20 de agosto de 2008

La solidez de la Palabra de Dios

1.- La fidelidad de Elías en medio del infortunio (I Rey.19,9a.11-13a)

El profeta Elías es elegido por Dios para defender la pureza del culto divino en el pueblo de Israel.

El pueblo elegido conociendo los cultos idolátricos de otros pueblos, se contagiaba con ellos, dando cabida en tiempos del profeta al culto de los baales.

El profeta Elías, por lo tanto, se ve en la necesidad de defender la pureza del culto verdadero a Yahvé por lo que pasa a degüello a los profetas de los baales (I Reyes, 18, 40 y 19,1).

A causa de esto es perseguido por la reina Jezabel que busca su muerte (cap. 19,2).

Elías huye movido por el miedo (cap.19, 3-7), e impulsado por el ángel del Señor se dirige al Horeb, el monte santo que había servido para el encuentro entre Dios y Moisés al concretarse la Alianza, y donde el Señor le reveló su Nombre (Ex.3). El profeta por lo tanto vuelve a la fuente originaria del encuentro y de la fe en el único Dios.

Y allí, refugiado en la cueva del monte, escucha la Palabra de Dios que le dice “¿Qué haces aquí Elías?” Y narra los infortunios que ha pasado por defender el verdadero culto, ya que los israelitas han roto la alianza, matado los profetas, quedando sólo él (cf.cap.19, 9 y 10).

Y el Señor le responde “Sal y aguarda al Señor en el monte, que el Señor va a pasar” (v.11).

El viento fuerte, el terremoto y el fuego se suceden y preparan el paso del Señor pero no se confunden con su presencia.

Ésta es como el susurro, casi imperceptible pero penetrante.

Nosotros creemos muchas veces que la presencia del Señor ha de manifestarse de esa manera ruidosa o deslumbrante, pero El quiere ser percibido en el silencio, en el susurro. Y es en el encuentro suave con el Creador, que Elías se siente iluminado y fortalecido para seguir la nueva misión que se le encomienda: ungir a Jehú como nuevo rey de Israel y a Eliseo como nuevo profeta en reemplazo suyo (cap.19, 16).

2.-La infidelidad de Israel y la fidelidad de Pablo (Romanos 9,1-5)

El Apóstol Pablo confiesa su tristeza ante la infidelidad del pueblo de Israel a través del tiempo a pesar de las diferentes alianzas promovidas por Dios: con Abrahán, Isaac, Jacob y Moisés. Y en la plenitud del tiempo a pesar de las profecías de la Antigua Alianza, no acepta a Jesús como el Hijo de Dios hecho hombre.

Preocupado y angustiado por el destino último del pueblo infiel, es capaz Pablo de entregar su propia vida si es necesario para alcanzar la conversión de los de su raza.

Al igual que Elías, fortalecido por Dios, en medio de las incomprensiones de sus hermanos de raza, seguirá predicando la verdad del Evangelio.

3.-Llamados a la fidelidad a pesar de las pruebas (Mateo 14,22-33).

En el texto del evangelio aparece el mismo eje temático que venimos desarrollando.

En efecto, la embestida de los que no aceptan la fe en el Dios verdadero y en su Hijo hecho hombre, se hace sentir con fuerza, aunque de diverso modo.

Ya no se trata de Jezabel que persigue a Elías, ni de los israelitas que rechazan a Pablo, sino el mundo del mal, representado por el mar impetuoso que se desata con furia contra la barca de la Iglesia, buscando hacerla zozobrar.

Pero a pesar de la furia de las fuerzas climáticas –representando aquí las fuerzas del maligno- la barca no sucumbe, cumpliéndose así la palabra de Jesús que asegura la permanencia de la Iglesia a pesar de las persecuciones de este mundo y del pecado que muchas veces anida en el corazón de quienes formamos parte de ella.

La presencia de Jesús una vez más se hace realidad en la aparente ausencia.

Lo que sufren los apóstoles en la barca es lo que padecemos muchas veces nosotros.

En efecto, ¿cuántas veces dudamos de la presencia del Señor cuando todo nos es adverso?

Y así nos sentimos ante las tentaciones de todo tipo que soportamos, frente a un mundo que ostensiblemente realiza el mal burlándose de Dios y de los creyentes.

Agobiados por los propios temores que nos paralizan en el obrar cotidiano, sin animarnos a manifestar abiertamente nuestra fe, vapuleados por una cultura anticristiana, nos sentimos como perdidos en la insignificancia de nuestras personas.

Nos descubrimos más atentos a las tempestades que nos abruman, como si la vida pasara por allí, que en la seguridad que proviene del Señor.

Pensamos que Cristo está ausente, y si acaso lo vemos caminar sobre las aguas, es decir en situaciones imposibles humanamente hablando, pensamos que es un fantasma.

Cristo nos invita muchas veces a caminar sobre las aguas, como a Pedro, es decir, arriesgando nuestras seguridades mundanas, confiando sólo en su Palabra.

Y como Pedro, queremos seguir el proyecto difícil del evangelio, hasta que mirando nuevamente nuestra poquedad, nos entra el miedo por la fuerza del viento del maligno, y olvidándonos de la Palabra del Señor fuente de inseguridad personal –así pensamos- comenzamos a hundirnos.

Pero aún allí podemos gritar como Pedro: “Señor, sálvame”. ¡Soy un cobarde que se ha dejado llevar por el respeto humano, me he quedado contemplando mi pasado de infidelidades, he tenido miedo a las adversidades que se presentan de continuo, y me he hundido!

Y Jesús nos toma de la mano, nos reprocha dulcemente por nuestras dudas, y nos lleva nuevamente a la seguridad de la Iglesia –la barca-, que aunque se bambolee por las adversidades exteriores y por las infidelidades interiores, sigue su curso, enfrentando las tinieblas de este mundo con la luz de la Verdad Evangélica que ha de prevalecer a pesar de tantos infortunios.

No pocas veces el cristiano piensa que alejándose de Cristo, siendo infiel a la Iglesia, o actuando según la personal mirada que sobre ella tiene, encontrará sentido a su vida, cuando por el contrario ese proyecto no lleva más que a un pronto hundimiento.

Cuanto más aparecen las miserias de los bautizados, más hemos de afirmarnos en la seguridad que nos da Cristo.

Él está allí, en su Iglesia, y acude siempre a fortalecernos para que fielmente demos testimonio de nuestra fe en todo lugar y en todo tiempo.

Cristo nos asegura su presencia, aquieta nuestro espíritu y nos convoca a que hagamos, como los apóstoles, nuestra profesión de fe: “Señor, Tú eres el Hijo de Dios”.

(Reflexiones en torno a los textos de la liturgia del XIX domingo durante el año (ciclo “A”).

Padre Ricardo B. Mazza. Director del CEPS “Santo Tomás Moro” y del Grupo Pro-Vida “Juan Pablo II.

Santa Fe de la Vera Cruz, 10 de agosto de 2008.

ribamazza@gmail.com. http://ricardomazza.blogspot.com.

No hay comentarios: