11 de septiembre de 2023

Al ser hermanos como hijos del mismo Padre, somos responsables de la santidad de nuestro prójimo.



El apóstol San Pablo enseña  que nuestra única deuda con los demás es la  del amor mutuo (Rom. 13,8-10),  destacando que este amor al prójimo, traducido en el cumplimiento de los mandamientos, implica vivir a fondo la ley de Dios. 
De hecho, los tres textos bíblicos de este domingo apuntan a nuestra relación concreta con el prójimo, con el hermano. 
Si tomamos al profeta Ezequiel (33,7-9) en la primera lectura, comprobamos que el profeta es elegido por Dios para estar como atalaya en lo alto, centinela de la casa de Israel, al cual le  anunciará  la palabra divina que se la ha encomendado transmitir.
Y así, concretamente, cuando Dios dice al malvado que morirá,  el profeta debe advertirle para que se convierta y pueda subsistir, y  si  lo logra, no solamente habrá salvado a un hermano, sino que también él será   recompensado. Ahora bien, si no hace nada por aquel que vive en pecado, éste se condenará por su falta, pero al profeta, como centinela del pueblo que es, se le  pedirá cuenta. 
Ahora bien, no podemos caer nunca en la actitud de Caín (Gn.4,9), que al ser preguntado por Dios acerca de dónde estaba su hermano Abel, a quien había matado,  contesta que nada tiene que ver con ese asunto, porque no se siente responsable de su hermano.
En realidad, dado que somos todos hermanos al tener un mismo Padre en el cielo, somos responsables de alguna forma de nuestro prójimo y, no debemos quedarnos tranquilos contemplando cómo alguien a quien podemos salvar se va apartando cada vez más de Dios, y se hunde en el mundo de las tinieblas. 
De allí que el mismo Jesús, hablando del amor al prójimo,  enseña a todos los creyentes acerca de la corrección fraterna  (Mt. 18, 15-20).
Este texto  es posterior a la afirmación  de la necesidad de ir a buscar la oveja perdida (Mt. 18.10-14). Y así, si tengo 100 ovejas, dice el texto, y se pierde una, dejo las 99 y voy a buscar la que se ha perdido. La corrección fraterna, pues, es una aplicación concreta de un modo especial de ir en busca de la oveja perdida.
Sin embargo, hoy en día, podemos decir que no es una la oveja perdida, sino una la que ha quedado fiel y 99 son las perdidas, ya que ha avanzado tanto la lejanía de Dios, incluso hasta el desprecio por la amistad con Él, que el ser humano se aleja cada vez más de su Creador y de su Señor. 
En nuestros días, se reedita el pecado de los orígenes, el querer ser como Dios, por eso la necesidad de buscar siempre el bien espiritual del otro, que es la meta de la corrección fraterna. 
Si tu hermano peca, ve y corrígelo a solas, en privado. No vayas a contarle a medio mundo cuál es el pecado que cometió tu hermano, sino ve directamente a él y, de buenas maneras busca su conversión a Dios, e integración en la Iglesia. 
Y si no escucha, buscar a dos o tres testigos e insistir en la corrección, porque es más importante  que la persona vuelva a Dios, que la incomodidad que muchas veces trae la corrección fraterna.
De manera que siempre tenemos que buscar el bien del otro, sabiendo que todos somos hijos de un mismo Dios, formamos parte de una misma familia,  la de la iglesia, en la que cada uno está llamado a la santidad de vida. 
Por eso la preocupación para que lo que podemos hacer por el bien del otro, lo hagamos constantemente, porque Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. 
Esa es la clave de la dedicación que  hemos de tener por el bien de nuestros hermanos. Muchas veces nos ocupamos por el bien material del otro, por el bienestar del prójimo, y está bien, pero descuidamos fácilmente lo espiritual, el que alguien deje el pecado para  vivir la misma vida de Dios.
Es necesario que aquel que está alejado y seguramente no le vea sentido a su vida, retorne nuevamente a la casa del Padre. 
Por eso que nuestra deuda permanente sea siempre la del amor mutuo, la de tratar de que el hermano que se ha separado por el pecado, por las tinieblas, vuelva nuevamente a la casa del Padre. 
Porque también a nosotros alguien podría corregirnos también cuando nos ve mal, y es allí donde hemos de agradecer porque se ha pensado precisamente en nuestro bien. 
Pidamos la gracia de lo alto para que con la fuerza divina necesaria practiquemos a fondo lo que Él nos pide.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe, Argentina. Homilía en el domingo XXIII del tiempo durante el año. Ciclo A. 10 de septiembre de 2023


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