25 de noviembre de 2024

Jesús es entronizado como Rey de todo lo creado, por lo que todo está bajo sus pies para entregarlo luego al Padre de los cielos.





Con este Domingo en que celebramos la Solemnidad de Cristo Rey del Universo concluye el año litúrgico y comenzaremos Dios mediante el domingo próximo un nuevo año litúrgico con el Tiempo del adviento.
Las lecturas bíblicas de hoy nos muestran cómo Jesús es entronizado como Rey de todo lo creado, por lo que todo está bajo sus pies para entregarlo luego al Padre de los cielos.
El profeta Daniel (7, 13-14) en una visión, ve a un como Hijo de hombre, que  refiere a Cristo, que se acerca  al anciano que está en el trono y  "le fue dado el dominio, la gloria y el reino, y lo sirvieron todos los pueblos, naciones y lenguas. Su dominio es un dominio eterno, que no pasará, y su reino no será destruido"
A su vez,  el libro del Apocalipsis (1,5-8) enseña que Cristo es  Alfa y Omega,  principio y fin de toda la creación, por lo que la misma tiene su sentido mirándolo a Jesús que es el Hijo de Dios hecho hombre, amado desde toda la eternidad por  el Padre, el cual ha puesto todo a sus pies y ha querido que reine en nuestros corazones, para que ya desde este mundo aprendamos a orientar la existencia humana a la gloria de Dios, porque la vida del hombre no tiene sentido si no transcurre en permanente alabanza de Dios nuestro Señor.
Reconocemos en Jesús, al Hijo de Dios hecho hombre, Señor de todo lo creado y de nuestros corazones, a alguien que quiere reinar en el corazón de cada persona y en la sociedad, que quiere ser reconocido como lo que Es, y quiere ser glorificado para que también el ser humano participe de esa misma gloria.
Sin embargo, el mundo sigue por otro camino, la gente sigue obnubilada  por otros elementos destructivos, vive en la frivolidad, adorando lo que acontece, lo efímero, y deja de lado lo eterno, el dar culto de adoración a quien es el principio y el fin de todas las cosas, de manera que la vida del ser humano transcurre muchas veces en este mundo sin tener un sentido profundo, siendo una pasión inútil.
No pocas veces acontece que el ser humano vive porque vive, porque el aire es gratis y no tiene una finalidad en su existir, no ha puesto su mirada en una meta eterna, en vivir para siempre con Dios y en reconocer siempre el reinado de Cristo nuestro Señor.
A pesar de nuestros desvíos,  Jesús  quiere reinar en nuestro corazón, pero ya nos advierte como le dice a Pilato (Jn. 18, 33-37),  "mi realeza no es de este mundo", o sea,  no esperen que sea rey temporal,  un rey humano según el modelo de este mundo, sino que mi reyecía tiene otro nivel, otro sentido, quiero reinar en el corazón de cada uno para que también cada persona pueda rendir culto de adoración a Dios como el Hijo amado del Padre Jesucristo y pueda participar de su gloria eterna.
Jesús enseña, a su vez, que ha nacido y ha venido al mundo para ser testigo de la verdad, por lo que todo aquel que es de la verdad escucha su voz, ya que Él es la Palabra del Padre.
Pilato, sin embargo, pregunta  "¿Qué es la verdad?" pero no le interesa escuchar la respuesta del Señor, el cual es la Verdad.
Ahora bien, el incrédulo  pregunta: ¿Cómo puede Jesús pretender ser la verdad? ¿Por qué tenemos que reconocerlo como alguien que es la verdad? ¿Acaso no ha fracasado muriendo en la cruz?
En efecto,  nos encontramos con que muchos desconocen que Dios es la Verdad, piensan que es un crucificado más, sin embargo, en la cruz resalta con esplendor la verdad de la salvación del hombre. 
Por eso, es que  dirá uno de los crucificados con Jesús, "acuérdate de mí cuando estés en tu Reino",  reconocido en Cristo la verdad eterna que no pasa con el tiempo, sino a aquel que tiene un reino eterno, que existe en el corazón de quien le es fiel, que existe desde siempre.
Queridos hermanos: pidamos al Señor que reine en nuestros corazones, que no nos deje adorar a otros dioses, a otros reyes, a otras realidades pasajeras, sino solamente a Él.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXXIV del tiempo per annum. Solemnidad de Cristo Rey del Universo. Ciclo B.  24 de noviembre de 2024.


18 de noviembre de 2024

El presbítero debe ser siempre fiel en proclamar la verdad, celebrar los sacramentos y guiar al pueblo por la santidad de vida a la meta celestial.

 

En esta misma hora, pero hace ya 50 años, Monseñor  Vicente Zazpe, entonces arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, me ordenaba sacerdote en la iglesia parroquial del Sagrado Corazón de Jesús, en la que habían contraído matrimonio mis padres y fuera yo bautizado, de manera que era un templo que tenía una honda significación para mi vida, por eso el Obispo accedió a que la ordenación fuera allí.
Cincuenta años ya transcurridos, tantos recuerdos, tantas vivencias, tantos momentos en los que he tratado siempre de dar testimonio de lo que plantea el Evangelio de esta misa, cuando Jesús le pregunta a Pedro por tres veces si lo amaba más que los demás (cf. Jn.21,15-17).
Y con la respuesta de Pedro, a la cual me uno, también yo he querido manifestarle a Dios en ese momento que por el amor grande que a Él le tenía, estaba decidido a ser sacerdote. 
Ahora bien, en mi historia personal, ya había descubierto mucho antes lo que señala el profeta Jeremías (cf. Jer. 1,4-9), cuando Dios le dice que lo había elegido como profeta para que transmita al pueblo lo que Él le iba a indicar.  El elegido desde el vientre de su madre, como recuerda el texto, recalca que es débil, que no tiene las cualidades necesarias para la misión profética. A esto, Dios responde que es por su gracia, que comunicará lo que se le indique, y que no tema lo que pueda acontecer en su misión profética. 
Y el profeta accede, y sabemos lo mucho que tuvo que sufrir por transmitir la verdad, el mensaje que Dios le entregaba. 
Porque también la vida del sacerdote, como la del profeta, ha de ser un vivir señalando permanentemente la verdad revelada y no ocultarla por miedo a nadie, o por el rechazo de la gente,  porque más bien ha de temerse  el rechazo de Dios,  por no seguir su voluntad. 
La transmisión de la verdad, lamentablemente en nuestros días muchas veces se ve aguada, ya que se busca, no pocas veces, transmitir una verdad que conforme a todo el mundo,  admitiendo y aceptando lo que el mundo adora y enseña con total desparpajo. 
El sacerdote de Cristo,  debe mantenerse siempre fiel a la Palabra del Señor y transmitir la verdad tal como es. Sabemos que no siempre la verdad resulta atractiva en el mundo en el cual vivimos, porque no pocas personas, aún dentro de la Iglesia, no quieren que se las moleste con enseñanzas diferentes al pensamiento mundano.
Transmitir y defender la verdad es la mejor muestra de amor para con el prójimo, porque el ser humano necesita más en nuestro tiempo, saber cómo se está jugando su vida interior en la aceptación o no de la Palabra de Jesús. 
Hoy en día muchas veces la gente se pregunta por esto, por lo otro, ¿qué hacer? Por ejemplo, más de una vez cuando una pareja de novios decide irse a vivir juntos, ¿qué se preguntan acerca de esto? ¿Se preguntan lo que enseña el Evangelio? O más bien dicen, no, el mundo lo ve como algo normal, como algo común, hagámoslo. 
Y ahí tienen un claro ejemplo de con qué facilidad el ser humano no pocas veces deja de lado el mandato de Cristo para seguir la voz del mundo, las costumbres del mundo. Y así vamos, porque de hecho cuanto más se afloja en este campo no resultamos  ejemplo de nadie, ni para la vida laical ni para la vida sacerdotal.
¿Qué joven hoy en día va a jugar su vida para entregarse a Cristo en la vida religiosa o en la vida sacerdotal si no ve un mensaje claro de que es necesario seguir a Cristo, imitar a Cristo y enseñar lo que Cristo ha enseñado? Porque ahí se juega la propia salvación del mismo sacerdote. 
A su vez, el sacerdote es ordenado principalmente para la Eucaristía, como acabamos de escuchar en la segunda lectura tomada de la primera carta de los Corintios (11,23-26). La Eucaristía, la que estamos celebrando ahora en la cual el pan se convierte en el Cuerpo de Cristo y el vino en la Sangre de Cristo que se da como alimento de vida eterna a quien está debidamente preparado. 
La Eucaristía que es la fuente y es el culmen también del culto divino de la adoración a Dios. 
Pero, por supuesto, también la administración de los otros sacramentos que forman parte de los caminos con que Dios nos regala para nuestra salvación. De manera que la transmisión de la palabra, de la verdad, por la que se caracteriza la misión profética del sacerdote, se une también la misión sacerdotal para administrar los sacramentos y también la tercera misión, la de reinar, o sea la de ser cabeza del pueblo que se le confía al sacerdote para procurar de todas formas encaminar, ayudar, guiar a todos para vivir también en la unión con Cristo y llegar a la meta que se nos ha prometido que es la gloria del cielo. 
Quiera  Dios concederme en el tiempo que Él  disponga, la fuerza necesaria, la gracia para seguir siendo profeta en medio de una sociedad que no busca la verdad, sacerdote en la administración de los sacramentos que son la vida del alma y también pastor o guía de todos aquellos a los cuales el Señor me presenta para poder ayudarlos al encuentro definitivo con Dios nuestro Señor. 
Pido la gracia divina,  y pidan también ustedes por mí para que el Señor me mantenga firme en este camino sabiendo siempre que Dios es más fiel que  el mismo sacerdote. 
A lo largo de mi vida son tantas las gracias recibidas, las muestras de amor por parte de Dios que superan totalmente lo que yo haya podido hacer por Él. Que el Señor entonces me acompañe para poder permanecer siempre fiel a lo que Él me ha entregado.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 50 aniversario de su ordenación sacerdotal.

