30 de julio de 2008

La Profecía del exterminio de la cizaña


1.-La fuerza interior de la Palabra

La Palabra de Dios (Mateo 13,31-34) nos hace ver que el Reino de los Cielos, es decir, la nueva vida que instaura Jesús, tiene una presencia que avanza despaciosa pero eficazmente.

Por eso Jesús insiste en la parábola de la levadura que es capaz de trabajar desde dentro una gran cantidad de harina, y en la del grano de mostaza que es una semilla muy pequeña, tanto que apenas se ve, pero que cuando crece se convierte en un gran arbusto donde los pájaros se refugian.

Lo mismo pasa en el corazón del hombre cuando damos cabida a la semilla de la Palabra y respondemos libremente a lo que ésta quiere realizar en nuestro interior. Va dando fruto poco a poco, como tomando posesión de nosotros, otorgando nuevo sentido a nuestra existencia.

Los discípulos –según el texto bíblico- entendieron lo que el Señor les enseñaba acerca de esta fuerza interior de la Palabra, por eso no pidieron explicación alguna.

Pero con la parábola del trigo y la cizaña (Mateo 13,24-31) no entendieron lo que se les quería transmitir. De allí que le dicen con vehemencia: “explícanos la parábola del trigo y la cizaña”.

Y Jesús la explica (Mateo 13, 36-43) de un modo muy simple porque los quiere llevar a entender los misterios más profundos, en este caso el de la libertad del hombre y cómo Dios la respeta en toda su extensión, aunque resulte incomprensible muchas veces cuando se trata de una libertad que defecciona del bien para realizar el mal.

2.-La presencia del trigo y la cizaña entre nosotros.

Partiendo de lo que acaece en la naturaleza, los lleva a entender lo que sucede en la vida interior del hombre en el que se juegan las grandes decisiones que marcan nuestra trayectoria temporal hacia lo eterno.

Es esta una parábola donde se descubre cuál es el sentido de la vida humana, del cual reniegan no pocas personas.

El que siembra el trigo es el mismo Jesús, y la buena semilla, es decir el trigo, es toda persona que vive para hacer el bien.

La cizaña representa a los seguidores del maligno, el cual hace su trabajo sembrando el mal en el campo del Señor, y en nuestro propio interior.

¿Qué nos enseña esta parábola? Que la lucha entre el bien y el mal es permanente. Que los incondicionales del maligno buscan confundir a los seguidores del Señor y ahogarlos con sus mentiras y errores.

Se trata de la presencia del mal, no querida por Dios, pero sí permitida desde el pecado original por el cual quedamos inclinados a las obras del mal, aunque con la libertad soberana de rechazar su influjo y servir al único Dios.

Es necesario descubrir cómo obra la cizaña y cómo hemos de operar nosotros. Es decir hacer una lectura de nuestra vida diaria para descubrir las insidias del maligno y sus seguidores, y así diferenciarnos a través de las obras del bien.

Llamados a discernir el trigo de la cizaña en los grandes temas de la existencia: la vida, el matrimonio, la economía, la política etc.

3.-Las obras del trigo y de la cizaña

Quien favorece el matrimonio y la familia según la visión bíblica, quien asiste a través de políticas de estado al bien de la familia estará trabajando como trigo.

Por el contrario, la cizaña representada por los seguidores del maligno intentará destruir el ideal del matrimonio constituido por dos personas de distinto sexo, promoverá el amor libre, las uniones de hecho o “a prueba”, las familias ensambladas y cuanto desatino esté de modo en la cultura decadente de nuestro tiempo.

Muchas veces nos sucede que a pesar de haber sido bien formados en la verdad cristiana, estas semillas de cizaña nos van bombardeando de tal manera que asumimos como “normal” lo que nada tiene que ver con el evangelio.

El Señor y sus seguidores trabajan día a día en la defensa de la vida humana, promoviendo lo que la dignifica, procurando la grandeza del ser humano para que viva como señor de todo lo creado, con vivienda digna y trabajo adecuado.

