformación total, es precisamente el Hijo de Dios hecho hombre, es Él único que puede cambiar totalmente el corazón humano. 
Por eso, es necesario insistir permanentemente en confiar en la gracia de lo alto para poseer una vida nueva, vida de santidad, porque no es fácil, sobre todo en el mundo en que vivimos, donde las tentaciones son permanentes, donde el espíritu del mal busca apartarnos del encuentro con Cristo y que nos sumerjamos en el pecado.
Pero la gracia divina está por encima de la tentación y del pecado, y podemos vivir de una manera totalmente distinta si nos ponemos en las manos del Señor para que Él nos transforme y cambie. 
Por eso busquemos alegrarnos plenamente pero pensando en esa alegría que no tiene límites,  que llena el corazón del hombre, que en definitiva se debe a que el Señor viene a nosotros. 
A su vez, esa alegría llega porque nosotros queremos estar con Él. ¡Qué hermoso poder vivir toda nuestra existencia siempre unidos a Jesús, llevando en nuestro corazón su enseñanza, su gracia, todo aquello que nos mueve a una existencia totalmente nueva. 
Queridos hermanos, que esta alegría también que viene del encuentro con el Señor nos haga exultar de gozo cantando el cántico de la Virgen como lo escuchábamos en el cántico interleccional: "Mi alma canta la grandeza del Señor, mi alma exulta en Dios mi Salvador" ya que en Dios realmente se encuentra nuestra felicidad.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe, Argentina. Homilía en el domingo tercero de Adviento. Ciclo B. 17 de diciembre  de 2023

11 de diciembre de 2023

"El Señor no tarda en cumplir lo que ha prometido, tiene paciencia con nosotros, porque quiere que todos nos convirtamos" (cf. 2 Pt. 3, 8-14)

