21 de febrero de 2009

Cristo, médico de toda “lepra” y Salvador de toda angustia


1.-El contenido legal referido a la lepra.

El libro del Levítico en el Antiguo Testamento contiene una serie de prescripciones legales que el pueblo de Israel debía observar rigurosamente.
Entre otras (cap.13, 1-2.44-46) señala la distinción entre puro e impuro, común a todos los pueblos primitivos, que en Israel adquiere especial relevancia, debida a su condición de ser el pueblo elegido. Se exalta la pureza ritual, no sólo para posibilitar la vida cultual, sino también para hacer permisible la integración en la comunidad santa.
El Levítico prescribe que ciertas enfermedades de la piel, especialmente la lepra, hacen que la persona sea impura.
Y esto tiene dos consecuencias, de carácter social una y moral la otra.
Por un lado la lepra hace que la persona sea considerada impura y que por razones sanitarias deba abandonar su convivencia familiar y social viviendo en lugares apartados, “formando comunidad” únicamente con aquellos que padecían el mismo mal, lejos de toda comunicación humana.
Además, la enfermedad destruye la integridad corporal requerida para la pureza legal.
Pero también la lepra tenía una consideración de tipo moral, ya que su presencia constituía un signo concreto, visible, del pecado de la persona.
En efecto, por la gravedad de su conducta moral Dios hiere con la lepra a los egipcios (Ex. 9,9ss), a Miriam (Núm.12, 10-15), a Ozías rey de Judá (Crón. 26,19-23), y amenaza a Israel con la misma plaga (Dt.28, 27-35).
Los leprosos vagaban, pues, por los campos o lugares desiertos, con vestimentas vergonzantes y cabellos desordenados, indicados especialmente por la legislación, y gritando a su paso “Impuro, impuro”. No podían acercarse por tanto a lugares poblados para evitar el contagio.
Su figura era la de un muerto en vida, que asistía al triste espectáculo de ver corromperse paulatinamente su carne con la consiguiente desfiguración de las facciones del rostro y de todo el cuerpo. Sólo cabía esperar la pronta y oportuna muerte, o la curación que lo restituyera a la comunidad de la cual había sido desplazado.
En términos actuales podríamos decir que se trataba de un “excomulgado”, ya que estaba privado de toda comunión humana, salvo con los de su propio desgraciado destino.

2.- La actitud sanadora de Jesús.


En el texto del evangelio (Marcos 1, 40-45) , Cristo Nuestro Señor con una actitud novedosa viene a cambiar la concepción y el correlativo estilo de vida hasta entonces vigente, ya que si bien Él cumple con algún aspecto de la ley, rompe con la actitud común que observaban los sanos, acercándose conmovido con un gesto salvador al enfermo y excluido.
El mismo enfermo intuyendo en Cristo su carácter salvador, y por lo tanto su poder, elimina la barrera que los separa y se acerca confiadamente postrándose ante Él exclamando, “si quieres puedes purificarme”.
Se trata por un lado de una confesión acerca del poder salvífico que posee el Señor, y por otro la aceptación de lo que Su voluntad decida para ejercer libremente ese poder.
Cristo conmoviéndose, es decir, participando del dolor de este hombre, en su respuesta contradice la ley, ya que no debería haber aceptado esa cercanía ni tenía la investidura legal para declarar “si quiero, queda purificado” (Levítico 14,1-32).
En realidad Jesús viene a enseñar que El trae una ley diferente y superadora de la excluyente heredada del Antiguo Testamento, la ley del amor por la que el sano se acerca al enfermo para tenderle la mano.
Se trata de una actitud nueva que ha de regir entre los creyentes. Ley ésta, exigida a todo seguidor de Jesús.
Como enviado del Padre, Cristo toca al leproso, rememorando el acto creador del génesis por el que Dios hace al hombre de la arcilla de la tierra, recreándolo interiormente manifestado esto por el cese de la enfermedad.
Cristo de este modo indica su señorío absoluto sobre la realidad creatural, otorgando no sólo la curación del cuerpo, sino también la del alma.
Muestra así la vigencia de una nueva Ley superadora del Levítico, la del Amor, del amor que El vive profundamente al cargar sobre sí todas las debilidades humanas y morir en la Cruz.
De allí que advierta al leproso “no digas a nadie” lo que ha sucedido, porque Jesús debe permanecer oculto en cuanto a la manifestación de su condición divina para que no sea este hecho el que mueva a la fe de la gente, sino el “signo” mayor que es su pasión, muerte y resurrección.
Pero podríamos decir que la curación del leproso es un anticipo de todas las curaciones que Jesús derrama sobre nosotros desde la Cruz.
Allí, como dirá el profeta Isaías, Jesús se transforma en el varón de dolores, aquel que tiene apariencia de leproso, desecho humano, cargado de llagas y miserias.

