29 de noviembre de 2022

El Adviento nos prepara para la segunda venida de Cristo, con la certeza de que esto acontecerá como ya sucedió con la primera.

Comenzamos un nuevo año litúrgico con el tiempo de Adviento. Este término “adventus” indicaba en la antigüedad la llegada a un lugar determinado de alguien importante. Por ejemplo, si el emperador visitaba alguna ciudad o localidad dentro de sus dominios, preparaban  todo espléndidamente para recibirlo.
La iglesia toma este término para referirse a la venida de Jesucristo a nuestras vidas, instando a la debida preparación para recibirlo.
Durante siglos se esperaba el cumplimiento de las profecías que señalaban la venida del Salvador del hombre, y llegada la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios haciéndose hombre en el seno de una Virgen irrumpe en la historia humana en la humildad de la carne, en silencio, y buscando siempre la voluntad del Padre.
Cada año actualizamos este nacimiento en carne haciendo memoria del mismo el veinticinco de diciembre.
Pero la liturgia del Adviento también quiere disponer nuestro corazón y prepararlo para la segunda venida de Cristo al fin de los tiempos, donde ya no estará sometido al dolor, callado ante las injusticias, y humillado por todas partes, sino que vendrá como juez  de los hombres a quienes pedirá cuenta de sus obras, y como rey de todo lo creado para colocarlo, a su vez, a los pies del Padre.
Ante esta segunda venida del Señor, que como recuerda el texto del Evangelio (Mt. 24,37-44), de la que no sabemos ni el día ni la hora, es necesario estar siempre preparados porque el Señor viene a nuestro encuentro y a su vez nosotros los creyentes, caminamos para recibirlo con la alegría de un corazón dispuesto.
“Levántate Jerusalén porque ya viene el Salvador” cantábamos en el salmo responsorial (121), el mismo canto que los judíos piadosos entonaban manifestando su alegría yendo al templo de Jerusalén.
En nuestros días  la invitación es que todos cantemos este mismo salmo de alegría porque nos dirigimos hacia la cumbre, hacia la Jerusalén celestial, hacia la meta que nos espera porque para eso hemos sido creados.

Precisamente este es el anuncio dichoso que hace el profeta Isaías en la primera lectura (2, 1-5), por eso cuando Jesús venga por segunda vez, debe encontrarnos  preparados, precisamente para que con Él seamos conducidos a la cumbre, a la Jerusalén celestial.
Ahora bien, ¿cómo será la segunda venida o la parusía? Jesús dice que sucederá como en los días de Noé, la gente comía, bebía y se casaba, y cuando el elegido y su familia entraron en el arca comenzó el diluvio y los arrastró a todos (Mt. 24,37-44).
Noé había avisado previamente acerca de lo que se venía, pero la gente no hizo caso, estaban en otra cosa, en la frivolidad de la vida.
Cuando Jesús venga por segunda vez sucederá  lo mismo, la gente tendrá su atención en las cosas  de todos los días, los acontecimientos que se sucedan impactarán por un momento, pero  en definitiva todos vivirán el momento de disfrute que se les ofrece.
Por eso la necesidad de esperar y estar preparados, porque de dos mujeres que estén moliendo una será llevada y la otra dejada, de dos hombres que estén en el campo uno será llevado y otro dejado, queriendo significar con esto que mirando externamente no se observa diferencia alguna entre las personas, pero Dios que sí conoce el interior de cada uno,  lleva consigo a quien vive en unión con Él y lo complace con las buenas obras y, dejará a su suerte a quien no quiere saber nada de su presencia en su vida personal.
De esto se deduce, que hemos  de estar preparados porque no sabemos ni el día ni la hora en que Jesús vendrá a pedirnos cuenta y a recoger los frutos de su paso por este mundo.
Interesante es que muchas veces el evangelio pone el ejemplo del ladrón, que si supiéramos a qué hora pretende entrar en nuestra casa estaríamos dispuestos, pero como no sabemos, hemos de  estar preparados, vigilantes, y  el alerta debe ser permanente, no significa vivir aterrorizado, si no deseando el encuentro definitivo con Él.
No pocas veces vivimos como en un sueño, sostiene san Pablo (Rom. 13, 11-14ª), como si la realidad consistiera en que no sucederá lo que se anuncia,  mientras que es necesario vivir en la verdad, no vivir como si nada pasara, como si  todo estuviera bien o que la vida es solamente placer, comer y beber.
El creyente, dice el texto,  dejará de lado la lujuria, las rencillas, la envidia mientras espera la segunda venida del Señor, fundado en la certeza de que esto se dará, como sucedió con la primera venida anunciada por siglos  que  se hizo realidad cuando Dios lo dispuso.
Ahora bien, así como Jesús vino por primera vez en la humildad de la carne, y vendrá por segunda vez en la Parusía como juez y rey, siendo la conversión necesaria para recibirlo dignamente, viene a nuestro corazón  cada día, de allí la preparación y la disposición de pertenecer a Él, buscando su amistad, manifestando con buenas obras que lo seguimos con fidelidad hasta el fin de la vida.
Queridos hermanos: comenzamos con este domingo a caminar esperando la segunda venida del Señor, pero con la mirada puesta también en su primera venida, para que allí, actualizando nuevamente su nacimiento en Belén, renovemos también nuestra entrega y nuestro servicio a Él y a nuestros hermanos.
 

