31 de octubre de 2009

“Yo te amé con amor eterno, por eso te atraje con fidelidad” (Jer.31,3)


1.-“El resto”, amado con amor eterno.
La misión profética de Jeremías no consiste únicamente en “arrancar y derribar”, sino también en “edificar y plantar” (Jr. 1,10). Jeremías luchó durante muchos años para suprimir el mal que desgarraba la vida del pueblo elegido. Pero Judá no supo responder a su mensaje. El pecado tiene raíces tan profundas en el corazón del hombre que éste no puede liberarse de ese lastre por sí mismo. Parecería que Dios ha fracasado en su intento de formar un Pueblo fiel. El profeta no se deja desmoralizar al comprobar esta esclavitud profunda en el corazón del hombre, y predice una futura intervención de Dios que cambiará las relaciones del pueblo con Él.
Después de un período de purificación en el exilio, el pueblo se alegra con la esperanza del retorno a su Patria (Jer.31, 7-9). Quienes regresan configuran el “resto” de Israel, un grupo formado no por victoriosos sino de salvados, constituyendo el centro que atraerá a las naciones que respondan a la misericordia y al llamado de un Dios que siempre se encuentra con el hombre para rescatarlo de sus miserias más profundas.
La transformación interior de este”resto” o pequeño rebaño influye en la innovación incluso de todo lo que le rodea. La tierra se transforma según el corazón de los hombres, y los que “habían partido llorando” retornan “llenos de consuelo” y conducidos a “los torrentes de agua por un camino llano” (Jer 31,9).
El salmo 125 que responde al texto de Jeremías continúa en la misma línea de alegría desbordante en el corazón humano porque “el Señor ha estado grande con nosotros” (Ps. 125,1). El júbilo es tan grande que hasta los paganos reconocen que “El Señor ha estado grande con ellos”, reza el salmista alborozado.
Todo irradia la felicidad desbordante que derrama la misericordia de Dios, lo cual asegura que en la fidelidad al Creador se encuentra la fuente de tanto don y grandeza en el “resto”, pequeño rebaño anunciador de lo que vendrá en el Nuevo Testamento con la presencia de Jesús.
De allí que la Iglesia de nuestro tiempo presencializa “el resto” de Israel en medio de una cultura indiferente hacia Dios y prescindente de la búsqueda de la grandeza del hombre desde el corazón recto que se orienta hacia Aquél que lo restituye en su santidad original.
A pesar de sus límites y de ser muchas veces ignorada por sus contemporáneos, la Iglesia sigue siendo, por voluntad de Jesús, un signo de salvación y el centro de la Historia.
Tanto en el “resto” de Israel, como en la Iglesia “pequeño rebaño”-“pusillus grex”- (Lc. 12,32), se concretan las palabras del Señor: “Yo te amé con amor eterno, por eso te atraje con fidelidad” (Jer.31, 3).

2.-Bartimeo, el amado con “amor eterno”
El texto evangélico del día (Mc.10, 46-52) nos presenta la figura de Bartimeo, el ciego de Jericó, sentado junto al camino, imposibilitado por su ceguera y pobreza de avanzar por la vida como los demás hombres. Seguramente muchos pasarían de largo al verlo “al costado” del camino, ya que su presencia no conmociona el corazón de los caminantes, acostumbrados a advertir tantos excluidos de la sociedad y de la vida.
Bartimeo podría –como muchos de los desechados - estar “conforme” y resignado por su situación, sin esperar ya nada ni de Dios ni de los demás.
Sólo le queda asumir su realidad y tratar de sobrevivir en medio de una sociedad despreocupada por los “miserables” de este mundo.
Sin embargo, en su corazón espera salir del exilio social y espiritual, gracias al poder ver a Jesús y acogerse a su misericordia salvadora.
“¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!” gritará ante el Mesías.
Muchos lo reprendían –destaca el texto- intentando callarlo. Multitud esta que representa a ese mundo que pretender silenciar el grito angustioso del que tiene fe, como diciéndole, “El Señor está muy ocupado para atenderte a ti”, o “Dios ya no se inclina ante las miserias humanas”.
Pero el ciego seguirá gritando su esperanza, con mayor entusiasmo, seguro de ser escuchado reclamando la piedad de Jesús, como lo hacemos en cada Eucaristía, convencidos de ser tenidos en cuenta.
Y Aquél que se dirige a Jerusalén para el sacrificio redentor, se detiene requiriendo a los que lo rodean: “Llámenlo”.
Fue suficiente que le digan “Levántate, Él te llama”, para que “arrojando su manto”, se pusiera de pie de un salto y fuera hacia Él (cf. v.50).
Arrojar el manto que lo abrigaba en las noches frías en medio de la intemperie, significa para él dejar de lado toda seguridad, prescindir del único hogar cálido que lo protegía en medio de sus miserias.
Ponerse de pie de un salto señala la prontitud de la fe que en medio de la oscuridad de su ceguera corporal mantiene viva su luz esclarecedora. Suplicar la piedad de Jesús implica reconocer su indignidad personal y que sólo el Señor podría rescatarlo de lo más profundo de sus miserias.
A pesar de conocer su necesidad más profunda, Jesús le pregunta acerca de lo que quiere que Él haga a su favor.
“Maestro, que yo pueda ver”, será la respuesta escueta.
Y Jesús, interpretando su deseo más profundo de ser iluminado interiormente, le responde “Vete, tu fe te ha salvado”.
Bartimeo vio con los ojos de la carne, pero no se fue como le dijera el Señor ya que comenzó “a ver” con la luz interior de la fe. De allí que la actitud consecuente con lo en él realizado, fue seguirlo por el camino.
Ya no permanecerá “al costado” esperando ser acogido por alguien –como quizás otros esperaban-, sino que sintiéndose amado por Él con amor eterno, retomó el camino del seguimiento del único que puede rescatar al hombre de sus desdichas.

3.-El hombre desechado, Bartimeo de nuestro tiempo.
El ser humano muchas veces olvidado por todos en su exclusión, espera la presencia de algún salvador, como el argentino desposeído que ilusoriamente cree que los “líderes” de esta sociedad pueden rescatarlo de sus limitaciones. ¡Vana utopía que sólo lleva a la degradación cada vez más profunda del desechado de nuestra sociedad!
Sólo Cristo puede sacar de las miserias más subterráneas, incluyendo el pecado, por eso el evangelio nos deja a todos una enseñanza que puede cambiar no sólo al hombre en particular sino también a la sociedad toda.
La figura de Cristo deja abierta la invitación para que todos los ciudadanos, especialmente los que posean el poder y la responsabilidad de laborar a favor de la justicia social, miremos como Cristo a quien clama piedad desde sus carencias y le ayudemos a salir de ellas, reconociendo su vocación a la grandeza como hijo de Dios.
A su vez el que clama, no conformándose con las dádivas que lo mantienen cautivo, ha de despojarse de las precarias seguridades que le pretenden imponer, para buscar no sólo una vida nueva, sino un compromiso de involucrarse en el trabajo por el bien de todos.
La fe verdadera hace operante a todo hombre de buena voluntad, ya que desde Cristo se busca la dignificación del hombre cesando de oprimirlo como acontece en la actualidad.
Y, por otra parte, el que clama, descubriendo su dignidad de hijo de Dios, no se resigna a ser desechado sino que busca elevarse por encima de sus infortunios sintiéndose co-responsable del crecimiento de todos.
La Argentina toda, en el presente, como Bartimeo, implora aún sin saberlo, la piedad del Señor, y éste le pregunta a su vez ¿qué quieres que haga por ti?
La respuesta, sin duda alguna, ha de consistir en la conversión sincera de todos con el deseo de ser curados por el único que puede rescatarnos de nuestras miserias, para que comencemos a transitar el camino del seguimiento de Jesús, esto es, el recuperar los valores que nos han visto nacer como sociedad cristiana y que hemos desechado, confiando vanamente en las propuestas mundanas de una cultura sin Dios que nos están hundiendo cada vez más en el vacío más atroz.

4.-El que nos amó desde siempre es nuestro pontífice.
El autor de la carta a los hebreos (5,1-6) nos asegura que Jesús como sacerdote eterno según el orden de Melquisedec, es Pontífice, es decir “puente” entre nosotros y el Padre, el cual habiendo asumido nuestras debilidades, menos el pecado, expió nuestras culpas por medio de su sacrificio redentor, ofreciéndose como mediador para alcanzar la meta para la que fuimos creados.
Esta presencia salvadora de Jesús nos consuela en medio de tantas incertidumbres presentes en la actualidad, y nos confirma que el Señor es el único camino que puede preservar al hombre de innúmeras miserias.
El ser humano ha intentado todo alejándose de Dios y su misericordia, y sólo hemos conseguido vivir en el presente como exiliados en nuestra propia Patria a consecuencia de no procurar seguir por el camino que nos muestra Jesús y conduce a la gloria del Padre.
Crezcamos en la fe recibida y acudamos de nuevo al único que puede mostrarnos una existencia nueva.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz. Homilía del domingo 25 de Octubre de 2009, XXXº del tiempo Ordinario, Ciclo “B”.- ribamazza@gmail.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro; http://ricardomazza.blogspot.com.-/
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25 de octubre de 2009

Servir es la misión del seguidor de Cristo


La liturgia Eucarística es siempre sacrificial, porque es memorial y actualización del sacrificio de la Cruz. Pero éste su carácter, queda hoy evidenciado especialmente por la Liturgia de la Palabra, centrada enteramente en el misterio de la pasión y muerte de Jesús.
En la primera lectura, el profeta Isaías (53,10-11) en breves versículos anuncia el plan divino acerca del Siervo de Yahvé”, figura de Cristo: “el Señor quiso triturarlo con el sufrimiento”. Tal fue la voluntad de Dios que quiso entregar a su Hijo por la salvación del mundo, y tal será la voluntad de Cristo “cuando entregue su vida como expiación”.
Ese sacrificio voluntario “justificará a muchos”, o sea, preservará a la multitud de los hombres que acepten ser salvados. El precio será su muerte, con la que expiará “los crímenes de ellos”.
En verdad no es poca cosa el pecado –lejanía y olvido de Dios-, como tampoco es una figura literaria el amor de Dios a los hombres, si para redimirlos ha querido que su Hijo muriese en la Cruz. Muerte que concluyó, es cierto, en la gloria de la resurrección, pero sólo pasando por los rigores y las angustias más crueles.
El Evangelio del día (Mc. 10, 35-45), deja oír la petición de los hijos de Zebedeo en contraste con las enseñanzas de Jesús que por tercera vez anuncia su pasión redentora:”Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”.
Cristo piensa en su muerte redentora, en la entrega total de sí en la humillación más agobiante, mientras que sus discípulos –fiel reflejo del criterio mundano- buscan evadirse del sufrimiento y asegurarse en cambio el honor a través de los puestos que los enaltecerían junto a un Mesías temporal que presumen será encumbrado.
Tentación continua la del hombre será esta de no escuchar al Señor de la Cruz, ensimismado y cegado por las glorias pasajeras que aseguran sólo bienestar y el disfrute efímero de aquello que deja vacío el corazón humano.
Jesús, que viene a salvar al hombre de toda esclavitud, con paciencia a pesar de ver la incomprensión que lo rodea, seguirá insistiendo en lo que personifica lo esencial de su mensaje, señalando que quien quiera tener parte en su gloria deberá beber el cáliz del sufrimiento: “¿Son capaces de beber el cáliz que yo he de beber?”.
Juan y Santiago se apresuran a responder afirmativamente, empujados todavía por el deseo de la gloria mundana, y seguramente sin entender del todo que el precio de la entrada al reino es seguir su mismo camino, apurar con él hasta la última gota del dolor, sumergirse con el Salvador en su pasión y muerte, sin que esto les dé derecho a los primeros puestos, destinados por el Padre a quien quiere.
Sumergirse, en efecto, en la pasión del Señor es sólo condición para entrar con Él a la gloria.
El enojo posterior de los discípulos, que consideran que la actitud de Juan y Santiago era un intento para desplazarlos, sirve para que Jesús les enseñe a todos que lo que verdaderamente importa es el servicio al Evangelio y a los hermanos.
Es constante en la experiencia humana comprobar cómo los que se dicen gobernantes se desempeñan como tales buscando tiranizar y dominar a aquellos a quienes debieran servir- recalca Jesús con perspicacia y presente actualidad en su enseñanza.
Quienes actúan de ese modo viven sometidos a sus deseos desordenados de poder por los que sólo piensan en su propio disfrute y en utilizar a sus hermanos como medio para acrecentar poder y riqueza.
El cristiano y seguidor de Cristo, por el contrario, se ha de conducir de modo que “el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos” (vv.43 y 44).
En la Iglesia de Cristo no ha de haber lugar, por lo tanto, para las mezquinas competiciones del orgullo, para los manejos de la ambición, para el afán de triunfo, gloria o preeminencia sobre los otros.
Si hay competición entre los cristianos ha de ser para pretender el lugar de mayor servicio, no desde la cumbre del poder, -a no ser que así lo disponga el Padre- sino desde la pequeñez de la entrega desinteresada de uno mismo por el bien de todos.
El propio Jesús expresa el fundamento de esta elección por el servicio incondicional acorde con el verdadero seguidor: “el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” (v.45). Así, pues, el discípulo de Jesús descubre que siguiéndolo a Él con la propia cruz del desasimiento personal, se logra imitarle y entrar en la gloria.
Los otros, en cambio, los que “dominan” a sus hermanos sin ponerse nunca al servicio de ellos, contemplándose siempre en su propia vanidad, ahondan más y más el vacío de sus corazones.
La sociedad entera sería otra cosa si los bautizados todos viviéramos nuestra condición de ciudadanos de la tierra con una actitud de servicio constante.
Si el profesional de la salud, de la educación, si el político o el gobernante, el sindicalista, el consagrado o el simple fiel, viviéramos en esa permanente actitud de servicio como Cristo, muriendo a nosotros mismos, la Patria de la tierra sería transformada.
Cuando la familia procura que cada uno de sus integrantes crezca como ciudadano del cielo y de la tierra, el servicio se transforma en continua entrega de sí por el bien de los otros.
En fin, cuando, para todos sea primordial el servicio a la vida de sus hermanos, en los diversos ámbitos de la dignificación humana, el camino a la gloria estará abierto hasta el encuentro definitivo del Padre con sus hijos, amados y redimidos por el Hijo presente en la historia humana.
Para animar a los creyentes a llevar la Cruz, el autor de la carta a los Hebreos (4,14-16) recuerda que tenemos en Jesús “un sumo sacerdote grande”, el cual habiéndose hecho en todo semejante a nosotros, menos en el pecado, conociendo y asumiendo nuestras debilidades se ha hecho capaz de compadecerse de nuestras miserias.
Hermanos: El que ahora está sentado a la diestra del Padre para interceder por nosotros, fue pasible del dolor, agonizó y tembló ante el sufrimiento y la muerte, permitiendo esto que podamos acercarnos con seguridad “al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente”. Pidámosle nos ilumine para llegar a comprender nuestro llamado al servicio, y nos otorgue su fuerza para mantenernos siempre en esta actitud semejante a la de Cristo, sin dejarnos seducir por las efímeras gloria del poder mundano.


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Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz. Domingo 29 durante el año, ciclo “B”. 18 de Octubre de 2009. ribamazza@gmail.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro; http://ricardomazza.blogspot.com.-/
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18 de octubre de 2009

INVITACIÓN A LA PERFECCIÓN EVANGÉLICA….


La enseñanza común a los tres textos bíblicos de este domingo gira alrededor del tema de la sabiduría. Esa sabiduría de Dios que es participada por el ser humano, por cada uno de nosotros, y que implica el arte de saber vivir. ¿En qué consiste el saber vivir? En la primera lectura tomada del libro de la Sabiduría (7,7-11) el rey Salomón agradece a Dios por este don que le ha sido conferido como respuesta a la súplica por él elevada oportunamente.
En efecto, antes de comenzar a reinar Salomón le pide a Dios la ciencia suficiente para poder gobernar rectamente a su pueblo y realizar siempre el bien en beneficio del mismo.
Dios, sorprendido por este pedido, ya que no reclamó riquezas, sino que solicitó la sabiduría, el conocimiento, la posibilidad de poder vivir bien él y enseñarle a los demás lo que ha de llevarse a la práctica, le concede la inteligencia suficiente para gobernar correctamente, y le agrega además los bienes terrenales que no había pretendido.
¿En qué consiste este arte del buen vivir o el vivir rectamente? No se trata de saber disfrutar absolutamente de todo, sin medida y sin límite, como muchas veces el común de los mortales entiende, sino que el arte o la sabiduría del buen vivir consiste en seguir la voluntad de Dios.
Es realmente sabio el que sabe discernir los distintos acontecimientos de su vida y sabe aplicar a la realidad de todos los días esa participación que tiene de la sabiduría de Dios.
En la primera oración de esta liturgia dominical dirigida al Padre de todos, y que reúne las intenciones de la Iglesia que peregrina en el tiempo, pedíamos que su gracia nos preceda y acompañe siempre para que estemos dispuestos a hacer el bien.
Sintetiza, como se advierte enseguida, la súplica de todo creyente que quiere ser instruido por la participación de la sabiduría infinita de Dios.
Esta sabiduría implorada permite al hombre saborear, gustar, aquello que lo ennoblece como persona huyendo de lo que lo denigra, del saborear otro tipo de bienes que lo rebajan como persona, que le hacen experimentar placeres pasajeros y que en definitiva no conducen a la plenitud del encuentro con Dios.
Así lo entendió Salomón cuando comenzó a reinar pidiendo lo que necesitaba para su recto obrar, ya que los cetros y las riquezas no son más que “arena” al compararlos con la sabiduría de Dios.
En la segunda lectura, la Carta a los Hebreos (4,12-13) enseña que la Palabra de Dios penetra lo más profundo del hombre, escudriña lo íntimo de su ser, juzga los deseos e intenciones del corazón, y nada se le oculta.
Como ante la sabiduría de Dios todo está patente, esta Palabra nos lo comunica a Él mismo, Palabra viva hecha carne en Jesucristo que entra en diálogo con nosotros mostrándonos el camino de la salvación humana.
Dejarnos descubrir y enseñar por esa Palabra-Sabiduría de Dios entraña el saber responderle con la entrega dócil de toda nuestra existencia que se va transformando a través de la fuerza de la divinidad.
De allí la necesidad de dejarnos enseñar por la Palabra de Dios que nos descubre la intimidad divina que quiere entrar en diálogo con la nuestra.
Si contemplamos la enseñanza del Evangelio (Mc.10, 17-30) nos encontramos con referencias concretas a ese conocimiento especial de Dios y de la vida.
Un hombre se acerca a Jesús y le dice “¿Maestro bueno, qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” Jesús le contesta refiriéndolo al Padre del Cielo, “¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno”.
Pero, además, esta pregunta encierra -como dice Juan Pablo II en su Encíclica “El Esplendor de la Verdad” (cap.1º) - otro significado, ya que le está pidiendo a Jesús que le enseñe lo que es bueno y lo que es malo.
Le pregunta acerca de aquello que puede dar sentido a su vida, y esto porque sólo Dios puede enseñar acerca de lo bueno y lo malo, y así evitar caer en equívocos como suele suceder cuando nuestra referencia no es Dios sino el hombre y sus pobres conocimientos sobre el bien y el mal.
No preguntará sobre si puede hacer “lo que le viene en gana” ó “Señor, si yo vivo de acuerdo a lo que siento ¿estoy en el buen camino?”
Cuestión ésta muy común en nuestro tiempo y entre nosotros, ya que se piensa que hacer lo que se siente ya es suficiente para el bien obrar, llevándonos irremediablemente a convivir con el error.
Nos hemos acostumbrado muchas veces a obrar sin pensar demasiado, sin discernir si nuestra decisión es buena o mala, juzgando que el sólo hecho de sentirnos bien con Dios en nuestro interior, justifica el vivir en desacuerdo con sus enseñanzas, introduciéndonos esto en una existencia confusa respecto a la coherencia entre fe y vida que siempre ha de existir.
El hombre que se presenta ante Jesús quiere hacer las cosas en serio, de allí que el Señor le responde: “Ya sabes los mandamientos”, y los enumera rápidamente como ofreciéndole un exámen concreto acerca de los compromisos que se han de tener en cuenta.
Este hombre al preguntar de este modo apunta a investigar el modo cómo llegar a ser sabio, cómo saborear la verdadera vida del espíritu ya que la observancia de los mandamientos realizada desde su juventud no es suficiente para su corazón inquieto y abierto a la perfección.
En el fondo el hombre le está diciendo a Jesús que él ya vive sabiamente, que ha aprendido en qué consiste “el arte de buen vivir”.
Ante esto, trae San Marcos un agregado que no aparece en las versiones de Mateo y Lucas, y es “que Jesús fijando en él su mirada lo amó”.
¿Qué implica esa mirada de amor? Es una mirada de complacencia que le está diciendo “yo sé que es la verdad lo que afirmas”. Pero también es una mirada de amor que interpela, como diciendo “si bien esto es verdad, yo te llamo a algo más profundo, que va más allá de los mandamientos”.
Juan Pablo II advierte en Veritatis Splendor que el llamado posterior del Señor apunta a la vivencia de las bienaventuranzas (Mateo 5).-
Y esto es así porque el amor es exigente, no se queda en el mínimo de nuestra pobre ofrenda personal, apunta a una entrega más plena, a una mayor donación de uno mismo.
De allí que Jesús continúe: “Sólo te falta una cosa” (Mc.10, 21), “si quieres ser perfecto, ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres: así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme” (Mateo 19, 21).
“No te conformes con los diez mandamientos –parecería decirle el Señor- con lo exiguo indispensable, decídete a una entrega mayor que implique el desprendimiento de todo aquello que ahora te ata e impide una ofrenda mayor de ti mismo”.
Y es allí, ante esta interpelación, que percibimos cómo las riquezas lo atan.
No está Jesús censurando las riquezas que posee y de las cuales probablemente hace buen uso, -lo contrario hubiera sido destacado por el Señor sin duda alguna-, sino que lo invita a dejar esos bienes poseídos y correctamente utilizados, para lanzarse a una misión totalmente diferente, desprendido de toda seguridad material, y sólo apoyándose en el Maestro y la fuerza de su Buena Nueva.
Pero el hombre, no obstante su buena intención y su correcto obrar, ha dejado al descubierto que en el momento de elegir entre “dos tesoros”, Cristo o el dinero, no se siente con fuerzas o no quiere dejar las riquezas.
¡Cuántas veces a nosotros nos sucede esto! Agachando la cabeza dejamos solo al Señor cuando Él nos dice que nos falta entregar algo para que nuestra disponibilidad sea completa.
“No te has entregado completamente –nos interpela Jesús- no te decides a dejar esto o aquello que te ata e impide en tu corazón una disponibilidad total y se convierte en obstáculo para una mayor intimidad conmigo”. “Te falta entregarte a vos mismo. ¡Cómo te resistes a dejar aquello que te retiene en tu entrega generosa por la causa del evangelio!”.
Es frecuente que nos hagamos los sordos, que miremos para otro lado, que nos aturdamos con el ruido de las cosas para no escuchar el llamado del salvador.
Por eso ante la falta de respuesta Jesús dirá “¡Qué difícil para un rico es entrar en el reino de los Cielos!”.
No dice que sea imposible, sino que es difícil, porque siendo el dinero u otra realidad creatural bienes exteriores al hombre, sino estamos asentados en Jesús, que es el bien interior supremo, fácilmente se busca el apoyo en lo que está afuera de uno mismo pensando que allí encontraremos la seguridad que no se tiene.
Los apegos cuando desplazan al Señor del corazón humano pueden hacer peligrar hasta la salvación personal, de allí que Jesús hable de la imposibilidad del hombre para salvarse, aunque no para la gracia misericordiosa de Dios.
En definitiva, los tres textos bíblicos apuntan a la necesidad de buscar la sabiduría verdadera que permite conocer cuál es el camino que nos lleva al encuentro de Jesús.
Es una invitación a tomar en serio la vida cristiana, a buscar aún en medio de nuestras debilidades y pecados, la voluntad de Dios para a ella adherir nuestro ser y obrar.
Y como Dios no se deja ganar en generosidad, Jesús promete el ciento por uno a quienes habiendo dejado todo impedimento para su seguimiento, se ponen en camino tras Él en medio de las persecuciones que no faltarán a quien lo siga de verdad.
Poniéndonos frente al Señor preguntémosle qué debemos hacer para seguirlo generosamente, y sabiendo de nuestra debilidad supliquemos su gracia y fuerza para realizar su voluntad.

