16 de febrero de 2009

El profeta y los destinatarios de su misión

La liturgia de este domingo tiene como eje principal el tema del profetismo, o la misión del profeta en el plan de salvación, partiendo del antiguo testamento pasando por el nuevo, llegando a nuestros días.
En el pueblo de Israel habrá siempre profetas que le hagan conocer el designio de Dios y que descubran el futuro (Deuteronomio 18,15-20).
De allí que Moisés comunica al pueblo que Dios ha de suscitar un profeta semejante a él mismo cuando estuvo en medio del pueblo en la salida de Egipto. Se trata de la serie de profetas que como portavoces de Dios, surgirán en el pueblo elegido.
Refiere a la elección particular de alguien a quien se destina a esta misión de estar con el pueblo para llevarles el mensaje de su Señor, su palabra, su voluntad.
No es solamente el que anuncia lo que ha de acontecer, sino que ayuda a comprender la palabra de Dios, y proclamará valientemente la necesidad de conversión como modo concreto de volver al Dios que se ha dejado.
Otras veces su papel se destacará entre pueblos paganos como en el caso de Jonás, que es enviado –y mejor dicho forzado contra su voluntad- a Nínive para proclamar la penitencia necesaria como signo de conversión y evitar así que la ciudad sea destruida.
Esto supone que el elegido debe estar siempre atento para escuchar la voz del Señor y lo que quiere dar a conocer, y transmitirla en toda su pureza sin confundirla con sus propios deseos, intenciones o con personales interpretaciones.
En el Antiguo Testamento nos encontramos con figuras importantes dentro de la misión profética. Y así, Jeremías hablaba de tal manera que se lo describe como el profeta de calamidades.
Él mismo percibe lo exigente de su prédica y de alguna manera se resiste a darla a conocer porque la palabra de Dios constituye oprobio para sí (Jeremías 20,8), pero reconoce que se dejó seducir por el Señor (Jer 20, 7). Jeremías es odiado por los ministros del rey e incluso por el mismo pueblo por quien tanto trabajó durante cuarenta años para obtener su conversión. No es raro que entrara en una grave crisis como profeta, pero el auténtico mensajero de Dios debe siempre anunciar la verdad aunque le cueste la cárcel y la muerte.
En nuestros días podemos ver también cómo muchas veces se resiste la enseñanza de Cristo o se toma de Él sólo lo que cae bien y se objeta lo que resulta exigente. También la Iglesia es rechazada cuando enseña acerca de la vida, del aborto, de la familia, de la eutanasia, de la fe.
La figura del profeta no siempre es querida porque viene a quitar de alguna manera la calma chicha en la que vivimos conformándonos al espíritu moderno que con frecuencia se opone al Evangelio.
Ahora bien el papel de profeta del que habla el libro del Deuteronomio si bien se refiere a esta misión en el pueblo de Israel, apunta al profeta con mayúscula que es Cristo, que viene a comunicarnos la voluntad del Padre a nosotros llamados a formar parte de su misma vida. Jesús se acerca al hombre de su tiempo de una manera diferente, de modo que su enseñanza hace que quienes lo escuchen quedaran asombrados “porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad” (Marcos 1,21-28), es decir manifestando abiertamente su poder salvador y liberador.
Los escribas enseñaban la Palabra de Dios pero como quienes repiten algo que han aprendido y transmiten pero muchas veces sin asumirlo en la propia vida.
En cambio Jesús comunica la Palabra del Padre pero la encarna también en su vida. Autoridad de Cristo que le viene como Hijo de Dios hecho hombre. Autoridad que se manifiesta con los milagros y muy particularmente en la expulsión de los demonios del cuerpo de los posesos.
En la curación de los posesos Jesús manda callar a los demonios que como si fueran profetas pretenden dar testimonio acerca de Jesús, más aún quiere dejar en claro que tiene poder para liberar al hombre de esas insidias, y que para eso ha sido enviado por el Padre.
De este poder salvador participamos también sus seguidores, y como bautizados, es decir asimilados a su misión profética, hemos de prolongar a Cristo en el tiempo comunicando al mundo con valentía el mensaje recibido.