(domingo XXXIII del tiempo per annum. Ciclo B.  16 de noviembre de 2024).


11 de noviembre de 2024

La viuda nada se guardó para sí, se lo entregó todo a Dios, abriéndose a Él, su único apoyo, confiando que no sería defraudada.

 

La Palabra de Dios nos muestra hoy ejemplos de una fe profunda que conduce a vivir con  esperanza y se traduce  en caridad para con el prójimo. 
La primera lectura proclamada (I Reyes17,10-16) señala al profeta Elías como un acérrimo  defensor de la pureza del culto divino al Dios de la Alianza, que no soporta en Israel  la contaminación que trae la reina Jezabel, extranjera, que impone el culto a dioses falsos, en el cual caen no pocos israelíes.
Perseguido por la reina inicua,  Dios lo envía a Sarepta, donde reina el culto a los ídolos, pero a su vez, lugar donde  una viuda -por inspiración divina- asiste al profeta confiando en la palabra  revelada, estando también ella en peligro, pues luego de cocinar pan para su sustento y el de su hijo y comer, esperarían  la muerte.
Sin embargo, confiando en la palabra divina, cocina para Elías y Dios la premia, porque la fe que ostenta continúa en la esperanza por una vida nueva, convertida en caridad,  al auxiliar al profeta. 
Dios la premia, decíamos, porque no se agota el tarro de harina, ni el frasco de aceite, hasta que la lluvia ausente por tres años,  nuevamente hace fructificar los campos. 
Con esta actitud de la viuda, contemplamos el ejemplo de alguien de origen pagano, que cree en la palabra de Dios transmitida por el profeta, siendo premiada por su fe, su esperanza y por su actitud de caridad para con el prójimo. Descubrimos de ese modo cómo toda acción buena que el hombre realiza, recibe el premio divino.
En el texto del Evangelio (Mc. 12, 38-44) nos encontramos con la figura de otra viuda, que entrega todo lo suyo a la providencia divina.
¿Cuál es el marco de referencia? Jesús está observando a la gente que acerca su limosna al tesoro del templo, que servía para el sustento de los ministros, el sostenimiento del culto y del mismo templo, y se percata que hay ricos que entregan grandes sumas de dinero. 
Por su parte, se acerca sigilosamente una pobre mujer que deja apenas dos moneditas de cobre, que es todo lo que poseía.
Y como Jesús lee el corazón del hombre, llama a sus discípulos y les dice, que los ricos han dado en abundancia pero de lo que sobra, o sea, no se han perjudicado en su vivir cotidiano por la limosna que han entregado al templo, ya que su fortuna no ha mermado.
En contraste con esta actitud de los ricos, la mujer viuda se desprendió de estas dos moneditas de cobre necesarias para vivir ella misma, hizo la limosna para el culto divino con generosidad, con una profunda fe, abriéndose totalmente a las maravillas de Dios. 
