30 de abril de 2012

“Testimoniemos con las obras nuestra certeza en la resurrección del Señor Jesús”.

Para confirmar el hecho de su resurrección, Jesús se aparece repetidamente a sus apóstoles y, de esa manera los afirma en la fe de que está realmente vivo entre los hombres.

¿Por qué dudan todavía sus discípulos?
Porque imbuidos por el pensamiento de la época pensaban que quien se les aparecía era el espíritu de quien estaba muerto, es decir, sin miembros ni cuerpo reales. Conocedor de esto el Señor se muestra corporalmente y así se introducen ellos en la nueva realidad del resucitado, o sea, que está vivo y no es un espíritu. De allí que le dirá a Tomás (Juan 20, 19-31) ocho días después del atardecer del día de Pascua, en el que se había aparecido a todos estando ausente el mismo, que metiera su mano en el costado y comprobara que tenía cuerpo. El relato de este domingo describe lo que aconteciera ese primer día de la semana pero según la visión de Lucas (24, 35-48). Los apóstoles están escuchando el testimonio de los discípulos de Emaús que afirman haber reconocido al Señor al partir el pan. Sin embargo, todavía dudan, tal como les reprocha suavemente el mismo Jesús que se les aparece entregándoles su paz y dándoles la oportunidad de conocerlo como alguien que está vivo. Podríamos afirmar que ambos relatos son convergentes entre sí, aunque detallan aspectos diferentes, siendo lo común en los apóstoles sus dudas y temores y, en el Señor, el confirmarlos en la fe de su resurrección. En este contexto, en el pasaje de Lucas, Jesús pide de comer, le presentan un trozo de pescado y Él lo come delante de ellos mostrando que está vivo. Explicándole nuevamente las Escrituras les abre la inteligencia para que puedan comprender todo, indicando que “comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto”. Cumpliendo con este mandato, los apóstoles ya confirmados en la fe de la resurrección, comienzan a anunciar aquello de lo que fueron testigos. La primera lectura de este domingo (Hechos 3, 13-15.17-19) lo ubica a Pedro predicando al pueblo que está admirado por la curación del tullido que estaba postrado ante una de las puertas del templo de Jerusalén. Curación realizada por Pedro y Juan invocando el nombre de Jesús y suscitando la fe de este hombre, que marginado del templo por su enfermedad, puede ahora, curado totalmente, alabar a Dios por la misericordia de la que se ha hecho acreedor. Este gesto señalará la caducidad del judaísmo para dar lugar a la novedad del evangelio liberador. La multitud que escucha a Pedro, son interpelados a hacer penitencia, convertirse y así ser perdonados de sus pecados. Aceptando el testimonio de la resurrección que se les ofrece, son cinco mil los que se convierten a la nueva fe que se les propone. En la misma línea, pero profundizándola, el apóstol Juan (I Jn. 2, 1-5ª) señalará que siendo Jesús la víctima propiciatoria “por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero”, estamos llamados a conocerlo verdaderamente. Conocimiento éste que implica no un mero conocer exterior, como cuando tenemos noticia de alguien, sino el asimilarnos a la persona de Cristo resucitado y a su enseñanza, imitándolo en toda nuestra existencia. Pero el conocimiento debe ser verificado, de allí que diga Juan “la señal de que lo conocemos, es que cumplimos sus mandamientos”. De este modo prolongamos la fe en Él en la vida de cada día, siendo la vivencia de los mandamientos lo que conduce a que el amor de Dios llegue a su plenitud en nosotros, ya que el conocer humano se perfecciona siempre en el amor. El apóstol sigue diciendo que quien afirma conocer a Cristo pero no cumple sus mandamientos, es un mentiroso. Esto sucede muchas veces cuando afirmamos que somos católicos o creemos, pero el amor a Él brilla por su ausencia obrando como si careciéramos de la fe en el resucitado. De allí que la vida nueva que viene a nosotros por la Pascua del Señor, pasa necesariamente por escuchar y llevar a la práctica su Palabra. Hermanos: asombrados también nosotros por los hechos de la Pascua, dejémonos “abrir la inteligencia” para comprender las Escrituras e impulsados por la certeza de la resurrección testimoniada por los apóstoles, vayamos al mundo atestiguando con hechos de vida que nos hemos transformado por la acción de la fe que recibimos en el bautismo.
  

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 3er domingo de Pascua. Ciclo “B”. 22 de abril de 2012. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com

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