4 de septiembre de 2023

"El que quiera seguirme que renuncie a sí mismo, que cargue su cruz y me siga, de modo que perdiendo así su vida, la gane en plenitud"

 

Hemos escuchado el  domingo pasado que Pedro declaró de Jesús "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo", respondiendo el Señor que dicha afirmación era fruto de la inspiración del Padre.
En el texto del evangelio de hoy acontece todo lo contrario, porque cuando Jesús declara que debe dirigirse a Jerusalén y allí padecer en manos de los jefes de los judíos y posteriormente morir, Pedro se resiste a aceptar este anuncio por lo que llevándolo aparte le dirá: "Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá".
Ante esto, Jesús le responde: "Retírate de mí Satanás, ...porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres".
O sea, equivale a decirle que está pensando como los hombres, con la mentalidad del mundo que huye siempre del misterio de la cruz,  que huye de seguirlo, como camino único para llegar al Padre. 
Este anuncio Jesús también lo dirige a nosotros, para que asumamos que necesariamente debe dirigirse a Jerusalén para padecer y morir, y resucitar para  salvar a la humanidad, rescatándola del pecado.
A su vez, el texto proclamado hoy, habla de las condiciones para ser discípulo suyo, de modo que "El que quiera seguirme que renuncie a sí mismo, que cargue su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá, y que pierda su vida a causa de mí la encontrará"
Esta es una afirmación que implica mucha responsabilidad, renunciar a uno mismo, a todo lo que sea egoísmo, a todo lo que sea proyecto puramente humano para buscar siempre la voluntad del Padre, como Jesús buscó siempre en su vida la voluntad del Padre del Cielo.
¿Podría haber salvado Cristo al mundo sin la muerte en cruz? Ciertamente, pero asumiendo con la Encarnación todo lo humano, menos el pecado, quiso salvar a la humanidad llevando sobre sí las cruces que soporta el hombre a causa del pecado de los orígenes.
Pero, a su vez, estamos llamados a cargar   la cruz que nos toca, sin que necesitemos buscar ninguna porque vienen solas, y así, tantas dificultades, enfermedades, angustias, desvelos, el padecimiento de las críticas o la mala fama que  pueden levantar sobre nosotros. En fin, tantas cosas que asumidas y ofrecidas al Señor son verdaderas cruces. Obviamente que el mundo enseña  huir de todo aquello que sea padecimiento, porque la vida presente, dicen, debe ser únicamente disfrute y vivencia de todo tipo de placeres. 
Por eso es que Jesús no tiene muchos seguidores, por cierto y menos en este tiempo lleno de maldad.
Porque el hablar de la cruz en la sociedad de hoy obviamente es rechazado, pareciera que es algo del pasado, ahora somos tan modernos que no necesitamos de todo eso. 
Ahora bien, para ser discípulo de Cristo y seguirlo  implica todo un cambio de mentalidad.
Precisamente san Pablo, escribiendo a los cristianos de Roma (12,1-2) dirá: "No tomen como modelo a este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto".
Y dado ese cambio de mentalidad o metanoia, continúa diciendo, "Ofrézcanse ustedes mismos como una víctima viva, santa y agradable a Dios: este es el culto espiritual que deben ofrecer".
Ofrecerse al Padre por Jesús como víctima, ofrecerse en orden a entregarnos cada vez más a Él, significa no amoldarse al espíritu de este mundo que busca su propio halago, su propio esplendor, pero no seguir a Cristo que conduce al Padre.
Y esto es lo que hemos de llevar, sostener y predicar al mundo en el cual estamos insertos, siendo profetas del Señor. 
De hecho por el bautismo participamos de esta misión profética de Cristo, la cual aparece ya a través de Jeremías (20,7-9) como  agobiante.
Porque predicar y proclamar la verdad de Dios,  trae no pocas veces, enemigos, dificultades, incomprensiones de todo tipo, pero estamos llamados a inquietar las conciencias para que las personas se interesen por la conversión personal.
Y así, en esta misa, por medio de Nuestra Señora de Luján, patrona de Argentina, pedimos por la paz social comprometiéndonos a enseñar y predicar que con la violencia, con la lucha entre hermanos, no se logra absolutamente nada. 
Nuestro país está muy mal en todos los aspectos, ya lo sabemos, de allí, la necesidad de volver a Dios para que de la reconciliación con Él se llegue también a la reconciliación con los hermanos. 
Pidamos, entonces, muy especialmente, a la Virgen bajo la advocación de Nuestra Señora de Luján, que vaya cambiando el corazón de cada uno para que podamos realmente encontrarnos en serio con Dios y también con nuestros hermanos, que se venzan  los odios, y se aplaquen los espíritus levantiscos que muchas veces asuelan nuestra patria, consiguiendo así esta paz social tan deseada. 
Así como el Señor venció al mundo, así también nosotros unidos a Él y bajo la protección de María podemos hacer grandes cosas en la sociedad, en nuestros ambientes, en nuestra familia, en nuestra patria.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe, Argentina. Homilía en el domingo XXII del tiempo durante el año. Ciclo A. 03 de septiembre de 2023



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