27 de septiembre de 2009

El Evangelio y la codicia de los primeros puestos


El malvado, trata por todos los medios de imponer con la razón de la fuerza lo que no puede enseñar con la fuerza de la razón”.

1.-Según los textos bíblicos de hoy, “seguir a Cristo es transformar el mundo, como Él, no desde los puestos de mando sino desde abajo. En la debilidad, en el servicio de los últimos puestos, está la fuerza del cristiano” (Misal de la BAC, pág. 582).
En efecto, Cristo nos dice:”Quienquiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.
Para muchos, ya sea para los que no creen, ya para los que son cristianos sólo de nombre, lo significativo es el éxito conseguido desde los puestos importantes. Se busca llegar a la cumbre por cualquier medio, por sucio que sea, no para servir al prójimo, sino para crecer uno mismo, para ser importante.
Y así, para la mentalidad moderna es en el dinero, en el honor o la fama, donde se consigue seguridad. Hay un afán egoísta de buscar siempre la propia conveniencia, con olvido total de los demás.
Cuando desaparece la fortuna o el pedestal sobre el que uno busca erigirse, queda al descubierto una existencia vacía y superflua.
El cristiano verdadero, en cambio, se centra en otra realidad. Comprende que el éxito se alcanza en la humildad, en el servicio a Dios y al otro.
La experiencia nos enseña que una persona en trabajos humildes, sin cartel, sin propaganda, está más abierta a Dios que los que se envanecen en su profesión o en algún cargo de importancia.
Y así, el primero, sabe lo que es, está abierto a Dios y a sus hermanos. El segundo, en cambio, engreído por el dinero o el poder, coloca en esas cosas su propia seguridad de cartón, prescinde de su Creador, y se preocupa por los demás sólo si puede sacarles algo.
El cristiano se siente seguro en Dios, no en sus pobres fuerzas humanas, y valora al prójimo por lo que es, no por lo que tiene.
Dios mismo nos enseña la grandeza que encierra la eficacia de lo débil y pequeño fundados en la roca proviene de lo alto. Cristo elige a doce pescadores rudos y de pocas luces, funda la Iglesia sobre “la debilidad” visible de ellos, y difunde por el mundo entonces conocido, la grandeza del Evangelio, que alcanza rápido eco especialmente entre los más humildes y pobres de la sociedad, con lo cual se demuestra que nos llevan la delantera en lo que apertura a Dios se refiere.
A pesar de las sangrientas persecuciones de la antigua Roma, el cristianismo crece ya que la verdad proclamada no provenía de los hombres sino de Dios.

2.-La actitud cristiana de buscar los últimos puestos tiene sus consecuencias positivas, porque “ahí no se dan la codicia y ambición que terminan corrompiendo a los que se mueven en el poder” (Misal de la BAC, pág. 582).
Los creyentes hemos de buscar ser los primeros en bondad, en misericordia, en caridad, en justicia. Y si tenemos los primeros puestos en la sociedad o detentamos el poder en el orden político, económico o social, ha de ser para pensar siempre en el bien de los demás, en el servicio desinteresado de los que menos tienen para vivir con dignidad su condición de hijos de Dios.
En definitiva debe quedarnos claro que quienes viven en desacuerdo con el Evangelio terminan desangrándose mutuamente.
Así lo proclama abiertamente Santiago Apóstol cuando dice:”¿De dónde salen las luchas y los conflictos entre ustedes?¿No es acaso de los deseos del placer que combaten en el cuerpo de ustedes?
La codicia lleva al crimen, continúa Santiago, conocedor de nuestras miserias. La ambición y el no poder alcanzar lo que se desea conducen a luchas y peleas de unos contra otros.
Pero este estilo de vida pasa y llega la muerte, y con ella se terminan todas las vanidades.

3.-El libro de la Sabiduría nos recuerda hoy que el malvado sufre llevado por el odio visceral contra el que obra el bien sin advertir que su recompensa no será más que soledad y podredumbre.
Sin Dios, el hombre es capaz de las maldades más grandes. Y así, la Palabra de Dios nos dice que los malvados piensan entre ellos de manera inicua, “acechemos al justo, que nos resulta incómodo, se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada”.
Quien vive del mal y por el mal sangra por la herida cuando se le hace ver su inicua vida y busca siempre destruir al que no es como él, de allí que se caiga en la calumnia, en el desprecio del bueno tratando de justificar su mal obrar sin lograr vivir en paz.
En nuestros días es tan grande la vigencia de los corruptos que se enriquecen y hacen ostentación de sus maldades, que la bondad del justo aparece en su máxima pureza no sólo como bien portado por alguien, sino como meta que hay que alcanzar para dar lugar a una sociedad nueva.
El que sigue a Cristo proclama su verdad, invita a la libertad de cada uno a seguir un estilo de vida que es capaz de rescatar al hombre bien dispuesto de sus miserias y trampas personales.
El malvado, en cambio, que acecha con desprecio todo lo bueno, se endurece en su corazón pervertido, y cuando está encaramado en el poder, -muchas veces elegido porque para acceder escondieron su malicia- trata por todos los medios de imponer con la razón de la fuerza lo que no pueden enseñar con la fuerza de la razón.
Con frecuencia, en nuestros días, por ejemplo, doctrinas perversas que vulneran permanentemente el orden natural, como no tienen cabida racionalmente en los hombres que todavía actúan conforme a la verdad, son impuestas tiránicamente por medio de leyes inicuas que buscan borrar de la conciencia humana todo vestigio de bondad y verdad.
Esta mentalidad relativista de la verdad y la moral deja al descubierto de este modo su profunda fragilidad, ya que debe imponer por la fuerza de la violencia intelectual más atroz, lo que no puede inculcar por medio de un pensamiento racional.
Por otra parte, el que así se aleja de Dios, abdica de dirigir su pensamiento y obrar en la procura del bien del prójimo.
De allí que la vigencia de una pobreza cada vez más generalizada golpea duramente a nuestras puertas, clamando por la concreción de una justicia largamente esperada.

4.-En la liturgia de este día se nos interpela interiormente de manera que trabajemos para tener una conducta intachable, a pesar que la “aparente” felicidad de los que obran el mal, quisiera por la tentación, apartarnos de la nobleza de vida y de ideales.
Y esto porque con una conducta que no se ha dejado manchar, puede el cristiano, como el justo del libro de la Sabiduría, reprender y reprochar aún sin palabras.
Quien obra el mal busca siempre la oscuridad para hacer lo que Dios no quiere, pero sus obras tarde o temprano –como sucede en estos días en nuestra Patria con tanta mezquindad descubierta- quedan expuestas ante el juicio de Dios, el único que no se deja seducir por los halagos y promesas dinerarias o de poder.
El creyente que vive de Jesús no teme a la luz de la verdad porque vive iluminado desde lo alto por la Sabiduría que proviene del mismo Dios.
El que obra el mal se ríe del bien obrar del justo al considerarlo un pobre infeliz, pero no encuentra la felicidad en aquello en lo que ha puesto su ilusoria confianza.
Jesús nos invita a ser sencillos como los niños, a escuchar embobados sus palabras y llevarlas a la práctica sin doblez de intenciones y de vida.
Que nuestro primer lugar más ansiado en esta vida sea el obrar el bien, para poder llegar algún día a formar parte de los elegidos del Padre de las Misericordias.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista” en santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en torno a los textos bíblicos de la liturgia del domingo XXV “per annum”, ciclo “B” (Sab.12, 17-20; Santiago 3,16-4,3; Marcos 9, 29-36).-20 de Septiembre de 2009.-
ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro.-

20 de septiembre de 2009

“Me gloriaré en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo” (Gál.6,14)


1.-Reflexionando sobre el Evangelio de hoy (Marcos 8, 27-35) comprobamos que Cristo nos hace una pregunta muy incisiva para nuestro tiempo como lo fue en su época:”¿Quién dice la gente que soy yo?”. Enseguida vienen a nuestra mente infinidad de respuestas que se pueden encontrar en los diversos comportamientos humanos.