 El profeta Isaías refiere a través de esta sección   que se llama el Libro de la Consolación (Is. 40, 1-5.9-11) -precisamente porque comienza  diciendo "¡Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice el Dios de ustedes!",- a la voluntad divina  de colmar a los israelitas de esperanza y de confianza. 
Es el momento de regresar del destierro, volver a la patria, pero están todavía muy desanimados por todo lo que han vivido. Por eso el mismo Dios se ofrece como aquel que consuela, porque en definitiva el único que puede consolar el corazón del hombre es su creador, porque conoce totalmente nuestro interior, lo que palpita en el corazón de cada uno. 
Y entonces, el consuelo de Dios será decirle al pueblo que no teman, confíen y tengan paciencia, porque ya viene la salvación. 
Los pecados del pueblo han sido expiados largamente, pero es necesario siempre mantener esa actitud de conversión. 
Por eso el mensaje está cargado de signos que hagan visible el cambio de vida recordando la necesidad de rellenar los valles, tratar de rebajar los picos de las montañas, preparar el camino. 
Esta recomendación recuerda algo muy común en aquella época, ya que cuando el rey visitaba algún lugar lejano, -obviamente no se contaba con las carreteras que tenemos nosotros-, se preparaban los caminos para que  pudiera llegar a destino fácilmente con su séquito.
Partiendo de esa idea entonces, el profeta insiste en preparar el camino a Aquel que viene a consolar a su pueblo, que implica desprenderse de lo que sea impedimento,  pecado o vicio y, tratar de conquistar todo lo que sea virtuoso, la humildad, la paciencia. 
Esta preparación del corazón es necesaria precisamente para que Dios se encuentre con el hombre, ya que si  alguien está lleno de soberbia, de pecado, de autosuficiencia, ciertamente el Señor no puede hacer absolutamente nada con un corazón así bloqueado. 
Y estos dones y gracia que trae para el pueblo elegido deben ser comunicados a todos,  por eso la insistencia de que anuncien el mensaje de salvación para que los hombres puedan recibirlos.
También nosotros hemos de consolar al mundo, al corazón del hombre tan desolado, tan lleno de angustia hoy en día. 
Es cierto que de alguna manera el ser humano se lo ha buscado cuando ha prescindido de Dios en su vida, pero así y todo, el Señor quiere consolar a todos y quiere hablarles de salvación. 
En el texto del Evangelio (Mc. 1,1-8) vuelve a primar esta idea, la necesidad de enderezar el camino para el Señor que viene,  y prepararlo precisamente a través de la conversión. 
Por eso es clave la figura de Juan Bautista, que  bautiza con agua, -bautismo de conversión-, y que anuncia que detrás suyo vendrá -el Mesías- quien  bautizará  en el Espíritu Santo. 
Juan el Bautista con su prédica, con su enseñanza, atrae a la gente que se siente tocada en su corazón y busca ese bautismo de conversión que prepara al bautismo sacramento. 
Pero al mismo tiempo Juan el Bautista, es un ejemplo de vida, en su forma de vestir y alimentarse, era penitente y llevaba un estilo de vida austero, ejemplo para todos.
Esto nos hace ver que quien anuncia la venida del Señor, no solamente debe predicar lo que vendrá y las condiciones para entrar en el reino, sino que él mismo debe ser creíble por su estilo de vida, por su comportamiento de cada día, donde la sencillez y la austeridad está marcando justamente el sentido que debe existir en el corazón del hombre para poder abrirse totalmente a la gracia de lo alto.
Cristo viene a nuestro encuentro, preparemos el camino de nuestro corazón, pero también anunciemos el cambio en el corazón del hombre, de la sociedad. 
¡Cuánta gente hoy en día sigue prescindiendo totalmente de Dios. Cuánta gente necesita de Dios nuestro Señor! 
El ser humano ocupado en demasía con  cosas importantes para el mundo, inmerso en frivolidades y cosas pasajeras, no valora la eternidad prometida al ser humano,  por lo que es necesario  que se despierte de la ilusión pasajera y  descubrir la salvación que llega.
Partiendo del encuentro con Jesús en su primera venida, el hombre entiende que no es definitivo, por lo que se debe preparar con fe y esperanza para el encuentro último en la Parusía.
Esta segunda venida que no tarda en llegar, recuerda san Pedro (2 Pt. 3, 8-14),  ya que "un día es como mil años y mil años como un día. El Señor no tarda en cumplir lo que ha prometido, como algunos se imaginan, sino que tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan".
El corazón del creyente debe estar lleno de paciencia, esperando el momento del cumplimiento y la consumación de la creación, por eso el mismo apóstol Pedro dirá, a tono con Isaías y el Evangelio, que debemos esperar al Salvador en su segunda venida, con un corazón que ha obrado el bien, viviendo santa e irreprochablemente, teniendo en el corazón como primacía el servicio a Dios y a los hermanos, para que todo lo demás se alcance por añadidura.
Queridos hermanos, el Señor no nos niega su consuelo, su gracia, su bendición, en medio de las vicisitudes de esta vida y de los problemas que nos aquejan no pocas veces. 
Por eso abramos nuestro corazón hagamos el bien, con el deseo de conversión, y que esta realmente sea efectiva. 
En este tiempo de Adviento una forma concreta de conversión es retornar al sacramento de la confesión sincera. 
Saber que allí justamente somos bautizados con el perdón, así como el bautismo de Juan significa la conversión, así también el agua de las lágrimas -al decir de san Ambrosio-, en la confesión, otorgue el perdón fruto de la conversión.
Ya estamos bautizados en el Espíritu Santo, por lo que el agua de las lágrimas, del arrepentimiento y del sacramento de la confesión nos reconcilie con el Señor, nos fortalezca en el camino del bien y podamos prepararnos dignamente para recibirlo.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe, Argentina. Homilía en el domingo segundo de Adviento. Ciclo B. 10 de diciembre  de 2023

9 de diciembre de 2023

¡Qué misterio el de la elección de María para ser Madre del Salvador, para lo cual fue engendrada en la plenitud de la gracia!