Pero también el maligno y sus seguidores trabajan sin descanso promoviendo la cultura de la muerte, el aborto, la eutanasia, la explotación del hombre por el hombre, el empobrecimiento de los pueblos, la esclavitud infantil.

En el mundo de la política el trigo trabaja en aquellos que buscan ser fieles a lo que Dios les pide y defienden la realización del bien común, esto es, creando aquellos ámbitos en los que pueda desarrollarse el hombre de una manera adecuada.

Pero la cizaña está presente, a la inversa, cuando el político se olvida de su deber para con la población y toma su función como un botín de guerra procurando sólo enriquecerse en perjuicio de sus hermanos.

El trigo está presente además en el mundo de la verdad que nos presenta Jesús y su Iglesia a través de la doctrina Social o de las distintas enseñanzas que se han mantenido incólumes a través del tiempo.

La mentira, cuyo padre es el demonio, está por otra parte muy presente en nuestro mundo. La vemos, la percibimos, la oímos. Vivimos en la mentira institucionalizada de tal manera que, corremos el riesgo de no divisarla o de no tomar conciencia de su malicia.

En la relación con Dios, el trigo será el intento permanente a estrechar vínculos de amistad con El, de vivir de su misma vida, de escuchar su Palabra, de parecernos más a El, de tener los criterios del Evangelio.

La cizaña sembrada en el mundo y en nuestro corazón buscará en cambio alejarnos de Dios por el rechazo o la indiferencia, o a incentivar el primer deseo pecaminoso del hombre de querer ser como Dios, desplazándolo a El permanentemente.

4.-El misterio de la presencia del mal-cizaña.

Ante la presencia de tanto mal en el mundo surge una pregunta obligada, ¿qué debemos hacer? O ¿por qué Dios no destruye tanto mal presente en la sociedad en la que estamos insertos?

Como los peones de la parábola le decimos al Señor, hasta con bronca: ¿quieres que saquemos la cizaña para que no perjudique el trigo?

Y El nos responde: ¡No lo saquen, no sea que quiten también el trigo!

Y así hasta la muerte personal de cada uno o el fin de los tiempos –la cosecha de la parábola- viven juntos el trigo y la cizaña, el bien y el mal. Sobre unos y otros hace salir el sol el buen Dios, envía la lluvia a todos, da de comer y vestir a unos y a otros, hasta el momento por El fijado en que se esclarecerá el panorama y se hará la separación definitiva, donde los buenos resplandecerán para siempre y los que hacen el mal serán arrojados al horno ardiente.

Aunque esta convivencia se hace muchas veces gravosa, debe sin embargo llenarnos de consuelo.

En efecto, en el libro de la Sabiduría (12,13.16-19), se nos afirma que Dios manifiesta su poder a través de la misericordia y de la justicia.

Nos damos cuenta con esta afirmación que este período que va desde los comienzos del mundo hasta su fin, es el tiempo de la paciencia de Dios.

Es el período en que Dios quiere ejercer su misericordia. El lapso en que da diversas oportunidades para que los seguidores del maligno se conviertan y se vuelvan trigo, seguidores de la Verdad y del Bien.

Pero da un límite, signado por la siega y la cosecha final en el que se separarán unos de los otros.

Y confiamos esperanzados en la promesa del Señor de tal modo que aunque vivimos en medio de todo tipo de injusticias, sin embargo no perdemos la certeza de que alguna vez se manifieste la Justicia de Dios.

Y esto responde al sentido más íntimo de todos nosotros, orientados siempre hacia el Creador desde el inicio hasta llegar a la meta última que es El mismo.

Nuestro deber consistirá en trabajar sin desfallecer para ser trigo como miembros del Reino Nuevo que instaura Jesús.

No cansarnos nunca de obrar el bien aunque pareciera que todo se desploma, ya que llegará el tiempo –no sabemos ni el día ni la hora- en que el gran victorioso será el mismo Dios.

Tratar de poner luz donde hay tinieblas, descubrir el mal y ponerlo en evidencia para que no triunfe impunemente engañando a todos.