Se trata de una mujer que con su actitud, sin saberlo, estaba imitando a Jesús nuestro Señor, el cual en el momento de la crucifixión entregó todo de sí, ya que no se guardó nada, sino que se entregó al Padre del Cielo por la salvación del hombre muriendo en la cruz.
Esta mujer tampoco se guardó nada para sí, se lo entregó todo a Dios, abriéndose a Él, su único apoyo, confiando que no sería defraudada.
Jesús alaba la magnífica actitud de esta mujer, mientras que censura a los ricos que buscan pavonearse, que todo el mundo los vea, ella, en cambio, lo hace subrepticiamente, casi ocultamente. 
A su vez, denuncia el Señor a los escribas que buscan siempre el primer lugar, son figuretes, quieren que la gente los aplauda, ser reconocidos cuando oran públicamente, pero están vacíos, distinta a la oración de esta mujer, que es una oración cargada de fe y confianza en Dios nuestro Señor. 
El texto bíblico señala  que los escribas se enriquecen, quedándose con aquello que pertenece a las viudas, refiriéndose Jesús con esto al incremento de los impuestos que debían pagar y que ciertamente  perjudicaban más a las viudas, a los huérfanos, a los pobres. Pero a los escribas no les interesa eso, lo que importa es que cumplan con la ley. Una ley que carece del espíritu, del Evangelio. Una ley que pretende ser justa y es causa de grandes injusticias. 
Por eso es importante poner siempre nuestro apoyo en Dios nuestro Señor, Él es nuestro refugio, especialmente poniendo nuestra confianza en Jesús como sumo sacerdote, como mediador entre Dios y los hombres (Hebreos 9,24-28), el cual ha entrado a un santuario superior al Templo de Jerusalén, un santuario junto al Padre, para desde allí interceder por nosotros, que caminamos en esta vida se supone con la mirada puesta en la gloria eterna. 
Por otra parte, es interesante retener la afirmación que la carta a los hebreos señala acerca de la muerte, afirmando que el hombre muere una sola vez y luego sobreviene el juicio.
En una cultura como la nuestra donde está de moda la reencarnación, las múltiples vidas que alguien supuestamente vive, contagiado por el mundo oriental, la palabra de Dios nos dice que el ser humano muere una sola vez y luego es juzgado, por lo que  los que fueron resucitados por Cristo, en realidad, volvieron a la vida, sin reencarnarse, para luego morir definitivamente.
Siguiendo los pasos de  Cristo que murió una sola vez también para volver al Padre, nosotros participamos de esa misma muerte que debe ser salvadora para reencontrarnos  con aquel que nos creó.
Pidámosle al Señor que nos dé su gracia, que aumente nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra caridad, que nos ayude a vivir de una manera distinta nuestra existencia. 

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXXII del tiempo per annum. Ciclo B.  10 de noviembre de 2024.


4 de noviembre de 2024

Son felices los que han muerto en el Señor, porque ellos son acompañados por las obras buenas que han realizado en este mundo.



