En el evangelio de hoy (Marcos 8, 27-35), nos encontramos con que Jesús rodeado de sus discípulos les hace una sugestiva pregunta acerca de lo que la gente dice de Él. Las respuestas son varias, desde quienes piensan en un resucitado Juan el Bautista, pasando por la vuelta de Elías antes de la presencia del Mesías (Malaquías 3,22) o alguno de los profetas, también redivivo.
La confusión de la gente queda patente y su limitación para reconocer al Mesías la presenta incapacitada para abrirse a la divinidad, si Dios no la guía.
“Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?”-continúa Jesús. Tomando la palabra Pedro, dirá, “Tú eres el Mesías”, con el sentido de la respuesta que trae Mateo (16,13) “Tú eres el Hijo de Dios vivo”.
Es en ese momento que Jesús comienza a anunciar que ha de “sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y le hablaba de esto con toda claridad”.
Pedro que se había puesto al servicio del Reino, no podía aceptar que la injusticia y las fuerzas del mal vencieran al Mesías.
Jesús, en cambio, es consciente que para vencer las fuerzas del mal y redimir al hombre, debía pasar por el sacrificio de sí mismo, viendo como tentación del demonio cuando Pedro intenta apartarlo de ese fin martirial, al decirle “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”. La fe profesada por Pedro, pues, no se prolongó con la obra concreta de aceptar su sacrificio redentor, de allí la necesidad de comprender que nuestra aceptación de Cristo y su mensaje, implica también obras que ratifiquen lo que creemos.
Precisamente es lo que nos enseña hoy el apóstol Santiago (2, 14-18) al referirse a que el hecho de la fe debe acompañarse con las obras. Es cierto que Santiago considera, en particular, las obras como aquellas que miran al bien del prójimo, pero también es verdad que el obrar bueno hacia “el otro” supone la aceptación de Cristo como el Hijo de Dios manifestado en plenitud en el ofrecimiento de su vida toda en la Cruz.
Esto delinea e interpela nuestra mirada de fe hacia Jesús, ya que si creemos en Él y en la necesidad de su paso redentor, nos hemos de comprometer a obrar siempre en relación con el Padre y con los hermanos siguiendo el ejemplo del mismo Cristo.
Es por ello que el mismo Señor “llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena noticia, la salvará”.
El cristiano, por lo tanto, que acepte seguir a Jesús, debe renunciar a sí mismo, es decir, a los criterios mundanos que nos asaltan como a Pedro, pretendiendo la salvación del hombre y del mundo por medios ajenos al misterio redentor.
Hoy más que nunca hemos de dar testimonio que no es por el camino de las propias seguridades que el hombre siempre se fabrica, por donde la humanidad llegará a la perfección, sino por el seguimiento del Cristo sufriente que como el siervo del texto bíblico (Isaías 50, 5-9ª) dirá “Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían”.
Vivimos momentos difíciles en un mundo que rehúye de Jesús o que si lo acepta, pretende diluirlo con la actitud de Pedro escandalizado ante la perspectiva de tener que renunciar a una “vida tranquila”.
Muchos cristianos en nuestra sociedad actual quieren “salvar su vida” procurando un evangelio cada vez más aguado, que no moleste a nadie, que acepte a todos en sus desvaríos y perversiones más profundas y que no transmita la verdad de Cristo que nos hace libres.
No son pocos los países que pretenden hasta incluso vaciar de contenido religioso las vidas de sus ciudadanos, desalojando a lo privado hasta los signos más queridos de la fe, destruyendo el matrimonio y la familia, e inculcando el reinado del relativismo de la verdad y de la moral.
Ante esto, llevar la cruz hoy en día, no es sólo soportar las debilidades o los sufrimientos propios, sino los de los demás, y saber hacer profesión constante de nuestra fe acompañándola por las obras del testimonio y de la alegría gozosa de ser creyentes, seguidores e imitadores de Jesús. Un ejemplo puede ayudar a comprender el sentido actual del seguir a Jesús renunciando a nosotros mismos, cargando con su cruz.
En estos días se estrena en Estados Unidos la película Last Ounce of Courage [El último rescoldo de coraje, en traducción libre], que retrata el problema real de falta de libertad religiosa que experimenta actualmente ese país (y en general todo el mundo occidental) por causa de la corrección política y la presión de los grupos laicistas.
La película anima a la gente a “defender su libertad religiosa y a dejar de ser complacientes” con quienes la atacan, dice el joven actor Hunter Gómez.
Interpretando a Christian "Vuelve a casa y se da cuenta de que sus derechos están siendo pisoteados. No puede poner una cruz donde quiera o llevar una Biblia a la escuela o leerla en público".
Es entonces cuando reacciona, dando lugar a la trama del film. Hunter dice que él se siente libre de hablar de su fe en la vida diaria, pero... "tienes que ser cuidadoso, ciertas cosas no las puedes decir; quienes hablan francamente de su fe, en particular los católicos, son juzgados como sectarios o intolerantes". "Creo que deberíamos vivir en una sociedad donde especialmente los jóvenes pudiesen expresarse y emocionarse diciendo ´soy cristiano´, sin tener que ocultarlo", y es esa sociedad la que quiere recuperar la película, dijo Hunter, animando a quienes la vean a resistir las presiones y dialogar sin miedo sobre religión. Aprovechemos estas invitaciones a una vida más comprometida con nuestra fe para descubrir nuestros propios caminos testimoniales en nuestra Patria Argentina. Pidamos al Señor que nos nutre en la Eucaristía, que sepamos valorar lo que Él hizo por nosotros y seamos valientes en responderle con un amor que venza el odio y la indiferencia hacia la verdad y la vida en Dios que es la única que dignifica al hombre.
“Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?”-continúa Jesús. Tomando la palabra Pedro, dirá, “Tú eres el Mesías”, con el sentido de la respuesta que trae Mateo (16,13) “Tú eres el Hijo de Dios vivo”.
Es en ese momento que Jesús comienza a anunciar que ha de “sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y le hablaba de esto con toda claridad”.
Pedro que se había puesto al servicio del Reino, no podía aceptar que la injusticia y las fuerzas del mal vencieran al Mesías.
Jesús, en cambio, es consciente que para vencer las fuerzas del mal y redimir al hombre, debía pasar por el sacrificio de sí mismo, viendo como tentación del demonio cuando Pedro intenta apartarlo de ese fin martirial, al decirle “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”. La fe profesada por Pedro, pues, no se prolongó con la obra concreta de aceptar su sacrificio redentor, de allí la necesidad de comprender que nuestra aceptación de Cristo y su mensaje, implica también obras que ratifiquen lo que creemos.
Precisamente es lo que nos enseña hoy el apóstol Santiago (2, 14-18) al referirse a que el hecho de la fe debe acompañarse con las obras. Es cierto que Santiago considera, en particular, las obras como aquellas que miran al bien del prójimo, pero también es verdad que el obrar bueno hacia “el otro” supone la aceptación de Cristo como el Hijo de Dios manifestado en plenitud en el ofrecimiento de su vida toda en la Cruz.
Esto delinea e interpela nuestra mirada de fe hacia Jesús, ya que si creemos en Él y en la necesidad de su paso redentor, nos hemos de comprometer a obrar siempre en relación con el Padre y con los hermanos siguiendo el ejemplo del mismo Cristo.
Es por ello que el mismo Señor “llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena noticia, la salvará”.
El cristiano, por lo tanto, que acepte seguir a Jesús, debe renunciar a sí mismo, es decir, a los criterios mundanos que nos asaltan como a Pedro, pretendiendo la salvación del hombre y del mundo por medios ajenos al misterio redentor.
Hoy más que nunca hemos de dar testimonio que no es por el camino de las propias seguridades que el hombre siempre se fabrica, por donde la humanidad llegará a la perfección, sino por el seguimiento del Cristo sufriente que como el siervo del texto bíblico (Isaías 50, 5-9ª) dirá “Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían”.
Vivimos momentos difíciles en un mundo que rehúye de Jesús o que si lo acepta, pretende diluirlo con la actitud de Pedro escandalizado ante la perspectiva de tener que renunciar a una “vida tranquila”.
Muchos cristianos en nuestra sociedad actual quieren “salvar su vida” procurando un evangelio cada vez más aguado, que no moleste a nadie, que acepte a todos en sus desvaríos y perversiones más profundas y que no transmita la verdad de Cristo que nos hace libres.
No son pocos los países que pretenden hasta incluso vaciar de contenido religioso las vidas de sus ciudadanos, desalojando a lo privado hasta los signos más queridos de la fe, destruyendo el matrimonio y la familia, e inculcando el reinado del relativismo de la verdad y de la moral.
Ante esto, llevar la cruz hoy en día, no es sólo soportar las debilidades o los sufrimientos propios, sino los de los demás, y saber hacer profesión constante de nuestra fe acompañándola por las obras del testimonio y de la alegría gozosa de ser creyentes, seguidores e imitadores de Jesús. Un ejemplo puede ayudar a comprender el sentido actual del seguir a Jesús renunciando a nosotros mismos, cargando con su cruz.
En estos días se estrena en Estados Unidos la película Last Ounce of Courage [El último rescoldo de coraje, en traducción libre], que retrata el problema real de falta de libertad religiosa que experimenta actualmente ese país (y en general todo el mundo occidental) por causa de la corrección política y la presión de los grupos laicistas.
La película anima a la gente a “defender su libertad religiosa y a dejar de ser complacientes” con quienes la atacan, dice el joven actor Hunter Gómez.
Interpretando a Christian "Vuelve a casa y se da cuenta de que sus derechos están siendo pisoteados. No puede poner una cruz donde quiera o llevar una Biblia a la escuela o leerla en público".
Es entonces cuando reacciona, dando lugar a la trama del film. Hunter dice que él se siente libre de hablar de su fe en la vida diaria, pero... "tienes que ser cuidadoso, ciertas cosas no las puedes decir; quienes hablan francamente de su fe, en particular los católicos, son juzgados como sectarios o intolerantes". "Creo que deberíamos vivir en una sociedad donde especialmente los jóvenes pudiesen expresarse y emocionarse diciendo ´soy cristiano´, sin tener que ocultarlo", y es esa sociedad la que quiere recuperar la película, dijo Hunter, animando a quienes la vean a resistir las presiones y dialogar sin miedo sobre religión. Aprovechemos estas invitaciones a una vida más comprometida con nuestra fe para descubrir nuestros propios caminos testimoniales en nuestra Patria Argentina. Pidamos al Señor que nos nutre en la Eucaristía, que sepamos valorar lo que Él hizo por nosotros y seamos valientes en responderle con un amor que venza el odio y la indiferencia hacia la verdad y la vida en Dios que es la única que dignifica al hombre.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXIV del tiempo ordinario, ciclo “B”. 16 de septiembre de 2012. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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