27 de mayo de 2024

Dios es único por naturaleza, por lo que lo adoramos y honramos, pero se manifiesta trino en personas como Padre, Hijo y Espíritu Santo.

 



Hoy celebramos  la solemnidad de la Santísima Trinidad, el misterio de fe más importante de nuestra fe católica, que  enseña que en una naturaleza divina subsisten tres personas iguales en dignidad pero distintas, que son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Este misterio no podía ser conocido si Dios mismo no lo hubiera manifestado corriendo el velo que lo cubría, para permitirnos entrar en él en la medida de nuestras posibilidades.
Ciertamente nunca lo vamos a comprender en plenitud, pero sí nuestra razón entenderá que es posible la afirmación de este misterio tan importante, ya que no repugna a la inteligencia humana.
Dios se manifiesta poco a poco en el Antiguo Testamento como acabamos de escuchar en el Deuteronomio (4,32-34.39-40) cuando Moisés hace una proclama del Dios verdadero y lo compara con los dioses de otras naciones que no hablan, no se manifiestan a través de signos y, que por lo tanto nada son.
En cambio el Dios de la Alianza  se ha manifestado como el que está por encima del cielo y de la tierra, que  elige  un pueblo -Israel-de en medio de otro - Egipto- y que busca manifestarse.
Precisamente el pueblo de Israel se encuentra con un Dios que  aparece como lejano, trascendente,  pero a su vez  se hace cercano cuando lo elige como su pueblo mostrando cómo lo libera y cuida de sus enemigos y  quiere hacer esta alianza de amor, de modo que sea realidad "yo seré el Dios de ustedes y ustedes serán mi pueblo si escuchan mi palabra y cumplen mis mandamientos".
Los mandamientos  no son una carga para el pueblo de Israel, sino que  su cumplimiento le permite liberarse de toda esclavitud a la cual a veces el israelita está sujeto cuando prescinde de su Creador.
Dios es único por naturaleza, por lo que lo adoramos y honramos, pero  se manifiesta trino en personas como Padre,  Hijo y  Espíritu.
El Padre envía a su Hijo para que haciéndose hombre y manifestándose entre nosotros, develara el misterio divino  y  fuera enseñando cómo vivir en este mundo en relación con la Trinidad.
A su vez el Padre y el Hijo envían al Espíritu Santo que es el amor que existe entre ellos. En efecto, como en el misterio divino no puede haber nada que no lo sea, el amor entre el Padre y el Hijo  constituye la tercera persona de la Santísima Trinidad.
El Espíritu Santo  enviado para continuar la obra de Jesús en este mundo se manifiesta en cada uno de nosotros cuando nos enseña a rezar  para que podamos decir Abba, Padre (Rom. 8,14-17); a su vez,  permite, si nos dejamos guiar por Él, ser hijos adoptivos de Dios en el único Hijo, Jesucristo para gloria y alabanza del Padre.
El texto del Evangelio (Mt. 28,16-20) vuelve a insistir en el misterio de Dios Uno y  Trino cuando Jesús envía a sus discípulos a bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.  Es revelador que diga en el nombre, no dice en los nombres del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. ¿Qué manifiesta esto? en el nombre está indicando la naturaleza divina única y, al citar al Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, está afirmando la subsistencia en la unidad  de tres personas iguales en dignidad, pero distintas.
Este misterio de fe  debe también entrar en nuestro corazón y en nuestra vivencia diaria y, así animarnos a clamar ante el Padre como nuestro, no decimos Padre Mío, porque Dios es Padre de todos, ese  Padre al cual le atribuimos la creación y la providencia si bien es obra de la Trinidad toda.
A su vez, al Hijo le atribuimos la redención si bien es la Trinidad toda la que redime al hombre del pecado y, al Espíritu Santo le atribuimos la santificación, el guiar a la Iglesia a lo largo de la historia aunque sea obra también de la Trinidad.
De allí la importancia de encarnar en nuestra vida una relación más estrecha con cada una de las personas buscando permanentemente la paternidad divina sin sentirnos huérfanos, porque  el Padre está siempre con nosotros y atento para escucharnos. 
A su vez, buscar relacionarnos cada vez más con el Hijo hecho hombre, Jesucristo, de manera que su palabra resuene en nuestro corazón y  llevemos a cabo sus enseñanzas.
Además, tratar de unir nuestro corazón al Espíritu Santo, dejándonos guiar por él para vivir permanentemente según la voluntad del Señor.
Tratemos entonces en nuestra vida no solamente de afirmar nuestra fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, sino también consolidar  la esperanza de que algún día estaremos junto a este misterio tan grande y, difundiendo la caridad, sabiendo que Dios uno y trino está presente siempre en la vida de la Iglesia, en cada uno de nosotros y nos mueve siempre al bien, no solo para la gloria de Dios, sino para el bien de nuestros hermanos.
Pidamos entonces que no nos falte nunca la ayuda de Dios mientras caminamos en este mundo


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la solemnidad de la Santísima Trinidad. Ciclo B.  26 de mayo  de 2024.

20 de mayo de 2024

El Espíritu se derrama en nuestros corazones, pero dependerá de nuestra libertad para ser amigos de Jesús y dar testimonio de su resurrección.

 


El texto del Evangelio (Jn. 7,37-39) de la misa de la Vigilia de Pentecostés recuerda que "De su seno brotarán manantiales de agua viva. Él se refería al Espíritu que debían recibir los que creyeran en él. Porque el Espíritu no había sido dado todavía, ya que Jesús aún no había sido glorificado".
Pero ahora Cristo ya fue glorificado, de allí que concluimos  con este domingo de Pentecostés, el tiempo pascual. Cristo con su ascensión a los cielos, está junto al Padre, y no solamente  Él en cuanto Hijo de Dios, sino que  la naturaleza humana está en la vida eterna como reflexionamos el domingo pasado en la fiesta de la ascensión.
Y ahora se cumplen las promesas hechas muchas veces por Jesús, la de la venida del Espíritu Santo, este regalo del cielo que viene a continuar la obra de Cristo, y de ese modo no nos deja huérfanos.
El amor que existe entre el Padre y el Hijo, constituye una persona divina, el Espíritu Santo, que se ha derramado sobre la Iglesia, sobre cada uno de nosotros, y así comienza  el tiempo del Espíritu Santo, ya que después de la ascensión de Jesús,  será el  guía de la Iglesia. 
La Iglesia  nació del costado abierto de Cristo en la cruz, cuando brotó de su corazón herido por la lanza, agua y sangre, el agua en referencia al bautismo y la sangre en referencia a la eucaristía, y cincuenta días después se nos entrega  el don del Espíritu Santo que viene a transformar a los apóstoles enviándolos a evangelizar.
Precisamente en el Libro de los Hechos de los Apóstoles (2,1-11) se describe cómo Jerusalén estaba colmada de judíos que venían de todas partes. ¿Y qué hacían en Jerusalén? Celebrar la fiesta judía de Pentecostés, que recordaba y actualizaba la alianza entre Dios y el pueblo elegido en el monte Sinaí en la persona de Moisés.
En esta ocasión se da un paso muy grande, queda atrás el Pentecostés judío para dar a luz el Pentecostés cristiano, ya que se trata de una nueva alianza sellada entre Dios y el hombre, por la sangre derramada del Señor, bajo el impulso y la guía del Espíritu Santo. 
La tercera persona de la Santísima Trinidad llega para  transformar a las personas y al mundo, siempre y cuando, indudablemente, sean dóciles a su acción santificadora. 
Los apóstoles comienzan a entender, en profundidad, las cosas que Jesús les había enseñado (Jn. 15,26-27; 16,12-15), de manera que lo que ellos no habían comprendido todavía, se les manifieste claramente por el Espíritu Santo.
Los apóstoles estaban llenos de miedo, por temor a los judíos, y el Espíritu Santo les dará la fuerza necesaria para que continúen la misión de Jesús testimoniando su resurrección.
Ese testimonio  transforma el corazón de muchos, que poco a poco dejan el judaísmo o el paganismo para hacerse cristianos a través del sacramento del bautismo y recibiendo el don del Espíritu.
De modo que la Iglesia comienza a caminar en medio de las luces y sombras propias de toda sociedad donde hay justos y pecadores, pero guiada por el Espíritu Santo. 
El Espíritu Santo llega también para santificarnos a cada uno, por eso san Pablo (Gal. 5,16-25) insiste en la necesidad de dejarnos guiar por el Espíritu divino, ya que en nuestro interior  los deseos  de la carne luchan contra los deseos del espíritu. 
En efecto,  albergamos un corazón dividido porque "la carne desea contra el espíritu y  el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren. Pero si están animados por el Espíritu, ya no están sometidos a la Ley"
Los deseos de la carne nos tironean para realizar todo tipo de acto malo como la impureza, idolatría o enemistades, entre muchos otros, y los deseos del espíritu por el contrario quieren llevarnos a vivir santamente, en la paciencia, la magnanimidad, el seguimiento de Cristo en medio de las tribulaciones, todo aquello que enaltece en definitiva a la persona cuando se deja guiar por el Espíritu Santo.
Nosotros necesitamos ser dóciles a la obra y acción del Espíritu divino, pero Dios no nos mueve como si fuéramos autómatas, sino que se derrama con su gracia en nuestros corazones y dependerá de nuestra respuesta libre para ser amigos de Jesús y  en el mundo dar testimonio de Cristo resucitado y de que hemos recibido la fuerza de lo alto para transformarlo absolutamente todo.
Y si esto no acontece es porque el ser humano no se deja guiar por el Espíritu, prefiere seguir sus propios criterios, u otros espíritus, pero no el que proviene de Dios nuestro Señor. 
De manera que en este día en que terminamos el ciclo pascual es muy importante que nos amoldemos  a una vida diferente y  nos dejemos influir dócilmente por la guía y la acción del Espíritu Santo. 
Y así, nosotros vamos descubriendo cómo con la ayuda de la gracia de Dios podemos derrotar todo aquello que muchas veces pretende hacernos caer en el pecado, en todo aquello que no es el bien obrar. 
De modo que aunque seamos débiles y pecadores, ilimitados, sin embargo no estamos solos. Ese Jesús que prometió estar con nosotros hasta el fin de los tiempos ha cumplido su promesa enviándonos al Espíritu que viene a fecundar los corazones, y  a transformarnos a cada uno de nosotros en resucitados que buscan, que trabajan, que luchan para unirse más y más a Jesús y continuar su obra en el mundo. Pidamos al Señor entonces que nos dé su gracia para poder vivir bajo la guía y la ayuda del Espíritu Divino.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la solemnidad de Pentecostés. Ciclo B.  19 de mayo  de 2024.

13 de mayo de 2024

Por la Ascensión del Señor, la naturaleza humana está junto al Padre en la gloria, de la que en esperanza queremos participar.

 






Estamos celebrando esta hermosa fiesta de la Ascensión del Señor, misterio de fe que deja muchas enseñanzas. Por un lado, celebramos el triunfo de Cristo, ya que no solamente ha resucitado de entre los muertos, sino que ahora retorna junto al Padre. A su vez, está sentado a su derecha, recuerda san Pablo (Ef.1, 17-23), indicando así la cercanía  con Aquel que lo ha enviado a este mundo para salvar al hombre. Es el triunfo de Cristo porque todas las cosas han sido puestas bajo sus pies ya que el Padre "lo constituyó , por encima de todo, Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo y la plenitud de aquel  que llena completamente todas las cosas".
Ha sido una victoria sobre el pecado y la muerte eterna, sobre el espíritu del mal, que ya no tiene poder sobre el hombre a no ser que se lo demos, sabiendo que contamos siempre con la gracia de Dios para resistir sus embates permanentes.
Esta Ascensión del Señor también permite vivir con la certeza que la naturaleza humana está ya con Dios en la gloria, anticipando así nuestra meta final futura si somos fieles a Dios.
De allí el asombro de los ángeles, por la ascensión de la humanidad por medio del Hijo de Dios encarnado, siendo engrandecido de esta manera el ser humano.
Por eso es que el espíritu del mal nos odia tanto, no soporta que el hombre, por naturaleza criatura inferior a la angélica, pueda tener ya esa primacía junto a Dios, llegando a la gloria del cielo. 
Meta, por supuesto, que se alcanza, en la medida en que seguimos los pasos de Cristo, escuchamos su palabra y vivimos según la voluntad de Dios. 
En efecto, ya tenemos la esperanza, como enseña el apóstol san Pablo (Ef. 1,17-23), de conocer al Padre,  en esperanza porque sabemos que si somos dignos podemos participar del infinito tesoro de gracia que Dios nos ofrece a cada uno, por el hecho de haber sido redimidos, salvados y por lo tanto también enaltecidos. 
Porque como el mismo Pablo dice en la carta a los Efesios, en otro lugar, hemos sido creados para la gloria del Padre, siendo  la ascensión de Jesús  un anticipo. Es como decirnos, este es un hecho. No  duden más, no se pregunten más si eso será posible, es una realidad. 
Todo depende del hombre, no de Dios, porque Él cumple su promesa, depende de cada uno de nosotros, de nuestra respuesta, de nuestro amor al Señor, de nuestro deseo de participar de la gloria eterna. 
Pero al mismo tiempo Jesús no se separa de nosotros, sigue presente en medio nuestro, por lo que cuando Jesús nota que los apóstoles están tristes porque Él anuncia que se va, dice, no se pongan tristes, si no me voy, no vendrá el Espíritu. 
El Espíritu Santo es la tercera persona de la Santísima Trinidad, enviado por el Padre y el Hijo para continuar la obra de Jesús aquí en la tierra, por la santificación de las personas, obrando en el corazón de cada uno de nosotros. 
La ascensión  de Jesús, entonces, asegura que lo prometido es algo real, no un invento, no una ficción, y que siendo fieles estamos seguros de llegar a la meta. Pero también se nos enseña que tenemos que continuar la obra de Jesús bajo la guía del Espíritu Santo, por eso los ángeles le dirán a los apóstoles que miran hacia el cielo contemplando la partida de Jesús, ¿qué hacen allí mirando? 
O sea, es hora de evangelizar, llevar el mensaje de Jesús por todo el mundo, encargo que también llega a nosotros en nuestros días, porque el mundo necesita ser evangelizado y cada vez más. 
Tan sumergido está el ser humano a veces en la pavada, en aquello que lo empequeñece y lo aleja de Dios, que es más urgente la necesidad de evangelizar, de llevar el mensaje de salvación, hacerlo presente Jesús; hacer presente que su camino es un camino de seriedad, de entrega, que es un camino que no está hecho para los flojos y para aquellos que piensan que solamente es necesario gozar de esta vida, sino para quienes tienen vocación de grandeza. 
Esa grandeza que se adquiere precisamente en una unión cada vez más estrecha con el Señor. Estamos invitados por lo tanto a evangelizar, a seguir la obra de Jesús, sabiendo que muchos hermanos nuestros necesitan del anuncio del Evangelio, para conocer que su vida no termina aquí, sino que han de crecer  en la esperanza de llegar algún día donde está Dios y contemplarlo cara a cara.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Ascensión del Señor. Ciclo B.  12 de mayo  de 2024.


6 de mayo de 2024

Dios nos amó primero y envió a su Hijo único como víctima propiciatoria por nuestros pecados.

 

En la primera lectura que hemos escuchado del libro de los Hechos de los Apóstoles (10,25-26.34-35.44-48), se habla de lo conocido habitualmente como la conversión del centurión Cornelio, pero también podríamos llamar la conversión del apóstol Pedro. 
En efecto, Pedro se dirige a la casa de este centurión  porque en una visión  Dios le comunicó que fuera a verlo, ya que él no tenía en vista la evangelización de los paganos.
Justamente el texto manifiesta que esta conversión del centurión fue preparada por Dios que "no hace acepción de personas, y que en cualquier nación, todo el que le teme y practica la justicia es agradable a él".
Cornelio en efecto era un hombre de recta conciencia que buscaba agradar a Dios, o sea temía a Dios, y practicaba la justicia en el sentido de estar abierto a las necesidades de los demás.
El Espíritu Santo, mientras tanto, desciende sobre aquellos que escuchaban la Palabra, judíos y paganos, por lo que queda claro que toda persona es convocada por Dios, sin importar su origen.
Pedro, entonces, reconoce que todo aquel que vive la justicia como el centurión Cornelio, y que actúa honestamente, es elegido por Dios,  y llamado a participar de esta salvación que nos ha conseguido Jesús con su muerte y su resurrección. 
De manera que no es necesario pedirle a los que provienen de otras naciones que se circunciden o que se adapten a las costumbres judías para recibir el Espíritu Santo o recibir el sacramento del bautismo, por lo que reciben este sacramento necesario para la vida nueva.
Y esto significó realmente un cambio muy importante, porque se verifica lo que ya había sido anunciado no pocas veces en el Antiguo Testamento. Este centurión Cornelio era un ejemplo en la comunidad en la cual vivía, por sus obras de caridad, por su amor al prójimo, por su honestidad. De manera que él, sin conocer el evangelio, vivía ya según su espíritu, por lo que recibe la gracia de lo alto para seguir actuando y agradando a Dios que mira el corazón de cada uno y su disposición a abrirse a las cosas grandes, a la vida de santidad.
En definitiva, en él se aplica, lo que Jesús afirma con énfasis en el texto del Evangelio (Jn.15,9-17):"No me eligieron ustedes a mí, sino que yo los elegí a ustedes", por lo que es causa de dicha sentirnos elegidos y ser destinados a producir frutos  de santidad.
Dios quiere que participemos de su gloria, pero espera que a través de los dones recibidos, de nuestras cualidades, que colaboremos en el plan de salvación, de manera que crezca el número de personas que conozcan a Jesús y con fe se adhieran a Él y vivan sus enseñanzas. 
Ante la afirmación de Jesús "ustedes no me eligieron, sino que yo los elegí a ustedes", es necesario permanecer en su amor , y Él mismo nos enseñará el cómo. 
En efecto, así como Jesús permanece en el amor del Padre cumpliendo sus mandamientos, así también nosotros permanecemos en el amor de Jesús si vivimos sus mandamientos, que no son una carga, sino una manera concreta de manifestarnos el camino de la salvación, el camino de la santidad. 
Seguir a Cristo debe ser vivido por nosotros como un regalo que nos da porque  nos ama,  y  convoca, por lo tanto, a una vida nueva.
Por eso, como decía recién, deberíamos sentirnos privilegiados, ya que en una sociedad que desconoce a Dios,  que no  lo escucha y que no le interesa seguir a Cristo nuestro Señor, el hecho de que  seamos obedientes al llamado del Señor y queramos seguir sus pasos, realmente es un regalo muy grande que hemos recibido.
El texto del Evangelio de hoy es la continuación del que reflexionamos el domingo pasado, donde Jesús  decía que es la vid y nosotros los sarmientos, exhortando a permanecer en su Persona  como Él lo hace  en el Padre.
Así como la savia de la vid alimenta los sarmientos, Cristo verdadera Vid otorga la vida que  mantiene en el camino de santidad. De allí la necesidad de sentirnos  convocados para una misión muy grande en este mundo para la cual el Señor concede su gracia.
Hemos de permanecer en el amor a Dios que abre nuestro corazón a otras posibilidades que destaca san Juan, no solamente en la segunda lectura (1 Jn.4, 7-10), sino en el texto del Evangelio, que es abrir nuestro corazón hacia el prójimo: "Amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios".  
En efecto, el verdadero conocimiento de Dios, hace que nuestro corazón se abra al amor del prójimo, a aquel que es también hijo del Padre, que ha sido redimido con la muerte y resurrección de Cristo, que está llamado a responder a ese misterio de salvación que hemos recibido en el sacramento del bautismo. 
El amor al prójimo no es teórico ni meramente afectivo, sino que pasa a través de las obras concretas, siendo la principal de ellas, el buscar la santidad de nuestros hermanos. Cuando se ama a alguien, se busca que esa persona sea santa, que siga a Cristo,  que viva de una manera nueva. Pues bien, a eso hemos de tender siempre e ir creciendo. No solamente para que lleguemos a la meta de la vida eterna, sino para que también nuestros hermanos puedan alcanzar lo que se promete a todos.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 6to domingo de Pascua. Ciclo B.  05 de mayo  de 2024.