La misión profética reclama la docilidad en la escucha de Dios y en la transmisión de lo que El quiere dar a conocer a todos.
El Deuteronomio advierte que aquel que escuchando al profeta haga caso omiso a sus enseñanzas tendrá que dar cuentas a Dios. Pero al mismo tiempo si el profeta no transmite lo que ha recibido sino lo que le parece o se convierte en profeta de otros dioses ciertamente morirá (cf. Deut. 18,19 y 20).
Palabras muy duras que señalan la actitud del que escucha al profeta y de lo que el profeta da a conocer.
Y esto tenemos que aplicarlo a nuestra vida. Saber llevar el mensaje de Cristo de modo íntegro.
Muchas veces transmitimos “nuestra verdad” y no la que sostiene el Evangelio y la misma Iglesia, sin ser fieles de manera clara y precisa. ¡Cuántos católicos profesan una doctrina acerca de la vida totalmente contraria a lo que defiende la Iglesia, y promueven abiertamente el crimen del aborto!
No pocas veces dejándonos llevar por las costumbres mundanas que nos han lavado la inteligencia, defendemos y propagamos doctrinas sobre el matrimonio y la familia, la sexualidad o sobre el hombre mismo, contrarias a lo que la Iglesia siguiendo a Cristo siempre ha enseñado.
Con frecuencia tratamos de aguar los valores recibidos para estar en comunión no con Dios, sino con el sentir de un mundo cada vez más alejado de su Creador, haciéndonos responsables así del daño que provocamos en tantos que tal vez sin pensarlo mucho viven en el error.
Olvidamos de esta manera la advertencia que nos hace el Apóstol en la persona de Timoteo: “Tú, en cambio, vigila atentamente, soporta todas las pruebas, realiza tu tarea como predicador del Evangelio, cumple a la perfección tu ministerio” (2 Tim. 4,5)
Pero al mismo tiempo en nuestra tarea de oyentes del evangelio de Cristo, hemos de ser concordes con la fe recibida en el bautismo y con las enseñanzas de la Iglesia para no ser sujetos de la admonición de San Pablo: ”porque llegará el tiempo en que los hombres no soportarán más la sana doctrina; por el contrario, llevados por sus inclinaciones, se procurarán una multitud de maestros que les halaguen los oídos, y se apartarán de la verdad para escuchar cosas fantasiosas” (2. Timoteo 4, 3 y 4).
Es necesario por lo tanto ser conscientes –para rechazarla- que con frecuencia late en nosotros la tentación de buscar y oír a aquellos profetas que nos dicen lo que queremos escuchar, lo que es concorde con nuestra concepción de vida en lugar de apetecer la verdad.
Y así acontece que si vivimos en la frivolidad de un estilo mundano nos inclinamos más bien por aquél profeta que transmite “firmeza” a lo que pensamos y huimos instintivamente de quien puede sacarnos de la comodidad de un “evangelio” a nuestro gusto mostrando la realidad vacua en la que nos movemos.
Esto que acontece en la actualidad ya lo vivió Cristo al experimentar en carne propia el abandono cuando su enseñanza no agradaba a sus oyentes.
En efecto, cuando Jesús habla del pan de vida y que Él es el Pan de Vida, “muchos de sus discípulos decían: ¡es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?”, a lo que Cristo respondió “¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará entonces cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes?” (Juan 6,60 a 63).
Pero Jesús se mantuvo siempre fiel a la voluntad del Padre manifestando el plan de salvación, y también fue fiel con la gente, ya que no le predicaba pajaritos de colores para atraer la multitud sino la verdad que vivida contribuía a la realización de cada persona como creatura de Dios.
Conscientes de esto pidamos a Cristo que siguiendo su ejemplo vivamos en la verdad tanto en la escucha fiel de la Palabra como en la transmisión íntegra de la misma.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la Pquia “San Juan Bautista”. Reflexiones en torno a los textos bíblicos de la liturgia del IV domingo durante el año. 1º de Febrero de 2009. ribamazza@gmail.com; www.ricardomazza.blogspot.com.-

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