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo I° de Adviento, Ciclo “A”. 27 de noviembre de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com




21 de noviembre de 2022

La alianza nueva entre Dios y la humanidad separada por el pecado, se realiza por el sacrificio nuevo, el de Jesús, reinando desde la Cruz.

 

Llegamos al final del año litúrgico y la Palabra de Dios nos lleva como de la mano a contemplar el misterio de Cristo Rey del universo, actualizando nuevamente la verdad que todo le pertenece a Jesús el Hijo de Dios hecho hombre.

En la primera lectura proclamada (II Sam. 5,1-3) se recuerda cómo las tribus de Israel sin nadie quien las guíe después del rey Saúl, excepto Judá y Benjamín en las que reina David desde Jerusalén hacía siete años, se presentan ante David para recordarle que él es de su misma sangre, y que ya en vida de Saúl  era él quien conducía.
Y esto era así porque el Señor le había dicho “Tú apacentarás a mi pueblo Israel y tú serás el jefe de Israel”, por lo que los ancianos de Israel se presentan en Hebrón y ungen a David como rey de Israel, realizándose un pacto entre ellos., gobernando durante 33 años.
Todo esto es un anticipo de lo que hará un descendiente de David, Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, cuando por medio de un nuevo pacto de sangre, esta vez en la cruz, se unan todos los hombres  separados de Dios  y dispersos  entre sí  a causa del pecado.
Esta alianza  nueva, por lo tanto,  es entre Dios y el pueblo que somos cada uno de nosotros, entre Dios y la humanidad separada por el pecado, que se realiza por un sacrificio nuevo, el de Jesús.

San Pablo  (Col. 1, 12-20)  en la segunda lectura de la liturgia de hoy, recuerda que hemos pasado del reino de las tinieblas al reino de la luz por la muerte en cruz de Jesús.
Es decir,  fuimos  rescatados de la muerte eterna para entrar a la vida que Dios nos ofrece, de allí que  Jesús no podría ofrecer al Padre la ofrenda de toda la humanidad, si antes no la redime de sus pecados y por su sangre cada uno  encuentra la salvación.

El texto del Evangelio (Lc. 23, 35-43) muestra el valor salvífico de la cruz del Señor, a pesar de los insultos que Él recibe mientras agoniza.
En efecto, el pueblo miraba, y los jefes se burlaban gritando que si ha salvado a otros que se salve a sí mismo como Mesías de Dios.
Asimismo la soldadesca romana  lo insultaba recordándole que si era el rey de los judíos que se salve a sí mismo del suplicio.
A su vez, uno de los ladrones se mofaba diciéndole que si era el Mesías se salvara a sí mismo y a ellos que estaban sufriendo.

Estas tres imprecaciones constituyen la última tentación a la que es sometido Jesús, luego que el demonio se retirara por un tiempo desde la derrota sufrida con las tentaciones del desierto.
Es en la “hora” de Jesús, esto es, en el momento de su crucifixión, donde el demonio pretende que el Señor manifieste su poder bajando de la Cruz y no siga la voluntad del Padre, que es precisamente reinar desde el trono de la Cruz  y así redimir al hombre caído haciéndolo pasar del reino de las tinieblas al de la Luz.
Pero esta “última tentación” también fracasa, ya que  el Señor se ofrece totalmente manifestándose su reinado en el primer salvado.
El llamado ladrón bueno, al contrario de su compañero de desventuras, reconociendo que su castigo se corresponde con su maldad, defenderá a Jesús ya que es inocente de lo que se le acusa y nada malo ha hecho y dirigiéndose a Él le dirá:“Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”, respondiéndole el Señor: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Este hecho permite caer en la cuenta del triunfo de Jesús en la cruz, cuando el primer redimido que lleva junto a sí a la gloria del Padre, es ese hombre arrepentido de sus pecados,  que pide perdón y suplica ser recibido en el paraíso, petición que se le concede.
Este hombre se convirtió al final de su vida, se sometió al reinado de Cristo Rey del universo y, reconociéndolo alcanzó la gloria.
Hemos de recordar que cada uno de nosotros está llamado a pertenecer al Reino, no solamente después de la muerte, sino ya desde ahora, porque está presente entre nosotros, en la iglesia, en los sacramentos, en todo lo que es la fe católica.

Cada creyente está llamado a responder a este rey del universo, a decirle: ¡Señor yo quiero que tú Reines en mi corazón, en mi vida, que me des fuerza para que en medio de este mundo, dando testimonio de Ti, pueda de alguna manera intentar que Tú reines en las instituciones, en las familias, en la sociedad toda!
Recordemos que ninguna realidad humana escapa a la evangelización, por eso el cristiano que busca el reinado de Cristo sobre el mundo, no debe  quedarse en meros discursos, sino extender el reinado de Cristo en la política promoviendo el bien para la sociedad toda, suscitar la vida, exaltar los valores humanos en la escuela, en la familia, en la universidad, allí ha de estar presente el cristiano y trabajar hoy por el reino, aunque haya muchos enemigos que no les interesa buscar el reinado de Cristo.

Es necesario comprender que seguir la voluntad de Dios significa  establecer su Reino en las realidades temporales dentro de las cuales nos movemos  a cada momento, caso contrario vivimos en la ilusión de tener buenos deseos pero sin trabajar para que todo lo creatural esté  orientado al Salvador.
Con frecuencia se  habla del reinado social de Cristo pero como un mero deseo, sin que hagamos algo para que ello se concrete, porque si no se compromete el cristiano a trabajar profundamente en el ambiente donde Dios lo ha puesto, nada se logrará.
Queridos hermanos: supliquemos al Señor la gracia necesaria para comprender lo que significa pertenecer a su Reino en esta vida y la fuerza necesaria para orientarnos siempre por medio de una vida santa al Reino que no tiene fin en la gloria.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXXIV del tiempo Ordinario, Solemnidad de Jesucristo rey del Universo Ciclo “C”. 20 de noviembre de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



14 de noviembre de 2022

Ante la impresión de desamparo de la protección divina que a veces vivimos, seamos perseverantes en el bien confiando en la gracia.