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Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista”, Santa Fe de la Vera Cruz. Homilía en la Eucaristía del Domingo XXVIII “per annum” Ciclo “B”. 11 de Octubre de 2009; ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com/; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro.-
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10 de octubre de 2009

“Varón y Mujer los creó” (Gn.1,27)


“Soledad en la comunión y en la complementariedad, vivencia paradojal entre el varón y la mujer, porque mientras se alegran de ser recíprocamente “la ayuda adecuada”, perciben el límite de la imperfección y el llamado siempre apremiante de la unión con Dios”.


1.-Comenzamos el mes de Octubre y con él providencialmente celebraremos el mes de la familia que nos permitirá reflexionar y apreciar una vez más esta nobilísima institución constituida por el mismo Dios antes de toda sociedad organizada, y por lo tanto fundadora de ella.

La liturgia de este domingo, ha querido Dios, nos inspira para comenzar esta reflexión desde los inicios del mismo hombre.

El libro del Génesis (cap. 2, 18-24) nos permite entrar de lleno en el pensamiento mismo del Creador respecto a su obra más perfecta, el varón y la mujer llamados a la comunión mutua, la cual se instaura en el matrimonio y se perfecciona en la familia.

Anteriormente el texto bíblico señala que Dios colocó al hombre en el paraíso para que “lo cultivara y lo cuidara”(v.15), fijando así su papel de administrador de todo lo creado –dada su estrecha relación con el medio que habita-, para bien de toda la especie humana, respetándolo por lo tanto en su mismo encuadre creacional.

Buscador siempre del bien de su creatura más perfecta –temporal y eterna a la vez-, el Creador afirma “no conviene que el hombre esté sólo. Voy a hacerle una ayuda adecuada” (v.18).

Previamente a ello, y avanzando de lo imperfecto a lo perfecto, Dios modela con arcilla del suelo a todos los animales del campo y a todos los pájaros del cielo y se los presenta al hombre.

2.-El hombre, como señor y administrador de lo creado pone un nombre a todos los animales, pero no encuentra en ellos la ayuda adecuada.

En su soledad primera, el hombre, llamado a la comunión como ser social, cae en la cuenta sin embargo que no ha encontrado la ayuda adecuada.

Con sencillez, el texto bíblico narra la creación de la mujer en la que el varón encuentra a quien lo complementará, de tal modo que exclama dichoso: “¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! “.

La mujer, por lo tanto, es reconocida no como un apéndice del varón sino como complemento perteneciente a su misma naturaleza “porque ha sido sacada del hombre” , y se constituye así en “su” ayuda adecuada.

El hombre pues, creado varón y mujer, se va perfeccionando como tal en la medida que se afirme día a día en la comunión más plena.

Esta comunión se realiza por la complementariedad existente desde el inicio de la creación, ya que “varón y mujer los creó” Dios.

En pocas palabras el texto bíblico resalta la igualdad de naturaleza en los que fueron modelados a “imagen y semejanza” (cf. cap.1,26) del Creador, afirma a su vez su distinción sexual porque los creó varón y mujer, y destaca su complementación mutua ya que la mujer “es hueso” de los huesos del varón y carne de su carne.

La comunión varón y mujer, pues, testifica como signo incoado, temporal y humano, la comunión eterna presente en el Dios trinitario.

Comunión ésta imperfecta, por cierto, ya que llamados a la comunión con el Creador, no pierden la soledad primera hasta encontrarse con Él.

Soledad en la comunión y en la complementariedad, vivencia paradojal entre el varón y la mujer, porque mientras se alegran de ser recíprocamente “la ayuda adecuada”, perciben el límite de la imperfección y el llamado siempre apremiante de la unión con Dios.

3.-Ilusoria y vana resulta por éstas razones la pretensión idiologizada de ciertos supuestos “derechos de género” en los que se engañan quienes quieren imponer a la razón, la ilusión de que la distinción varón y mujer proviene de una “construcción cultural”.

La sabiduría inherente en la Palabra revelada, en este sentido, no sólo atestigua la presencia de la Providencia del Creador en la diversidad de los sexos, sino que reafirma lo que la misma naturaleza creatural distinguida y enriquecida por la realidad varón y mujer nos enseña desde el principio.

Corren presurosos hoy legisladores complacientes al encuentro de las modas desconocedoras de la naturaleza humana, dispuestos a repetir el pecado de los orígenes de querer “superar” a Dios, “creando” uniones civiles que postulan la no diversidad sexual, negando lo que es patente desde los orígenes.

Pretendiendo la complementariedad entre iguales, provocan estos negadores de la Providencia de Dios la solitariedad más profunda en el corazón del varón y de la mujer, impidiéndoles poder manifestar la alegría propia de la comunión entre distintos, y sin conseguir avanzar en la búsqueda de la comunión con la Trinidad en la que se da igualdad de naturaleza pero distinción de personas.

Lejos del proyecto divino presente en la creación, el hombre actual, confundido y aturdido por proyectos desconocedores de su naturaleza, disipa el rumbo de la perfecta armonía y felicidad que la verdad le ha presentado desde la conciencia de su propio ser y consecuente obrar.

Podrán las leyes humanas concebir las incoherencias más grandes en lo referente al ser del hombre, pero les será imposible acallar la verdad misma, descubierta y asumida por todos aquellos que sólo buscan regirse por lo que es conforme con su naturaleza racional.

Ahora bien, ¿tan difícil es captar la verdad acerca del ser del hombre? .

Ciertamente que no lo es para los corazones rectos, pero sí para quienes -oportunistas vendedores de fantasías-, buscan congraciarse con “la realidad”- así la llaman- de lo que es sólo simulacro.