Y para esta tarea no tener miedo ya que no estamos solos.

Pero reconocer que hemos de trabajar también para desechar la cizaña que crece muchas veces en nuestro interior, para que sólo tenga vida el buen trigo.

Padre Ricardo B. Mazza. Director del CEPS “Santo Tomás Moro “y del Grupo Pro-Vida “Juan Pablo II”.

ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com;

Reflexiones sobre Sabiduría 12,13.16-19 y Mateo 13,24-43.

Santa Fe de la Vera Cruz, 30 de Julio de 2008.

15 de julio de 2008

EL PRECIO DE LA TRAICION


“En nuestros días es patente esta larga serie de traiciones y de compra y venta de voluntades”.

Ya en un artículo anterior (El retorno de Antíoco IV) había mencionado lo que significó para Palestina y por lo tanto para el pueblo Judío, el advenimiento del Rey Antíoco IV Epifanes (174 a 164 a.C.) de la dinastía Seléucida que trata de imponer por todos los medios un cambio radical en el plano político, cultural y religioso.

Para conseguir dichos objetivos era necesario silenciar al pueblo en su profesión religiosa, dando carta blanca al paganismo más profundo, retrocediendo el pueblo de su fe en el Único Dios para someterse al Dios Estado.

En rigor esta nueva propuesta de desculturalizar un pueblo fue un antecedente en el pasado de la filosofía de Gramsci.

Es cierto, hay que reconocerlo, que Antíoco pensaba producir el cambio a sangre y fuego, mientras que Gramsci es partidario de producir transformaciones lentamente, variando el pensar del pueblo para ir inculcando “nuevos valores”, o mejor dicho “nuevos desvalores”.

En lo que ambos coinciden es que hay destruir la fe del pueblo o vaciar esa fe de un contenido pétreo, ya que la misma es un obstáculo para la dominación de un pueblo.

Para Antíoco la piedra que hay que desplazar es el culto al Dios de la Alianza, para Gramsci la Iglesia Católica.

Pero volvamos a Antíoco IV Epífanes.

Es propio del tirano tratar de imponer su voluntad a través de la fuerza bruta pensando que el temor diezmará al enemigo.

En rigor este modo de razonar no hace más que dejar al desnudo la debilidad del gobernante invasor que pretende lograr por el poderío militar lo que no puede conseguir con la fuerza de los argumentos, ya que estos no existen o porque no condicen con el pensamiento de los oprimidos.

El poder de las armas, sin embargo, no logra lo que pretende el rey ya que se le opone un pueblo que no está dispuesto a dejarse vencer renunciando a su fe en el único Dios.

Antíoco entonces, profundizando su proyecto, idea una solución que muchas veces los gobernantes utilizan: lograr la traición de las clases dirigentes.

Es notable percibir cómo a lo largo de la historia humana, muchos pueblos son vencidos por medio del “precio de la traición”.

Partiendo de la tesis de que todo hombre tiene un precio, se busca tentar a los líderes -que se enfrentan al tirano- para debilitarlos y conseguir su objetivo, mediante la compra de las voluntades.

Y así la miserabilidad de los distintos actores de esta trama siniestra aparece en toda su bajeza.

La “compra” de voluntades habla a las claras de la existencia de seres humanos que no vacilan un instante en degradar la dignidad humana, no sólo la propia sino también la ajena.

Nos enfrentamos con una especie de idolatría, ya que se deja de adorar al Dios verdadero y a la Verdad que dimana de El, para servir y rendir culto al tirano.

Se cede a la tentación latente desde el pecado original de querer ser como “dioses”, perdiendo de esa manera la personal dignidad de hijos de Dios, y disponiéndose a realizar lo que les da la gana.

Los “traidores” demuestran a las claras que no les interesa si sus decisiones denigran o perjudican a los demás. No buscan con sus acciones el bien de todos, sino el suyo propio.

En el fondo dejan al descubierto su personal sordidez y su incapacidad para oponerse al poder de turno para defender la verdad.

