20 de abril de 2009

CELEBRANDO AL SEÑOR RESUCITADO

En esta noche santa hemos proclamado las maravillas que Dios ha hecho por nosotros. Hemos cantado el amor eterno de Dios, y ha de quedar grabado a fuego en nuestro corazón el que no hay nada ni nadie en el mundo que pueda impedirnos llegar al infinito amor de Dios.
Las pruebas que se presentan en la vida no son más que vías para imitar al crucificado y que nos llevan a la gloria de la resurrección.
Podemos decir nuevamente con alegría:”Cantaré eternamente las misericordias del Señor”.
Los textos bíblicos que hemos proclamado no hacen más que hablar de las maravillas que Dios ha realizado en nosotros.
El libro del génesis despliega lo que fue la creación del mundo. Todo lo que existe fue realizado por Dios, no sólo para manifestar su gloria, es decir, poner de manifiesto su grandeza y eterna sabiduría, sino para mostrar su amor para con nosotros. Nos ha preparado el mundo con todo aquello que el hombre necesita para vivir dignamente como hijo suyo. Obra de la creación que nos ha encomendado para cuidarla, para protegerla, y orientarla según su designio divino, a la salvación del hombre, es decir para que toda persona que viene a este mundo pueda participar de los bienes, ya temporales como espirituales con que nos ha regalado.
La creación del mundo nos atestigua la generosidad de Dios para con el hombre, que contrasta con nuestra mezquindad que muchas veces utiliza esa naturaleza caprichosamente según su propio provecho, olvidándose de glorificar a Dios y atender a sus hermanos.
Cantar las maravillas del Señor es volver a los orígenes. Es como un clamor que Dios hace brotar de nuestro corazón para que como seres humanos volvamos al origen de la creación misma para ser sus custodios.
Todo fue dado al hombre sin exclusión de alguno, pero siempre dentro de este orden que Dios mismo ha puesto en sus creaturas.
No puede por lo tanto el hombre perder su dignidad de hijo de Dios, esclavizándose él a las cosas creadas.

Este camino por la historia de la salvación nos muestra además cómo Dios se acuerda del pueblo elegido, en el cual está presente cada uno de nosotros.
El mismo Dios que saca al pueblo israelita de la esclavitud de Egipto, es el mismo Dios que pugna por sacarnos de todo sometimiento.
El paso del mar Rojo no es más que un anticipo del paso del bautismo donde dejamos atrás la condición de pecador para recrear en nuestro interior la vida nueva que Dios quiere transmitir. Y así como el pueblo liberado debe caminar entre alegrías y tristezas hacia la tierra prometida, también nosotros por el paso de las aguas del bautismo, hemos de orientar esta vida al encuentro definitivo con Dios.
Pero hemos de reconocer que junto a la gracia y al amor de Dios, está presente la sordidez del hombre, fruto del pecado, de allí que Baruc profeta nos diga que volvamos a la fuente de la sabiduría.
Volver a adentrarnos en la voluntad de Dios manifestada en su Palabra. Por eso Baruc anuncia que quien entra de lleno en esta sabiduría de Dios encontrará la vida, mientras que quien prefiere seguir la sabiduría humana, siempre aparente sabiduría, no encontrará más que la muerte.
El profeta Ezequiel como rematando la acción salvífica de parte de Dios destaca que nos envía su Espíritu. Espíritu que renueva y transforma el corazón del hombre.
De hecho Jesús viene a destruir el hombre viejo -recuerda san Pablo- que vive en pecado para hacernos hombres nuevos a través del misterio Pascual.
Jesús ya no está en la tumba, y las mujeres reciben una misión bien precisa “Vayan y anuncien lo que han visto”.
¿Qué es lo que han visto? Vieron la ausencia de Cristo muerto, es decir comenzaron a percibir la presencia del Señor pero de un modo nuevo.
Digan a los discípulos que el que ha muerto ya vive….y que los espera en Galilea…
Cristo resucitado nos espera a cada uno de nosotros, en la parroquia, en el hogar, en el sindicato, en la empresa, en el trabajo del campo, en las escuelas, en la política, para entrar de lleno en nuestras vidas y viene a anunciarnos que viene a realizar algo nuevo, a recrearnos.
La resurrección del Señor nos ha de dar una profunda esperanza y seguridad de que apoyados en Él podamos superar las dificultades que se nos presentan continuamente en la vida cotidiana.
En un momento en que el pueblo argentino languidece en medio de la carencia de los bienes elementales para los más pobres, de la inseguridad, de un ejercicio de la política que se ha olvidado del bien común, de un mundo frívolo, decadente, buscador de lo fácil, Cristo nos vuelve a decir: Yo soy el resucitado, vengo a transformar el corazón de cada uno, a cambiar la sociedad argentina, las estructuras, pero déjenme entrar.
Dejar entrar a Cristo es decir de una vez por todas no a la corrupción, a la miseria, a lo que denigra al hombre.
En estos días de múltiples oportunidades para la reconciliación con Dios y los hermanos por medio del sacramento de la Penitencia, somos confidentes de tantos dolores, de tantas penas, de la desorientación del creyente ante un mundo cada vez más hostil ante lo religioso, ante lo humano.
Un mundo sin esperanza flota en el aire. ¿A dónde nos llevarán en Argentina nuestros gobernantes? –escuchamos hasta el cansancio estos días-
La esperanza es lo propio del cristiano. Sigamos adelante como el pueblo de Israel cruzando el Mar Rojo. Dejemos que Dios trabe las ruedas de los carros de los que buscan nuestra ruina, que Dios sepulte bajo las aguas del Mar Rojo a aquellos que creyendo que son poderosos pueden ser prepotentes no sólo con nosotros haciendo a su antojo, sino también con el mismo Dios vulnerando permanentemente el orden natural.
Dejemos que Dios actúe, confiando en el Señor victorioso que alabamos a través de los cánticos pascuales. Dios nos iluminará y nosotros debemos acompañar la acción divina ya que Dios nada puede hacer sino lo acompañamos.
No temamos. El pueblo de Israel indefenso ante las tropas del Faraón confió en Dios y El mostró su victoria. Hemos nacido para la tierra nueva del cielo, pero también para vivir dignamente en este mundo.
Volvamos a Dios muriendo al pecado para renacer a la vida nueva que nos ofrece abundantemente.
¡Qué distinta sería nuestra Patria si nosotros los bautizados viviéramos según los mandamientos de Dios, buscáramos la sabiduría de Dios, dispuestos a recibir el Espíritu del resucitado!
Pidamos a Cristo que nos llene de esperanza y de caridad y nos haga cada día más fuertes para llevar valientemente el mensaje del resucitado.

Padre Ricardo B. Mazza. Director del CEPS “Santo Tomás Moro”. Reflexiones en torno a los textos bíblicos de la Vigilia Pascual. 11 de Abril de 2009. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoencuentro.com/tomas moro.-

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