4.-“Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne” (v.24), continúa el libro del Génesis.

Afirmación ésta bellísima, que atestigua el llamado dirigido al varón y a la mujer, por comenzar -dejado el hogar que los ha visto nacer y en el cual han madurado-, su propio proyecto de vida, la familia.

Dejar el padre y la madre implica que el varón y la mujer, por un acto libre –el consentimiento-, reconocen que la vida no tiene sentido sino la comparten mutuamente.

Decididos a vivir en el transcurso de esta vida la comunión plena, y expresada la unión de los corazones por el consentimiento matrimonial, el varón y la mujer, “llegan a ser una sola carne” por la unión de los cuerpos.

¡Qué mensaje simple deja la Palabra de Dios a una sociedad hedonista que primero busca la unión de los cuerpos sin el compromiso -sellado por el matrimonio- de llegar a ser una sola carne como expresión concreta de la unión de los corazones!

5.-En el Evangelio del día (Marcos 10,2-16), el mismo Jesús, partiendo del texto del Génesis llegará a decir que el divorcio tolerado por Moisés es causado por la dureza del corazón del hombre -fruto del pecado original-, pero que Él viene a sanar la institución matrimonial misma a través de su presencia, “el amor hermoso” –como lo llama Juan Pablo II en la carta a las Familias- como un modo concreto de mantener aquella verdad de “ya no son dos, sino una sola carne“. (v.8).

De esta manera, Jesús como Salvador, quiere dejar en claro que la voluntad de Dios se expresa de manera auténtica en el libro del Génesis, en la unión permanente del varón y de la mujer, porque siendo ambos una sola carne constituyen un nuevo ser.

Consecuente con esto y con la igualdad de naturaleza entre los cónyuges, el Señor recuerda que el varón y la mujer no son libres para romper el consentimiento matrimonial, ni existe tampoco autoridad humana con poder suficiente para desligar un compromiso esponsal válido.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista” en Santa Fe, Argentina. Reflexiones en torno a los textos bíblicos de la Liturgia del domingo XXVII “per annum”. Ciclo “B”. 04 de Octubre de 2009.

ricardomazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro.-

2 de octubre de 2009

“Si tu ojo es ocasión de pecado, arráncalo……”


Mientras el país sigue siendo “la tierra del pan”, se va haciendo cada vez más profunda la brecha entre pocos inmensamente ricos y muchos excesivamente pobres”.

En el libro de los Números (11, 25-29), se nos proclama que con ocasión de la institución de los setenta ancianos que perpetuarán en el tiempo el espíritu que poseía Moisés, el espíritu de Dios se posa también sobre Eldad y Medad que aunque elegido, no habían concurrido a la tienda.

A pesar del intento de Josué por impedir que estos profetizaran, Moisés señala que no hay que obstruir su misión profética, ya que si Dios les comunicó su espíritu, se debe a que los eligió para esa misión manifestándose así que va más allá de las estructuras humanas y desciende sobre quien quiere, cómo quiere y cuándo quiere.

Moisés, de hecho, desea que el espíritu sea derramado sobre todo el pueblo, constituyendo esto un anuncio y presagio del espíritu del que hablará Joel (cap.3) y cuya efusión tendrá lugar el día de Pentecostés.

El Apóstol Santiago (5,1-6), continuando el Espíritu de Jesús, proclama la necesidad de escapar de las riquezas y sus variadas esclavitudes.

En nuestro tiempo, estas palabras, molestas por cierto, dejan al desnudo la tentación frecuente en la vida cotidiana del hombre de servir al dinero y su entramado de continuas injusticias.

Censura el apego a la riqueza y el colocar la esperanza y seguridad de la vida en aquello que es perecedero. El hombre ha de cuidarse de la trampa ilusoria de que la posesión de bienes le otorga certidumbre en el mundo.

El pobre de espíritu, el que utiliza las riquezas tanto cuanto lo llevan a Dios, y abre su corazón al hermano, en cambio, camina con la convicción que le da el fundarse en el único tesoro que es Cristo.

El apóstol recuerda la vanidad de acumular dinero en este tiempo final, ya que en un abrir y cerrar de ojos todo pasa y se destruye la felicidad que se pretende.

Lo realmente importante es acumular bienes para la Vida eterna, donde los bienes no son corroídos al no estar sujetos a la temporalidad pasajera.

La riqueza, precisa Santiago, muchas veces es amasada por medio de injusticias de todo tipo. Por eso se escuchan desde el cielo los gritos y lamentos de quienes fueron defraudados, engañados y estafados en sus bienes económicos.

Y así dice la Escritura que “el jornal defraudado a los obreros que han cosechados vuestros campos, está clamando contra vosotros, y los gritos de los segadores han llegado hasta el oído del Señor de los ejércitos”.

En el presente podemos comprobar en nuestra Patria, cómo van quedando al descubierto quienes han amasado fortunas copiosas a través de los negocios, del lavado de dinero, de la estafa sistemática que ha tenido como víctima, entre otros, a la atención de la salud humana. Mientras el país sigue siendo “la tierra del pan”, se va haciendo cada vez más profunda la brecha entre pocos inmensamente ricos y muchos excesivamente pobres.