Dirán para justificarse que deben ser fieles al bando que los ha encaramado en alguna esfera del poder, como si esta fidelidad puede ser superior a una más alta: la fidelidad a la verdad.

La conciencia de estos ingratos fácilmente se tranquiliza suponiendo que “si no soy yo será otro” el que actúe de manera pérfida.

Por lo general este tipo de personajes tiene un pasado no muy santo, que los hace débiles para asumir con valentía compromisos enaltecedores, vulnerables siempre ante las pretensiones del poder de turno.

Y como no se puede servir simultáneamente a Dios y al dinero, prefieren inclinarse ante el espejismo de grandeza que les ofrece el mismo, antes que servir a la verdad que les presenta su Creador.

En nuestros días es patente esta larga serie de traiciones y de compra y venta de voluntades.

Y así por ejemplo, el vaciamiento de los países de sus recursos naturales supone siempre la existencia de un poder tiránico que quiere despojar a las naciones de su patrimonio para utilizarlo como factor de dominio, y de una clase dirigente a la que no le interesa traicionar su propia Patria si eso supone atiborrarse los bolsillos de abundante ganancia.

La imposición del aborto, la eutanasia, la esterilización, la anticoncepción y todo género de elemento denigratorio de la persona humana, no significa sólo una concepción ideológica particular que se quiere cargar a toda costa en los pueblos vaciando su cultura, sino que están en juego la codicia de riquezas y el dominio de los fuertes sobre la debilidad de los que ya no tienen voz en este mundo: los pobres, los niños, los enfermos, los ancianos.

En el mundo laboral, para someter al hombre, se implementan políticas que estudian los “recursos humanos” que se necesitan para las empresas modernas.

Para ello no pocas veces un selecto número de profesionales de la salud “mental” deberán convencer a los trabajadores a través de cursos de “perfeccionamiento laboral”, que su verdadera realización y perfección supone siempre trabajar más, sin pretender mejores remuneraciones, mayor presencia en sus familias o el descanso dominical.

Y si algún rebelde trabajador se presentara oponiéndose a este sistema agobiante, deberá llamarse a silencio – porque los que han de velar por los derechos laborales ya “han sido convencidos” de la bondad de este sistema- o escuchar: “si no te gusta, ahí tenés la puerta”, detrás de la cual esperan impacientes, innúmeros candidatos dispuestos a probar suerte.

El recorrido podría extenderse mucho más si contamos con los que ascienden a cargos altos a pesar de su ineptitud, porque tienen el sólo “mérito” de ser esclavos del poder de turno, o los que –como en la antigua Roma- por paga mercenaria aprueban leyes irracionales, juzgan al inocente por un par de monedas, o forman fuerzas de choques para mantener el esquema de poder reinante.

Pero volvamos -luego de este paréntesis de pensamiento- a la figura de Antíoco.

El pasaje de 1 Macabeos 2,15-29 narra los comienzos de la revuelta macabea. Todo empieza cuando un inspector real llega a Modín, lugar de residencia del sacerdote Matatías.

El pueblo, situado a unos 30 kilómetros de Jerusalén, ha escapado durante cierto tiempo al control policial. Finalmente se presenta un emisario real y obliga a hacer un sacrificio, probablemente el conmemorativo del día natalicio del rey (2 Mac 6,7).

Invita de manera especial a Matatías por su ascendiente sobre los demás tratando de comprarlo: “Tú y tus hijos recibirán el título de amigos del rey, serán premiados con oro y plata y muchos regalos” (v.18).

El intento de sobornar voluntades está consumado. El emisario real toma esto como un hecho bastante frecuente, posiblemente lo ha repetido muchas veces para obtener el favor de los que suelen tener vocación de traidores.

Pero Matatías no sólo se niega sino que muestra su dignidad diciendo “¡Dios me libre de abandonar la ley y nuestras costumbres! No obedeceremos las órdenes del rey, desviándonos de nuestra religión a derecha ni a izquierda” (vv. 21 y 22).