El próximo domingo con la fiesta de Cristo Rey culmina el año litúrgico para dar comienzo después en el Adviento con uno nuevo en el que actualizaremos nuevamente los misterios de la Salvación.
Cada año, cercanos al final del año litúrgico, los textos bíblicos permiten  reflexionar acerca de la escatología, que “es aquella parte de la teología  que estudia el destino último del ser humano y del universo”, tema que se repite al principio del  tiempo de Adviento, en el cual se busca preparar nuestro corazón para la segunda Venida del Señor, pero mirando como referencia  su nacimiento en  la carne.

El primer texto bíblico de la liturgia de hoy que proclamamos, es del  profeta Malaquías (3,19-20), el cual  actuando a mediados del siglo V a. Cristo, se encuentra con un pueblo de Israel bastante entristecido por la situación de corrupción y la injusticia social reinante.
Situación muy parecida a la actual en nuestra Patria, donde existen quienes se enriquecen y llevan buena vida y otros que sufren las consecuencias de la injusticia, sumidos en la pobreza y con una sensación religiosa que les hace sentirse abandonados de Dios.

Los que intentan vivir según la Alianza con Dios, pues, se encuentran abatidos porque no son escuchados, pensando que el Creador se ha desinteresado de los justos.
En nuestros días, donde el mal cunde cada vez más y el bien pareciera ser aplastado, es posible  que más de una vez nos hayamos preguntado por qué Dios no actúa, cuándo seremos salvados.
En medio de esta situación de desamparo, el profeta en nombre de Dios, anuncia a los israelitas y por cierto a nosotros, tengan constancia, perseveren en el bien, tengan paciencia que con ella todo se alcanza –como Santa Teresa decía- afirmando la esperanza.
Malaquías culmina con el anuncio de la destrucción por el fuego de todos los malvados, hasta la raíz, y que no quedará nada de ellos, mientras que para los que obran el bien brillará el Sol de justicia que trae la salud en sus rayos, promesa que hemos de esperar siempre.
El texto del Evangelio (Lc.21,5-19) a raíz de la admiración que suscita la belleza del templo de Jerusalén restaurado, Jesús profetiza que del mismo no quedará piedra sobre piedra, todo será destruido.

Esta afirmación del Señor tiene una doble lectura, por un lado anuncia la caída de Jerusalén y la destrucción del templo en el año 70 por las tropas del general Tito, luego emperador, pero también está anunciando el fin de los tiempos que afectará a todos.
Y sigue Jesús con diferentes anuncios, algunos de los cuales vivimos permanentemente, ya que la historia humana ha sufrido y padece también con la peste, hambre, terremotos, guerras  y revoluciones, situaciones en las que está presente no pocas veces el egoísmo del hombre que busca engrandecerse por encima de sus hermanos.

Habla Jesús  también de los falsos profetas, aquellos que en su nombre afirman “soy Yo”, “el fin está cerca”,  pero que no deben ser escuchados  porque no llegará tan pronto el fin.
A su vez, destaca que antes del fin, la Iglesia será perseguida, señalando la de su tiempo con el acosamiento cruento del cristianismo por parte de los judíos y del imperio romano, y la de la persecución de la que será objeto la Iglesia a lo largo de la historia.
Más allá de que muchas acusaciones contra la Iglesia han tenido su fundamento porque está formada por justos y pecadores, en el fondo no se soporta la vigencia del cristianismo porque predica la verdad y el bien, lo cual sus enemigos de dentro y de fuera no lo soportan.

Por eso la iglesia será siempre objeto de persecución, pero la promesa del Señor está bien clara y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.
No hay institución que haya sido tan atacada como la Iglesia Católica, sin embargo aquí estamos, pero siempre esto continuará.

Cuando se estaba negociando un nuevo Concordato entre la Iglesia y Francia, ya que Napoleón no logró que Pío VII le cediera los territorios de la Santa Sede, Napoleón le dijo al Secretario de Estado cardenal Ercole Consalvi: “¡Voy a destruir su Iglesia”!, éste le contestó: “¡No! ¡No podrá! ¡Ni siquiera nosotros hemos podido!”
En efecto, si Jesús no fuera el Hijo de Dios hecho hombre el cristianismo no hubiera subsistido,  habida cuenta  de quiénes han  formado parte de la Iglesia Católica y de los que sucedieron en el tiempo, sin embargo, siempre ha resistido a los enemigos de fuera y a los de dentro que son los más peligrosos.
Parece ser que Napoleón murió recibido por la iglesia católica y atendido por ella, como Madre siempre atenta por sus hijos.


Sin embargo hemos de descubrir la nueva forma de persecución, la ideológica, sugerida por el filósofo italiano ateo Antonio Gramsci,  uno de los fundadores del partido comunista de Italia, que veía como enemiga a la Iglesia Católica, ya que ésta formaba certeramente a sus fieles desde la catequesis de la primera comunión, por lo que para combatirla debía ser debilitada a través de las ideas contaminando sus enseñanzas, ya que la persecución sangrienta no hace más que fortalecer a los creyentes y a la institución misma.
Cabe decir, según parece, que Gramsci se convirtió al fin de su vida.
De todos modos, un adelantado de este filósofo fue sin duda alguna el mismo Lutero, que contaminó la enseñanza de la Iglesia y produjo tanto daño en la vida y fe de los creyentes con sus ideas.
En nuestro tiempo, los malos ejemplos y prédica malsana que brota de algunos desde el seno de la Iglesia, alimenta la confusión y la duda en tantos que ya no saben qué creer y vivir.
Es por eso que el cristiano tiene que estar preparado, no debemos caer en el engaño de la ideología de género y tantas otras ficciones como la religiosidad oriental que lleva al descreimiento o a la afirmación del panteísmo u otras creencias perniciosas.

Es cierto que Jesús nos dirá lo que tenemos que decir cuando seamos interrogados por tribunales, ejemplo de lo cual fue  Santa Juana de Arco que tenía muy poca formación pero descolocaba a los jueces que pretendían confundirla cuando respondía con la sabiduría que salía de sus labios por pura inspiración divina.
Pero eso no libera al creyente de la necesaria preparación por el conocimiento de la enseñanza de la iglesia para dar testimonio ante los enemigos de la fe e impedir que  la vida cristiana se debilite.

Un ejemplo de esta debilidad se da, por ejemplo, que como consecuencia de la pandemia muchas personas   ya no van más a misa, pensando que es lo mismo presenciarla por otro medio. Los lugares gastronómicos vuelven a poblarse por la gente aduciendo su necesidad de compartir, pero no tienen necesidad alguna, según ellos, de dar culto a Dios por la Eucaristía.
Lamentablemente algunos pastores, en lugar de insistir en la práctica dominical, minimizan la misma.

San Pablo en la segunda lectura ((2 Tes. 3, 6-12) menciona a aquellos que vivían pensando en el fin del mundo y de su proximidad, por lo que dejaron de trabajar y llevaban una vida ociosa, de allí su fuerte afirmación de  que quien no quiera trabajar que no coma.

El mismo Pablo da ejemplo de lo contrario a esas actitudes porque el creyente se prepara al fin de los tiempos no ociosamente, sino siendo fiel y perseverante en el cumplimiento de la voluntad divina descubierta para sí,  por cada uno de los creyentes.
La constancia en  el cumplimiento de los deberes de estado que cada uno  tiene  salvará su vida, entre ellos defender la verdad y transmitirla de manera que siempre podamos ejercer todo aquello que pueda atraer a quienes se han alejado o se alejan de la iglesia.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXXIII del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 13 de noviembre de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



7 de noviembre de 2022

La fe de los macabeos sobre la resurrección invita a consolidarla, mientras Cristo resucitado asegura nuestro retorno a la vida.