Hay quienes piensan en un Cristo con poderes especiales para atraer multitudes; algunos especularán con que es una especie de milagrero que asombra a los incautos; para otros el Dios terrible del Antiguo testamento que se ha hecho presente entre nosotros; para los más optimistas es el Dios bonachón que hace la vista gorda a todo lo que se hace, movido por su incansable deseo de ser misericordioso; algunos piensan de Él que es el “flaco”, como si se tratara de un amigo más; desde el mundo violento existen quienes sostienen que es un revolucionario frustrado; no faltará la afirmación de que se trata de un hombre más, a pesar de reunir condiciones especiales; para innumerables desconocidos es el “amuleto” que en forma de crucificado se cuelga al cuello aunque el modo de vivir de quien lo lleva deja mucho que desear; no pocos son los que lo trasladan crucificado en el extremo de un rosario que pende en el espejito retrovisor del auto, como fetiche que trae suerte. Y así podríamos seguir describiendo otras muchas posibilidades según la inventiva variada de las personas que caminan por este mundo.

Pero Jesús haciendo caso omiso de tantas y diversas opiniones sobre Él, vuelve a preguntar lo mismo a quienes nos presentamos como sus fieles seguidores incondicionales.

Como si nos dijera: “Ya conozco lo que piensa el mundo de hoy en general, y no me sorprende, ya que la cultura de este tiempo banaliza todo, aún lo más sagrado….pero dejando eso, ¿qué piensan ustedes, los que están aquí presentes celebrando la actualización del misterio pascual, la misa, ya que supongo que si están…es porque creen?”

Y Jesús espera que al igual que Pedro, cada uno de nosotros responda con seguridad: “Tú eres el Mesías”, -aunque no sería extraño que haya muchos que asombrados no sepan qué decir-.

¿Pero será así?, ¿Es Jesús el Mesías para cada uno de nosotros? ¿El que murió y resucitó para salvarnos del maligno e incorporarnos a la vida de grandeza que significa ser cristiano?

Si en verdad creemos que es el Mesías, el Hijo de Dios que nos quiere transmitir la vida divina, y no sólo un mero líder político o social como muchos lo consideraban en su tiempo, ¿está presente en nuestra vida de manera que nos dejemos rescatar por Él de las tinieblas por las que muchas veces nos sentimos rodeados?

2.-El apóstol Santiago (2,14-18) nos brinda un modo concreto para reconocer si nuestro conocimiento de Cristo pasa por una fe vivida en serio, ya que proclama que la fe debe manifestarse por las obras que realizamos.

En efecto, sólo si creemos que Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre comprometeremos nuestra existencia con el camino que Él nos señala habitualmente, situación que no se da cuando nuestra mirada sobre el Señor no procede de una firme aceptación de su persona por la fe.

En relación con Jesús las obras implican pues, su concreto seguimiento. Esto supone el renunciar a nosotros mismos, es decir, dejar de lado nuestras ideas y criterios para dar lugar a lo que enseña. Renunciar a nuestra comodidad, al afán desmedido por el dinero y toda creatura, cuando con ello se contradice el Evangelio.

El renunciar a nosotros mismos significa también el vaciamiento interior de nuestro yo para dar cabida a la persona de Cristo, su mensaje y su vida, en aceptar y llevar la cruz que nos permite completar la pasión del Señor.

Cristo soportó la cruz injustamente para salvarnos. Nosotros la hemos de llevar, justamente, por los pecados propios y ajenos.

Si Cristo hubiera escapado a la Cruz y sufrimientos padecidos de hecho, como lo hacemos muchas veces nosotros, no estaríamos salvados del pecado y de la muerte eterna. Rehusar la cruz significa apartar el seguimiento de Cristo tal como Él nos lo presenta a cada uno de modo diverso.