Este lenguaje habrá desconcertado al emisario real. No estaba acostumbrado a que alguien se negara ante las seducciones del poder y el dinero.

Pero allí estaba presente la dignidad de toda una familia de judíos fieles que ofrendaban sus vidas por defender la verdad de su Dios.

Pero sucede entonces que un judío, para evitar posteriores represalias contra el lugar, intenta cumplir las órdenes del rey.

Matatías, estremecido de cólera al ver a un judío sacrificar a los dioses paganos, y siguiendo los preceptos de la ley (Dt. 13,7-12) castiga con la muerte al apóstata y mata también al inspector real.

Esta acción supone el paso de la resistencia pasiva a la lucha abierta huyendo Matatías y sus hijos a los montes, ¡para comenzar la lucha de guerrillas!...

Después de un período de resistencia, acompañado de numerosos fieles y ya a las puertas de la muerte afirma:"Ardan de celo por la Ley, dando la vida por la alianza de nuestros padres”. (v.50)..... ¡porque ninguno que confía en el Cielo es confundido!.(v.61).. “y no teman las amenazas de ese malvado, porque su gloria se convertirá en estiércol y gusanos; hoy es exaltado y mañana desaparece, porque habrá vuelto al polvo de donde vino y sus proyectos quedarán frustrados” (v.62 y 63).

Y exactamente eso le ocurrió a Antíoco Epifanes a su muerte! (1Mac. 6, 8-13).

Hermosos consejos deja a la posteridad Matatías, permitiendo entrever a quienes creemos que es necesario ser testigos de la verdad aunque muchas veces tengamos que sufrir el desprecio, la ignorancia, la indiferencia y hasta la misma muerte.

En Matatías se conjuga el amor a Dios y el amor a la Patria, porque ambos amores van siempre juntos, como doble obligación a vivir por la caridad: el amor al Creador y el amor a sus hermanos los que habitan una misma Patria.

Padre Ricardo B. Mazza. Director del CEPS “Santo Tomás Moro”.

Santa Fe de la Vera Cruz, 14 de Julio de 2008.

ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com

6 de julio de 2008

La presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas (Hechos 2,1-11; Jn.20, 19-23)


En la primera oración de la liturgia de hoy, pedíamos al Señor que no deje de realizar en el corazón de sus fieles las maravillas que realizó en el comienzo de la predicación evangélica.

Refería al don del Espíritu Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad, el amor entre el Padre y el Hijo que constituye una persona divina.

Amor del Padre y del Hijo que se derrama en nuestros corazones el día de Pentecostés.

Pedimos entonces a Dios que se plasme hoy lo que aconteció cincuenta días después de la Pascua sobre los apóstoles y la Virgen.

En el libro de los Hechos de los Apóstoles San Lucas nos muestra cómo fue ese día de Pentecostés.

Se encontraban en Jerusalén judíos de la diáspora, es decir los que no vivían en la Judea sino que habitaban en distintos países, fuera de su patria.

Se habían congregado en Jerusalén para celebrar la fiesta de Pentecostés, fiesta judía que recordaba la alianza del Sinaí cuando Dios entrega a Moisés las tablas de la ley, realizando la alianza primera.

De manera que el Señor cuando elige enviar a su Espíritu lo hace con la expresa intención de mostrar cómo con la venida de Jesús el Hijo de Dios entre nosotros, comienza una nueva realidad, una nueva vida, como queriendo decir ya queda atrás la fiesta de Pentecostés judía, la alianza del Sinaí para dar lugar a una nueva alianza, un nuevo pacto de amor sellado por la muerte y resurrección de Cristo y plenificado con la venida del Espíritu Santo.

Nos dice el texto bíblico que los judíos de la diáspora comprenden -a pesar de la diversidad de idiomas-, la manifestación del Espíritu.

Anoche en la vigilia de pentecostés proclamábamos el texto de la confusión de lenguas -con ocasión de la construcción de la torre de Babel-. Este texto bíblico significa la confusión que trae al mundo el pecado.

