Dios crea al hombre y todo lo que le rodea comunicando así su bondad a toda creatura ya sea racional o no. Y todos los seres dan gloria a Dios con su existencia, pero los seres humanos además, estamos llamados a cantar cada día “vamos con alegría a la Casa del Señor”, ya que la verdadera alegría se halla en el encuentro personal con Dios.
Pero el pecado de los orígenes cometido por el hombre, que quiere vanamente ser como Dios, tentado por el espíritu del mal, lo precipitan alejándolo de su Creador. Sin embargo, Dios que es rico en misericordia, promete un Salvador.
¿Quién es ese salvador? San Pablo lo describe en la carta a los colosenses (1,12-20) que acabamos de proclamar, diciendo “Jesús es el primogénito de toda la creación, por Él fueron creadas todas las cosas tanto las del cielo como las de la tierra”, “existe antes de todas las cosas y todo subsiste en ÉL”.
¿Quién es ese salvador? San Pablo lo describe en la carta a los colosenses (1,12-20) que acabamos de proclamar, diciendo “Jesús es el primogénito de toda la creación, por Él fueron creadas todas las cosas tanto las del cielo como las de la tierra”, “existe antes de todas las cosas y todo subsiste en ÉL”.
Por lo tanto, si en el Hijo de Dios fue creado todo lo que existe, como primogénito de toda la Creación, Dios quiso por medio de su Hijo redimir al hombre. Por eso el misterio de la Encarnación nos revela el ingreso del Hijo hecho hombre en la historia humana para liberarnos del pecado y unir lo que estaba disperso.
En el Antiguo Testamento (2 Sam. 5,1-3) tenemos un anticipo de la unión de lo que estaba disperso cuando las tribus del Norte de Israel se acercan a David para que sea su rey, el punto de unión de lo que había sido dividido por odios y guerras.
De la dinastía de David nacerá el salvador, el Mesías. Llamado rey de los judíos en griego, latín y hebreo como indica el cartel sobre la cruz, profetiza así que en Jesús es abrazada toda la humanidad para ser ofrecida al Padre de todos (Lc. 23,35-43).
Los travesaños de la cruz entonces significarán ese abrazo universal que congrega a todos los pueblos –como fuera figura David- y esa orientación al Padre mediante Aquél que es el mediador entre Dios y todos los hombres.
La cruz será el trono del nuevo rey cuya soberanía no se asienta en la riqueza, o en el poder político, o en el poder de las armas sino en la humillación de la cruz, y viene a convocarnos para que nos dejemos conducir por Él como el buen Pastor. Sin embargo, en el transcurso del tiempo, comprobamos cómo cuesta dejarnos conducir por el Señor. Se repiten entre nosotros situaciones similares a las que se dieron al pie de la cruz, el día de su crucifixión. La gente estaba curioseando en gran medida, no sabía qué había sucedido. Se le interpelaba con insolencia: “Si ha salvado a otros que se salve ahora a sí mismo”. Otros proferían distintos insultos mientras la soldadesca jugaba a los dados la vestimenta de Jesús deseando que se termine todo para ir a algún bar cercano para comentar los últimos acontecimientos.
Hoy también el mundo está distraído, preocupado por vivir el momento, aburriéndose de la figura desgarradora de Cristo, aumentándose las deserciones de quienes en otro tiempo se decían católicos.
Mientras Cristo muestra la verdad permanente, el mundo prefiere el reino de la mentira, con la ilusión de que lo que realiza es lo único que da sentido a la vida.
El mundo se mueve en la injusticia permanente donde son muchos los que sufren sus consecuencias, soportando juicios preparados de antemano y con testigos inventados, mientras que Cristo no presenta el reino de la justicia invitándonos a realizar con cada uno lo que esperamos se realice con nosotros, invitados a salir de nosotros mismos, de una inercia que se hace a la larga injusticia también.
El Señor nos ha hecho libres para entregarnos más a Él, pero nosotros pensamos que cada uno es dueño de hacer lo que quiere, reeditando el pecado de los orígenes cuando el hombre quiso ser dios, deseando repetir el intento a pesar del fracaso permanente de esta pretensión que nos lleva más y más a nuestra nada. El espíritu del mal que sedujo al hombre para tenerlo bajo su reino, sigue mostrando caminos nuevos de seducción como lo percibimos en el ladrón inconverso que insulta a Jesús a pesar de su inocencia.
“Acuérdate de mí cuando estés en tu reino” dirá el otro, a lo que el Señor contesta, “hoy estarás conmigo en el paraíso” señalando por un lado que el hombre siempre tiene la oportunidad de convertirse al Señor, y que Jesús está dispuesto siempre a salvar al hombre toda vez que abra su corazón a la gracia.
Este hombre se salva porque con el arrepentimiento en el momento de su agonía, comienza a pertenecer al reino que Jesús ha instaurado con su Persona y Vida, ordenándose al Reino que nos espera junto al Señor en la gloria que no tiene fin.
La figura de este hombre representa a toda persona humana que habiéndose separado por el pecado de Aquél que es la fuente de la vida divina, descubre su nada y se acerca confiado a quien le puede devolver la vida divina perdida.
Todo esto nos debe interpelar en el sentido de trabajar para que nuestra vida personal, familiar o relacional con los demás, se desarrolle bajo el reinado de Cristo, de manera que en cada momento del día, sea Él quien nos guíe por el camino del bien y seamos continuadores de un reino de verdad que se opone a la mentira, de justicia que se opone a la injusticia, de la pureza que se opone al desenfreno de todo tipo.
San Pablo nos muestra la vigencia y verdad del reino de Cristo al afirmar que el Padre “nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados” (Col. 1, 13y 14).
Cada bautizado está llamado a reflexionar sobre esta verdad que nos muestra el apóstol. Tomar conciencia que habiendo sido sacados del reino de las tinieblas por la cruz de Cristo, nada le debemos al mundo que corre detrás del espíritu del mal, sino que hemos de trabajar no sólo para seguir nosotros actualizando nuestra pertenencia al reino de Cristo, sino buscar llevar al verdadero camino del Señor a todo hermano nuestro que se ha separado de esta verdad que le da sentido a nuestra existencia.
Dejemos que Cristo reine en nuestros corazones, que sus criterios sean los nuestros, que nuestra mirada sobre el mundo esté inspirada en cómo observa el Señor a todo lo creado para darle un nuevo significado.
Pidamos a Jesús que reconociendo la importancia de pertenecer a su reino, no nos dejemos atrapar por las seducciones del reino de las tinieblas.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXXIV “per annum”, ciclo “C”. 21 de Noviembre de 2010. http://ricardomazza.blogspot.com; http://stomasmoro.blogspot.com; http://grupouniversitariosanignaciodeloyola.blogspot.com; http://elevangeliodelavida.blogspot.com; www.sanjuanbautista.supersitio.net/; ribamazza@gmail.com.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario