14 de marzo de 2008

Yo soy la resurrección y la vida

“Cuando abra vuestros sepulcros y os saque de ellos, pueblo mío, sabréis que soy el Señor” (Ez.37, 13).

1.- La Fe suscitada por Jesús.

En estos tres últimos domingos de cuaresma hemos contemplado a Jesús bajo diversos títulos.

Y así a través de la figura de la samaritana lo conocimos como el agua viva que quita la sed de aquellos que buscan a Dios.

Por medio de la curación del ciego de nacimiento lo descubrimos como luz del mundo y de los hombres.

Hoy se nos presenta como la resurrección y la vida.

Junto con éstas características de Jesús aparece siempre un tema recurrente que es el de la fe que va suscitando el Señor.

De hecho, Jesús va como apurando la decisión de aquellos que lo rodean, reclamando su respuesta de fe, necesaria para entender el misterio de su pasión, muerte y resurrección salvadoras.

En su encuentro con la samaritana al decir “tengo sed”, buscaba la fe de esa mujer aceptándolo como Hijo de Dios. Y después del diálogo extenso que mantuvo con ella logró que lo reconociera como Mesías.

Al ciego de nacimiento le devuelve la vista y por medio de esa lucha entre las tinieblas -representadas por los fariseos- y la luz –significada en la persona del ciego curado-, se va tejiendo paso a paso un itinerario interior que culmina con la profesión de fe del recién curado: Creo Señor que eres el Mesías.

En la resurrección de Lázaro, Jesús va guiando el proceso de fe de Marta, María y también de sus discípulos. De allí que espera dos días más antes de ir a Betania, y ya muerto Lázaro se dirige a casa de sus amigos, diciéndoles a sus discípulos “me alegro por ustedes de que no hayamos estado allí, para que crean” (Jn.11, 15), que soy la resurrección y la vida.

En este tiempo previo a su pasión y muerte, Jesús está perfeccionando la decisión de fe de estas personas cercanas.

Cuando Marta dice “Yo sé que mi hermano resucitará en el último día”, Jesús le responde “Yo soy la resurrección y la vida”, no pienses meramente en el final de los tiempos, ¿crees que el que vive y cree en mí no morirá jamás? ¿Crees esto? “Sí Señor, creo que eres el Mesías, el Hijo de Dios que tenía que venir al mundo” (cf. V.26 y vers.27).

Es indudable que la resurrección de Lázaro quiere confirmar que Jesús es el Hijo de Dios, pero también asegurar el hecho de ser aceptado como tal por medio de la fe de aquellos que luego atestiguarán su resurrección.

O sea que la resurrección de Lázaro es un anticipo de la misma resurrección de Cristo.

Como si dijera “así como yo resucito ahora a Lázaro porque soy la resurrección y la vida, así también resucitaré al tercer día y demostraré que vine al mundo para rescatar al hombre del pecado y de la muerte eterna y otorgarle en abundancia la vida que sólo Dios puede dar.

2.-El mal y el buen olor del hombre actual

Ser “la resurrección y la vida” nos lo dice el Señor a cada uno de nosotros en el hoy de nuestro tiempo.

Pero Lázaro hace cuatro días que está sepultado y ya huele mal, según el testimonio de los que quitan la piedra.

También el cristiano cuando se le acerca Dios puede oler mal, ya que el pecado causa “el mal olor” y la muerte.

La vida y el “buen olor”, en cambio, se obtienen por la resurrección, por el dejar el pecado y entregarnos totalmente al Señor.

De allí que el misterio pascual de la muerte y resurrección de Cristo se va aplicando a los cristianos por medio de los sacramentos.

En el bautismo celebramos la muerte al pecado y la nueva vida que ofrece Jesús.

En el sacramento de la reconciliación aparece claramente Jesús como aquel que es la resurrección y la vida, ya que nos devuelve la vida de la gracia.

Jesús llora ante la muerte de Lázaro, pero llora también ante la muerte de cada uno de nosotros.

Cada vez que Jesús queda arrinconado, dejado de lado, despreciado por nosotros al elegir el pecado, El llora.

En nuestros días la caída de la práctica del sacramento de la reconciliación confirma la gravedad de lo afirmado por Pío XII en 1946 que “el pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado”.

El difunto arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, Mons. Vicente Zazpe decía hace ya más de 25 años que había recesión de confesiones e inflación de comuniones.

En rigor ha entrado en la Iglesia Católica la mentalidad protestante en la que los fieles “se confiesan con Dios” prescindiendo del sacramento de la reconciliación.

3.-Necesidad de recuperar el sentido del pecado

La sociedad misma y la cultura en la que está inserta, nos va metiendo en la cabeza que todo es lícito, permitido. Es suficiente que por consenso muchos piensen que algo está bien para que se canonice su bondad aunque vulnere abiertamente el evangelio.

