En la primera oración de esta misa, pedíamos a Dios en nuestra condición de hijos adoptivos por el misterio de la redención, "Míranos Señor con amor de Padre".
Se trata de una súplica confiada que brota del corazón de cada uno en cuanto hijo, petición hermosísima que debiéramos repetir
constantemente, cada día, para que Dios con su mirada, vaya mostrando el agrado que siente por nuestro buen
obrar, por la vida de cada día que busca ser intachable.
¡Qué hermoso poder decir "míranos
siempre con amor de Padre"!, reconociendo de ese modo que vivimos como hijos, y por lo tanto, nada tenemos que esconderle, sino por
el contrario, ofrecerle lo mejor de nosotros mismos y mostrando, a su vez, también lo
peor para que lo purifique, para que lo sanee, para que lo transforme.
Y el
Señor manifiesta que mira siempre con amor de Padre a sus hijos, tal como lo escuchamos en el profeta Isaías (35,4-7a): "¡Sean fuertes, no teman, ahí está el Dios de ustedes! Llega la venganza, la represalia de Dios: él mismo viene a salvarlos".
¿A qué se
refiere esta venganza, esta represalia? A que Dios busca nuestra salvación y bien, ya sea cuando somos hostigados por el enemigo o cuando somos infieles pecando contra su infinita bondad.
Cuanto más el ser humano se empecina en
ser infiel, en pecar contra su Creador, con su misericordia redobla la apuesta, y se muestra como el
Dios de la represalia, en cuanto no retribuye el mal nuestro, sino que al contrario, devuelve con bondad y con
misericordia el mal que hicimos o vivimos.
El Dios de la
represalia es el de la salvación, por eso también Jesús muestra el amor del Padre (Mc.7,31-37). En efecto, lo
vemos cruzando por tierra pagana, el territorio de la Decápolis, que
normalmente los judíos evitaban recorrer bordeando la zona, porque quiere llegar a los hombres que están lejos suyo y ofrecer la salvación, en este caso a un sordomudo.
Por el contexto podríamos decir que era un
pagano, y se lo presentan para que lo cure, y Jesús que podría haberlo hecho con su
sola palabra, con solo desearlo, lo separa de la multitud para realizar un rito particular de curación, con diversos signos.
Este pasaje enseña que para encontrarnos con Cristo es necesario apartarse del
bullicio que existe a nuestro alrededor, alejarnos de nuestras
ocupaciones o del aturdimiento que provoca vivir atentos al celular
permanentemente o las redes sociales, en fin, todo aquello que impide escuchar al Señor, estando sordos delante suyo.
De allí que cueste tanto hablar de las cosas de
Dios, porque estamos también mudos al no escuchar a Aquel que transmite la
sabiduría que ilumina y conduce la existencia humana.
Jesús mirando al cielo, como diciendo "mírame con tu amor de Padre", dirigirá después esa mirada al sordo mudo, y le dirá luego de tocar su lengua y sus oídos, "ábrete", para que su oído comience a escuchar y su lengua se suelte para
hablar.
Todos necesitamos que el Señor se encuentre así con nosotros y nos aparte de aquello que aturde o distrae, para concentrarnos en Él.
Tan importante es este gesto, que en el rito del bautismo, el sacerdote toca los labios y los oídos del
que se va a bautizar, deseando que esta misma persona pronto pueda escuchar y hablar las cosas de Dios.
Nosotros necesitamos más escuchar a Dios
para poder hablar de Él también, de manera que el "míranos con
amor de Padre", ha de significar para nosotros una mirada de agrado, porque el
Padre ha de ver que nosotros buscamos y de hecho vivimos, como auténticos hijos suyos, que buscan imitarlo a pesar de nuestras falencias.
Y por eso la importancia de oír lo que enseña el apóstol Santiago en la segunda lectura (2,1-5), en el sentido de no discriminar eligiendo al rico que entra en el templo al compararlo con un pobre, porque Dios elige siempre al pobre y desechado de este mundo que sólo se apoya en su Creador porque nada posee por cierto.
Cuántas veces el ser humano, incluso el creyente, hace esa distinción de trato y de una manera se comporta
con aquel que es considerado rico y poderoso a diferencia de otro que es pobre
o necesitado.
Y Jesús, por el contrario, enseña que viene para todos pero muy
especialmente para aquellos que son humildes, que son sencillos y que más necesitan de la presencia de Dios en la que se apoyan.
Queridos hermanos: Busquemos imitar al Señor en
nuestro trato con el prójimo, haciendo previamente este camino para
encontrarnos con Él, de modo que nos quite la sordera que tenemos ante su palabra, y nos despoje de la mudez, para que podamos
proclamar abiertamente y sin temor alguno, las maravillas que hemos conocido.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXIII del tiempo per annum. Ciclo B. 08 de Septiembre de 2024.
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