9 de septiembre de 2024

El Dios de la represalia es el de la salvación, por eso, también Jesús muestra el amor del Padre.

 

En la primera oración de esta misa, pedíamos a Dios en nuestra condición de hijos adoptivos por el misterio de la redención,  "Míranos Señor con amor de Padre"
Se trata de una súplica confiada que brota del corazón de cada uno  en cuanto hijo, petición hermosísima que debiéramos repetir constantemente, cada día, para que Dios con su mirada, vaya mostrando el agrado que siente por nuestro buen obrar, por la vida de cada día que busca ser intachable.
¡Qué hermoso poder decir "míranos siempre con amor de Padre"!, reconociendo de ese modo que vivimos  como hijos, y por lo tanto, nada tenemos que esconderle, sino por el contrario, ofrecerle lo mejor de nosotros mismos y mostrando, a su vez, también lo peor para que lo purifique, para que lo sanee, para que lo transforme. 
Y el Señor manifiesta que mira siempre con amor de Padre a sus hijos, tal como lo escuchamos en el profeta Isaías (35,4-7a): "¡Sean fuertes, no teman, ahí está el Dios de ustedes! Llega la venganza, la represalia de Dios: él mismo viene a salvarlos".
¿A qué se refiere esta venganza, esta represalia? A que Dios busca nuestra salvación y bien, ya sea cuando somos hostigados por el enemigo o cuando somos infieles pecando contra su infinita bondad.
Cuanto más el ser humano se empecina en ser infiel, en pecar contra su Creador, con su misericordia redobla la apuesta, y se muestra como el Dios de la represalia, en cuanto no retribuye el mal nuestro, sino que al contrario, devuelve con bondad y con misericordia el mal que  hicimos o vivimos. 
El Dios de la represalia es el de la salvación, por eso también Jesús muestra el amor del Padre (Mc.7,31-37). En efecto, lo vemos  cruzando por tierra pagana, el territorio de la Decápolis, que normalmente los judíos evitaban recorrer bordeando  la zona,  porque  quiere llegar a los hombres que están lejos suyo y ofrecer la salvación, en este caso a un sordomudo.
Por el contexto podríamos decir que era un pagano, y se lo presentan para que lo cure, y Jesús que podría haberlo hecho con su sola palabra, con solo desearlo, lo separa de la multitud para realizar un rito particular de curación, con diversos signos.
Este pasaje enseña que para encontrarnos con Cristo es necesario apartarse del bullicio que existe a nuestro alrededor, alejarnos de nuestras ocupaciones o del aturdimiento que provoca vivir atentos al celular permanentemente o las redes sociales, en fin,  todo aquello que impide escuchar al Señor, estando sordos delante suyo. 
De allí que  cueste tanto hablar de las cosas de Dios, porque estamos también mudos al no escuchar a Aquel que  transmite la sabiduría que ilumina y conduce la existencia humana.
Jesús mirando al cielo, como diciendo "mírame con tu amor de Padre",   dirigirá después esa mirada al sordo mudo, y le dirá luego de tocar su lengua y sus oídos, "ábrete", para que su oído comience a escuchar y su lengua se suelte para hablar. 
Todos necesitamos que el Señor se encuentre así con nosotros y nos aparte de aquello que aturde o distrae, para concentrarnos  en Él. 
Tan importante es este gesto, que en el rito del bautismo, el sacerdote toca los labios y los oídos del que se va a bautizar,  deseando que esta misma persona pronto pueda escuchar  y hablar las cosas de Dios.
Nosotros necesitamos más escuchar a Dios para poder hablar de Él también, de manera que el "míranos con amor de Padre", ha de significar para nosotros una mirada de agrado, porque el Padre ha de ver que nosotros buscamos y de hecho vivimos, como auténticos hijos suyos,  que buscan imitarlo a pesar de nuestras falencias.
Y por eso la importancia de oír lo que enseña el apóstol Santiago en la segunda lectura (2,1-5), en el sentido de no discriminar eligiendo al rico que entra en el templo al compararlo con un pobre, porque Dios elige siempre al pobre y desechado de este mundo que sólo se apoya en su Creador porque nada posee por cierto.
Cuántas veces el ser humano, incluso el creyente, hace esa distinción de trato y de una manera se comporta con aquel que es considerado rico y poderoso a diferencia de otro que es pobre o necesitado. 
Y Jesús, por el contrario,  enseña que viene para todos pero muy especialmente para aquellos que son humildes, que son sencillos y que más necesitan  de la presencia de Dios en la que se apoyan.
Queridos hermanos: Busquemos imitar al Señor en nuestro trato con el prójimo, haciendo previamente este camino para encontrarnos con Él, de modo que nos quite la sordera que  tenemos ante su palabra,  y nos despoje de la mudez, para que podamos proclamar abiertamente y sin temor alguno, las maravillas que hemos conocido. 

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXIII del tiempo per annum. Ciclo B.  08 de Septiembre  de 2024.


2 de septiembre de 2024

"Todo lo que es bueno y perfecto es un don de lo alto y desciende del Padre".