El lujo escandaloso de algunos se pavonea ante la desnudez y miseria de muchos hermanos nuestros.

La Palabra de Dios nos asegura, no sin dolor, que de no mediar una sincera conversión y reparación condigna, concluirá este desenfreno en el cumplimiento de aquello profetizado por el apóstol –en consonancia con lo dicho en el Antiguo testamento por el profeta Amós- cuando afirma: “Os habéis cebado para el día de la matanza”.

En el Evangelio (9,37-42.44.46-47), Cristo luego de defender a quien “sin ser de los nuestros” -según los dichos de Juan- obra según el espíritu de Dios que ha recibido, dejando en claro que la actitud de Moisés tenida en el pasado era correcta, afirma que todo lo que se realiza en bien del prójimo por amor a Él tendrá su recompensa aunque más no sea un vaso de agua entregado servicialmente.

Pero esa bondad de Cristo se convierte en dura condena cuando se arrastra al hermano a la ruina espiritual.

Este daño recibe el nombre de escándalo. Etimológicamente este término equivale a la “piedra de tropiezo” que se coloca en el camino de quien ha optado por la realización del bien en su vida.

Siguiendo esta idea entendemos que toda persona que con su palabra, obra u omisión arrastra a otra al mal, es escandalosa.

Se trata de la intención oculta de promover el mal ocasionando que otra persona caiga en el pecado.

Se podrá preguntar qué juicio merece la persona que no tiene la intención de provocar al mal a otro a través de sus acciones malas.

En ese caso corresponde afirmar que tal persona se hace responsable de su obrar si no se ocupa responsablemente de evitar las consecuencias que del mismo se siguen, a lo cual todos estamos obligados cuando del bien espiritual del prójimo se trata.

Hay quienes fomentan a través de la mentira sistemática el odio a la Iglesia o hacia todo lo santo, y son escandalosos.

Muchos son los que con sus palabras, acciones y omisiones arrastran a otros al pecado de la venganza, de la violencia o a la indiferencia religiosa.

No pocos pudren las mentes de los niños y jóvenes con enseñanzas perniciosas por las que enaltecen todo lo vil e indigno de la persona humana, y son escandalosos.

Hay quienes promueven la cultura de la muerte de los por nacer, ancianos y enfermos, con falsas doctrinas, propaganda, estilos de vida e instituciones –como las clínicas para ello creadas- que empujan a las acciones homicidas más espeluznantes, y son escandalosos.

Otros explotan la debilidad humana como medio para enriquecerse promoviendo la pornografía, la prostitución y la drogadicción, y son escandalosos.

No pocos padres empujan a sus hijos a la delincuencia y a la vida fácil por la desidia y despreocupación, en lugar de conducirlos al aprecio de los valores, y son escandalosos.

La promoción del juego, creando falsas expectativas en los más pobres, con la consiguiente pérdida del fruto del trabajo, es un obrar escandaloso que ocupa cada vez más lugar en la sociedad.

Podríamos seguir con esta larga letanía sin que llegue a término la total descripción de cuánto mal se infiere a los más débiles, por diversos motivos, de la sociedad.

Al respecto, Cristo es terminante con los que provocan tanta ruina espiritual en la fe y el obrar del prójimo.

Y el Señor avanza más aún todavía al considerar que es necesario remover toda “piedra de tropiezo” en nuestro propio interior, ya sea del ojo –centro de todo mal deseo e intención- , de la mano –que describe la tentación de toda forma de posesión ilícita- , como del pie –que refiere a todo caminar torcido del corazón humano-.

Si el hombre desea entrar al Reino, es necesario que extirpe o venza cualquier impedimento que se le presente en el transitar de su vida.

En definitiva, Cristo quiere enseñarnos que para entrar en el reino de los cielos es necesario quitar toda realidad que sea ocasión de pecado para nosotros. Si tal costumbre o vicio es motivo de caída, necesita ser extraído como camino necesario para pertenecer a Jesús y su rebaño.

Se hace necesario, pues, que cada uno de nosotros que desea pertenecer a Cristo sepa cuál es su punto débil para extirparlo. Percibir si se trata del dinero, la lujuria, de la envidia, el orgullo, la hipocresía, el odio, la indiferencia religiosa, el desprecio y olvido del prójimo, la ira etc.

La exigencia tiene su razón de ser dado que es imposible servir a dos señores: a Cristo y al espíritu del mal.

Siguiendo el espíritu de Cristo sólo pretenderemos la realización del bien, alejándonos de todo aquello que nos convierta en instrumentos que empujen o tienten a otros a obrar el mal.

Venciendo nuestras propias debilidades –en cambio- ayudaremos a todos a buscar una vida que transite por la senda de la perfección evangélica.

Aún en medio de nuestras humanas debilidades, imperfecciones y pecados, confiemos en la gracia transformante de Aquél que vino a entregar su vida para hacer de nosotros hombres nuevos.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en torno a los textos bíblicos de la liturgia del domingo XXVI “per annum”, ciclo “B”. 27 de septiembre de 2009, ribamazza@gmail.com, http://ricardomazza.blogspot.com, www.nuevoencuentro.com/tomasmoro.-