 

Reflexionando sobre los textos bíblicos de este domingo, advertimos que el tema principal es el de la resurrección final de los muertos.
Repasemos entonces  los textos bíblicos para extraer sus enseñanzas.
La primera lectura que está tomada del segundo libro de los Macabeos (6,1; 7,1-2. 9-14) refiere a lo que aconteció en el año 172 antes de Cristo cuando Antíoco IV Epífanes de la dinastía Seleúcida después de conquistar Egipto quiere posesionarse de Israel, contando  para ello con la complicidad de algunos israelitas que no les interesaba mucho ser fieles a la alianza, aunque la mayoría del pueblo se opone a las costumbres paganas que Antíoco quiere imponer, pretendiendo helenizar la cultura de Israel, abrumando a todos con perversiones, matanzas y nuevos cultos idolátricos.

Si cambiar la cultura es el propósito de los impíos, se deberá por lo tanto obligar a aceptar una nueva religión, por lo que se erige en el templo una imagen de Zeus olímpico, se prohíbe la circuncisión y se destruye todo lo que haga recordar el antiguo culto.
La persecución sangrienta se descarga sobre aquellos que no quieren entrar en razón de acuerdo a la mentalidad de Antíoco.
El texto mencionado relata el martirio de los siete hermanos macabeos que son torturados y asesinados junto con su madre.
El texto proclamado, abreviado para la liturgia,  menciona la muerte de algunos de ellos, para destacar precisamente el tema de la resurrección. Estos jóvenes están dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de Dios y expondrán sus miembros para el suplicio afirmando que por la resurrección Dios les devolverá los mismos.

Mientras mueren por fidelidad a Dios, señalan al rey inicuo que no resucitará para la vida, sufriendo previamente muchos males.
Los jóvenes mientras mueren, pues, dan testimonio de su fe en la resurrección, mientras que  Antíoco  con el tiempo, morirá sufriendo remordimientos atroces por las maldades cometidas, cumpliéndose así el castigo que le estaban anunciando estos jóvenes.
Conociendo de estos mártires la fe firme sobre la resurrección, la Palabra de Dios invita a reafirmar nuestra fe en esta verdad, ya que como Cristo ha resucitado, también sucederá con nosotros.

El Evangelio  del día  (Lc. 20, 27-38) refiere también a la resurrección, reflexionemos primero sobre su contexto histórico.
Los saduceos eran afines a los políticos de su tiempo, buscaban adquirir poder, no creían en la resurrección de los muertos, de modo que debían disfrutar de la vida en este mundo y dejar en todo caso bienes copiosos para sus hijos y sus nietos, considerando ésta disposición una forma de perdurar en el tiempo, incluso  tratan  que su memoria quede patente en suntuosos mausoleos, los famosos sepulcros blanqueados, que sirvan de recuerdo de su presencia.
Arteramente plantean a Jesús un caso hipotético,  el de una mujer que se casa con siete hermanos sucesivamente, los cuales según la ley buscan darle un hijo a quien fuera el primer marido.

La pregunta tramposa es de quién va a ser mujer cuando resuciten los muertos ya que los siete hermanos la han tenido por esposa, tratando así de hacer ver a Jesús la aparente contradicción que existe al afirmar la resurrección de los muertos.
Jesús contesta que el matrimonio es para esta vida y aquellos que han sido elegidos para la vida eterna, o sea aquellos que mueren en la comunión con Dios,  resucitarán para la vida, se salvarán.
Y continúa especificando que serán como ángeles, no estarán casados con nadie, porque ciertamente se dedicarán a la glorificación permanente de Dios, sin ser distraídos por criatura alguna.

Cuando la persona llega a la vida eterna permanece para adorar, contemplar y alabar a Dios para siempre, por lo que Jesús remata la afirmación citando al libro del Éxodo (cap. 3) cuando Dios se manifiesta a través de la zarza ardiente a Moisés como el que es el Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob, que es un Dios de vivientes, y que por lo tanto lo seguirá siendo a través de la resurrección.

