27 de octubre de 2025

"Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, confiándonos la palabra de la reconciliación" (2 Cor. 5,19).

 

El domingo pasado, reflexionamos acerca de la figura del juez injusto que no hace justicia a la viuda que le reclama, aunque al final la escucha, no por deseo de ser justo, sino para que evitar molestias. 
Dios, en cambio, dice Jesús, actúa de manera distinta, ya que aunque demore, hace justicia, escuchando los reclamos de los màs débiles.
El libro del Eclesiástico (35,12-14.16-18), que acabamos de escuchar como primera lectura, justamente comienza diciendo que Dios es justo y no hace acepción de persona. 
Sin embargo, el texto muestra la preferencia de Dios en orden a proteger a la viuda, al huérfano, al extranjero, al que se hace pequeño, o es humilde delante suyo clamando por su ayuda. 
De manera que ya el texto nos está anunciando que Dios escucha el clamor, sobre todo, de aquellos que son desechados en este mundo. 
Pero, a su vez, es justo, no hace acepción de persona, o sea, Dios no accede al reclamo del pobre, si el mismo no es justo,  o a la del rico, si tampoco lo es, sino que es justo con unos y otros. 
Siguiendo con este tema de la justicia divina, escuchamos al apóstol San Pablo, que le escribe a su discípulo Timoteo (2 Tim.4,6-8.16-18). Acá Pablo anuncia la proximidad de su muerte, y dice que está a punto de ser derramado como una libación. 
¿A qué se refiere eso de la libación? La libación consiste en  derramar aceite, vino o agua encima de la víctima que se ofrecía a Dios nuestro Señor,  de manera que el mismo Pablo se compara con esta forma de rendir culto a Dios, de ofrecerse en sacrificio. 
Por otra parte,  él mismo dice que ha hecho este camino manteniendo en alto la fe y la perseverancia en el bien,  que está por llegar a la meta y espera del justo juez que le dé el premio de la  vida eterna. 
Uno puede pensar qué pretencioso es Pablo, al considerarse ya  salvado y todavía no ha muerto. Es que  tenía tanta intimidad con Dios que ya le había anticipado justamente la gloria. 
Y Dios como justo juez, haciendo un balance de la vida del apóstol, considerando su vida pasada, pero teniendo en cuenta lo bueno que ha hecho  mientras evangelizaba, justamente le dará el premio que espera, la meta del encuentro definitivo con Dios, por la cual él ha peleado el buen combate de la fe. 
Y no solamente eso espera para él, sino  también para nosotros, en la medida en que hagamos el bien  y estemos unidos al Señor. 
Y en el texto evangélico (Lc.18,9-14) nuevamente aparece la figura de Dios como juez, que escucha tanto al humilde como al soberbio. 
Hagámonos presente en ese cuadro, el fariseo de pie adelante en el templo, dice a Dios: "te doy gracias, porque no soy ladrón,  no soy adúltero,  no soy esto, no soy como ese publicano que está al final del templo, de rodillas, pidiendo perdón, yo ayuno,  pago la décima parte de mis entradas al culto", o sea, se presenta como  modelo de perfección, digno de ser imitado por los que quieren ser justos.
Y el publicano, recaudador de impuestos para Roma, y por lo tanto odiado, reconociendo su pecado, dirá, "Señor, ten piedad de mí". 
Y dice Jesús que este último, porque se humilló, ha sido enaltecido, ha sido perdonado y amado, el fariseo, en cambio salió peor que antes, porque además de lo que tenía, acumuló el de la soberbia, el del desprecio por el publicano, el de mirar sobre el hombro al otro. 
Y en este cuadro hay un tercer personaje, que es cada uno de nosotros, ¿Dónde nos ponemos? ¿Junto al fariseo? ¿Junto al publicano? ¿Pensamos que somos perfectos, que todo el mundo tiene que rendirnos pleitesía, que no tenemos nada de qué arrepentirnos, o en cambio, pensamos que somos pecadores, necesitados siempre de la misericordia de Dios? ¿Cuántas veces miramos al prójimo por encima del hombro, a través de la crítica despiadada, de los juicios?
Por eso está aquel dicho famoso, es preferible caer en manos de Dios juez, que en las manos del ser humano que juzga al prójimo, porque en el momento de juzgar, el ser humano es incluso cruel, impiadoso. Dios, en cambio, a pesar que ve nuestras culpas, si observa que estamos arrepentidos y luchamos para cambiar, para ser mejores, Él tiene misericordia y tiende la mano para elevarnos. 
Analicemos  los momentos en que somos como el fariseo o como el publicano, cuál de los dos personajes prima más en mi vida, y sacar como conclusión la necesidad de humillarse delante del Señor, porque sólo el que se humilla es elevado. 
En cambio, el que se eleva, el que quiere convencer a Dios de que es perfecto, está listo, no  progresa en esa tarea.
Aprendamos siempre de los santos, que se consideraban lo último, "yo la peor de todas", como decía Santa Teresa. Reconocer lo que somos para que el Señor trabaje nuestra nada y nos eleve justamente por el camino de la santidad. Hermanos: Pidamos  la gracia de Dios para que ésta nunca nos falte.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en el domingo XXX del tiempo litúrgico durante el año. 26 de Octubre de 2025. 

20 de octubre de 2025

"La Palabra de Dios es viva y eficaz; discierne los pensamientos y las intenciones del corazón" (Hebreos 4, 12)

 


San Pablo aconseja a Timoteo (2 Tim. 3,14-4,2)  que ya  que conoce las Escrituras desde niño, "ellas pueden darte la sabiduría que conduce a la salvación, mediante la fe en Cristo Jesús", por lo que ha de proclamar la Palabra de Dios, insistir con ocasión o sin ella, reprender, exhortar, con paciencia incansable y con afán de enseñar.
A su vez, le recordó que la Palabra no está encadenada, de manera que nadie puede aprisionar la palabra divina e impedir que esta sea conocida y pueda educar en la justicia, "a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para hacer siempre el bien". 
Precisamente la Palabra de Dios de este domingo  hace hincapié en el poder de la oración de intercesión, en la figura de Moisés  o, de súplica, en la persona de la viuda que busca se le haga justicia.
En efecto,  el Éxodo (17,8-13) se refiere a Moisés, que ha cruzado el Mar Rojo y se dirige a la tierra prometida, pero los amalecitas le cierran el paso, y se entabla una batalla entre ambos  ejércitos. 
Mientras Moisés está en la cima del monte, con los brazos en alto en actitud de súplica,  triunfa Israel, pero cuando sus brazos decaen, vencen loa amalecitas, por lo que fue necesario que dos personas sostengan sus brazos en forma de cruz, actitud que es anticipo del gesto orante de Cristo, cuando clavado en la cruz, intercede delante del Padre por cada uno de nosotros, como nuevo Moisés. 
Esto asegura, por lo tanto, que la oración llega siempre a Dios, y también se manifiesta su respuesta a los que suplican devotamente.
En el texto evangélico (Lc. 18,1-8) una mujer viuda, desprotegida según la consideración judía, por lo que debía ser atendida, ya que era por ese hecho preferida del Señor, insiste ante un juez injusto para que le haga justicia ,  para que éste cumpla con su deber.
No está reclamando lo injusto que la favorezca, no está pensando en coimearlo para que haga lo que reclama, sino que sea justo.
Este juez no temía  a Dios ni le importaban los hombres, pero al final cumple con su deber para que la mujer lo deje de molestar. 
Y a partir de eso, el mismo Jesús dice, "oigan lo que dijo este juez injusto". En efecto, si el juez injusto, termina declarando lo que corresponde cumpliendo con su deber, ¡Cuánto más el Dios del cielo, que escucha las súplicas de los elegidos, no se va a apresurar para responderle al que implora con fe, devoción y perseverancia!
Por lo que observamos, Dios,  nos hace esperar, pero en  responde a nuestras súplicas, si estas son buenas, si se hacen con insistencia. 
Por eso, la actitud del cristiano ha de ser siempre golpear la puerta del Señor para que Él responda a nuestras inquietudes buenas. 
Queridos hermanos: Hoy recordamos, como todos los años, a las madres en su día. Pedimos por todas ellas, incluso por aquellas que no han podido serlo físicamente, pero lo son en el cariño, en el espíritu. Pedimos también por las madres que no quisieron serlo, y eliminaron a sus hijos a través del aborto. Pedimos por todas aquellas mujeres que, conociendo el influjo hermoso que tiene la madre sobre sus hijos, especialmente cuando son pequeños, les enseñan a rezar, les enseñan a suplicar a Dios nuestro Señor, les transmiten la Palabra de Dios como sucedió precisamente con Timoteo de lo cual hace referencia el mismo San Pablo. 
Queridos hermanos es muy importante orar siempre,  proclamar la palabra de Dios que hemos recibido, leer la biblia, que no muerde. ¡Cuánto tiempo perdemos con el celular!, y en cambio,  ¿ cuánto tiempo le dedicamos a la Palabra de Dios, o a la oración? Comparemos entonces, ¡Cuántas veces realmente nos comportamos con mezquindad en relación con Dios nuestro  Señor! Jesús espera una conversión sincera de parte nuestra, no dilatemos su realización. 


