26 de noviembre de 2008

El juicio de Cristo Rey (I)


“Se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones. El separará a unos de otros” (Mateo 25, 31 y 32).

En este domingo de Cristo rey llegamos al final del tiempo litúrgico llamado durante el año, en el que como Iglesia hemos meditado sobre los misterios de la vida de Jesús haciendo una vez más este recorrido que forma parte de la historia de la salvación procurando la salvación de la historia humana que sólo se logra desde la fe teniendo a Cristo como centro de nuestras vidas.
Durante todo el año, puestos a los pies del Salvador, escuchamos su Palabra tratando -a pesar de nuestras limitaciones- de convertirnos, de realizar nuestra permanente pascua de simples oyentes a discípulos del Maestro.
Esta fiesta de Cristo rey recuerda, al igual que en los últimos domingos, aquello que va a acontecer ya sea en el fin de la historia de cada uno o en la segunda venida de Cristo junto con el fin del mundo.
La Escatología nos enfrenta con los últimos acontecimientos de la vida humana. Y así meditamos sobre el misterio de la muerte el pasado dos de noviembre, sobre el juicio particular con la parábola de los talentos y el juicio universal en la solemnidad de Cristo rey.
La parábola de los talentos nos muestra al Señor que viene en su segunda venida a recoger los frutos que hemos producido partiendo de los dones recibidos por cada uno para la “edificación del Cuerpo de Cristo” (Ef.4, 12) que es la Iglesia.
Todo esto en un marco en que resalta el juicio particular. Es decir cada uno de nosotros es premiado si se han hecho fructificar los dones recibidos o por el contrario seremos sujetos de la afirmación del Señor: “A este empleado inútil échenlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes “(Mateo 25,30). Y esto porque la falta de respuesta de un miembro repercute gravemente en la edificación a la que hemos sido llamados.
Generosamente se nos ha dado el lapso que media entre la Ascensión –“un hombre que se iba al extranjero” (Mt.25, 14)- del Señor y su segunda Venida –“al cabo de mucho tiempo volvió el Señor” (Mt. 25, 19)- para hacer fructificar los talentos entregados.
En este domingo, en cambio, -si bien con temática semejante- se vislumbra a Cristo que regresa al fin de los tiempos para el juicio universal de las naciones, en el que ciertamente procederá a examinar a cada uno.
En la liturgia aparece el triunfo de Cristo Nuestro Señor, lo cual nos llena de esperanza ya que muchas veces nos agobia el triunfo del mal, y al acostumbrarnos a ello, hemos perdido la noción del progreso del bien, que aunque no lo vemos, va produciendo frutos en medio de la sociedad.
El bien como el grano de mostaza -aunque insignificante- se va extendiendo, y va teniendo su lugar en el corazón de aquellos que lo reciben con alegría porque saben que vivir el mandamiento nuevo es hacer presente la realidad del Reino.
Esta presencia del Cristo Juez y Rey del Universo, pondrá de manifiesto en definitiva, lo que hay en el corazón de todos y de cada uno. En ésta su segunda venida ubicará las cosas en su lugar y señalará sin duda alguna su primado sobre todo lo creado.
Quedará al descubierto el corazón humano. Delante del Señor se terminarán las ficciones y la mentira, ya no se puede simular más, el corazón del hombre entroncará profundamente en su maldad o en su bondad. Se conocerá si se dio lugar al mandamiento nuevo o por el contrario se lo rechazó.
En nuestra historia personal la no realización de este mandamiento nos lleva a vivir en las tinieblas, sin saber a dónde vamos, e imposibilita la participación en la celebración del sacramento del amor, esto es, la Eucaristía en este mundo, la visión beatífica en la eternidad.
La respuesta positiva en cambio a la interpelación de Jesús, nos permite vivir en la Luz, orientados siempre hacia el Creador que nos convoca al Banquete eterno.
En el texto del evangelio (Mateo 25, 31-46) Jesús nos dice en qué va a consistir el juicio de cada uno de nosotros y también el de las naciones.
Es un juicio que mira cómo ha sido nuestra relación con el prójimo, viendo ésta como una prolongación de nuestra unión con Dios.
En efecto, el cumplimiento de este mandamiento hace realidad la presencia del Señor en cada uno de los creyentes.
Las afirmaciones que hace el Señor sobre el comportamiento de cada uno, pueden sorprender al ser humano y llevarlo a averiguar como en el texto del Evangelio: ¿Señor, cuándo tuviste hambre y te dimos de comer o no te dimos de comer? Y el Señor responderá:”Cada vez que lo hicieron con uno de éstos mis humildes hermanos, conmigo lo hicieron” (Jn. 25. 40). Y cada vez que no lo hicieron con el otro, no lo hicieron conmigo.
Cristo se coloca en el lugar de cada persona y esto es así por el misterio de la Encarnación mediante el que cada uno queda “como divinizado”, ocupando el espacio del mismo Cristo en las múltiples relaciones humanas.
El Hijo de Dios se hace hombre, entra en la historia humana y se sitúa en el ámbito de cada uno de nosotros.
Hasta el pecador más grande –aunque a veces esto nos resulte indigerible-, debe ser visto a la luz de esta verdad de la Encarnación, es decir que el que obra el mal también es hijo de Dios y hermano de Jesucristo y por eso llamado a la conversión y a la consiguiente vida en Dios.
La identificación de Cristo con el hombre es tal, que cuando sufre un hermano es Cristo quien sufre con él y en él.
Cristo por lo tanto, clama desde el enfermo, desde el que tiene hambre, desde el perseguido injustamente, desde el abandonado material o espiritualmente, solicitando nuestro consuelo.
De allí que cada acción buena practicada a favor del otro, la realizamos en consideración a El, y cada acción mala constituye una descalificación del mismo Señor.
Tal es la relación entre Cristo y el hombre, que llega a decir que será premiado cualquier pequeño gesto realizado a favor del otro hasta el dar un simple vaso de agua al que lo necesita por amor a El.
Pero esta exigencia del evangelio, como decía al principio, hemos de unirla a la parábola de los talentos.
En efecto, allí se nos da la medida de los requerimientos de Cristo para cada persona. No seremos examinados de la misma manera, ya que lo debido por cada uno dependerá de los talentos recibidos para fructificar.
Es decir hemos de considerar -ya que existen exigencias diferentes- qué significa dar de comer o beber, vestir al desnudo o visitar al enfermo según sea la persona y los dones recibidos. Pero esto será tema para otro artículo.
-----------------------------------------------------------------------------------------------

Padre Ricardo Mazza, Cura Párroco de la “Pquia San Juan Bautista”.
Santa Fe de la Vera Cruz, reflexiones en torno a la fiesta de Cristo Rey (23 de Noviembre de 2008).
ribamazza@gmail.com. http://ricardomazza.blogspot.com . www.nuevoencuentro.com/tomasmoro, www.nuevoencuentro.com/provida.-

No hay comentarios: