20 de septiembre de 2009

“Felices los que son fieles al Señor porque entrarán en su Santuario”


1.-El versículo del Salmo (23) que cantábamos recién, constituye el eje de los textos bíblicos de este domingo.

En efecto, Moisés (Deut.4, 1-2.6-8) es muy claro con el pueblo diciéndole que es necesario adherirse al Dios de la Alianza como condición para entrar en la tierra prometida.

Expresa la convicción de vivir los mandamientos con especial fidelidad, de tal modo que no han de agregar ni quitar nada a la ley de Dios, sabiendo de la tentación humana de reinterpretarla vaciándola de contenido e incluso agregándole obligaciones que no provienen del mismo Dios.

De allí se explica que en el texto del Evangelio (Marcos 7,1-8ª.14-15.21-23) Jesús diga a los fariseos que el pueblo honra a Dios exteriormente pero su corazón está lejos de Él porque se han aferrado a las tradiciones humanas.

Han dejado la ley de Dios para aferrarse a las tradiciones recibidas de los antepasados.

No se trata aquí de criticar la actitud higiénica del pueblo, sino el tomar esos ritos como una especie de acción mágica que los purificaba en su interior. De allí que el Señor insista en la necesidad de purificarse interiormente ya que es del interior del hombre donde nace el pecado.

El rechazo a Dios se va produciendo en el interior de cada uno ya sea por el pensamiento o por el deseo, ya sea por las malas actitudes para con Dios o para con el prójimo.

Los actos exteriores no son más que una prolongación de lo que existe en el interior.

Por eso en otra oportunidad el Señor dirá que un árbol malo no puede dar más que frutos malos, para dar a entender que cada árbol producirá algo igual a su ser o naturaleza.

Jesús, por lo tanto, está llamando a una fidelidad a la Palabra de Dios.

El santuario del que habla el salmo es el encuentro definitivo con Dios en el cielo, del cual la tierra prometida para el pueblo de Israel es un anticipo.

2.-En este caminar hacia el encuentro con Dios, el ser humano ha de mirar interiormente su corazón para darse cuenta cómo está, cómo vive su relación con Dios, si en realidad Él ocupa el primer lugar en su existir.

¡Cuántas veces nosotros dejamos de lado a Dios con toda tranquilidad sin percatarnos de la lejanía de la felicidad verdadera que esto produce!

También a nosotros nos pasa como a los judíos del tiempo de Jesús que nos aferramos a determinadas devociones, costumbres, por tradición, pero no se produce un cambio verdadero en nuestro interior y por lo tanto en el modo concreto de vivir la fe católica.

¡Cuánta gente se casa por Iglesia por costumbre y no se busca vivir el matrimonio de un modo profundamente cristiano de manera que no nos distinguimos en la práctica cotidiana de aquellos que no creen! ¿Se entiende y se vive que el matrimonio cristiano ha de ser un signo sensible de la unión entre Cristo y la Iglesia?

¡Cuánta gente bautiza a sus hijos por tradición pero eso no se traduce muchas veces en un verdadero compromiso paterno y materno de iluminar a los hijos en la fe! ¡Cuántas veces los niños son enviados a la catequesis para cumplir con la primera comunión y la confirmación pero sin estar presente el deseo de vivir auténticamente la fe!

Tenemos devociones que en sí mismas son buenas y santas pero que se transforman en algo vivido por tradición que no llegan a calar hondo en la existencia de cada día.

Visitamos santuarios en un día determinado al mes pero la ausencia de la Iglesia es palpable el resto del mes, lo cual muestra que no hemos entendido lo que implica vivir una fe madura y comprometida en forma permanente. La visita a un santuario es buena, pero ello implica una real conversión que se traduzca en obras concretas.

3.-Santiago Apóstol (1,17-18.21-22.27) manifiesta en su pensamiento una continuidad con lo expresado en el Deuteronomio afirmando que la Palabra de Dios es un don del cielo, del Padre de la Luz –ya que ilumina en profundidad- y que ha de producir en nosotros una actitud de docilidad a la misma de tal manera que no nos quedemos con la palabra escuchada solamente, que muchas veces como viene se va, sino que hemos de llevarla a la práctica.

El vivir la Palabra va transformando nuestra propia vida y el modo de percibir lo cotidiano, de manera que se erige en causa de salvación

La vida del cristiano ha de ser cada día más religiosa -continúa el apóstol Santiago- más santa, en la que entre otras cosas no se contamina con el mundo, es decir, no desaloja del corazón al evangelio para dar preferencia a los criterios y costumbres captados en la cultura de nuestro tiempo tan desprovista de un verdadero espíritu cristiano.

Muchas veces nos engañamos pensando que en éstos ámbitos está la verdad y no vamos al espíritu de lo que el Señor nos pide constantemente.

4.-Justamente esto es lo que Cristo censura duramente a los fariseos y a los judíos en general ya que no vivían una religión pura sino aparente. Creían que con la observancia de los ritos de purificación estaba todo resuelto y dejaban de lado la verdadera ley del Señor, es decir su Palabra, de la que habla el Deuteronomio y el apóstol Santiago

De allí la necesidad de analizar nuestro interior para comprobar qué cosas de la lista de pecados enunciados por Cristo tiene cabida en nosotros y reclaman una verdadera conversión.

Jesús nos convoca a examinarnos para descubrir dónde está nuestro corazón, en qué hemos de cambiar para poder seguir caminando hacia el santuario del Padre del cielo.

Nos formula, por lo tanto, una nueva manera de purificación o acercamiento al Padre, que consiste en ir transformando el interior tortuoso del que provienen tantos males, por un corazón pleno de buenos deseos en concordancia con su propio sentir.

Cristo conoce nuestro mundo subterráneo y quiere hacernos tomar conciencia de lo mucho que hemos de cambiar.

No creamos que sólo los actos externos nos alejan de Dios. Muchas veces el pecado anida en nuestro corazón aunque no sea visible.

En otras ocasiones no se realizan acciones malas porque no fue posible realizarlas, pero estuvieron ciertamente en nuestra intención.

Conociendo nuestro mundo interior gracias a la luz que proviene de la fe, humildemente pidamos cada día esta gracia fruto de su bondad infinita por nosotros, para que podamos ofrecer al mundo el testimonio de nuevas creaturas.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el domingo XXII del tiempo ordinario ciclo “B”. 30 de Agosto de 2009.- ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoeneucnetro.com/tomasmoro.-

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