En este tiempo de Adviento hacemos un paréntesis para celebrar esta hermosa fiesta de la Inmaculada Concepción de María Santísima. Fiesta precisamente que está íntimamente ligada al tiempo de Adviento y mucho más al tiempo de Navidad, cuando celebremos no solamente el nacimiento de Jesús sino también la maternidad de María Santísima. ¿Qué implica este misterio de la Inmaculada Concepción de María, dogma de fe definido por el Papa Pío IX en 1854? 
Vayamos a los textos bíblicos. En la segunda lectura, el apóstol San Pablo (Ef. 1,3-6.11-12), escribiendo a los cristianos de Éfeso y también por supuesto a nosotros, describe maravillosamente el plan de Dios para con la humanidad: "Bendito sea Dios....que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el  cielo, y nos ha elegido en Él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia por el amor".
La providencia de Dios colma de bienes espirituales a todos los hombres, y serán recibidos por quienes son dóciles al Creador y, ha elegido -a su vez- desde antes de la creación del mundo. 
O sea, cada uno de nosotros, cada persona que ha venido a este mundo ha estado presente en el pensamiento de Dios desde siempre, elegidos para compartir su misma vida en el momento oportuno. 
Y esto se dio no porque el Creador se sintiera solo, sino porque la abundancia de sus dones y de su gracia es tan grande que precisamente busca colmar a otras criaturas de esa grandeza inmerecida para la que nos elige eternamente.
¿Para qué? Para que seamos santos e irreprochables para la gloria de Dios y nos predestina a ser hijos adoptivos suyos, por medio de Jesucristo, "conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, que nos dio en su Hijo muy querido".
A su vez nos elige  para que seamos herederos suyos, "destinados de antemano para ser alabanza de su gloria, según el previo designio del que realiza todas las cosas conforme a su voluntad".
O sea, para que lleguemos a la meta para la cual fuimos creados, que es compartir su misma vida, o sea, Dios tiene un proyecto hermoso para todos los hombres que sean fieles a sus designios.
Pero el hombre, arrastrado por la tentación, viene a romper todo esto con el pecado de los orígenes, el pecado original. Cuando el hombre cree que puede llegar a ser Dios, cuando no se contenta con ser criatura, cuando piensa que no es nada si no puede equipararse a Dios, es en ese momento que por el pecado de soberbia se separa de su Creador. 
La separación del Creador se ejemplifica  (Gèn.3,9-15.20) por medio de la desnudez causada por la pérdida de la gracia de Dios y de la inocencia, el hombre ha quedado al descubierto delante de un Dios que ama al ser humano que le es infiel, es la desnudez en definitiva de nuestra nada. 
El hombre ha querido ser más y ahora se da cuenta que nada es, transmitiéndose  este pecado de los orígenes de generación en generación. 
Este es un gran misterio y, quizás más de uno se pregunta por qué yo tengo que nacer con el pecado original. 
En este sentido y en relación con nuestro cuerpo, la ciencia enseña que cada uno de nosotros nace con una carga genética que se remonta a nuestros padres y ancestros, de manera que hay una conexión entre cada uno y los antepasados, de manera que  muchas veces heredamos las taras propias que han tenido otros antes que nosotros, de lo cual  no tenemos culpa pero es una realidad. 
Y así, no tenemos culpa personal del pecado original pero es una realidad que nacemos ya heridos por el mismo.
Pero como Dios en su Providencia, nos ha elegido para ser santos e irreprochable, para ser hijos adoptivos suyos, para ser herederos de su misma vida, pensó en una solución. 
¿Cuál fue esa solución? Enviarnos un Salvador, su propio Hijo, prometido desde el inicio.
Pero para que el Hijo entrara en el mundo creado, en el tiempo, tenía que nacer de una mujer, por lo que Jesús justamente nacerá de una mujer que fue elegida por Dios para esa misión, para ser su madre. ¡Qué misterio el de la elección de María para ser Madre del Salvador y madre también por lo tanto de cada uno de nosotros!
Ahora bien, esa mujer elegida, que debería haber nacido en pecado original, tenía que ser liberada del mismo, porque no podía haber rastro de pecado alguno en alguien elegida para ser la Madre del Hijo de Dios hecho hombre. 
De modo que cuando María es engendrada en el seno de su madre, santa Ana, en el primer instante de la concepción, ella comienza a vivir, a desarrollarse en su madre colmada de gracia, sin pecado alguno, y eso en previsión precisamente del misterio redentor de su Hijo, mirando hacia el futuro. Entonces María completamente limpia, la pura y limpia concepción, puede ser ya la madre del Salvador, de modo que aquel que fue engendrado por el Padre en la eternidad, nacerá en el tiempo de una madre virgen y limpia de pecado alguno.
De manera que también el fundamento de esta prerrogativa de la Inmaculada Concepción lo encontramos en su Maternidad Divina. Pero ahí no se termina todo, ya que  afirma la liturgia en la primera oración, que este misterio de la Inmaculada Concepción, tenemos que mirarlo también como un misterio que nos hace ver que Dios quiere que lleguemos a Él limpios de pecado. 
Por eso aunque nos sintamos débiles, pecadores, tentados permanentemente, hemos de acudir siempre a la protección de la Madre del Cielo, porque ella comprende y conoce nuestras miserias. Y Ella nos  ayudará para que podamos caminar por esta vida limpios de pecado. 
Si por desgracia caemos en el pecado, hemos de tener la valentía de arrepentirnos, levantarnos y seguir transitando este mundo con ese deseo de llegar a la Patria Celestial. 
Queridos hermanos, gocémonos en la celebración de esta fiesta, sintamos en nuestro corazón la alegría que todo el mundo creyente siente, porque gracias a este misterio fue posible la Maternidad Divina y fue posible nuestra salvación. 
Ahora podemos seguir caminando en este tiempo de Adviento, sabiendo que justamente respalda este caminar y esta vida nuestra, este misterio hermoso de la Inmaculada Concepción de María.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe, Argentina. Homilía en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María Santìsima.08 de diciembre  de 2023



4 de diciembre de 2023

Dios es fiel, y nos llamó a vivir en comunión con su Hijo Jesucristo Nuestro Señor, que viene al encuentro del hombre redimido.