Eso pasa por poner un ejemplo, cuando se instalan las uniones de hecho antes del matrimonio, o el probar todo lo que a cada uno le apetezca, como la pretendida legitimación de la drogadicción.

Como vivimos en democracia –se dice con frecuencia- son muchos los que piensan que todo lo que elija el hombre según “su” conciencia es bueno. Especulan las mayorías también, que es moralmente bueno aquello que es permitido o aprobado por las leyes estatales, aunque éstas vulneren abiertamente la ley de Dios.

El concepto de pecado es teológico, no sociológico ni político, se trata de elegir entre la amistad o no con Dios.

De allí que no se lo puede equiparar al concepto de error o equivocación. Es una ofensa directa al amor de Dios.

Y así el pecado es la mala acción que absolutamente debe evitarse. Constituye el mayor mal, aunque el hombre de hoy parece no tener del mismo una clara conciencia.

El pecado comporta el rechazo de la recta razón, es decir, la oposición a la verdad, y el no tener en cuenta el amor de Dios que nos indica cuál es nuestro verdadero bien.

Directa o indirectamente es desprecio de Dios y de su amor.

El pecado corta en nosotros el hilo directo con la vida y da la muerte del alma. Como la enfermedad debilita y destruye el cuerpo, así el pecado es aquel cáncer espiritual que corroe, debilita y mata la vida del espíritu.

4.- La prescindencia de Dios en la vida del hombre.

La pérdida de la valoración de la gravedad del pecado supone también un quebranto del sentido de Dios.

En la actualidad, lamentablemente, se ha disipado el sentimiento de la grandeza de Dios. Ya aparece como un igual y el hombre se presenta ante El “en alpargatas”. Ya no se lo reconoce como el Creador, el Redentor o el Santificador. Se va perdiendo la grandeza de Dios.

Hasta la misericordia de Dios ya no es vista como manifestación de su bondad infinita sino como la acción de un señor bonachón.

En Cristo crucificado el pecado revela su verdadera naturaleza: no es sólo desobediencia a un mandamiento divino, sino una condena a muerte del Amor. Este es su terrible poder

Me parece que un ejemplo puede ayudar a entender esto. Cuando conocemos y apreciamos sumamente a una persona y la queremos de corazón, cualquier gesto o acción nuestra contrariando ese amor, será vivido por nosotros como algo grave. Mientras que si el conocer y amar no tiene ese calibre profundo, no se tomará conciencia de la gravedad de esa misma acción.

Pues bien, lo mismo pasa en nuestra relación con Dios. Cuanto más se lo conozca y ame, más percibiremos la gravedad de nuestras acciones contrarias a El por pequeñas que sean. Mientras que si Dios no pesa en mi vida, lo más común es que no divise nada como pecado u ofensivo.

5.-El retorno a Dios.

Si la cuaresma es tiempo de crecimiento en el conocimiento de Jesús, es importante que nos preguntemos: ¿quiero que Jesucristo que es resurrección y vida me transforme totalmente? ¿Estoy convencido que creyendo en El y viviendo según el Señor, tendré la vida en abundancia?

El Apóstol San Pablo (Rom.8, 8-11) nos deja en la segunda lectura de este domingo algunas maneras de cómo vivir en la resurrección.

“Los que viven de acuerdo a la carne no pueden agradar a Dios” (v.8). Carne en San Pablo es sinónimo de pecado, todo tipo de ofensa a Dios.

Pero dice: “Ustedes no están animados por la carne sino por el espíritu” ya que el bautismo nos ha transformado, de allí que “el que no tiene el espíritu de Cristo no puede ser de Cristo” (v.9).

Peregrinando en este tiempo de gracia somos aleccionados por la Palabra de Dios que nos coloca ante los opuestos: luz y tinieblas, muerte y resurrección, carne y espíritu.

Nosotros estamos llamados a transitar ciertamente por aquello que nos dignifica y perfecciona como hijos de Dios.

Cristo no quiere inútilmente morir y resucitar nuevamente, sino que quiere aplicar su redención a cada uno, recibida con gozo por nosotros.

Por eso vayamos a su encuentro y que a través nuestro como lo hizo con Lázaro, no sólo se manifieste el poder del Padre, sino que quede de manifiesto una vez más su realidad de Hijo de Dios, Salvador de todos. Permitamos ser recreados nuevamente por El.

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Reflexiones sobre los textos de la liturgia dominical del quinto domingo de Cuaresma.

Padre Ricardo B. Mazza. Director del CEPS “Santo Tomás Moro” y del Grupo Pro-Vida “Juan Pablo II”

Santa Fe de la Vera Cruz, 13 de marzo de 2008.

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