Al igual que Pedro estamos tentados a pedirle –con criterios puramente mundanos-, que no asuma lo que significa el misterio pascual. Y también a cada uno de nosotros como a Pedro, nos dice: “Apártate de mí vista Satanás. Tú piensas como los hombres no como Dios”.

El no aceptar la cruz de Cristo no nos exime de llevarla de todos modos, ya que es como nuestra sombra, nos sigue inexorablemente, pero en ese caso se presenta como algo insoportable de sobrellevar. Sólo el asumirla con espíritu de fe hace posible que se convierta en fuente de alegría.

3.-El versículo del canto aleluyático nos enseña hoy lo que siente San Pablo respecto a la Cruz del Salvador al decir: “Yo sólo me gloriaré en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, como yo lo estoy para el mundo” (Gálatas 6,14).

Esta afirmación constituye un verdadero plan de vida para el creyente ya que al referirse al mundo crucificado para él, está expresando que todo aquello que no proviene de Cristo no tiene cabida en su consideración y existencia cotidiana.

Y cuando afirma con total convencimiento que él mismo está crucificado para el mundo, está proclamando que su vida nunca podrá tener cabida en un mundo materialista para el que sólo importa el goce desmedido de todo lo que halaga los sentidos del cuerpo pero que asfixia el sentido espiritual del hombre nuevo.

Indudablemente lo que lleva a San Pablo a pronunciarse de ese modo es la certeza de que la fe en Cristo se ha de manifestar siempre en un obrar coherente con el conocimiento profundo que ha alcanzado del Salvador, no por mérito propio sino por medio de la abundante gracia de Dios que se ha derramado en su corazón.

Pablo tuvo que soportar muchas veces en su vida los mismos golpes que sufriera quien lo eligió desde toda la eternidad, por eso sabe qué significa prolongar la fe en las obras de cada día.

Y así no es antojadizo afirmar que el Apóstol Pablo, al igual que Jesús, experimentó lo que anunciaba Isaías del siervo sufriente (50,5-10), sin ser confundido, ya que recibía el auxilio que proviene de lo Alto.

4.-Ahora bien, profundizando en las enseñanzas del Apóstol Santiago, hemos de recordar que las obras prolongación de la fe confesada en Cristo, son no sólo continua adoración al Padre del Cielo, sino también un relacionarnos con el prójimo buscando siempre su bien.

Y así, quien no paga el justo salario para acumular más ganancias, no tiene fe. Quien no sale de su egoísmo y derrocha el dinero en lo superfluo cerrando su corazón al que menos tiene, tampoco la posee.

En estos días, en nuestra Patria, resuenan denuncias por la venta de medicamentos “truchos” con la finalidad de aumentar ganancias personales o de grupos en detrimento de la salud de muchos enfermos. Esto deja claramente en evidencia el desprecio por la vida y la dignidad humana y la falta más absoluta de una verdadera fe operante, ya que cuando no se considera al otro como alguien a quien se sirve, se desconoce también al Padre común de todos.

Santiago Apóstol nos está señalando que la fe sola no basta, aunque así piensen otras corrientes cristianas. Y esto es así, porque la fe sólo se demuestra cuando se prolonga en las obras, en el seguimiento de Cristo y en contemplarlo en el rostro de los demás hermanos.

En definitiva solamente quien cree que Jesús es el Mesías y está dispuesto a tomar su Cruz renunciado a su propio parecer y egoísmo, llega a ser su discípulo. Y sólo su seguidor e imitador pleno, podrá comprender que la fe debe manifestarse con las obras en bien de los demás.

Quiera el Señor iluminarnos interiormente para que tomando generosamente su cruz, logremos obtener el gozo que toda renuncia personal otorga.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía del domingo XXIV “per annum”, ciclo “B”. 13 de Septiembre de 2009. ribamazza@gmail.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro; http://ricardomazza.blogspot.com.-

“Felices los que son fieles al Señor porque entrarán en su Santuario”


1.-El versículo del Salmo (23) que cantábamos recién, constituye el eje de los textos bíblicos de este domingo.

