1.-En la escucha del Señor y el encuentro con El
Acabamos de escuchar la Palabra de Dios, tan importante para nuestra vida, y hemos pedido en el estribillo del aleluya, “Abre Señor nuestro corazón para que comprendamos las palabras de tu Hijo” (Hechos 16,14).
El domingo, día del Señor, es el día más propicio para escucharlo, ya que como en su tiempo habla a la gente que se agolpa para seguirlo.
Se sentaba Jesús y la gente, y les hablaba largamente. También nosotros hemos de poner nuestro corazón cerca del Suyo para escucharlo, para percibir qué nos quiere decir.
Es la Palabra de Dios la que alimenta nuestra vida y responde a las inquietudes más profundas de nuestro interior, marcándonos el camino.
Precisamente el texto de Isaías (55, 6-9) nos dice que los pensamientos de Dios no son los nuestros, y sus caminos tampoco.
De esa manera se quiere poner en evidencia que no siempre coincidimos con el pensar de Dios, y que con frecuencia nuestros caminos no son los suyos.
Por eso el profeta, viendo que el pueblo ya volvía a su tierra dejando atrás el exilio, insistirá en la necesidad de la conversión.
Invita a ir encuentro de ese Dios que siempre se puede hallar y que se hace el encontradizo justamente porque quiere estar con nosotros.
De allí que trate Isaías la necesidad de la conversión que nos permite ponernos en el camino de Dios y en lo que El quiere de nosotros.
Cuando el padre del Cielo envía a su Hijo, que se hace hombre en el seno de María, nos encontramos con un camino muy especial.
Y descubrimos cuál es el camino, porque el mismo Jesús nos dice “Soy el camino”.
Ello nos lleva a caer en la cuenta que nuestros caminos son los de Dios, si transitamos por Cristo que es el Camino.
O por el contrario avizoramos que seguimos buscando atajos en medio de la vida, otras sendas que parecen más atractivas o más placenteras, pero que nos alejan de Jesús.
De allí la necesidad de atender el pedido de Dios en el Antiguo testamento en el sentido de tener su camino, transitar sus sendas.
2.-Jesús, el Camino de Dios y el misterio de la gratuidad.
En el Nuevo testamento descubrimos que el camino es, pues, el mismo Jesús y que sólo entrando en comunión con El podemos entender cuáles son los pensamientos de Dios, que en nada se parecen a los del hombre.
De hecho el texto del evangelio de hoy nos muestra cuán distinto es el obrar de Dios si lo comparamos con el nuestro.
Es natural que alguien diga: ¿por qué tengo que recibir la misma paga que aquel que trabajó menos que yo?
Y esta queja es así porque el ser humano se maneja con los criterios de la justicia humana que tiene como objeto el derecho, el cual consiste en dar a cada uno lo suyo.
Con este criterio, el reclamo de este hombre tiene sentido desde la óptica humana, pero no desde la lógica divina.
En las relaciones humanas podemos apelar a lo que es nuestro, a lo que nos es debido, pero en nuestro trato con Dios, jamás podemos hacer valer “lo debido”, y por lo tanto no corresponde reclamarle cosa alguna.
De allí se explica que al aplicar a Dios el concepto de justicia de lo debido nos sentimos abandonados por El cuando no obtenemos lo que deseamos, aunque sea con buenas intenciones, porque lo hacemos desde una óptica equivocada.
Y esto es así porque El no nos debe nada, ya que todo lo que proviene de Dios es gratuidad pura, es don total, regalo absoluto.
Hasta la realidad de nuestra existencia es un don que proviene de Dios, de ninguna manera un derecho exigible al Creador.
Precisamente porque la vida humana es un don de Dios, una vez que comienza a desarrollarse en el seno de una mujer es inviolable, y no está sujeta al capricho del hombre, el cual sólo a modo de instrumento por la colaboración varón y mujer, la comunica a otros.
Por eso el texto del evangelio es muy claro cuando el propietario de la viña –es decir el mismo Dios o su Hijo hecho hombre Jesús- dice cuando surge la cuestión de por qué todos perciben el mismo denario aunque el tiempo trabajado fuera diverso: “No te hago injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? “(Mateo 20,13 a 16).
Esta aparente injusticia de Dios es por otra parte totalmente beneficiosa para nosotros en lo que respecta a la salvación.
En efecto, ¿quién podría salvarse si se aplicara a cada uno y a todos, la vara de la justicia humana? No alcanzarían nuestras buenas obras para merecer el denario de la vida eterna.
Gracias a que lo que proviene de Dios es puro don, pura gratuidad, es que el hombre tiene la confianza -como dice Isaías -de encontrarse con el Señor, volviéndose a El por medio de la conversión.
3.-Los momentos del llamado y la grandeza del seguimiento de Cristo.
Y así cada uno de nosotros es llamado en distintos tiempos de la vida. Como ingresa cada automovilista en diferentes momentos y lugares para conectarse todos en la misma ruta, en el camino que es Jesús, ingresamos en los disímiles períodos de nuestra existencia.
Algunos al comienzo, o a media mañana, otros al promediar la tarde y quienes al crepúsculo de la vida.
Son dispares los instantes en que se produce el encuentro con Dios, no siempre por culpa personal o negligencia –si así fuera ya estaríamos juzgados- sino porque como le respondieron al propietario los que estaban sin trabajar al caer la tarde, “nadie nos ha contratado” (v.7).
Es como si dijeran: “no conocimos a Cristo ni al evangelio porque nadie nos ha hablado”.
En efecto, puede suceder que sin culpa haya quienes ignoran la salvación a la que están llamados porque los cristianos no vivimos en plenitud lo expresado por el Señor: “Id por todo el mundo a predicar el evangelio”.
Esto no implica que caigamos en la actitud de que el seguimiento del Señor ha de ser superficial o nulo, ya que Dios perdona aunque no hayamos hecho nada como respuesta de amor a El.
Ciertamente la relación con Dios es algo serio y no hemos de caer en el espíritu de la pavada en el orden religioso como muchas veces acontece.
Quien toma a la chacota lo religioso no encuentra al Señor.
Así sucedió en estos días cuando dejando al descubierto el malestar interior del ser humano -que sabiéndose a contrapelo de los valores evangélicos busca engañar y engañarse- se pretendió con la “mise en scène” de una pseuda religiosidad de “legitimidad”, cubrir la unión de personas del mismo sexo.
Dejando esas situaciones “extrañas al sentir cristiano”, pensamos en quienes han perdido el camino o estaban extraviados –como sucedió con San Pablo o San Agustín -, y que encontrándose con el Señor que invita a trabajar a la viña, han respondido afirmativamente.
Los niños, hijos de muchas familias llamadas católicas, –por ejemplo- caminan muchas veces por la senda de la vida totalmente solos, ya que sus padres no los acompañan ni en la fe, ni en otros aspectos fundamentales de su vida.
¿Qué les podremos pedir en el futuro? ¿Qué sean cristianos fervorosos, cuando no mamaron ese espíritu en sus familias.
Ante esos niños que no se les brindó lo debido –según la justicia humana- en el orden de la fe, sale al encuentro la gratuidad de Dios que llama por su gracia en lo más profundo de los corazones.
Los de la primera hora como los últimos, reciben su denario, esto es, la vida con Dios, si al encontrase con El en el camino de la vida han respondido con fe.
Siguiendo la lógica del Evangelio, la de la pura gratuidad del don de la salvación, un santo que fue fiel a Dios desde la niñez como San Luis Gonzaga obtuvo el denario que adquirió también el buen ladrón al convertirse en el ocaso de su vida.
Descubriendo el camino que Dios dispuso para nosotros, hemos de entrar de lleno en la vida nueva que nos ofrece Jesús, de tal manera que como San Pablo podamos decir: “Para mi la vida es Cristo” (Fil. 1,21), y busquemos vivir cada instante de nuestra existencia cotidiana recordando que “lo importante es que llevemos una vida digna del evangelio de Cristo” (cf. Fil. 1,27).
Padre Ricardo B. Mazza. Director del CEPS “Santo Tomás Moro”. Párroco de la Pquia San Juan Bautista de Santa Fe de la Vera Cruz.
Reflexiones sobre los textos de la liturgia dominical del 21 de Septiembre de 2007 (Domingo XXV “per annum” ciclo “A”).
ribamazza@gmail.com.- http://ricardomazza.blogspot.com.
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