El domingo anterior reflexionamos acerca de la renovación de la alianza que Josué reclama a las tribus de Israel antes de entrar a la tierra prometida. En este domingo nos encontramos, en cambio, con la primera alianza realizada por Moisés que asegura la llegada a la tierra prometida toda vez que se cumpla con el pacto realizado con Dios. La primera lectura de este domingo (Deut.4,1-2.6-8), precisamente , refiere a esa primera alianza realizada con Dios por medio de Moisés, el cual afirma con toda claridad que es necesario vivir a fondo los mandamientos, la ley de Dios. El pueblo elegido, si se dirigía a la tierra prometida, tenía que comprometerse a una amistad profunda con su Dios, con su Creador, con aquel que lo había liberado de la esclavitud de Egipto.
La ley de Dios  de ninguna manera esclaviza al hombre, sino al contrario lo libera, porque le permite tener siempre una referencia concreta de aquello que es bueno y agradable a Dios y de aquello que es malo y que es reprobado por Dios nuestro Señor, y que perjudica ciertamente a la vida y existencia del hombre. 
Esto es así, porque siempre el pecado, el mal, es un lastre que se apodera de nosotros e impide  vivir la vida digna de hijos de Dios. 
Por eso es importante afirmarnos nuevamente en esta vivencia de la ley de Dios, porque es a través de ella como se cumple aquello que el mismo Dios había dicho: Yo seré el Dios de ustedes y ustedes serán mi pueblo si escuchan mi palabra y la cumplen.
A su vez, recién cantábamos, "Señor, ¿quién habitará en tu casa?" ,y desglosando a continuación el salmo 14, destacábamos las condiciones  necesarias para habitar en la casa o tierra prometida del cielo, como la práctica de la justicia y el hacer el bien al prójimo.
De este modo lo que es  agradable a Dios  nos permite ir preparándonos en este mundo para habitar en la casa definitiva, o sea, la tierra prometida del cielo, a la cual nos dirigimos con fe y con esperanza cada día toda vez que nos mantenemos fieles al Señor. 
En la segunda lectura, el apóstol Santiago (117-18.21b.22.27), continuando de alguna manera con lo afirmado en el Deuteronomio, asegura que "Todo lo que es bueno y perfecto es un don de lo alto y desciende del Padre", por lo que hemos de recibir con docilidad la palabra sembrada en nosotros  que es capaz de salvarnos, poniendo en práctica esa palabra sin contentarnos sólo con oírla.
A su vez, la palabra divina permite vivir una religiosidad pura que consiste en ocuparse del prójimo y no contaminarse con el mundo.
Por lo tanto todo lo que es bueno procede de Dios nuestro Señor y, hemos de vivir eligiendo siempre todo aquello que implica glorificar a Dios y enaltecer al ser humano en su vida concreta de cada día. 
De manera que nuevamente se reafirma la necesidad de vivir en unión con Dios en este seguimiento de su palabra,  de Aquél que es la Palabra hecha carne, o sea, Jesucristo nuestro Señor. 
Por otra parte, recién cantábamos, "Señor, ¿quién habitará en tu casa?" Y ahí, el Salmo iba desglosando todo aquello que es bueno, que es agradable a Dios y que permite prepararnos en este mundo para habitar en la casa definitiva, o sea, la tierra prometida del cielo, a la cual nos dirigimos con fe y con esperanza cada día de nuestra vida, toda vez que nos mantenemos fieles al Señor. 
El texto del Evangelio (Mc.7,1-8.14-15.21-23) también va por esta línea de buscar agradar a Dios, por lo que se suscita una controversia con los fariseos y algunos escribas venido de Jerusalén, atados a las tradiciones humanas que se remontan al pasado, descuidando no pocas veces el cumplimiento de  la misma ley divina.
¿Cuál es la controversia? Jesús le dirá a los escribas y fariseos que deben observar la ley de Dios y no atarse a las tradiciones de los hombres que fueron agregadas en el decurso del tiempo a la misma ley de Dios, asfixiándola e impidiendo que esté presente en la vivencia del pueblo de Israel. 
En efecto,  mientras se preocupaban por los ritos de purificación legal, no vivían o vivían menos o se olvidaban con frecuencia, de vivir los mandamientos de la ley de Dios. 
Por eso,  Jesús  explica realmente el verdadero sentido de todo esto, que no es impuro el alimento que recibimos, sino que lo que hace impuro al hombre es lo que sale de su interior. 
Por eso va a decir con total crudeza que realmente lo que hace apartarse al hombre de Dios es lo que sale de su interior,  porque es del corazón del hombre donde nace todo aquello que es pecado, que es malo y que no solamente ofende a Dios sino también perjudica en nuestras relaciones con los demás, como la fornicación, los adulterios, la envidia, la ira, el odio, el robo, etc. 
Por eso es muy importante volver siempre a la fuente, al origen de la santidad a la cual se nos invita a vivir, y que implica el seguimiento de Jesús,  de su palabra, de vivir los mandamientos, la lucha permanentemente contra todo aquello que nos impide vivir en plenitud como hijos adoptivos de Dios.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXII del tiempo per annum. Ciclo B.  01 de Septiembre  de 2024.