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en el domingo XXIX del tiempo litúrgico durante el año. 19 de Octubre de 2025. 

13 de octubre de 2025

San Pablo escribiendo a Timoteo (2 Tim.2,8-13), recuerda que "la salvación esta en Cristo Jesús", el cual ha de ser el centro de nuestra existencia, para participar de la vida eterna prometida con bondad.

"Muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta Eliseo; pero ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el sirio" (Lc. 4,27), dirá Jesús en el Evangelio. 
Y esto es justamente lo que acabamos de escuchar en la primera lectura (2 Rey. 5,14-17). Este hombre, un extranjero, general del ejército Asirio, va a pedirle al profeta Eliseo la curación de su lepra, porque una prisionera de guerra había dicho a su esposa que había en Israel un profeta que curaba, y hasta allí  fue Naamán. 
El profeta le dijo, báñate siete veces en el río Jordán. En un primer momento se enoja, diciendo "El Abana y Farfar, ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Si me lavare en ellos, ¿no seré también limpio?" pero los servidores le dijeron, te han pedido algo tan simple, ¿por qué no haces caso? 
Entrado en razón, así lo hizo, y quedó purificado de la lepra, como acabamos de escuchar, de modo que fue a agradecer a Eliseo portando regalos, el cual declina los obsequios ofrecidos. 
Naamán, entonces, pide llevar tierra del territorio de Israel para poder honrar al Dios de Israel, al verdadero, en su propio paìs.
No olvidemos que en aquella época estaba la creencia de que cada nación tenía su propio Dios, limitada su potestad dentro de las fronteras, y lejos de ella no actuaba, por eso quería llevarse tierra de Israel, para poder dar culto al Dios verdadero.
Vemos en este pasaje, por lo tanto, dos momentos, por un lado la purificación de la lepra, y el segundo momento, la salvación de este hombre, por la fe en el Dios verdadero, porque para liberarnos del pecado de nuestras lepras, no solamente lo hemos de pedir, sino que hemos de mirar siempre al autor de la salvación, que es Dios.
Por otra parte, ¿Qué es lo que acontece en el texto del Evangelio? (Lc. 17,11-19). Yendo a su encuentro, diez leprosos, a lo lejos, le gritan al Señor, "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!". 
Jesús se da cuenta que quieren liberarse de la lepra, que los apartaba de la comunidad y del culto, y a su vez, cargando con la creencia que eran  pecadores, castigados, por lo tanto, con esa enfermedad tan  humillante que los constituía en impuros.
Y Jesús, según la costumbre de su tiempo,  indica que vayan a los sacerdotes, ya que ellos deben certificar la curación y de esa manera,  integrarse nuevamente a la familia, a la sociedad y al culto. 
Mientras nueve de ellos obedecen la indicación de Jesús, uno retorna alabando a Dios por su curación,  e inclinándose ante Él, lo adora. 
Se trata de un samaritano, un extranjero, alguien que no es judío,  que posiblemente no tenía idea  muy clara sobre quién era Jesús, pero que al verse curado, regresa para  agradecer. 
También aquí observamos el momento de la purificación y el momento de la salvación, cuando alabando a Cristo y reconociendo que de Él le vino la salud corporal, recibe también la salud espiritual, con las palabras "Levántate y vete, tu fe te ha salvado".
Por lo tanto, así como Naamán se encontró con Dios en el pasado,  este hombre purificado se encuentra con Jesús, el único salvador.
Ahora bien, Jesús pregunta, "¿Dónde están los otros? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?", reconociendo la falta de agradecimiento de los nueve restantes, privados de la salvación interior que sólo produce la fe en el Dios verdadero. 
En nuestra relación con Dios, muchas veces pedimos permanentemente cosas y beneficios, pero  una vez complacidos, no existe agradecimiento, como si Él tuviera la obligación de concedernos siempre lo que reclamamos, cuando lo que se nos pide es una fe firme en el Dios verdadero, y esperar que actúe cuando mejor lo considere. 
¡Cuántas gracias, cuántos dones recibidos! Sobre todo cuando Jesús quita nuestras lepras interiores a través del sacramento de la reconciliación, recibiendo, en abundancia, la misericordia divina. 
Por eso la necesidad de reconocer que Jesús es el Salvador, el que redime al hombre, el que murió en la cruz por nosotros, y ser agradecidos siempre por las gracias recibidas por puro amor.
San Pablo escribiendo a Timoteo (2 Tim.2,8-13) recuerda que "la salvación esta en Cristo Jesús", el cual ha de ser el centro de nuestra existencia, para participar de la vida eterna prometida con bondad.
Esta verdad ya está ausente en nuestro tiempo para muchos que se dicen católicos, porque ya no van a misa, o piensan que Cristo no salva, y que directamente buscan seguir las modas de nuestro tiempo, las energías, las pirámides, los perfumes esotéricos, las genealogías pecadoras de las que supuestamente  nos hemos de liberar. 
Es que cuando se deja de lado a Cristo como el Dios verdadero, el  hombre cae en la pavada, siguiendo  espejismos mundanos basados en fábulas engañosas, en la idolatría, como ya denunciaba san Pablo.
A su vez, como san Pablo, muchos se sienten encadenados y silencian su voz, pero "la palabra de Dios no está encadenada", por lo que "si renegamos de Él, Él también renegará de nosotros".
En nuestro tiempo estamos sometidos a costumbres que nada tienen que ver con la fe sino con los engaños que presenta permanentemente el espíritu del mal, que busca alejarnos del Señor.
La verdadera actitud permanente ha de ser la de este hombre curado que se acerca a Jesús alabándolo por lo que Dios ha hecho en su corazón y postrado ante él lo adora, rindiendo homenaje y comprometiéndose a seguirlo. 
El leproso agradecido era un samaritano, un extranjero, alguien extraño, por lo que también nosotros en nuestro tiempo con estas actitudes de fe vamos a ser vistos como extraños por el común de la gente, como extranjeros, considerados como ilusos que no han descubierto todavía que ya el Dios verdadero ha pasado de moda, ya que hay otras cosas que salvan, que le dan sentido a la vida humana. 
Por eso, es  importante volver siempre a Cristo, encontrarnos con Él, no dejarlo, y si sus exigencias parecen duras recordemos sus palabras (cf. Juan cap 6) si estamos tentados a alejarnos de su Persona, "Ustedes también quieren irse", para responder, "¿A dónde iremos? Señor solo tú tienes palabras de vida eterna"
Ojalá esto quede en nuestro corazón y permanezca ante las tentaciones del mundo que ofrecen presuntas maneras de salvación. 
Que podamos decir siempre, "Señor, ¿a dónde iremos? Solo tú tienes palabras de vida eterna". Solo tú no nos engañas. Solo tú quieres nuestro bien. Y así entonces la gracia de Dios nos acompañará siempre.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en el domingo XXVIII del tiempo litúrgico durante el año. 12 de Octubre de 2025. 

11 de octubre de 2025

El Señor escucha y ayuda para tener paciencia y, alargando ésta, ha de prolongarse también la confianza y la esperanza de cada creyente.


"¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que tú escuches, clamaré hacia ti: "¡Violencia!", sin que tú salves?", grita el profeta Habacuc (1,2-3, 2,2-4), a fines del siglo VII a.C., buscando una respuesta a las necesidades del pueblo elegido. ¿Hasta cuándo, Señor? ¡Cuántas veces nosotros le hemos dicho a Dios esto mismo!, ¿Cuándo me vas a escuchar? ¿Hasta cuándo tendré que soportar tantos males en mi vida, en mi salud, en mi fama, en mi honor, en mi trabajo, en distintos ámbitos de la vida? Hasta incluso mirando a la Iglesia en su conjunto, podríamos decirle, ¿hasta cuándo, Señor, seguiremos en una Iglesia que no siempre se presenta como enviada por Ti para evangelizar, para ser un modelo ejemplar? ¿Hasta cuándo, Señor? Pero el Señor escucha y  ayuda para tener paciencia y alargando ésta, ha de prolongarse también la confianza, la esperanza. 
Precisamente estando en el jubileo de la esperanza, sabemos que la palabra de Dios se cumple,   por lo que el Señor le contesta al profeta que "El que no tiene el alma recta sucumbirá, pero el justo vivirá por su fidelidad", o sea, el malvado tendrá que dar cuenta de sus maldades y el justo se salva por la fe. 
Dios no erradica enseguida y totalmente, a pesar de nuestro clamor,  al mal y a los malos de este mundo, porque concede tiempo para la conversión, para la transformación del ser humano, tal como lo enseña expresamente Jesús con la parábola del trigo y la cizaña. 
Ahora bien, si Dios siempre responde,  nosotros también debemos contestar al grito del Señor que continuamente  interpela y dice: ¡hasta cuándo vas a seguir pecando, cuándo vas a cambiar, cuándo vas a llevar una vida totalmente diferente¡Tú me pides a mí que actúe enseguida de tus requerimientos, pero tú no haces lo mismo! ¡Tantas veces perdonado! ¡Cuántas veces perdonado! 
Si Jesús dice que hemos de perdonar 70 veces 7, o sea siempre, al que nos ofende y pide perdón, es porque Él ya lo hace con nosotros. ¡Cuántas veces que hemos confesado y fuimos perdonado! 
Pero sigue diciéndonos: ¿hasta cuándo he de esperar, cuándo vas a comprometerte en serio? 
Ese Dios que dice como hoy san Pablo a Timoteo (2 Tim. 1, 6-8.13-14), renueva el don que has recibido. En el caso de Timoteo era el episcopado, en nosotros el don recibido está en el bautismo, en la confirmación, en el caso mío, en el orden sagrado. Tenemos que renovar el don que se nos ha otorgado. ¿Para qué? Para responder ante tanta bondad del Señor, y ser capaces de dar testimonio en este mundo de que lo hemos elegido a Jesús por encima de todo. 
De manera que nuestra fe en el Señor no solamente se manifieste, sino que también sea contagiosa para que otros se comprometan con Él, y advirtamos todos que hemos de servirle siempre. 
Ver de qué manera servimos al Señor a lo largo de nuestra vida,  cómo ponemos todo lo que hemos recibido a su servicio, dándole  gloria en este mundo, y haciendo el bien a nuestros hermanos. 
Precisamente hoy el Papa León XIV, celebrando el jubileo de los misioneros, dirá a todos, que hemos de evangelizar, llevar el Evangelio de Cristo, lo cual  significa, que hemos de ser servidores constantes al servicio de la viña del Señor y del Evangelio, como el servidor que  ara el campo, que cuida el ganado, que sirve a su señor en la mesa, o sea, que cumple su deber en todos los ámbitos. 
Recordar que el deber nos viene por el sacramento del bautismo, que llevamos la alegría de nuestra pertenencia a la Iglesia, presentando en el mundo la fe recibida y así aumente el número de los creyentes. 
Hermanos: Hemos de saber que Cristo, espera mucho de nosotros, no lo defraudemos. Busquemos hacerlo presente en el trabajo, en la familia, en el círculo de amigos, en todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en el domingo XXVII del tiempo litúrgico durante el año. 05 de Octubre de 2025.