Pero así como el pecado del hombre no trae más que confusión y división, el don del espíritu aporta unión, comunión de los fieles.

De allí esta revelación tan particular de que todos escuchaban hablar a los discípulos en sus propias lenguas, entendían perfectamente lo que se le estaba manifestando.

Es que el Espíritu Santo viene a unir todos los corazones, más allá de la diversidad de lengua, de culturas, de sociedades, para constituir un único pueblo, una única familia, una única comunidad bajo el cayado de un único Pastor que es Jesucristo.

Este don del Espíritu es enviado como un signo de la presencia de Dios entre nosotros.

En estos últimos días escuchamos cómo Jesús se va despidiendo de sus discípulos y les dice: “dentro de poco no me veréis, dentro de otro poco me volveréis a ver. Vuelvo al Padre a prepararles un lugar pero pronto me verán. Yo estaré con Uds. hasta el fin de los tiempos”.

Es que la presencia del Señor entre nosotros -como recordaba el domingo pasado-, se realiza a través de su palabra, se hace realidad cuando dos o tres están reunidos en su nombre, o a través de la Eucaristía, pero también está presente a través del Espíritu del Padre y del Hijo que viene a completar la obra de Jesús.

Por eso es que el Espíritu viene a transformarnos, y por eso hemos de pedir como en la primera oración, que se realice en nosotros lo que aconteció en los comienzos de la predicación evangélica.

Allí los discípulos estaban temerosos de los judíos, no terminaban de entender las enseñanzas de Cristo.

Pues bien el Espíritu Santo ilumina las mentes de los apóstoles de tal manera que comprenden en plenitud lo que Jesús les había enseñando.

No entendían muchas cosas porque miraban la vida de Cristo y su predicación, atados a lo mundano y tardos para entrar en la vida nueva que el Señor les ofrecía, la del amor a Dios y a los hombres.

Por ello tantas veces simbolizamos la presencia del Espíritu con el fuego, que significa el ardor del amor del Señor presente en corazón de los fieles.

Este amor es necesario ya que no es suficiente iluminar las inteligencias para comprender el mensaje evangélico, sino que es primordial la fuerza del amor para que el evangelio transforme nuestras vidas y pueda llegar al mayor número posible de personas.

De allí se entiende que Jesús nos diga -como lo acabamos de proclamar en el evangelio-: “como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Comienza con el don del Espíritu Santo el tiempo de la Iglesia, el tiempo de la misión.

Este es un mensaje que interpela al corazón de cada uno, a todos nos convoca a la misión.

El cristiano que se conforma con ser más o menos bueno, participar de la misa, confesar cada tanto, comulgar, alguna oración por allí pero que no entra de lleno en la misión de la Iglesia no ha entendido lo que es ser cristiano y no hace eficaz el don recibido de lo alto.

Además, nos dice el texto del evangelio que Jesús soplando sobre los apóstoles proclama: “reciban el Espíritu Santo, los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”. Este texto nos indica que el Espíritu Santo es el amor de Dios bajo el signo de la misericordia, ya que solamente Dios puede ser misericordioso en plenitud. Misericordia que significa tener el corazón cerca de las nuestras miserias.

Todos conocemos nuestros límites, pecados, y oscuridades, pero también nuestras luces.

Y todos precisamos del don de la misericordia, que Dios se acerque con su corazón a nuestras miserias, que venga a transformar nuestra vida.

Por eso en la secuencia que recién escuchábamos, se va desgranando la acción del Espíritu en el corazón del cristiano: lava nuestras manchas, riega nuestra aridez, sana nuestras heridas.

¡Cuántas veces hay en nuestro corazón heridas por la angustia, el dolor, el sufrimiento, el desengaño, el desaliento!

Suaviza nuestra dureza, elimina con su calor nuestra frialdad, corrige nuestros desvíos.

¡Qué hermosa esta acción del Espíritu sobre nuestro corazón!: suaviza nuestras durezas.