Ayer recordábamos a los miembros de la Iglesia triunfante, a los Santos, aquellos que ya participan de la misma vida de Dios y por lo tanto lo contemplan eternamente, para siempre. El recordar a los Santos nos ayuda a buscar imitarlos para poder algún día estar también con Dios. Y a su vez, los que ya están en el Cielo interceden por nosotros y desean que  algún día nos encontremos  con ellos. 
Así lo destaca sobre todo san Bernardo en una de las meditaciones sobre la Iglesia triunfante. 
Por su parte, hoy la Iglesia recuerda a los miembros de la Iglesia purgante, a los fieles difuntos. Pedimos entonces por los difuntos que están purificándose en el Purgatorio. No pedimos por todos los difuntos en general, sino por aquellos que se están purificando. Aquellos que optaron en su vida por Dios y hoy se encuentran en este periodo, en esta etapa de purificación para luego comenzar a ver a Dios cara a cara. Por eso pedimos por ellos. 
Hemos visto en el segundo libro de los Macabeos (12,42-45), cómo Judas Macabeo hace una colecta que envía a Jerusalén para que se ofrezcan sacrificios por los difuntos. De manera que ya en el Antiguo Testamento se expresa esa fe, esa confianza, de que nuestras oraciones, nuestros sacrificios, nuestras limosnas alivian a los difuntos.
 En la segunda lectura escuchábamos en el libro del Apocalipsis (14,13-15) que son felices los que han muerto en el Señor, porque ellos son acompañados en su nueva vida por las obras que han realizado en este mundo. De manera que todas las obras buenas que nosotros hagamos aquí, nos acompañarán en el día de nuestro tránsito a la otra vida, cuando dejemos este mundo temporal para presentarnos ante Dios nuestro Señor. 
Todo esto lleva a considerar necesario  rezar siempre por nuestros hermanos difuntos. 
Nosotros en esta Iglesia honramos a un gran apóstol de las almas del purgatorio, san Juan Macías.
Él se destacó, entre otras cosas, por su devoción particular por las almas del purgatorio, por lo que según una manifestación divina que tuvo al final de su vida,  a lo largo de su existencia temporal pudo liberar del purgatorio a más de un millón cuatrocientas mil de almas.
Él no era sacerdote, pero ofrecía  sacrificios, trabajos, mortificaciones, el rezo del rosario,  la oración,  todo aquello que padecía en este mundo, lo ofrecía por la purificación de las almas del purgatorio. 
De manera que no es extraño que en el momento de su muerte, también muchos de los salvados, gracias a su oración, hayan acudido a acompañarlo como cortejo para encontrarse con Dios para toda la eternidad. 
Recordemos que  las almas del purgatorio, liberadas por nuestra oración, sacrificio o limosna,  se acordarán de nosotros en el cielo, e intercederán  cuando nos purifiquemos.
Recordemos que es una obra de caridad, de amor, pedir por nuestros difuntos, hacer celebrar misas por ellos, ya que es la muestra más concreta del amor para nuestros seres queridos.
 Es el sacrificio eucarístico el que alivia de una manera especial a los que han muerto en el Señor y se están purificando. 
En el texto del Evangelio (Lc. 7, 11-17), Jesús se manifiesta como aquel que es la resurrección y la vida. Pensemos en ese cuadro tan doloroso, una mujer viuda que lleva a sepultar a su único hijo. Jesús no pasa de largo ante esa situación, sino que se acerca y dirá que no llore, y le devolverá a esa madre el hijo que había perdido. 
Una vez más Jesús manifiesta sus entrañas de misericordia, su contemplación ante el sufrimiento, ante el dolor de quien ha perdido a un hijo suyo. 
El Papa Francisco precisamente ha pedido que durante este mes de noviembre se pida en particular por aquellas madres y padres que han perdido un hijo, para que reciban el consuelo de parte de Dios y puedan así, consolados, seguir adelante sobrellevando este gran dolor. 
Cristo nuestro Señor nos invita a mirar la vida después de la muerte. No se termina todo con la muerte, sino que se continúa y por eso, mientras suplicamos por quienes se purifican, nos seguimos preparando nosotros con una vida de santidad y de imitación de Cristo, para que cuando nos llegue el momento, seamos recibidos por la misericordia de Dios y por aquellos hermanos nuestros que ya gozan de la visión de Dios. Amén.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Conmemoración de Todos los fieles difuntos. 02 de noviembre de 2024.