 Comenzamos hoy un nuevo año litúrgico durante el cual  actualizaremos y meditaremos los misterios de la vida de Cristo. Misterios de la vida de Cristo que refieren a un conocimiento más profundo del misterio de Dios y su designio de salvación del hombre invitado a participar del misterio divino.
A su vez  en la liturgia contamos con los tiempos fuertes que son Adviento, Navidad, que miran a las dos venidas de Jesús, la  Cuaresma como vìa penitencial que se continúa en la muerte y resurrección del Señor y el tiempo pascual. A su vez,  el tiempo llamado durante el año donde meditamos sobre las distintas enseñanzas de Jesús. 
En el tiempo de Adviento nos movemos en dos momentos distintos, en las dos primeras semanas la atención está puesta en la segunda venida de Cristo, porque si Adviento significa advenimiento, estamos siempre caminando hacia su segunda venida, y en las dos semanas posteriores la atención se centra en la preparación inmediata al nacimiento en carne de Jesús en Belén. 
De manera que en este tiempo de Adviento se nos permite por un lado actualizar ya un hecho histórico, lo que aconteció, el nacimiento de Jesús,  pero  también a vivir anticipadamente lo que vendrá y lo que esperamos, que es la segunda venida de Jesús. 
Por eso es muy importante tener siempre nuestro corazón atento para ir descubriendo qué es lo que Jesús nos quiere transmitir.
Precisamente la liturgia de hoy recuerda que hemos de despertarnos, no estar dormidos, ya que el hombre necesita siempre salir del  letargo en el que está sumergido muchas veces, preocupado por lo terrenal, para atender  a la venida del Salvador, que acontecerá de improviso y sorprenderá a quien no esté velando.
De allí la importancia de vigilar, que no significa estar atemorizado permanentemente, sino  ir descubriendo en cada momento de la existencia humana las manifestaciones de aquel que viene. 
Porque Cristo no solamente vino por primera vez en la debilidad de la carne, no solamente vendrá al fin de los tiempos como Juez, sino que Jesús viene cada día al encuentro del hombre.
Y así, por ejemplo, ahora en la celebración de la Misa, Jesús viene  y entrega su palabra para iluminar las mentes y,  su Cuerpo y  Sangre para nutrir la vida cotidiana como hombres en camino que somos.
De manera que estas vivencias necesitan que estemos despiertos  para descubrir a Jesús en cada momento de nuestra historia personal, sabiendo que  nos confía su casa, como acabamos de escuchar en el Evangelio (Mc. 13, 33-37), confía aquello que es propio de Él, que es la Iglesia, pero que es también nuestra propia vida, nuestros quehaceres, todo aquello que forma parte del devenir humano. 
Tenemos que cuidar todo eso, es decir, velar para que toda nuestra vida sea un realizar continuo de obras buenas, que prepare el encuentro definitivo con Dios, que es precisamente lo que pedíamos en la primera oración de esta Misa, a saber, que con las buenas obras podamos salir al encuentro del Señor que viene, para lo cual también es necesario una conversión de corazón. 
Ya en la primera lectura (Is. 63,16 ss)  del profeta Isaías, llamábamos a Dios Padre, un término extraño para el Antiguo Testamento como tal, pero que aparece, con todo lo que esto significa de cercanía.
Llamamos a Dios Padre. ¿Y qué dice el profeta? Destaca el estado calamitoso en que está el ser humano, metido en el pecado, que es necesario ser salvado y purificado, que es necesario que Él venga desde lo alto, descienda ante el hombre  y lo salve.
Es muy importante afianzarnos en esta idea de que necesitamos al Salvador que es Jesús, que nos saque de nuestras miserias y podamos, así fortalecidos por Él, caminar en esta vida hasta que nos encontremos en la gloria del cielo.
San Pablo (I Cor. 1, 3-9), a su vez, nos desea que "mientras esperamos la revelación de nuestro Señor Jesucristo, no nos falte ningún don de la gracia" para "que nos mantenga firmes hasta el fin, para que seamos irreprochables en el día de la venida de nuestro Señor Jesucristo" .
Y esto será así "porque Dios es fiel, y Él nos llamó a vivir en comunión con su Hijo".
Pidamos entonces esta gracia de lo alto para vivir como verdaderos hijos  imitándolo al Señor y así llegar a su encuentro para siempre.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe, Argentina. Homilía en el domingo primero de Adviento. Ciclo B. 03 de diciembre  de 2023