En efecto, Moisés (Deut.4, 1-2.6-8) es muy claro con el pueblo diciéndole que es necesario adherirse al Dios de la Alianza como condición para entrar en la tierra prometida.

Expresa la convicción de vivir los mandamientos con especial fidelidad, de tal modo que no han de agregar ni quitar nada a la ley de Dios, sabiendo de la tentación humana de reinterpretarla vaciándola de contenido e incluso agregándole obligaciones que no provienen del mismo Dios.

De allí se explica que en el texto del Evangelio (Marcos 7,1-8ª.14-15.21-23) Jesús diga a los fariseos que el pueblo honra a Dios exteriormente pero su corazón está lejos de Él porque se han aferrado a las tradiciones humanas.

Han dejado la ley de Dios para aferrarse a las tradiciones recibidas de los antepasados.

No se trata aquí de criticar la actitud higiénica del pueblo, sino el tomar esos ritos como una especie de acción mágica que los purificaba en su interior. De allí que el Señor insista en la necesidad de purificarse interiormente ya que es del interior del hombre donde nace el pecado.

El rechazo a Dios se va produciendo en el interior de cada uno ya sea por el pensamiento o por el deseo, ya sea por las malas actitudes para con Dios o para con el prójimo.

Los actos exteriores no son más que una prolongación de lo que existe en el interior.

Por eso en otra oportunidad el Señor dirá que un árbol malo no puede dar más que frutos malos, para dar a entender que cada árbol producirá algo igual a su ser o naturaleza.

Jesús, por lo tanto, está llamando a una fidelidad a la Palabra de Dios.

El santuario del que habla el salmo es el encuentro definitivo con Dios en el cielo, del cual la tierra prometida para el pueblo de Israel es un anticipo.

2.-En este caminar hacia el encuentro con Dios, el ser humano ha de mirar interiormente su corazón para darse cuenta cómo está, cómo vive su relación con Dios, si en realidad Él ocupa el primer lugar en su existir.

¡Cuántas veces nosotros dejamos de lado a Dios con toda tranquilidad sin percatarnos de la lejanía de la felicidad verdadera que esto produce!

También a nosotros nos pasa como a los judíos del tiempo de Jesús que nos aferramos a determinadas devociones, costumbres, por tradición, pero no se produce un cambio verdadero en nuestro interior y por lo tanto en el modo concreto de vivir la fe católica.

¡Cuánta gente se casa por Iglesia por costumbre y no se busca vivir el matrimonio de un modo profundamente cristiano de manera que no nos distinguimos en la práctica cotidiana de aquellos que no creen! ¿Se entiende y se vive que el matrimonio cristiano ha de ser un signo sensible de la unión entre Cristo y la Iglesia?

¡Cuánta gente bautiza a sus hijos por tradición pero eso no se traduce muchas veces en un verdadero compromiso paterno y materno de iluminar a los hijos en la fe! ¡Cuántas veces los niños son enviados a la catequesis para cumplir con la primera comunión y la confirmación pero sin estar presente el deseo de vivir auténticamente la fe!

Tenemos devociones que en sí mismas son buenas y santas pero que se transforman en algo vivido por tradición que no llegan a calar hondo en la existencia de cada día.

Visitamos santuarios en un día determinado al mes pero la ausencia de la Iglesia es palpable el resto del mes, lo cual muestra que no hemos entendido lo que implica vivir una fe madura y comprometida en forma permanente. La visita a un santuario es buena, pero ello implica una real conversión que se traduzca en obras concretas.

3.-Santiago Apóstol (1,17-18.21-22.27) manifiesta en su pensamiento una continuidad con lo expresado en el Deuteronomio afirmando que la Palabra de Dios es un don del cielo, del Padre de la Luz –ya que ilumina en profundidad- y que ha de producir en nosotros una actitud de docilidad a la misma de tal manera que no nos quedemos con la palabra escuchada solamente, que muchas veces como viene se va, sino que hemos de llevarla a la práctica.