Los saduceos solamente aceptaban los libros del Pentateuco, los cinco primeros libros de la Biblia, no aceptaban por ejemplo los  dos libros de los Macabeos, sino obviamente ya tendrían la respuesta con lo que hemos leído hoy, pero tampoco tenían en cuenta el episodio de la zarza ardiente, quizás porque no les convenía.
Actualmente se observan situaciones parecidas, porque muchos  no creen en la resurrección de los muertos y piensan que todo se termina con la muerte, y por lo tanto como ya denunciaba San Pablo, si los muertos no resucitan, al igual que los paganos afirmaríamos: “comamos y bebamos que mañana moriremos” (I Cor.15, 32), sin preocupación por un más allá inexistente.
Otros, incluso católicos, aceptan los estados de vida cíclicos por medio de la reencarnación, lo cual no forma parte de la enseñanza de la Iglesia, que  en consonancia con la Sagrada Escritura y del magisterio de la Iglesia,  afirma que sólo se muere una sola vez y después de la misma comienza el nuevo estado de salvación o condenación, como enseña el Papa Benedicto XII en la bula Benedictus Deus.

Estamos llamados a vivir la resurrección de los cuerpos en el día final, ya en el cielo o en la condenación, aunque transitoriamente el cuerpo se separe del alma, su meta es la unión de ambos.
San Pablo alienta hoy a los cristianos de Tesalónica (2 Tes. 2,16—3,5) a proclamar la Palabra de Dios, a transmitir lo que hemos recibido, a vivir obrando el bien para que nos vayamos preparando para el encuentro definitivo con Dios., apartándonos mientras tanto de aquellos que buscan  apartarnos de la verdad, sabiendo que en este caminar contamos con la fuerza de Dios, porque Él es fiel.
Pidámosle al Señor que no nos falte nunca su gracia y su protección para seguir el ideal que se nos propone.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXXII del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 06 de noviembre  de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com





4 de noviembre de 2022

La santidad de vida del creyente es la que realmente toca el corazón del hombre que busca a Dios, e invita al seguimiento de Cristo

 


De la vista de Dios participan  aquellos que han llegado al fin último de su vida,  a la meta para la cual el ser humano ha sido creado, esto es, la  santidad, la cual  se perfecciona en la Vida Eterna, en la que alabaremos a Dios permanentemente como lo acabamos de escuchar en el libro del Apocalipsis (Ap. 7, 2-4.9-14).
A la Vida Eterna que consiste en  la visión de Dios,  llegaremos por la gracia de Dios,  don absolutamente inmerecido por nosotros, pero que requiere la respuesta humana a esa gracia divina.
¿Cuál es el fundamento de ese don tan grande? El amor infinito del Padre que nos elige desde la eternidad para ser sus hijos, y que caídos en el pecado, nos redime por su Hijo hecho hombre muerto en la cruz y nos santifica por el don del Espíritu Santo, de manera que si vivimos en este mundo en la santidad que se nos otorga, tenemos la esperanza de alcanzar la participación divina en el cielo.
San Juan, precisamente lo recuerda en la segunda lectura de hoy (1 Jn. 3, 1-3) afirmando que nos llamamos hijos de Dios y lo somos realmente,  y que si el mundo no reconoce al hombre como hijo de Dios es porque no lo han conocido a Él previamente.
Dice San Juan que seremos semejantes a Dios, que lo veremos tal cual es, de manera que se perfecciona lo que ya somos por creación “imagen y semejanza  divina”.
¿Cómo lo vamos a ver a Dios, el Creador, si nuestra inteligencia es tan limitada e imperfecta  propia de los  seres creados? Santo Tomás de Aquino en el tratado del fin último del hombre –en la Suma Teológica- , cuando habla de la visión beatífica reconoce ciertamente que quien está en el cielo lo contempla a Dios gracias a un hábito infuso, otorgado por Él, que perfecciona y eleva la inteligencia del hombre, que se llama el lumen gloriae, “la luz de la gloria”.
Decimos que contemplamos a Dios tal cual es, pero en realidad es tal cual podemos verlo como seres humanos, según nuestra capacidad, porque como decía, la inteligencia humana es imperfecta y la inteligencia divina es superior obviamente a la inteligencia humana.
Pero gracias a este don infuso de la “luz de la gloria”, el hombre  planificado  totalmente, no deseará nada más que lo que Dios le está otorgando, no deseará una contemplación distinta a la que tenga, porque su naturaleza humana estará colmada, de manera que Dios se da a conocer pero conforme a nuestra situación creatural.
Somos seres humanos, no Dios, pero  tendremos un conocimiento de Dios superior al que tenemos aquí, muchísimo más grande, porque acá lo conocemos como a través de un espejo y nos acercamos a Él por la virtud de la fe, en la gloria lo conoceremos tal cual es.
En este mundo conocemos a Dios por la fe que es  el asentimiento de las verdades no vistas, en cambio en la vida eterna no necesitaremos la fe porque lo veremos, tampoco necesitaremos la esperanza porque hemos llegado a la meta deseada, sino sólo existirá la caridad  por la que estaremos contemplando a Dios, de modo que en el hombre no habrá ningún otro amor que pueda disminuir el Amor divino.
Escuchamos que en la vida eterna amaremos también a los seres queridos que estén en el cielo, lo cual es cierto, pero nunca ese amor será un obstáculo para la plenitud del amor contemplándolo a Dios.
Celebramos hoy a los santos que gozan ya de Dios para siempre, y ellos suscitan en nosotros, al decir de san Bernardo, dos deseos, el de estar y vivir con ellos, lo que nos hará plenamente felices, y el deseo de poder dar gloria eterna al Creador, participando de la manifestación plena de Jesucristo salvador nuestro.
El honor que tributamos a los santos no les agrega nada a ellos, sino más bien redunda en nosotros fortaleciendo el deseo de imitarlos y participar de la vida futura de la gloria.
Por ejemplo, vamos a recordar a San Martín de Porres dentro de dos días y el culto que a él le brindaremos no le agrega nada a su vida de santidad y de gloria que está viviendo, sino que lo que contemplamos de su vida santa en este mundo,  nos ha de ayudar no solamente para darle Gloria a Dios que ha triunfado en el corazón de ese santo, sino a anhelar estar con él en el cielo.
Retomando a San Bernardo, como recordábamos recién, él expresa que el otro deseo importante que el ser humano ha de tener, es que en la vida eterna se nos manifieste totalmente Cristo nuestro Señor.
En la Vida Eterna  contemplaremos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,  pero además hemos de contemplar al Verbo Encarnado, será la manifestación del Cristo doloroso, del Cristo que nos hará caer en la cuenta que a través de la cruz hemos sido salvados y que gracias a eso, podemos participar en su misma gloria junto al Padre.
Queridos hermanos: trabajemos en este mundo en nuestra condición de viadores para vivir no solamente los mandamientos que es lo mínimo que se nos pide, sino llegar a una perfección más grande.
Obviamente que es difícil la perfección de las bienaventuranzas que marcan el texto del evangelio de hoy (Mt. 4, 25-5,12) y que recuerda  san Juan Pablo II que hemos de vivir, en la encíclica Veritatis Splendor, pero no imposible si contamos con la gracia de lo alto.
O sea, el mínimo e indispensable a vivir en este mundo es la observancia de los mandamientos como suficiente para la salvación, pero estamos llamados a una perfección más grande, la de las bienaventuranzas.
Por eso pidamos al Señor que nos colme de su gracia y que aumente nuestro deseo de santidad, ya que es la santidad de vida la que realmente toca el corazón del hombre que busca a Dios, e invita  al seguimiento de Cristo.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa de la Solemnidad de Todos los Santos. 01 de Noviembre de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com