"¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que tú escuches, clamaré hacia ti: "¡Violencia!", sin que tú salves?", grita el profeta Habacuc (1,2-3, 2,2-4), a fines del siglo VII a.C., buscando una respuesta a las necesidades del pueblo elegido. ¿Hasta cuándo, Señor? ¡Cuántas veces nosotros le hemos dicho a Dios esto mismo!, ¿Cuándo me vas a escuchar? ¿Hasta cuándo tendré que soportar tantos males en mi vida, en mi salud, en mi fama, en mi honor, en mi trabajo, en distintos ámbitos de la vida? Hasta incluso mirando a la Iglesia en su conjunto, podríamos decirle, ¿hasta cuándo, Señor, seguiremos en una Iglesia que no siempre se presenta como enviada por Ti para evangelizar, para ser un modelo ejemplar? ¿Hasta cuándo, Señor? Pero el Señor escucha y ayuda para tener paciencia y alargando ésta, ha de prolongarse también la confianza, la esperanza.
Precisamente estando en el jubileo de la esperanza, sabemos que la palabra de Dios se cumple, por lo que el Señor le contesta al profeta que "El que no tiene el alma recta sucumbirá, pero el justo vivirá por su fidelidad", o sea, el malvado tendrá que dar cuenta de sus maldades y el justo se salva por la fe.
Dios no erradica enseguida y totalmente, a pesar de nuestro clamor, al mal y a los malos de este mundo, porque concede tiempo para la conversión, para la transformación del ser humano, tal como lo enseña expresamente Jesús con la parábola del trigo y la cizaña.
Ahora bien, si Dios siempre responde, nosotros también debemos contestar al grito del Señor que continuamente interpela y dice: ¡hasta cuándo vas a seguir pecando, cuándo vas a cambiar, cuándo vas a llevar una vida totalmente diferente! ¡Tú me pides a mí que actúe enseguida de tus requerimientos, pero tú no haces lo mismo! ¡Tantas veces perdonado! ¡Cuántas veces perdonado!
Si Jesús dice que hemos de perdonar 70 veces 7, o sea siempre, al que nos ofende y pide perdón, es porque Él ya lo hace con nosotros. ¡Cuántas veces que hemos confesado y fuimos perdonado!
Pero sigue diciéndonos: ¿hasta cuándo he de esperar, cuándo vas a comprometerte en serio?
Ese Dios que dice como hoy san Pablo a Timoteo (2 Tim. 1, 6-8.13-14), renueva el don que has recibido. En el caso de Timoteo era el episcopado, en nosotros el don recibido está en el bautismo, en la confirmación, en el caso mío, en el orden sagrado. Tenemos que renovar el don que se nos ha otorgado. ¿Para qué? Para responder ante tanta bondad del Señor, y ser capaces de dar testimonio en este mundo de que lo hemos elegido a Jesús por encima de todo.
De manera que nuestra fe en el Señor no solamente se manifieste, sino que también sea contagiosa para que otros se comprometan con Él, y advirtamos todos que hemos de servirle siempre.
Ver de qué manera servimos al Señor a lo largo de nuestra vida, cómo ponemos todo lo que hemos recibido a su servicio, dándole gloria en este mundo, y haciendo el bien a nuestros hermanos.
Precisamente hoy el Papa León XIV, celebrando el jubileo de los misioneros, dirá a todos, que hemos de evangelizar, llevar el Evangelio de Cristo, lo cual significa, que hemos de ser servidores constantes al servicio de la viña del Señor y del Evangelio, como el servidor que ara el campo, que cuida el ganado, que sirve a su señor en la mesa, o sea, que cumple su deber en todos los ámbitos.
Recordar que el deber nos viene por el sacramento del bautismo, que llevamos la alegría de nuestra pertenencia a la Iglesia, presentando en el mundo la fe recibida y así aumente el número de los creyentes.
Hermanos: Hemos de saber que Cristo, espera mucho de nosotros, no lo defraudemos. Busquemos hacerlo presente en el trabajo, en la familia, en el círculo de amigos, en todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXVII del tiempo litúrgico durante el año. 05 de Octubre de 2025.