3.-Imitar al leproso suplicante


Jesús invita a tener la actitud del leproso, el cual representa de alguna manera a la humanidad sufriente, por que quien más quien menos, todos hemos tenido la experiencia de sentirnos espiritualmente leprosos, lejos del Señor, de la vida nueva que El nos da.
Jesús por lo tanto nos está invitando “acérquense a mí, pídanme esta purificación”.
Pedirle a Jesús “si quieres, puedes purificarme” es la actitud del creyente cada vez que se acerca al sacramento de la confesión, porque es allí donde Cristo nos responde, “sí quiero, queda purificado”.
A través de la acción sacramental, el creyente queda purificado e invitado a vivir y comprometerse en esta vida nueva que se le ofrece.
Por un lado Jesús contraría la ley, pero por el otro cumple con la misma cuando indica al enfermo sanado la necesidad de presentarse ante el sacerdote para que certifique su curación y quede autorizado legalmente a integrarse nuevamente a la comunidad familiar y social.
De esa manera queda habilitado tras la curación física, a participar en la vida cultual.
Conviene advertir, sin embargo, que al certificar la curación, el sacerdote de alguna manera está reconociendo la potestad de Cristo para curar.
El leproso curado, abrumado por la misericordia divina que lo ha tocado, comienza por otra parte, a dar testimonio de lo que sucedió en su vida, invitándonos a nosotros a dirigirnos a todo aquel que está alejado del Señor por el pecado, o rechazado por la sociedad por cualquier causa, para llevar la seguridad que el consuelo divino trae a toda persona que se abre a la abundancia de la gracia.

4.-El testimonio de nuestra “curación” y acción de gracias.


El creyente ha de proclamar esta salvación que el Señor ofrece a todo aquel que se le acerca con confianza, ya que dar a conocer el beneficio recibido es un modo de vivir en el Reino y alabar al Padre.
En la actualidad hay muchos que con las lepras de todo tipo a cuestas no se animan a acercarse al Redentor, ya sea porque se sienten muy sumergidos en todo tipo de males o porque engañados por el espíritu del mal han caído en la desesperación y piensan que no pueden ser perdonados y restituidos a una vida nueva.
Tenemos que hacernos presentes y decir “Si quieres puedes ser curado”. El poder del Señor actúa si existe la disposición de querer ser purificados y de abrirnos a su gracia.
De allí la necesidad de buscar por lo tanto el encuentro con Jesús en la oración, en la eucaristía, en la comunidad, en los sacramentos todos y en el compromiso de tender la mano a tantos hermanos nuestros que necesitan, como el leproso del evangelio, una palabra de compasión.
Y todo esto tendrá sentido al orientar siempre nuestro pensar y obrar, como nos dice hoy San Pablo (I Cor. 10,31-11,1), a la gloria de Dios.
Gloria de Dios que implica que cada obra nuestra ha de estar orientada a agradar a nuestro Dios.
Este es un modo de examinar las acciones, ya que al preguntarnos si tal obra concreta es ordenable a Dios, advertiremos su malicia o su bondad.
¿Puedo ofrecer a Dios el insulto, el agravio, la falta de caridad, el odio, la mentira, la sospecha sobre otra persona, y cualquier otro tipo de mal?
Si hemos entendido nuestra vocación de cristianos debemos orientar siempre nuestra vida a Dios, ya que quien tiene conciencia de haber sido salvado debe corresponder con la alabanza y acción de gracias.

Padre Ricardo B. Mazza. Director del CEPS “Santo Tomás Moro”. Reflexiones en torno a los textos bíblicos de la liturgia dominical (VI “per annum” ciclo B) 15 de febrero de 2009. ribamazza@gmail.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro; http://ricardomazza.blogspot.com.

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