Hoy en día nos encontramos con un mundo que es duro, el mundo de las prepotencias, del grito, de la eliminación del otro ya sea por el odio o por cualquier tipo de ofensa.

Elimina con tu calor nuestra frialdad. ¡Cuántas veces el corazón del hombre está frío! Frío ante las necesidades de los demás que muchas veces es efecto de una insensibilidad mucho mas profunda, el desamor de la ausencia de Dios en nuestro corazón.

Cuando Dios no está presente el corazón del hombre, este se vuelve frío, nada le impresiona o le impacta, porque le falta esa actitud de receptividad del amor de Dios, de la misericordia de Dios.

Por eso es necesario pedir con mucha fuerza: concede a tus fieles que confían en ti los siete dones sagrados.

Dones que van a completar la obra del Señor en nuestro corazón.

Obras que comienzan con las virtudes teologales, se prolongan con las virtudes cardinales y con el espíritu de las bienaventuranzas.

Y así el hombre comienza actuar al modo divino. No solamente al modo humano iluminado por Dios, sino al modo divino. De allí que es tan importante la presencia de los siete dones.

Seguimos rezando que el espíritu premia nuestra virtud, salva nuestras almas, nos da la eterna alegría.

Ante un mundo que se encuentra en la tristeza, ir al encuentro del don del Espíritu, para alcanzar la alegría del encuentro personal con el Señor.

Quisiera –para terminar- hacer una reflexión a cerca de lo dicho por el Señor: “como el Padre me envió a mí yo también los envío a ustedes”.

Pues bien los sacerdotes como todos los bautizados somos enviados por el Señor, enviados a predicar como Cristo profeta que lleva la palabra del Padre, a prolongar en el tiempo a Cristo sacerdote, a dispensar los misterios, a mostrar la intimidad de Dios y de Cristo pastor llevando a todos al encuentro del Padre.

Hoy decía en las distintas misas, que el Espíritu Santo nos envía a los sacerdotes, creando en nuestro interior la actitud de la disponibilidad.

Por medio de nuestro obispo nos muestra la voluntad del Padre.

La disponibilidad de corazón implica para el sacerdote estar en un continuo éxodo, ya que la vida de todo bautizado es un éxodo.

Así como el pueblo salió de Egipto, de la esclavitud, para ir al encuentro de la tierra prometida, el cristiano tiene que realizar su éxodo particular que consiste en salir de las esclavitudes que lo puedan atar a lo mundano, para recorrer la senda que el Señor vaya mostrando orientada a la tierra prometida.

Mi próxima partida implica una situación especial en la comunidad, ya que también el sacerdote va creando lazos, afectos.

Con todo, siempre ha de estar presente el hecho de que Cristo nos envía, y que todos debemos estar unidos a Cristo el buen Pastor.

Los sacerdotes no somos más que instrumentos puestos por el Señor en un determinado momento y en una particular comunidad para llevar su mensaje, y la unión de los feligreses ha de concretarse con Cristo.

Esto hace que aunque cambie el pastor sigamos viviendo en familia, en comunidad, dispuestos a llevar a los demás hermanos el mensaje de salvación.

Por eso agradeciendo todo lo que he recibido de ustedes en estos seis años y cinco meses, pido especialmente oraciones para que llegue a mi nueva comunidad de San Juan Bautista con la misma alegría y entusiasmo con que vine aquí, a pesar de mis limitaciones y pecados, tratando de llevar siempre el mensaje de salvación.

Estemos siempre en comunión de oraciones para que el Espíritu vaya guiando nuestros pasos y nos haga dóciles para vivir a fondo la fe recibida en el bautismo, iluminados por el Espíritu de la verdad y fortalecidos por el Espíritu del amor.

Padre Ricardo B. Mazza. Director del CEPS “Santo Tomás Moro”.

Fiesta de Pentecostés, 11 de Mayo de 2008. Homilía en la Misa de despedida de la Parroquia Nuestra Señora de Lourdes, Santa Fe de la Vera Cruz.

ribamazza@gmail.com. http://ricardomazza.blogspot.com.