9 de marzo de 2012

“Desde la Cruz ofrecida y la Gloria prometida, caminemos en presencia del Señor”

“Caminaré en la presencia
del Señor en la tierra de los vivientes”, cantábamos recién en el salmo interleccional (salmo 116). Invitación ésta dirigida a cada uno de nosotros, porque estamos llamados a vivir en este mundo como peregrinos transitando en presencia del Señor.
 El tiempo litúrgico de cuaresma nos da esta oportunidad de la conversión, volver nuevamente a Dios y, vivir en su presencia. De allí que no ha de admirar lo que pedíamos en la primera oración de esta misa que purificados interiormente podamos tener una mirada limpia no sólo de Dios sino de todas las realidades de este mundo para ingresar en la gloria que Dios nos ofrece en la transfiguración de su Hijo hecho hombre.
De alguna manera esta primera invocación explicita lo que significa caminar en la presencia del Señor en la tierra de los vivientes.
Así lo entendió Abraham (Gn. 22,1-2.9.10-13.15-18) sacado de su tierra, de su parentela, de sí mismo, para cumplir con la misión que Dios le había confiado de ser padre de todos los creyentes, caminando en la presencia de Dios en la tierra de los vivientes. Así lo manifestó también en medio de la prueba que significara el sacrificar a su hijo Isaac.
Es probable que en cierto sentido a Abraham no le sorprendiera este pedido, ya que era común en aquellos tiempos el sacrificio del hijo primogénito ofrecido a la divinidad. De hecho en diversos textos del Antiguo Testamento consta que este culto diabólico, por influencia de pueblos vecinos paganos, se había introducido en el pueblo de Israel, con la repulsa del mismo Dios.
En el relato del sacrificio de Isaac se manifiesta con claridad que el proyecto divino consiste en señalar un camino distinto a las costumbres extranjeras.
Explica el texto acerca de la razón de este obrar divino diciendo que Dios “lo puso a prueba”, quiso saber realmente si estaba comprometido con quien había hecho alianza, respondiendo a través de la obediencia de la fe.
La prueba resultaba contradictoria, ya que en Isaac se encarnaba la promesa de una gran descendencia que se veía afectada por el sacrificio requerido.
Sin embargo, en el plan de Dios, todo se va desarrollando según su providencia, aún en los momentos del aparente desdecirse de su voluntad.
Cuando Abraham está por sacrificar a su hijo, el ángel del Señor lo detiene ordenándole no hacer daño alguno al joven Isaac, ya que el único sacrificio en el que consiente Dios es el de su propio Hijo por medio de su humanidad.
“Ahora sé que temes a Dios porque no me has negado ni siquiera a tu propio hijo, yo te colmaré de bendiciones y multiplicaré tu descendencia”- escucha Abraham del Dios de la Alianza.
O sea que como resultado del sacrificio de Isaac, que aunque no se realizó cruentamente, si se llevó a cabo en la voluntad oferente de Abraham, se prometen bendiciones y favores en beneficio del pueblo elegido.
Idéntica idea aparece en el texto de san Pablo a los romanos (Rom. 8, 31b-34) que acabamos de proclamar y, en el que se afirma que “Dios no escatimó a su propio Hijo”, -como lo había hecho anteriormente Abraham-, “sino que lo entregó por todos nosotros. ¿No nos concederá con Él toda clase de favores?”
Es decir, que así como por el sacrificio incruento de Isaac vino al pueblo y su descendencia grandes bendiciones, así también por el sacrifico cruento de Cristo, el Hijo amado del Padre, encarnación de las promesas hechas a los hombres, sobreviene toda clase de bendiciones para la humanidad, siendo la principal de todas el haber sido elegidos hijos de Dios en el Hijo Unigénito.
Esa decisión de Dios de abundar en nosotros sus dones, se va multiplicando y manteniendo en el transcurso del tiempo. Por eso el tiempo de Cuaresma es el propicio para recibir ese sinnúmero de dones y beneficios que Dios nos quiere entregar. De allí que la liturgia nos presenta como medio para alcanzar esto el de incorporarnos al misterio de la cruz, ya que solamente desde la muerte surge la vida.
En efecto, cada día experimentamos en nuestra vida que cuando morimos a nosotros mismos y a aquello que nos esclaviza, encontramos la verdadera libertad de los hijos de Dios. Valoramos en lo cotidiano aquello que es fruto de nuestro esfuerzo y sacrificio. También en la vida cristiana quien responde a la gracia de Dios y se esfuerza por esa conversión profunda sabe valorar más lo que es la misericordia de Dios.
Cuando el cristiano deambula por este mundo mirando todo superficialmente, cuando no se siente pecador o piensa que en todo caso comete errores solamente o tiene un concepto pobre de lo que es la relación con Dios, nunca comprenderá la profundidad de la amistad y misericordia de Dios, que pasa precisamente por la muerte y resurrección de su Hijo hecho hombre.
De allí que ese creyente no esté preparado para soportar las dificultades que la existencia le presenta para vivir la fe.
No es fácil caminar en presencia del Señor en la tierra de los vivientes -como cantábamos. Las tentaciones son muy grandes. Las ilusiones de que la verdad pasa por otro lado son frecuentes. Nuestras coqueterías con el maligno son tan abundantes que nos ponemos en zona de riesgo, donde la frontera que nos separa de Dios y del espíritu del mal es muy tenue.
Por eso Jesús al transfigurarse en el monte Tabor (Mc. 9,2-10) hace pregustar a sus apóstoles aquello que promete a quienes asumen el misterio de la cruz, fortaleciéndolos a ellos y a nosotros para que viviendo el misterio de la cruz no olvidemos nunca la gloria que se nos ha prometido y nos espera.
Fue tan especial la experiencia de la Transfiguración que Pedro exclama “¡Qué bien estamos aquí!”. Sin embargo, Pedro debe dirigirse al mundo, con una mirada distinta, no buscando pelearse entre ellos, o elucubrar sobre quién es el más grande, sino abrirse al mundo para llevar el mensaje de salvación que trae Cristo, para lo cual es necesario escucharlo.
La voz del Padre exclama “Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo”.
Esto nos interpela y nos debe llevar a preguntarnos ¿a quién escuchamos habitualmente? ¿A los medios de difusión que no penetran nunca las realidades divinas? o ¿Escuchamos a los políticos que nos aseguran el paraíso en la tierra y no son capaces de brindar a los ciudadanos un clima de justicia, de verdad y de paz?, ¿Qué voz escuchamos?
Solamente la voz del Señor podrá iluminar nuestra existencia cotidiana y mostrar lo que nos depara el futuro desde la óptica del evangelio.
A partir de esta realidad con la que nos topamos cada día la palabra del Padre se hace cada vez más apremiante: “Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo”. Busquemos las respuestas en Jesús y no en aquellas voces que no hacen más que confundirnos y atraparnos. La voz de Cristo es la única que nos transmite la verdad, esa verdad que nos hace libres.
Sigamos recorriendo este tiempo de cuaresma buscando en la transformación que nos ofrece el Señor caminar en presencia en la tierra de los vivientes, no sólo hoy sino siempre.
Purificados interiormente aprendamos a mirar los acontecimientos de la vida no desde la mirada del mundo sino de Cristo nuestro Señor para poder vivir desde la fe como Abraham, que lo hizo capaz de ser fiel siempre a ese Dios que interpelándolo lo invitaba cada vez más a una entrega mayor.



Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 2do domingo de Cuaresma. Ciclo “B”. 04 de marzo de 2012. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com





1 comentario:

SebastiánElcano dijo...

Siempre recuerdo una frase de mi madre en un momento de aflicción: "estamos de paso". Es decir somos peregrinos, somos semilla de otro reino. Es por esto que debemos realizar todo el bien que podamos el corto tiempo que permanezcamos en la tierra(ya que el tiempo es efímero o "pasa volando" solemos decir). Hacer la voluntad de Dios es la clave y para ello Dios nuestro padre nos brinda todos los dones y talentos que precisamos para llevar a cabo su voluntad. Él nunca nos abandona, por esto, colaboremos y construyamos con el reino de los cielos aquí en la tierra obedeciendo a Dios, a el evangelio inspirado por Él y de esta manera alcanzaremos la verdadera y plena felicidad.