El vivir la Palabra va transformando nuestra propia vida y el modo de percibir lo cotidiano, de manera que se erige en causa de salvación

La vida del cristiano ha de ser cada día más religiosa -continúa el apóstol Santiago- más santa, en la que entre otras cosas no se contamina con el mundo, es decir, no desaloja del corazón al evangelio para dar preferencia a los criterios y costumbres captados en la cultura de nuestro tiempo tan desprovista de un verdadero espíritu cristiano.

Muchas veces nos engañamos pensando que en éstos ámbitos está la verdad y no vamos al espíritu de lo que el Señor nos pide constantemente.

4.-Justamente esto es lo que Cristo censura duramente a los fariseos y a los judíos en general ya que no vivían una religión pura sino aparente. Creían que con la observancia de los ritos de purificación estaba todo resuelto y dejaban de lado la verdadera ley del Señor, es decir su Palabra, de la que habla el Deuteronomio y el apóstol Santiago

De allí la necesidad de analizar nuestro interior para comprobar qué cosas de la lista de pecados enunciados por Cristo tiene cabida en nosotros y reclaman una verdadera conversión.

Jesús nos convoca a examinarnos para descubrir dónde está nuestro corazón, en qué hemos de cambiar para poder seguir caminando hacia el santuario del Padre del cielo.

Nos formula, por lo tanto, una nueva manera de purificación o acercamiento al Padre, que consiste en ir transformando el interior tortuoso del que provienen tantos males, por un corazón pleno de buenos deseos en concordancia con su propio sentir.

Cristo conoce nuestro mundo subterráneo y quiere hacernos tomar conciencia de lo mucho que hemos de cambiar.

No creamos que sólo los actos externos nos alejan de Dios. Muchas veces el pecado anida en nuestro corazón aunque no sea visible.

En otras ocasiones no se realizan acciones malas porque no fue posible realizarlas, pero estuvieron ciertamente en nuestra intención.

Conociendo nuestro mundo interior gracias a la luz que proviene de la fe, humildemente pidamos cada día esta gracia fruto de su bondad infinita por nosotros, para que podamos ofrecer al mundo el testimonio de nuevas creaturas.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el domingo XXII del tiempo ordinario ciclo “B”. 30 de Agosto de 2009.- ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoeneucnetro.com/tomasmoro.-

14 de septiembre de 2009

La “venganza” de Dios como salvación del hombre.


1.-En la primera oración de esta misa que recoge las intenciones de la comunidad reunida para celebrar el día del Señor, pedíamos a Dios, “Míranos siempre Señor con amor de Padre”.

Esta súplica elocuente constituye el eje sobre el que giran los textos bíblicos que acabamos de proclamar.

Cuando el profeta Isaías (35,4-7) le dice al pueblo de Israel que se acerca “la venganza, la represalia de Dios: él mismo viene a salvarlos” (v.4), está diciendo que Dios nos mira con amor de Padre.

¿Cuál es la revancha de Dios, nos preguntamos? Mientras el israelita –y con él todo hombre- se empecina en ofender a Dios y prestar oídos sordos a su interpelación, Dios más lo busca y trata de atraerlo con los lazos del amor. Por eso el profeta con tanta seriedad dice que viene “la venganza, la represalia de Dios: él mismo viene a salvarlos”

Y da signos o señales de la salvación futura con la llegada del Mesías: “Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos; entonces el tullido saltará como un ciervo y la lengua de los mudos gritará de júbilo” (v.5 y 6). El profeta, por lo tanto, mientras anuncia, está mirando el futuro promisorio que traerá el Hijo de Dios hecho hombre.

2.-Con la presencia de Jesús, nuevamente se cumple y se responde a la súplica hecha por nosotros, hombres indigentes de toda misericordia: “Míranos siempre señor con amor de Padre”.

En efecto, el amor del Padre se manifiesta a través de Jesús en la curación –en esta ocasión- de un sordomudo, por medio de la imposición de manos. Imposición de manos, que es el signo del poder de lo alto que se invoca y derrama en el corazón de aquél que es curado

Y nos dice el texto del Evangelio (Marcos 7, 31-37) que Jesús aparta a este hombre de la multitud.

Lo saca de en medio de la gente para mantener en reserva lo que obrará en su interior, ya que Jesús cuando entra en el corazón de alguien quiere hacerlo sin bulla, sin gestos espectaculares, lejos de la multitud distraída que con frecuencia espera el prodigio y no tanto la manifestación del poder operante de la fe sanadora que permite entrar de lleno en el contexto del misterio que significa la curación del sordomudo.

Y Jesús lo cura: “Efféta” dice, ábrete, e inmediatamente el hombre queda curado.

Hasta ese momento no podía escuchar. De repente oye el susurro del aire, la conversación de la gente, el trinar de los pájaros, pero sobre todo comienza a escuchar a Jesús, con los oídos del cuerpo y de su alma iluminada y robustecida por la fe.

Y también empieza a hablar normalmente, de aquello que le ha cambiado su vida, su existencia. No hablará de cosas pasatistas, pasajeras, sino de lo más importante: de lo que Jesús ha hecho en él. El agradecimiento más profundo aflora en sus labios, la alabanza por las maravillas de Dios se hace necesaria y urgente. Junto al curado, la gente impresionada por el signo viviente de la curación, no puede callar, aunque Jesús lo ordena, y se une a la misma proclamación de la bondad de Dios.

Quien no oía, ahora escucha, quien no pronunciaba palabra alguna, ahora puede hablar.

3.-El sordomudo ocasional representa a toda la humanidad, tantas veces sorda para escuchar a Dios y muda para proclamar sus maravillas.

Al pedir, “Míranos Señor, con amor de Padre”, solicitamos con fe que a través de Jesús se nos otorgue la posibilidad de escuchar y hablar.

Y esto porque muchas veces estamos sordos, especialmente ante lo que Dios quiere comunicarnos para que nosotros a su vez transmitamos.

El corazón humano está tan metido en las cosas perecederas, materiales, escuchamos tantas voces aturdidoras que sofocan la verdad y nos distraen de lo principal, que ya no escuchamos a Dios.

En la cultura tan banalizada del mundo de hoy se perciben permanentes interferencias en la escucha de la voz del Señor que nos conducen a escuchar sugestiones, a menudo atractivas, pero no verdaderas, que nos sumergen en la vaciedad de los criterios humanos.

Nos sentimos no pocas veces, más interesados en “pasar” por este mundo sin tropiezos que en vivir en la plenitud de una existencia convocada a la amistad con el Creador.

No pocos medios de difusión nos aturden con la inmediatez que fugazmente corre tras diversas fantasías, trastocan nuestro recto pensar y obrar al difundir como verdad la mentira y al provocarnos a vivir según las sensaciones personales y conforme a lo que pueda ser disfrutado según el parecer de cada uno.

Ante estas voces “formadoras y modeladoras” de nuevas vivencias y equívocos comportamientos humanos, donde abunda la frivolidad, la chabacanería, la entronización de las “nuevas verdades “complacientes de todo lo que degrada, la Palabra de Dios pareciera haber perdido su eficacia para rescatar a la humanidad de tantas miserias.

4.-Por eso es necesario volver a escuchar a Dios, renovar en este mes de la Biblia nuestra estima por este alimento imperioso para el diario caminar humano.

Pero aprender también a escuchar el clamor permanente de nuestro interior que reclama cada día a Dios, -aunque no lo advirtamos- , el regreso a Dios, a lo permanente y a todo lo que da sentido a la vida humana. Clamor por algo diferente, por ir a las cosas, a aquello que es fundamental para el ser humano sin quedarnos en la superficie de lo anecdótico.

Estamos incomunicados entre nosotros mismos –de allí que no sepamos de qué hablar cuando nos encontramos con alguien a quien no conocemos-, porque antes no hemos escuchado a Dios.

Urge por lo tanto, ir descubriendo lo que Dios significa en la vida del hombre, cuál es su Providencia para nosotros y para el mundo en el que estamos insertos.

Nos quedamos mudos porque no hemos experimentado el asombro que suscita el descubrir la realidad profunda de nuestra existencia humana que va más allá de lo que aparece visiblemente en el transcurrir de nuestra vida sin la presencia fundante de Dios.

Hemos de pedir al que nos mira con su amor de Padre que nos cure de nuestras sorderas y de nuestras mudeces silenciosas que no atinan a proclamar las maravillas de Dios realizadas en nuestra existencia humana.

5.-El Apóstol Santiago (2,1-5) nos muestra un ejemplo típico de lo que es la sordera espiritual. Describe hoy la situación que se nos presenta a menudo con lo que llamamos acepción de personas, es decir, la tentación a diferenciar en nuestro trato según el extracto social del prójimo.

Cristo no hace diferencia con las personas, porque Él es el Salvador de todos buscando siempre el bien de cada uno. Nosotros en cambio juzgamos de un modo distinto a como lo hace Jesús ya que tendemos a hacer distinción en el trato según sea la persona que se nos presenta.

Santiago expresa –por su parte- que son los pobres –y también los que se hacen como ellos- los elegidos para ser enriquecidos en la fe y constituirse en herederos del reino (cf. 5).

En cambio, pondrá énfasis en señalar que es de “los ricos” de quienes proviene toda opresión para los hombres (cf.v.6).

Si bien no podemos universalizar en el sentido de pensar que todo poseedor de riquezas es inicuo, la experiencia concreta que tenemos en nuestros días, en nuestra Patria, nos hace pensar en cuán acertado está el Apóstol Santiago.

Y así percibimos, en este sentido, que la avaricia transforma el corazón del hombre haciéndolo enemigo de los demás.

Todos los días, entre nosotros, comentamos acerca del festival de corrupción que hoy asuela nuestro país.

¿No decimos acaso, que los de arriba viven enriqueciéndose, usando el poder en los distintos ámbitos, no para procurar el bien común, sino buscando desenfrenadamente el bien particular? ¿No pensamos acaso que la “vida política”, sea cual sea el signo partidario, se ha transformado en un medio para prosperar económicamente a través de los cargos mientras aumenta escandalosamente la pobreza entre nosotros? ¿Cuando se dice que hay que sostener “la gobernabilidad”, es porque interesa un estilo de vida democrático o porque existe el miedo a perder los beneficios que ella trae a sus principales actores? ¿No asistimos a la carrera desenfrenada por aumentar y mantener los negocios personales o de grupos, con detrimento de los más pobres? ¿Acaso muchos de los que fueron elegidos para servir a los demás, no acumulan propiedades, campos y riquezas producto del “magro sueldo” que reciben?

Las palabras de Santiago cobran por lo tanto especial relevancia entre nosotros, de allí que nos diga “sepan Juzgar como corresponde”, no hagan acepción de personas, porque el peligro no viene de los pobres que se alimentan de las migajas de los poderosos, sino de los que han hecho de su vida una búsqueda permanente de riquezas.

Concluyamos pidiendo a aquél que “todo lo ha hecho bien” (Mc.7, 36) que nos salve de nuestras miserias, que convierta el corazón del hombre argentino, para que vencida tanta maldad presente entre nosotros, podamos vivir bajo su mirada en la paz que hermana a todos en la búsqueda del bien y de la verdad.

Padre Ricardo B. Mazza. Director del CEPS “Santo Tomás Moro”. Santa Fe de la Vera Cruz. Homilía en el domingo XXIII durante el año (ciclo B).

06 de Septiembre de 2009. ribamazza@gmail.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro; http://ricardomazza.blogspot.com.-